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1. Introducción
Los estudios de migración que se han hechos son muy buenos, pero me parece que ha faltado
entender esta dimensión: hay un costo que pagan también las personas del país, hay un trabajo
que ellas tienen que hacer para acomodarse a los migrantes: que la radio esté un poco más
alta, con música que no te gusta o que no estás acostumbrado a determinadas costumbres. Y
entonces, cuando las personas están experimentando algo y alguien les dice que la realidad
hay que verla solamente desde el lado del inmigrante, tienes un problema (Guzmán, 2021).
Tomando en alta consideración lo anteriormente expuesto, este ensayo plantea que la reciente
oleada migratoria en Chile tensiona la vida doméstica de los ambientes “receptores” en tres
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Debe recordarse que, para efectos de la CASEN y el Censo, “[l]a variable para clasificar a un individuo como
inmigrante es si, cuando nació, su madre vivía fuera del país” (Fuentes y Hernando, 2019: 381). A grandes
rasgos, esta definición metodológica se acepta para efectos del presente trabajo.
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aspectos particulares: la manera de habitar el espacio, la estructura de las redes comunitarias
y el trasfondo normativo de la interacción cotidiana. Desde luego, se trata de una exploración
preliminar basada principalmente en teoría, la cual debe ser complementada posteriormente
por estudios empíricos. Pese a esto, contribuye en ampliar la mirada acerca de un fenómeno
cuya cercanía temporal ha impedido momentáneamente un escrutinio más acabado.
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acusan un grado mayor de lejanía o excentricidad respecto de las costumbres chilenas, siendo
imposible reducir tales diferencias al mero color, y también imposible reducir las fricciones
generadas a la mera xenofobia.
Los efectos de esta rápida transformación demográfica alcanzan a todo orden de cosas y
recién comienzan a reportarse, por lo cual una mirada “holística” del fenómeno acusa
necesariamente la importancia de un enfoque multidimensional (Aninat y Vergara, 2019).
Empero, es posible también adoptar una perspectiva específicamente social. Esto implica fijar
la mirada en los comportamientos y actitudes de los grupos de personas impactados por el
fenómeno migratorio, observando las tensiones que emergen al calor de la incorporación de
elementos previamente desconocidos en su mundo de la vida cotidiana. Así, resulta
significativo el análisis sociológico de la domesticidad, algunos de cuyos aportes más
relevantes se presentan a continuación.
Un segundo aspecto refiere a la estructura de las redes comunitarias. Aunque es habitual que
la domesticidad se asocie a lo familiar, Bender (1967) muestra que se trata de variables
diferentes, respecto a las cuales existe un elemento común de cercanía pero que no alcanza a
constituir una referencia unificada. En otras palabras, la domesticidad se hace cargo del “vivir
juntos”, con todo lo que ello implica. Además de la residencia común, implica “un grupo de
personas que realizan funciones domésticas en conjunto”, tales como el sustento productivo,
la cooperación económica y la socialización de los infantes (Bender, 1967: 495). Entendiendo
que “cada individuo puede encontrarse en el cruce de diferentes nosotros” (Weber, 2013: 21),
el carácter de la vida doméstica depende directamente de cómo estén constituidas estas redes
de proximidad y producción conjunta de la vida. Como enseña el trabajo etnográfico de
Léobal (2019) y Motta (2014), la residencia espacial interactúa también con la funcionalidad
y el parentesco. El concepto de “vecino” y “vecindad” resulta aquí esencial, llegando a
constituirse en algunos casos como “el locus de la interacción social” (Pina-Cabral, 2018: 6),
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extendiendo la domesticidad hasta una “sociedad de amigos” donde la reproducción social va
significativamente más allá del parentesco consanguíneo. En Chile, expresiones similares han
florecido constantemente en la periferia urbana, adoptando formas como el “compadrazgo”
insertas en una historia de “solidaridad popular” (Han, 2011: 5).
Como indica la referencia a Kathya Araujo en la introducción de este trabajo, para hacer
sentido del significado sociocultural de la oleada migratoria reciente en Chile es necesario
detener también la mirada en el impacto que reciben los “receptores”, aquellos habitantes
cuya vida se ve inexorablemente trastocada por la llegada de población extranjera. Dada la
concentración de inmigrantes en determinadas regiones, comunas y barrios del país (Godoy,
2021), es evidente que este esfuerzo no está distribuido equitativamente entre el conjunto de
la población chilena.
En primer lugar, la modificación del entorno doméstico cotidiano tensiona la forma de habitar
que maneja la población receptora. Sabemos que las características del entorno van
moldeando la vida doméstica, en una relación de virtual codependencia (Ingold, 2000). Por
ello señala Ingold que las casas “son organismos vivientes”, tienen una historia de vida
(2000: 187). Los inmigrantes, especialmente cuando arriban desde culturas más lejanas a la
chilena, tienen una manera diferente de habitar el espacio, la cual produce incomodidad en
los receptores (Bonhomme, 2020). Son frecuentes los reportes acerca de la música a un
volumen más alto, un manejo diferente de los residuos o los alimentos, o una estructura
distinta de horarios, todo lo cual es potencialmente un foco de conflicto con los habitantes
nativos. Como en el árbol de van Uexhüll (Ingold, 2000), la casa del habitante receptor debe
ajustarse y desarrollarse en consideración a los cambios del entorno, un proceso que no
necesariamente es inmediato y armónico. Y como los recursos materiales para la vida
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cotidiana en sectores marginales son limitados (Han, 2011), la dificultad del ajuste puede
generar resentimiento hacia el migrante.
En segundo lugar, la oleada migratoria trastoca las redes comunitarias existentes y las
condiciones de posibilidad para su reproducción. Por lo pronto, la crisis habitacional que
actualmente experimenta Chile se entrelaza directamente con la oleada migratoria, con
cientos de personas que no tienen las herramientas para acoplarse a la urbanización chilena.
De allí la construcción de campamentos, que han alcanzado su mayor incidencia en 25 años
(Suazo, 2022), y “guetos verticales”, que modifican severamente la fisonomía del paisaje en
comunas periféricas y céntricas. La construcción de lazos de vecindad, ante un panorama tan
fluido y marcado por la precariedad de las soluciones habitacionales y laborales, se
complejiza. La presión por atender a la demanda no considera la posibilidad de establecer
redes y demuele algunas de las que ya existían, dejando a los individuos a su suerte. Los
receptores deben establecer nuevos vínculos en un escenario muy dinámico, percibiendo la
indefensión de los grandes procesos sociales mediados por el mercado.
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Así, a modo de conclusión, cabe rescatar la idea inicial y relevar la importancia de un
enfoque propiamente social y reflexivo en torno a las dificultades de la inmigración en los
términos aquí expresados. Las personas que están al centro de intensas transformaciones en el
espacio social que habitan deben ser atendidas en sus sensibilidades y preocupaciones, toda
vez que fenómenos como este demuestran a cada instante su complejidad y
multidimensionalidad. La domesticidad ofrece un marco teórico para entender en qué
aspectos específicos el fenómeno migratorio impacta la vida cotidiana de las personas, tales
como los presupuestos normativos de la interacción, las redes sociales inmediatas o la manera
de habitar un espacio.
6. Bibliografía
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