Está en la página 1de 1

Caperucita y el lobo tóxico

Daniel Gascón

1 Una escuela pública de Barcelona ha decidido retirar 200 títulos del catálogo de su biblioteca que
considera “tóxicos” porque reproducen patrones sexistas. Entre los textos, un 30% del total, se en-
cuentran cuentos como La bella durmiente o Caperucita Roja. La decisión produce la paradoja me-
lancólica que generan a menudo los censores.
5 Por un lado, admira su confianza en el poder de la palabra, en el hechizo de la literatura. Por otro,
apena su incapacidad para comprender en qué consiste la lectura y deprime su mentalidad mecani-
cista, roma y literal. Les fascina el objeto y son incapaces de entenderlo.
La literatura vive de reinterpretaciones, parodias y revisiones. Busca la exactitud en la expresión y
la ambigüedad en el significado. Los clásicos (y los cuentos infantiles lo son) son libros que uno
10 no termina nunca de leer, como decía Calvino; son ellos los que nos leen a nosotros. Los cuen-
tos de hadas han inspirado obras maestras de Angela Carter y Cristina Grande, y variaciones de do-
centes y estudiantes. Esas revisiones operan con los mismos instrumentos —la imaginación, la in-
tuición, el juego— que los cuentos, y emplean como herramienta la estructura, los significados y el
carácter totémico de los relatos.
15 Una sociedad distinta produce imaginarios diferentes. Pero no conviene despreciar esos cuentos.
Escribir la gran novela americana está al alcance de cualquiera que no tenga nada mejor que hacer;
inventar Caperucita Roja es otra cosa. Puede que su
supervivencia, en variantes, a través de siglos y culturas, se deba a azares e injusticias, pero quizá
tenga que ver también con que esos relatos cuentan algo del ser humano. Tienen componentes más
20 profundos que una ortodoxia pedagógica tan intransigente como voluble.
Un niño tiene mecanismos de identificación y comprensión más sofisticados de lo que pensamos
cuando nos posee el entusiasmo ideológico, un estado equivalente a mirar por el ojo de la cerradura
y creer que lo que vemos es el mundo entero. Los niños que ven dibujos animados no esperan que
los animales del parque les hablen. Los censores actuales, tan modernos y críticos con los patrones
25 de dominación, se parecen a los de todas las épocas. Bienintencionados y paternalistas, recuer-
dan a esos autores del Siglo de Oro que describe Donatella Gagliardi, siempre preocupados por la
influencia de los malos libros en las mentes frágiles de las mujeres y los niños.

El País, 13 de abril 2019

También podría gustarte