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Mi amigo Jesús

Ever Light
No hay amor más grande
que dar la vida por los amigos.
Juan 15:13
¿Estás buscando una amistad sincera, pero no la encuentras? Qué tal si
intentas otra vez, pero ahora con un amigo diferente, alguien que no solo ha
demostrado ser fiel y amoroso, sino que también estará contigo todo el
tiempo y te ayudará en cualquier dificultad. Además, está dispuesto a dar su
vida por ti, es más, ya lo hizo…
También está dispuesto a mostrarte los más grandes secretos del universo y
vivir contigo las más grandiosas aventuras. Por qué no lo intentas. ¿Qué
puedes perder? Nada, al contrario, lo ganarás todo. Yo te contaré cómo ha
sido mi amistad con él. Toda una aventura y más que extraordinaria.

Los verdaderos amigos son para toda la vida. Jesús me mostró que él puede
ser ese amigo, además me hizo ver que su amistad va más allá de lo que yo
pudiera imaginar.
Cuando lo conocí verdaderamente y aprendí sobre su forma de pensar y su
visión de la vida y la humanidad, supe que había encontrado, no solo un gran
amigo para esta vida, sino al mejor amigo para toda la eternidad.
PARTE I
I

Cuando iniciaron las clases en la Facultad de Historia me sentí muy solo.


Sabía que Dios estaba conmigo, o más bien lo creía, pero no lo suficiente
como para no sentirme solo. Entonces, tratando de socializar a la hora del
receso, me acerqué a un muchacho que había visto en el salón y ahora estaba
sentado, solo, en una banca. A su lado tenía una mochila negra y de ella sacó
un sándwich emplayado. Lo abrió y lo mordió justo cuando yo llegaba.
―Hola ―le dije―. ¿Me puedo sentar?
―Claro ―me contestó.
―Me llamo Ever ―le dije y le estiré la mano.
Me saludó también.
―Mucho gusto, Ever ―tenía la boca llena y me pareció maleducado de su
parte. Enseguida tragó el bocado y añadió―: Yo me llamo Jesús.
Fue una sorpresa para mí que se llamara de ese modo. Por un momento me
acordé de Dios, pero no quise verlo raro, pensando en que para él ya era
normal presentarse así, acostumbrado a las distintas reacciones tanto de
creyentes como ateos.
Por su apariencia física podía deducir que no pasaba de los dieciocho
años, pero me daba cuenta que su rostro, especialmente su mirada, irradiaba
rasgos de una madurez intelectual. Aunque esta no se apreció mucho cuando
habló con la boca llena.
Yo nunca he sido sobresaliente en la escuela y aquel muchacho me dio la
impresión de ser un completísimo nerd de pies a cabeza. Sinceramente no me
acerqué a él por interés ni para obtener alguna ventaja ―aunque he oído que
no existe amistad sin interés―, pero de verdad, cuando me acerqué solo
quería socializar. Ni me había dado cuenta de que era un verdadero nerd. Al
menos eso parecía con sus lentes de montura negra y su camisa azul cielo
abrochada hasta el cuello.
Aunque no me acerqué con la intención de obtener alguna ventaja de él, sí
admito que mi relación con él podría traerme algunas ventajas en el ambiente
escolar y eso, al yo no ser sobresaliente en materias de estudio, era algo muy
conveniente.
Hablamos un poco sobre su vida. Me dijo que venía de otra ciudad y
rentaba un cuarto muy cerca de la universidad. Yo le dije que estaba muy
emocionado por entrar a la escuela. Hablamos de por qué elegimos la carrera
de Historia. Luego pasamos al tema de los nombres y los apodos, ya
costumbre en las conversaciones casuales. Se me ocurrió decirle que era muy
curioso que se llamara Jesús, pues me recordaba, o más bien, era inevitable
no pensar en alguien poderoso: Dios.
―Sí, estoy acostumbrado a eso. Ya sabes, las mamás y los nombres que le
ponen a uno ―dijo con humor.
―Jaja, ya sé. No les preguntan a los niños si quieren llamarse Buda,
Mahoma o Jesús. Ellas le ponen el nombre y ya. Aunque imagino que no es
incómodo si crees en Dios, en Jesús y así, pero si no crees, entonces no es
muy agradable.
Traté de mostrar cierto humor con una risilla rara para quedar bien. Solo
intentaba ser neutral en el tema.
Hablar sobre Jesús con otras personas, especialmente estudiantes, era para
mí algo complicado. Pues a veces hasta yo dudaba de lo que creía. Me
sorprendió su firme respuesta.
―En realidad, aunque ya es algo habitual que la gente comente algo sobre
Dios cuando les digo mi nombre, casi no me gusta, pues no creo mucho en
Jesús que digamos.
Se hizo la tensión enseguida. Si bien yo aún no le había hablado sobre mis
creencias, inmediatamente su respuesta puso en aprietos mi agitada mente. La
verdad era que yo me consideraba un cristiano promedio. No era perfecto,
pero tampoco estaba tan echado a perder. Creía en Dios y todo eso, pero
hasta ahí.
Por lo tanto, pensé en el modo más adecuado de sobrellevar aquella
situación, donde era evidente, debía lidiar con mis prejuicios hacia las
personas que no creían como yo y al mismo tiempo mostrar el amor de Dios
hacia las personas y mi amor como ser humano, atendiendo a los mandatos
cruciales de Jesús: amar a Dios sobre todo y a las demás personas como a mí
mismo.
Su respuesta había sido: “no creo mucho en Jesús que digamos”. Eso solo
podía significar dos cosas: que era un ateo en ciernes o que no sabía muy bien
lo que creía. Y aunque yo no quería dejar de creer en Jesús, quizás convenía
dejar de lado mis ideas sobre Dios por un momento para ganarme la
confianza de aquel Jesús, pues me convenía ser su amigo y tenerlo de mi
lado, para los exámenes, estudiar y toda la carrera en general.
No supe qué comentar, pues no tuve tiempo de armar una respuesta rápida
para salvar el momento incómodo que yo estaba padeciendo en mi cabeza.
Cuando él miró en mi mirada la preocupación y la angustia, pareció adivinar
todo lo que había estado pensando. Sonrió como si yo fuera un niño al que se
le atrapa en una travesura pueril.
―Es broma, Ever, claro que creo en Jesús, pues yo soy.

II

Eso de hacer amigos en la universidad no es cosa fácil. Todo es


competencia, al menos así nos han enseñado desde el ‘kínder garden’. Es
terrible ese modelo educativo basado en competencias, eso creo. “Gánale a tu
compañero, tú eres mejor: mujajaja”. Eso convierte la amistad en una manera
más amena de sobrellevar la escuela, pero solamente como recurso aparente,
pues en el fondo solamente deseas ganarle a los demás, superarlos y decirles
en su cara: “bola de perdedores, soy mejor que ustedes”. Vaya, menuda
tontería.
Aunque haya competencia interna, eso no significa que no puedas hacer
verdaderos amigos, pero no es tan fácil. Lo que sí es fácil es tratar de llevarte
con algunos compañeros para pasar la materia y hacer como que aprendes.
Mas eso de encontrar verdaderos amigos en la universidad, en primer año, al
menos para mí, es complicado. Pues para mí un amigo ―de verdad― es
alguien en quien puedes confiar tu propia vida sin pensarlo dos veces.
Alguien que esté dispuesto, incluso, a morir por ti. Por lo tanto, no, no tenía
amigos ni yo me consideraba amigo de nadie. Qué vida tan triste, verdad.
Pues así era, para qué mentir.
Y me sorprende pensar también en lo siguiente: aunque creía en Dios y
más de una vez había oído que Dios desea ser nuestro amigo, yo no
consideraba a Dios mi amigo. Por lo tanto, cuando Jesús, el del sándwich, me
dijo aquellas palabras, me quedé mudo y esquivé su mirada, sin verlo
directamente a los ojos, solo su cabello castaño oscuro y sus lentes. Esperé a
que soltara la carcajada y me dijera que también con esto bromeaba, pero no
lo hizo. Sino que parecía expectativo a mi reacción o que dijera algo por lo
menos. Entonces lo miré y vi que tenía una sonrisa contagiosa en sus labios,
estaba sereno, dando de mordidas a su sándwich que disfrutaba
profundamente. Entonces me asusté, sí, me asusté por pensar que sus últimas
palabras fueran verdad.
Yo sabía que era mi turno de hablar, él ya había soltado la bomba, me
tocaba manejarla ahora a mí. Lo único que se me ocurrió decir, para no
comprometerme mucho, fue:

―O sea, ¿cómo?
Esta respuesta, aunque tonta, corta y rara, me libraba de la pesada carga de
armar una respuesta mejor y le cedía el lugar a él; respondió:
―Todo lo que has pensado ha sido porque sabes que no bromeo. Pero
tranquilo, no te lo digo para que actúes diferente conmigo o te cohíbas. Por el
contrario, solo me interesa ser tu amigo, Ever Satién.
Y desplegó su sonrisota, nuevamente franca y amable. Al mismo tiempo
extrajo otro sándwich de la mochila negra y me lo ofreció. Lo tomé con mi
mano izquierda, con mi derecha comencé a tamborilear sobre mesa. Lo miré
directo a los ojos y supe que hablaba en serio.
―Ok, ok ―dije todavía desconcertado―. Entonces, ¿lo que me estás
tratando de decir es que has decidido manifestarte a mí solo para ser mi
amigo?
Sus ojos me contemplaron con dulzura.
―Sí, claro que sí. Desde hace mucho que te he estado haciendo la
invitación. Pero te has tardado mucho en responder y no es que sea
impaciente, Ever, solo que pensé que, si lo hacía de este modo, tal vez me
tomarías más en serio. ¿Por qué no ser amigos? Yo estoy muy interesado en
ti. Pero una amistad es de dos, así que no haré ninguna presión. Diré esto y
me iré lentamente: Aceptar ser mi amigo es tu decisión. Nos vemos en clase.
Tomó su mochila, se la colgó en el hombro izquierdo y se fue sin decir
más.

III

Había elegido Historia como la carrera a cursar. Me parecía sumamente


riquísima en conocimientos y hechos pasados que aclaraban el panorama de
cómo funcionaba el mundo de antes y el de ahora. Pienso que, si alguien
conoce la Historia, entonces también conoce el mundo. Ya se sabe eso de
‘quien no conoce su historia vuelve a repetirla’. Era algo que no mucha gente
entendía, pero a mí me parecía deslumbrante. Sonará exagerado, pero la
verdad es que uno siempre tiene que decir las cosas de manera exagerada
para que los demás se den una idea de la importancia del asunto.
La siguiente clase se llamaba Culturas Prehispánicas. Entré al salón y me
senté en mi pupitre. Estuve observando a Jesús con sumo cuidado. Él
permaneció sentado y siempre atento, tomando notas sin perder ningún
detalle de lo que decía el profesor Robles, que daba la clase de manera
magistral. Se veía que era un experto. Aunque también era muy estricto y no
perdonaba ni el sonido de una mosca en el salón. Hubo un silencio
ensordecedor.
Yo en lugar de poner atención al maestro, clavé mis ojos en Jesús. Miré
que se desprendía sus lentes para hacer algunas notas. Al parecer era miope.
Por un momento me dio coraje pensar que aquel muchacho de mi edad me
hubiera tomado el pelo con sus declaraciones en la banca, pues no existía
ningún registro de que Jesús, el auténtico, se anduviera presentando como un
joven de dieciocho años ni usara gafas ni mucho menos que fuera a la
universidad.
Cuando yo pensaba estas cosas, como si él me hubiera escuchado, volteó
hacia mí y me sonrió con complicidad, como si compartiéramos en secreto
alguna información; entonces, con sus ojos me indicó que mirara hacia el
pizarrón. Había levantado las cejas pronunciadamente y enseguida él miró
hacia el pizarrón. No le hice caso y seguí mirándolo, ceñudo.
Entonces oí la voz del profesor Robles diciendo mi nombre y preguntando
no sé qué cosa sobre un autor. Volteé hacia él, pero no respondí nada porque
no sabía nada.
―¿Cómo? ―fue mi tonta respuesta.
―Salga de mi clase, por favor ―me dijo viéndome a los ojos con una
furia de fuego, luego se dirigió al grupo― y desde ahorita les digo, jóvenes,
si alguien no pondrá atención a mi clase no tiene caso que esté aquí. ¿Qué
espera? ―me preguntó enérgico.
El profesor Robles era de esos maestros que se molestan con pequeños
actos de desobediencia, por lo cual explotan con facilidad y son temibles para
los alumnos. Así que no objeté nada y salí del salón en un santiamén. ¡Vaya
primer día de clases!
Fui a sentarme a una banca y ahí estuve lo que restaba de la clase,
esperando la última que era a las doce. Pensé en lo ocurrido y también en la
propuesta de Jesús. ¿Sería posible que él fuera quien decía ser y que estuviera
interesado en mi amistad?
Entonces, como quince minutos después, miré que Jesús había salido del
salón y venía hacia mí. Sentí cierto coraje hacia él, pero me calmé, pues
aunque él era el motivo por el que me había distraído, no era culpa suya que
yo me le hubiera quedado viendo como bobo sin atender al profesor Robles.
Aunque pensándolo bien, Jesús sí tenía algo de culpa, por sembrar en mí
la curiosidad con sus enigmáticas palabras y sus desconcertantes
declaraciones. Qué es eso de andar diciendo con toda seguridad que él era
Jesús. Quién no estaría atento a las acciones y movimientos de una persona
que te dice ser Jesús ―pero Jesús, Jesús, ya sabes― y que además quiere ser
tu amigo.
Yo penaba en esto debajo de un árbol, sentado en una banca, cuando Jesús
llegó.
―Ven ―me dijo, animándome con su mano a subirme a un árbol, donde
él ya se había subido. Aquel acto me pareció aventurero, así que también me
encaramé.
Lo vi con sus pantalones negros, su camiseta blanca y su suéter café. En
ese momento me confundí mucho porque creí que usaba una camisa azul,
pero no era camisa sino camiseta y era blanca. El suéter no sé a qué hora se lo
puso. Tal vez lo traía dentro de la mochila.
Arriba del árbol se ajustaba los lentes a cada momento. Su cara limpia y
sus ojos claros me hacían pensar más y más en lo que me había dicho y
también me hacían dudar de todo. Luego lo escuché dirigiéndose a mí con su
voz fuerte y clara:
―Qué pensaste ―dijo, alzando la mano y cortando unos mangos de aquel
árbol. Me aventó uno, y lo atrapé con dificultad, pues casi se me soltó―. ¿sí
o sí? ―sonrió.
―Una relación con Dios no es algo que tenga en este momento
―confesé―, pero que me encantaría tener… ―dije nervioso.
―Es una buena respuesta que precede a un buen comienzo ―dijo y no
dejó de sonreír.
Esperaba que yo siguiera hablando.
Aún con dudas en mi cabeza le dije:
―Tú ganas, pues. Este, es un… sí ―y me le quedé mirando a los ojos. Él
también lo hacía y me sentí muy extraño. Era como si pudiera ver todo mi
interior y era como si yo pudiera ver todo el universo en sus ojos.
Lo vi sonreír con una explosión radiante de alegría en su rostro y su
mirada.
IV

Qué puedo decir de mí: asisto a una congregación donde se habla de Jesús
como Dios. Estudio, o más bien, estoy comenzando a estudiar la carrera de
Historia. Trabajo por la tardes―noches como cuatro o cinco horas en una
cenaduría ―hasta que se vaya el último cliente―, soy mesero y le ayudo a
mi mamá, pues ella es quien está a cargo del changarro, digo, del negocio.
Descansamos de lunes a miércoles, es lo mismo que decir que trabajamos de
jueves a domingo. Es muy conveniente para poder ir al cine, ya que está más
barato ese día, para ahorrar.
Los sábados por la tarde jugamos futbol con algunos amigos. Los
domingos en la mañana asistimos al templo mi hermano, mi mamá y yo. Creo
en Jesús como Dios y antes de haberme encontrado con él en la escuela
nuestra relación era muy distinta. Sinceramente me había gustado verlo
siempre como amigo, pero no siempre lo hacía. Más bien mi concepto de una
amistad con Dios estaba muy alejado de lo que realmente era.
Estando arriba del árbol comencé a darme cuenta de lo equivocado que
estaba en cuanto a mi forma de percibir a Jesús. Ahí me llevé varias
sorpresas. Él comenzó a hablar:
―Sé que no ha sido fácil creerme, pero te animo para que tengas una
experiencia sin igual. Te propongo una amistad conmigo, si no te agrada
entonces me corres de tu vida y listo. Yo te aseguro que me iré así como
llegué.
―¿A qué experiencia te refieres?
―A que pasemos tiempo juntos, que conversemos, juguemos. Tengamos
algunas pláticas importantes. En fin, que compartamos todo lo que realmente
vale la pena de la vida. Estoy interesado en todo lo que a ti te importa, como
este mango, por ejemplo, ¿se ve rico, no?
Y lo mordió con fruición. Parecía disfrutarlo de verdad. Yo también mordí
el mío y el jugo me encantó, estaba fresco todavía porque no calentaba el sol
del todo. Yo no imaginaba que Jesús pudiera comportarse de esa manera tan
juguetona y sencilla.
―¿Qué dices? ―preguntó esta vez―, ¿te animas?
―Pues ―obviamente me interesaba, pero mi cabeza estaba hecha bolas,
dudando y sin saber qué pensar―, en realidad sigo intentando convencerme
de que esto es real. No es que dude que estés aquí, es tal vez que todo esto
aún es nuevo para mí. No entiendo muchas coas. Pienso que soy la persona
menos indicada para que Dios se me revele en su forma de Jesús. Creo que
me entiendes, ¿cierto?
―Sí, por supuesto que te entiendo. Y te entiendo muy bien. Yo sé que hay
paradigmas en tu cabeza que sencillamente te dicen que algo como esto no
puede ser real. Pero mírame, soy real ―hablaba con ternura, era amable y me
inspiraba mucha confianza.
―Lo sé. Y sé que no estoy soñando, al menos eso creo. E intento creerme
todo esto de verdad, persuadirme de que es real, que tú eres real y quien dices
ser.
―No te apures. Está bien, en realidad es necesario todo esto. Es necesario
que te persuadas, que te convenzas. Y eso también implica una participación
activa de mi parte. Te demostraré que soy real y entonces espero podamos
vencer juntos las grandes neblinas que hay en tu mente. Te dejaré solo para
que puedas tener claridad.
Y desapareció de mi vista.

El conserje de la Facultad me vio arriba del árbol y llegó con un perro


bravo que comenzó a ladrarme. El hombre dijo que bajara enseguida.
―Pero cuídeme el perro ―le pedí casi suplicando―. Les tengo mucho
miedo.
―No hace nada ―me aseguró―. Bájese ya.
Me llevó con el director y él me dijo que estaba prohibido subir a los
árboles y cortar frutos. Que me devolviera a casa y me presentara al día
siguiente. No tuve más remedio y así lo hice.
Me fui caminando a mi casa, pues tenía cosas que pensar.
―Ei, espera, espera ―oí una voz masculina a mis espaldas. Di media
vuelta y vi que era Jesús.
Venía agitado, todo colorado, sudando, con su mochila colgando de un
solo hombro y su suéter café amarrado por la cintura. Usaba una camiseta
negra. Eso me confundió mucho. Tal vez traía ropa extra en su mochila.
Me detuve y cuando estuvo cerca le reclamé:
―¿Cómo, primero me dejas solo y ahora me sigues?
―Lo siento ―dijo sincero―, ya iniciaba la clase y tú debías pensar en mi
propuesta. Por cierto ―su sonrisa floreció― ¿fue un sí o un no? ―parecía
muy entusiasmado por saber mi respuesta.
―Creo que comienzo a conocerte mejor ―dije con seriedad―. Tus
opciones siempre son sí o no. ¿Acaso no hay un ‘no sé’? ―yo estaba
desconcertado y cualquiera podría pensar que gritaba.
Su mirada adquirió un tono de tristeza. Me di cuenta que le hablé en tono
grosero. Pero yo sí estaba algo enojado y él debía saberlo. Si él era quien
decía ser, sabía muy bien que era mi sueño estudiar Historia y él como si
nada venía a provocar que me suspendieran durante ese día por subirme a un
árbol y comer mangos…
Pero… oh, rayos, estábamos ya en agosto. Había algo ilógico en todo esto.
Él me había ofrecido el fruto de un árbol que solo da en junio y julio. ¿Cómo
era posible? Al verlo con los ojos agachados me sentí mal.
―Discúlpame ―dije con sinceridad―, hablé sin pensar.
―Sí, lo hiciste ―volteó a verme―. Muy mal. Aunque tu valoración y
deducción son correctas. Para mí solo existe el sí o el no. Las personas
siempre saben si es un sí o un no. Lo demás no existe. Y tú no me has
respondido.

―Si te digo que sí, ¿qué se supone que ocurrirá?


―Lo que tú quieras ocurrirá ―dijo, y entonces se acercó a mí, pasó su
mano sobre mi cuello y comenzamos a caminar como buenos conocidos―.
Yo busco un amigo sincero, de corazón, que sepa que estoy dispuesto a dar
mi vida por él, siempre.
Sus palabras me pusieron la piel de gallina.
―Wow ―dije sorprendido―, siempre he creído que así son los
verdaderos amigos ―nos quedamos en silencio un momento. Luego
agregué―: la verdad me da pena contigo porque a pesar de todo, y ahora lo
confirmo, a pesar de todo lo que he visto y he vivido no estaba seguro de que
fueras real, es decir, dudaba de tu existencia.
―Ajá ―fue todo lo que dijo, como si esperara más palabras de mi parte.
―¿Qué, no dices nada al respecto?
―Ya lo sabía ―dijo sonriente―. Dime algo que no sepa ―añadió.
―Así qué chiste ―sonreí―. En realidad quiero creer que eres real. Que
no se trata solamente de un espejismo o una ilusión creada por mi mente.
¿Tienes otra forma de demostrarme que todo esto es real y que tú eres quien
dices ser?
Se quedó como pensando. Se detuvo un poco y luego siguió caminando.
Lo oí decir:
―Naciste un 16 de abril. Era un día soleado. Aunque eso no es tan
interesante como decirte que todavía a los seis años te hacías pipí en la cama.
Una vez, a los ocho años, le mentiste a tu mamá, diciéndole que irías con un
amigo tuyo a hacer una tarea, pero en realidad te fuiste a jugar futbol, por ser
tu deporte favorito. Te sentiste tan mal por eso. Tu color favorito es el azul
cielo, pero tienes un amor inexplicable por el verde. Quieres que el amor de
tu vida nunca te engañe como tampoco tú lo harás…
―Ok, ok ―lo interrumpí―. Sabes todo de mí. ¿Aun sabiéndolo quieres
ser mi amigo? Pues también haz de conocer mis errores y horrores.
Nuevamente lo vi sonreír.
―Yo sí. Aun sabiendo todo de ti, quiero serlo. Pero tú, aun sabiendo que
te conozco tal como eres, ¿quieres que lo seamos?
Mi corazón se moría por gritar la respuesta. Y la dije con alegría, pues no
había mucho qué pensar.
―Sí, está bien. Claro que sí, por qué no. Hagámoslo. Seamos amigos,
Jesús.
Él sonrió y no dijo nada por un momento.
―Tu respuesta me hace muy feliz ―comentó―. Aunque, siendo sincero,
tengo intenciones ocultas para ser tu amigo y no te las puedo declarar por
ahora ―dijo con voz misteriosa.
―¿Cuáles? ―pregunté intrigado.
―Te las diré después, no tiene chiste decirlo todo desde el inicio, ¿no
crees?
Me quedé pensativo, pero debía respetar su declaración. Sus palabras me
parecieron enigmáticas, pues nunca imaginé que Jesús tuviera intenciones
ocultas.
―¿Y por qué no puedes decírmelas ahora? ―pregunté entornando los
ojos.
―Podrías espantarte y ya no querer ser mi amigo ―levantó las cejas dos
veces.
―¿De verdad? Me intriga saber de qué se trata.
―No comas ansias. A su debido tiempo lo sabrás todo. Todito ―concluyó
y seguimos caminando.

VI
Durante el trayecto platicamos amenamente. La verdad es que aquel joven
que se autonombraba Jesús era muy ocurrente. Decía cosas tan sencillas y sin
chiste que jamás imaginé que Jesús dijera. Yo más bien pensaba que Jesús
era muy propio y que nunca hablaba de temas como el futbol o la hora de
tomarse las pastillas. Pensaba que con él solo se debía hablar de cosas
importantes y sobresalientes, no de temas sin chiste como meter la ropa o
pagar los recibos de la luz. Pero vaya sorpresa, él parecía más interesado en
esas pequeñas cosas que en otras.
Aunque también abordó cosas importantes que yo no me había propuesto
hablar. Me preguntó cuál era mi mayor miedo. Me quedé callado por unos
segundos.
―Existen varias cosas a las que siempre les he temido, como las legiones
de langostas, los alacranes, las alturas y las gallinas cluecas y coloradas.
Aunque ninguna de esas cosas me causa tanto miedo como la soledad.
―Te entiendo ―me dijo para mi sorpresa y por el tono de su voz supe
que era sincero―. Estar solo es aterrador. Pero debo decirte que hoy en día
eso es solo una opción. Tú eliges estar solo o no.
―Sí, ya sé ―le dije―, tú estás siempre con nosotros. Pero a veces las
personas no quieren estar contigo y tú no puedes obligarlas.
―Yo siempre querré estar contigo ―me dijo mirándome a los ojos―, no
necesitas obligarme.
―¿Por qué? ¿Por qué siempre estás dispuesto a ayudar, aunque a veces las
personas no desean ayuda?
―Sencillo ―me respondió, sonriendo con esa sonrisa sincera que tanta
tranquilidad me trasmitía― yo soy quien más te ama en este mundo ―y su
sonrisa creció aún más―. A que no me alcanzas.
Y echó a correr. Traté de alcanzarlo, pero no pude. Al contrario, me
tropecé y comencé a rodar por una colina empinada. Di vueltas y maromas.
Aterricé en no sé dónde y ya no pude levantarme. Sentí un dolor horrible en
mis piernas y mis manos. Comencé a gritar desesperado y a llorar como niño
desamparado.
Jesús llamó a la ambulancia y fueron por mí. Me sorprendí al oírlo hablar,
lo hacía desesperado. Me sorprendió que estuviera usando celular, o sea,
¡Jesús usando un celular!
―Tranquilo, ya vienen ―me consolaba mientras yo lloraba de dolor sin
poder levantarme.
VII

Me internaron y me dijeron la verdad: me había quebrado ambos pies y la


mano derecha. Cuando le preguntaron a Jesús qué parentesco tenía conmigo
él les dijo que era mi amigo. Más bien oí que decía: “Soy su amigo, pero lo
amo como un hermano”. Entonces me acordé de ese pasaje de la Biblia que
dice: “En todo tiempo ama al amigo y es como un hermano en tiempo de
angustia”. Ese sí me lo sé de memoria, está en proverbios 17:17. Pero luego
está otro que dice: “Y amigo hay más unido que un hermano”. Proverbios
18:24.
El doctor que me atendía le dijo que necesitaba la autorización de mi
madre para poder hacerme una cirugía en la pierna, pues necesitaban hacerlo
de inmediato.
Yo le había dado a Jesús el número de mi madre, así que ella no tardó en
llegar. Firmó lo necesario y me pasaron al quirófano. Yo estaba aterrado. Creí
que perdería las piernas.
Cuando entré en la camilla al quirófano, Jesús tocó mi mano y con sus
ojos llorosos me dijo:
―Estaré contigo en todo tiempo.
Sus palabras me reconfortaron y me dieron fuerza para enfrentar la
soledad que habría una vez que ya no pudiera verlo. Cuando se llevaba a cabo
la operación lo vi. Se disfrazó de auxiliar. Miré sus ojos cafés y llevó su dedo
índice a los labios para indicarme que guardara silencio. Confiadamente me
dormí y cuando desperté él estaba ahí todavía.
―Hablé con mamá Ruth, la convencí para que me dejara quedarme
contigo esta noche. Así ella podría descansar y tú no estarías solo. Me dijo
que me lo agradecía mucho, pues no tenía a nadie más. Solo me pidió como
condición que la mantuviera al tanto de lo que ocurriera contigo.
―Gracias, Jesús, por estar aquí y ser un gran amigo ―sentí ganas de
llorar.
―No hay nada que agradecer ―sonrió―. Te traje algo ―dijo contento.
De su mochila sustrajo un mango maduro que lucía delicioso.
―¿Cómo lo obtuviste? ―pregunté asombrado.
―Tú come, no preguntes. Pero rápido que ya viene la enfermera.
Me comía el mango tan rápido como podía cuando la enfermera llegó y
me descubrió.
―¿Quién le dio eso? ―me preguntó molesta.
Miré hacia donde estaba Jesús y en su lugar no había nadie.
―Un enfermero. El que se quedó a cuidarme.
―Soy la única persona que está aquí ―me aseguró desconcertada.

VIII

Quizás pensó que yo desvariaba.


Como ya me había acabado el mango solo me dijo:
―No vuelva a ingerir alimentos sin mi autorización.
Seguramente también creyó que le había mentido sobre el enfermero y que
yo había introducido de contrabando el mango. Cuando ella se fue, Jesús
salió de debajo de la cama. Se limpió las ropas porque tenía algo de polvo.
―Increíble, pero cierto. Hay polvo en los hospitales. Hace falta una
barridita debajo de las camillas, ¿no? ―se quitaba unas telarañas que traía en
el uniforme. Luego se acomodó bien los lentes.
―¿Por qué te escondiste? Se supone que estás autorizado para cuidarme,
¿o no? ―lo vi como si fuera un delincuente.
―Sí, sí, claro que sí ―y miraba en todas direcciones―. Pero ella me iba a
regañar, incluso a sancionar al saber que yo te di el mango. Más tarde te
traerán de comer y verás que el mango está más rico.
―No lo dudo. Bien sabes que el mango es mi fruta preferida. Dime algo,
¿tú puedes crear mangos de la nada? Ya sabes ―él entornó los ojos―, los
panes y los peces.
Solo soltó una risilla.
―Según la necesidad hay que actuar ―fueron sus palabras―. Y eso no
tiene nada que ver con tu fruta favorita. Solo sé que tenías ganas de comerlo.
Supe que sería bueno, así que, aunque lo creías difícil, incluso imposible, te
lo hice llegar. Pero descansa que mañana será un día largo. A ver, hazte para
allá, muévete ―y se encaramó a mi lado derecho, sin importarle mi estado de
salud ni mis vendajes ni las quebraduras ni los clavos en el codo y los pies.
Me echó un brazo por encima del pecho y parecía entrar en un sueño
profundo, pues fingía un ronquido suave y cadencioso. Luego su ronquido se
apagó y me dijo:
―No peso mucho, ¿verdad? ―pero sí pesaba mucho. Lo dejé ser.
Había en mi corazón una gran alegría por saber que él estaba ahí, tan junto
a mí. Cada cosa que ocurría a su lado solo me confirmaba que no se trataba
de un charlatán haciéndose pasar por Jesús. Al menos me daba cuenta que se
preocupaba por mí, aunque mi actual estado de salud en ese momento era
resultado de una caída aparatosa causada por la carrera a la que me invitó a
participar, aun sabiendo lo que ocurriría.
Solo esperaba que Ana Lucía no se enterara de esta situación. Se pondría
recelosa y posiblemente pensaría mal. Había olvidado avisarle que no pude ir
con ella ese día. Habíamos quedado en salir. A ver qué decía al día siguiente.
No había hablado con Jesús sobre esto. En realidad, no habíamos hablado de
muchas cosas. Ya habría tiempo para hacerlo.
Me quedé un poco pensativo respecto a Ana Lucía, pues ella no se toma
las cosas tan a la ligera. Y pensando en eso me fui quedando dormido.

IX

Varias veces entró la enfermera a hacer el rondín durante la noche. Supe


que se llamaba Rocío y tenía veinticuatro años. Imagino que nunca
descubrieron a Jesús, pues en la mañana cuando desperté ya estaba él de pie y
traía el desayuno consigo. Venía disfrazado de enfermero.
―Cómo amaneció el enfermito ―me dijo en tono juguetón, mientras
ponía los distintos contenedores sobre la mesita que estaba a un lado de la
cama. Yo lo veía y me reía, algo en mi interior rebosaba de alegría. Me
parecía increíble lo que estaba ocurriendo.
―Amaneció muy bien. ¿Y mi enfermero estrella cómo está? Es un
privilegio ser atendido por ti, Jesús.
Me miró de soslayo y sus labios formaron una sonrisa.
―Me complace mucho poder ayudarte ―dijo―. Come rápido que hoy te
darán de alta. Afuera está mamá Ruth esperando ―se detuvo y paró oreja,
como si oyera una conversación a la distancia―. El doctor le está diciendo
que pasaste muy bien la noche y que reaccionaste muy bien a la intervención.
Que en un rato más podrán darte de alta, pero eso sí, tendrás que guardar
absoluto reposo ―dijo como un mandato.
El doctor le dijo a mi mamá que en cuatro semanas aproximadamente
podría reincorporarme a mis actividades normales. Eso incluía la escuela y el
futbol. Ahora sí me convertiría en un gran ‘paciente’.
Horas después me pasaron de la camilla a una silla de ruedas. Jesús me
empujaba por el pasillo. Le dije a mi mamá que Jesús nos acompañaría a la
casa.
Cuando llegamos tuvimos una pequeña dificultad.
No había rampa en mi casa, por lo tanto, Jesús le dio media vuelta a la
silla y la jaló en reversa para subirme a la banqueta. Luego entramos a la
casa.
En el interior había otro problema. Mi recámara estaba en el segundo piso,
así que Jesús usó la misma estrategia anterior, me subió escalón por escalón
jalando la silla hacia atrás. Comenzamos a subir y al fin logramos estar
arriba. Le dije a Jesús que mi recámara era la de la puerta izquierda y
entramos a ella.
Había dos camas y abundante luz que entraba por las ventanas. Una era
mía y la otra de mi hermanito Adrian. Él tenía nueve años e iba a la primaria
que estaba cerca de mi casa, la cual se llamaba 16 de septiembre.
Jesús me cargó en sus brazos y me puso en la cama. Me acomodó los pies
con mucho cuidado a lo largo del colchón. Mamá Ruth veía enternecida ese
acto de Jesús y lo consideraba el más estupendo amigo que yo hubiera podido
tener.
―Todas las casas deberían tener una gran rampa o al menos un elevador,
pues nunca se sabe cuándo se necesitará ―comentó mamá Ruth.
―Así es ―coincidió Jesús―. Bueno, al fin en casa. Me iré, las clases ya
deben estar por terminar. Veré si alcanzo la última. No debemos dejar
apuntes pendientes. Te mantendré al tanto de cualquier cosa. Te veo más
tarde ―me guiñó un ojo y se fue.
Mi mamá entró y me dijo:
―Te traeré comida, mi vida ―me dio un beso y se marchó.
Entonces me quedé solo. Solo de nuevo, sin amigo, sin nadie.
Después de unos minutos mamá regresó y dijo:
―Tu amigo es un encanto. No quiso cobrarme nada por todo el apoyo que
nos brindó. Dijo que volvería por la tarde. Alguien vino a verte. Está abajo…
―¡Hola! ―interrumpió una voz dulce entrando por la puerta, era Ana
Lucía.
Aunque sonreía, yo conocía aquella mirada de pocos amigos.
Mamá salió y nos dejó solos.
―Esto no se hace, Ever ―dijo Ana con seriedad.
PARTE II
I

Ana y yo habíamos quedado en vernos el día anterior, pero por el


accidente no la pude ver ni tampoco avisarle. Mi mamá me informó que Ana
estuvo llamando.
―Pasa ―le dije. Ella corrió hacia la cama y me miró de pies a cabeza.
―Pero qué pasó, chiquito ―así me decía en casa y cuando íbamos a otros
lugares me decía de otra forma; al verme, su mirada y sus palabras cambiaron
de tono, su previo enojo pareció disiparse―. Estuve muy preocupada porque
no llegaste ayer a nuestra cita. Qué pasó, a dónde fuiste, con quién estabas,
por qué te caíste.
No sabía si decirle que se me fue el tiempo hablando con Jesús. Tal vez
era mejor no tocar ese tema por el momento. No podía hablarle sobre Jesús
como amigo de la escuela ni tampoco como amigo del cielo. Ana Lucía es la
clase de chicas que no cree que alguien pueda tener una experiencia así con
Jesús. Así que le dije con calma:
―Después de salir de la escuela me caí y rodé un poco, bueno
―corregí―, mucho, de tal modo que choqué con algunas rocas fuertes y me
fracturé, en realidad me quebré. No recuerdo todo lo que pasó después.
Alguien llamó a la ambulancia y me trasladaron al hospital donde me
internaron y me hicieron una cirugía.
Aquellas palabras la habían dejado impresionada.
―¿Quién te acompañó al hospital? ―preguntó enseguida.
―Un amigo ―respondí como no dándole importancia.
―¿Qué amigo? Pásame su whats, quiero saber todos los detalles, chiquito.
Cómo se llama tu amigo.
―Ayer fue el primer día de clases, apenas lo conocí, pero fue muy amable
al llamar a la ambulancia. Se llama Jesús.
―¿Jesús? Así como Jesús, tú sabes.
―Sí, exacto. Es lo mismo que yo le dije.
―Bueno, ya me lo presentarás, chiquito. Solo yo podré saber si es un
amigo que te convenga o no. Ay, chiquito, que lastimado te miras ―parecía
muy afligida.
Y pasó todo el día conmigo. Me habló de sus amigas y de sus enemigas,
especialmente de una a la que le tenía mucha tirria, se llamaba Annabella.
Creo que por tener ese nombre ya la odiaba; le molestaba que alguien tuviera
un nombre así. Al parecer iban juntas en la carrera de nutrición, mas la
rivalidad entre ellas llevaba varios años, desde la primaria.
Ana Lucía aseguraba que Annabella le tenía envidia por ser bonita. Que le
hacía la vida imposible en clases, pues cuando ella daba alguna opinión, su
rival siempre buscaba dejarla en vergüenza con una opinión más
sobresaliente. Según Ana Lucía era Annabella quien la odiaba a ella, quien le
tenía coraje; en cambio, por su parte no existía ningún interés en la otra chica.
Buena parte de la tarde me habló sobre ella. Según la detestaba y lo
curioso es que Annabella era su tema de conversación. Me hablaba de lo
bonita que era, de lo mucho que presumía, que era una arribista, una buscona,
pues según Ana Lucía, la otra chica cambiaba de novio como cambiarse de
ropa. Que hoy andaba con un muchacho y mañana con otro. Yo, como su
amigo y novio tenía que oírla, pues ella se estaba desahogando conmigo. Me
confesó que de eso me quería hablar el día anterior en la cita, pues traía muy
atravesada a la tal Annabella.
Yo había invitado a Ana varias veces al templo, pues era más que evidente
la urgencia de Dios en su corazón, especialmente la amistad de Jesús con ella.
Cuando él regresara le pediría algún consejo. Sin embargo, hasta la fecha,
ella nunca me había acompañado, siempre le salían tareas ese día y a esa
hora. En los dos meses que llevábamos tratándonos y un mes de supuesto
noviazgo ella solo se preocupaba por sus problemas y sus intereses. Solo ella
era la importante y la estrella de nuestra relación.
Antes de que fueran las cinco tuvo que irse, pues iría con su mamá a hacer
algunas compras. Se despidió de mí. Me dio un beso en la mejilla y se fue.

II

Solo contaba los minutos para que Jesús regresara. Veía por la ventana a
ver si acaso venía por la calle o la banqueta, pero no. Ya era tarde y el tiempo
suficiente para que volviera. Obviamente que sabía cómo llegar. Entonces
recordé que era nuevo en la ciudad.
No tuve que esperar mucho. Pues escuché que puerta de la entrada de la
casa se abrió y luego oí la voz de Jesús saludando a mi mamá, quien
preparaba algo de comida. Le dijo que yo estaba todavía arriba. Mamá Ruth
lo dijo de un modo sarcástico. “No ha ido a ningún lado todavía”. Y se rieron.
Luego Jesús subía las escaleras, chiflando.
Me emocioné mucho por verlo abrir la puerta. Desde el día anterior no nos
habíamos separado, excepto en la noche, cuando me dormí. Entró al cuarto y
sus ojos se iluminaron al verme.
―¿Cómo sigue el enfermito? ―preguntó y yo estiré mi comisura, dejando
ver una sonrisa discreta.
―Disculpa, pero para ser quien dices ser has tardado mucho en llegar
―dije con seriedad y tristeza.
―Acostúmbrate ―fue todo lo que respondió, acercándose y saludándome
con un zape en la cabeza.
―Lo intentaré, pero de verdad que te extrañé mucho, Jesús ―le dije tan
sincero como pude.
―No debiste extrañarme, no era necesario. Con una sencilla oración me
habrías podido llamar y listo.
―¿De verdad? ¿Habrías llegado enseguida?
―Ever, físicamente estuve ausente, pero espiritualmente nunca me fui.
¿Puedes creerlo? ―mi miraba con sus intensos ojos cafés.
Me quedé callado, masticando sus palabras. Luego entendí.
―Entonces, técnicamente, ¿la culpa de sentir tu ausencia es solo mía, por
creer que estabas lejos?
―Creo que vas entendiendo ―y con su rostro asintió.
Platicamos sobre esto de la ausencia y como es que la mente es muy
poderosa, capaz de creer o no muchas cosas.
―Todo depende de lo que queramos creer ―afirmé―. A mí me
encantaría que nunca tuvieras que irte.
―Concedido ―dijo tronando los dedos y se rio―. Hazme un favor para
que tu deseo funcione: tenme siempre presente en tu mente y jamás me verás
partir. Ever, todo el tiempo estaré contigo tanto como tú quieras. En realidad
tú tienes el control sobre nuestra relación de amistad.
Y me tomó la mano, dándome un pequeño apretón. Luego me miró con
unos ojos profundos. Yo suspiré y le dije:
―Estar cerca de ti es algo peligroso ―declaré como una máxima
importante―. Cuando te ausentas se siente con mucha fuerza que haces falta.
Haberte conocido y saber que eres real es lo mejor que me pudo pasar, pero
ahora tengo miedo de hacer algo que pueda provocar que te vayas.
―Tranquilo ―me dijo susurrando y palmeándome la espalda―, nada de
lo que hagas provocará que me vaya, no temas por eso. Y gracias por el
cumplido. Sé que no estuviste completamente solo. ¿Quieres que hablemos
sobre Ana Lucía?

