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Julio Popper, el “rey de la Patagonia”


que exterminaba nativos y tuvo un final
trágico y misterioso
El ingeniero rumano llegó al país y se ganó la confianza
de la elite política; con un ejército privado, logró más
poder que el gobernador y salió a la búsqueda de oro;
sin embargo, escondía intenciones oscuras
22 de julio de 202119:41

Facundo Di Genova
PARA LA NACION

La foto que muestra a Popper comandando una masacre de indios selk’man y que el
rumano empleó para ilustrar su conferencia de 1887 en Buenos AiresArchivo
Mientras el siglo XIX ingresa en su última década y el extremo sur del
continente americano se ubica en la mira de todas las potencias
occidentales, Julio Popper emerge como el nuevo emperador de la isla de
Tierra del Fuego, cuya autoridad está incluso por encima del gobernador
nombrado por la autoridad central.

El ingeniero rumano nacido en el seno de una familia judía ha llegado a


la Argentina con solo 28 años y en poco tiempo se ha hecho conocido en los
círculos más privilegiados de la elite porteña. Los resultados de su expedición
científica a los confines del mundo lo destacan entre el selecto grupo de
los conquistadores patagónicos.

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En sus exploraciones, Popper no sólo ha clasificado los accidentes geográficos


y bautizado al río más grande de la isla con el nombre del presidente Miguel
Juárez Celman (que luego rebautizó con su propio nombre), sino que ha
encontrado oro en las playas fueguinas, y lo más importante es que sabe cómo
extraerlo.

Popper ha formado una milicia paramilitar compuesta por mercenarios


dálmatas. Popper ha acuñado monedas de oro con su nombre, y también ha
impreso un sello postal. Popper es el nuevo rey de la Patagonia, es la ley y
el orden, es el amo y señor... y ni los gobernadores, ni los nativos onas-selk´nam
ni los misioneros salesianos pueden detenerlo.

Solo la muerte.
Las monedas de oro acuñadas por Julio Popper. Luego de su muerte, comenzaron a salir
a la luz las atrocidades que cometió en la isla de Tierra del FuegoArchivo

El reino patagónico de Julius Popper


Nacido en Bucarest en 1857, laureado como Ingeniero en Minas por la
universidad Politécnica de París, emprendió un largo viaje por Oriente, trabajó
en el canal de Suez, visitó China y Japón, más tarde estuvo en Siberia y después
cruzó el Atlántico, recorrió Alaska, recaló en Nueva Orleans y pasó una
temporada en México.

Llegó a Buenos Aires en 1885, como la eminencia que era, como un cuadro
técnico del paradigma científico universal, durante el último año de la primera
presidencia de Julio Argentino Roca, quien, visto los pergaminos del
rumano, le otorga la concesión de explotación aurífera en Santa Cruz, para su
compañía “Popper y Cía”, al mismo tiempo que es nombrado como director
técnico de la Compañía Lavaderos de Oro del Sud.

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Es así como, a fines de 1886, Popper encabeza una expedición científica a Tierra
del Fuego que le deparará sus mayores logros y, también, sus miserias más
cuestionables.
Con autorización del gobierno, Popper había formado un ejército paramilitar,
con uniformes, disciplina y mando unificado. Sus integrantes eran mercenarios
croatas, cuyo único fin era enriquecerse y dejar el territorio “limpio” de nativos
que pudieran oponerse a la empresa colonizadora del ingeniero en Minas. “Eran
delincuentes de la peor ralea, bien armados y equipados”, escribió el
padre Alberto María de Agostini en su libro de memorias Mis viajes a
Tierra del Fuego.

La foto que muestra a Popper comandando una masacre de nativos selk’man y que el
rumano empleó para ilustrar su conferencia de 1887 en Buenos AiresArchivo

Luego de la expedición, donde comandó una masacre de aborígenes selk’man


y hasta se fotografió con sus cadáveres, Popper organizó cuatro lavaderos
de oro en la isla de Tierra del Fuego, cuyo trabajo consistía en tamizar el
preciado metal separándolo de la arena. El más conocido de estos lavaderos
fue El Páramo de la Bahía San Sebastián, cerca de la frontera con Chile,
donde proyectaba crear un puerto y una ciudad llamada Atlanta, como escala
previa a la Antártida. De El Páramo se extrajeron, en poco más de un año,
265.000 gramos de oro, según consignó su biógrafo, Boleslao Lewin, en el
libro Popper: un conquistador Patagónico.

Pero los proyectos de Popper parecían ir mucho más allá del mero afán de lucro
personal. El joven colono, convertido en la mayor autoridad paraestatal de la
parte argentina de la isla, mandó a acuñar 1000 monedas de oro de 1 gramo y
doscientas de 5 gramos. Las monedas llevaban su nombre, como también los
sellos postales que todavía pueden verse en el Museo Histórico y de
Ciencias Naturales Monseñor Fagnano de Río Grande.
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¿Qué fines perseguía Popper, además del oro y de afianzar la soberanía
argentina? ¿Buscaba afianzar la soberanía argentina? No hay acuerdo entre los
historiadores. Para algunos, fue solo un aventurero que buscaba acrecentar su
poder personal aprovechándose de las necesidades políticas de Buenos Aires.
Para otros, un agente masón al servicio de Inglaterra quien, con fines
separatistas, planeaba establecer una nueva Nación independiente de la
Argentina y de Chile. Todavía más, según la tesis de Federico Rivandera
Carles en su trabajo de inspiración antisemita El reino Patagónico del
judío Popper, el ingeniero buscaba establecer un nuevo Estado judío en el fin
del mundo.

