Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
ganar claridad, precisión y limpieza en las respuestas. Ten en cuenta que, en las
cuestiones tipo test, las
rectificaciones pueden invalidar tu respuesta. Repasa la ortografía antes de
entregar. ¡Ánimo!
La joven prudente
Me di cuenta de que con mi penúltima frase también la había matado a ella, había
utilizado el tiempo pretérito par.
referirme a los dos, no solo al difunto. Busqué cómo arreglarlo pero no se me
ocurrió ninguna manera que no complicar.
innecesariamente las cosas o no fuera muy torpe. Supuse que me habría entendido:
los dos como pareja me resultaba
gratos, y como tal ya no existían. [...] Luisa Alday se puso en pie sonriendo —era
una sonrisa abierta que no podí
evitar, aquella mujer no tenía doblez ni malicia, hasta podía ser ingenua—, me
cogió afectuosamente del hombro y m
dijo:
—Sí; claro que te conocemos de vista, también nosotros. —Me tuteó sin dudarlo pese
a mi tratamiento inicial, éramos d
la misma edad más o menos, quizá me llevaba un par de años [...]—. Te llamábamos la
Joven Prudente. Ya ves, hast:
tenías nombre para nosotros. Gracias por lo que me has dicho, ¿no quieres sentarte?
—Y me señaló una de las silla
que habían ocupado sus hijos, mientras mantenía su mano en mi hombro; ahora tuve la
sensación de que le era un
sostén o un asidero. Estuve segura de que, de haber hecho yo un mínimo gesto de
aproximación, se me habrí.
abrazado naturalmente. Se la veía frágil, como un espectro reciente que vacila y no
se ha convencido aún de serlo. [...]
—¿La Joven Prudente? -dije.
—Sií, eso es lo que nos pareces. ¿No te habrá molestado, por favor, espero? Pero
siéntate.
—No, cómo va a molestarme, yo también los llamaba a ustedes algo, mentalmente.
[...] Ahora no puedo quedarme
cuánto lo siento, tengo que entrar al trabajo. —Volví a mirar el reloj
maquinalmente o para corroborar mi prisa, sabía bie
qué hora era.
—Claro. Si quieres quedamos más tarde, pásate por casa, ¿a qué hora sales? ¿En qué
trabajas? ¿Y cómo no
llamabas? —Me tenía aún la mano en el hombro, no noté conminación, más bien ruego.
Un ruego superficial, eso sí, del
momento. Si le decía que no, probablemente a la tarde ya se habría olvidado de
nuestro encuentro.
No contesté a su penúltima pregunta —no había tiempo— y menos a la última: decirle
que para mí eran la Parej
Perfecta podría haberle añadido dolor y amargura, al fin y al cabo iba a quedarse
sola de nuevo, en cuanto yo me fuera.
Javier María
Los enamoramientos, Alfaguara