III

Tengo más de dieciocho años y creo que a esta edad uno ya puede darse
cuenta si una chica es o no el amor de su vida. Según yo Ana Lucía era el
amor de mi vida. La conozco desde que vivía en una colonia cerca de la mía.
La amé desde que la vi. Es la chica más hermosa del mundo. La amo con
todo el corazón y no creo que vaya a conocer a una muchacha mejor que ella.
Tiene todo lo que pido en una mujer: es bellísima, creativa, tiene un carácter
que me intimida, pero al mismo tiempo me gusta mucho. Es maravillosa.
Para muchos seguramente estoy exagerando, pero a veces es necesario
exagerar las cosas para que las personas puedan darse una idea de lo que
estoy hablando. Es hermosa y me encanta oírla hablar.
Quisiera que me acompañara al templo para que mi mamá no vea mal
cuando le diga que quiero casarme con ella.
Le platiqué todo esto a Jesús y él me escuchó atentamente. Nadie me había
puesto tanta atención como él lo hacía. Estaba pendiente de cada palabra y
cada gesto de mi cara. Me sorprendía su paciencia. Era como si pudiera
estarme escuchando durante toda la vida y eso no lo cansara.
Me imagino que cuando de verdad quieres a alguien eres capaz de oírlo
aunque diga puras cosas sin importancia. Eso demuestra cuánto amo a Ana,
pues puedo escucharla todo el tiempo sin cansarme. Aunque a veces me he
quedado dormido al teléfono. Y acá entre nos, como dos o tres veces he
puesto una grabación que se repite cada veinte o treinta segundos, que dice:
“Ajá, sigue, te escucho”. Y Ana ni cuenta se había dado, cosa que espero
nunca ocurra, sería muy vergonzoso y la haría enojar mucho.
Pero Jesús estaba ahí, en persona, al pendiente de todo lo que yo decía y
hacía. Entonces le pregunté:
―Tú ya sabías que te diría todo esto, ¿verdad?
―Sí, por qué.
―Me gustaría saber por qué me oyes con tanta atención.
―Porque me importas. Me importas de verdad. ¿No te agrada?
―preguntó amable.
―Claro que sí, muchísimo ―admití sonriendo―. Y te lo agradezco.
Nadie me había oído con tanta atención como tú. Todos me dicen que estoy
endiosado o algo así con Ana. Que reaccione, que aterrice. Que ella no es la
indicada para mí. Pero pienso que todos ellos son envidiosos o tienen coraje
porque la chica más hermosa del mundo se ha fijado en mí. Tú en cambio
solo me oyes y me comprendes. Eres muy bueno, Jesús.
Y sonrió ampliamente, pero no dijo nada.
―Tú también conoces a Ana ―continué―. Y tú eres Dios, sé que lo que
tú opines de ella es diferente a lo que opinan los demás. Tú amas a Ana tanto
como a mí. ¿Cierto?
―Sí, es cierto.
―Entonces, qué opinas sobre ella. ¿No es acaso la mejor chica del
mundo?
Sinceramente creí que Jesús me diría lo que yo quería escuchar, pero fue
todo lo contrario, al grado de que ya no quería que siguiera hablando porque
me ponía triste.

IV
―Amo a Ana tanto como a ti. Y también morí por sus pecados para
salvarla. Pero ella actualmente no está interesada en mí. Te digo esto no
porque quiera exponerte su vida, sino porque sé que tú estás sumamente
ilusionado con ella y tu ilusión es sincera. Lo que siente tu corazón es muy
fuerte y piensas que tu verdadera felicidad es al lado de ella. Pero antes de
continuar quiero preguntarte una cosa: ¿estás dispuesto a seguir
escuchándome, aunque las cosas que te diga no endulcen tu oído?
Me quedé en silencio. Mi respuesta, obviamente, era no. Pero temía
decírselo, ofenderlo. Si aquel joven realmente era Jesús y quería ser mi
amigo, yo entendía que él quería lo mejor para mí, aunque yo no lo viera así
por el momento. Por otra parte, si no era Jesús y había estado mintiendo
durante todo ese tiempo (cosa que había hecho muy bien, pues ya no me
gustaba la idea de que no fuera Jesús, pero debía sopesar igualmente esa
idea), sus motivos para decirme aquellas palabras eran engañosas,
fraudulentas. Sin embargo, algo en mi corazón me decía que él era quien
decía ser. Negarlo era solo para evitar que me siguiera diciendo cosas que no
me gustaban. Pero si yo admitía que él era quien decía ser, entonces también
debía admitir que tenía razón en lo que decía sobre mi relación con Ana.
―¿Qué piensas? ―lo oí preguntarme.
―Tú sabes lo que pienso ―respondí en voz baja y sin mirarlo a los ojos.
―Salgamos ―dijo sin más y me tomó en brazos, sentándome en la silla
de ruedas. Luego me bajó por las escaleras despacio, en la misma posición
como me subió, pero ahora íbamos hacia abajo.
Le avisó a mi mamá que no tardábamos y nos fuimos a la calle.
Me llevó al parque más cercano. En el trayecto permanecí callado. Él
buscó una buena sombra de árbol. Encontramos una debajo de unos
frondosos robles. Ahí había una alargada banca de madera. Se sentó y me
colocó a su lado. Tocó mi mano y me hizo reaccionar:
―¿Qué pensaste en el camino hacia aquí? ―había luz en su mirada y
ternura en su voz.
Yo sentí que reaccionaba de un sueño profundo.
―Confío en ti. No dudo que seas quien dices ser. Solo que algunas cosas
me gustaría decidirlas por mí mismo.
―Respeto tu decisión. Pero deseo hacerte la siguiente proposición y me
gustaría que juzgaras por ti mismo. ¿Crees que no puedo ser un buen
consejero a pesar de que sé todas las cosas? Sé, por ejemplo, lo que podría
ocurrir si tomas una decisión u otra. Conozco todas las probabilidades, las
consecuencias, los resultados. Todo. Y tienes acceso a esa información si así
lo deseas.
Aquella objeción me desarmaba. Si él lo sabía todo, también sabía lo que
me convenía y lo que no.
―Ever, ¿por qué crees que quiero ser tu amigo?
―Pues… ¿porque me amas? ―me di cuenta que respondía de un modo
muy seco. Algo en mi interior se había puesto a la defensiva y le estaba
respondiendo a Jesús de modo cortante o al menos de un modo muy serio.
―¿Solo por eso? ¿Qué significa que te amo?
Pensé sin mirarlo a los ojos.
―Que te preocupas por mí. Que te interesan mis cosas, mis problemas,
mis mañanas y tardes. Que te importo y deseas lo mejor para mí.
―Ahora dime algo, sabiendo todo esto y entendiéndolo. ¿Prefieres que no
intervenga en tu relación con Ana?
Volví a quedarme callado. Me respuesta sería una puerta abierta o cerrada
para Jesús. ¿Y quién era yo para no dejarlo participar en mi vida?
―Sé lo que vas a decirme ―respondí luego.
―¿Qué voy a decirte? ―preguntó en tono tranquilo, sin dejar de ser tan
lindo.
―Que me aleje de ella, que no me conviene.

―¿Por qué crees que diré eso? ―me preguntó serio y compasivo.
―Porque no es cristiana.
Lo vi arrugar la frente un poco.
―¿Qué significa ser cristiano?
Cuando hizo esa pregunta tuve unas inmensas ganas de llorar y no sabía
por qué. Era la presencia de Jesús, sus ojos, su voz y su mirada que me
embargaban de una calurosa emoción. Y un sentimiento oprimido en el pecho
quería salir a flote.
―Mira ―me dijo, como queriendo cambiar un poco de tema, sabiendo lo
que yo sentía―. Recuerdas cuando te dije que mi interés por ti ocultaba una
intención.
―Sí, claro que la recuerdo.
―Esa intención es lo que está ocurriendo ahora mismo. Quiero intervenir
en tu vida. Quiero ayudarte a tomar decisiones correctas. Quiero influir en ti.
No te la dije antes porque quizás no ibas a querer aceptarme, pues a lo mejor
no estarías dispuesto a dejarme participar en tus decisiones. Pero no hay más
secretos. Quiero involucrarme en tu vida, en tus decisiones, no para llevarte
la contra y hacerte la vida difícil. Por el contrario, quiero intervenir para que
tomes las mejores decisiones y todo sea más sencillo para ti en la vida. Pero
tal vez tú no quieras eso. Ahora me gustaría que, sabiendo esto, me dijeras
que significa para ti ser cristiano.
―Es… amarte y obedecerte.
Él sonrió. Su sonrisa me ponía la piel de gallina.
―¿Por qué obedecerme?
―Pues porque… tú eres Dios.
―A ver, a ver, qué significa que yo sea Dios ―su rostro expresaba una
duda genuina.
―Vamos, Jesús, el interrogatorio es pesado y no soy muy brillante que
digamos. Tú sabes todas mis respuestas.
―No se trata de lo que yo sé ―comentó con paciencia, queriendo
ilustrarme con una verdad desconocida para mí―, pues sé muchas cosas, sino
de lo que tú piensas sobre mí. No es lo mismo que yo lo sepa a que tú lo
sepas. Tal vez yo sé tus respuestas, pero, ¿tú las sabes? ¿Antes te has hecho
estas preguntas?
Reflexioné un poco.
―No que yo recuerde. Pero voy a ser sincero entonces… pienso que estoy
tratando de evitarte. De esquivar lo que quieres decirme si ello va contra lo
que yo quiero escuchar ―mi respiración estaba agitada.
―¡Bravo! ―dijo efusivo, poniéndose de pie y batiendo las manos.
Algunas personas que caminaban alrededor lo miraron y yo me escandalicé,
jalándolo para que volviera a sentarse. Lo hizo riéndose―. Al fin te das
cuenta. Y me alegra que lo reconozcas. No pasa nada, no tiene nada de malo
que lo reconozcas. Ya sabía que ese era el problema. Y ahora que hemos
avanzado un poco, pregunto, pequeño Ever, ¿prefieres que dejemos el tema
para otro momento o quieres enfrentarlo ahora mismo? Algo no anda bien en
ese corazón ―me miraba con dulzura.
Entonces las lágrimas que acechaban se me desprendieron de los ojos, no
supe la razón exactamente. Lo que él dijo me conmovió. Además miré su
rostro sereno y compasivo. Solo me vio llorar y esperó. Llevé mis manos a
mis mejillas y traté de enjugar mis lágrimas.
―Ever, ven ―y me abrazó en la silla.
A mí me hacía mucha falta ese abrazo. Luego me tomó de las manos y me
dijo que me levantara. Yo, contra todo sentido lógico, me aferré a la silla,
pero luego entendí que estaba a su lado. Me jaló despacio y mis pies tocaron
tierra. Para mi sorpresa no me dolía el pie ni el brazo. Era como si nunca me
hubiera quebrado nada. Me puse de pie.
―Así sanaremos ese corazón, como sanarás esas piernas y ese brazo
quebrado. Ever ―me dijo, invitándome a caminar―. No quiero romper tus
ilusiones, tan solo deseo evitarte el sufrimiento. Ever, jamás te mentiré.
Jamás te haré daño, jamás te lastimaré. ¿Me crees?
Me miraba buscando mis ojos. Cruzamos nuestras miradas. Aquella era la
mirada más sincera que había visto en toda mi vida.
Yo pensaba en lo que Jesús me diría, que Ana Lucía no me convenía, que
ella no buscaba a Dios, ni siquiera por compromiso conmigo. Que los frutos
que estaba dando en su vida no correspondían a los de una chica que me fuera
a hacer feliz. Pero yo la amaba y tan solo pensar en que debía dejarla me
llenaba de miedo y terror. A quién hacerle caso, ¿a mi corazón o a mi amigo
Jesús?

VI

Él me sentó junto a él en una banca y me dejó llorar un momento. Abrí


mis ojos y él no estaba. Lo vi ayudando a una señora a cargar unas bolsas.
Luego auxilió a un niño que se cayó de una bicicleta. Regresó y me encontró
con mis ojos llorosos:
―A veces es necesario dejar el trono par a ayudar a otros.
De sus ojos brillantes y vidriosos bajaban algunas lágrimas y no entendí
nada.
―¿Por qué lloras? ―le pregunté.
―¿Por qué lloras tú? ―me devolvió la pregunta y yo no estaba preparado
para esa maniobra. Me dejaba sorprendido su cambio de escenario.
―No vale, yo pregunté primero ―dije, más calmado, pero aun
lagrimeando.
Él secó sus lágrimas con su brazo y luego hizo lo mismo con mis ojos.
―Aunque fui a ayudar a otras personas, también quise ayudarte a ti.
―¿Cómo?
―Te ayudo a llorar. A sacar todo lo que hay dentro. Y lloro porque tu
pena también es mía. Cuando me dijiste que sí querías ser mi amigo, tus
problemas pasaron a ser mis problemas, tus preocupaciones mis
preocupaciones, tus alegrías las mías y también tus dichas y desdichas. Así
como también todo lo que te importa y lo que no. ¿Tú por qué lloras?
―Temo enfrentar tu verdad. Y quiero sacar un poco del dolor que siento
por toda esta situación. Y también temo que lo que tú me digas no me guste
―lo dije al fin y me sentí aliviado.
―Es bueno que lo digas, que seas sincero conmigo y contigo. Así te
conoces mejor. Yo sabía que todo esto pasaría, pero tú no.
Me ayudó a caminar un poco por el medio del parque. Había árboles muy
altos y muchas variedades de plantas. Caminábamos y aunque era bello el
paisaje alrededor, nada me parecía más exquisito y asombroso que verme
caminando junto a él. Lo escuché decir:
―Es bueno que tengamos estas conversaciones. Somos amigos. No
tenemos que estar de acuerdo siempre. Te propongo que hablemos de esto
cuando estés preparado, ¿qué dices?
Que él lo propusiera era diferente. Y se lo agradecí.
―¿Cuándo estaré preparado para hablarlo? ―quise saber.
―Tú lo decidirás y lo sabrás. Yo respetaré tu decisión.
―Gracias, Señor… ―no le había dicho Señor hasta ese momento. Algo
en mí me había causado una enrome emoción. Entonces me le colgué del
cuello y lo abracé con fuerza. Yo estaba sonriendo y sabía que él también.
Comprendí en ese momento que yo no estaría bien hasta que enfrentara
ese tema, pero le agradecía mucho a Jesús que no lo abordáramos por el
momento. Recordé lo que me había dicho momentos atrás: “algo no anda
bien en ese corazón”.
Me miró a los ojos como descubriendo mi pensamiento.
―Mira, ―me dijo―, sé lo que piensas ahora y te pido una cosa, que no te
atormentes, que no te preocupes, yo estoy aquí y tengo todo bajo control. No
quiero nebulosas estropeando la paz de mi amado Ever, de acuerdo. Dime
que lo harás, que tendrás paz, tranquilidad, calma. Que no dejarás que ningún
pensamiento incómodo te desestabilice, ¿sí? Si me lo permites yo me haré
cargo de todo lo que tú necesitas. En todos los sentidos. ¿Qué dices?
―Pero… cómo, ¿cómo tengo paz entonces?
―La paz es una decisión basada en la confianza que me tienes a mí. ¿Me
comprendes?
―¡Sí! ¡Sí! ―respondí contento, lo estaba comprendiendo bien―. Está
bien. Confiaré en ti plenamente. Eres lo mejor que me ha pasado.
¿Qué más le podía decir al Señor de todo?
Me volvió a abrazar y algo en mi interior disfrutó de una paz hermosa.
Luego le dije:
―Oye…
―Sí, el sábado hay futbol y quieres ir. Está bien, yo te acompañaré para
que veas jugar a los chicos.
―Me leíste la mente…
―Un poco. Y sí, también jugaré por ti, tal como ibas a pedírmelo ―me
miró sonriendo.
Sonreí y me sentí tan pequeño por estar frente a aquel maravilloso ser. Era
sin duda un milagro que él estuviera ahí, junto a mí diciéndome aquellas
cosas.
―Ahora ―comentó― hay que volver a casa. Es bastante tarde y debo
regresar a casa también. Mañana vendré a verte otra vez después de clases.
Aquella noticia ensombreció mi rostro. Luego una idea hizo brillar mis
ojos.
―¿Te gustaría quedarte en casa?
―¿Quieres que me quede?
―Con todo mi corazón ―confesé emocionado―. No creo que haya
problema por mamá. Al contrario, se me ocurre que ahora que estoy
indispuesto nadie le podrá ayudar en la cenaduría. Y si le digo que en lugar
de contratar a alguien más te contrate a ti. Ah ―expresé un rostro de alegría,
lo comprendía todo―. Las cosas se acomodan de manera perfecta. Solo es
cuestión de hablar con mamá. Preguntarle si te da trabajo y hospedaje en la
casa; tú le pagarías renta a ella. ¿Planeaste todo esto? ―pregunté frunciendo
el ceño.
―¿Qué? ―dijo como ofendido―. ¿Crees que planee que te quebraras
para cambiarme a tu casa y trabajar con mamá Ruth en la cenaduría? Oye,
¿esa idea tuya en qué clase de Dios me convierte?
Comprendí que lo estaba acusando de algo cruel.
―Perdón ―le dije arrepentido―, no fue mi intención. Solo que todo
coincide.
Pero se rio, perdonando mi imprudencia.
―Creo que aquí el de la mente retorcida para pensar mal de mí es otro.
Está bien, estás disculpado, señor maquinador de catástrofes y creador de
dioses perversos ―cuando dijo eso se comenzó a reír.
Yo comencé a sentir que mis piernas me dolían otra vez.
―¡Oh! ―me dijo― creo que ya son las doce y la carroza se hará
calabaza. Vamos a sentarte porque ya no podrás estar de pie. No vamos a
alterar la realidad, vamos a dejar que la naturaleza de tu cuerpo siga su curso.
Por esa ofensa ya no podrás estar de pie ―dijo con sarcasmo.
―Ay, no ―me lamenté―. Me gustaba la idea de estar bien otra vez.
―Fue solo un momento. Algo necesario para conversar. Ahora que lo
hemos hecho, volveremos a las cosas como estaban. O acaso, ¿dentro del
dolor ya no vas a confiar en mí ni me vas a querer?
―Claro que voy a seguir confiando en ti y te voy a seguir queriendo ―le
dije y sonreí, sentándome nuevamente en la silla de ruedas.
Sin objetar acepté lo que él decía y volvimos a casa.
Llegando hablamos con mamá Ruth acerca de que Jesús se quedara en la
casa. Por ella no hubo ningún problema. Jesús se despidió y prometió volver
en la tarde.
Un rato después llegaron unos chicos del templo, venían a visitarme.

VII

―¡Sorpresa! ―oí que decían.


Eran mis amigos de la iglesia. Estaban casi todos en la alabanza. Traían un
rico pastel de galleta maría. Mamá Ruth lo metió al refrigerador para que no
se fuera a derretir. Era bueno ver a los chicos.
Me sentí muy bien de que hubieran venido. Eran cinco: Joseph, Tina, Aby,
Emi y Elena. El grupo de amigos se componía de tres hombres y tres
mujeres. Ellas: Tina, Aby y Elena. Ellos (nosotros): Joseph, Emi y yo.
Ellos tomaron asiento en la sala y me pusieron a mí en la silla de ruedas,
con mis vendajes y todo. Me preguntaron qué me había pasado. Conversamos
sobre todas las cosas que se preguntan cuando uno sufre un accidente. Cómo,
cuándo, dónde, qué se sintió, qué pasó después, etcétera.
Les dije que un amigo mío, llamado Jesús, había estado conmigo durante
mi estancia en el hospital. Les comenté que a lo mejor se iba a vivir a mi
casa, pues estaba rentando y ahí en casa mi mamá solicitaba a alguien para
que le ayudara en la cenaduría mientras yo me recuperaba.
Mis amigos estuvieron hasta las nueve y luego se fueron. Para despedirlos
intenté levantarme un poco de la silla, pero un dolor atroz me invadió.
Dijeron que volverían al día siguiente. Antes me subieron al cuarto. Les dije
de qué modo lo había hecho Jesús y Joseph y Emi se hicieron bolas, casi me
suelto cuando íbamos llegando a la parte más alta de la escalera. María y
Aby, las más miedosas, gritaron como locas. Al fin todos reímos de lo
ocurrido. Un momento después se despidieron y se marcharon.
Yo me quedé solo en mi cuarto y estaba desesperado porque Jesús no
regresaba. Se me hacía eterno que tardara tanto.
Ese día no abrió la cenaduría. Los clientes fueron muy comprensivos y
cuando mamá les explicó la razón, ellos le desearon mi pronta recuperación.
Mamá me llevó algo de comer al cuarto.
―Haremos una excepción durante estos días ―dijo mamá ante el reclamo
de Adrian, pues ella nos tenía prohibido comer en la recámara.
―Pues yo también quiero comer aquí ―dijo Adrian, en tono enfadado.
―La excepción es solo para tu hermano ―contestó mamá. Adrian no
parecía muy contento. Mamá salió comentando que alguien llamaba al
timbre, seguramente otro cliente que deseaba saber por qué estaba cerrado esa
noche.
Adrian me veía. Acababa de volver de casa de un amigo suyo llamado
Mario. Me observaba y me preguntó:
―¿Te duele mucho?
―Si intento moverme sí.
―A ver ―dijo, e intentó montarse sobre mí. Traté de apartarlo con mi
mano sana, pero Adrian no era nada liviano y sí bastante fuerte. Estaba
aferrado a mí.
―No hagas eso, Adrian ―dijo Jesús, entrando por la puerta. ¡Mi salvador,
al fin regresaba! Nuevamente la calma se apoderaba de mí―. Cuando Ever
esté bien podrás jugar con él ―le dijo, tomándolo por las axilas y
colocándolo en el suelo.
Adrian lo abrazó de la pierna izquierda. Parecía muy contento de que
estuviera ahí. Mientras mi hermano se aferraba a la pierna de Jesús, él me
sonreía, complacido por la muestra de afecto de Adrian. Mi mamá le dijo que
Jesús me había ayudado y que estuvo conmigo durante todo ese tiempo.
Adrian peleaba mucho conmigo, pero en el fondo me amaba tanto como
yo a él y si sabía que alguien me había ayudado, él sentía cierto afecto por esa
persona. Aunque tratándose de Jesús, eso me hacía pensar que de algún modo
Adrian sabía quién era Jesús.
―Oye, bonito ―le habló Jesús a mi hermano ―me dijo tu mami que
fueras con ella.
Adrian salió sin chistar y nos quedamos solos.
―Traje un poco de leche y pan para cenar. Bueno, para después de las
enchiladas. Aunque claro, las pagaré con trabajo, nada de regalármelas. Veo
que mamá Ruth ya te atendió.
Así le decía él a mi mamá: mamá Ruth.
―Gracias por ser tan bueno ―le dije.
Mis palabras tenían un significado mucho mayor al contexto en el que las
pronuncié. Él sonrió.
―Ven ―me dijo―, te extrañé ―me sentó sobre la cama y me abrazó―.
Cada vez que te extrañe te daré un abrazo.
Nos quedamos abrazados un momento y una paz, una serenidad ausente,
volvió a mí.
Minutos después, Adrian, a regañadientes, subió un plato de comida para
Jesús. Luego de verlo, le dijo:
―Dice mi mamá que también hará una excepción con Jesús, por haberte
ayudado, Ever ―y salió sin decir más.
Jesús cenó conmigo y luego de las enchiladas nos comimos el pan con
leche. Estuvo riquísimo. Me pregunté cómo es que Jesús supo que
cenaríamos enchiladas. No se lo pregunté.
Cuando terminamos él llevó los trastes a la cocina y luego regresó; con él
venían mamá Ruth y Adrian.
Ella dijo:
―Jesús ocupará la cama de Adrian ―cuando dijo esto volteó a ver a mi
hermano―. Tú, corazón de tu madre, dormirás conmigo, como antes.
La noticia no pareció agradar mucho a Adrian, pues volteó los ojos, pero
ante la autoridad de mamá no se podía objetar. Mamá se despidió
deseándonos buenas noches. Correspondimos a su despedida entre risas. Nos
abrazó y nos dio besos.
Nos lavamos los dientes. Jesús me ayudó con el vaso y la pasta. Luego me
daba donde escupir. Me ayudó a recostarme y me dejó bocarriba. Apagó la
luz y solo se veían los rayos de la luna que entraban por la ventana, tenues.
―Buenas noches ―dijo mi amigo en la oscuridad, con su voz melodiosa.
―Buenas noches, Jesús ―dije con alegría y cerré los ojos.
Pasaron unos segundos, como unos veinte o treinta. Entonces oí su voz de
reclamo:
―Es en serio, ¿no vas a orar?

VIII

Antes de oírlo hacer aquella pregunta, mientras estaba bocarriba, pensé en


las ocasiones cuando anduvimos por el parque, donde Jesús me dejaba solo
para ayudar a otra persona o para liberar algún animal de algún problema.
Cuando regresaba a mí me decía:
“A veces es necesario dejar el trono para ayudar a alguien que amas y que
ves que está en peligro”.
Cuando me preguntó si no iba a orar me quedé un poco desconcertado,
pero contesté en la oscuridad o mejor dicho, en la semioscuridad, pues sí se
veía un poco en la penumbra:
―Bueno, como estás aquí, no creí…
Entonces lo oí hablar desde su cama:
―Padre bueno, te agradezco mucho por la vida de Ever y que está bien de
salud. Un poco quebrado, pero en recuperación, que es lo importante. Gracias
también porque podemos estar juntos. Eres asombroso y maravilloso, Padre.
Deseo que mi vida te agrade en todo tiempo y que tu Espíritu gobierne sobre
mí a toda hora. En el nombre de Jesús, amén. Ya oré por ti ―dijo.
Lo escuché removerse de la cama y sentí cuando se sentó a un lado mío.
Tomó mi mano y en el frío aquel sentí su cálida presencia. Y oí de nuevo su
voz.
―Puedes orar así como estás.
―Amado Señor ―era muy extraño hablar con Dios a quien acostumbraba
a no ver ni sentir cuando yo usualmente me dirigía a él. Ahora que estaba ahí
conmigo, aunque no lo podía ver muy bien, podía sentir su mano
perfectamente, pero las palabras se negaban a salir.
―Deja fluir lo que sientes, soy tu amigo, estoy aquí y te amo.
Que lo dijera me cimbraba, sabía que era verdad que me amaba y eso me
ponía muy contento y me daba mucha seguridad. Entones dije:
―Gracias por estar aquí, Jesús. Es asombroso conocerte. Saber cómo
piensas y que solo deseas ser mi amigo, mi verdadero amigo. Gracias por
cuidarme, literalmente. Y ayudarme todo este tiempo. Nunca he conocido un
amor tan grande como el tuyo. Tu presencia hermosa me abraza y mi corazón
se alegra por saber que estás aquí. No hay Dios como tú. Mi alma anhela esto
cada día. Si lo tuviera sé que nunca volvería a sufrir…
Lo oí preguntar:
―¿Puedo decir algo, hijo?
―¿Qué cosa? ―dije entre susurros, emocionadísimo por oírlo decirme
‘hijo’.
―¿Qué impide que esté contigo cada día?
―No lo sé, pero por favor, Jesús amado, aunque yo te llegue a decir algún
día que te vayas, nunca lo hagas. Si llego a decir eso algún día es que no
estaré en mis cinco sentidos. Ahora mismo estoy en mis cinco sentidos y sé
que lo único que yo quiero y verdaderamente deseo es que estés aquí, a mi
lado, para siempre.
―Nunca me iré ―dijo y por el tono de su voz me di cuenta que lo decía
en serio. Enseguida sentí un beso en la mejilla y una voz cálida que decía―:
buenas noches, amado hijo.

IX

Dormí como un bebé y soñé que podía correr veloz y que podía ir de un
lugar a otro. Durante el sueño experimenté una libertad que nunca antes había
sentido. Me sentí lleno de dicha, pleno; el aire llenaba mis pulmones, como si
nada fuera imposible para mí.
Cuando desperté, Jesús ya no estaba. Miré el reloj de mi celular y ya eran
las once de la mañana. Seguramente no me quiso despertar y había partido
hacia la escuela. Las clases comenzaban justo a las once.
Mi hermano andaba a la escuela y posiblemente mi mamá estaba haciendo
de comer. La mañana me dio tiempo para pensar en las cosas que habían
ocurrido el día anterior. Mi madre subió y me halló despierto. Me dijo que
había hecho varios rondines, pero que siempre me había visto dormir. Me
preguntó cómo me sentía.
―Estoy muy contento, mamá ―le dije con los ojos abiertos y la voz
rebosando de alegría.
―Menos mal, mi tesoro ―comentó ella con su habitual ternura―. Yo
aquí te dejaré tu comida. No me quedo más tiempo contigo porque iré al
mercado a comprar algunas cosas. Cuando venga Jesusito me ayudará a
comprar el resto para ponernos a preparar los platillos de la cena.
―Sí, está bien.
Mi mamá se fue. Entonces recordé lo que Jesús me había dicho el día
anterior. Que yo nunca estaba solo, sino solo físicamente, pues
espiritualmente él siempre estaba a mi lado.
―¿Estás aquí? ―pregunté en voz alta. Pero no hubo respuesta en varios
minutos. Así pasaron los minutos y las horas. No entendí nada, ¿cómo
funcionada todo aquello? ¿De qué manera se podía acceder al Espíritu de
Dios, al Espíritu de Cristo?
¿Tenía yo fe al dirigirme a él? Mi respuesta era sí. Pero entonces, por qué
no me respondía. Lo cuestionaría cuando regresara entonces. Volvió como a
las tres de la tarde. Había ido por sus cosas a la casa anterior donde había
rentado.
Me puse contento de verlo llegar nuevamente. Venía cansado y asoleado.
Miré también en sus ojos cierta preocupación.
―¿Qué pasa? Noto que estás algo intranquilo ―dije, mirándolo desde mi
cama.
―No tengo dinero y tampoco trabajo para pagar la renta de tu mamá. Creo
que debo buscar un lugar donde trabajar.
―Creí que ya habíamos quedado en que trabajarías aquí, con mi mamá.
Aunque no sabía que Jesús tuviera que trabajar para subsistir.
―Bueno ―dijo simpático― hay que hacer las cosas por lo derecho, sin
ventajas. Siempre y cuando sea posible, ¿no crees?
―Sí, tienes razón. Pero ya está resuelto ese asunto. Trabajarás con mamá.
Ahora dime algo, ¿cuándo usarás tus poderes? ―ya quería saber su respuesta.
―Mis pode… ah… pues a su debido tiempo los usé, los estoy usando y
los volveré a usar cuando sea necesario.
Sus respuestas eran demasiado enigmáticas. Creí entender a qué se refería
así que no le pregunté más. Pero sí hice otra pregunta:
―Jesús, tú me dijiste que tal vez no estabas conmigo todo el tiempo de
manera física, pero que siempre lo estarías de manera espiritual.
―Así es. Imagino que lo preguntas porque en la mañana intentaste
llamarme y no respondí, ¿cierto?
―Sí, exacto. Y quisiera saber cómo hacerle para poder hablar contigo de
manera espiritual. Espera, ¿entonces sí me escuchaste en la mañana?
―Sí, pero la clase de historia medieval estaba en su punto más álgido. No
podía dejarla de lado…
―¿Qué? Yo me sentí solo y tú lo sabías, ¿pero preferiste la clase medieval
más que a mí?
―Es broma. En realidad debes practicar más la comunicación espiritual.
Sí escuché tu llamado, pero faltó algo para que este fuera eficaz. Mira, vamos
a hacer una prueba. Me saldré del cuarto y tú me hablarás, primero con la
voz, ¿de acuerdo?
―De acuerdo.
Él salió y entonces lo llamé:
―Jesús, ven por favor ―dije en tono de súplica.
Enseguida él llegó.
―Saldré otra vez, pero ahora me llamarás con tu espíritu, de acuerdo.
―Ok, lo intentaré ―dije sin saber bien lo que haría.
Salió y le hablé en mi mente: “Jesús, ven por favor”. Pero no llegó.
Entonces lo dije otra vez en mi mente: “Jesús, ven por favor”. Tampoco
llegó.
Alcé mi voz y dije:
―Jesús, ven por favor.
Al instante él entró. Miré su rostro cuestionándome, yo no supe qué decir.
―Analicemos qué falló.
―No lo sé, según yo te llamé con mi espíritu, pero tú no llegaste. En qué
fallé.
―En realidad me llamaste con tu mente, no con tu espíritu.
―¿Cómo se te llama con el espíritu entonces?
―Búscame en tu interior. Y entonces trata de conectarte conmigo. Con mi
Espíritu. No digas siquiera mi nombre, solo siénteme en tu búsqueda. Tu
espíritu llamará a mi Espíritu y podremos comunicarnos a través de tu mente.
¿Sí me explico?
―Sí, creo que sí. Intentémoslo de nuevo ―comenté entusiasmado.
Él salió y yo cerré mis ojos. En la oscuridad completa mi mente comenzó
a viajar, pero no era mi mente, sino algo distinto, una fuerza diferente: mi
espíritu. Entonces busqué a Jesús y oí su voz:
―Aquí estoy ―me dijo. Abrí los ojos y ahí estaba de pie. Pero supe
entonces que no había hablado, me había dicho aquellas palabras a través de
mi mente.
“¿Es posible esto?”, le pregunté a través de mi pensamiento.
Él se acercó y me miró a los ojos. Luego oí su respuesta sin que dijera
ninguna sola palabra con su boca:
“Sí puedes creerlo, entonces es posible”.
―Pero ya, dejemos esto para cuando no estemos juntos ―me dijo en voz
alta―. Quiero contarte que ahora en la escuela vimos sobre mitologías.
Conocí a un muchacho que se llama Julio, tiene dieciocho años y parece muy
bueno en Historia. Además usa lentes y es muy nerd ―aseguró―. Comencé
a juntarme con él para que nos pase la tarea cuando me quede a cuidarte
―que dijera aquello me hizo gracia, pero no comenté nada porque él siguió
hablando―: Por ahí he escuchado que deseas ir al partido de futbol que
tendrán el sábado los chicos del templo. Vamos…
El viernes fui a un chequeo con el doctor y el sábado, durante el partido de
futbol, miré algunos amigos.
Me desearon que me recuperara pronto. Joseph era el capitán del equipo.
Les presenté a Jesús.
―Él es el muchacho del que les platiqué, ya me dijo que nos acompañará
a los cultos ―cuando dije esto miré de reojo a Jesús, él sonrió solamente.
―Hola, mucho gusto ―le dijo Joseph―. ¿Te gustaría tomar el lugar de
Ever en el equipo mientras él se recupera?
―Sí, por qué no ―respondió Jesús. Se puso mi camiseta número 17.
Mientras él jugaba yo buscaba conectarme con su Espíritu y lo animaba
diciéndole que era el mejor jugador. Él me respondía que iba muy bien con
mi entrenamiento. Durante el partido pude ver a muchas personas que asisten
al templo, pues seguido van a vernos jugar.
Yo escuchaba a las chicas echarle porras al equipo así que también yo lo
hacía. Jesús era sin duda un experto en futbol, traía a todos barridos. Luego
escuché en mi mente su voz:
“Creo que estoy jugando demasiado bien, podrían sospechar. Jugaré como
lo haces tú”. Y entonces comenzó a cometer faltas.
Le dije que no era justo, yo no jugaba así. Me respondió que solo estaba
bromeando. Al final ganamos cinco a uno.
Todos amaron y ovacionaron a Jesús porque él fue quien metió los cinco
goles.
Por la noche conversamos bastante rato. Yo me senté sobre la cama y
Jesús en la suya, bueno, la de Adrian. Recuerdo que le hice un comentario
sobre las decisiones y Dios.
―Juzga tú mismo ―me decía―, ¿tiene sentido creer en Dios y no
tomarlo en cuenta para nada en tus decisiones? No se trata solamente de lo
que yo quiero hacer contigo, sino también de lo que tú haces conmigo al
enterarme de tus sueños y deseos o bien, ignorarme y no tomarme en cuenta
para nada. ¿Estoy siendo fuerte con lo que digo?
―No ―le respondí―, eres genial con lo que dices. Es duro, pero es
cierto. Y dices las cosas del modo que siempre creí que las decías.
―¿Cómo las digo?
―Con autoridad. Y eso me encanta.
―Está bien. Pero lejos de lo que yo quiero, dime, qué sentido tiene creer
en mí y no tomarme en cuenta en tu vida. ¿Qué diferencia hay entre creer y
no creer entonces?
―Supongo que visto de ese modo no hay diferencia.
―¿Hay otro modo de verlo?
―Supongo que no.
―¿Lo supones solamente o crees que es un hecho? Hijo ―y cuando dijo
esa palabra me vibró el cuerpo. Que me dijera así me hacía sentir sumamente
especial―, quiero hablar contigo en los términos más sinceros que existen.
Te abriré mi corazón y deseo de verdad que también tú lo hagas. Todos mis
anhelos y esperanzas se centran en ti en este momento. Quiero que sepas que
para mí, ahora, en este momento, eres lo más importante. Y mi mayor deseo
es yo serlo para ti también.
―Ah ―dije entendiendo perfectamente el punto―, de esto va todo. Tú
―y cada vez entendía mejor― quieres que yo te dé la misma importancia
que tú me das a mí. Que esté dispuesto a dar la vida por ti así como tú por mí.
¡Wow!, ¿por qué entiendo esto ahora, Jesús?
―Sin las conversaciones entre tú y yo es más difícil y tal vez antes no
habíamos conversado mucho, ¿o sí?
―Tienes razón. Ahora me siento mal, pues expones el mal
comportamiento que he tenido hacia ti. Pero a veces me es difícil.
―Solo quita toda distracción y verás que no será tan difícil. Yo siempre
estoy aquí.
―Me gusta mucho cuando dices eso.
―Y a mí me gusta mucho que tú digas eso ―dijo riéndose―. Ven ―y
me volvió a abrazar. Me di cuenta que a él le gustaba mucho abrazarme. Y
saberme rodeado por él hacía que me sintiera protegido, como si el mundo
pudiera explotar en ese momento y yo tener la seguridad de que no me
ocurriría nada porque él estaba conmigo.
―Ahora dime cómo te sientes ―me preguntó, luego de separarnos.
―Mucho mejor. Con solo oírte me siento bien. ¿A qué se debe eso?
―Creo que tú puedes contestarlo. A mí me gustaría decirte, pero sé que tú
puedes deducirlo.
―Ok ―dije y mi mente se puso a trabajar―. Me siento bien porque dices
verdades. Y estas provocan en mí una seguridad, una certeza de que estoy en
lo correcto. ¿Algo así?
―Sí, algo así. Y también te sientes bien porque tu alma reconoce mi
presencia y mis palabras son vida y agua fresca que reconfortan tus huesos,
pues la materia de la que estás hecho también sabe cuál es su origen. Pero
principalmente es el diseño, el modelo existente en ti que me reconoce.
Recuerda: “hechos a imagen y semejanza de Dios”. Ese molde sabe que lo
que digo se ajusta a lo que necesita, porque para ello fue creado, para estar
junto a mí y para oír mi voz, mis palabras.
Eso explicaba claramente por qué me sentía tan bien a su lado.
―Ahora hay que dormir, mañana hay mucho que hacer ―me dijo.
Me dio otro abrazo y me ayudó a acostarme.
Dormité unos segundos y luego me quedé profundamente dormido. Soñé
que volaba. Comencé a caer en picada y tuve miedo. A un lado mío Jesús
también caía en picada y me decía:
“Caeremos juntos”.
Entonces ya no tuve miedo de caer, pues sabía que él estaba conmigo.
Antes de caer en tierra desperté. Estaba oscuro todavía, sentí que había
dormido mucho tiempo, pero en realidad solo habían pasado algunos veinte
minutos.
Jesús estaba a mi lado, tomando mi mano. Me preguntó qué había soñado.
Le dije mi sueño y sonrió:
―También yo soñé eso ―me dijo con una sonrisa.
―Hablemos de nuestros sueños ―me prepuso y yo acepté.
El sueño se había espantado.
Le dije que soñaba con un mundo donde existiera solo el bien y donde las
personas en lugar de propagar odio, propagaran amor.
Luego él me dijo su sueño:
―Yo ―decía― sueño con un mundo donde todos me amen. No un
mundo donde yo los ame, pues yo los amo desde antes de la fundación del
mundo. No quiero eso porque a mí me haga falta amor, sino porque a ellos
les hace falta amarme. Si aprendieran a amarme nunca más volverían a
derramar una lágrima de tristeza.
Después de esto seguimos platicando. Yo creo que esa noche hablamos
durante unos cuarenta minutos más.
Durante la siguiente semanas Jesús iba a la escuela y cuando volvía me
ponía al día sobre lo que habían visto en clase. Pese a considerarme un
creyente comprometido, Jesús me hizo ver que mi manera de creer y de vivir
lo que creía dejaba mucho que desear.
A menudo las charlas nocturnas con él se extendían hasta el amanecer.
Puedes hablar y hablar con él porque todo lo que dices y todo lo que él dice
es importante. No porque nos sintamos importantes, sino porque él es
importante y porque dice que para él nosotros somos importantes. Cuando
estás con alguien con tremenda autoridad te das cuenta que dice la verdad y
que él tiene la última palabra y él decide lo que es cada cosa. Había algo en
su voz que me hacía tenerle tanta confianza y sentirme tan bien a su lado.
Comenzamos a vivir una hermosa relación que me estaba cambiando sin
darme cuenta. Antes de que él llegara mi vida avanzaba sin rumbo, sin timón.
Ahora él le daba sentido, propósito. Cambiaba mi perspectiva del mundo y
comenzaba a cambiarme desde adentro. Había perdonado mis horrores y lo
volvería a hacer una y otra vez porque yo era el más cabeza dura de todos los
cabeza dura. Y su amor nunca se acaba. ¿Pero acaso debía sufrir más dolor
para entender lo que ya sabía?
Que la mejor decisión que había tomado en mi vida había sido
convertirme en amigo de Jesús.