Ninguna de todas estas conjeturas pudieron probarse.

Los sellos postales que imprimió Popper todavía pueden verse en el Museo Histórico y
de Ciencias Naturales Monseñor Fagnano de Río Grande.Carlos P. Vairo

Las disputas de Popper con la “autoridad” política


Su controvertida figura comenzó a hacer ruido en Buenos Aires durante los
primeros años de la década del noventa del siglo XIX, cinco años después de su
llegada al país.

En 1890, a un año de haber acuñado su propia moneda, Popper solicitó la


concesión de otras 80.000 hectáreas fiscales de la isla, que se sumaban a las
2500 que ya tenía, con el objetivo de “civilizar a los onas”, según argumentó,
pero además pidió que el Estado le vendiera nada menos que 375.000
hectáreas.
“Popper ha llegado al grado de suponerse con títulos adquiridos para ejercer la
supremacía de Tierra del Fuego”, escribió el gobernador fueguino Mario
Cornero, quien veía su poder doblegado por el ímpetu científico, financiero y
paramilitar de Popper. El funcionario se opuso a los pedidos del rumano
mediante una carta al Senado de la Nación, fechada el 1 de julio de 1891,
argumentando que, si el Estado le concedía las tierras, el colono se quedaría con
un tercio de “la porción más útil y productiva” de la isla.

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Los argumentos en contra de los deseos de Popper comenzaron a circular con


mayor fuerza cuando hubo quienes empezaron a establecer analogías con la
alucinante historia del francés que, del lado chileno de la Patagonia, se había
proclamado “rey de la Araucanía” en 1860. En este caso, los chilenos no solo no
reconocieron su reinado sino que lo expulsaron del país. Se llamaba Orélie
Antoine de Tounens, o Antoine I, y murió envenenado en Francia, en 1878.
Y, más allá de la seriedad del personaje, el caso venía a revelar el interés de las
potencias imperialistas por la Patagonia.

Cuando el gobernador fueguino Cornero, principal opositor de Popper, fue


removido de su cargo por el gobierno central, en abril de 1893, todo parecía
indicar que el rumano saldría victorioso, y lograría fundar su imperio en
base a cientos de miles de hectáreas en el fin del mundo, sino fuera porque, dos
meses después, fue hallado muerto en la cama del cuarto de hotel que rentaba
en la Ciudad de Buenos Aires.

La historia de Julio Popper inspiró numerosas novelas e incluso un cómic publicado en


FranciaMatz
El “dictador cruel y sanguinario”, según las palabras del padre de Agostini,
había muerto el 5 de junio por una “congestión cerebral”, de acuerdo con el
certificado de defunción firmado por el médico municipal Lorenzo Martínez,
quien le practicó la autopsia. Tenía 36 años.

Popper se había
Las sospechas sobre su muerte no tardaron en circular.
ganado muchos enemigos, razón por la cual se dijo que había sido
envenenado. Todavía hoy se sostiene que, cuando fue exhumado para
practicarle una nueva autopsia, su cadáver había desaparecido sin dejar rastros.

Con la expiración de Popper también comenzaron a salir a la luz las atrocidades


humanitarias que cometió en la isla de Tierra del Fuego, como el haber dejado
morir de hambre y frío a 13 operarios en su planta de extracción de oro El
Páramo.

Julio Popper mandó a acuñar mil monedas de oro de 1 gramo y doscientas de 5


gramosArchivo

A eso se sumaron las denuncias por matanzas que realizaban los misioneros
salesianos. Alfredo Magrassi, autor de Los aborígenes de la Argentina,
sostuvo que Popper y sus mercenarios se entretenían matando nativos,
fotografiándose con sus cuerpos, y señaló al colono como un engranaje del
genocidio Ona-Selk’nam.

Pero también es cierto que Popper no fue el único responsable del exterminio de
la parcialidad nativa, que en el extremo sur del continente contaba con más de
6000 integrantes, en 1880, según el cálculo del antropólogo Carlos Martínez
Sarasola.
Lo que pasaba en Tierra del Fuego era la continuación de la Campaña del
Desierto por otros medios. De acuerdo con Sarasola, para principios del siglo
XX, los onas-selk’man habían sido exterminados no solo por los rifles
Remington de los buscadores de oro sino también por las milicias de los nuevos
estancieros, tanto del lado chileno como del argentino, que buscaban ampliar
sus dominios para el ganado lanar.

Las enfermedades respiratorias como la tuberculosis y la gripe hicieron otro


tanto, pero esa es otra historia.

Facundo Di Genova

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