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Inmigración en Chile.

Tensiones y desafíos de la vida


doméstica ante un entorno en transformación
Cristóbal Karle Saavedra - Ensayo - Sociología de la Domesticidad (SOL3068)

1. Introducción

Durante los últimos años, Chile ha experimentado un vertiginoso y sostenido aumento de la


población migrante en el territorio nacional, el cual “no tiene parangón en su historia”
(Aninat y Vergara, 2019: 11). Sucesivas oleadas migratorias provenientes de países ubicados
en otras latitudes del continente americano han impactado con significativa fuerza la
composición demográfica de Chile, y con ello han impuesto un desafío inédito para la
convivencia social y cultural dentro del territorio. Se trata de un fenómeno de gran
complejidad, cuya dimensión específica para el caso chileno recién comienza a ser escrutada
por las ciencias sociales y el conjunto de la literatura especializada.

En un escenario de creciente interés por el fenómeno de la inmigración en Chile, el presente


ensayo se propone relevar algunos de los aspectos más importantes del caso y analizar su
potencial impacto en la sociedad chilena a la luz de algunos conceptos importantes en
sociología de la domesticidad. Desde luego, se trata apenas de una arista del fenómeno, que
involucra “tres grandes campos problemáticos” (Elizalde, Thayer y Córdova, 2013: 8): las
sociedades de origen, de destino, y los propios sujetos migrantes. En este caso, el foco estará
primordialmente dirigido hacia el segundo de tales campos; léase, las consecuencias del
incremento de los flujos migratorios en la sociedad de destino o “receptora”, esto es, la
chilena. De tal suerte, el sujeto colectivo de investigación a partir del cual el presente trabajo
articula sus reflexiones teóricas es la población chilena nativa, aquella que se compone de
todos quienes han nacido y crecido en el territorio nacional, imbuidos de la especificidad
cultural chilena.1 En este sentido, la relevancia sociológica del ensayo reside también en la
necesidad de complementar el material existente y sentar bases teóricas para atender a tales
subjetividades en transformación, tal como expresa Kathya Araujo:

Los estudios de migración que se han hechos son muy buenos, pero me parece que ha faltado
entender esta dimensión: hay un costo que pagan también las personas del país, hay un trabajo
que ellas tienen que hacer para acomodarse a los migrantes: que la radio esté un poco más
alta, con música que no te gusta o que no estás acostumbrado a determinadas costumbres. Y
entonces, cuando las personas están experimentando algo y alguien les dice que la realidad
hay que verla solamente desde el lado del inmigrante, tienes un problema (Guzmán, 2021).

Tomando en alta consideración lo anteriormente expuesto, este ensayo plantea que la reciente
oleada migratoria en Chile tensiona la vida doméstica de los ambientes “receptores” en tres

1
Debe recordarse que, para efectos de la CASEN y el Censo, “[l]a variable para clasificar a un individuo como
inmigrante es si, cuando nació, su madre vivía fuera del país” (Fuentes y Hernando, 2019: 381). A grandes
rasgos, esta definición metodológica se acepta para efectos del presente trabajo.

1
aspectos particulares: la manera de habitar el espacio, la estructura de las redes comunitarias
y el trasfondo normativo de la interacción cotidiana. Desde luego, se trata de una exploración
preliminar basada principalmente en teoría, la cual debe ser complementada posteriormente
por estudios empíricos. Pese a esto, contribuye en ampliar la mirada acerca de un fenómeno
cuya cercanía temporal ha impedido momentáneamente un escrutinio más acabado.

El presente trabajo consta de tres partes, además de la introducción. En primer lugar, se


realiza una caracterización del fenómeno y sus aristas más relevantes para efectos de la
problemática específica. En segundo lugar, se delimitan los tres aspectos de la domesticidad
antes citados, echando mano a los elementos teóricos ofrecidos por la bibliografía del curso.
En tercer lugar, se especifica en qué sentido tales aspectos se ven tensionados por la oleada
migratoria en la cotidianidad de la vida doméstica para la población chilena nativa,
concluyendo el trabajo con una síntesis general y posibles líneas de investigación ulterior.