Durante la noche del siguiente sábado nos pusimos a cenar. Antes de dar
gracias al Señor por los alimentos, mi mamá habló.
―Jesús, ¿tú crees en Dios? ―preguntó directamente.
La pregunta me hizo mucha gracia y esperé la respuesta de mi amigo.
―Así es, mamá Ruth, yo soy hijo de Dios ―contestó Jesús y volteó a
verme, guiñando un ojo y sonriendo.
Aquella respuesta tuvo mucho significado para mí, no sé si fue igual para
mi madre, pero la oí decir:
―Me alegro mucho. Nuestro Señor Jesús murió por todos nosotros, su
amor es infinito y todo hombre en la tierra que comprenda esto no puede más
que postrarse ante él y darle gracias ―mamá no perdía oportunidad para
evangelizar.
―Coincido con usted, mamá Ruth, yo estoy muy orgulloso de portar el
nombre de Dios.
―Ah, es verdad. Estoy tan acostumbrada a oír el nombre de Dios en las
personas que olvido que se llaman como él. ¿Podrías dirigir una oración de
acción de gracias por los sagrados alimentos, cariño? ―lo trataba también
como a un hijo. Eso me daba un poco de celos, pero como se trataba de Jesús,
los ignoraba.
―Cerremos nuestros ojos y tomemos nuestras manos ―hicimos un
círculo con las manos unidas―. Amado Dios y Padre Santo, muchas gracias
te damos por los alimentos que nos concedes este día, bendícelos y
santifícalos. En el nombre de Jesús, amén.
Todos dijimos amén, incluso Adrian, que a veces se mostraba renuente a
orar.
Cenamos muy rico y luego fuimos a dormir, esperando con ansias a que
amaneciera. Pero antes de pegar los ojos le comenté a Jesús una idea que me
parecía muy curiosa:
―¿Por qué eres tan bueno? ―pregunté de repente.
―¿A qué se debe tu pregunta? ―me respondió con otra pregunta y se veía
que ya se quería dormir.
―Pues… me pongo a pensar en que nosotros, gracias a mamá Ruth, te
damos gracias por los alimentos y nunca has permitido que falte de comer en
nuestra mesa. Pero hay muchos lugares donde no te agradecen nunca, ni por
no dejar. Y tú les das siempre de comer.
Su sueño pareció espantarse brevemente y se sentó sobre la cama.
―Es necesarios que sea así ―respondió―. El amor no es condicional,
hijo. Amar a alguien no es lo mismo que tenerle solamente cariño. Yo amo a
todos, y las obras que hago son para todos, tantos creyentes como no
creyentes.
―Con razón. Tú haces que caiga lluvia para todos. Riegas la tierra a su
tiempo y de ella nace todo lo que comemos. Gracias a ti existe el alimento
que cada ser en la tierra lleva a su mesa. ¿Por qué no todos se dan cuenta de
ello?
―No hay comunión todavía entre ellos y yo ―miré un dejo de tristeza en
sus ojos―. Y créeme que esa falta de comunión no es por parte mía. Yo soy
muy enfadoso y seguido les llamo a la puerta, pero no me dejan entrar. Y
quisiera que me inviten a su mesa y me den gracias, pero aunque no lo hagan,
de todas maneras seguiré regando la tierra y seguiré dándoles de comer para
que no tengan hambre. Aunque…
―¿Aunque qué? ―se había quedado callado y me tenía expectante.
Se rio un poco.
―El alimento físico no lo es todo. Sabes, lo que hace falta para que una
persona pueda darme gracias en su mesa es que esté saciado de alimento
espiritual, alimento para su alma. Cuando se haya saciado de ese alimento
entonces también tendrá la sensibilidad de dar gracias por el alimento físico,
ya verás.
Supe que por algo me decía aquellas palabras, aunque en ese momento no
entendí por qué. La plática se dio por concluida y nos acostamos a dormir.
Al día siguiente era domingo y fuimos al templo. La congregación se
reunía a las diez de la mañana. Fue la mayoría de los hermanos. Jesús y yo
llegamos muy temprano, apurados por mi mamá. Nos dieron un lugar al
frente y Jesús se quedó a mi lado como mi amigo invitado.
―¿Qué sientes por estar en un lugar donde se viene a rendirte culto como
Dios todopoderoso, a exaltarte y glorificarte? ―le pregunté.
―Me encantaría decirte lo que deseas oír y que eso fuera verdad. Sin
embargo, aunque muchos vienen con el corazón contento por estar conmigo,
en mi casa, siento cierta aflicción por los que vienen atados, llenos de cargas
y preocupaciones. Ellos todavía no han comprendido mi mensaje. Mi muerte
no fue en vano. Di mi vida por ellos. Sufrí para que ellos, al creer en mí, no
sufrieran nunca más. Me encantaría que pensaran más en mí que en sus
problemas. Que pasaran más tiempo conmigo que con sus preocupaciones. Si
así fuera veríamos más caras sonrientes cada día. Pero quiero decirte que mi
alegría y gozo consisten en transformar el pensamiento y el corazón de los
hombres, en ayudarlos a pasar de las tinieblas a la luz. Hoy romperemos
cadenas.
PARTE III
I

El servicio de adoración a Dios inició. Me pareció que las palabras de


Jesús tenían mucha razón. Por primera vez ocurrió algo que no imaginé.
Estábamos cantando una alabanza que dice:
♪Entra en mi casa, entra en mi vida, toca en mi estructura,
sana todas las heridas. Dame de tu santidad, quiero amarte
solo a ti, porque el Señor es mi gran amor, haz un milagro en
mí♫.

Cuando dije esa parte me puse de pie. Todos se quedaron sorprendidos.


Jesús parecía el más asombrado.
En el templo, mi mamá había pedido la oración a todos los hermanos para
que yo me recuperara pronto, por lo que ellos habían estado pidiendo a Dios
por mi sanidad. Me vieron brincar y saltar. Por lo cual supieron que se trataba
de un milagro de Jesús. También yo sabía que era un milagro operado por su
poder.
Me acordé de una pregunta que le había hecho sobre cuándo usaría sus
poderes y su respuesta: “a su debido tiempo los estoy usando” venía a cobrar
vida.
También recordé que en el parque había sentido el mismo alivio que sentía
ahora, pero tenía el presentimiento de que esta vez sería definitivo y podría
volver a mis actividades habituales.
Muchas hermanas y hermanos lloraron, pues mis amigos del coro, Tina
especialmente, cantaban: “Aleluya, nuestro Dios poderoso es rey…”
Terminados los cantos quise decir unas palabras. Jesús me veía cuando
estuve de pie al frente de todos y asentía con su cabeza. Sabía mis intenciones
y aprobaba mis acciones. Dije:
―Hermanos, Jesús está aquí ―cuando dije esto miré a Jesús y mis
lágrimas rodaron enseguida. Todos aplaudieron y dijeron ‘amén’ y mostraron
gran alborozo―. Él ha sanado mis heridas ―levanté mi brazo enyesado,
luego un pie y después el otro―. Llegué en silla de ruedas a la casa de Dios y
saldré caminando. Él está con el pueblo que cree en él y lo alaba. Jesús está
aquí, lo veo, lo siento. Pero, ¿lo creen ustedes? ―pregunté con seriedad.
Todos respondieron con voces de júbilo y aplausos. Enseguida escuché
que lloraban, algunos daban voces y cerraban los ojos. Volteé hacia donde
estaba Jesús, pero ya no lo miré ahí. Se estaba paseando entre las personas.
Los abrazaba y oraba a su lado. Oí sus palabras como si me las dijera a mí:
“Consuélate alma afligida, ya está papito aquí. No tengas más miedo. He
llegado para quedarme si así lo deseas. Ahora sabes que tu corazón me anhela
más que nunca. No volverás a tener frío ni hambre ni sed. Te daré abrigo, pan
y agua para que no sufras nunca más. También saciaré tu corazón y te daré
larga vida. La espera ha sido larga, pero no tengas más miedo. No hay nada
que temer, nunca más. Víveme, siénteme, aquí estoy”.
Y abrazaba a todos los que se dejaban consolar. Una luz brillante tocaba
cada corazón. Aquellas palabras las decía para todas las personas, pero yo
sentí que también eran para mí.

II

Cuando terminó el evento, Jesús estaba en su lugar, llorando. Nadie había


notado que se había movido de lugar. Yo fui y lo abracé. También muchos
hermanos me abrazaron y alabaron a Dios por mi recuperación. También
abrazaban a Jesús y él les prodigaba de su amor. Ellos no sabían por qué,
pero después de abrazar a Jesús se iban sonrientes. Estoy seguro que les
provocaba la sensación de haberse conectado directamente con Dios sin que
lo supieran tal como yo lo sabía.
Luego del culto le dije a mi mamá que me iría con Jesús a caminar un
poco para estrenar mis renovadas piernas. Cuando fuéramos con el médico le
diríamos que la recuperación había sido antes de lo previsto por él. Se llevaría
una enorme sorpresa.
Aunque muchos querían estar conmigo ese día para que les contara qué
sentí cuando Dios obró el milagro de levantarme de la silla de ruedas, les dije
que luego les platicaría, pues mi amigo Jesús tenía algunas dudas y quería
hablar con él a solas. En realidad quería estar a solas con él.
Caminábamos por la orilla del río, que es a donde fuimos y Jesús me dijo
que estaba muy contento. Que durante el servicio de adoración muchas
personas se habían arrepentido de verdad ese día y que le habían prometido
que le entregarían su corazón para siempre. Más de uno había decidido ser
bautizado pronto en el nombre de Jesús. También me dijo que cada vez que
eso ocurría él lloraba de alegría y festejaba que su muerte no hubiera sido en
vano.
Paseamos largo rato por la ribera del río.
―En este momento ―decía Jesús― en todo el mundo hay muchos
corazones afligidos que necesitan de mí. Muchos se dejan consolar, pero yo
quisiera consolar a todos. Y son cientos, miles, los que no me dejan entrar en
sus vidas. Sabes, el sufrimiento y el dolor del mundo no son mi voluntad,
sino que muchas personas no me han creído todavía y por falta de fe, por
falta de amor, aumenta el odio, la maldad y el dolor en la vida de las
personas.
“Por eso se deben combatir esos sentimientos y actitudes. Pues hay almas
sufriendo realmente cada día, llorando profundamente y padeciendo
inmerecidas penas. Y el sufrimiento es lo más doloroso en este mundo. Y yo
quisiera acabar con él. Por eso se debe luchar sin importar lo que se tenga que
sufrir o sacrificar para acabar con la maldad del mundo. Pero ―comentó
pensativo―, hay otra situación complicada.
―¿Cuál? ―pregunté con mucho interés.
―La maldad no se encuentra en el exterior, sino en el interior del hombre
―respondió―. Y es necesario expulsarlo, eliminarlo de ese interior y el
mejor camino es el perdón y el amor. El cual todo lo soporta, todo lo espera,
todo lo cree. Yo quiero perdonar y puedo dar ese tipo de amor.
Al decir esto me miró a los ojos y me sentí muy conmovido.
Mi amigo Jesús tenía una manera muy particular de decir las cosas y
lograba formar un nudo grueso en mi garganta. Seguimos caminando juntos
toda la tarde y platicando sobre lo ocurrido en el templo. Le pregunté si la
solución a todos los problemas era asistir a lugares donde se predicara su
nombre.
―Es un paso ―me dijo―, pero no se cambia al mundo solo con asistir a
un lugar donde se hable de mí. Se cambia el mundo dejando que mis palabras
se asienten en tu corazón y que decidas seguirme a mí antes que a los deseos
malos que pueda haber dentro de ti. Solo así se puede cambiar el mundo. No
hay otra manera. Cualquier otro método que implique mi ausencia o no me
considere en sus planes tiende a fracasar. No porque yo quiera que fracase,
sino porque yo soy la solución a todos los problemas. Y cualquiera que desee
solucionar un problema sin tomarme en cuenta descubre que las cosas no
salen bien.
Cuando cayó la noche fuimos a casa.
Cenamos y luego nos acostamos a dormir, no sin antes orar. Luego de orar
seguimos conversando con la luz apagada.
―Qué opinas de los que no te quieren ―le pregunté.
Era una duda que tenía bastante rato dando vueltas en mi cabeza.
―Los amo ―fue su respuesta inmediata y aunque estaba oscuro supe que
sonreía al decir esto.
―No puedes caerle bien a todos.
―Hay una campaña de desprestigio contra mí, pero no prevalecerá. El
retrato que se tiene de mí es incompleto. Quien me conoce realmente no cree
las mentiras que se dicen de mí.
―¿Estas personas son tus “enemigos”?
Él me dijo que técnicamente no tenía enemigos. Ni aún el diablo podría
ser considerado su enemigo. Tenía oponentes, personas que incluso lo
odiaban, pero algo como enemigos no era posible. Un enemigo es
considerado aquel con fuerza y poder suficiente para vencer al contrario, pero
nada ni nadie podría compararse con la fuerza y poder de Jesús, por lo tanto
algo como enemigos sencillamente no existía.
―¿Entonces cómo llamarías a todas las personas que te odian o que te
tienen en mal concepto?
―A todos ellos los llamo mis amados que aún no me conocen. Porque
ciertamente los amo con todo mi corazón, tanto como te amo a ti. Al que se
burla de mí y me desprecia, lo amo con todas las fuerzas de mi corazón. No
tiene caso sentir algo diferente por ellos, pues no necesitan mi ira para
aprender a amarme. Necesitan amor. Quienes menos amor tienen son quienes
menos pueden amar. Yo tan solo quisiera llenar sus corazones de rebosante
alegría. Hacerles sentir el verdadero amor y la verdadera pasión por la vida.
Pero me rehúyen, se apartan de mí. Por eso los llamo desde los confines de la
tierra. Y haré el llamado cada día, pues muchos de ellos oirán y vendrán a mí
porque saben que los estoy buscando desde hace tiempo y ya es hora de
atender mis palabras, pues no desean seguir ahogándose en su pantano de
dolor y sufrimiento. Los llamo porque los amo y cuando vengan a mí, yo iré a
ellos y estaremos juntos para siempre. Así que no pienses que los considero
mis enemigos, yo los considero mis amados que no me conocen. No siento
ningún enojo contra ellos, más bien quiero salvarlos de la destrucción y la
muerte. Y lo haré si ellos así lo desean.
―Pero por qué muchas personas no admiten que caminan hacia la muerte.
A veces yo me cegaba completamente y no admitía que te necesitaba.
―Tú ya sabes un poco mejor sobre eso. Y me agrada que lo preguntes
porque esto nos conduce a un tema que debo recordarte. Lo que impide a las
personas admitirme en sus vidas es el miedo a perder el trono que sienten les
pertenece. El trono de su corazón. Sienten que invado su privacidad, por eso
me echan fuera de sus vidas. El orgullo, la falta de humildad es en gran
medida lo que les impide recibirme. No desean que yo gobierne en sus vidas.
Pero la realidad es que es necesario que yo gobierne para que sean realmente
felices. La resistencia no es el camino a la felicidad. Ceder, entregarse,
rendirse a mí es el verdadero camino. No defraudaré a todo aquel que confía
en mí. Le daré libertad y vida eterna. Pero es difícil ceder, sin embargo,
cuando lo han logrado, entonces pueden experimentarme y darse cuenta que
solo hacía falta eso, entregarme todos sus problemas, sus pecados y
maldades, solo así yo puedo llevar a cabo una verdadera transformación en
sus corazones. Por eso, si alguien batalla para confiar en mí y entregarse a mí
es porque no quiere renunciar a su propio yo. Y ese yo es el enemigo a
vencer. Y venceré si ellos quieren que yo venza, pero no lo haré si ellos no
quieren.
“Y la única razón por la que no querrían, sería por continuar abrazados al
pecado. Si alguien abraza al pecado no tiene tiempo para abrazarme a mí. Es
una ley física: dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio. Deben dejar
el pecado para poder unirse a mí. Pues el pecado nada bueno trae a la vida de
mis amados. Lo que hace es atrofiar sus sueños, obstaculizar su potencial.
Eso es lo que hace el pecado, se convierte en un obstáculo que no los deja
avanzar. Es como una plaga que no los deja crecer ni desarrollarse, que
obstruye su camino. Por eso hay que destruirlo de raíz, porque si no lo
hacemos, él va a destruirlos a ellos de raíz.
“Mis amados merecen crecer, muchísimo, elevarse. Todos y cada uno de
ellos siempre van proyectados hacia arriba, hacia la cúspide, pero la maldad
los detiene, no los deja avanzar. Por eso el pecado es un enemigo que hay que
vencer a como dé lugar. Con mano fuerte, con mano dura, sin piedad, sin
clemencia. Sin cuartel.
―¿Y cómo se logra vencer entonces el pecado?
―La primera vez que intentes vencerlo será difícil. La segunda también.
En el intento número diez tal vez puedas vencer un poco por primera ocasión.
Lo importante es persistir, intentarlo siempre, una y otra vez, y no darte por
vencido si fracasas una primera y una segunda o tercera ocasión. No te rindas
nunca.
―Siento que todo lo que me dices es una indirecta.
Cuando dije esto él no pudo evitar soltar una risa discreta. Luego
respondió:
―Esto no es una indirecta. Si quiero decirte algo en especial lo hago de
frente. Aún hay áreas de tu vida que no me has entregado y por eso sigues
batallando. Puedes decírmelas ahora mismo si gustas. Declararlas es
aceptarlas y al mismo tiempo comenzar la batalla contra ellas. ¿Hay algo ahí
con lo que estás batallando?
―Sí, hay algunas cosas. Creo que la principal es que no quiero renunciar a
mí.
―Tranquilo. Puede que ahora no quieras hacerlo. Pero con el paso de los
días te darás cuenta que ese yo al que no quieres renunciar es tu peor
enemigo. Tú a lo mejor no lo sabes, pero ahora que te lo he dicho comenzarás
a verte a ti mismo con otros ojos. A darte cuenta que el enemigo nunca ha
estado afuera, sino dentro de ti. Que tú eres tu propio enemigo. No solo eso,
sino que eres tu peor enemigo. Pero esto debe ser poco a poco. No será de la
noche a la mañana cuando me cedas el trono de tu corazón. Es un proceso
lento pero eficaz y que evolucionará para la trasformación de tu vida y de tu
mente. Pero será un proceso activo en el cual tú tendrás todo el poder para
elegir qué es lo que deseas para tu vida. Yo podré aconsejarte tanto como lo
necesites, pero tú tendrás que decidir si sigues mis consejos o los tuyos.
Cuando sigas mis recomendaciones verás los frutos buenos de esa elección.
Cuando sigas tus propias recomendaciones y deseos, también verás los
amargos frutos de ellos. Ahora pienso que me estás entendiendo algo: tú
tienes un grandioso poder en tus manos y mi mayor deseo es que lo utilices
correctamente. ¿Me estás siguiendo?
Yo meditaba cada una de sus palabras. Jesús lo notó, por eso hizo la
pregunta.
―Sí, sabes que sí. Tienes mucha razón, pero no es sencillo para mí.
Batallo mucho con todo esto. Pero sé que si estás conmigo, podré hacerlo,
¿verdad?
―Tú lo has dicho. Pero debes saber algo, no haré el trabajo solo. Una gran
cantidad de esfuerzo depende de ti. Yo te prometo jamás abandonarte y
siempre aconsejarte lo que es mejor. Pero tú debes poner la otra parte, luchar
asimismo y decidir lo que es mejor. Yo estaré contigo peleando, hablando a
tu mente, indicándote lo mejor, pero tú deberás poner todo tu empeño en
vencer y juntos ganaremos cada batalla. Tu voluntad es clave en esta lucha.
―Hecho. Si estamos juntos sé que será más sencillo. Está bien, acepto
―le dije con un aire de esperanza.
―Debo confesarte algo. Siempre fue mi deseo ser tu amigo y hacer cosas
juntos. Que me tomaras en cuenta para las decisiones importantes de tu vida.
Ahora mismo, que estés siendo sincero con tus palabras conmueve mi
corazón. Gracias por dejarme entrar en tu vida y dejarme participar en tus
decisiones. Gracias por confiar en mí.
Sus palabras estremecieron mi corazón. Oír a Dios darme gracias por algo
que en realidad solo me beneficiaba a mí, era algo maravilloso y sin
precedentes. Como ya era mi costumbre me dieron ganas de llorar.
―Pero en realidad el beneficiado por tomar esta decisión soy yo ―dije
casi llorando―, yo soy quien está agradecido contigo. Eres extraordinario
―y las lágrimas se asomaron por mis ojos.
―Aun así, gracias. Porque en medio de todo el caos te has mantenido
firme y tu fe se ha fortalecido y has creído en mí. Sé que es difícil, pero al
final verás que todo valió la pena. Yo apuesto por eso y aposté por ti. Gracias
por estar aquí. Te amo mucho, muchísimo.
Se levantó y me abrazó con ternura. Yo solté el llanto retenido y gemí una
y otra vez.
Después de llorar un poco le dije con suma alegría:
―¡Wow, wow, Jesús! Ahora veo un poco mejor lo que significa ser amigo
de Dios. Yo también te amo, Señor, eres asombroso.
Lo escuché también llorar. Supe que comprendía mis emociones y eso me
impactó mucho. Es común imaginarse a Dios sonriendo o mirándote de un
modo electrizante, pero escucharlo llorar es algo que te conmueve hasta lo
más profundo de tu ser.
Esa noche mi tierra interior sufrió un gran terremoto. Jesús me estaba
demostrando que le importaba todo de mí, hasta lo que yo consideraba menos
importante o insignificante. Para él, todo en mí, tenía un valor incalculable.
Comencé a notar una cosa: si yo estaba alegre, Jesús me decía te amo y me
abrazaba. Si estaba triste, también lo hacía. Sus muestras de amor eran un
bálsamo para mí cada día.
No sé a qué hora me dormí, pero iría a clases el día siguiente.

III

Durante las clases lo escuché dar su punto de vista sobre diversos temas.
Era bastante brillante en sus participaciones. Yo lo escuchaba hablar y me
asombraba. Conocí, entre clases, al famoso Julio, el nuevo amigo de Jesús, un
verdadero nerd. Cuando tuve ese pensamiento Jesús me miró y yo le sonreí,
luego le expresé a Julio mi verdadero gusto en conocerlo.
Las clases transcurrieron tranquilas, pero cuando tuve la última clase con
el profesor Robles ocurrió algo inesperado. Me dijo que ya tenía falta, pues
para él no era válido el justificante por mi accidente. Que lamentaba mucho
mi situación, pero no había nada qué hacer al respecto. Estaba a punto de
marcharse cuando Jesús intervino por mí.
―Profesor, yo lo mantuve al corriente, le pasé todos los apuntes y está al
tanto del avance de los temas. Solo fueron dos semanas.
―Lo siento, las faltas ya están puestas y no se quitarán. Le aconsejo que
no vuelva a faltar ―me dijo con severidad.
Jesús añadió:
―Pero profesor, se rompió las piernas.
―Con mayor razón, debe tener mucho cuidado para evitar ese tipo de
accidentes, pues en mis clases ni la muerte puede valer como justificante.
―No me parece justa su postura, profesor ―comenté yo―. Pediré hablar
con el director.
―Hable con quien quiera, joven Ever. Que pase buen día ―y se fue sin
decir más.
Pedí ver al director. Julio y Jesús me acompañaron.
Por desgracia el director nos dijo que cada maestro tenía su propia forma
de trabajar. Que él no podía hacer nada al respecto. Que lo lamentaba mucho
y me aconsejó que no me echara de enemigo al profesor Robles. Entonces
salimos de su oficina muy desanimados.
Con las faltas que tenía sin duda reprobaría el primer parcial en la materia
del profesor Robles.
Nos despedimos de Julio. Jesús y yo nos fuimos caminando a casa, pues
quería aprovechar el tiempo para estirar las piernas y también hablar con él.
Lo miré a los ojos.
―¿No podrías hacer algo para que esas faltas desaparezcan de la lista? Tú
sabes, algún borrón, como si nunca hubieran estado ahí.
Le estaba proponiendo que hiciera alguna clase de magia para quitarlas. Él
sabía mi intención desde antes que lo mencionara siquiera.
―Mi amado Ever, ya has de imaginar mi respuesta. Las posibilidades de
hacer algo así son muchas, pero vamos a hacer lo correcto. El profesor
Robles es un hombre muy estricto, le hace falta estar en los zapatos de sus
alumnos, ser más empático y sensible. Créeme, no es trampa lo que vamos a
hacer para que esas faltas desaparezcan, sino darle lo que le hace falta a su
vida.
―¿Qué es?
―Amor.
IV

Me di cuenta que aquel muchacho que albergaba en su mente las ideas de


Jesús, su personalidad, su carácter e ingenio, tenía la convicción de que con
amor se podían arreglar todos los problemas del mundo. Siempre andaba
pregonando dar amor a los demás y él había puesto el mejor ejemplo
entregando su propia vida en la cruz sin necesidad de hacerlo, sino por amor
puro y sincero. Recordé ese pasaje de la Biblia que dice: “Lo amamos a él
porque él nos amó primero”. Es maravilloso.
Jesús apostaba todo por el amor. Lo que hizo para conquistar y ganarse el
corazón del profesor Robles me impresionó mucho. Y no lo hizo como una
especie de soborno, simplemente con palabras, su especialidad. Así logró su
propósito, mismo que me benefició a mí.
Ahora comenzaba a entender esos profundos pasajes de la Biblia: “En el
principio era la palabra y la palabra estaba con Dios y la palabra era Dios”. Sé
que Jesús representa la palabra viva de Dios. Solo Jesús sabía que al día
siguiente el profesor Robles cumplía años. Me dijo:
―Ser Dios tiene sus beneficios. Necesito que escribas una carta para el
profesor Robles. Considera qué es lo que más necesita en su vida y escribe la
carta teniendo eso presente. Yo también haré una carta. Si logramos ganarnos
su corazón desde ahora, nos evitaremos muchos disgustos durante la carrera.
Cuando dijo esto comprendí que tenía la intención de cursar la carrera
conmigo. ¡Qué hermoso de su parte!
No sé cómo lo hizo, pero organizó todo para que los demás compañeros
también le escribieran una pequeña nota al profesor, un gesto de cariño y
palabras de aprecio para él.
Durante todo el lunes Jesús me dejó solo porque fue a otros lugares a
recoger cartas de otra fuente: los familiares del profesor Robles. Ahora veía
que Jesús estaba usando sus poderes de una manera distinta a como yo
esperaba.
Por la tarde, cuando llegó a casa, me explicó que el profesor Robles,
debido a su mal carácter, se había disgustado con su mujer, incluso ambos
estaban pensando en la posibilidad del divorcio, teniendo tres hijos de por
medio. Esa situación tenía a Jesús muy preocupado y triste. Regalarle amor al
profesor no era solo para que nos ganáramos su corazón y las cosas fueran
mejor en la escuela, sino también para evitar que el divorcio cobrara vida en
la mente de ella o de él y los niños crecieran con padres separados.
Jesús consiguió las cartas de los hijos del profesor Robles y de su esposa.
Las puso aparte en una pequeña caja de regalo que empacó en mi recámara,
antes de ir a dormir. Al día siguiente no teníamos clase con el profesor
Robles. Pero Jesús se las ingenió para entrar al salón donde él daría clases.
Corríamos el riesgo de que se molestara por irrumpir en su clase o usar su
hora de trabajo para hacerle la pequeña sorpresa, pero era necesario. Yo
estaba confiado en que Jesús ya sabía lo que iba a pasar y si él estaba
convencido de que aquello funcionaría, entonces mi confianza estaba
totalmente puesta en él.
Antes de que iniciaran las clases, Jesús informó a los alumnos sobre el
plan y ellos estuvieron de acuerdo en cantar las mañanitas a coro. Así lo
hicieron. Jesús y yo nos fuimos a nuestra clase. Lo que ocurrió después, Jesús
me lo platicó en casa.
Cuando el profesor entró, todos, para sorpresa suya, se pusieron de pie.
Nadie dijo ‘feliz cumpleaños’ ni nada de eso, solo empezaron a cantar:

♪Estas son las mañanitas que cantaba el rey David…♫

Cantaron y luego dieron un gran aplauso. Enseguida se sentaron todos en


silencio esperando la reacción del profesor. Solo dijo:
“Gracias muchachos” y se acercó al escritorio donde estaba una caja de
regalo. Esto fue otra sorpresa más para él. Dio la clase como era su costumbre
y no se habló sobre el tema.
El regalo lo abrió por la tarde, cuando había ido al departamento que
rentaba. Ahí, leyendo las cartas de sus hijos y de su esposa, lloró abundantes
lágrimas, mientras Jesús lo acompañaba en secreto, abrazando su corazón y
tocándolo con su amor.
Todo esto me lo platicó Jesús.
Al día siguiente era el mismo profesor en clase, serio y estricto, pero había
algo distinto en sus ojos marrones.

Afortunadamente no reprobé el parcial por mis faltas, aunque el profesor


tampoco me las quitó. Pero según él, había salido muy bien en los exámenes
y eso me ayudó bastante. Abracé a Jesús al ver las calificaciones. Él salió más
alto que yo, pero Julio nos ganó a los dos. No sé cómo ocurrió eso, tal vez
Jesús quería hacer sentir bien a Julio o algo así. Para que siguiera pensando
que era el más brillante de los tres.
El profesor Robles se acercó a mí durante la clase y me agradeció por algo
que no entendí. Me dijo claramente que no le gustaba que los alumnos se
involucraran en su vida privada, pero que mi gesto por su cumpleaños era
algo que jamás olvidaría. Que había leído todas las cartas y que
definitivamente era un acontecimiento que impactó mucho su vida.
―Ya no faltes a clases ―me advirtió amenazante. Luego sonrió un poco.
―No lo haré, profesor ―le dije algo nervioso, pero contento.
Él se despidió y se marchó.
Miré a Jesús con un signo de interrogación en mi cara. Él se acercó con su
sonrisita de amor perpetuo.
―Al parecer el muchacho que fue por las cartas a la casa de su esposa se
llama Ever Satién y es alumno del profesor Robles. No me mires así.
Ahora entendía todo.
Entonces sonreí. Comprendí que hacer las cosas con trampa no es
correcto, pero hacerlas al modo de Jesús sí, aunque él haga algunas cosas
mágicas. Además, hacer trampa o mentir para lograr un propósito bueno sin
herir a nadie y con un final alegre y hermoso no era algo penado por Dios.
Mentir, engañar para sacar algún beneficio y aprovecharse de las personas,
eso sí que era malvado y severamente castigado por Dios. La cuestión era
sencilla: siempre el bien, nunca el mal.
Pablo, el apóstol, que escribió como quince cartas en el Nuevo Testamento
de la Biblia dice algo que me llama mucho la atención: Escudríñenlo todo y
quédense con lo bueno.
Los días pasaron y un miércoles fui al cine con Ana Lucía. La tenía
bastante olvidada y como ella no fue al templo cuando ocurrió el milagro con
mi pie, le dije que todavía no me encontraba bien del todo. Me llamó algunas
noches para contarme sobre su vida. Nuestra relación ya no era tan
emocionante como al principio.
Jesús me dijo que no podía acompañarme al cine así que solo fuimos Ana
y yo. La película era de comedia, como le gustaban a Ana, pero ocurrió algo
inesperado al salir.
Ana Lucía fue al baño de chicas y cuando yo la esperaba, por andar viendo
mi celular, choqué con una muchacha que iba pasando con unas palomitas en
la mano. Se cayeron todas al piso. Me sentí muy tonto por no haberla visto
para evitar aquella vergonzosa y lamentable escena. Las palomitas no
costaban cinco pesos.
Usaba lentes y supongo que no le servían mucho porque tampoco me
miró.
―Lo siento mucho ―le dije muy apenado―, no te vi.
―No te preocupes. La peli ya empezó y yo iba muy de prisa ―argumentó
para menguar mi abochornamiento.
―Dime en qué asiento estás y enseguida te llevo unas palomitas nuevas.
―No, está bien, no te preocupes por favor.
―¿Vienes sola?
Se quedó seria unos segundos.
―Sí ―respondió―, nadie pudo venir conmigo y mi novio trabaja.
Me dio harta pena saber que una chica había ido sola al cine y el canalla
de su novio había preferido dejarla ir sola que faltar a su trabajo. Nada
perdonaba que dejara ir sola a su novia al cine.
―Ah, este ―no sabía qué decir, pues mi pensamiento me invadía―, en
qué asiento estarás, de verdad, yo tuve la culpa, déjame ayudarte. Lo hago de
todo corazón.
La verdad es que la chica se veía muy tímida, pero al parecer comprendía
mi pena y quería dejarme ser un caballero. Cosa que le agradecería mucho,
sino me sentiría muy humillado. Aunque también debo admitir que me
interesaba que se fuera rápido, pues no quería por ningún motivo imaginar
que Ana Lucía saliera y me viera con ella, pues era muy celosa y por nada del
mundo quería hacerla enojar.
―Está bien, este es mi asiento y la sala de la película ―me mostró un
papelito y vi la sala, número 6, asiento I―9. Ella se fue enseguida dándome
las gracias.
La película había iniciado a las 17:45 y eran las 18:02. Tuve que actuar
rápido.
Entonces me entró un mensaje al celular y lo chequé. “Tardaré”, era de
Ana Lucía. Mucho que mejor. Supuse que no le hicieron bien las palomitas.
Pero fue culpa suya, pues comió exageradamente. Según me dijo lo hizo
porque tenía tiempo que no la llevaba al cine, o sea que, en pocas palabras,
era mi culpa.
Entonces fui a la dulcería del cine y compré un combo para la chica
desconocida. Luego le expliqué la situación al de la entrada. Me mostré
sincero. Hasta le dije que fuera a buscarme si no volvía en cinco minutos.
Que le dejaría mi celular como garantía. Solo me dijo que pasara y así lo
hice.
Llegué a la sala seis y ubiqué el asiento I―9. La joven se reía sola al ver
las imágenes que se proyectaban en la gran pantalla, aunque también noté que
estaba llorando. No supe cuál era la escena, pero al parecer hacía que ella
riera y llorara al mismo tiempo. Todo aquello era extraño y nuevo para mí.
Nunca antes me había ocurrido algo así.
Cuando me acerqué me di cuenta que ella se veía muy linda.

VI

Ella, al verme, se limpió las lágrimas y sonrió. Le acerqué la charola con


palomitas saladas y cheddar. Luego me agradeció la atención y el gesto de
haberle llevado hasta su asiento las palomitas. Yo me sentí mal de dejarla ahí
sola, mirando la película. Ella me dijo que estaría bien, que no me preocupara
por ella. Le dije que si se le ofrecía algo más, le dejaba mi número. Ella me lo
agradeció y me pasó su teléfono para que yo agregara mi número. Así lo hice.
Le entregué el teléfono de vuelta. Entonces a mi celular llegó otro mensaje,
era de Ana preguntándome dónde estaba, pues ella ya había salido del
sanitario. Me despedí enseguida de la chica aquella y salí de la sala lo más
rápido que pude.
Encontré a Ana roja de coraje. Se movía de un lado a otro revisando su
celular.
―Dulce de chocolate ―así me decía cuando estábamos en el cine, en mi
casa, como ya había comentado, me decía ‘chiquito’, en su casa me decía
‘latido de mi corazón’, en un restaurante me decía ‘mi caballero bello’―. No
me vuelvas a hacer esto. Si te dejo en un lugar, por favor, cuando yo regrese
quiero que sigas en ese lugar. No sabes la gran humillación que he pasado al
llegar aquí y no encontrarte. Pensé lo peor. Tú no sabes, tú no sabes, dulce de
chocolate, la tensión que sufrió mi corazón. Imaginé lo peor, que te habían
secuestrado, que me habías dejado por otra mujer, ay no, ay no, por favor,
que no vuelva a ocurrir, ¿de acuerdo? Yo pasé un mal momento en el baño,
luego salgo a recibir tu consuelo y no estás. ¿A dónde fuiste?
―Al baño también. Creo que no me cayeron bien las palomitas ―mentí.
Tuve que hacerlo.
―Creo que a mí tampoco. Por eso tardé mucho en llegar. Ya no comeré
tantas la próxima vez. Aunque también es tu culpa, por dejarme comer tantas.
No me gustaba mentirle a Ana, ni a nadie, sin embargo, en aquella
situación no me quedó otra alternativa. Para contentarla fuimos por una
nieve. A ella le fascinan. Caminamos por la orilla del parque tomados de la
mano y ella me contó que nuevamente en la escuela su rival se había creído la
mejor dando una opinión sobre cierto tema. Luego nos sentamos en una
banca.
Su mamá le daba dinero para gastar y Ana solo me tenía a mí, según ella.
Yo era su pañuelo de lágrimas y el único que podía comprenderla. Platicamos
sobre ella hasta que se hizo tarde. La abracé y nos despedimos. Me dio un
beso en los labios y le correspondí. Me dijo que me quería mucho y que yo
era su mejor amigo. Fue muy dulce conmigo. Sus palabras me conmovieron.
Me di cuenta que en realidad era muy hermosa y que yo tenía a la mejor
novia del mundo. Cuando ella quería ser linda nadie la podía superar.
Yo me atreví a decirle que era mi mejor amiga, aunque en realidad le
estaba ocultando muchas cosas, incluso no confiaba tanto en ella como se
supone se confía en una mejor amiga. Eso me hacía sentir bastante mal.
Pedí un uber y la dejé en su casa.
Yo iba rumbo al camión cuando leí un mensaje de un número
desconocido, era la chica del cine. La registré como Palomita. Le había
puesto, según yo, “Palomitas”, pero al ver el mensaje de whatsapp decía:
Palomita.
Después de eso tomé el camión para volver a mi casa, pues el uber salía
muy caro y no me alcanzaba. En el camión alguien se sentó a mi lado. Era
Jesús.
―Al fin, de regreso a casa ―me dijo y me miró a los ojos. Se veía
cansado.
Me alegró mucho verlo. Le dije que me sentía cansado también. Que tenía
que contarle varias cosas que me habían ocurrido ese día, aunque
seguramente ya las sabía.
―Aún así me encantaría que me contaras, muero de ganas por escucharte
―y puso su cara de ansioso por oír lo que tenía que contarle.
Le dije todos los pormenores que me ocurrieron con Ana y con la chica de
las palomitas. A Jesús le hizo gracia mi anécdota y se rio junto conmigo.
De pronto se bajó del camión sin explicarme nada. Lo hizo y yo fui tras él.
Lo vi caminar por una de las calles en dirección a un hombre que andaba
buscando algo en la basura. Oí que Jesús le dijo que lo invitaba a comer. El
hombre aceptó sin titubear y fuimos los tres.
Pedimos tacos y quesadillas en una taquería. Cuando terminamos de
comer Jesús le preguntó al hombre vagabundo:
―¿Le gustó la comida?
―Sí, está muy rica ―contestó con toda la sinceridad de un hombre
agradecido y recién saciado. Su voz era cansada y triste.
Con una servilleta se limpiaba la barba de varios días o semanas.
―Hay un platillo mucho más sabroso que este, ¿le gustaría probarlo? ―le
preguntó Jesús con su acostumbrada voz paternal.
―No creo que haya algo más sabroso que estos tacos ―comentó el
hombre―, pero a ver, cuál es ese platillo.
―No es alimento físico, sino espiritual, para su alma y para su corazón. Es
alimento que provine de Dios. Es Jesús, el pan que proviene del cielo y todo
lo que usted necesita para saciar su necesidad interior, esa que hay en su
corazón y que nada, ni la comida de los basureros ni el alcohol ni ninguna
droga han podido saciar. Ni siquiera estos tacos que son tan ricos, pues su
hambre no es física, sino del espíritu. ¿Acepta ese alimento para su vida y su
alma? Pues Jesús dijo: vengan a mí todos los que están cansados y yo los haré
descansar.
El hombre tenía puesta su total atención en el rostro y las palabras de
Jesús. No dijo nada en un principio, pero segundos después comenzó a llorar
calladamente. Luego, secando sus lágrimas con su manga rota, dijo:
―Esto es lo que más anhelaba mi corazón, oír la voz del hijo de Dios.
Bendito seas y gracias por cambiar a los hombres profundamente. Sé que eres
tú, Jesús.
Jesús lo abrazó.
―Sé que lo sabes ―le dijo―. Vine por ti porque es tiempo de volver a
casa.
El hombre se dejó abrazar y su llanto se hizo más pronunciado. Gimoteaba
mientras Jesús lo consolaba entre sus brazos.
Jesús me volteó a ver y con su mente me dijo que fuera avanzando hacia la
casa.
“Tengo mucho que hablar con él”, fueron sus palabras.
Me fui conmovido e impresionado. Tomé el camión ahí cerca, por el
rumbo donde habíamos bajado.
Cuando pasamos cerca de la casa me bajé. Caminé por la baqueta y llegué
a mi casa. Al rato llegó Jesús, muy contento. Cenamos como a las nueve y
Jesús dijo:
―Le toca a Ever dar gracias.
Lo hice. Nos acostamos y le dije a Jesús que me sentía cansado. Él me dijo
que también. Cerré mis ojos y miré en mis recuerdos a la chica de las
palomitas.

VII

Esos días la pasé muy a gusto. Si bien la vida era rutinaria, Jesús le daba
un toque especial a cada día solo por estar ahí, a mi lado. Comencé a notar lo
distinto que eran mis días con su compañía.
Asistir a la escuela, trabajar en la cenaduría con mamá, Jesús y Adrian era
genial. Orar por las noches o cantar algunas canciones para Jesús, todo tenía
sentido. Verlo, amarlo y sentirlo era un deleite, un verdadero placer. Siempre
había tenido esa posibilidad de pasarla bien a su lado, aún sin verlo, pero no
lo había hecho por falta de fe en él.
Un martes por la tarde, mi mamá estaba en su cuarto de costuras y Jesús y
yo comíamos una ensalada de pollo en la mesa.
―Por qué a mí ―le pregunté― por qué elegiste mostrarte ante mí.
―Era necesario ―respondió con la boca llena―. Además no fue algo
difícil. Pero hay que admitir que mamá Ruth es una gran sierva. Cada noche
ora por ti sin cesar. Es una gran mujer, muy fiel ―y siguió comiendo.
Yo permanecí en silencio y también seguí comiendo. En especial saboree
no solo la ensalada, sino también sus palabras que estaban muy ricas. Sonreí.
Transcurrió la semana y con ella las clases en la escuela. El jueves y
viernes abrimos la cenaduría y entonces llegó el sábado.
Jesús no se quería levantar.
―Ya es hora, son las once ―le decía, jalándolo del brazo, pero estaba
pesado como un costal de papas o de naranjas o de cebollas, no importa la
analogía, solo que estaba muy pesado.
Cuando oyó la hora abrió los ojos y se levantó de un salto. Se dio un baño
rápido y desayunamos juntos. Nunca se separaba de mí. Ese día tocaba jugar
futbol. Luego de alistarnos nos fuimos.
Estando en las canchas de futbol le confesé a Jesús que me sentía un poco
mal porque había estado conversando por whatsapp con Palomita y que me
gustaba mucho hablar con ella. Pero esto me hacía sentir que traicionaba a
Ana. Jesús me dijo algo muy impactante, viniendo de él.
―¿Quieres que hablemos de esto?
―Di lo que debas decir, o sea, dame tu opinión.
―Ana Lucía no es tu amiga. Tú estás ilusionado con ella o deslumbrado
con ella, debería decir. Sí la quieres… ―pero lo dijo de un modo no muy
convencido―. Bueno, crees que la quieres, pero entre ustedes no hay
confianza. Estás con ella porque es bonita por fuera, pero su corazón no te
convence por completo. No te atreves a decirle lo de Palomita porque sabes
que ella no te tiene tampoco confianza y se pondrá muy molesta.
―¿Qué me aconsejas entonces? ―pregunté con temor por la respuesta
que pudiera darme.
―Que tomes una decisión sobre esto ―sus ojos me sonreían.

VIII

Tremenda situación. Era verdad, Ana se enojaría al saber que en su


ausencia auxilié, favorecí, ayudé, o como sea, a otra chica que no era ella.
Peor que eso, enfurecería porque no se lo conté. Mucho peor, explotaría
porque le había ocultado que mantenía comunicación con esa chica desde
aquel día.
El problema era que Ana no creería en mi versión de los hechos. Su mente
armaría un lío infundado y ella creería más en ese lío. ¡Qué caos! Su mente le
haría imaginar otra cosa y ella le creería más a esa cosa imaginada que a lo
que yo dijera. Así era ella. Su parte que no me gustaba.
Todo empeoraría definitivamente cuando supiera que yo había estado
hablando con Palomita durante esos días. Aunque fueron mensajes sin chiste,
de algún modo ella le atribuiría un significado inmenso.
Pero ese significado tenía mayor peso porque le había dicho a Palomita
dónde estaría esa tarde. Sin querer la había invitado al futbol. Solo como
juego le comenté que no se animaría a ir a verme jugar. Lo hice porque
surgió el tema y porque ella se mostró muy interesada en el futbol. Además,
resulta que está asistiendo a una iglesia cristiana que está cerca de su casa.
―Tú lo sabías, ¿verdad? ―le pregunté a Jesús arrugando mis cejas.
―Sí, claro que sí. Palomita está iniciando una amistad conmigo
―comentó Jesús. Luego agregó―: Pero mira, quién viene ahí, es Ana.
Deberías hablar con ella. Me voy.
Ana ya venía molesta. Se le notaba en los ojos y en su sonrisa apagada.
―Tenemos que hablar ―me dijo así sin más.
Jesús ya no se veía por ningún lado.
“No me dejes solo”, le dije en mi mente, tratando de conectarme con su
Espíritu.
“Aquí estoy”, escuché como respuesta.
―Hola, amor ―le dije a Ana, tratando de darle un beso en la mejilla, pero
ella me rechazó.
―No, Ever, esto no está bien. Ya no quiero que veas a Jesús, tu amigo de
la escuela. Te la pasas todo el tiempo con él. Pasas más tiempo con él que
conmigo, como si él fuera tu novio y no yo. ¿Acaso lo amas más que a mí?
La verdad era que sí amaba a Jesús más que a ella, pero si se lo decía…
―Dime, te escucho ―me dijo, pues esperaba una respuesta.
―Jesús es mi amigo, mi compañero de clase, no puedo evitarlo o
ignorarlo.
―Siempre estás con él, a toda hora. Se me hace extraño que no esté por
aquí también.
Entonces llegó Jesús, saludó y dijo que andaría en las gradas calentando
para el partido, luego se fue. Ana se indignó más aún. Era como si Jesús lo
hubiera hecho a propósito.
“Lo hice a propósito”, oí su voz. Ana parecía enfurecer más aún.
―Ves, me encuentro a tu amiguito hasta en la sopa. Si tú no puedes
decirle que te deje en paz entonces lo haré yo. Pero toma una decisión, no
quiero que las cosas continúen así. Es más, es hora de arreglar este asunto
que me tiene hasta el colmo. Pásame su whatsapp, yo hablaré con él por
mensajes.
―Pero, ¿qué te pasa, amor, por qué estás tan enojada? ―le pregunté,
ignorando su última petición, pues no quería darle el número de Jesús.
―Desde el miércoles que fuimos al cine no te veo. Ningún mensaje. Si no
es que voy a tu casa no sé nada sobre ti. Tu hermano me dijo que estarías
aquí. Por eso vine. Y me parece que me ignoras y me evitas por estar tanto
con él.
Parecía una vaca brava que no entra en razón una vez enfurecida.
―No, cómo crees. No tiene nada que ver. Ya deja ese tema por la paz. Me
alegro mucho que hayas venido, cada gol te lo dedicaré a ti ―tuve que
mentirle, pues no sabía qué otra cosa decirle para que no me echara a perder
el juego.
―Sí, y ahora que estoy aquí ―dijo molesta, ignorando mis palabras―,
aprovecharé para decirle a ese Jesús que tu novia soy yo y no él. Además,
pienso que a tu amigo le gustan los hombres ―no creí que se atreviera a decir
algo así, pero lo hizo―, especialmente tú. Solo busca pretextos para estar
contigo. ¿Acaso a ti te gusta él? Si es así dime para largarme de una vez.
No le vi sentido a sus comentarios.
―Ni yo le gusto a él ni él a mí ―me puse molesto―. Es algo absurdo que
lo digas. Tenemos una amistad real, sincera y no me parece justo que hagas
ese tipo de comentarios, Ana. Comprendo que estés celosa, pero no permitiré
que te expreses así de mi amigo. Una cosa es que me digas tu inconformidad
y otra es que comiences a ofender de esa manera. Estás suponiendo cosas que
no existen.
―Te voy a creer, hermoso caballero ―dijo todavía muy seria, pero
intimidada por mis palabras―, pero tienes que arreglar esto pronto y darme
mi lugar. Te veré jugar entonces.
“Creo que debiste decirle lo de Palomita”, oí a Jesús decirme.
Él tenía razón.

IX

No me atreví a decirle lo de Palomita, no estaba tan loco,


afortunadamente. El juego comenzó. Como yo ya podía jugar, Jesús estuvo
en las bancas. Lo vi sentarse junto a Ana, quien veía el juego muy
desanimada. Ella se dirigía a Jesús con gestos poco amigables, luego él le
acercaba el oído. Al menos eso podía notar yo cuando volteaba a verlos.
Jesús, como era su costumbre, solo sonreía y le contestaba de ese modo a
Ana Lucía. Sus respuestas parecían suavizar el rostro de Ana. Un rato
después me di cuenta que ya no estaban por ningún lugar a la vista. Tampoco
estuvieron cuando terminó el partido.
Yo iba a buscarlos cuando, para mi sorpresa, Palomita me cortó el paso y
me felicitó por haber jugado tan bien. Se lo agradecí con modestia.
―¿Vienes sola? ―le pregunté.
―Sí, como en el cine ―fue su respuesta. Sonreía alegremente.
―Y de casualidad no traes otras palomitas para tirarlas por ahí ―le dije
en tono bromista. Por dentro me moría de miedo que apareciera Ana y me
hiciera una escena de celos.
Luego me reí y ella también se rio. Mis demás compañeros pasaban por un
lado y también me felicitaron por haber jugado tan bien, a pesar de tener poco
de haber dejado la silla de ruedas.
Yo trataba de encontrar a Jesús y a Ana. Me preguntaba dónde estaban.
Pero ya entendía, Jesús se había llevado a Ana lejos para evitar que se
encontrara con Palomita. Pero fue inevitable, pues Ana llegó de repente con
un cono de nieve que se derretía en su mano. Lo tiró al suelo al verme con
Palomita.
―¿Esto es una broma? ¿Qué haces hablando con esta? ―dijo eufórica
Ana Lucía.
Palomita veía a Ana como si ya la conociera, acostumbrada a esa actitud
despreciativa por parte de Ana hacia ella. Jesús era testigo de toda esta
escena, pues estaba situado detrás de Ana Lucía.
―¿Se conocen? ―pregunté, aunque era más que obvio.
―Solo eso me faltaba, mustia ―increpó Ana―; que quieras también
quitarme a mi novio.
Al decir esto abofeteó a Palomita con fuerza. Ella no reaccionó agresiva.
Solo se cubrió la mejilla con la mano.
―Esta tipa es Anabelucha, mi peor enemiga ―declaró Ana.
―Annabella ―corrigió Palomita―. Y no soy tu peor enemiga, Ana
Lucía, nunca te he hecho nada.
Pero Ana no le hizo caso al comentario de ella, sino que volteó hacia mí y
me dijo:
―¿Cómo puedes estar hablando con ella? Te odio, Ever Satién, te odio
―dijo y salió corriendo como una loca.
Jesús trató de calmarla con algunas palabras e interpuso sus manos para
detenerla, pero ella las esquivó y le dijo:
―Eres un traidor, déjame en paz ―y se fue encolerizada.
No traté de ir tras ella, pues sería inútil.
Miré a Palomita, o sea, Annabella:
―No sabía que tú… disculpa ―dijo y se fue sin decir más.
No supe qué hacer.
Jesús me miró y con sus ojos me dijo que me calmara. Que todo iba a estar
bien. Que hallaríamos la solución juntos. Se acercó y me abrazó fuertemente.

Minutos después nos fuimos caminando a casa. Aprovechamos para hablar


sobre el amor y las relaciones de pareja. Me dijo que él tenía una manera
particular de ver el amor y lo resumía en tres palabras: puro, fiel y eterno.
Que si buscamos un amor así jamás sufriremos.
―Esa es mi opinión del amor. Pero hay quienes lo han corrompido y no
coinciden conmigo. Sin embargo, cualquier amor diferente del que propongo
los llevará por caminos de sufrimiento y dolor. Tú puedes definir el concepto
que quieras de amor y seguirlo, pero también es seguro que vivirás
insatisfecho la mayor parte de tu vida. Yo no obligo a nadie a estar de
acuerdo conmigo, pero sí soy sincero al decir que fuera de mí toda persona
vivirá insatisfecha porque yo soy la porción que les hace falta para estar
completos y ser felices de verdad. Soy su creador, es imposible eludirme sin
resentir mi ausencia. Todos salieron de mí y llevan una porción mía que los
hace volver a mí para vivir verdaderamente. Lejos de mí solo se vive dolor,
sufrimiento y angustia.
“Ahora, tu relación con Ana Lucía no está dando buenos frutos porque
está sostenida en una plataforma de ilusiones. Tú quieres estar con ella
porque es bonita, pero su corazón no es lo que tú deseas. Y ella quiere estar
contigo porque la satisface que la admires, pero no es porque te ame. Le
gusta saber que alguien está dispuesto a hacer lo que ella mande. Además
tiene la intención firme de alejarte de mí, me dijo que ya vería yo si tú me
elegías o si la elegías a ella. Que me desafiaba a ver quién era más importante
para ti, si ella o yo.
“Aunque ella también cree en mi nombre, no está interesada en tener una
relación conmigo en estos momentos de su vida. Piensa que yo soy algo para
el final de su vida solamente. Esta es la realidad, Ever, esa realidad que no
querías escuchar antes. Debes tomar una decisión al respecto.
Sin decir más, otra vez, se fue. No sabía cómo lo hacía, solo desaparecía.
Quería que pensara a solas y decidiera.
Llegué a mi casa y me sentí deprimido. Me di un baño y me sentí igual.
Llamé a Ana pero no contestó. Le mandé un mensaje y tampoco obtuve
respuesta. A Annabella solo le mandé un mensaje por whatsapp. Le agradecí
que hubiera ido al partido y le pedí que me disculpara por lo ocurrido.
PARTE IV
I

Mandé un mensaje de texto al celular de Jesús. Le dije que prefería hablar


en persona con él. Me propuso ir al cine y que saliendo platicáramos. Él
pagaría la entrada y las palomitas. Entonces acepté. Era gratis, obvio que
acepté.
Vimos una película de fantasía y acción que yo elegí. Entonces me puse a
pensar en lo que él pensaría sobre la película. Me dijo que le gustó, pero que
le habían faltado cosas. Que había esperado algo mejor, aunque le agradaba
que los buenos ganaran. Que la gama de personajes fue interesante.
―Pero tu creación es más bella. Imagino que si nosotros viviéramos en un
mundo como el de la película y conociéramos, de pronto, las criaturas
creadas por ti, es decir, las que hay en la tierra, nos asombraríamos
sobremanera, incluso más que por las criaturas de la peli, pues ellas eran
irreales, productos de una imaginación humana, en cambio las de la tierra,
incluyendo los humanos, son producto de una imaginación divina.
Saliendo fuimos a comer, pues teníamos mucha hambre. Compramos
tacos de carne asada, bueno, yo, pues Jesús pidió una pellizcada y cuando la
trajeron pidió cebollita cocida ya que le fascinaba. Dimos gracias a Dios
antes de comer y luego Jesús le echó limón y poquita sal a las cebollitas.
Bañamos de guacamole los tacos y la pellizcada y comimos muy a gusto;
todo estuvo sabrosísimo, hasta nos chupamos los dedos. Por la ventana se
veía muy nublado así que luego de comer aprovechamos para platicar.
Hablamos en especial sobre la mentalidad que predomina en nuestro
pensamiento.
―La mentalidad que te domine conducirá tu vida. Hay dos fuerzas en tu
mente, una se parece más al pensamiento de Dios y la otra al del diablo. ¿A
quién quieres que se parezca más?
―Lógicamente a la de Dios ―le respondí de inmediato.
―¿Y qué estás haciendo para que sea así? ¿Estás amando a Dios sobre
todas las cosas y a las demás personas como a ti mismo? ¿O en lugar de eso
estás practicando la mentira, los malos pensamientos y las malas palabras?
Porque según lo que estés practicando, entonces tu persona cada día se parece
más a uno de los dos tipos de pensamientos. Lo más importante no son las
palabras, sino los hechos.
Siendo sincero, yo decía no simpatizar para nada con el concepto del
diablo, pero la realidad era que en mi vida diaria yo practicaba algunos actos
malévolos como el chisme, la cizaña y la mentira. Era algo inconcebible. Y
Jesús me enfrentaba a aquella verdad.
―Mira ―me dijo―, la sociedad, o bien, buena parte de ella desea tener
por vecino a una persona amable, respetuosa. Sin embargo, ellos no
comienzan siendo ese tipo de vecinos. Las personas quieren que los demás
cambien, pero ellos no están dispuestos a cambiar. Se complacen en ver caer
al vecino, en saber que no le ha ido bien o que lo corrieron de su trabajo. Esa
forma de vida, ese tipo de pensamientos, se parece más que nada a lo que el
diablo es: un ser egoísta, prepotente y orgulloso que solo desea el mal del
otro. Si realmente se busca un mundo diferente, el cambio debe iniciar en el
interior de cada persona. Y su pensamiento debe comenzar a parecerse más al
pensamiento de Dios y menos al del diablo.
“Muchos desean el bien en toda la sociedad, pero no procuran el bien en
sus núcleos personales ni familiares. Lo que hay que hacer es empezar en
nuestro propio interior. Pues la vida de una persona es una estrella fugaz
frente a la eternidad.
―Pero, ¿cómo podemos hacerle para cambiar ese interior y comenzar a
valorar nuestro caminar en la tierra, sin perder el tiempo en cosas malas?
―En realidad decirlo es sencillo. Pero todo tiene que ver con quien te
juntas. Con las personas que influyen en ti. Creo que ya te lo había
comentado. Esas personas te orientarán, impactarán en ti, su forma de pensar
de pronto también será parte de ti. Y yo te recomiendo que tengas muchos
amigos, pero en especial uno, aquel que influirá de manera decisiva en tu
vida.
―O sea, tú ―le dije con certeza y sonriendo. Me gustaba hablar de él y de
su amistad.
―¿Para qué crees que estoy en tu vida? ¿Por qué crees que es importante
que yo esté aquí, Ever? ¿Qué opinas de mí? ¿A qué crees que he venido?
Me quedé pensativo. No esperaba esas preguntas. Desvié mi mirada
tratando de pensar una respuesta. Pero no supe qué decir. Lo que dijera sería
demasiado simplón, así que me aventuré a hacer algo que Jesús seguido me
recriminaba. No responder su pregunta sino devolvérsela.
―Ya sé que está mal no responder y que preferirías que lo intentara, pero
mi respuesta a esas preguntas no tendría chiste. Mejor tú dime.
―Eres un tramposo ―me dijo entre risas―. Al menos dime por qué y
para qué estoy aquí. ¿A qué he venido a tu vida? Tal vez a hacerte la vida de
cuadritos, no crees.
―No ―dije enseguida―. Tú haces las cosas más sencillas y llenas todo
en mi interior ―luego suspiré―. De verdad, tú eres lo que me hacía falta. Lo
sé, lo siento aquí en mi interior. Pero… ayúdame a completar esta
respuesta… Me es difícil.
―Ok. Mira ―me dijo y me miró a los ojos, buscando mi atención, como
lo hacía siempre que iba a decir algo de suma importancia―. No vine para
intentar ser tu amigo, sino para serlo. No vine para intentar salvarte, sino a
salvarte. No vine a ver si puedo protegerte, defenderte y consolarte; vine
porque puedo hacer eso y mucho más. Puedo darte vida, larga vida. Puedo
darte perdón y libertad, salud y amor. Puedo darte alegría, paz, felicidad. Yo,
Jesús, puedo darte una amistad sincera, verdadera y eterna. Puedo alimentarte
de todo lo bueno que necesites. Puedo liberarte de tus miedos, de tus
enemigos y darte un vida nueva, diferente, dichosa y eterna. Puedo hacer eso
y mucho más. Solo pruébame y lo comprobarás.
A raíz de sus palabras, vino a mi mente una pregunta que siempre le había
querido hacer a Jesús:
―Entonces, ese es el objetivo de cada persona en la tierra, el sentido o
propósito de vida de cada quién, ¿encontrarnos contigo? ¿Con el que todo lo
sabe y todo lo puede?
Él parecía seleccionar muy bien las palabras que me diría. Luego lo
escuché responderme:
―Quien me busca y me halla lo encuentra todo. Las personas, todas las
sociedades del mundo persiguen un sueño, un objetivo personal: la felicidad.
―¿Entonces lo que todos buscan, o buscamos, es ser felices?
―Así es. Pero no se trata de una sola cosa. La felicidad es mucho más que
una sola palabra. Y si me hallan a mí entonces encontrarán todo lo que
buscan.
―¿En qué consiste la felicidad entonces? ―le pregunté.
―La felicidad consiste en tener seguridad, esperanza, confianza, paz,
gozo, certidumbre y amor, mucho amor. Solo en mí la humanidad podrá
encontrar todas esas cosas: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fe, mansedumbre, templanza.
Dejé que sus palabras hicieran efecto en mí. Luego le pregunté:
―¿Entonces solo puede ser feliz quien te haya encontrado a ti?
―Plenamente feliz, sí. Y todos pueden serlo. La felicidad no es exclusiva,
no es solo para unos pocos, sino para todos. Y no depende de las cosas
materiales como las casas, autos u objetos de valor. La felicidad depende de
la relación que tengan las personas conmigo, con su Creador. Quienes me
conocen y me aman saben que tienen una esperanza y no están preocupados
por nada, sino que disfrutan de la vida, de sus seres queridos y de todas las
cosas que yo les he dado. Yo no ofrezco nada que conduzca al mal. Si alguien
se conduce por un camino que lo lleva a la muerte, no está siguiendo mis
palabras sino las propios o de alguien diferente a mí.
―¿Cómo le hago para tener siempre esa felicidad de la que hablas, Jesús?
―No te separes de mí ni me alejes de ti y siempre la tendrás contigo. La
felicidad es un estado de la conciencia, un acto racional. No es por
sentimientos o emociones, es por convicción. Aun en luchas y pruebas se
puede mantener ese estado. Cuando pones los ojos en tus problemas, pierdes
tu felicidad. Pero esta debe estar basada en algo más grande, fuerte y
poderoso que tú y ese algo en realidad es alguien y soy yo.
Su mirada traspasó la mía y sus palabras se apoderaron de mi corazón.
Luego continuó:
“Si alguien desea encontrar a la persona ideal con la que vivirá feliz para
siempre, procure que esa persona me tenga aferrado en su corazón y entonces
nunca sufrirán ninguno de los dos. De lo contrario esa persona podrá
distraerse fácilmente y llegar a ser la causa de un gran dolor en una relación.
No es algo que yo quiera para las relaciones de pareja, sino que la misma
decisión de no admitirme en sus vidas tiene como consecuencia una situación
crítica. Considera esto, Ever, si yo soy la vida y en mí todo es bendición,
armonía y paz, entonces no incluirme en el centro de mando de un corazón
implicará una carencia de todas esas virtudes buenas que tanto anhelan, como
la confianza, el amor, el respeto y la decencia.
“Las personas mantienen muchas veces las apariencias de estos valores,
pero con el tiempo comienza la decadencia cundo no se tiene un verdadero
amor y una verdadera pasión por mí. Cuando la relación entre una persona y
yo no es real, entonces saldrá a relucir el corazón oscuro de esa persona para
demostrar que en realidad no tenía una relación conmigo. Pues todo aquel
que se relaciona conmigo aprende de mí y me toma como ejemplo en su vida
y yo influyo en su vida e impacto a los que viven a su alrededor.
“Tu felicidad ―me dijo― está en tus decisiones. Hay cuatro importantes
decisiones que tomar: cómo vivir, haciendo qué cosa, con quién te casarás y
qué lugar ocupará Dios en tu vida. ¿Qué estás haciendo para cumplir las
expectativas que tienes sobre estos puntos? Con esta pregunta creo que
comprendes a dónde quiero llegar.
―Lo sé. Debo tomar una decisión. Creo que es urgente que hable con Ana
lo antes posible ―le dije.
Entonces le mandé un mensaje a ella. Esta vez sí me respondió, pero muy
molesta. Le pedí que habláramos pronto. Me dijo que mientras fuera amigo
de Jesús, ella no tenía nada que hablar conmigo. Ya no le insistí.
Salimos de los tacos y nos agarró la lluvia. Vimos a una chica caminar
sola bajo el fuerte aguacero que estaba cayendo; al parecer disfrutaba
mojarse, pues caminaba con los brazos abiertos, mirando hacia el cielo y
recibiendo con alegría las gotas en su cara: era Annabella.

II
Cuando volteé a ver a Jesús para expresarle en un pensamiento lo
asombrado que estaba de aquella casualidad, me di cuenta de que él ya no
estaba. Me había dejado a solas con Ana... Entonces me di cuenta de esto,
que Annabella también se llamaba Ana como Ana Lucía. Fue algo
inesperado. Sé que es bastante obvio, pero hasta ese momento caí en cuenta
de ello.
La saludé y juntos caminamos bajo la lluvia. En pocos segundos estuve
empapado de agua, así como ella.
―¿Y qué es de tu vida? ―le pregunté.
―Estudio nutrición junto con tu novia Ana Lucía.
―Solo somos amigos ―le dije, pero no me creyó.
―No debes echar mentiras. ¿Acaso no sabes a dónde van los mentirosos?
―¡claro que yo sabía a dónde van los mentirosos!―. A pedir perdón ante
Dios ―dijo y soltó una carcajada.
Me quedé callado y me reí después. Ya había entendido el chiste. Era muy
lista aquella chica.
Íbamos por las aceras de las calles. Casi no pasaban autos y si pasaban
pues nos echaban agua, pero no nos importaba, pues al fin y al cabo ya
íbamos completamente empapados.
La verdad es que no quería decirle a Annabella mi realidad con Ana Lucía.
Quería conocer su versión sobre las cosas que me había dicho Ana Lucía.
Pues ella siempre me la había pintado de un modo horrible, pero a mí me
parecía muy simpática. Durante los días que habíamos conversado por
whatsapp siempre fue linda.
Ocasionalmente la llamé Palomita y cuando lo hacía ella se reía, pues
recordaba el chasco en el cine. Hablamos sobre ella y un poco sobre mí.
Llegamos caminando a su casa, pues no quedaba tan retirada del restaurante
adonde habíamos ido Jesús y yo. Nos despedimos y me fui a casa. En el
camino Jesús me alcanzó. Me habló del peligro de mentir y del peligro de
equivocarme.
Que la razón por la que a menudo las relaciones de pareja fracasaban era
principalmente porque entre ellas no había sinceridad, confianza y franqueza.
Entonces le pregunté cómo saber elegir correctamente a la mujer ideal.
―Puedes pedirme que la elija por ti, o bien, aquella que me ame tanto
como tú a mí será la ideal. Puedes elegir cualquiera de las dos opciones, pero
también serás responsable si fracasas. Pues cualquier relación de pareja que
no esté basada en el amor está destinada a fracasar, siempre.
Y al decir ‘basada en el amor’ entendí que se refería a él, pues la en la
Biblia yo había leído que Dios es amor.
Qué difícil decisión era aquella del amor y qué complicado elegir, pero era
necesario para evitar el dolor. Entendí que Jesús hablaba siempre con la
verdad y rechazar sus palabras significaba entronar nuestra propia opinión y
nuestra propia filosofía de la vida. Elegirlo a él como fuente de confianza y
de sabiduría era una decisión que yo debía tomar. Y esa era una elección que
yo quería tomar y que iba a tomar.
―Según lo que tengas en tu mente como verdad o mentira será el tipo de
vida que lleves. Si para ti mentir está mal, evitarás mentir; y si está mal y aun
así mientes, estarás actuando con una doble moral y serás un hipócrita.
Jesús no se anda con medias tintas, te dice las cosas aunque duelan. La
verdad duele, es dura, pero es la verdad.

III

Sus palabras eran duras, pero eran ciertas. Él tenía mucha razón.
Aborrecer la mentira y decir que no era un camino viable y aun así mentir,
solo significaba que yo no tenía un buen corazón. Le prometí a Jesús que
evitaría mentir de ahora en adelante.
Llegando a casa pedí bañarme primero. Yo estaba cansado y solo quería
dormir. Jesús se bañó después de mí. Yo aproveché para ver mi facebook. Lo
estaba revisando en el celular cuando Jesús salió del baño. Entonces me di
cuenta que él me observaba y no supe qué decirle.
―¿Imagino que estoy haciendo algo que preferirías que no hiciera?
―Dime algo, Ever Satién, ¿crees que yo quiero ser tu amigo o que quiero
ser tu juez? Mírame como algo más que alguien, soy eso y más que eso, yo
soy Dios. No puedo evitar estar contigo todo el tiempo. Es mi naturaleza.
Pero si quieres me voy.
―No, no ―le dije al instante―, mejor aprovechemos para hablar sobre
esto de las redes sociales. Qué opinas.
Entonces me dijo que no era algo malo. Lo malo en realidad era lo que
hacíamos con las cosas. El uso que le diéramos a un cuchillo no hacía al
cuchillo malo, sino a la persona que lo usaba mal. Ocurría igual con las redes
sociales. De este tema pasamos a la música, las películas y las formas de
entretenimiento. Fue tajante en su respuesta.
―Hay cierto tipo de música, entretenimiento y diversión que no te edifica,
mi consejo es que la evites. Si lo haces, también te evitarás muchos dolores
de cabeza. Eso incluye literatura y cine. Si no edifica, tíralo. Si no te hace
mejor ser humano, entonces no sirve. No hay tregua en ese punto, no hay
tolerancia y no hay pacto con cosas que destruyen. Lo que sirve, sirve y lo
que no, no. Si pervierte y te hace pensar mal, deséchalo, no lo necesitas. Si te
perturba, entonces aléjate o elimínalo. No eres un contenedor de basura como
para almacenarla en tu mente. Hay cosas útiles e importantes que aprender.
No pierdas el tiempo ni el espacio de tu mente llenándola con desechos.
Espero que sepas muy bien seleccionar lo que entra por tus oídos y por tus
ojos. Pues tus sentidos, además de ventanas del alma, también son puertas por
las que pueden entrar cosas buenas y cosas muy malas. No te dejes engañar,
Ever.
Hablamos de este tipo de asuntos. Era una verdadera cátedra abordar
estos temas con Jesús. Tenía una opinión muy interesante para cada aspecto.
Fue enriquecedor oírlo. Debía aprender a conocer a mi Dios y vivir
agradándole. Esto ayudaba bastante.
No voy a negar que una parte de mí se resistía a oír sus palabras, pero era
mi parte malvada. Jesús lo sabía muy bien y tanto él como yo sabíamos que
lo mejor para mí era escucharlo, por eso lo hice con mucha atención, a pesar
de la resistencia que había en mi mente.
Al final, luego de escuchar a Jesús, me di cuenta que mi alma sufría una
transformación. Como si sus palabras hubieran lavado todo lo malo que había
en mi interior. No sabría cómo explicar su funcionamiento, pero sí sentía
claramente sus resultados. Y eran unos resultados que me gustaban, me
gustaban mucho.
Al día siguiente nos cortamos el cabello. En casa mamá me dijo que el
doctor le había mandado hacerse unos estudios. Que debía ir por los
resultados el día lunes. Cuando me dijo esto Jesús me envió un pensamiento:

Debes estar siempre preparado para cualquier circunstancia.

Por un momento me aterró la posibilidad de unos resultados donde mamá


tuviera que ausentarse o partir de este mundo. Más tarde platiqué con Jesús
en la terraza. La verdad es que no desaprovechamos momento para hablar. Le
pregunté a qué se refería con aquel pensamiento.
―No todo dura para siempre en esta tierra. Quisiera prometerte que nada
malo ocurrirá nunca, pero eso no es posible mientras el mundo no esté bajo
mi total autoridad.
―¿A qué te refieres? ―pregunté confundido.
―Vi tu pensamiento de preocupación al oír sobre los resultados médicos
que le darán a mamá Ruth el lunes.
―¿Saldrán mal? ―pregunté asustado. Él no respondió a mi pregunta―.
Dime la verdad por más dura que sea.
―Lo sabrás el lunes. Tienes que ser paciente ―sus palabras era serenas,
como siempre.
―Pero, ¿qué me estás diciendo? ¿Que los resultados podrían salir mal y
no debo preocuparme aun existiendo esta posibilidad? ―comencé a hablar
como desesperado.
―Exacto ―fue su primer palabra―. Aún no sabes los resultados. Si vas a
preocuparte no debe ser ahora. Nunca estés preocupado por nada. Yo no te
cree para que te preocuparas sino para que confiaras. Para que confíes en mí.
¿De acuerdo? ―y cuando dijo esto me miró con unos profundos ojos de
amor.
―Está bien, trato de hacerlo ―dije, pero yo sabía ―y él también―, que
algo se había alterado en mi interior.
Mi mamá me mandó llamar y me dijo que llevara a Adrian a un juego de
futbol. Lo llevamos Jesús y yo. Él metió dos goles. Por la tarde fui con mis
amigos del templo. Al día siguiente cantaríamos algo especial para Jesús y
ensayaríamos un poco.

IV

Nos reunimos en un pequeño picnic. Cantamos canciones para Jesús e


hicimos una fogata. Adrian iba con nosotros. Mientras cantábamos, yo
miraba a Jesús a los ojos. Él también me miraba y cantaba conmigo.

♪Quiero cantar una linda canción


de aquel que mi vida cambió,
Quiero cantar una linda canción
de aquel que me transformó♫.

Y todos decíamos el coro:


♪Es mi amigo Jesús, es mi amigo más fiel, él es Dios, él es
rey, es amor y verdad. Solo en él encontré esa paz que busqué.
Solo en él encontré felicidad♫.

No pude evitar que mis lágrimas rodaran por mis mejillas. Jesús también
estaba llorando.
De camino a casa no le quise preguntar más por lo de mamá. Confiaría en
que todo saldría bien y sobre todo que Jesús estaba a cargo.
Por la noche, antes de dormir, le dije a Jesús que había una canción muy
bonita que me gustaba mucho. Cunado cantábamos en el picnic la había
recordado y se la quería cantar a solas.
―Te escucho ―me dijo alegre.

Entonces inicié:

♪Quién soy yo para que en mí tú pienses y que


escuches mi clamor. Y es verdad lo que tú hoy me dices,
que me amas, ¡me asombra!
Tú eres mi amigo fiel, tú eres mi amigo fiel, tú eres mi
amigo fiel, tu amigo soy…♫

Le gustó mucho y aplaudió fuerte, celebrando mi canto. Estuve bastante


desafinado, pero no me importó. No era la primera vez que cantaba
desafinado, pero Jesús me decía con su mirada que le encantaba. Luego dijo
con su voz:
―Pero más me gusta porque sé que es sincera y proviene de tu corazón.
Lo pude sentir al escucharte.
Me encantaba que él pudiera darse cuenta de esos aspectos. De las
verdaderas intenciones del corazón. Era como hablar con uno mismo, pues a
él nada se le podía ocultar.
―¿Listo para mañana? ―me dijo.
―No sé, sigo pensando en lo de mamá ―esa era la verdad y no quería
ocultárselo.
―Lo sé ―dijo―. Y está bien que lo menciones. De hecho, si me aceptas
un consejo, siempre dime lo que piensas, no te quedes con nada en tu
corazón. Si lo haces, entonces tú también te conocerás a ti mismo, tanto como
yo te conozco. Y sé que a veces no crees tanto en mí ni confías en mí, aunque
eso sea lo que yo más quiero. Y no está mal que no confíes en mí tanto como
yo lo deseo, pero si me gustaría que aspiraras a ello.
Sus palabras me tocaban en lo más profundo. Daban justo en el blanco.
Las fibras más finas de mi piel eran alcanzadas por mis palabras.
―Lo intento, de verdad que lo intento ―le dije llorando.
Entonces lo intenté: confié en que todo estaría bien. Luego lo abracé,
aferrándome a él desesperadamente y más lágrimas cálidas salieron de mis
ojos.
―Lo sé, lo sé, hijo amado ―lo oí decirme y lloré con más fuerza en su
hombro.
Llegó el domingo y fue hermoso cantar aquella canción entre todos para
Jesús. Todos los hermanos nos siguieron a capela:
♪Es mi amigo Jesús, es mi amigo más fiel, él es Dios, él es
rey, es amor y verdad. Solo en él encontré esa paz que busqué.
Solo en él encontré felicidad♫.
Yo pasé a dar gracias a Dios porque Jesús había estado conmigo en todo
tiempo y todos habían sido testigos de sus maravillas. Les pedí a todos que
pusiéramos nuestra mirada en él y que confiáramos plenamente en él.
Entonces recordé que él había estado trabajando conmigo esa área de mi fe.
Me había dicho que pusiera mi mirada en él y no en los posibles problemas o
las posibles luchas o sucesos que pudieran ocurrir. Eso era lo que él me había
estado tratando de decir.
Lo miré desde mi lugar y le di gracias con mi pensamiento, él sonrió de
pie y supe que todo estaría bien. Todo fue bello ese domingo.

Como mamá había removido algunas cosas para pintar el cuarto, por la
noche nos subimos a la terraza, donde dormiríamos. Instalamos las camas
sobre el piso de madera. Luego de cenar, subimos las cobijas y las colchas y
nos acostamos, sin dormirnos todavía.
Terminábamos de orar cuando vino a mi mente el tema de los estudios de
mamá. Jesús descubrió mi pensamiento. Me dijo con su mirada: “¿De nuevo
la duda?” Luego él dijo entre susurros:
―¿Quién crees que soy yo? ―me preguntó.
―Pues eres… Dios. Tú eres el Padre… el Hijo, ¿no?
―Creo que ya sabes quién soy. Yo y el Padre uno somos. Él habita en mí
y yo en él. Si deseas hablarme como Padre puedes hacerlo, si como Hijo,
también. Padre, Hijo y Espíritu Santo están aquí como uno solo y único Dios
―me explicó paciente.
―Creo entenderlo mejor. Entonces tú eres el Todopoderoso ―expresé
como si lo acabara de descubrir. No a menudo desarrollaba estos
pensamientos en mi mente, pero si uno los iba desenvolviendo se encontraba
con esta realidad: Jesús es el Todopoderoso.
―Ever, mi único deseo siempre ha sido ser amigo de hombres y mujeres,
ser su aliado, su consejero, su padre y su hermano. Que confíen en mí más
que en nadie más. Más que en ellos mismos, más que en su corazón. Si fuera
así yo estaría en todos y todos en mí y el mundo sería diferente.
―Puedo entenderlo ahora mejor que antes, señor Jesús ―le dije
sonriendo, pues acababa de ser consciente de algo que antes no había visto
claramente: Él era el Todopoderoso, entonces todo estaría bien. ¡Todo sin
excepciones!
Luego de esto, comenzó a llover. Debido a que estábamos en la terraza, la
lluvia se oía muy cerca y bajo su arrullo nos fuimos quedando dormidos.
Bueno, en realidad era Jesús quien ya roncaba cuando yo le decía algo sobre
lo asombroso que me parecía todo aquello.
―Sí, Señor, eres asombroso.
Entonces oí su pensamiento en mi mente:
“Te sigo escuchando, pero este cuerpo flojo necesita dormir”.
Entonces me reí. ¡Era impresionante!
El lunes fuimos a la escuela y cuando regresamos a casa mamá nos dijo
que salió bien de sus estudios, gracias a Dios.
Subimos a la terraza y lloré de alegría y agradecimiento.
―No debí ponerme así ni dudar de ti ―le dije a Jesús.
―Nunca lo hagas, nunca dudes ―me dijo y sonrió, como diciéndome que
él no iba a fallarme nunca.
Entonces se me ocurrió cantarle otra canción, una de mis favoritas, se
llama “perfume a tus pies”.
―Mis oídos están listos para escuchar tu desafinada voz ―se rio―. Estoy
bromeando.
Lo miré comprendiendo su chiste y me reí también. Después comencé a
cantar con los ojos cerrados. Jesús estaba ahí, en mi cuarto, sentado en la
cama, oyéndome:
♪Cuando pienso en tu amor y en tu fidelidad, no puedo hacer
más que postrarme y adorar. Y cuando pienso en cómo he sido
y hasta dónde me has traído, me asombro de ti. No me quiero
conformar, he probado y quiero más. Yo quiero enamorarme
más de ti, enséñame a amarte y a vivir, conforme a tu justicia y
tu verdad, con mi vida quiero adorar. Todo lo que tengo y lo
que soy, todo lo que he sido te lo doy, que mi vida sea para ti
como un perfume a tus pies…♫
♪Cuando pienso en tu cruz y en todo lo que has dado, tu
sangre por mí, por borrar mi pecado. Y cuando pienso en tu
mano, hasta aquí hemos llegado, por tu fidelidad. No me quiero
conformar, he probado y quiero más. Yo quiero enamorarme
más de ti conforme a tu justicia y tu verdad, con mi vida quiero
adorar. Todo lo que tengo y lo que soy, todo lo que he sido te lo
doy, que mi vida sea para ti como un perfume a tus pies…♫
Cuando terminé abrí los ojos y chorros de lágrimas caían por mis mejillas.
Él estaba ahí y me abrazó. Su amor por mí era inmenso y yo me sentí como
un niño en brazos de papá.
Durante esos días había pensado en las decisiones importantes para mi
vida. Entonces fui a la casa de Ana Lucía.

VI

Ella me invitó a pasar. Caminamos por el vestíbulo hasta la sala junto al


comedor.
―Toma asiento ―me dijo amablemente, indicándome el sillón.
―Gracias ―le dije.
Ella se sentó a mi lado y me tomó la mano.
―Estoy al tanto de tu relación con Annabella y no estoy dispuesta a
perderte ―parecía arrepentida y me besó en la mano―. Perdóname por la
actitud que tuve en el partido la semana pasada. Durante estos días solo he
pensado en ti. Tú eres el amor de mi vida y somos el uno para el otro. Yo te
amo, Ever. He pensado muy bien las cosas y ahora seré distinta. Por ti estoy
dispuesta a hacer lo que me pidas.
Y me besó delicadamente con sus labios. Con sus manos me acarició el
rostro de un modo tan especial como no lo había hecho nunca antes. Me sentí
sumamente acalorado. De mis labios pasó a mis mejillas. Yo no quería
intervenir, pero aquella situación estaba subiendo la temperatura de la sala.
Entonces la aparté.
―¿Qué pasa? ―me dijo sorprendida―. ¿No te gusto?
Ambos estábamos sudando.
―Sí, claro que me gustas y mucho. Solo que esta no es la manera co…
―Somos novios, ¿qué tiene de malo? ―me interrumpió.
Sinceramente no sabía qué responderle. Si Jesús estuviera ahí sé que me
diría que no debía dejarme llevar de esa manera. Recordé lo bien que me
sentí cuando Ana me había besado y acariciado. Lo había disfrutado mucho,
pero una voz en mi mente me decía que no estaba bien. Así no.
Confieso que me hubiera gustado que por un momento esa voz se alejara
para dejarme envolver en los brazos de Ana Lucía. Pero era imposible quitar
aquel pensamiento.
―Podemos intentar ser novios otra vez ―le dije a Ana Lucía.
Antes de llegar a su casa y verla, yo había tomado la decisión de ya no ser
nada, pero al verla otra vez y sentir sus besos y sus caricias cambié de
parecer.
―Si iniciamos desde cero solo te pediré un favor.
―¿Cuál? ―me preguntó con curiosidad.
―Que me acompañes al templo y que no te molestes porque sea amigo de
Jesús. Si algún día nos casamos me gustaría que vieras con buenos ojos a mi
mejor amigo.
Ella apretó la mandíbula, aventó mi mano y me miró con unos ojos llenos
de coraje.
―Vete de mi casa ―me ordenó.

VII

En casa, luego de una jornada intensa de trabajo en la cenaduría, hablé con


Jesús.
―Me siento sucio y te fallé al tener aquellos pensamientos y aquellos
deseos con Ana Lucía. Tú sabes…
―¿Qué más deseas decirme? ―me preguntó Jesús con sus ojos llenos de
amor.
Las palabras no querían salir de la boca, pero logré que lo hicieran. Debía
ser completamente sincero con mi amigo.
―Es-estoy molesto conmigo mismo porque… en realidad hubiera querido
quedarme con Ana Lucía y hacer cosas que sé no son correctas. Eso significa
que traicioné tus enseñanzas... Aunque logré que no ocurriera nada, no pude
evitar pensar de manera indebida.
Jesús me dijo:
―Cuando yo aparezco en tu mente la bruma desaparece, no lo olvides.
Yo lo entendí así: Jesús es la luz y el mal es la oscuridad. Cuando la luz
llega, la oscuridad se va. Por eso cuando lo veía o estaba con él, todo en mi
mente tenía una claridad impresionante. Pero a veces me dominaban mis
deseos y entonces era cuando le fallaba a Jesús. En lugar de irse de mi lado,
Jesús me decía:
―Tranquilo, no dejaré que el mal te absorba. Ni lo pienses, no me
apartaré de ti ahora que sientes haberme fallado, pues es ahora cuando más
me necesitas.
Comprendí su gran amor por mí. Quería evitar que me hiciera más daño o
me autodestruyera. Porque cuando uno cae ya no desea levantarse y
comienza entonces una caída en picada terrible al pantano de la
desesperación, de la muerte y el dolor. Y era ese pantano lo que él quería
evitarme. Pero yo había cedido a deseos oscuros, había ensuciado mi mente
con pensamientos y deseos sexuales. Cuando fui consciente de mi flaqueza y
de lo débil que había sido, le dije:
―Soy de lo peor, mira cómo me comporto cuando estoy lejos de ti, cómo
reacciono. No soy digno de ti, no te merezco. No merezco que me ames ni
que estés aquí.
―No te asustes por eso ―me dijo con su voz suave y compasiva―, en
realidad es bueno que te encuentres en estas situaciones, pues en ellas saldrá
a lucir tu verdadero yo, quien realmente eres. Y es conveniente que conozcas
quién eres para que sepas contra qué enemigo estás luchando. Es necesarios
que conozcas el pequeño monstruo que hay en tu interior para que veas que
es un enemigo real al cual hay que destruir.
“No pienses que las personas mostrarán lo que realmente son alejadas del
peligro o la tentación. Es frente al peligro donde puedes saber si eres un
valiente o un cobarde, así como es en la tentación donde puedes saber si
puedes resistir o no, qué tan fuerte eres o qué tan débil; si me eres fiel o si
aún no has podido superar aquello que te debilita. Una vez que conozcas esos
datos, podrás saber qué tienes que hacer para cambiarlos o mantenerlos. Por
eso no temas encontrarte en tribulación o tentación, más bien en cada uno de
esos momentos elige agradarme y hacer lo correcto. Ya sea tribulación,
angustia, alegría o felicidad, yo ahí estaré contigo, padeciendo a tu lado y
luchando contra el mal.
―¡Soy de lo peor entonces…! ―dije, totalmente decepcionado de mí. Los
recuerdos de haber estado con Ana Lucía en aquel sillón y haciendo aquellas
cosas imaginariamente me atormentaban.
―No te juzgues tan severo, más bien ayúdame a destruirte.
Tenía me cabeza mirando el suelo. Le dije:
―No quiero que mi yo me domine, es horrible.
Sonrió y me tomó los hombros, esperando que yo lo mirara. Luego levantó
mi barbilla con su mano izquierda.
―Es un buen inicio ―dijo y me abrazó. Estando en sus brazos comencé a
cantar una canción que me llegó a la mente:

♪Jesús, haz mi carácter más como el tuyo, yo quiero ser.