2. Caracterización de la oleada migratoria en Chile

De acuerdo con estimaciones oficiales, la población extranjera residente en Chile alcanza en


2020 la cifra de 1.462.103 personas (INE, 2021a). Esto representa alrededor de 7,5% de la
población chilena total (SJM, s/f). Dentro de América Latina, esta proporción de inmigrantes
en la población total es solamente superada por Costa Rica (McAuliffe y Triandaflyllidou,
2021: 103). Sin embargo, más relevante que el contexto mundial de estas cifras es su
contexto histórico nacional. Como apuntan Aninat y Vergara (2019: 11), “nunca en la historia
de Chile, ni siquiera con los esfuerzos activos del Estado durante el siglo XIX, nuestro país
había sido receptor de los niveles actuales de inmigración”.2

En efecto, en 1982 la población migrante en Chile alcanzaba apenas un 0,7%, en un contexto


donde además cientos de miles de chilenos habían debido emigrar por razones políticas
(Wright y Oñate, 2012). Esta cifra se duplicó para el Censo de 2002 y luego nuevamente para
2014, con una tercera duplicación verificada en 2017 (Muñoz, 2020: 11). En 2014, la
población migrante se estimaba en 410.998 (2,3%); cinco años después, era de 1.450.333
(7,6%). Se trata de un millón de personas adicionales en apenas un lustro; esto, obviamente,
sin considerar aquellos que puedan haber ingresado al margen de la legalidad. Para García y
Guerra-Salas (2020), cabe hablar de un “shock migratorio”.

Además, otra novedad consiste en el país de origen de la población extranjera. Todavía en


2002, casi la mitad de los extranjeros correspondían a personas “de origen limítrofe”
(Martínez, 2005). Sin embargo, en años recientes se han intensificado los flujos desde países
septentrionales. De acuerdo con autores como Bonhomme (2020) y Muñoz (2020), este
cambio en el origen de la migración “ha traído a Chile la irrupción de nuevos colores, pero
también ha despertado el virus de la xenofobia y el clasismo” (Muñoz, 2020: 16). Más allá de
los adjetivos y el carácter normativo de tales imputaciones, es evidente que tales culturas
2
El peak anterior de población migrante se alcanzó para el Censo de 1907, que registró como
extranjeros a un 4,1% de la población chilena (INE, 2021b).
https://www.cepal.org/sites/default/files/events/files/coordinacion_institucional_migracion_chile.pdf

2
acusan un grado mayor de lejanía o excentricidad respecto de las costumbres chilenas, siendo
imposible reducir tales diferencias al mero color, y también imposible reducir las fricciones
generadas a la mera xenofobia.

Los efectos de esta rápida transformación demográfica alcanzan a todo orden de cosas y
recién comienzan a reportarse, por lo cual una mirada “holística” del fenómeno acusa
necesariamente la importancia de un enfoque multidimensional (Aninat y Vergara, 2019).
Empero, es posible también adoptar una perspectiva específicamente social. Esto implica fijar
la mirada en los comportamientos y actitudes de los grupos de personas impactados por el
fenómeno migratorio, observando las tensiones que emergen al calor de la incorporación de
elementos previamente desconocidos en su mundo de la vida cotidiana. Así, resulta
significativo el análisis sociológico de la domesticidad, algunos de cuyos aportes más
relevantes se presentan a continuación.

3. Aspectos relevantes de la domesticidad

Un primer aspecto relevante en la domesticidad dice relación con el concepto de habitar. De


acuerdo con Heidegger (1994), “el respecto del hombre con los lugares y, a través de los
lugares, con espacios descansa en el habitar. El modo de habérselas de hombre y espacio no
es otra cosa que el habitar pensado de un modo esencial”. Habitar implica una relación
estrecha con el espacio en cuanto tal, que emerge en la actividad misma y no en ajustarse a un
marco preconcebido. En este sentido, la construcción simbólica de la realidad y los
fundamentos del comportamiento humano se verifican a partir de un entorno en el cual las
personas se encuentran inmersas, y cuyo significado se revela en la actividad; en el hecho
aproblemático de la existencia (Berger y Luckmann, 1973). De acuerdo con Ingold (2000:
186), “las formas que construyen las personas, sea en la imaginación o en el terreno de lo
concreto, emergen desde su involucramiento en la actividad, en los contextos relacionales
específicos de su vinculación práctica con su entorno”. Por tanto, aquello que simbólicamente
se produce en la vida doméstica no puede dictarse desde un exterior, sino que depende del
engagement del individuo: sea con su entorno natural (Stépanoff y Vigne, 2018) o social.