Porque en esta vida hay cosas que pasan que yo no entiendo.
Porque yo quiero demostrar tu amor a cada instante. Hazme
hacer tu voluntad y morir a mi viejo hombre, haz mi carácter,
más como el tuyo… yo quiero ser…♪

Después de escucharme con una expandida sonrisa en su rostro, me dijo:


―Hablemos del sexo ―sin añadir nada más.
Y comencé una de las charlas más inusuales de mi vida con Jesús. Pues
nunca imaginé que él estuviera interesado en hablar sobre ese tema. Mas era
un experto. Todo lo que decía embonaba bien con la realidad. Se ajustaba
mucho a lo que lógicamente Dios diría sobre ese asunto. Y sí que tenía
mucho que decir. Como creador del sexo era el indicado para decir el modo
como debía ser usado o al menos como él prefería que fuera usado.
― Sé que es un tema que te inquieta y te importa y así como todo lo que te
importa, este tema a mí también me importa. ¿Qué opinas del sexo, Ever
Satién? ―me preguntó sin censura.
No pude evitar sonrojarme al oír la palabra sexo. Ese tema no era algo que
estuviera muy claro en mi mente. Pero Jesús sabía dar en el punto clave y
sabía también que yo traía una espina atorada que tenía que ver con eso.
―Para ti qué es el… sexo ―le pregunté tragando saliva; yo no quería
iniciar la conversación de un tema tan fuerte.
―Ah, cambias la jugada, tramposo ―respondió riéndose―. Está bien, te
diré lo que pienso ―añadió―. Primero debemos ser conscientes del gran
valor que tiene el sexo en este mundo. ¿Qué valor? Pues el más alto valor, de
verdad, el más alto. El sexo es lo más importante que existe. ¿Por qué?
Porque tú eres producto de un acto sexual. Dime, si para mí tú eres lo más
importante, ¿no me importará también lo que te dio origen, la fuente de la que
provienes? Diseñé el sexo para que existieran mis hijos, así que ese asunto
me importa demasiado. Ahora, ¿tú qué opinas al respecto?
―Con lo que acabas de decirme me doy cuenta lo equivocado que yo
estaba respecto al sexo. Jamás me había puesto a pensar en lo que tú opinabas
sobre él. Yo ―y me dio pena decirlo― tenía un concepto muy superficial
sobre el sexo. No le daba la importancia ni el valor tan alto que tú le das.
Ahora me siento… culpable de algo ―miré al suelo.
―No te aflijas ―me hizo levantar la mirada―. En la vida se aprenden
muchas cosas cada día. La importancia del sexo radica en la opinión que su
Creador tiene sobre él. No son importantes las opiniones que los demás
tengan sobre el sexo, pues son opiniones formuladas por mentes que no están
del todo sanas, sino más bien corrompidas y pervertidas. Esas mentes
necesitan, de hecho, ser sanadas. El sexo es un acto de amor y entrega total y
no fue hecho para la promiscuidad y la degeneración moral. Fue hecho para
lo bello y sublime, para que dé como resultado vida y amor. Para dar alegría
y felicidad a las personas. Por eso te quiero decir una cosa, Ever: tú fuiste
diseñado, hecho y creado para tener una sola pareja, por eso debes elegir muy
bien; lo demás, lo que esté fuera de ello es maldad pura. Que nadie te engañe,
por favor, sobre este asunto.
―Lo entiendo bien, Señor. Pero a veces se desea lo contrario ―dije,
sabiendo que él podría darme la mejor respuesta al respecto, o bien, una
regañada bien merecida.
―Lo sé. Y lo que yo quiero es que esa maldad muera en ti. Que ese mal
deseo muera.
―Pero hay cosas que deseamos hacer, aunque sabemos que no están bien
―objeté.
―Y puedes hacerlas ―me dijo con la voz más serena del mudo―. De
hecho, las has hecho, aun creyendo en mí y sabiendo que no estoy de
acuerdo. Creer en mí no te lo ha impedido. Pero que lo hagas no significa que
yo esté de acuerdo. Tú deseas ser feliz, lo sé. Aunque has hecho tu voluntad
te has dado cuenta que no eres feliz. Has hecho de todo, incluso aquellas
cosas vergonzosas que no querrías que nadie supiera. Pero yo las sé y no te
juzgo por eso, sino que te perdono. Y te perdonaré cada error, pero no con la
finalidad de que los sigas cometiendo, sino con la intención de que puedas
ver cómo es que tus errores, conscientes y no conscientes, solo te hacen
infeliz, que es lo contrario a lo que tú buscas. Siempre que vengas a mí con
arrepentimiento sincero, sea cual sea tu falta, te perdonaré.
―¿Por qué? ¿Por qué siempre?
―Porque mi amor por ti es más grande que tu pecado ―y me abrazó
fuertemente.
Comencé a llorar y él esperó a que terminara de hacerlo.
―Pero que siempre me perdones tal vez me afecta más ―comenté
secándome las lágrimas―, pues sabré que cada vez que peque podré venir a
pedirte perdón.
―Sí, ese es el plan. Que siempre que falles vengas arrepentido a pedirme
perdón sabiendo que yo te perdonaré… siempre. ¿Qué otra cosa esperabas de
mi parte? ¿Qué te juzgue y te castigue?
―Sí, de hecho ―dije afligido.
―Pues no ―estaba sonriendo con su mirada dulce―. Algún dios falso es
así, yo no.
―Pero todo eso del pecado y el castigo… ―comencé.
―Ya habrá tiempo para hablar del castigo y las consecuencias del pecado.
Cuando vienes arrepentido ante mí no necesitas un castigo, necesitas perdón
y amor.
Me quedé serio un momento y lo miré. Enseguida lo abracé y comprendí
todo. Comprendí que a tanto amor yo no podía ser indiferente. Debía pagar
amor con amor. A tanta misericordia yo debía corresponder del mismo modo.
Si él me prodigaba tanto amor era porque deseaba que yo también hiciera así
con él. Amor con amor se paga. Y la mejor forma de pagarle era agradándole,
siendo obediente y fiel. Ese era su mensaje y yo al fin lo había entendido.
Entonces lo abracé más fuerte y así nos quedamos un momento. No negaré
que volví a llorar. Su presencia me sensibilizaba.

VIII
―Gracias, gracias por ser tan bueno ―le dije―. Yo siento que no
merezco tu perdón cuando he pecado. Cuando lo hago, mis impulsos y deseos
son muy fuertes, que a pesar de amarte tanto, no puedo evitarlos y por eso
siento que no merezco tanto amor.
Declarar todo esto me ayudaba a liberar esos pensamientos, pero al
mismo tiempo exponía todo lo malo que podía ser o que había pensado ser
sin Jesús a mi lado.
―Eso es lo que quería que aceptaras. Que no podrás vencer con tus
fuerzas, nunca. Dime, ¿durante el tiempo que he estado contigo has sentido
esos impulsos y deseos, has sentido la necesidad de abandonarme?
―No, al contrario, ahora que estás aquí todo lo malo parece ausentarse.
Los malos pensamientos y deseos son solo recuerdos. Tu presencia disipa
toda maldad y tentación. Tu luz ahuyenta la oscuridad ―yo escuchaba mis
propias palabras.
Cuando dije aquellas palabras entendí a dónde quería llegar Jesús con
aquella plática. Lo miré y él a mí. Él sabía que yo había descubierto su
mensaje.
―Así es ―dijo―, quiero… anhelo habitar en ti todo el tiempo. No solo a
veces, en el templo o en una canción, o en la lectura de un pasaje de la Biblia.
Sino siempre y para siempre. Eternamente ―dijo despacio esta última
palabra.
―Pero ―objeté―, a veces quiero tiempo para mí, para mis cosas, para
mis decisiones. No es que no quiera que estés conmigo, solo que…
Cuando decía esto me quedé callado y fui consciente de algo: me di cuenta
que si a veces no quería que Jesús estuviera conmigo era porque quería hacer
algo que no me gustaría que él viera. Yo quería hacer algo malo.
―Lo sé ―me dijo tranquilo y siendo comprensivo―. Sé lo que deseas, sé
lo que quieres. Pero también sé qué es lo que realmente necesitas. Yo viviré
en ti tanto como tú quieras. Y mi mayor deseo es matar ese Ever que se
resiste a mí porque es mi enemigo. Hay una parte de ti que me desea todo el
tiempo, pero hay otra parte de ti que quiere rebelarse, sublevarse para realizar
actos de maldad. A ese Ever hay que matar. Pero no puedo hacerlo si tú no
me lo permites.
―¿En pocas palabras me pides renunciar a mí mismo? ―dije un poco
nervioso.
―Así es ―y otra vez sonrió―. Es una propuesta que te hago con mucha
seriedad ―al decir esto trató de ponerse serio, pero volvió a reírse.
Dejé lo que estaba haciendo y no pude mirarlo a los ojos. Era muy bello
estar con Jesús, pero temía deshacerme de mí mismo. ¿Qué haría sin mí?
Aunque pensándolo bien, durante toda la vida había vivido bajo mi propio
régimen y sinceramente había sufrido las peores decisiones y decepciones de
mi vida. Era el ego, ese monstruo tan enaltecido, más en nuestros tiempos,
donde nos hemos autonombrado independientes y soberanos. El orgullo de
ser yo me impedía renunciar a mi voluntad para hacer la de Jesús. Todo el
tema del sexo y lo demás eran actos que yo quería realizar y no deseaba que
Jesús interviniera, aunque sabía que era un tema que a él le importaba,
incluso más que a mí.
―No sé, es que…
Pero Jesús ya no estaba. Me había dejado tomar mis decisiones.
Me sentí solo otra vez, mi mayor miedo.
Me puse a llorar y, como una necesidad, llegó a mi mente una hermosa
alabanza que muchas veces había oído en el templo, pero esta vez tenía un
significado más grande que las otras veces:

♪Ven, Espíritu ven, y lléname Señor, con tu preciosa unción.


Ven, Espíritu ven, y lléname Señor, con tu preciosa unción.
Purifícame y lávame, renuévame, restáurame, Señor, con tu
poder. Purifícame y lávame, renuévame, restáurame, Señor, te
quiero conocer…♫

Unos minutos después Jesús regresó.


―Fui por agua, me dio sed ―dijo sonriendo.
Yo seguí serio y le dije:
―Tienes razón. Necesito de ti para poder matar a mi propio yo. Es un
hecho que mis malas decisiones solo me llevarán a mi propia destrucción
―admití.
―Verás que a mi lado nada de eso ocurrirá ―lo dijo con tanta certeza que
solo quise abrazarlo. Y me solté llorando como un niño que tenía mucho
miedo, pero al llegar su padre se aferra a él y llora de alegría y gozo por
sentirse protegido.
Luego de esto no pude evitar preguntarle qué pensaba de las relaciones
entre personas del mismo sexo.
Se puso serio.
―Yo tengo un propósito para cada parte del cuerpo humano
―comentó―. Hay cosas para las que fueron destinadas. Por ejemplo, las
manos, cuando una persona las usa para ayudar a otro, sienten plenitud y
satisfacción en su cuerpo y en su alma. Asimismo, los ojos, cuando ven cosas
bellas y hermosas se alegran y el ser humano se siente satisfecho porque sus
ojos están cumpliendo con su objetivo. Caso distinto ocurre cuando los ojos
ven horrores. Con el sexo pasa lo mismo. Cuando no se le da el uso correcto,
el uso natural, que Dios ha dispuesto, las personas no se sienten satisfechas ni
experimentan la plenitud.
Él se dio cuenta que yo meditaba sus palabras.
―Lo cierto es ―continuó― que mientras el ser humano vaya por un
camino opuesto al que yo quisiera, su vida estará llena de dolor y
sufrimiento; pues no aceptan el camino que yo les dejé trazado, que es el
camino de vida y del bien, sino que eligen el camino por el que no quisiera
que fueran, que es el camino del dolor y el sufrimiento. Y eso me llena de
tristeza, pues no es lo que deseo para ellos. Me duele mucho el corazón como
a ellos les duele, pues el pecado lo único que produce es muerte. Los amo
tanto que estaría dispuesto a morir por ellos otra vez para salvarlos, pero eso
ya no es necesario ―concluyó.
Su respuesta fue muy clara. Le sonreí y le agradecí que fuera tan sincero
conmigo. Como ya era tarde, decidimos dormirnos, ya después seguiríamos
platicando.

IX

Los días transcurrieron y en una ocasión, cuando caminábamos de la


escuela a la casa, le pregunté sobre qué era lo que más le interesaba en su
relación conmigo. Íbamos pasando por un puente cuando le hice la pregunta y
entonces lo oí hablar:
―Me interesa, no solo estar en los momentos más difíciles de tu vida y en
los más importantes, sino estar en cada instante de tu vida. Que me hagas
parte de cada momento, de cada segundo. Eso es lo que quiero, lo que anhelo.
―Pero no todas las cosas son importantes. Hay nimiedades, acciones
fútiles sin gracia ni color. Esas no tienen chiste.
―En este paso por la vida, en este mundo donde todo dura una exhalación
cada instante es importante, cada momento es una oportunidad para vivir,
sentir, amar, disfrutar. Cada fragmento de tiempo es una grandiosa
oportunidad para cambiar el mundo. Hay muchas posibilidades, son
innumerables las opciones y oportunidades para hacer algo y cambiar todo
alrededor, ¿no lo crees? Existe el potencial para hacer maravillas. Hay cosas
en las que eres bueno y puedes usar tus habilidades para hacer mucho,
muchísimo bien a los que te rodean, a los que amas y al mundo entero.
Hablamos sobre la gente que nos rodeaba, de la gente que sufría. De que si
en todas las personas existiera ese deseo, ese fuego por ver transformado el
mundo en que vivimos, si realmente todos nos comprometiéramos por
combatir la maldad que hay, ya no en nuestro exterior sino en nuestro
interior, por destruir esa área de nuestra vida que se resiste al bien, entonces
las cosas serían muy distintas.
Cualquiera conoce el lado oscuro de su corazón y quien desea destruirlo
realmente, conociendo que ese lado oscuro es su enemigo, puede intentar
vencer con sus propias fuerzas, pero al final solo tendrá una falsa victoria,
pues el único que puede vencer nuestra maldad es el mismo Espíritu que
opera en Jesús, ya que contra él no hay mal que se pueda resistir, ni espíritu
inmundo, ni demonio que pueda hacerle frente.
Jesús traía a mi vida la solución a todos mis problemas. Me mostraba el
camino más sencillo para salir triunfante en mis batallas, pero la decisión no
dependía de él sino de mí. Siempre el problema había sido yo, pues él ya lo
había dado todo por mí al morir en aquella cruz para salvarnos.
Cada conversación con él era importante e interesante. Me inspiraba cada
día más con sus palabras. Era una delicia disfrutar de su compañía. No sabía
cómo valorarlo cada vez mejor. No quería cometer el error de no apreciarlo
tanto como él lo merecía. Pues yo pensaba que debía abandonarlo todo para
seguirlo a él.
―No se trata de abandonarlo todo, literalmente, para seguirme. Sino que a
donde vayas me lleves contigo y en cada lugar donde estés me reflejes hacia
otras personas y que ellos puedan ver que yo estoy contigo. No tengas miedo
de darme a conocer ante tus amigos. Tú sabes en quién has confiado. Ever, se
avecina una prueba fuerte donde deberás mostrar de qué estás hecho
realmente.
Aquellas palabras me alarmaron.
―Tranquilo ―me dijo con voz calmada―, no cometas ese error de
nuevo. No te angusties antes de tiempo ni después de tiempo. No te angusties
nunca. ¿Apoco no te has percatado de que nunca me apartaré de ti? Ni en tus
momentos de dicha ni en tus momentos de dolor. El concepto que tienes de
mí debes fortalecerlo, nunca olvidarlo. Si realmente me has creído entonces
sabes quién soy y de qué soy capaz. Vendrán luchas y pruebas, pero nada que
no puedas soportar.
―No me dejes solo, solo eso te pido, Jesús ―le dije en tono de súplica.
―Eso dalo por hecho, siempre ―me aseguró con su voz y su mirada.
―¿A qué prueba te refieres entonces?
―Cuando la veas te darás cuenta, pero no temas ni te inquietes. ¿De
acuerdo?
Entonces no lo hice y esperé. La semana transcurrió tranquila.
Platicamos por las noches, como ya era nuestra costumbre. En una de esas
noches me dijo:
―No te asustes porque a veces eres débil.
―Pero no me gusta ser débil. Pienso que en esa condición soy demasiado
susceptible y hago cosas que no son correctas, que ensucian o manchan la
percepción que tienes de mí.
―Yo sé que eres débil. No debes asustarte por descubrirlo o por saber que
lo eres. La debilidad es parte de tu humanidad. La debilidad te hace humano.
Pero hay algo más que también te hace humano: la capacidad para decidir no
dejarte vencer por la debilidad. De nada le sirve a una persona considerarse
inmune a cualquier ataque, pues la debilidad tarde o temprano se manifiesta.
Lo importante es saber que esa condición existe en tu interior, pero estás
dispuesto a vencerla, a pelear contra tus debilidades y convertirlas en
fortalezas. Hay que trabajar con esa condición, hay que enfocarla a tu favor,
no en tu contra.
―Pero llega un momento en el cual no puedo más y prefiero ceder,
prefiero darle terreno a esa debilidad.
―Si estás a punto de dejarte vencer entonces piensa en qué ocurrirá
después de que te dejes vencer. Verás que lo que viene será mucho peor. Así
que es mejor resistir, siempre es mejor resistir, porque una vez que se resiste,
entonces la tentación se va y la debilidad también. Hay un engaño muy
común, un rumor vago que se ha regado como pólvora. Dicen que la mejor
forma de resistir es cediendo, pero eso no es cierto.
“Aunque se piense que la tentación no se irá, sí se irá. Es cuestión
solamente de ser fuerte, de tener autodeterminación. Será así como podrás
vencer. Visualiza el futuro que te espera si caes en la tentación. Cuál será tu
postura ante mí. Pero además te tengo otra noticia, la debilidad se acrecienta
en ti cuando te has alejado de mí. Esa es una de las condiciones para que la
debilidad pueda estar presente en tu vida. Si me has alejado de ti es muy
probable que te sientas débil ante las tentaciones. Por eso lo mejor es que
estemos juntos para siempre, así la debilidad jamás podrá hacerte caer. Pero
si caes, entonces estarás evitando ser mejor.
―¿Eso es lo que evita que yo sea mejor?
―Así es. Puedes evitar ser mejor cediendo al pecado y distrayéndote de
las cosas importantes. Hundiéndote en pensamientos malsanos. Dejándote
caer en las tentaciones y después lidiar con la culpa, sintiéndote indigno de
mí. En ese estado sentirás que no mereces nada, ni puedes hacer cosas
grandes. Pero es una trampa, no te detengas. Avanza a pesar de todo. Aunque
llueva, aunque truene, aunque caiga granizo o tiemble la tierra. No pares, no
desistas, no desmayes. A pesar de todo, del mal clima, de los malos
comentarios, de la atmósfera y de la gente que no cree en ti. Que nada de eso
se interponga en tu camino, avanza, avanza, avanza. Que tu propósito no se
vea pospuesto por los baches de la carretera. Los baches no podrás quitarlos,
por eso bríncalos, déjalos atrás, no les hagas caso, no los mires, no te
detengas siquiera a ver si hay baches; siempre habrá, eso ya lo sabes, así que
no es necesario que pares.
“No te detengas por las distracciones que pueda haber a tu paso. Esas
distracciones solo te quitarán el tiempo y harán más lenta tu llegada a tu
destino. Hay muchos baches y topes, el pecado es el primero y el peor de
todos. Los prejuicios de las personas y muchas veces también las
distracciones como el Facebook o el Whatsapp. Aunque, ojo, estas
herramientas también pueden catapultarte si sabes utilizarlas correctamente.
Y si decides hacer las cosas importantes entonces comienza a hacerlas ya.
Que ningún pretexto o excusa sean motivo o razón para no avanzar. Al final
podrás ver que prestarles atención a esas trivialidades no sirvió de nada.
“Cada día que pase avanza un paso, dos, tres o cuatro. Pero que no haya
día desperdiciado. Que no haya día de retroceso. Cada momento que se va es
para siempre. No hay tiempo que perder, ya se ha perdido demasiado. Si
malgastas tu tiempo, recuerda que este puedes emplearlo en cosas buenas,
útiles e importantes. Del mismo modo puedes utilizarlo malgastándolo en
cosas que no valen la pena, que no te edifican y que no benefician tu vida;
por el contrario, dañarán tu mente y tu corazón, infectando tu alma y
convirtiéndote en un ser infeliz, necesitado de amor y carente de sentido y
dirección en su vida.
“Ocurrirá esto si utilizas tu tiempo en cosas que solo tienen el propósito de
apartarte de las que realmente importan: yo, tu familia, tus sueños y tus
amigos. No dejes pasar ningún segundo de tu vida en vano. Que al final del
camino puedas echar una mirada atrás y decir: todo valió la pena. Haz buenos
amigos, buenas cosas, sobre todo marca prioridades, ponme primero y todo
estará siempre bien.
Esta conversación me dejó muy pensativo. Me di cuenta que él tenía
razón, como siempre. Y a mí me hacía falta tenerlo más en mi corazón, es
decir, que Jesús viviera más tiempo en mi corazón.
―¡Sí! ¡Sí! ―dije convencido―. Decisión es lo que nos hace falta. Decidir
avanzar sin retroceder, sin distracciones. Y creo que para ello hace falta que
tú estés dentro de mí… ―recordé una canción que me gustaba mucho―.
Puedo decirte algo…
―Adelante ―su mirada expresaba que ya sabía qué haría yo.
Me puse a cantar.
♪Como Zaqueo, yo quiero subir, a lo más alto que yo pueda,
solo para verte, mirar hacia ti y llamar tu atención para mí.
Necesito de ti, Señor; necesito de ti, oh, Padre. Soy pequeño y
nada más, dame tu paz, dejo todo para seguirte. Entra en mi
casa, entra en mi vida, toca en mi estructura, sana todas las
heridas. Dame de tu santidad, quiero amarte solo a ti. Porque
el Señor es mi gran amor. Haz un milagro en mí…♫

Durante todo ese tiempo juntos, Jesús había estado trabajando en mi


corazón, fortaleciéndolo para que estuviera fuerte cuando llegara la prueba, lo
que no tardó mucho en suceder. No había pensado en lo que podía ser, pero
llegó del modo menos esperado.
Las clases habían transcurrido tranquilas y normales en la universidad. Un
profesor de Culturas Prehispánicas nos dejó una investigación y fui a la
biblioteca a conseguir un libro sobre el tema. Jesús se quedó a conversar con
Julio afuera del salón, junto al jardín.
Cuando regresé para la siguiente clase, vi que había muchos policías
afuera del aula y dos de ellos tenían a Jesús esposado y pecho tierra, sobre el
pasto verde del jardín. Una muchedumbre de estudiantes observaba con
atención.
―¿Qué pasa oficial? ―le pregunté al que parecía el comandante.
―Este tipo es el líder de una pandilla de vendedores de drogas aquí en la
universidad ―respondió el hombre ceñudo y señalando a Jesús―. Tenemos
meses siguiéndole la pista y al fin lo encontramos. Su mochila está llena de
droga.
Yo conocía a Jesús y sabía perfectamente que no era nada de lo que decía
aquel hombre. Me asombró que dijera todo eso.
El comandante preguntó quién era amigo de Jesús, quién se juntaba con él.
Alguien señaló a Julio, pero él negó conocerlo al instante. Otros compañeros
me señalaron. Dijeron que yo me juntaba mucho con él. El hombre se me
echó encima con violencia.
―¿Lo conoces, es tu amigo? ―me preguntaba el oficial, lo hacía gritando,
con la intención de intimidarme, cosa que había logrado.
Los otros oficiales empujaban a Jesús y lo llamaban delincuente y
mentiroso. Miré cómo lo trataban y tuve miedo, así que se me hizo fácil
mentir.
―No lo conozco. Es un compañero del salón, pero casi no nos llevamos
―y enseguida me sentí muy avergonzado, pues Jesús me estaba escuchando.
Se me partía el corazón por mentir. Jesús me miró a los ojos. Algo se
quebraba en mi interior y el miedo aumentaba.
―¿Y tú lo conoces a él? ―le preguntó el comandante a Jesús, pero él no
dijo nada, como si nunca hubiera podido hablar en su vida.
Su silencio me aterraba más. Era un verdadero amigo y no haría nada que
me afectara. Comprendí su grandeza y aquella prueba solo demostraba lo
cobarde que yo era. Como si todo lo que Jesús me dijo lo hubiera olvidado
por completo. Me sentí el peor hijo y el peor amigo. Se lo llevaron esposado
y exhibiéndolo como el peor de los delincuentes. Yo me sentí un traidor.
PARTE V
I

Al día siguiente yo estaba desesperado y no sabía qué hacer. No pude


dormir, pensando en qué podía hacer para ayudar a Jesús. Entonces fui a la
estación de policía. Me preguntaron cuál era el motivo por el que estaba ahí.
Entonces declaré que conocía a Jesús. Que yo era su cómplice en la venta de
drogas. Aquella declaración bastó para que me metieron a la cárcel.
Me asignaron una celda y después me llevaron a donde estaban todos los
reos. Busqué a Jesús entre ellos y luego lo miré rodeado de algunos hombres
que conversaban con él. Él me vio también y me sonrió. Corrí hacia él y lo
abracé.
―Ya sabía que vendrías ―noté que se reía.
Yo me puse a llorar.
―Calma, ya pasó, no te guardo rencor ―me dijo en tono amable.
―Pero te negué, frente a tus ojos. Me avergoncé de ti ―y regordetas
lágrimas salían de mis ojos.
―No te estoy reclamando nada ―palmeaba mi espalda―. Además,
recuerda que yo elegí venir aquí.
Me presentó a las personas con las que platicaba. Eran delincuentes que
habían cometido crímenes horribles. Pero todos ellos habían encontrado en
Jesús y en la palabra de Dios el perdón y el amor que les hacía falta a sus
vidas.

II

Él me puso en contacto con las personas que estaban dentro, pues ya se


llevaba muy bien con varios de ellos y tenían un pequeño grupo donde
hablaban sobre Dios. Ahí en la cárcel tuvimos mucho tiempo para hablar.
Jesús habló sobre la descomposición social que vive el mundo hoy en día.
―Si existe algo importante en este mundo ―arengaba Jesús para todos
los que oíamos― es saber quiénes son las personas que te rodean. Obsérvalas
bien. Si son un buen ejemplo en su lenguaje y en su comportamiento,
entonces únete a ellos. Pero si no son un buen ejemplo, aléjate tan pronto
como puedas ―esto venía muy ad hoc al contexto en el que estábamos―.
Los perversos son como el lodo, tarde o temprano terminarán embarrándote e
incluso contaminándote con su maldad. No pienses que eso a ti no puede
pasarte, pues si no estás fuerte y firme en el bien, ten por seguro que el mal te
abrazará y te consumirá cuando menos pienses. Esta advertencia puede sonar
fuerte, pero es más fuerte morir por no atenderla.
“No compares tu maldad con la de otra persona, pues a menudo parecerá
más pequeña la tuya. No digas: ‘Yo no hago nada malo, o al menos no soy
tan malo como fulano o mangano’, ese es un grave error. Compara tu maldad
con la bondad de Dios y entonces verás que eres una persona con mucha
maldad en su interior. Compara tu maldad con la bondad de Dios y será un
ser abominable. A fin de cuenta no es a los otros a quien debes pedirle perdón
y a quien tendrás que darle cuenta el día del juicio, sino a Dios, que será
quien te juzgará. Y ninguna persona puede perdonarte por tus pecados, solo
él. Entonces lo correcto es deponer las armas, dejar la maldad y rendirte a tu
Creador. Así que no procures quedar bien con nadie, porque a nadie le debes
tanto como a Dios.
Los reclusos eran personas con un pasado delictivo, que habían hecho
atrocidades en su vida y cometido crímenes terribles. Algunos llevaban poco
tiempo allí, pero otros tenían años encerrados.
Un grupo de hombres había hallado en Jesús y su Palabra un consuelo
para su atribulado corazón. Llamaban a Jesús su verdadera libertad, el perdón
y el amor. Esto lo escuché en una de las reuniones. También se reunían
algunos presos a alabar a Jesús. No todos los reclusos asistían, pero
afortunadamente sí eran bastantes.
La mayoría escuchaba con atención y más de uno lloraba al ser tocado por
las palabras del que daba la plática. Uno de ellos dijo:
“Yo no estoy en prisión, hermanos. Las paredes de este reclusorio no
significan la cárcel para mí. La verdadera prisión está en el corazón de las
personas. Y se convierte en una verdadera cárcel cuando cometemos delitos,
cuando le fallamos a Dios. Hay personas allá afuera que presumen de una
gran libertad, pero en realidad son presos del pecado. Pero a mí, Cristo me
hizo libre. Jesús me dio una nueva vida. Y sé que él está aquí en este
momento, puedo sentirlo en este lugar. Siento su hermosa presencia. Les pido
un fuerte aplauso para nuestro amigo Jesús. Él es la verdad y su palabra dice:
Conocerás la verdad y la verdad te hará libre”, dijo con entusiasmo. Luego
comenzó a aplaudir con fuerza y todos los demás también lo hicieron,
convencidos de que el hombre que presidía declaraba una verdad absoluta.
Me di cuenta de que aquel hombre, cuando decía esas palabras, miraba
fijamente a Jesús, como si supiera quién era él, como si supiera que el
Todopoderoso realmente estaba en esa prisión y pudiera sentirlo.

III

Uno de esos días en prisión tuve la oportunidad de hablar con algunos


presos. Muchos eran jóvenes como yo. La mayoría había crecido sin padres o
con padres muy violentos, con poca instrucción educativa y sin ningún temor
de Dios. Además de una devoción inmensa por ídolos falsos. Cuando
comenzaron a conocer la Biblia su percepción de Dios cambió
completamente.
También comenzaron a conocer el amor de Jesús y ahora lo estaban
viviendo en carne propia. Jesús y yo dormíamos en la misma celda y por la
noche leímos la Biblia.
Me platicó del amor de los padres hacia los hijos y lo que uno es capaz de
hacer por amor a los amigos.
“Y no hay amor más grande que el dar la vida por los amigos”, leímos una
porción de la Biblia y reflexioné al respecto. Ese amor era sin igual. Y ese
amor era el que Jesús nos mostró al morir en la cruz por nosotros. Lo miré y
sonreí. Me hacía tan feliz estar a su lado. No importaba el lugar, solo
importaba la persona con la que estaba.
Durante la comida del día siguiente aparté a Jesús y quise saber algo.
―Tú sabes quién puso esa droga en tu mochila, ¿no? ―lo miré a los ojos.
Él sonrió un poco.
―Sí, lo sé.
―Dime, podemos hacer que esa persona esté en prisión por orquestar esta
trampa ―le dije enseguida.
―Es alguien que no me quiere. Tú puedes imaginarlo.
Por su mirada… por la forma como lo decía pensé en alguien.
―¡Ever Satién! ―un guardia dijo mi nombre y se acercó―. Acompáñeme
―ordenó.
Miré a Jesús y sonrió. Me indicó que fuera y yo me quedé pensando en sus
palabras. Fui con el hombre y me llevé una tremenda sorpresa.
Me dejaron salir gracias a las influencias del comandante de la policía, el
cual era tío de Ana Lucía. Ella me esperaba en la salida.
―No me agradezcas nada ―me dijo sonriendo―, todo lo hice por amor.
¡Gracias a Dios mi tío es el encargado y confía en mí! Le dije la verdad, que
no tuviste nada que ver en el asunto. Ves mi amor, algo no me cuadraba de
ese tal Jesús, por eso no quería que te juntaras con él.
―Pero Ana, él es inocente ―le dije―. También tienes que ayudarlo, por
favor. Habla con tu tío.
Su rostro cambió un poco.
―Lo intentaré, pero no prometo nada.
Me dejó solo y entró a ver al comandante.
Estuvo ahí unos veinte minutos y luego regresó.
―Malas noticias, bombón de azúcar. No se puede hacer nada con Jesús,
dice mi tío que es un pez muy gordo. Su caso es muy grave, pues ya tiene
varias denuncias no solo aquí, sino también en otras ciudades del país. Al
parecer es más que un simple traficante de drogas. Mi tío dice que es el líder
principal de una red de distribución de drogas en todas las universidades del
país. Ahora que lo tienen agarrado no lo dejarán salir.
Sencillamente no pude creer aquellas palabras. Solo le di las gracias a Ana
y le dije que iría a mi casa. Ella estuvo de acuerdo y me pidió un uber. Se lo
agradecí porque yo no traía nada de dinero.
Los siguientes días los pasaría solo sin Jesús.
En mi casa estaban el papá de Annabella y ella.
―Ana, qué gran gusto verte ―le dije contento y le di un abrazo.
Saludé de mano a su papá.
―Esta niña es un ángel ―dijo mi mamá―. Vino a decirme que su papá se
está haciendo cargo del caso de Jesús ―miré al señor que sonreía―. Ambos
asisten a una congregación donde se adora a nuestro Señor Jesús y no
cobrarán nada. Muchas gracias, señor Joaquín ―dijo mi mamá mirando al
papá de Annabella.
―Para eso estamos, hermana Ruth. Yo les avisaré cualquier cosa a través
de Ana. Por cierto, hija, debemos irnos, que estén muy bien ―se despidieron
de nosotros y se marcharon.
Nos quedamos mamá y yo en la sala. Ella me abrazó con tremenda fuerza
y amor.
―¡Al fin de regreso, mi niño! ―suspiró―. Ah, esa jovencita es un pan de
Dios ―y me miró con una sonrisa que insinuaba algo. Luego se fue a la
cocina.
No respondí nada. Solo quería cenar. Afortunadamente era martes y no
había trabajo.
IV

Al día siguiente visité a Ana Lucía. Me recibió en su casa y nos pusimos a


conversar. Me dijo que a ella nunca le dio buena espina mi amigo Jesús. Que
le parecía demasiado bueno como para ser verdad. Me platicó que entre más
le preguntaba a su tío, más salía a relucir que Jesús era de lo peor.
Por sus palabras, no supe qué pensar. Jesús no era el tipo de persona que
pareciera tener una doble vida, o ser ‘doble cara’ como luego dicen. Era
sencillo, práctico, humilde y sincero. Si por algún motivo no era nada de esto,
entonces era el mejor actor del mundo, pues había fingido con maestría un
papel extraordinario. Pero él era quien decía ser, yo estaba convencido de
eso. Por lo tanto tomé una decisión: no dejarme llevar por las palabras de Ana
Lucía, sino más bien preguntar directamente a Jesús su opinión. No debía
juzgar solo por lo que otros dijeran, sino hacerlo teniendo en cuenta ambas
versiones.
Cuando Lucía me dijo aquellas palabras se me vinieron a la mente las
ocasiones en que pensé mal de Jesús, antes de creer en él y decidir
considerarlo Dios. Y por supuesto, mucho antes de ser amigos.
Ana me dijo que deseaba pasar la tarde conmigo para festejar que yo
estuviera libre y que hubiera salido inocente de todo aquel asunto.
Estábamos solos en su casa, pues su papá, que es doctor, estaba trabajando
y su mamá andaba de viaje. Como era hija única, era la consentida. Cuando
llegamos me dijo que me sentara en el sofá mientras ella pedía algo de comer.
Pidió sushi y lo llevaron a la casa. Ella hizo el té, era su especialidad y le
quedaba realmente sabroso.
Cuando comíamos el sushi en la mesa, me le quedé mirando a ella. Vi
cómo masticaba y su modo particular de sostener el tenedor. La miré tan
bonita como antes y pensé en que me gustaba mucho estar con ella. Para ese
momento había olvidado unas palabras de Jesús acerca de que la carne es
débil y que para vencer las tentaciones hay que velar y orar. Y también hay
que alejarse de ellas.
Por lo tanto, luego de comer, Ana Lucía me invitó a sentarme de nuevo en
el sofá y ella se sentó a mi lado, como en días pasados. Me dijo que me diera
media vuelta, pues yo parecía tenso, aunque yo me sentía bastante bien. Sin
embargo, hice lo que me pidió, pues más que petición era una orden.
Comenzó a darme un suave masaje y enseguida me presté para que
continuara. La verdad lo hacía bastante bien. Me gustaba y me hacía sentir
estupendo. Sus manos rodeaban mi espalda, apretaban mi cerviz, bajaban
hacia los hombros y apretaban mis brazos. La tensión iba desapareciendo y
en su lugar surgía un calor bastante bochornoso. Este aumentó cuando oí sus
susurros en mi oído:
―Hermoso Ever, ya no me abandones, querido mío. Creo que al fin
puedes darte cuenta quién es realmente ese Jesús y quién soy realmente yo.
Él no te merece como amigo, te engañó. Incluso, por su culpa, pasaste un
trago amargo. Conmigo en cambio, tesoro, solo pasarás momentos
maravillosos. Yo jamás te haría daño ni te causaría algún problema que
pusiera en peligro tu vida. Imagínate, le abriste las puertas de tu casa a ese
mal amigo y cómo te pagó, embarrándote en sus cochinadas y poniendo en
peligro tu reputación y la de tu hermosa familia. Casi te quedas en prisión
junto con él. Afortunadamente mi tío se movió rápido.
“Ever, quiero estar contigo para siempre. Ahora eres más famoso que
antes y yo soy tu heroína. Yo te rescaté del peligro. Nuestra historia es
perfecta. Ya publiqué en face.
Al decir esto, dejó de masajearme ―cosa que no me gustó mucho― y me
enseñó la publicación en su celular. Decía:
“La verdad siempre sale a la luz. Mi niño bonito es totalmente inocente.
Comprobado”. Y había una foto mía a su lado.
―También hice un hashtag, mira.
Y leí:
#Everesinocente. #JusticiaparaEver

El masaje había surtido efecto. Un efecto muy acalorado. Yo estaba muy


emocionado por tenerla tan cerca. No estaba de acuerdo con muchas de sus
palabras, pero me gustaba sentirla junto a mí. Por eso no voy a negar que nos
besamos. Tampoco voy a negar que mi razón se embotó y pasó por mi mente
el deseo de llegar a algo más con Ana. Sin embargo, pude alejarme a tiempo.
Hizo eco en mi mente la voz de Jesús:
La persona correcta existe y tu mente y corazón lo saben. La reconocerás
si tienes tu corazón y tu mente afianzadas en mí y en mi palabra.
Una sola pareja para siempre. El valor de tu cuerpo es inmenso. No
puedes entregarlo a cualquier persona sin estar completamente convencido
de que es la persona correcta. ¿Ella lo es? Ante la duda, abstente.
Siendo sincero, no estaba completamente convencido de que Ana fuera la
correcta. Sin duda alguna era la más bella de todas las chicas que yo había
conocido. Al menos físicamente. Pero eso no significaba que fuera la más
bella de corazón.
Reconoce cuáles son tus convicciones y actúa de acuerdo a ellas. Así
nunca te sentirás decepcionado de ti mismo. Todo es más sencillo de lo que
parece.
―Debo recoger a mi hermano, ya es tarde ―le dije a Ana, apartándome
de ella cuando sentí su mano tocando mi pecho. Aquella fue la excusa
perfecta, pues era real. Adrian estaba en una fiesta de cumpleaños de un
compañero de su clase.
Ana Lucía fingió amabilidad y comprensión, pero se notó que le molestó
que interrumpiera así el momento.
―Estuvo riquísima la comida y el masaje. Eres muy linda conmigo y te
agradezco todo tu apoyo ―le dije dándole un beso en la mejilla.
―No tienes nada que agradecer. Nadie te amará nunca como yo. No lo
olvides ―y me besó en la boca sin remilgos.
Me separé como pude y le dije adiós, dándole un beso en la mejilla. Sentí
que ella quería besarme otra vez en la boca, pero fui fuerte y huí tan rápido
como pude.
De camino a la fiesta donde estaba Adrian reflexioné y caí en cuenta de
que Ana Lucía quería a toda costa alejarme de Jesús. Dependía de mí que
esto ocurriera o no. En el trayecto compré un colorido vaso con frutas.
Bueno, tenía mango, pepino y sandía. Entonces no eran solo frutas, sino
también verduras.
Luego, mientras caminaba y comía del vaso de frutas y verduras, me
acordé de Annabella. Era bonita como Ana Lucía, excepto porque Annabella
no era vanidosa ni se consideraba más bonita que las demás. Si lo era o no,
eso parecía tenerla sin cuidado. Ana Lucía también me había dicho que
tuviera cuidado con Annabella, que era hipócrita, falsa y que en cualquier
momento me iba a dar una puñalada trapera, que me convenía más
mantenerme alejado de ella y no confiar en ella por nada del mundo.
Iba recordando estas cosas cuando escuché una voz que gritaba:
“¡Cuidado!”
Enseguida una bicicleta me golpeó fuerte. Me caí y también se me cayó lo
que llevaba en mi mano. Quien manejaba era Annabella, así que terminó
encima de mí. Vi su cara tan pegada a la mía, casi nos besamos. Más rápido
que inmediatamente se puso de pie y ambos nos pusimos muy nerviosos.
―Lo siento ―me dijo, apenada―. No te vi ―decía entre risas y
disculpas.
Mi vaso de frutas y verduras estaba todo tirado por el suelo. Y lo que
quedaba de mango ―pues lo había dejado al final porque era mi favorito―
quedó todo sucio. Miré a Ana y le dije:
―Ah, es una venganza por lo de las palomitas, ¿verdad? ―luego me reí.
―Así es ―dijo ella, también riendo―, te vi y dije: es mi momento, le
echaré encima la bicicleta.
No reímos un buen rato. Entonces confirmé mis pensamientos y recuerdos,
Annabella llevaba hasta en el nombre su belleza. Ella de inmediato me
compró otro vaso con frutas y verduras. Esta vez sí había de puro mango. Le
dije que no era necesario, pero ella ya lo había pagado. Sencillamente me
ganó el corazón con aquel gesto.
Le agradecí y platicamos. Ella llevaba la bicicleta a su lado y yo caminaba
despacio. Me dijo lo bien que le hacía platicar conmigo. Tenía una situación
difícil en ese momento, pero no quiso darme mucha información al respecto.

VI

La acompañé hasta su casa. Me prestó su bicicleta para que fuera por mi


hermano. Casualmente la fiesta no era muy lejos de ahí. Me dijo que así
llegaría más rápido, pues el cielo estaba saturado de nubes oscuras y en
cualquier momento se soltaría la lluvia. Llegué por Adrian y nos fuimos a
casa. En cuanto llegamos comenzó a llover a cántaros.
Le mandé un mensaje de agradecimiento a Annabella diciéndole que me
había salvado de un intenso resfriado, pues la lluvia en exceso casi siempre
me provocaba un catarro insoportable. Ella fue amable y me dijo que lo había
hecho con todo el corazón, solo me pedía una cosa, que no me fuera a quedar
con su bicicleta, pues era su único medio de transporte por el momento.
“En cuanto pueda te la llevaré, tenlo por seguro”, escribí en whatsapp. Ella
me lo agradeció.
Por la noche hablé con Jesús, me hacía tanta falta.
―Hola ―dije en voz alta―. ¿Estás ahí?
―Hola, Ever ―oí su voz en mi mente―. ¿Cómo estás? ―me preguntó.
―Acostado ―me reí― ¿y tú…?
―También, acostado ―comentó en tono alegre―. Hace algo de frío en
esta celda. ¿qué tal tu día?
―Creo que ya lo sabes.
―Me gusta escuchar cuando lo cuentas. Decirme las cosas como te
ocurren. Te escucho.
Sin verlo era distinto. Pero tal vez era necesario aprender a hablar con él,
aunque no estuviéramos juntos. Aunque yo estaba convencido que, de algún
modo, que apenas él sabía cómo lo hacía, estaba ahí, escuchándome y
mirándome, aunque yo no lo viera.
―Estuviste ahí con Ana Lucía y conmigo, en su casa, hoy, ¿verdad?
―Sí, ahí estuve, mirándolos. Me di cuenta de tu tentación, de tu
pensamiento y de la decisión que tomaste. También me alegró que mi
presencia y mis palabras fueran más fuertes que tus impulsos y deseos. La
carne es débil, eh. Realmente fuiste muy fuerte y valiente, Ever. Estoy muy
orgulloso de ti.
Aquellas palabras de Jesús dichas en mi mente provocaron en mí un
sobrecogimiento y se me erizó la piel. Unas lágrimas brotaron en mis ojos.
―Te extrañé mucho hoy ―noté que se me quebraba la voz.
―Es que me amas ―dijo y supe que estaba sonriendo.
―No es igual sin ti ―comenté, todavía mi voz no era muy clara―.
¿Cuándo saldrás? ―quise saber.
―Sé paciente. Aunque este cuerpo no puede salir de aquí, a mí Espíritu no
lo detiene ninguna prisión. Yo soy libre y estoy aquí contigo. Ahora ―dijo
susurrando y sentí su voz en el cuarto, su voz real y viva―. No tengas miedo
ni me extrañes. Mientras viva mi voz en ti y mi Espíritu en ti, a través de él,
yo estoy contigo, porque yo soy el Espíritu que está a tu lado.
―Gracias ―le dije también entre susurros―, tus palabras me dan
consuelo y son alimento para mi alma. Creo que ahora entiendo mejor
algunas cosas. Tú eres el Espíritu Santo de Dios y al mismo tiempo eres el
canal para oír el verbo de Dios, a ti, Jesús. Si bien no estás físicamente, sí
espiritualmente. Gracias Señor, gracias por ser tan grandioso y asombroso.
―Para eso soy quien soy, para estar aquí. Sólo hace falta que tú lo creas,
que tú me creas ―fue enfático en estas palabras.
―Te creo, Señor. Dime algo, ¿qué necesito hacer para vencer mi
tentación? A veces me parece casi imposible.
―Cuando la tentación y el deseo de pecar sean muy fuertes, déjame entrar
en escena. No me excluyas. No me apartaré de ti en ese momento, estoy ahí,
luchando contigo, queriendo ganar el terreno que la maldad desea ganar en ti.
Solo déjame actuar a mí. Haz que yo sea más importante y más grande que tu
pecado. Déjame ser Dios en tu vida. Pero debemos trabajar esta área, pues
aún no ocupo el centro de tu corazón. Aún está Ever ahí, sigue siendo el rey.
Por lo tanto, lo que abunda en su vida es el cumplimiento de sus deseos. Eso
mismo provoca que después de ceder a sus tentaciones y deseos se sienta
indigno de mí, inconforme e insatisfecho. Por eso cuando la tentación llame a
tu puerta no olvides pedirme acudir en tu auxilio si realmente quieres que
asesinemos el mal que hay en ti. ¿Realmente eso deseas?
Dudé por un momento ante su pregunta. Agaché mi cabeza. Realmente
quería agradar a Jesús con mi vida, con mis acciones. Pero la muerte de mi yo
era algo que no estaba seguro si quería realizar o no. Entonces, antes de que
contestara nada, él me dijo:
―Si alguien quiere seguirme y ser mi hijo debe renunciar a sí mismo, a su
lado pecaminoso, su maldad y malos deseos. Solo así podré realmente vivir a
su lado y ser su verdadero Dios. No tiene caso seguirme si no se renuncia al
pecado, a la mentira, a la hipocresía, al fingimiento, la vanidad o la
desobediencia. Y puedo decirte otros pecados más graves, como la
fornicación, el robo, la codicia o la soberbia. Es una contradicción decir que
se es mi seguidor y estar practicando todas estas cosas. No hay congruencia.
¿Crees que estoy siendo muy duro con mis palabras?
―No, no lo creo. Más bien confirmo que eres como siempre imaginé.
Seguro de lo que tú deseas. Y que podemos vivir las más grandes maravillas
que hemos imaginado si permanecemos fieles a ti y unidos a ti. Pero también
comprendo que tú eres bueno, que eres santo. Que las calumnias que se dicen
sobre ti son falsas. Eres un verdadero amigo para las personas que confían en
ti, pero a veces te rechazamos porque no queremos renunciar a nosotros
mismos, es decir, a nuestra naturaleza pecaminosa y deseamos seguir
viviendo nuestra vida realizando aquellas cosas que no van de acuerdo
contigo. Como las que acabas de mencionar. Pero, yo realmente deseo
renunciar a todo lo que no te agrada, dime, ¿cómo lo hago? Necesito cambiar
mi vida, pero no sé cómo ―y me dieron muchas ganas de llorar nuevamente.
En la oscuridad de mi cuarto y aquel silencio, la voz de Jesús retumbaba
con fuerza y poder. Sus palabras eran claras y su mensaje sencillo.
―Quiero que practiques algo ―me dijo. Sentí su voz rodeándome y luego
su presencia inundando mi corazón―. Quiero que te acostumbres a mi
presencia. Que no actúes como si yo no estuviera aquí, sino que seas
consciente de mi presencia siempre. Sé que crees en mí, pero a veces has
actuado como si no creyeras en mí. O, aunque crees, a veces actúas como si
no lo hicieras. Esto es la falta de amor hacia mí en tu corazón. Olvidas que
estoy presente, observando, interviniendo en tu vida o más bien, chismeando
en tu vida ―al decir esto soltó una risa muy graciosa―. Ya me entiendes
pues. Mucha gente así lo piensa, cree que me gusta chismear y que por eso
ando por ahí observándolo todo. Pero la realidad es que los cree a todos para
ser gobernados. Especialmente para ser gobernados por mí. ¡Ups! Ya lo dije
jaja.
“Pero alto, no hablemos de gobierno porque las personas se asustan, no
porque sea malo hablar sobre este tema, sino porque existe un tabú sobre esta
palabra, prejuicios que la hacen ver como una palabra mala. Pero en realidad
las personas ya viven bajo un gobierno y el gobierno de la corrupción, de la
opresión, el gobierno del pecado. Yo les ofrezco un gobierno de paz, de
misericordia y amor. Un gobierno de libertad, de tranquilidad y compasión.
Sencillamente un gobierno donde el sufrimiento no es necesario, pues ya lo
he vencido en la cruz. Donde las enfermedades no tienen poder sobre lo que
me siguen, en fin, les ofrezco un gobierno de verdadera vida en abundancia.
―Sabes que deseo con todo mi corazón ese gobierno ―le respondí―.
Vivir bajo tus preceptos y normas es hermoso. Pasar a tu lado, compartir la
mesa, el tiempo y las horas es de las mejores cosas que me han pasado. Pero
aún no me has dicho cómo vencerme a mí mismo.
―Claro que ya te lo dije ―me respondió con voz linda.
―¿Cómo? ―pregunté confundido. Tal vez no lo había entendido bien.
―Aceptando mi gobierno y desechando el espurio gobierno de tu yo
―dijo esto con una hermosa voz.
Entonces comenté:
―¿Lo que debo entender en pocas palabras es que yo debo dejarme
gobernar por ti por las buenas, que esa sea mi voluntad, que yo elija que tú
seas mi Dios?
―Algo así. No por capricho mío, sino porque para eso fuiste creado, para
que tú y yo tengamos una relación de Padre-hijo, amigo-amigo, Dios-criatura.
Porque si no me eliges a mí para tener esa relación, automáticamente estarás
eligiendo algo más o a alguien más, que será un falso dios. Puede ser una
persona, el dinero, los placeres, las drogas, un falso sentimiento, etcétera. Y
comenzarás a seguirlo y vivirás bajo su yugo y verás que ese yugo te traerá
solo angustia, insatisfacción, desespero y problemas en general. Muchas
personas, incluyéndote, han intentado vivir excluyéndome del mapa de su
vida, pero dime, ¿cómo luce el panorama sin mí?
―Desesperanzador ―respondí―. Acepto tu gobierno. Pero aún veo un
problema.
―Sí, lo difícil es conquistar por completo tu corazón y todas las áreas de
tu vida, tanto buenas como malas. Tu razón ahora sabe que yo seré su
gobernador. Pero no deseo que me veas como un gobernador dando órdenes y
esas cosas. Tan solo quiero un gobierno basado en la relación de amistad.
Quiero ser tu amigo. Quiero que aprendas a vivir conmigo. A pasar tiempo
conmigo. A practicar y entrenarte para cuando estemos juntos en la eternidad.
Quiero arraigarme en ti. Si estoy ahí, el mal ya no tendrá ningún poder sobre
ti. Pero debes elegirme, desearme. Hacerlo con todo tu corazón. Y vivirme.
Estaré tanto como quieras, siempre. Quiero que comencemos a vivir juntos
para siempre. A llevarnos bien y tener hermosas experiencias juntos. Quiero
que te acostumbres a mi presencia. Y si decidieras en algún momento
apartarme de ti, que en tu corazón solo haya un fuerte deseo: volver a mi
lado. Si deseas pasar la eternidad conmigo, ¿no crees que es lógico comenzar
a practicar?
―Creo que ya estamos en esa etapa, amado Jesús ―le confesé―. Ya no
puedo imaginar mi vida sin ti. Creo que conocerte ha sido como alcanzar el
cielo o más que el cielo, pues alguien más grande que el universo entero está
conmigo ahora mismo. Tu presencia junto a mí me da seguridad, firmeza,
calma, paz. Y ha sido muy sencillo acostumbrarme a esas buenas cosas.
Ahora temo por los momentos en los que te irás.
―Jamás me iré de tu lado. Y escucha bien, jamás es jamás. Si a veces
sientes que me voy, no es así. Vence esa barrera autoimpuesta, la barrera que
se crea cuando tu carne se resiste al Espíritu. Yo siempre estoy ahí, siem-
pre… ―dijo en dos sílabas―. A veces tus prejuicios no dejan que me
manifieste de inmediato, o bien, tu pecado se resiste a dejarme ocupar el
trono de tu corazón. Por lo tanto, cuando estés en esa lucha de tu mente en la
que sientes que no llego tan rápido como lo deseas, vence tu maldad, hazme
más fuerte a mí en ti y entonces podrás entender que yo nunca me voy de tu
lado si tú no quieres. En pocas palabras, señorito, yo estoy con usted todos
los días hasta el fin del mundo. Y solo usted tiene el poder para que esa
declaración cobre vida en su corazón en cualquier momento o para que no
tenga validez nunca.
―Creo que me corresponde darte gracias por todo esto. Por poder tener
esta conversación. A veces olvido estas cosas y ese es el gran problema para
mí. ¿Cómo hago para no olvidar las cosas que me enseñas? ―pregunté con
sumo interés, pues realmente no quería olvidar lo que me decía, sus palabras
eran mi roca fuerte. Eran mi agua viva, el agua que quitaba mi sed y revivía
mi espíritu.
―Asígnales el lugar más importante en tu vida. Si guardas mis palabras
en un lugar de acceso rápido, tendrás presente siempre las cosas que te he
dicho. O bien, vuelve a hablar conmigo. No es difícil hallarme, solo cierra tus
ojos, si es que batallas para concentrarte, y acudiré enseguida a tu mente y te
recordaré las cosas importantes. Por ejemplo, para vencer al pecado solo
debes acostumbrarte a mi presencia, enseguida darme el lugar más importante
y con mi palabra se irá la tentación. El pecado no puede resistirse a mí, por lo
tanto, si yo soy quien gana terreno, el pecado cederá terreno y se irá. Muchas
veces una hermosa alabanza puede ayudar… ¿hay una en especial que
quisieras cantar en este momento?
―Sí ―respondí y comencé a cantar con mi voz desafinada, pero con mi
corazón muy dispuesto:

♪Aaaleluuuuyaaa… aaaleluuuuyaaaaaa, nuestro Dios


poderoso es rey. Aaaleluuuuyaaa, aaaleluuuuyaaa, nuestro
Dios poderoso es rey. Saaaaantooooo, Saaaaantooooo, eres tú,
Dios, poderoso rey. Digno eres tú, cordero de Dios, tú eres
santooooo, saaantooo, eres tú, Dios, poderoso rey. Digno eres
tú, cordero de Dios, aaamééén…♫

Mi conclusión luego de la alabanza fue esta:


―¡Si deseo vencer en todo solo debo oír tu voz!
―¡Exacto! ―fue su respuesta
Antes de dormir, le pregunté:
―¿Puedo ir a verte mañana? Tengo cosas que contarte y preguntarte. Lo
haría ahorita, pero ya estoy bastante cansado y no creo que permitan visitas a
esta hora. Las palabras de esta noche han sido maravillosas. Además quiero
aprovechar que puedo hacerte muchas preguntas mirándote a los ojos.
―Por supuesto ―me respondió―, mañana te espero.
Pero no pude evitar hacer esta pregunta antes de echarme a dormir:
―¿Todo durará para siempre, como el sufrimiento, la angustia y el dolor?
―Todo existirá en la vida de una persona tanto como esa persona lo
desee. Quien me cree realmente nunca sufrirá.
―No quiero que esto termine.
―Nunca terminará.
Y me dormí muy a gusto.

VII

En la escuela me juntaba solo con Julio. Cuando le pregunté sobre sus


creencias, Julio me respondió seriamente:
―¿Soy ateo y tú? ―me miraba fijamente a los ojos.
―Em, ¿yo?… yo también ―respondí, mintiendo.
―Ah, qué gusto me da. Por un momento pensé que pudieras ser ese tipo
de gente que cree en Dios y peor aún, que cree en Jesús. No es por nada, pero
pienso que Jesús y toda esa mitología del Dios cristiano y la cultura judía,
etc., son lo peor que le ha pasado a la humanidad. Tú qué opinas.
¿Qué era todo aquello, alguna especie de prueba? Era Jesús disfrazado de
Julio para ver cómo me comportaba yo. No sabía qué pensar. Pero Julio no
paró ahí.
―Realmente me molestan las personas que se la pasan hablando sobre
Dios ―comentó como enfadado―. No tengo nada contra ellas, solo que me
parece demasiado pesado de su parte que en todo quieran meter a Dios. Es
terrible. Como si sus cerebros fueran consumidos por alguna especie de virus
y su cabeza solo pensara en Jesús, Jesús, Jesús.
Y se rio burlescamente. Yo me reí forzadamente, con una carcajada más
falsa que una moneda de siete pesos.
―Sí, es muy curioso ―comenté sin saber a dónde mirar.
Tenía muchas ganas de decirle que yo creía en Jesús, pero no hallaba
cómo hacerlo.
Otro día me dijo que para él los creyentes tenían una seria incapacidad
para razonar. Cualquiera que razonara cinco segundos sobre Jesús se daría
cuenta que era un verdadero fraude. Entonces tocó el tema del infierno.
―Tú qué opinas ―me preguntó.
―Pues, falacias… ―comenté en tono superior, sintiéndome muy
inteligente por fuera, aunque por dentro me sentía tan minúsculo, como si yo
fuera un bicho y Julio una imponente y sabia ejemplar águila real. Su manera
tan seca y fría de hablar sobre el hombre que yo más veneraba en la tierra me
congelaba y me hacían sentirme muy inferior a él.
―Así es, puras falacias ―convino conmigo―. Por eso es bueno
prepararse. Mira, por purita lógica vamos a desechar la idea de Dios. Incluso,
siendo ateos, salimos ganando. Imagina que tú fueras cristiano, ya sé que te
estoy ofendiendo con solo suponerlo, pero imagina que lo fueras, pero solo
por unos segundos, no vayas a pensar que para siempre eh jaja. Cancelamos
eso: cruz cruz, que se vaya el diablo y venga Jesús ―y se rio de lo lindo.
“Blasfemo”, pensé yo. Pero luego me callé en mi mente, quién era yo para
juzgar a aquel pobre joven tan perdido como yo lo estuve antes.
―Mira ―continuó―, dime esto, qué responderías a esta pregunta si
fueras cristiano. Si Dios es misericordioso, ¿me perdonaría por no creer en él
y ser ateo? Si me dices que no, entonces no es misericordioso. Si me dices
que sí, entonces no pasa nada si continúo con mi pensamiento ateo. ¿Qué
opinas? Responde desde una visión cristiana en el hipotético caso, y
claramente imposible, de que fueras creyente, especialmente en el Dios
cristiano, o sea, Jesús.
¡Ay, qué iba a responderle! Julio se veía tan seguro de sí mismo, tan
confiado.
―Pues ―me sentía algo nervioso―, a ver, en caso de que yo fuera…
fuera… cris… cristiano ―y tragué saliva, así como si estuviera en el
momento más vergonzoso de mi vida―, la respuesta a esa pregunta sería… a
ver… me parece que planteas la cuestión de un modo muy sencillo y tal vez
es más compleja ―algo en mi interior parecía tomar fuerza, no sé cómo ni
por qué, pero me gustaba esa nueva seguridad―. Tal vez, desde una óptica
cristiana, Dios ya te ha perdonado por no creer en él y te hace la invitación a
conocerlo para que dejes tu vida de pecado. Si lo ves como tú lo dices, si eres
castigado no va a ser por no creer en Dios, sino por ser un pecador. El
problema del pecado trasciende la pregunta de la misericordia de Dios,
porque toca solamente un aspecto de Dios y deja de lado su justicia. Pero
mejor pregunta, si Dios es justo y no creo en él, ¿me castigará si soy un
pecador? Si la respuesta es sí, entonces Dios es justo y tú recibirás tu castigo
por ser un pecador y no creer en él. Si la respuesta es no, entonces Dios no es
justo y tú puedes hacer lo que quieras. Opino que la pregunta que tú propones
está incompleta y deja de lado temas cruciales como el pecado, la maldad, la
justicia y la retribución por los actos de maldad cometidos del hombre.
―¿Me estás diciendo que mis actos son importantes y definen si Dios me
castiga o no? ―ahora él parecía confundido.
―Dios no te castiga si tú no eres pecador. Pero él debe mostrar que es
justo y dar a cada quien según haya actuado en esta vida. Eso lo hace ser un
Dios justo, según entiendo. Ahora, hay una buena noticia en todo esto, Dios
te perdona todas tus faltas si crees que Jesús ya pagó por tus pecados. Es
decir, lo que Jesús sufrió, nosotros merecíamos sufrirlo, pero él ya lo pagó.
Ahora nos toca decidir a nosotros si aceptamos ese acto de amor o preferimos
pagar con nuestro propio sufrimiento las consecuencias de nuestro pecado.
Creo que es más sencillo y más ideal aceptar el perdón de Dios que sufrir las
consecuencias del pecado que cometimos, que no es otra cosa que nuestro
mal proceder en la vida.
―Hablas como un auténtico cristiano ―me dijo, casi diciéndome que lo
era.
―Bueno, en realidad ―dije en mi defensa de falso ateo―, como ateos,
sabes bien que buscamos entender cómo piensan los cristianos, así que me he
puesto a pensarlo bien y decidí… ser cristiano ―solté la bomba, él puso una
cara de confusión perpetua―. Bueno, Julio, en realidad no le encuentro
ningún sentido a ser ateo, es ridículo, con todo respeto. Por eso decidí ser
cristiano. Lo soy desde antes de entrar a la escuela, lamento haberte dicho
que era ateo, pero creí que si te decía que no lo era te ibas a alejar de mí.
―Tranquilo, Ever, ya sabía que eras cristiano ―me dijo, riéndose de lo
lindo.
Me sentí engañado.
―¿Cómo lo sabías?
―Jesús me lo dijo. Me dijo que se juntaba contigo porque tú eres
cristiano. Que lo hacía porque te tenía un poco de lástima, pues él también es
ateo.
―Qué, ¿Jesús te dijo que también es ateo?
―Así es. De hecho, hablamos largo rato sobre el ateísmo. Considero que
Jesús, por las cosas que me dijo ―y es lo paradójico de su nombre― es un
verdadero ateo, el más grande que he conocido. Tiene una facilidad de
argumento contra los creyentes. Incluso opina sobre los cristianos de una
manera despiadada. Dice que Jesús, el que vino a la tierra, era un verdadero
creyente y respeta que lo haya sido, que su forma de conducirse en la tierra
respondía a la de un verdadero seguidor en Dios. Que los cristianos de hoy en
día son muy fluctuantes. Que él sería creyente si viera que las personas están
realmente dispuestas a cambiar del modo como Jesús quería que ocurriera.
Lo dijo de un modo tan hermoso que por un momento me inspiró a conocer
un poco más sobre Jesús, porque la verdad no conozco mucho, a diferencia
de él que se ha leído la Biblia como mil veces, al menos esa impresión me dio
porque se la sabe de memoria. Citaba textos y más textos a diestra y siniestra.
Labor que deberíamos hacer todos los que nos autonombramos ateos, conocer
a fondo el libro que tanto evitamos. Pero si lo leemos entonces podremos
argumentar mejor por qué somos ateos, así como Jesús, el más grande ateo
que he conocido.
Menuda noticia, Jesús profesando ser ateo. En cuanto lo viera lo
cuestionaría sobre esto. Seguí platicando con Julio, su palique era muy
interesante y ameno. En realidad, me siguió tratando igual que antes de que
supiera que yo no era ateo. No es de esas personas que te guarda rencor
cuando sabe que no piensas como ellas.
Julio era un ateo sin par. Le pregunté sobre su relación con Jesús y me dijo
que era un extraordinario compañero y que cuando estuve ausente él solo
hablaba de mí.
―Así que te habló sobre mis creencias. ¿Qué tanto te dijo?
―No le vayas a decir que te dije estas cosas, pero él quiere ayudarte a ser
libre de esas creencias antiguas. Yo no quisiera meterme en tus asuntos, es
decir, tú sabes qué quieres creer o no. O bien, si te gusta autoengañarte.
¿Apoco crees todos esos cuentos sobre Jesús el Cristo y la Biblia? La Historia
nos muestra claramente como la humanidad ha creado sus propios dioses. Y a
Jesucristo lo convirtieron en un hombre-Dios, pero nada más lejos de la
verdad.
Sinceramente yo no quería tener aquella conversación con Julio. Él me
parecía demasiado nerd, un experto en temas de Ciencia, Filosofía e Historia.
Sus argumentos parecían tener una base sólida, o al menos algún fundamento
muy fuerte. Pese a esto le dije:
―Cada persona ha vivido una experiencia personal con Jesús. Tal vez un
día de estos te toque vivir esa experiencia personal a ti. Pero por lo que a mí
respecta, todo lo que he vivido me lleva a creer en Dios y en Jesús. Ni
siquiera es algo que pueda negar, negar a Dios y a Jesús para mí sería como
mentir. No te pediré que me entiendas, solo sé que es así.
Después de esto hablamos sobre la evolución y todo eso. Le pedí ayuda a
Jesús en mi mente, no quería quedar en vergüenza respecto a mi fe. Frente a
aquel genio, lector voraz y conocedor de temas profundos, yo era un pobre
iluso defendiendo o intentando defender mi fe.
El argumento que yo podría usar era que Jesús era mi amigo, pero a lo
mejor decir eso solo provocaría que Julio se riera de mí. Me arriesgué y le
dije que consideraba a Jesús un buen amigo y consejero. Julio se disculpó
conmigo y me dijo:
―Jesús es un grandioso amigo imaginario para quienes tienen necesidad
de uno, pero eso no significa que sea real ―fue su comentario y no supe qué
responderle.
Él siguió comentando su postura respecto a qué creer y qué no.
Entonces usé otro argumento, aunque debo admitir que el suyo había sido
bastante bueno.
―Jesús es sencillamente imposible de existir a menos que lo aceptemos
por fe. Las cosas que hizo durante su paso por la tierra nunca las habría hecho
un hombre normal. Esas cosas solo pudo hacerlas un ser sobrenatural: un
Dios humano.
Nada tenía un testimonio tan impactante como los hechos mismos, pues
estos eran la confirmación de las palabras. Si bien con palabras se decía algo,
debía comprobarse con hechos, con cambios reales y tangibles, pues era la
mejor forma de confiar y cambiar corazones.
La máxima de Jesús era: “por sus frutos los conocerás”. Él mismo
confirmó con hechos todo lo que había dicho. Un día les dijo a unos fariseos:
“Si no creen por mis palabras, crean por mis hechos”.
Julio no pareció darles mucha relevancia a estos argumentos.
Si algo no estaba comprobado por la ciencia, para Julio no tenía validez ni
era real. Yo, tratando de no quedar como un ignorante le dije que los registros
bíblicos eran argumento suficiente para demostrar la existencia de Dios.
Como lo imaginé: Julio echó a reír.
―Discúlpame ―comentó deteniendo su risotada―, pero no vamos a
llegar a ningún lado si tu única base argumentativa es la Biblia. Es una
referencia imprescindible para defender tu postura, pero no lo es todo. Hay
referencias más confiables, con otras perspectivas y puntos de vista sobre los
temas que le interesan a la humanidad. Hay más textos, registros y evidencia
que no podemos dejar de lado. Mira, debo irme, cuando tengas algo más que
la Biblia en que basarte, para defender lo que crees, hablamos. Comprendo
que tengas un acérrimo deseo de que Dios exista, pero eso no es suficiente.
No te ofendas, pero creer en Dios es demasiado subjetivo.
Me quedé callado y saliendo de la escuela fui a ver a Jesús.

VIII

Salió a la sala de visitas y venía muy sonriente. Se sentó frente a mí, del
otro lado de la mesa.
―Debemos hablar ―le dije enseguida.
Yo estaba algo serio.
―Sí, lo sé. Por dónde quieres comenzar ―estaba muy contento de verme.
Yo lo capté hasta después, ya que en ese momento venía pensando en lo
que había dicho Julio y no podía quitarlo de mi cabeza.
―Hace rato hablé con Julio. Es un ateo radical, ¿cómo es que te hiciste
amigo suyo?
―¿Por qué te sorprendes? ―me preguntó Jesús, riéndose, como si mi
pregunta le causara mucha gracia―. Julio también es mi hijo. Que no crea en
mí ni en el nombre de mi Padre no significa que no pueda ser su amigo ―y
me guiñó el ojo.
―Pero no parece molestarte ni caerte mal por no creer en ti y por hablar
mal de la Biblia y todo eso; ya sabes todo lo que estuvo diciéndome ―yo me
sentía muy raro.
―Por supuesto que no me molesta. Lo amo tanto como a ti, a Ana Lucía o
Annabella. Que él esté equivocado respecto a mí no lo convierte en mi
enemigo, al contrario, es una oveja perdida que debe ser rescatada ―se reía
tan tranquilo y algo en mi interior me decía que era por mi reclamo.
―Me dejaste solo con él y no supe cómo abordar el tema. Además, no le
dijiste que tú también crees en… bueno, que tú crees en Dios ―mis ojos se
abrieron más de lo normal, como pidiendo una explicación.
―A las personas como Julio no se les persuade solo con palabras
―argumentó sin abandonar su expresión alegre―. Ellos necesitan hechos.
Son más observadores. Las acciones los desarman. Créeme ―y volvió a
guiñarme el ojo, aquello me bajaba lo incómodo que me había sentido―. Yo
lo conozco, lo diseñé y sé cómo funciona. Tú sé un buen ejemplo de tus
convicciones y lo dejarás sin argumentos. Predica con el ejemplo, no solo con
palabras. Sé congruente entre lo que dices y lo que haces y lo dejarás
boquiabierto.
“Mi ciencia no es como la ciencia común, que también me pertenece y
también me interesa, desde luego. Pero no voy a gastar mis fuerzas
combatiendo un objetivo tan duro como la razón, la cual caerá
definitivamente como consecuencia de derribar el principal objetivo: el
corazón. Si logro conquistar el corazón de un humano, su razón se rendirá
automáticamente ante mí. Conquistar su razón primero no es garantía de que
también conquiste el corazón. Y a mí me interesa principalmente el corazón
del hombre antes que todo lo demás. Si tengo el corazón, lo tengo todo ―le
brillaban los ojos como si sus palabras fueran su más anhelado deseo.
Escucharlo me tranquilizó mucho.
―Te pediré solo una cosa ―me dijo―: ora por Julio todas las noches.
―Lo haré con mucho disgusto, digo, con mucho gusto ―bromeé un poco
con él y Jesús se rio.
―Por chistoso ya no seré tu amigo ―y se puso serio.
―Solo era broma ―le dije―. Platicar contigo me hace recordar que debo
amar a Julio, aunque haya sentido cierto coraje contra él porque te ofendió.
Pero tú me dices que no le dé mi desprecio, sino mi amor. Debo amar a Julio
y eso lo demostraré orando por él y por su bien.
―Es normal tu reacción negativa ―me respondió―, pero no dejes que
ese coraje te domine. Además, es importante que seas sincero conmigo, que
me digas cómo se siente realmente tu corazón. Confesarlo es un primer paso
para empezar a sanarlo.
“Puedes hablar de cualquiera tema conmigo, todo lo tuyo me importa y es
así porque tú eres muy importante. Quizás a veces te sientes indigno de mi
amor, pero en realidad tu valor para mí nunca disminuye. Si llegas a pensar
que no vales nada, no es culpa mía, sino tuya, pues esa idea está únicamente
en tu cabeza. Para mí vales mucho más que todo el oro del mundo y que
todos los tesoros del universo. Yo jamás habría dado mi vida por esos
tesoros, pero por ti, por ti di mi vida porque para mí tú vales la pena.
“La pena fue incluso menor a la dicha de morir por mí. Pero no te vuelvas
un petimetre o engreído por saber que tú eres la niña de mis ojos y que
siempre te veo con ojos de amor. Más bien ten presente que nadie debe
juzgarte inferior a como yo te miro, ni siquiera tú mismo. Si oyes una voz
malsana que diga cosas contra tu autoestima, enseguida pon más atención y
oirás mi voz diciéndote: “morir por ti valió la pena”. Cuando alguien es capaz
de dar la vida por otro, se debe a una razón muy clara: quien ha dado la vida
ama profundamente y ese amor es lo más valioso que existe en todo el
universo ―concluyó.
―Pero ―le respondí―, todo esto, lo que me dices, ¿no es acaso una
quimera, una posibilidad que solo está en mi mente?
―No, no lo es si se trata de mí. Si no se trata de mí, entonces sí lo es. Te
diseñé tal como eres para que soñaras en grande y para que aun soñando en
grande no puedas imaginar lo inmenso que soy y las maravillas que puedo
lograr. A mi lado lo tendrás todo ―añadió―. La diferencia entre los demás y
yo es que yo no miento y que todo lo que sueñas en mí se hará realidad.
Digerí sus palabras y estas se asentaron en mi corazón.
―Julio dijo algo ―comenté―. Recuerdo que al hablar sobre ti él utilizó
una expresión que me dejó pensativo: amigo imaginario. Hablar con Julio me
generó bastantes dudas y me gustaría que me dijeras por qué razón permites
que conozca esa clase de amigos que generan dudas en mi cabeza.
―No existe ningún motivo para que pienses que esos amigos tienen razón
―fue su sensacional respuesta―. Tú me conoces bien y sabes, así como yo,
que él está mirando las cosas sin tener en cuenta el escenario completo, ni los
personajes. Lo que dice Julio es su percepción, pero no lo sabe todo. Así que
tienes dos opciones: la primera es creerle a tu amigo por encima de mí o
creerme a mí por encima de tu amigo. Compara las declaraciones de él con
mis declaraciones. Si sus palabras se oponen a las mías, uno de los dos debe
estar equivocado. Entonces piensa en cuál de los dos confías más y a ese
créele.
Me preguntó la razón por la que le expresaba aquellos pensamientos,
como si quisiera profundizar más en mí, o bien, quería que yo profundizara
más en mi interior.
―Creo que ya sabes la razón ―le respondí.
―Sí, por supuesto que la sé, pero me gusta escuchar cómo la dices tú. Me
gusta escuchar cómo te expresas. Me encanta verte hablar y como mueves los
ojos ―cuando decía estas palabras se me quedó mirando de un modo muy
hermoso, permaneció en silencio con sus ojos puestos sobre los míos y
estirando un poco los labios en una sonrisa bonachona.
―¿Por qué me miras así? ―pregunté, invadido de calor por aquella
mirada de Dios sobre mí.
―Porque te amo demasiado ―fue su respuesta y me dieron muchas ganas
de llorar. Me conmovió y la piel se me puso de gallina. Oír a Jesús decir
aquellas palabras me cimbraba por completo.
―Te encanta decirlo, ¿verdad? ―el nudo ya estaba en mi garganta.
―Me fascina decírtelo porque a veces se te olvida. Si no lo olvidaras,
nunca sufrirías. Así que lo diré tantas veces como se necesite para que nunca
se te olvide. Pero no tantas para que no te acostumbres a lo bueno. Ahora,
¿por qué me dices todo esto…? ¿Qué piensas o qué sientes?
―Ah, claro, lo estaba olvidando ―yo seguía con mis lágrimas en los ojos,
traté de tallarlas, pero Jesús me extendió su Espíritu y con él me abrazó. Sentí
su calor rodeándome y protegiéndome de todo. Era el remate perfecto para el
sentimiento que sus palabras habían provocado en mi corazón.
―Te escucho ―me dijo, moviéndose un poco su silla del otro lado de la
mesa. Yo suspiré y él seguía sonriendo, como siempre, con sus sonrisa
tranquila y contenta.
―Julio me dijo que tal vez tú eres solamente mi amigo imaginario…
―¿Ahora mismo te parezco un amigo imaginario? ―me preguntó
entrecerrando los ojos y adquiriendo una falsa indignación.
―Bueno, naturalmente no. Puedo verte, sentirte, escucharte.
―Y si todo es producto de tu imaginación, Ever ―habló en tono
misterioso―; si en realidad todo esto es solamente una ilusión, una
maravillosa ilusión creada por tu mente ―dijo estas palabras moviendo los
dedos de las manos sobre su cabeza, pero dándole un toque cómico y
sarcástico a la vez.
―Si así fuera no sabría distinguirlo de la realidad. Por lo tanto, no podría
saber si eres un amigo de verdad o un amigo imaginario.
Entonces me vio a los ojos.
―Quiero decirte algo ―habló con seriedad―. En realidad estás diseñado
para tener un amigo imaginario como yo, al que un día podrás ver cara a cara.
Pero calmao chico ―dijo esto en tono cubano y me dio risa, luego siguió
hablando normal―, todas las personas del mundo fueron creadas para tener
un gran amigo imaginario o dos o tres. Pero de todos esos amigos
imaginarios solo uno es el importante. Y no es por presumir, pero me refiero
a mí mismo ―se paró el cuello de su camisa y luego se echó a reír, me
encantó que jugara con todas esas cosas―. Aunque juegue contigo al decirte
esto, sé bien que sabes a lo que me refiero. De hecho las personas, casi todas,
tienen amigos imaginarios, aunque, como ya imaginarás, no se trata
necesariamente de mí.
“Lamentablemente esos amigos imaginarios son proyecciones de sí
mismos, es decir, su alter ego y solo les aconseja lo que ellos quieren
escuchar. Por lo tanto, no se trata propiamente dicho, de un amigo imaginario
tal cual, sino de un auto enemigo imaginario que trae repercusiones a su vida
si ellos obedecen sus consejos. Asimismo, yo traeré buenas consecuencias a
sus vidas si me eligen a mí como su amigo imaginario. Aunque, claro ―dijo
con una sonrisota―, conmigo la ventaja es que yo soy ambas cosas a la vez,
imaginario y real. Así que no te dejes amedrentar por voces que deseen
hacerte dudar de mí, más bien piensa en que esas personas que hablan así de
mí en realidad también necesitan de mí, pero como me niegan, se construyen
amigos imaginarios, consejeros imaginarios, que en realidad no saben nada y
los conducen por veredas de maldad que los llevan a pantanos de dolor y
sufrimiento. Y es algo que quisiera evitarles ―lo dijo con voz preocupada.
También quise aprovechar para contarle sobre mis sentimientos
encontrados. Que como ya él sabía el día anterior había visto a las dos Anas.
Ambas me atraían mucho ―era inútil negarlo― y no sabía qué hacer.
―Define ―me dijo―, pues no te harán felices las dos. Eso es un engaño
del diablo y yo no te voy a mentir. Solo una de las dos te hará realmente feliz
―dijo y me guiñó un ojo de nuevo.
Qué difícil situación.
―¿Cómo sabes? ―me atreví a preguntar, luego me arrepentí, pero ya
había hablado.
―Por sus frutos las conocerás ―fue todo lo que respondió.
La respuesta era más que clara.
―Tú las conoces a las dos, puedes decirme.
―Claro que puedo decirte ―me contestó―. Pero elijo que tú lo
descubras. No quiero influir en tu decisión. Luego salen con el cuento de que
te manipulo.
Y volvió a guiñarme un ojo. Por último me dijo:
―Quiero pedirte que disfrutes cada momento de tu vida. Saborea cada
instante. Perdona cada ofensa. La falta de perdón son las espinas de tu vida.
Si tu vida fuera una rosa, las espinas serían el rencor y el orgullo. Quítalas de
ti. Una rosa no tiene por qué tener espinas. Ese es su estado natural, pero se
puede transformar para no herir a nadie más.
Y se fue sin decir más, pues la hora de visita había terminado.
IX

Por la noche mamá había preparado riquísimas enchiladas rojas. Me sentí


algo triste por no poderlas compartir con Jesús. En pocos días sería mi
cumpleaños número diecinueve. Durante esos días seguí manteniendo
contacto con Annabella a través de whatsapp. Le llevé su bicicleta.
Uno de esos días fui con Ana Lucía y su papá a pescar. Como Ana Lucía
se comportaba conmigo cada vez mejor la invité al templo. Me dijo como
excusa que no podía porque… no sé bien por qué, entonces invité a
Annabella. Ella sí fue.
Le presenté a mis amigos. Todos me preguntaron si era mi novia. Les dije
que no, que mi novia todavía era Ana Lucía. Para todos fue claro, pero no
para mí.
En uno de esos días hablé con Julio sobre la Biblia. Imaginé que
despotricaría contra ella, pero aún así quise saber su opinión. No estuve muy
equivocado en mis predicciones.
Él me dijo que era un texto muy antiguo con los peores y más abominables
actos de violencia. Había muerte, destrucción, actos sádicos, etc., que sin
duda se trataba de la peor obra literaria humana. Incluso, según él, el Dios de
la Biblia era el más sanguinario de todos, el más celoso, iracundo,
abominable.
Cuando dijo aquello me dio curiosidad por saber cuál era la opinión de
Jesús. Así que fui con él y le pregunté qué opinaba sobre lo que había dicho
Julio.
―Mira ―me dijo Jesús, adquiriendo aquel tono de voz tan suave y
claro―, tú debiste primero que nada preguntarle a Julio dónde estaban esos
textos de los que él hablaba. Es decir, qué pasajes o libros de la Biblia
expresan esas características que él dice. No iba a saber responderte con
claridad, pues Julio no ha leído la Biblia completamente y las opiniones que
él tiene son porque las ha oído de otros. Ahora bien, la Biblia no va hablar
sobre el cielo ni sobre las maravillas de Dios solamente, también es un relato
que recoge la caída del hombre frente a Dios y el interés de Dios por redimir
a la humanidad. Por lo tanto, lo que podrás encontrar en la Biblia serán sin
duda hechos lamentables provocados por el hombre, como la muerte, la
destrucción, los celos, la ira, todo ello causado por una rebeldía y
desobediencia contra Dios.
“Hallarás traición, engaños, mentiras, odios, destrucción, guerra, muertes,
etc. Y principalmente la rebelión del pueblo judío, que es el pueblo de Dios y
el que sin duda ha sufrido con mayores consecuencias el resultado de seguir
un camino de maldad. Al andar por ese camino el resultado también es
maldad. No porque Dios quiera ensañarse con las personas, sino simplemente
porque han elegido su propio camino y yo no obligo a nadie a seguirme, pero
el camino que siguen solo será egoísta y destructivo. No porque yo lo quiera
así, sino porque eligen algo distinto a mí, que soy vida. Los hombres eligen
muerte. Tan solo deseo que me elijan a mí para que vivan para siempre. Que
lleven mi yugo sobre ellos, que no es pesado, al contrario, es ligero y fácil de
llevar. En cambio, el yugo que ellos eligen es un costal de muerte y dolor que
quisiera evitarles.
―Entonces, ¿la Biblia en realidad son pasajes de la historia humana, que
muestra su condición de pecado, la destrucción que causa elegir caminos
perversos y un deseo de Dios por querer que el ser humano se deje gobernar
por él, sin que lo logre del todo?
―En general, sí. Aunque también es un texto que habla de las maravillas
de Dios y de las almas redimidas que han entendido el mensaje del Creador
del universo y se han dejado gobernar por él. Dentro de la Biblia puedes
encontrar los dos tipos de vidas que los hombres pueden tener. La primera es
aquella donde Dios es lo más importante y todo alrededor es luz, vida, amor,
paz y felicidad.
“La otra es donde ellos son el centro de su vida y todo a su alrededor es
oscuridad, muerte, caos y destrucción. No se trata de una voluntad mía para
la humanidad, sino de una voluntad de los humanos para ellos mismos. Mi
voluntad es que todos se arrepientan de su maldad y vengan a mí para que los
sane y los restaure. Pero a veces mi voluntad choca con la voluntad de
muchos hombres y es entonces cuando deciden sublevarse contra mí. Pero no
cejaré en mi lucha y seguiré llamando a todos los hombres a mis veredas,
esperando que atiendan el llamado.
―Eres muy bueno Jesús. Creo que a veces desconfiamos de ti o dudamos
de ti porque no hablamos contigo. Permíteme poder hablar siempre contigo,
por favor. Ayúdame a entender y a mantenerme digno de ti.
―Si me has aceptado en tu vida y has aceptado mi sacrificio por ti,
entonces ya eres digno. No te sientas nunca indigno porque para mí no lo
eres. Yo te redimí por la sangre que derramé en la cruz. Tú eres mío y no
tienes nada que temer, nunca.
Lo abracé con todas mis fuerzas. Después nos despedimos.
El día de mi cumpleaños me la pasé muy bien desde la mañana. Mamá
Ruth y Adrian me despertaron con un pastel muy rico, era de tres leches.
Jesús me dijo que me mandaba un abrazo con todo el amor de su corazón y
que esperaba también dármelo en persona cuando saliera de prisión.
Annabella también me mandó un mensaje felicitándome y deseándome lo
mejor. Ana Lucía me mandó un mensaje diciéndome que me amaba y que yo
era lo mejor que tenía en su vida.
Luego de revisar el celular un buen rato, me bañé y me alisté para irme a
clases. Allá solo Julio me felicitó ya que nadie más sabía sobre mi
cumpleaños.
Julio creía que no me daba cuenta, pero en sus comentarios agregaba una
ligera burla por lo que yo creía. Les daba un tono sarcástico a sus frases
como: “felicidades en este día que Dios te dejó llegar”, luego se reía. Yo lo
dejaba ser y seguía orando por él.
Cuando iba en el camión le hablaba en mi mente a Jesús:
―Aquí voy, contigo, me decía.
―¿Aunque no pueda verte?
Ya habíamos hablado sobre esto, pero mi mente era una necia olvidadiza.
―Pero yo sí puedo verte y sé qué piensas. Estás pensando en lo que resta
del día. En que hubiera podido ser un cumpleaños maravilloso porque
estaríamos juntos. Pero yo no me he ido a ningún lugar. Estoy contigo si tú lo
crees así.
―Sí, tienes razón ―me tocaba bajarme―. Y te agradezco por darte el
tiempo de explicarme estas cosas. Me hacen entenderte mejor.
Al bajarme y caminar hacia casa miré los pájaros volando cerca de mí y
cantando, como si quisieran decirme algo. Tenían variados colores y emitían
dulces cantos. Las flores parecían moverse a mi paso y un viento movía las
copas de los árboles de un modo plácido.
―¿Qué es esto? ―le pregunté a Jesús.
―Un pequeño regalo, feliz cumpleaños, amigo.
Sonreí y tuve ganas de llorar de felicidad.
Llegué a mi casa y ¡oh!, ¡sorpresa!
―Felicidades ―dijo mi madre. Annabella estaba a su lado muy sonriente.