Un segundo aspecto refiere a la estructura de las redes comunitarias. Aunque es habitual que
la domesticidad se asocie a lo familiar, Bender (1967) muestra que se trata de variables
diferentes, respecto a las cuales existe un elemento común de cercanía pero que no alcanza a
constituir una referencia unificada. En otras palabras, la domesticidad se hace cargo del “vivir
juntos”, con todo lo que ello implica. Además de la residencia común, implica “un grupo de
personas que realizan funciones domésticas en conjunto”, tales como el sustento productivo,
la cooperación económica y la socialización de los infantes (Bender, 1967: 495). Entendiendo
que “cada individuo puede encontrarse en el cruce de diferentes nosotros” (Weber, 2013: 21),
el carácter de la vida doméstica depende directamente de cómo estén constituidas estas redes
de proximidad y producción conjunta de la vida. Como enseña el trabajo etnográfico de
Léobal (2019) y Motta (2014), la residencia espacial interactúa también con la funcionalidad
y el parentesco. El concepto de “vecino” y “vecindad” resulta aquí esencial, llegando a
constituirse en algunos casos como “el locus de la interacción social” (Pina-Cabral, 2018: 6),

3
extendiendo la domesticidad hasta una “sociedad de amigos” donde la reproducción social va
significativamente más allá del parentesco consanguíneo. En Chile, expresiones similares han
florecido constantemente en la periferia urbana, adoptando formas como el “compadrazgo”
insertas en una historia de “solidaridad popular” (Han, 2011: 5).

Un tercer aspecto es el trasfondo normativo de la interacción cotidiana. El punto central aquí


es que la vida social, tanto en lo doméstico como en la interacción social que se requiere para
sostenerlo, se sostiene necesariamente sobre un acervo de prácticas y estructuras valorativas
que se dan por entendidas al momento de la interacción. Estas suelen ir acompañadas de una
carga moral dispuesta por la sedimentación histórica de la propia comunidad. Weber (2013:
21) identifica correctamente que la pertenencia a un grupo acarrea consigo “una obligación.
Las decisiones explícitas son dictadas por imperativos morales”. Esto permite que la
subjetividad se exprese en actos con “textura moral”, como señala Han (2011: 7), “sutiles
transacciones de cuidado entre vecinos y parentelas que suceden día a día”. A la larga, “el
dinero es bueno, pero un amigo es mejor” (L’Estoile, 2014), dado que los vínculos sociales
actúan para morigerar la “incertidumbre radical” y se articulan con la economía doméstica.
“En un contexto de impredictibilidad generalizada, el área en el cual uno puede reducir la
incertidumbre es mediante las relaciones interpersonales” (L’Estoile, 2014: S70), las cuales
están fundamentalmente atravesadas por expectativas acerca del comportamiento ajeno
“definidas por un marco común, un conjunto de normas y valores compartidos” (p. S66).

4. Las tensiones migratorias

Como indica la referencia a Kathya Araujo en la introducción de este trabajo, para hacer
sentido del significado sociocultural de la oleada migratoria reciente en Chile es necesario
detener también la mirada en el impacto que reciben los “receptores”, aquellos habitantes
cuya vida se ve inexorablemente trastocada por la llegada de población extranjera. Dada la
concentración de inmigrantes en determinadas regiones, comunas y barrios del país (Godoy,
2021), es evidente que este esfuerzo no está distribuido equitativamente entre el conjunto de
la población chilena.

En primer lugar, la modificación del entorno doméstico cotidiano tensiona la forma de habitar
que maneja la población receptora. Sabemos que las características del entorno van
moldeando la vida doméstica, en una relación de virtual codependencia (Ingold, 2000). Por
ello señala Ingold que las casas “son organismos vivientes”, tienen una historia de vida
(2000: 187). Los inmigrantes, especialmente cuando arriban desde culturas más lejanas a la
chilena, tienen una manera diferente de habitar el espacio, la cual produce incomodidad en
los receptores (Bonhomme, 2020). Son frecuentes los reportes acerca de la música a un
volumen más alto, un manejo diferente de los residuos o los alimentos, o una estructura
distinta de horarios, todo lo cual es potencialmente un foco de conflicto con los habitantes
nativos. Como en el árbol de van Uexhüll (Ingold, 2000), la casa del habitante receptor debe
ajustarse y desarrollarse en consideración a los cambios del entorno, un proceso que no
necesariamente es inmediato y armónico. Y como los recursos materiales para la vida

4
cotidiana en sectores marginales son limitados (Han, 2011), la dificultad del ajuste puede
generar resentimiento hacia el migrante.