X
Me abrazaron entre las dos y luego por separado.
El cuarto estaba lleno de flores y de mangos.
―Jesús te manda saludos ―me dijo Annabella―. Los mangos fueron
idea suya.
Me dijo que había buenas noticias, que su papá continuaba con el caso de
Jesús. Al parecer no faltaba mucho para que saliera. Cada día se desmentían
todas las cosas que se habían dicho contra él.
Mamá me dijo que mis amigos del templo habían llamado para invitarme a
comer. Que me esperarían en el parque que estaba a un lado del río.
Le comenté a Annabella que si quería acompañarnos. Me dijo que con
mucho gusto y se fue a su casa para alistarse. También invité a Julio por
whatsapp, me respondió que le hubiera gustado asistir, pero que su abuelo
estaba en el hospital. Que me divirtiera por él. Aquello me dejó un poco
pensativo y hasta cierto punto triste. Oré por su abuelo para que mejorara
pronto. Después me desvestí y entré a la regadera.
Me terminé de bañar y vi en mi celular que ya eran como las tres. Me
apresuré a alistarme. De pronto oí que un carro pitaba en la calle. Me fijé por
la ventana y era oscuro, blindado y muy lujoso. Una chica muy hermosa se
bajaba de él: era Ana Lucía. Usaba un vestido rojo preciosísimo. Usaba un
escote sutil y su cabello estaba peinado hacia un lado.
Me puse la camisa y el pantalón y bajé enseguida. Mi mamá ya la había
pasado a la sala, así que se levantó del sillón y me abrazó con fuerza,
felicitándome.
Me dijo que había usado sus ahorros para rentar el auto. Que no se había
olvidado de mí, sino que prefirió darme la sorpresa. Pero eso no era todo,
había más: el auto nos llevaría a un hotel donde estaríamos los dos
completamente solos y ahí me daría un regalo muy especial.
Con aquellas palabras mi imaginación se echó a volar.
Antes de entablar la relación tan estrecha con Jesús, mi mayor anhelo
había sido estar con Ana Lucía, estar en un sentido muy íntimo, como si esa
unión íntima significara el lazo que nos uniría para siempre, pues yo pensaba
que quería estar con ella para toda la vida. Pero de un tiempo hacia acá ya no
pensaba mucho en eso. Por eso me sorprendió su propuesta.
Esta vez me parecía algo indebido irme a solas con ella, aunque no voy a
negar que la idea me encantaba. ¿Qué hacer? Mi decisión implicaba otras
consecuencias. Rechazarla era ofenderla y menospreciar su atención y aquel
gesto tan lindo, pues había invertido todos sus ahorros en aquel regalo.
Pero también, aceptarla significaba dejar plantados a mis amigos del
templo y a Annabella.
―Iré un momento arriba y regreso ―le dije.
¿Qué estaba haciendo? Mi mente no quería pensar ni reflexionar. Solo
tenía una idea presente: el amor de mi vida al fin se me entregaría en cuerpo y
alma.
Tenía la opción de pedirle un consejo a Jesús, quien ya conocía de
antemano mi pensamiento. Pero también podía no pedirle ningún consejo y
actuar según mis deseos. Hotel, cuarto solamente para los dos, toda la tarde.
Podría persuadirla de ese modo para que el día domingo me acompañara al
templo. Algo en mi cabeza no me dejaba pensar bien.
PARTE VI
I

Decidí ir con Ana Lucía.


Llegamos al lugar. Era un hotel muy bonito. Subimos por el elevador al
cuarto reservado y después entramos a la recámara. Ella me dijo que me
pusiera cómodo y me propuso que apagáramos nuestros celulares. Así lo
hicimos.
Entonces, mientras Ana Lucía entró al baño, yo deambulé por el lugar y
entonces me miré en el espejo. Yo estaba usando un smoking y un moño azul
en el cuello que ella me había puesto. Luego me di cuenta que alguien más
estaba en el espejo: era Jesús.
”Hola”, me dijo sonriendo, fresco como siempre. Su voz sonaba en mi
mente.
”Hola, ¿cómo te va?”, fui algo cortante, como si no quisiera hablar con él.
”Te siento extraño”, me contestó, “¿dónde estás? Casi no me dejas entrar
en tu mente. La he sentido cerrada estos últimos minutos. ¿Qué ocurre?”
―¿Qué pasa? ―me preguntó Ana Lucía.
Y dejé de ver el espejo para verla a ella.
―No, nada ―le respondí, mintiendo.
Sí pasaban y muchas cosas por mi mente.
―Dime algo, amor, ¿no crees que hemos podido estar más tiempo juntos
ahora que Jesús no está contigo? ―me preguntó.
―Jesús, Jesús ―dije con mis labios y miré de nuevo al espejo, ahí seguía
él, pero estoy seguro de que Ana no lo podía ver. Ella se acercó, me abrazó
por la espalda y miró en el espejo también.
Jesús ya no estaba por ninguna parte. Por un momento tuve una sensación
de libertad, pero al mismo tiempo de soledad y de tristeza. ¿Qué me estaba
sucediendo?
Luego las palabras de Jesús resonaron en mi mente tal como la primera
vez que las dijo:
“En tanto quieras que permanezca en tu mente, permaneceré. Pero si das el
lugar al pecado, yo tendré que irme. El mal y yo nada tenemos en común. No
podemos ocupar un mismo espacio, es imposible. No es que quiera alejarme
y dejarte, sino que tú has preferido la compañía del mal en lugar de la mía. Se
trata de tu elección, yo no puedo obligarte a elegirme. Has elegido alejarme
porque prefieres algo que no es bueno para ti en este momento de tu vida.
Recuerda: ante la duda, abstente”.
Me asusté al recordar aquellas palabras. Sentí mi soledad interior con toda
su fuerza, como un vendaval implacable y atroz. Me calaba mucho en el
corazón. Era horrible. Luego ocurrió algo que no me gustaría contar, pero
tampoco quiero ocultarlo.
Lucía me besó y sentí un gran placer en mis labios, pero también sentí con
mayor fuerza el vacío en mi corazón. Como si yo fuera un cuerpo hueco. Ella
me abrazó con fuerza y me quitó el smoking. Luego me lanzó a la cama con
intensidad. Seguimos besándonos con los ojos cerrados, pero ahora sentados
sobre el colchón. Ana Lucía estaba desenfrenada. Ambos sabíamos a dónde
iba aquella situación.
Ella se desabrochaba el vestido sentada a mi lado, besándome
intensamente.
―No ―dije, abriendo los ojos y asustado, como si despertara de un mal
sueño.
―¿Qué? ―dijo desconcertada y alejando sus labios de los míos.
―Debo irme, lo siento, lo siento mucho.
Y salí corriendo. Quería llorar.
―Jesús, Jesús ―dije desesperado en mi mente, mientras tomaba el
transporte en la calle.
―Aquí estoy, calma ―lo oí claramente en mi interior.
Algunas lágrimas se asomaban por mis párpados.
La esquizofrenia volvía, pero me hacía bien. Jesús era la voz que me
consolaba. Yo iba solo en el camión, pero Jesús estaba a mi lado. Saberlo me
daba tranquilidad.
Llegué al parque luego de las cinco y media. Los chicos tenían bastante
rato esperándome y me recibieron con globos. Ahí estaba Annabella, usaba
un vestido azul. Les dije que se me había apagado el celular y no pude
avisarles de mi tardanza. No quise decirles la razón ni echar mentiras.
Un rato después metí mi cabeza en el pastel. Luego Annabella me propuso
que fuéramos a andar en una bici para dos personas. Acepté y nos alejamos
del grupo.

II

Ella me preguntó por qué había tardado tanto. No quise mentirle y le dije
la verdad, pues me inspiraba mucha confianza. Me sorprendió su respuesta:
―Cuando el corazón no está seguro, no debe hacer nada.
―¿Quién te enseñó eso?
―Papá ―y cuando dio aquella respuesta parecía hablar de la mejor
persona del universo.
―A propósito, sé que te congregas en un templo cristiano y todo eso.
Quiero decirte que desde hace tiempo mi papá y yo vamos a un templo cerca
de nuestra casa. Ojalá un día tú puedas ir con nosotros. En Jesús he hallado
todo lo que buscaba.
Luego me señaló unos pájaros en el aire. Me dijo que tenía ganas de
caminar. Pero en cuanto nos bajamos de las bicis la vi correr.
―A que no me alcanzas ―me desafió sonriente.
Luego se ocultó tras unos arbustos altos. Yo corrí hacia ella y cuando creí
encontrarla, se me cayó la baba por la bocota abierta que puse ante la persona
que hallé en lugar de Ana: Jesús estaba ahí, sonriente y radiante.
―¡Sorpresa! ―dijo Annabella.
Mis lágrimas salieron de inmediato. Corrí hacia mi mejor amigo y él me
recibió con los brazos abiertos. Fue un abrazo maravilloso y yo lo necesitaba
mucho.
Traía unos pantalones cafés oscuro y una camiseta blanca, como de
costumbre. Ya no traía los lentes, pero no le pregunté nada al respecto.
―¿Qué es esto, una visión? ―le pregunté aún con la sensación de
sorpresa sobre mí.
―No, tonto ―así me dijo, pero con mucho cariño―, ya salí del penal.
Vine a hacerte la vida imposible ―dijo y soltó una risa juguetona.
―Vienes a hacerme la vida más alegre, querrás decir ―le respondí.
Me dio un abrazo muy tierno y un beso en la frente. Luego dijo:
―El papá de Ana ―al decir su nombre la miró y luego a mí― es un
abogado extraordinario. Cuando le hablé sobre mi vida, de inmediato supo
que yo era inocente. Todos los cargos que me imputaban eran por un tal Jesús
Amado, un homónimo. Pero ya lo detuvieron y solo me pidieron disculpas.
―Es una noticia magnifica. Y que estés aquí es una hermosa sorpresa, no
sabes cuánto te he extrañado.
Lo abracé de nuevo.
Yo no sabía si Annabella sabía quién era él realmente, pero no quería
meter la pata. Ella solo veía cómo nos abrazábamos. Luego oí el pensamiento
de Jesús:
“Estoy aquí porque sé que necesitas un amigo y yo lo que más quiero es
estar a tu lado siempre. Gracias por creerme y por confiar en mí”, me dijo.
“Pero el beneficiado soy yo ―contesté con mi mente, aferrado todavía a
él―. A mí es a quien me conviene creerte y confiar en ti”.
“Aun así, gracias. Sé que es difícil, pues aún sin verme me has sido fiel”,
finalizó.
―Oigan ―dijo Jesús en voz alta y dejando de abrazarme―, hay dos
opciones: podemos regresar a donde están los demás y seguir con la fiesta. O
bien, podemos ir y decirles que el papá de un tal Julio, digo, el abuelo, está
hospitalizado. Es un abuelo que necesita mucho, mucho de nosotros. Qué
dicen.
Estuvimos de acuerdo y cuando fuimos con los demás y les hablamos de
la situación, también quisieron participar. Conseguimos algunas cartulinas y
escribimos palabras para el abuelo de Julio.
El abuelo, nos dijo Jesús, se llamaba Tom, quien desde niño había sido
como un padre para Julio. Al llegar al hospital nos dijeron que ya había
pasado la hora de visita. Solo Julio estaba con él en ese momento.

III

Una enfermera que era amiga de Jesús nos dijo cuál era el número de
cuarto del abuelo Tom. Éramos como doce jóvenes y aseguramos que el
enfermito era nuestro abuelo, incluso de Jesús. No nos creyeron y mucho
menos nos dejaron entrar. Dijeron que debíamos esperar al día siguiente para
la hora de visita.
A Jesús se le ocurrió algo. Amarramos las cartulinas con unos estambres y
luego subimos a la azotea del hospital por medio de unas escaleras que
estaban en la parte de atrás. Ubicamos la dirección de la ventana donde estaba
el abuelo Tom y Julio gracias a la orientación de Annabella y los demás
chicos de la iglesia.
Desde allá comenzamos a bajar las cartulinas por medio de los estambres,
tratando de hacerlas llegar hasta la ventana. Annabella desde abajo nos indicó
que ya estaba la cartulina frente a la ventana. Era cuestión solo de segundos
para que la vieran. Entonces Julio y el abuelo Tom leyeron detrás de los
cristales diáfanos:
“Ánimo, abuelo Tom. Todos tus nietos adoptivos están aquí. Te amamos y
Dios está contigo”.
Cuando Julio leyó esto me llamó:
―¿Qué estás haciendo? ―así me dijo, como si supiera que se trataba de
mí.
Subimos esa cartulina e hicimos bajar otra.
“El abuelo Tom es el mejor y él lo sabe”.
Esto hizo reír al abuelo, pude oírlo por el celular. Julio me dijo:
―Gracias Ever, lo que estás haciendo pone contento a mi apá.
Un guardia llegó a la azotea y nos regañó a Jesús y a mí, nos dijo que no
teníamos permiso para estar ahí. Jesús acomodó las cartulinas y lo los
estambres en unas bolsas y comenzamos a bajar rápidamente como unos
delincuentes.
Yo me puse a pensar por qué hacíamos todo aquello y entonces lo entendí
todo. Jesús conocía al abuelo y sabía qué lo tenía tan deprimido: la falta de
apapacho familiar. Luego llegaba este grupo de jóvenes haciéndolo reír con
aquellas frases. Eso lo había puesto contento.
Cuando Jesús y yo nos reunimos con los demás, le dije a Julio que mirara
por la ventana. Lo hizo y nos miró a todos ahí reunidos mirando hacia donde
estaba él.
―Muéstrale esto al abuelo Tom ―le dije.
Entonces abrí una videollamada con Julio. Él la mostró al abuelo. Como
ya estábamos abajo, todos gritábamos:
―¡No estás solo, no estás solo!
En mi pantalla vimos al abuelo con su barba blanca y su bigote también.
Sonreía.
Todos lo saludamos y gritamos su nombre:
―¡Abuelo Tom, te queremos!
Annabella dijo:
―Abuelo Tom, soy Ana. No nos conocemos en persona y tal vez no nos
vimos antes, pero debes saber que eres profundamente amado. No te des por
vencido ―y sonrió tiernamente.
Fue tan sincera. Sus ojos se llenaron de agua.
Yo dije:
―Abuelo, arriba. Soy Ever. Hay que ir a correr, a pasear. Conste, desde
ahora sábelo, iremos a caminar al parque muy pronto ―dije todo pensando
en mi abuelo que había muerto dos años atrás y no pude evitar las lágrimas de
mis ojos.
Jesús le dijo:
―Soy Jesús, abuelo Tom ―e hizo una pausa corta, para que el abuelo
Tom supiera de qué hablaba―. Tú sabes que no estás solo. Nunca lo has
estado, abuelo Tom. Ese corazón aún tiene mucho que dar, ¡y muchos a quien
amar!
Aquello hizo llorar al abuelo Tom. Todos aplaudieron y el abuelo también.
Se leyó en sus labios una palabra:
“Gracias”.
Luego se puso de pie y comenzó a bailar con Julio. Había entendido el
mensaje de Jesús. Todos aplaudimos con entusiasmo y gozo. Era muy
agradable vivir todo aquello tan hermoso.

IV

Lo ocurrido con el abuelo Tom asombró a Julio. Nos agradeció a Jesús y a


mí todo lo que habíamos hecho. También les dio las gracias a los demás
chicos. Fue imposible no verlo derramar las lágrimas, pues estaba muy
conmovido.
El abuelo Tom, luego de que lo dieron de alta, nos invitó a su casa. Así
que fuimos. Estuvimos conversando con él y con Julio un buen rato. El
abuelo nos pidió que no dejáramos de visitarlo. Que le hacía muy bien
nuestra compañía. Jesús le prometió que iría muy seguido.
Regresando a casa, mi mamá, Adrian y yo le dimos la bienvenida a Jesús.
Mamá se alegró mucho al verlo. Hizo un pozole sabrosísimo en su honor.
Cuando cenamos, Adrian confesó que había extrañado mucho a Jesús y se
puso a llorar. Jesús lo consoló y después nos pusimos a contarles lo que había
pasado en el hospital con el abuelo Tom. Todos nos reímos cuando hablamos
del guardia en la azotea.
Nos acostamos muy noche, cerca de las dos de la mañana. Adrian, no muy
contento, volvió a dormir con mamá. Dormimos muy bien.
Por la mañana la luz clara y radiante de un nuevo día se asomaba por la
ventaba. Jesús despertó primero que yo. Él ya estaba listo para un nuevo día,
aunque era muy temprano. Cuando abrí los ojos vi que él tenía su codo sobre
la almohada y su cabeza descansaba sobre la palma de su mano. Me estaba
mirando con mucha atención desde su cama.
―Han pasado tantas cosas en estos días ―le dije parpadeando y
acostumbrándome a la luz del amanecer.
―Como cuáles ―preguntó con sumo interés, acomodándose mejor sobre
su palma.
―He tenido que aprender a no verte y aun así confiar en que estás aquí.
Tú pudiste agilizar todo antes y estar conmigo todo el tiempo. ¿Por qué
decidiste no hacerlo?
―¿Puedes confiar en mí aunque no me veas? ―me preguntó con una
ligera sonrisa en sus labios.
Agaché un poco la mirada. Luego lo vi a los ojos y le respondí:
―Sé que no he tenido mucho éxito, pero tú sabes que lo he intentado.
Cómo me has visto actuar sin ti, ¿he pasado la prueba? Dime la verdad,
aunque no me guste.
―Estoy orgulloso de ti, Ever. Mis palabras en tu mente han tenido peso y
fuerza. No significa que nunca vayas a fallar, pero al menos lo estás
intentando. Cosa distinta sería si no lo intentaras, pues es mejor intentar y
fracasar, que fracasar sin haberlo intentado.
―Batallé en algunos momentos, pero ya no será así, ¿verdad?
―¿Crees que porque estoy a tu lado ya nunca habrá problemas?
―Es la idea, ¿no?
―¿Qué has aprendido en cada momento que has tomado mi consejo y
buscado mi rostro?
Pensé por un momento. Entonces lo entendí:
―Que aún en medio de los problemas, de las buenas y malas
circunstancias, tú estás conmigo.
―Que esté a tu lado no significa que no habrá problemas nunca, sino que
aunque haya problemas, tormentas y rayos, yo estaré contigo en medio del
huracán. Sufriremos juntos. Aunque no me veas, estaré contigo porque tú
tienes fe en mí, en mis palabras y en mi forma de ver el mundo. Ahora,
quiero decirte que alguien te visitará el día de hoy.
―¿Quién?
V

Hacía bastante tiempo que no tenía noticias de mi padre.


―Pero ya estás aquí, no necesito más padre que tú ―dije en tono
desabrido, poco interesado en lo que Jesús trataba de insinuarme. Él me miró
a los ojos y me sonrió:
―Sabes muy bien a qué me refiero ―dijo levantando las cejas pobladas.
Jesús sabía que yo tenía cierto rencor escondido contra el hombre que me
engendró. Desde hacía mucho tiempo que ya no lo veía como papá, sino
simplemente como el hombre que participó en mi procreación. Y me dolía
demasiado porque cuando yo era niño lo había amado como a nadie en el
mundo, pero cuando nos abandonó para irse con otra mujer y vi sufrir a
mamá Ruth y a Adrian, prometí y juré a no sé quién que no me importaría su
vida, así como a él no le importó la nuestra.
Venía pocas veces al año a visitarnos y siempre que lo hacía nos daba
dinero, como si ese dinero pudiera comprar su ausencia. Quizás creía que con
ese dinero su culpa ya estaba pagada. Mamá nos había dicho que aceptáramos
todo lo que nos diera. Ella desde hacía mucho tiempo ya lo había perdonado
de corazón.
Dijo que no tenía caso guardarle rencor. Era humano, se había equivocado
y solo le deseaba lo mejor. Lo recibía con muy buenos tratos. En ese entonces
mamá se aferró a Jesús con todas sus fuerzas y le entregó su vida. Él la sanó
y le dio un nuevo corazón, por eso ella era tan buena con el hombre que tanto
la hizo sufrir. Desde entonces comenzamos a asistir al templo del pastor Luis.
Cuando mi progenitor nos daba dinero, yo lo aceptaba, no por él ni por mí,
sino por mamá, para que ella no se sintiera mal cuando Benjamín, mi padre,
le hablara sobre mi rechazo y se lo dijera a ella, como ocurrió varias veces.
En todo este asunto el corazón que menos debía sufrir era el de mamá.
Durante todo este tiempo Benjamín no había dado señales de vida. Él no
nos hablaba y tampoco le hablábamos. Yo no lo había extrañado, pero varias
veces oí a Adrian preguntarle a mamá: “¿Cuándo vendrá papito?” Ella,
afligida, solo respondía que no debía tardar, cuando menos pensara llegaría y
nos daría la sorpresa. Así le decía siempre y Adrian se llenaba de ilusiones.
―Sabes que no todo estará bien si no sanas esa herida ―oí la voz de mi
Dios―. Si quieres que el auto funcione bien, hay que arreglarlo, ¿no crees?
―¿Qué auto? ―respondí, mirándolo a los ojos.
―Ven, no te resistas ―se bajó de la cama, fue a la mía y me abrazó.
Viejos pensamientos aversivos contra Benjamín habían regresado. Cuando
estaba con él yo le decía padre o papá, pero a sus espaldas me refería a él
como Benjamín. Entonces Jesús rompió con todos mis pensamientos al
darme aquel abrazo.
―Alístate, está por llegar ―comentó. En otro momento me hubiera
negado a recibirlo, pero esta vez yo sabía que Jesús estaría conmigo y me
ayudaría con todo lo que hiciera falta.
No pasó mucho tiempo para cuando se oyó el timbre. Miré por la ventana.
Ahí estaba Benjamín, en la puerta, muy sonriente, como si fuera el mejor
papá del mundo.

VI

Era claro que mamá esperaba a Benjamín, pues tenía preparado el


desayuno para recibirlo. Jesús me miró y me di cuenta que conocía mis
pensamientos, pero no me dijo nada al respecto, solo sonreía tan
grandiosamente como cada vez que sabía que yo no estaba del todo bien. Su
sonrisa era para mí un bálsamo que sanaba algo desarreglado en mi interior.
Salimos del cuarto y bajamos las escaleras. Yo detrás de él.
Benjamín y mamá Ruth estaban sentados en a la mesa del comedor.
―Miren quien llega ―dijo mi padre en tono alegre―. El orgullo de la
familia. Ever, mi primogénito ―se puso de pie y me abrazó efusivamente.
―Hola, papá ―como dije, no me atrevía a decirle simplemente Benjamín,
mamá podría sentirse mal por verme faltarle al respeto a mi padre. Yo tenía
pocos ánimos por verlo. Me dirigí a Jesús―: Papá, te presento a Jesús, un
gran amigo de la escuela.
―Qué tal, muchacho. Los amigos de mi hijo también son mis amigos,
mucho gusto ―le dijo mi padre a Jesús.
―También mucho gusto, señor ―respondió Jesús muy amable―. Su hijo
me ha hablado mucho de usted.
Si mi papá supiera frente a quien estaba.
Saludamos a mamá y ella nos invitó a desayunar.
Estando sentado a la mesa Benjamín habló:
―Vine a verlos y a felicitarte por tu cumpleaños, Ever. No creas que lo
olvidé. Solo que por el trabajo no pude venir. Te traje un regalo.
―¿Qué es? ―preguntó mamá, sirviendo un plato de lentejas.
―Ya que desayunemos se lo mostraré ―se veía muy contento.
Me preguntó sobre Jesús y sobre su familia. Jesús respondió:
―Mi padre me apoya en todo lo que necesito para la escuela. Me han
tratado muy bien en esta familia que hasta trabajo me dieron en la cenaduría.
Adrian ha sido muy gentil conmigo, pues me presta su cama.
Miró a Adrian, que ya se había acomodado junto a Benjamín. No dejaba
de verlo y preguntarle cosas.
Al terminar de comer salimos de casa y Benjamín nos mostró mi regalo.
Era un auto de dos puertas, pero tenía asientos adelante y atrás. Para acceder
a los asientos traseros se debía recorrer el asiento del chofer o el del copiloto.
Benjamín nos dijo que era un auto ahorrador de gasolina. Eso me pareció
bastante bien, pues con las alzas que hubo a inicios de año, tener un carro de
ocho cilindros o seis era más bien una maldición económica.
Benjamín nos llevó a dar una vuelta en el nuevo auto. Yo sí sabía manejar,
había aprendido desde los quince, pero no manejaba muchos autos porque no
eran míos.
Por la tarde Benjamín nos llevó a Jesús y a mí a un lugar: un table dance.

VII

Cuando llegamos Jesús me miró y oí su pensamiento.


“Yo no puedo entrar a ese lugar”.
Benjamín era el más emocionado. No imaginé que se atreviera a llevarnos
a ese lugar sin preguntarnos nuestra opinión. Él sabía que yo asistía a la
iglesia y que mi mamá no estaría de acuerdo con esto.
―Ever, hijito, vamos a recuperar el tiempo perdido ―me dijo―. No
quiero que mi chaparrito un día me vaya a reclamar que no lo enseñé a ser
hombre. Tú también vente, Jesús, espero que tu papá ya te haya llevado antes
a un lugar así.
No recuerdo el nombre del lugar. Jesús dijo:
―Vayan adelantándose, debo hacer una llamada ―en sus ojos había
cierta tristeza. Se bajó del auto y se alejó.
Benjamín y yo nos bajamos también y caminamos en sentido opuesto a
Jesús. Llegamos a la entrada del lugar. Oí la música que sonaba en alto
volumen. Era muy sensual y provocativa.
―Papá, no quiero entrar a este lugar ―le confesé de repente.
Benjamín me miró sorprendido y ceñudo al mismo tiempo, como si fuera
a enojarse. Se hizo el sordo y segundos después intentó jalarme hacia
adentro, pero me resistí.
―Mira ―le dije―, si piensas que tengo alguna especie de obligación de
hacer lo que me pidas por haberme regalado el carro, no te preocupes, déjalo
para ti. Mi educación es distinta a la tuya. Yo no deseo entrar a este lugar y
estoy seguro de que mamá no sabe a dónde me has traído, ¿cierto?
―Mire, mijo, su mamá cree que lo llevé a cenar unos taquitos de carne
asada. Comprendo que tenga nervios por estar aquí. La primera vez que fui
con mi padre a uno de estos lugares también iba muy nervioso, pero ya
estando adentro se me quitaron. ¿Por qué no quiere entrar? ¿Es por su amigo
Jesús? No se asuste, mijo, su amigo parece que es rarito, usted sabe, como
que es…
Al decir esto se llevó el puño al pecho y dio dos golpes sobre su corazón.
No había manera de explicarle a mi padre quién era mi amigo Jesús
realmente. La cuestión era que yo no podía entrar. En ese momento me llegó
un mensaje de Jesús:
―Debes tomar una decisión. Tu padre desea una cosa para ti, tú deseas
otra y yo otra. Debes elegir, pues si sigues el camino de tu padre te parecerás
más a él, si sigues mi camino te parecerás más a mí.
Siendo sincero, había en mí bastante curiosidad por entrar; quería saber
qué había al interior. Algo muy fuerte me empujaba hacia la puerta.

VIII

Y era una fuerza que me hacía dudar. Alcohol, mujeres, música. Todo
estaba ahí reunido. Benjamín me dijo:
―Muéstreme de qué está hecho, mijo.
Se metió sin decir más. Le dijo algo al de la puerta, luego me señaló y
enseguida despareció en el interior.
Estuve indeciso largo rato. La música no me dejaba pensar muy bien. Era
muy llamativa y me hacía querer mover el cuerpo. Mis deseos carnales
comenzaban a tomar control de mis ideas y mis convicciones.
Desde el interior una fuerza poderosa me seducía. Ya no quería revisar el
celular, aun sabiendo que eran mensajes de Jesús los que me estaban
llegando. Sin pensarlo más, entré.
Luces, baile de mujeres semidesnudas, hombres bebiendo alcohol en las
mesas, todos, o al menos la inmensa mayoría, mirando hacia una misma
dirección: un tubo plateado donde una chica con poca ropa se movía de un
modo provocativo y exuberante.
No quise voltear a verla más. Miré a mi padre, que me llamó desde una
mesa alzando la mano derecha. Se miraba contento por verme ahí.
―Yo sabía muy bien que usted es hombre ―me dijo, orgulloso. Me
ofreció una cerveza y le dije que no con la cabeza. Me senté en la silla que
me ofreció y miré alrededor. El lugar me dio asco en pocos minutos. Con mi
mente llamé a Jesús:
―Estoy contigo, Ever ―oí su voz en mi mente―. Yo sé todo lo que hay
en este lugar. Pero no es de mi agrado. No voy a mentir ni a fingir respecto a
mi esencia y hacer como que no pasa nada, pues todas las cosas que están
ocurriendo aquí nada tienen que ver conmigo. La joven que baila se llama
Belén, tiene diecinueve años y está drogada. Es madre soltera. Ella no lo sabe
todavía, pero está embarazada y cuando lo sepa querrá abortar. Trabaja aquí
porque gana mejor que en otros lugares y no está dispuesta a trabajar donde
le paguen menos que aquí. Terminó solo la prepa y luego se dedicó a esto.
Descubrió que las drogas la hacen tener menos vergüenza.
“Todos los hombres que ves aquí son infelices en sus matrimonios y
noviazgos. Incluso tu padre es infeliz. Todos están aquí porque se sienten
inferiores y necesitan que los demás hombres reconozcan su hombría al
verlos deseando una mujer semidesnuda. Pero esa no es la verdadera
hombría. Los verdaderos hombres, que son los que yo busco para que estén
conmigo en la eternidad, son aquellos que velan por sus esposas y sus hijos,
que luchan para darles lo mejor cada día, aquellos valientes que sufren de
solo pensar que pudieran serle infieles a sus esposas, pues realmente las
aman.
“Los verdaderos hombres son los que se atreven a desafiar la forma de
pensar del siglo actual y van en contra de ella no mintiendo, no robando, no
engañando ni dejándose llevar por la lujuria y el sexo. Los verdaderos
hombres luchan contra estos deseos y reconocen que son débiles, por lo tanto,
piden mi socorro y yo los auxilio. Los verdaderos hombres son guerreros que
luchan contra el mal y sus vicios, no se unen a ellos cometiendo esos mismos
delitos, sino que pelean contra su propia carne y su propio cuerpo para cada
día ser más puros, más santos, deseando, sobre todo, ser como Jesús, como
unos verdaderos hijos de Dios. Esos son los verdaderos hombres. Quienes
están aquí solamente son el cascaron que contiene almas perdidas en los
vicios y a ellos hay que rescatar.

IX

“Además, oye esa música. Solamente adormece la razón de los hombres y


de las mujeres. Una vez en ese estado se entregan a placeres y actos
vergonzosos. Escucha por un instante la letra de esas canciones. Toda esa
música está afectando el corazón de ellas y de ellos. Los está contaminando y
no se dan cuenta que se están destruyendo internamente, pues se encuentran
en un estado de degeneración lamentable. Nunca he deseado esto para ti,
Ever, ni para nadie. La existencia de todo esto no es una decisión mía, sino de
cada uno de ellos. Tú no fuiste creado para vivir estas experiencias tan
humillantes, hijo.
“Yo te cree para que tuvieras grandes sueños y grandes expectativas. Para
que anduvieras en ambientes hermosos, en lugares donde se manifiesta el
amor y la bondad. En estos lugares solo se manifiestan la perdición, el
desenfreno y la degeneración de las personas. Todo desemboca en la
destrucción y la muerte. ¿Cómo puedo evitarte el sufrimiento? Solo
pidiéndote que no lo elijas, por favor.
―Adiós, papá ―le dije a Benjamín y salí del lugar.
Estando afuera llamé a Jesús. Él vino y entonces lo abracé llorando.
―Ya estoy aquí, no sufras, ya llegué…
―Me siento mal por no tener el carácter para decirle a mi padre que…
―¿Qué me quieres decir? ―me preguntó Benjamín. Estaba a mis
espaldas. Me había seguido sin que yo me diera cuenta―. ¿No tienes el valor
de decirme que no soportas entrar a este lugar porque tú y ‘tu amigo’ son
maricones? ¡Eh! ¡Eh! ―estaba furioso.
Que dijere aquello me molestó mucho. Así que lo miré a los ojos
airadamente y le respondí alzando la voz:
―No tengo el valor para decirte que eres una porquería como padre y que
te odio con todo mi corazón. Ojalá que nunca te hubiera conocido. Eres una
basura Benjamín Satién, ojalá que nunca hubieras vuelto a casa. Hubiera sido
mejor que te quedaras con tu otra familia o que te hubieras muerto.
Y me fui corriendo por la calle. Benjamín intentó ir tras de mí, pero Jesús
lo retuvo. Aunque Benjamín era más corpulento que Jesús, no pudo zafarse
de sus brazos.
Yo caminé sin rumbo fijo bajo el cielo oscuro, pues estaba muy nublado,
con amenaza de lluvia. Anduve por calles poco alumbradas.
Un rato después me di cuenta que alguien me seguía. Era Jesús. Aunque
yo no sabía dónde estaba, él conocía perfectamente mi ubicación.
Me alcanzó y me rebasó, pero no me dijo ni una palabra. Me quedé muy
pensativo por su actitud. Tal vez al ofender a Benjamín, también lo ofendí a
él. Lo que dije quizás no debí decirlo o tal vez no fue el momento adecuado
para hacerlo.
La verdad es que cuando salí corriendo, ya me había arrepentido de las
palabras que había dicho, pero no por eso iba a regresar. Sinceramente me
había hecho enojar con su absurdo comentario. No me importaba que pensara
mal de mí, pero no iba a permitir que hablara así de Jesús. Con él nadie debía
meterse.
Era cierto, Benjamín no había sido un buen padre, pero yo lo había
llamado basura, porquería y no tenía ningún derecho a hacerlo, sin dejar de
lado que le falté al respeto horrendamente. Por más bueno para nada que sea
un padre, un hijo no es nadie para llamarlo así. Incluso le había dicho que le
deseaba la muerte, fue algo espantoso lo que hice. Hasta ahora me daba
cuenta del enorme error que acababa de cometer. Me sentí terrible.
Un mandamiento dice: honrarás a tu padre y a tu madre. Yo le había
fallado a Dios otra vez. Era el peor pecador del mundo, a cada rato le fallaba
y aun teniéndolo en mi vida lo seguía haciendo. ¿Qué rayos pasaba conmigo?
Había hecho algo malo, no merecía que Jesús fuera a mi lado. No merecía su
compañía ni su amor.
―¿Quieres oír mi opinión? ―escuché a Jesús hablar delante de mí. En ese
momento la lluvia comenzó a caer a chorros y en cuestión de segundos
comenzó a inundarse todo―. No nos toques ―dijo Jesús.
Entonces noté que las gotas de agua nos esquivaban y los arroyuelos que
se iban formando por el pavimento se hacían a un lado mientras
avanzábamos.
Por un instante, al ver aquella maravilla dejé de lado la pregunta que
quería hacerle Jesús. Admiré aquel evento prodigioso y algo en mi interior
tuvo un ligero cambio. Fue como caer en cuenta que Dios estaba conmigo a
pesar de que yo otra vez le había fallado. Y no solo eso, me mostraba sus
proezas.
―Estás molesto conmigo porque te fallé al actuar como actué, ¿verdad?
―pregunté con vergüenza.
―Ya sabía que eso ocurriría ―respondió, sin dejar de caminar delante de
mí, con la lluvia cayendo, era un tremendo chaparrón. A pesar de la fuerza de
la lluvia, en ella podía oír su potente voz―. Y no estoy molesto. Lo que
quiero es que no te apartes de mí por haberme fallado. No pienses que se ha
levantado una gran muralla entre los dos. Sigo firme en mi propósito de
destruir la maldad que hay en ti y esto no será posible si te alejas de mí y
piensas que no mereces mi compañía. Lo que va a pasar si te apartas de mí es
que tu pecado cobrará más fuerza y tu corazón se endurecerá. Y eso es lo que
no debe ocurrir. ¿Me comprendes ahora?
Entonces comencé a llorar otra vez. Aquel Dios que caminaba delante de
mí me desarmaba por completo y me decía todo lo contrario a lo que yo
esperaba escuchar. Me quería a su lado a pesar de que yo había fallado.
―Pero tú no quieres a alguien como yo, lleno de pecado, de maldad. He
hecho cosas espantosas, horribles, cosas que abominas. ¿Cómo puedes
aceptarme así? ¿Estás violando tus propias reglas?
―Ever, el amor no tiene reglas. El amor es el amor y anula toda regla. En
este caso no estoy violando nada, pues el amor no hace nada indebido. Lo
que quiero que sepas es que si yo no te abrazo ahora mismo tú te irás lejos,
apartándote de mí y eso solo provocará que la maldad reclame un terreno en
ti que no le pertenece. Ya no eres esclavo de la maldad. Si una debilidad
humana te hizo caer, apartarte de mí no traerá ninguna solución, sino que las
cosas empeorarán. ¿Me dejas abrazarte?
Cómo podía aquel Dios santo abrazar un trapo sucio como yo.
“El amor no tiene reglas”, oí en mi mente.
Seguí llorando y no me resistí a su presencia. Se dio media vuelta y
extendió sus brazos. Yo caminé hasta fundirme en un abrazo con él. Me
apretó con sumo cuidado, como si se tratara de una delicada flor a la que no
quería lastimar. Era el abrazo de Dios.
―Ya, amado hijo, todo está bien. Mi hermoso hijo, papá está aquí. No hay
nada que temer. El mal se va porque he llegado yo.
Me consolaba acariciando mi espalda y mis hombros, abrazándome como
un padre a su hijo que estaba perdido. Él tenía razón, alejado de él solo
sentiría soledad, culpa, remordimiento, intranquilidad. Apartarme de Jesús no
era la solución. Yo podía hacerlo, pero la verdad era que no quería probar los
frutos de la desolación, de la distancia, de la amargura. Acepté su abrazo y su
perdón.
―Pero, pero… ―pregunté apenas pude armar la oración―, ¿qué pasará si
vuelvo a fallarte?
―Si vuelves a fallarme, volveré a perdonarte. Pero entre más pases
conmigo, menos me fallarás cada día.
―Ya no te quiero fallar y no sé qué hacer para asesinar el pecado que hay
en mí. El monstruo que hay en mí, mejor dicho.
―Es muy sencillo ―y me susurró al oído como si me dijera un secreto―,
déjalo morir de hambre. No lo alimentes más. ¡Hay que asesinar al yo ya!
Luego de decir esto me miró con complicidad y me guiñó el ojo. También
noté que había una sonrisilla en sus labios.
―Sí, eso haré ―le dije y me volvió a abrazar.
Tenerlo como amigo es lo mejor que me ha pasado. Comenzamos a
caminar hombro con hombro. Toda la carga en mí desapareció.
Le pregunté por qué me sentía tan bien a su lado. Su respuesta me dejó
maravillado, como siempre:
―Hay una parte de ti que fue hecha para ser atendida por mi corazón, para
estar junto a mi corazón y solo estando a mi lado será realmente feliz. Tu
mente es consciente de que soy real. De esa forma puedes ver lo hermosa y
emocionante que es tu vida a mi lado. Eso te da tranquilidad, confianza, pues
sabes que jamás me apartaré de ti. Todo lo vives con tu mente y tu corazón.
Y no lo olvidarás nunca porque quedará marcado en tu alma para siempre. El
alma reconoce a su creador cuando él está cerca. Disfruta de este momento
tanto como yo lo estoy disfrutando. Déjate amar por mí, pues yo me deleito
en amarte.

Luego hablamos sobre lo ocurrido con mi papá.


―Dame tu opinión, por favor ―le dije en tono de petición.
―Pero antes quiero que me cantes una canción.
―¿Cuál? ―pregunté, maravillado por la lluvia y el modo como seguía
cayendo, pero sin mojarnos en ningún momento, pues ella seguía
esquivándonos.
―Si no viene una a tu mente, entonces que sea improvisada ―fue todo lo
que dijo.

Lo primero que vino a mi mente fue una hermosa canción que me


fascinaba. Comencé a cantarla:

♪Quién soy yo para que en mí tú pienses y escuches mi clamor.


Si es verdad lo que tú hoy me dices, que me amas, me asombras.
Quién soy yo para que en mí tú pienses y escuches mi clamor. Si es
verdad lo que tú hoy me dices, que me amas, me asombras. Eres mi
amigo fiel, tú eres mi amigo fiel, eres mi amigo fiel, tu amigo soy.
Eres mi amigo fiel, tú eres mi amigo fiel, eres mi amigo fiel, tu
amigo soy♫.