En segundo lugar, la oleada migratoria trastoca las redes comunitarias existentes y las
condiciones de posibilidad para su reproducción. Por lo pronto, la crisis habitacional que
actualmente experimenta Chile se entrelaza directamente con la oleada migratoria, con
cientos de personas que no tienen las herramientas para acoplarse a la urbanización chilena.
De allí la construcción de campamentos, que han alcanzado su mayor incidencia en 25 años
(Suazo, 2022), y “guetos verticales”, que modifican severamente la fisonomía del paisaje en
comunas periféricas y céntricas. La construcción de lazos de vecindad, ante un panorama tan
fluido y marcado por la precariedad de las soluciones habitacionales y laborales, se
complejiza. La presión por atender a la demanda no considera la posibilidad de establecer
redes y demuele algunas de las que ya existían, dejando a los individuos a su suerte. Los
receptores deben establecer nuevos vínculos en un escenario muy dinámico, percibiendo la
indefensión de los grandes procesos sociales mediados por el mercado.

En tercer lugar, el trasfondo normativo de la interacción cotidiana también se ve afectado. El


ejemplo más evidente es en el caso de aquellos inmigrantes que ni siquiera comparten un
mismo idioma, como los haitianos, pero también se replica en otros casos. Las escalas de
valor y los criterios de aceptabilidad de determinadas conductas son necesariamente
diferentes, toda vez que las culturas acusan un origen diferente. Una cuestión que para una
familia venezolana es aceptable puede no serlo para una familia chilena. Por ejemplo, el trato
a los hijos o las mascotas puede ser diferente, produciendo una reacción negativa en la
población receptora acostumbrada a otros marcos. Como afirma Zelizer (2005: 33), “todas las
relaciones sociales en curso incluyen al menos un mínimo de significados compartidos, reglas
de operación y límites que separan una relación de otra”.

Debe consignarse, en cualquier caso, que “tensionar” no es sinónimo de “empeorar”. Las


posibilidades de enriquecimiento cultural positivo y desarrollo económico que representa la
inmigración han sido profusamente documentadas por la literatura y suelen ser voceadas por
grupos de activismo progresista en la esfera pública. Nada de eso es necesariamente
desmentido por la constatación de que la población receptora de inmigración se ve afectada
por estos procesos, en un tránsito que puede llegar a ser disruptivo, algunas de cuyas
expresiones se buscan desentrañar en este escrito.

5. Conclusión y reflexiones finales

La sociología de la domesticidad, así como ciertos influjos teóricos de la fenomenología,


tiene mucho que aportar en el debate público, no meramente desde una perspectiva
disciplinaria sino desde la intervención en problemáticas concretas. La reciente oleada
migratoria en Chile se ha constituido como un tema central en las discusiones políticas e
incluso cotidianas, abriendo interrogantes sociales que el país no había conocido
previamente. Ante este escenario, la necesidad de aportar enfoques sociológicos específicos
se vuelve acuciante, para efectos de iluminar aspectos que suelen quedar ensombrecidos.

5
Así, a modo de conclusión, cabe rescatar la idea inicial y relevar la importancia de un
enfoque propiamente social y reflexivo en torno a las dificultades de la inmigración en los
términos aquí expresados. Las personas que están al centro de intensas transformaciones en el
espacio social que habitan deben ser atendidas en sus sensibilidades y preocupaciones, toda
vez que fenómenos como este demuestran a cada instante su complejidad y
multidimensionalidad. La domesticidad ofrece un marco teórico para entender en qué
aspectos específicos el fenómeno migratorio impacta la vida cotidiana de las personas, tales
como los presupuestos normativos de la interacción, las redes sociales inmediatas o la manera
de habitar un espacio.

Será menester de investigaciones ulteriores seguir profundizando en intuiciones como las


aquí expresadas, añadiendo evidencia empírica u otras perspectivas teóricas que puedan
refutar, confirmar o precisar algunas de estas ideas. Después de todo, tal como el
conocimiento sociológico se encuentra en permanente construcción, la realidad social de
Chile y el mundo está muy lejos de agotarse en un enfoque único de una problemática
determinada.

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6
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