Bajo la lluvia oía mi propia voz y las lágrimas rodaban sin parar. Cuando
acabé la canción él me dijo que me daría su opinión.

―Yo sabía de antemano todo lo que pasaría esta noche. Que tu padre
haría comentarios sobre mí, como que era gay y cosas así. Ya lo perdoné
hace mucho tiempo. Pero él no lo ha aceptado todavía. Sin embargo, el
importante y el que me preocupa en este momento eres tú, Ever.
“Yo también ya decidí perdonarte hace mucho tiempo. Sé que has
cometido errores y que seguirás cometiéndolos. Pero estoy aquí porque mi
idea de ser tu amigo es para toda la vida. Para la eternidad si me aceptas. No
te dejaré aunque me corras, aunque ya no quieras verme. Respetaré tu
decisión de estar solo o ya no querer verme cuando llegue a ocurrir, pero
acudiré a ti en cuanto me llames. Ser Dios me permite prever muchas cosas,
como esta, por ejemplo. Que yo sea tu aliado es tu mejor opción y ya sabes
las ventajas; pero es probable, no, mejor dicho, es un hecho que estás
batallando con un mal sentimiento en tu corazón hacia tu padre Benjamín. Es
verdad, no debiste hablar como lo hiciste, debió ser distinto.
“Pero no ocurrió lo que debía ocurrir, sino lo que no debía ocurrir. Ahora
hay que trabajar en ese otro conflicto que no te deja vivir realmente en paz. Y
para eso estoy aquí. Para sanar tu alma, Ever. Yo puedo hacer maravillas
como esta ―y me señaló la lluvia que caía intensamente sobre nosotros, pero
ni una sola gota nos había tocado, como si trajéramos repelente anti gotas de
lluvia. Todas nos sacaban la vuelta―, pero aquí lo que cuenta, no es si el
médico puede sanar al enfermo, lo que cuenta es si el enfermo quiere ser
sanado por el médico. ¿Eres consciente de que tienes una terrible infección en
tu alma y sin lo sanas entonces te destruirá internamente?
Lo pensé un rato, mientras seguíamos avanzando. Jesús caminaba a mi
lado, con su brazo sobre mi hombro.
―Sí, tienes razón. Acepto quitar esa infección ―dije por fin.
Él me ofreció su sonrisa de Dios.
―Sabía que dirías eso. Al fin hemos llegado. Ahí está tu padre ―dijo,
señalando el auto que Benjamín me había regalado. Estaba con las luces
prendidas y estampado contra un árbol. Seguía lloviendo y mi padre estaba en
el asiento del copiloto, inconsciente. Corrimos hacia él.

PARTE VII
I

Entre Jesús y yo colocamos a Benjamín en el asiento de atrás. Jesús se fue


con él, auxiliándolo. Yo manejé el auto.
Lo llevamos al mismo hospital donde me habían atendido a mí cuando se
me rompió la pierna. Ahí mismo estuvo el abuelo Tom. En todo tiempo Jesús
estuvo conmigo. Mi mamá llamó y no quise alarmarla, pero no pude mentirle
cuando me preguntó dónde estábamos. No tardó en llegar.
Me abrazó y me preguntó qué había ocurrido. Le dije toda la verdad. Lo
del bar y lo de los insultos. Se afligió, pero luego se repuso. Me dijo que
debíamos comprender a mi papá y seguir pidiéndole a Dios por él. Seguía
siendo presa del mundo.
Después de un buen rato, una enfermera le dijo a mamá el estado de salud
de Benjamín. Estaba consciente y pasé a verlo.
―Hola ―le dije.
Jesús se había quedado afuera, pero su Espíritu me hablaba y me
confortaba diciéndome:
“Aquí estoy contigo, recuerda lo que hablamos”.
―Hola ―respondió Benjamín. Se había golpeado el rostro y tenía una
venda en la frente―. Gracias por traerme hasta aquí ―se oía afligido y
hablaba con dificultad.
“Ahora es el momento”, dijo Jesús.
―Creo que te debo una disculpa ―le dije como respuesta a su
comentario.
―Está bien, estabas molesto y yo también. No debí decir lo que dije. Yo
me lo busqué ―noté que era sincero.
―Aun así no debí hablarte de esa manera. Lo siento ―verlo así, caído, me
hacía vulnerable.
Me llenaba de compasión ver a alguien encamado. Aunque Benjamín
estaba bien, pensé en lo que hubiera podido pasar si en lugar de chocar con el
árbol se hubiera ido por un barranco.
Aunque el verdadero motivo que me llevaba a sentirme así era Jesús, pues
me hacía comportarme distinto a como yo hubiera reaccionado sin su
influencia. Lo escuché otra vez en mi mente:
“Ahora comienza a sanar ese corazón, suelta esa carga, dile todo lo que
sientes”.
―Papá ―dije, sintiendo esa palabra y entendiendo quién era él
realmente―, sé que no puedo cambiar el pasado, que tú ya tienes otra familia
y no volverás con nosotros; que la vida que tienes ahora tú las has elegido,
nadie te ha obligado a llevarla. Solo quiero decirte lo mucho que me has
hecho falta y el dolor tan grande que me has causado con tu ausencia. De
verdad te he extrañado mucho.
―Ever ―me dijo, conmovido por mis palabras y mis ojos lagrimosos. Yo
seguí hablando.
―No sé lo que es tener un padre realmente en la juventud. Yo sé que tú
me engendraste. De niño fuiste siempre mi héroe, mi motivación. Creí que las
cosas siempre permanecerían así, pero un día ya no llegaste. No supe la
razón, no la entendí en ese momento. Luego mamá lloraba por las noches y
dejaba de hacerlo solo cuando se quedaba dormida, tirada en el piso o
recostada en un sillón, esperando a que volvieras. Un día nos dijo que ya no
regresarías, que te habías ido lejos con una familia nueva ―algo se rompió
en mi interior y surgieron las lágrimas.
“Entonces lo comprendí todo. Nos habías dejado para irte con otras
personas a vivir, otra esposa y otros niños ―me tallé las lágrimas, pues se
metían por mi boca. Aclaré un poco mi voz―. Esto no es un reclamo, tan
solo quiero decirte lo que pensé y lo que sentí en aquel entonces. No quiero
exponerte ni recriminarte tu error, sino lo mucho que un pequeño niño
llamado Ever extrañaba a su padre, pues lo amaba bastante.
II

“Y sufrí, sufrí mucho tu ausencia, tu distancia. Antes de eso creí que


siempre serías mi héroe. Pero un rencor hacia ti nació en mi corazón y no lo
pude evitar ni supe cómo manejarlo. Nunca fue mi intención odiarte. Jamás
hubiera querido odiar al hombre que más amé y al que fue un día lo más
importante para mi vida. Pero todo lo que pasó me afectó tanto y no supe
detener la oscuridad que me acechaba. Ahora estás aquí, tendido en esta cama
y herido por lo que pasó.
“Sé que las cosas no van a cambiar, pero necesitaba decirte todo esto. Tal
vez ya nunca vuelvas a ser mi héroe, pero al menos debes saber que me diste
la mejor infancia que un niño puede tener. Sabes algo ―dije mientras
rodaban las lágrimas nuevamente y tomando una mano de mi papá―, crecí
creyendo que era el niño más amado, incluso más que Adrian. Pero ese niño
que fui antes ya no está, ni tampoco su padre amoroso y protector.
“Quiero aprovechar para contarte que tengo un nuevo padre. Se llama
Jesús. Él no solamente es mi creador, sino también mi mejor amigo, mi
compañero de aventuras y ahora mismo está aquí contigo y conmigo,
escuchando lo que te digo.
Mis lágrimas calientes bajaban por mis mejillas, tomé ambas manos de
Benjamín y las apreté.
―Me hubiera gustado tanto ―continué― que tú me inculcaras el amor de
Jesús, que me enseñaras sobre él y sobre su perdón. Que me dijeras cómo es
que Jesús es el rey del universo. Que me enseñaras a adorarlo, a amarlo, a
buscarlo cada día y también a buscar las cosas que a él le agradan. Pues
siguiendo a Jesús y estando en su mano todo estaría siempre bien.
“Ya nunca más sufriría yo, ni tú ni nadie. Nunca más habría miedo ni
angustia. Además aprendería que nunca más estaría solo. Pero no fue así, no
todo es perfecto. Bueno, ya te dije todo lo que tenía aquí en el pecho.
Lamento haberte decepcionado hoy al no hacer lo que tú querías que hiciera.
Pero antes que obedecerte a ti le debo obediencia a Jesús. Bueno, descansa.
Espero verte después. Te pido perdón por lo que ocurrió hoy. Sobre lo
pasado, yo ya te he perdonado con todo el corazón.
Mi papá estaba llorando y yo lo abracé.

III

Saliendo fuimos Jesús y yo a casa. Me sentía muy cansado. Eran más de


las doce de la noche.
Al día siguiente fuimos a la escuela. Jesús estuvo platicando conmigo en
mi mente. Saliendo usamos el transporte. En ningún momento se dirigió a mí
de manera oral, solo mental.
―¿Cómo te sientes respecto a tu papá? ―me preguntó.
―Jesús ―le dije, en mi mente―, ¿por qué existe tanta maldad en el
mundo y padres que abandonan a sus hijos?
―Esta se debe a la existencia de voluntad, pues hay quienes toman la
decisión de hacer maldad sin respetarme ni someterse a mi gobierno divino.
Y es lo que estoy tratando de hacerles entender y demostrar. Si no se sujetan
a mí, el resultado es destrucción y muerte y eso es lo que quiero evitarles. Es
sencillo: si le conceden poder a sus deseos, se fallan a ustedes mismos y me
fallan a mí; pero si le conceden poder a mis deseos, no me fallarán a mí ni
tampoco a ustedes. Por eso te pido que, si quieres vencer, entonces cumplas
tu palabra, es decir, que vivas, practiques lo que crees. Si de este modo no
tienes éxito, entonces dame tu voluntad y déjame actuar a mí.
“Mira, te diré algo más: todo lo malo del mundo sucede porque las
personas han decidido ya no buscarme ni dejarme vivir en sus corazones. Han
elegido echarme de sus vidas o no dejarme entrar en ellas. Muchos dicen
creer en mí, pero no me obedecen ni hacen lo que yo les pido. Y no puedo
obligarlos a obedecerme, porque así no funciona una relación. Sencillamente
no puedes forzar a alguien a que te ame y te obedezca, esa es una decisión de
cada persona. La obediencia a mí debe ser voluntaria.
“Si alguien desea ser agradecido conmigo y amarme por quien soy, la
mejor forma de demostrarlo es obedeciéndome y haciendo lo que yo le pido.
Y lo que yo le pido es para su bien, tal como amarme y amar a los demás. No
es tan difícil, ¿o sí? Lo que yo pido no es complicado, solo que me amen y
que se amen entre ustedes, pero en lugar de eso deciden alejarse de mí y
destruirse unos a otros. ¿Es culpa mía su elección?
―En pocas palabras ―comenté―, para que el mundo entero vaya bien,
¿tú debes gobernar el corazón de cada hombre y cada mujer?
―Así es. Pero debe ser un gobierno elegido por cada persona, para que no
vivan como ellos quieren, sino para que vivan una vida plena, de verdad,
tomando decisiones correctas. Aunque si no me eligen a mí libremente,
automáticamente elegirán a alguien más. Siempre hay algún tipo de gobierno
en cada corazón. Y fuera de mí todos los demás gobiernos son malvados.
Pues si no me eligen a mí elegirán su propio ego o sus propios deseos, vicios,
etcétera. Incluso sería el gobierno del dinero o de los placeres, pero en todo
tiempo estarán dominados por algún tipo de control o poder. Ustedes pueden
elegir el tipo de gobierno que deseen. Todos esos gobiernos les darán muerte,
pero yo les daré vida.
“Si me eligen seré lo mejor que podrá pasarles, si no lo hacen, será lo
peor, pues conocerán la muerte y el dolor, no porque yo así lo quiera, sino
porque así son las cosas. Apartados de mí nada bueno puede pasar.

IV

Ese día Jesús no me acompañó a la escuela físicamente porque todavía no


se arreglaba del todo su situación legal. Cuando llegué al salón de clases,
Julio me esperaba muy contento. Me preguntó si podía ir a la casa de su
abuelo saliendo. Le dije que sí. Jesús estaba al tanto y nos alcanzó allá. El
abuelo Tom se alegró mucho de vernos. Nos ofrecieron de comer y después
nos deleitamos con bastantes frutas del huerto del abuelo Tom.
Luego Jesús y el abuelo se quedaron conversando. Julio me llevó hacia el
huerto y me dijo la verdad:
―Ever, quiero pedirte perdón ―agachaba la mirada y luego la subía―,
fui yo quien puso el paquete de droga con el que inculparon a Jesús y luego
también tú fuiste a prisión. Mi abuelo estaba muy grave y necesitaba dinero
para sus medicinas. Alguien me ofreció bastante dinero por hacer algo tan
sencillo y se me hizo fácil. Siento mucho lo que ocurrió, de verdad. Lo que
hicieron tú y Jesús por mi abuelo no tiene precio y yo he sido solo un traidor.
Hemos hablado bastante mi abuelo y yo sobre Dios. Por eso me gustaría
acompañarte a la iglesia adonde vas.
“Quiero creer en alguien que está más allá del todo, del universo, pero me
parece difícil. También mi abuelo desea asistir. Espero que puedan
recibirnos. He estado muy confundido respecto a Jesús. El abuelo Tom me
dijo que durante su convalecencia Dios ha estado trabajando con él. Y yo
lamento mucho lo que ocurrió.
Vi en su rostro un arrepentimiento sincero.
Llamé con mi mente a Jesús mientras decidía qué decirle a quien había
sido culpable de una injusticia contra Jesús. Antes que pudiera decirle algo a
Julio oí en mi mente:
“Qué pasó” ―me dijo.
“Qué hago, qué le digo” ―pregunté.
“No te molestes. Su arrepentimiento es sincero. Es momento de que
muestres de qué está hecho tu corazón realmente. ¿Eres capaz de perdonar
esta ofensa o deseas quedarte con el resentimiento?”
―No te preocupes, Julio ―le dije sonriendo―. Ya pasó y todo salió bien.
Todo se aclaró. Se limpiaron nuestros nombres y no pasó a mayores. Sería
bueno que en la escuela hablaras con el director para que se aclaren las cosas
y no nos sigan viendo raro algunos compañeros
―No podría ―dijo Julio, sintiendo bastante pena―. Sé que es lo correcto,
lo que debería hacer, pero me expulsarían de la escuela y tú sabes que
estudiar Historia es mi más grande sueño. Además, si denuncio a quien me
dio el dinero, seguro me vetan en la universidad para siempre.
―¿Quién te pagó para que inculparas a Jesús? Creo que merezco saber
eso al menos.
Julio, al parecer, temía incluso pronunciar el nombre de la persona, pero
tras mi insistencia me lo dijo:
―Fue tu novia Ana Lucía.

Me regresé a casa solo, pues Jesús se quedó más tiempo conversando con
el abuelo Tom. Cuando llegué a casa, ahí estaba Ana Lucía, esperándome
afuera. La hice pasar a la sala, pues mamá Ruth no estaba ni tampoco Adrian.
Ana Lucía estaba furiosa. Yo la veía como si no recordara nada de lo que
Julio me dijo, pues él me suplicó que no le dijera nada.
―Eres muy poco hombre ―me dijo molestísima. ¿Qué clase de mujer
hacía aquellas cosas? Pues Ana Lucía―. Tengo cuatro días esperando una
llamada tuya, un mensaje, alguna disculpa por lo ocurrido. ¿Cómo pudiste
dejarme en ese hotel, sola y humillada? Solo vine a decirte que eres un bueno
para nada. Que ni siquiera has tenido el valor de hablarme o ir a disculparte.
Pero esto no se va a quedar así, me las vas a pagar.
Jesús me había aconsejado que era bueno conocer el verdadero yo de las
personas, el cual surge o aparece en situaciones extremas. Ahora conocía
realmente a Ana Lucía, al fin mostraba su verdadero yo. Lo que yo debía
hacer era librarme de aquella chica tan peligrosa lo antes posible. Debía
hablarle con mucho tacto, como si estuviera tratando con una espina
envenenada o una serpiente peligrosa.
―Ana Lucía, lamento lo ocurrido. No soy el tipo de muchacho que crees.
Si conocieras más a Jesús sabrías por qué pienso así. Dios nos llama al
respeto, a la decencia y la santidad. Sé que al hacer las cosas que tú deseas, te
estaría agradando a ti, pero ofendiendo a Dios. He decidido mantenerme puro
hasta el matrimonio, lo siento mucho, pero si no estás dispuesta a aceptar eso,
tú y yo no tenemos nada más que hablar. Para mí Jesús es primero.
Mis palabras parecieron una bomba. La vi explotar a ella.
―Eres un anticuado, un santurrón, un hipócrita reprimido. Vives en otro
mundo, pero allá tú y tu vida. Espero no volverte a ver ―me dio una
cachetada y salió disparada.
Nunca la había visto tan enfadada y eufórica. Pensé que aventaría algunas
cosas al suelo al marcharse, pero lo único que azotó fue la puerta. Las paredes
vibraron un poco. Me desplomé en el sillón y ahí me quedé largo rato,
pensando en lo que acababa de ocurrir. Tal vez era lo mejor.
Después llamaron a la puerta y me levanté a abrir. Era Annabella. Me dio
tantísimo gusto verla que sonreí sin querer.
―Hola ―me dijo.
Se veía hermosa.
Como llegó poco después de que se fuera Ana Lucía, me cercioré de que
ella no estuviera cerca.
―Tranquilo, ya se fue. Vine porque quería verte en persona. He estado
orando a Dios por ti. ¿Cómo ha ido todo?
La invité a pasar y sentarse. Lo hizo en el mismo lugar donde Ana Lucía
se había sentado minutos antes.
―Gracias a Dios todo muy bien, ¿y contigo? ―fui sincero, pues que Ana
Lucía se hubiera ido por su propio gusto significaba para mí un alivio.
―También, excelente, gracias. Te invito a comer sushi, yo pago ―me
dijo sonriente.
No me hice mucho del rogar. Como ella venía en bicicleta, yo saqué la
mía y nos fuimos a comer.
Llegamos a un establecimiento conocido donde preparaban un sushi muy
rico. Yo pedí uno sin alga y ella uno capeado. Nos trajeron té y esperamos a
que llegara el platillo. Mientras tanto platicamos.
―¿Qué ocurre, todo bien con Ana? Sé que son novios ―me preguntó
seria, pero sin dejar de sonreír.
―No ―dije como asustado―. No, ya no ―comenté, sereno―. Ella es
una chica muy complicada. Tú también eres una chica y no pareces tan
complicada.
―Quizás ahora no, pero antes sí lo era ―me confesó.
―¿Qué ha cambiado? ―quise saber.
―En realidad alguien me ha cambiado. Pienso que las personas están
dispuestas a cambiar cuando se trata de amor verdadero. Si mostramos amor
verdadero entonces estamos dispuestos a sacrificarlo todo. El amor nos lleva,
incluso, a renunciar a nosotros mismos si es necesario con tal de agradar al
ser amado. Si bien la rosa tiene espinas, a esta se le pueden cortar para que no
lastime. Si Ana te amara de verdad ya sería distinta solo por estar contigo.
Habría cortados las espinas que la acompañan, ya que es una hermosa rosa.
―¡Wow! ―le dije boquiabierto―. Dices cosas muy inteligentes. Creí que
las chicas solo decían cosas tiernas y que las inteligentes las callaban
―agregué para no ofenderla.
―Oye, ese es un cumplido casi ofensivo, no estás siendo amable ―y me
aventó una servilleta hecha bolita.
―Nunca acordamos que sería amable contigo ―y me reí.
―Era algo implícito ―me respondió.
Nos reímos. En ese momento llegó el sushi y luego de orar, comenzamos a
comer. Annabella se terminó el té y comenzó a sorber con el popote,
haciendo ruido y llamando la atención. Era adorable.
VI

Comimos el resto del sushi mientras cruzábamos algunas palabras. Las


cosas se pusieron más emocionantes cuando expresó su opinión sobre Jesús.
―Creer en Jesús es lo mejor que me ha pasado ―me confesó.
―También a mí. Pienso que él es la respuesta a todos los problemas.
―Sí, sí. Pienso lo mismo. Y tanto más paso a su lado, más aprendo de él.
Sería imposible conocer realmente a una persona si no convivimos con ella o
conversamos.
―Exacto ―era como si ella conociera mi pensamiento y me ganara a
decir las ideas que yo estaba pensando―. Es imposible aprender de un libro
si no lo abres. Y muchas veces juzgar la portada por la apariencia es el peor
error. Yo te debo una disculpa. Antes de conocerte tenía un concepto de ti
muy equivocado.
―Ah, sí. ¿Cuál era ese concepto? ―me preguntó. Un muchacho le servía
más té. Luego se dio cuenta que yo también necesitaba y echó té a mi vaso.
Le agradecí y se marchó.
―Ana Lucía me hablaba cosas horribles de ti ―le confesé.
―¿Y le creías? ―me dijo riéndose, como si no le importara.
―Un poco ―admití avergonzado―. Bueno, un mucho diría yo jaja. Lo
que pasa es que yo estaba cegado con ella y jamás quise ver sus defectos. Lo
que ella decía para mí era la ley, lo más importante. Pero he aprendido que no
es así. Le creía todo lo malo que decía de ti y estaba en un error garrafal. Fui
un tonto, lo siento.
Ella solo sonrió.
―No seas tan duro contigo mismo, todos cometemos errores. Pero ya, no
hablemos de cosas tristes y desagradables, mejor invirtamos nuestro tiempo
en una buena plática. La vida solo se vive una vez y si ya identificamos las
cosas malas, entonces hay que evitarlas y elegir solo las cosas buenas. Y lo
mejor de la vida son las personas buenas, los espíritus buenos y en primer
lugar, Dios, que es muy bueno.
―Sí, tienes razón. “¡Wow!” ―esto último lo pensé en voz alta. Pues me
sorprendía oírla hablar así y me preguntaba yo dónde había estado aquella
chica durante todo este tiempo. Era un contenedor de sabiduría y verdades
absolutas.
―Te diré un cumplido ―me atreví a prevenirla.
―A ver, te escucho ―dijo Annabella poniendo de perfil su oído sin dejar
de verme.
―Pocas veces me ha tocado mirar la belleza y la inteligencia juntas en
una sola persona. Ahora estoy frente a ellas y frente a esa persona.
―Qué cumplido tan extraño y que amable de tu parte ―dijo y se rio
dulcemente―. En realidad todo lo que digo es porque algo ha cambiado en
mí desde que dejé que Jesús viviera en mi corazón. Sabes, hay algo que no le
he contado a nadie, pero siento su presencia. Y es maravilloso saber que él
está cerca y cuida de nosotros.

VII

―Sé a qué te refieres ―le dije―. Yo también he sentido su compañía. Y


sé que ahora mismo está aquí entre nosotros.
―¿También lo sientes? ¿Cómo es que lo sientes? ―al decir esto tomó mi
mano.
Me puse muy nervioso.
―Es una sensación de plena seguridad, serenidad y calma. Como si
hubiéramos traspasado los límites del tiempo y estuviéramos en una porción
de eternidad.
―Sí, como una atmósfera apacible que genera la sensación de que nunca
va a terminar.
―Una sensación de que esto permanecerá para siempre.
Era extraordinario poder hablar estas cosas con alguien. Hacerlo con ella
me parecía estupendo. Más que eso, me parecía perfecto, pues parecía la
persona destinada para que yo hablara con ella de todo esto.
―Yo ―comentó Annabella―, he podido sentir a Jesús desde que decidí
entregarle mi corazón a él. Fue la mejor decisión que pude tomar. Ahora
conversamos y he podido conocerlo mejor. Él es sencillamente todo lo que yo
necesitaba ―dijo sonriendo alegremente.
Unas lágrimas atrevidas salieron precipitadas de sus ojos, cayendo en su
vestido y perdiéndose en él.
―¿Cómo era tu vida antes de él? ―pregunté. Todavía me quedaban
algunos rollos de sushi y a ella también.
―Como la de todo el mundo ―respondió con su voz suave y clara―.
Vacía, incierta. Vivía bajo el régimen de mi voluntad y siempre fracasaba.
Estaba llena de tristeza y angustia. De continuo pensaba en el suicidio, en
abandonarlo todo. No le encontraba sentido a nada. Yo había escuchado
sobre Jesús, pero no creía todo lo que se decía de él. Entonces ocurrió lo de
mamá y todo se volvió negro.
―Perdona, ¿qué pasó con tu mamá? ―pregunté intrigado, hacía tiempo
que platicaba con Annabella y no habíamos hablado sobre su madre.
Entonces la vi enrojecer y sus ojos se llenaron de lágrimas enseguida.
―Ella falleció en un accidente hace varios meses ―me confesó llorando.
Su respuesta me puso la piel de gallina.
―Lo siento mucho ―le dije muy apenado, tal vez no era el mejor
momento para hablar el tema.
Luego sonrió.
―Mamá está bien ahora ―respondió serena, limpiando sus lágrimas―.
Jesús me lo ha dicho y eso no tiene precio. Fue un trago muy difícil de pasar.
Solía ir al cine con ella y a pasear en bicicleta o en lancha. Luego de que ella
partió seguí haciendo estas cosas yo sola, imaginando que mamá iba
conmigo. Cuando conocí a Jesús, empecé a hacer estas cosas con él en mi
corazón y todo comenzó a cambiar y fluir. Él estuvo ahí todo el tiempo.
Nunca me dejó sola. Entonces aprendí que si yo no le creía, yo era la única
que salía perdiendo, pues él siempre me ha dicho la verdad. Y la verdad es
nunca me dejará sola, lo único que me pedía es creer en él y aceptarlo como
mi mejor amigo. Y eso hice.

VIII

Annabella fue al baño, pues había comenzado a llorar de emoción.


Hablar con ella me hacía entender la obra que Jesús hacía en el corazón de
las personas que lo recibían. A simple vista ella parecía una chica sin
problemas, pero era un ingenuo yo al creer que todas las personas
aparentemente alegres eran felices, pues ignoraba la gran carga que pesaba
sobre sus vidas.
Jesús solo tenía una hermosa intención: aminorar el peso de esa carga.
Antes había oído que Dios es sabio y siempre nos pone en el lugar correcto si
lo dejamos actuar en nuestra vida. Nunca nos pone una carga tan pesada que
no podamos llevar, y si de plano está muy pesada, él nos ayuda a llevarla.
Pero sus enemigos se habían encargado de ocultar esa verdad para que el
mundo siguiera sufriendo.
Estando Annabella ausente, miré a la distancia y Jesús se acercaba a
nuestra mesa. Usaba unos pantalones negros, una camiseta sin solapa y el
pelo algo largo, a comparación de días pasados. Ya le hacía falta un corte.
―Tranquilo, Annabella no podrá verme ―me dijo al sentarse―, ni nadie
aquí, solo tú. Aunque debo decirte que ella puede sentirme. Su alma puede
reconocer mi presencia porque cree en mí con todo su corazón. Es muy
sensible a mí. Ahora, cuando ella llegue no te me quedes viendo, pues ella
sentirá que la ignoras. Aquí estoy, aunque en realidad no me he ido nunca.
Annabella regresó y tomó su asiento.
―Soy una mocosa. Tan grandota y tan chillona, has de pensar ―lo decía
en tono jocoso.
―Para nada, es natural ―le dije, tratando de mostrarle mis simpatía y
comprensión.
―Sé que Jesús está aquí ―me dijo, de un modo tan seguro, como si ella
lo estuviera viendo, pero sin voltear a verlo.
―Oh, es que él realmente está aquí. Vino porque lo invocamos
―comenté, sonriente―. Dijimos su nombre y él dijo que donde hubiera dos
o tres personas reunidas en su nombre ahí estaría él en medio de ellos.
―Me encanta saber que está aquí y sentirlo. Con él he aprendido que por
más problemas que puedan ocurrir en nuestra vida, no hay motivo ni razón
para perder la paz. Pero te repito, todo esto cobró fuerza cuando lo creí de
corazón. Eso abrió mis ojos, me hizo entender que sin fe, sin fe en él, nada
somos. Es necesario creer en él y creerle a él.

IX

Hizo una pausa, como esperando que aquellas palabras hicieran eco en mi
mente. Yo quería voltear a ver a Jesús, pero me dijo: “ni se te ocurra, mírala a
ella”. Lo hice y entonces ella continuó:
―Si bien el sufrimiento y el dolor son algo real en el interior de cada
persona, también es cierto que según la forma de pensar que subsista en
nuestra mente, así será el modo como reaccionaremos ante la adversidad y el
dolor.
―¿Cómo, a qué te refieres? ―indagué un poco más porque ella decía
cosas que antes yo no había pensado.
―Sencillo: si mantenemos a Jesús presente y vigente en nuestra mente,
viviremos la hermosa vida que anhelamos ―y vi que levantó una ceja dos
veces.
―¿Quién te ha enseñado todo esto? ―pregunté curioso, aunque
imaginaba la respuesta.
―Jesús ―y sonrió―. Aclaro que no estoy loca ni estoy buscando una vía
de escape para evitar el dolor y la realidad. Estoy hablando más bien de otra
vía y otra realidad que también existen en nuestro mundo y que podemos
tomar para evitar todo lo malo que nos rodea. Es una alternativa posible y
real. Más todavía, es eficaz. Tan solo expreso con mi opinión lo que ya el
Señor Jesús dijo alguna vez: “Si creen realmente en lo que digo entonces su
corazón ya no volverá a sentirse solo”. Y eso es lo que hago: enfrentar una
realidad con otra realidad, donde la realidad de Jesús, más clara y más bella,
siempre es más fuerte. Eso me hace muy feliz ―entonces miró por la ventana
y cambió la conversación―. Pero también me doy cuenta que se hace tarde y
debo volver a casa, no quiero preocupar a papá.
Ella pagó tal como lo prometió. Luego tomó su bici y se fue rumbo a su
casa. En el camino se ponchó su bici y me llamó. Pedimos un uber. Subimos
ambas bicicletas en la cajuela. Nos fuimos en los asientos traseros.
Me sorprendió mucho ver a Jesús en el asiento del copiloto. Se volteó
hacia atrás y me hizo señas, indicándome que estaba sentado muy cerca de
Annabella. Ella veía las luces exteriores por la ventana, luego volteaba a
verme y sonreía.
Como no le hice mucho caso a Jesús lo oí en mi mente decirme:
“Vas muy pegado a ella, guarda distancia, jovencito. Te estoy
observando”.
“Está bien, Señor”, le respondí, luego sonreí y me separé de ella,
alejándome a la otra ventana bajo el pretexto de que había visto una estrella
fugaz.
“El amor no hace nada indebido”, me recordó Jesús. “No busca lo suyo, es
puro y sin mancha”.
“Ya entendí la indirecta. Y gracias por estar aquí”, sonreí hacia la ventana.
Ana enviaba un mensaje a su papá, avisando que iba en camino.
―¿En qué pensabas? ―me preguntó, guardando su celular.
―En una parte de la Biblia que dice: ‘el amor… el amor nunca se acaba”.
―Ah, claro, ese pasaje es bellísimo. Primera de Corintios trece. Me
encanta. “El amor todo lo espera”.
―El amor no es jactancioso…
―No busca lo suyo….
Y ambos nos reímos no sé por qué.
Al dejarla en su casa me dijo que esperaba que los momentos como aquel
se repitieran más seguido. Estuve de acuerdo. Le di un abrazo y un beso en la
mejilla y me devolví a casa en el uber. Jesús esta vez se fue atrás y yo
adelante.
En casa mamá Ruth me dijo que papá había sido dado de alta y estaba con
su otra familia. Le mandé un mensaje de texto deseándole pronta
recuperación y que deseaba que pudiera acercarse más a Jesús, junto con su
otra familia. Que estaba seguro encontraría todo lo que estaba buscando. Me
respondió que seguiría mi consejo y que me agradecía por todo lo que había
hecho por él.
Jesús, ya en la recámara, me preguntó cómo había estado el tiempo que no
pasamos juntos. Le conté algunos pensamientos. Lo abracé y le agradecí por
todo. Luego me dormí.
Pasaron algunas semanas.
PARTE VIII

Cuando uno duerme jamás lo hace pensando que el día siguiente podría
ser el peor día de su vida. Que incluso podría marcar el inicio de los peores
días de su vida. Por el contrario, hay un deseo profundo de que al despertar el
día sea hermoso, lleno de sorpresas agradables. Si uno supiera que al
despertar recibirá la peor de las noticias o vivirá la peor de las tragedias, uno
desearía no haber despertado nunca.
Un sábado por la mañana debíamos comprar las cosas que mamá Ruth
siempre pedía para la cenaduría. Esperé escucharla subiendo por las escaleras
para decirnos a Jesús y a mí que era momento de ir al mercado, así conseguir
las verduras más frescas. Pero nunca la escuché subir y eso se me hizo
extraño.
Desperté por completo y vi que Jesús estaba profundamente dormido. No
quise molestarlo. Como todos nos habíamos dormido tarde la última noche,
imaginé que mamá estaba agotada también y por eso no había querido
levantarse. Aunque lo más viable era que no nos hubiera querido despertar y
se hubiera ido ella misma a comprar las cosas al mercado, como había
ocurrido varias veces antes.
Preparé desayuno esperando que mamá llegara del mercado o se levantara,
pero no apareció en ningún momento. Se me hizo muy extraño y fui a su
cuarto. Toqué la puerta, pero nadie abrió. Entonces mi teoría de que se había
ido sola al mercado cobraba más fuerza, sin embargo, no quise dejar de entrar
para cerciorarme de que no estaba ahí.
Al abrir la puerta de su cuarto vi que estaba todavía acostada. Toqué tres
veces la puerta abierta y dije “despierta, ya es tarde, mami”, pero ella no
reaccionó. Aquello no me gustó nadita. Ella siempre había despertado al
menor ruido. Quizás habría tomado pastillas para dormir como antes, pero era
poco probable. Hacía mucho que no lo hacía. Además, no había razón para
que lo hubiera hecho.
Me acerqué y la remecí un poco, pero no reaccionó. Eso me alarmó y me
puso muy inquieto. Puse mi mano frente a su nariz y me di cuenta que no
estaba respirando. Entonces sentí un gran temor y una inmensa angustia. Una
especie de dolor punzante atacó mi pecho y mi corazón. No podía creer lo
que estaba viendo. El hecho de pensar en que mamá pudiera estar sin vida me
aterró. Busqué su pulso en el cuello y no había. Mi mayor temor se había
hecho realidad: mamá Ruth había partido con el Señor.
Tomé su mano y estaba fría. La abracé y le dije:
―Mamá, mamita, despierta, no me hagas esto ―mis ojos se llenaron de
lágrimas, pero no despertó.
―Jesús, “Jesús” ―dije, llamándolo con mi mente, con mi voz y con todo
mi espíritu.
Lo vi entrar por la puerta justo cuando terminé de decir su nombre. Era
como si solamente hubiera estado esperando mi llamado.
―Por favor ―le dije llorando―, no dejes que se vaya, por favor, haz que
vuelva. Resucítala, haz un milagro, te lo suplico ―me arrodillé ante él al
decir todo esto.
Él negó con la cabeza y con lágrimas en los ojos me extendió algo que
traía en su mano derecha. Era una carta.
―Lo siento mucho. Te dejó estas palabras. Dijo que no había querido
preocuparte. Lo siento mucho.
Y rompió en llanto.

II

Recordé que la semana anterior, en el templo, una hermana mayor había


dado el testimonio de que Dios la había sanado de una enfermedad mortal.
Dijo que los doctores le habían diagnosticado que moriría en menos de un
mes, pero habían orado por ella y habían pedido a Dios un milagro, el cual se
había cumplido, pues ya habían pasado tres meses y aún estaba bien. Incluso,
en estudios se reflejaba que gozaba de excelente salud y la amenaza mortal
había desaparecido. Dios había quitado la enfermedad y ella ahora estaba
sana.

No entendí por qué Jesús no había hecho esto mismo con mamá. Él fue
con Adrian y yo leí la carta:

Mi precioso Ever, mi Ever, mi niño pequeño:


Sé que nuestro amado Jesús está contigo. Cuando tú duermes su
Espíritu me visita y me dice que tú estás en buenas manos. Eso siempre
me ha llenado de tranquilidad. Quiero decirte que Jesús también ha
sido mi amigo. Me dijo que todo estaría bien al otro lado. Sus palabras
fueron: ‘Yo te espero más allá de la muerte para resucitarte, no tengas
miedo nunca a morir, no ocurrirá si yo no lo permito. Y si lo permito,
confía en mí siempre’. Y sé que es una promesa que también te da a ti,
amado Ever. Por eso sé que esta carta está en tus manos, porque yo he
partido con el Señor y ahora estoy mejor que nunca.
No estaré sola y tampoco seré la primera en partir. Allá está tu
hermanito Santiago y tus abuelitos, Henry y Anastasia. Sé que te causo
una gran pena con mi partida, incluso un inmenso dolor y posiblemente
te enojes porque no te dije que los estudios en realidad no estaban nada
bien. La enfermedad aumentó. Yo sabía que la muerte era algo
inevitable y no quise que cargaras con la angustia. Espero que
entiendas que solo no quise hacerte sufrir con anticipación.
Hablé con nuestro Señor Jesús y le pedí por ti y por Adrian, mis más
grandes tesoros. Benjamín recibirá una carta mía, la dejé debajo de la
almohada, espero que tú se la puedas entregar. Sé que Jesús cuidará
siempre de ustedes. Tuve tiempo de hacer todo lo que estaba pendiente
porque el Señor me dijo la hora en la que partiría, asimismo me
prometió que no sentiría ningún dolor, pues recogería mi alma cuando
estuviera en profundo sueño.
No he estado nunca sola. Jesús ha estado conmigo todo el tiempo.
Me duele dejarlos, pero mi cuerpo está sumamente enfermo. Creo que
Dios hizo un gran milagro en mí al permitirme vivir más tiempo. El
doctor me había dicho que yo no duraría más de cuatro meses y en
realidad pasaron dos años más desde que me dijo eso. Dios me regaló
mucho tiempo de sobra, para verte crecer un año más y para estar con
Adrian otro tiempito más.
Mi amor, no olvides cuánto te amo. Sé que nos volveremos a ver en
un tiempo, pues el regreso de nuestro Señor Jesús no tarda. Y si no
viene antes de que mueras, entonces cuando mueras allá te veré, por
eso no te preocupes. Cuando nuestros clientes pregunten por mí, diles
que les pido una disculpa, pero me adelanté al encuentro de Nuestro
Señor Jesús y espero verlos por allá para seguir vendiéndoles ricas
cenas los fines de semana. Diles que no olviden que solo hay un Señor y
se llama Jesucristo.
Te amo, mi corazón. Llora la pena que te he causado, pero no te
molestes por lo ocurrido. Es algo que tarde o temprano iba a suceder.
Esta vez ocurrió temprano. Un consejo que te doy es que te cases con
esa niña que se llama Annabella, es bella y adorable.
Con cariño, tu mami Ruth.

Leí la carta con copiosas lágrimas rodando por mis mejillas. Avisé a
Benjamín de lo ocurrido. Acudió pronto y me abrazó. Luego leyó la carta que
le di y también le corrieron las lágrimas. Un momento después llamó a la
funeraria. Decidió que se velaría a mamá en casa, pero la prepararían en la
funeraria. Él se encargó de todos los gastos.
Velamos a mamá. Me vestí completamente de negro. Durante el velorio
hubo muchas rosas, arreglos florales de parte de los vecinos y clientes de la
cenaduría. El ambiente era de suma nostalgia. No quise sonreír a nadie. No
imaginé que mi actitud fuera a ser tan taciturna, pero así fue. Estuve sumido
en un sentimiento de inmensa depresión. Sentí que me iba a morir también.
Jesús me dio un abrazo, pero lo rechacé; me di cuenta que no quería
tenerlo cerca ni hablar con él. No quería involucrarlo en mi dolor. No quería
hacerlo parte de aquel sentimiento, no porque pensara que no debía sentirse
mal por lo ocurrido a mamá, sino porque yo estaba enojado con él y lo
culpaba de que mamá hubiera muerto.
Al día siguiente enterramos a mamá y fue lo más triste de mi vida.

III

Algo en mi mente me había convencido de que Jesús sabía todo sobre la


enfermedad de mi mamá. Él hubiera podido decirme, contarme, para disfrutar
más a mamá, para pasar más tiempo con ella. De algún modo, si esto
inevitablemente iba a ocurrir, él pudo haberme comentado para hacer algo al
respecto. Pero pensar en esto era inútil, mamá ya no estaba conmigo.
Después del entierro, Jesús y yo volvimos a casa. Adrian se había quedado
con mi papá.
Jesús me dijo que quería platicar conmigo. Fue entonces cuando, antes de
entrar a la casa, estando él afuera y yo por dentro, le dije:
―No, no tenemos nada de qué hablar en este momento. Lo siento.
―Ever, sé el gran dolor que sientes y es ahora cuando más urge que
hablemos.
―Si lo sabes, si conoces mi dolor, pudiste haberlo evitado. ¿Cómo miro a
Adrian a los ojos y le digo que debe resignarse a que mamá ya no volverá?
Apenas es un niño.
―Tú también eres un niño ―me dijo con ojos compasivos.
Entonces mi mente pensó algo cruel contra él. Y no me bastó solo con
pensarlo, también lo dije.
―Eres malo por dejar que un niño crezca sin su madre. Nunca podrá
sentir su abrazo y su cariño de nuevo. Eres cruel. Tú sabías que todo esto
ocurriría y aun así dejaste que pasara. Eres muy, muy… ―no me atrevía a
decirlo, pero lo pensaba―… despiadado… ―dije al fin en su susurro.
―No estás siendo justo. ¿Piensas que quiero evitar el dolor de las
personas evitando enfrentarse a la pérdida de un ser amado?
―Pensé que me habías dicho que no querías que sufriera ―sentía las
lágrimas cálidas surcando mis mejillas a chorros. Estaba teniendo una
discusión con Dios y yo lo estaba acusando.
―La muerte es parte de la vida, hijo. No quiero evitar tu dolor. Quiero
que lo experimentes, que incluso dentro de tu dolor me puedas ver a mí, que
me puedas sentir. Y que a pesar del dolor sepas que puedes tener esperanza.
Que confíes en mí aun existiendo hechos tan lamentables como la muerte de
un ser querido. Que sepas que la muerte es solo una puerta hacia mí por la
que todos deberán pasar. No tengas temor porque la muerte llegue a tu vida.
Menos si yo estoy a tu lado.
―En este momento no te quiero a mi lado ―y sin más palabras le cerré la
puerta en su cara.
Quería estar solo, sin ver a nadie, incluso sin verlo a él, a Jesús. Yo estaba
triste y molesto al mismo tiempo. La partida de mamá me pesaba mucho en el
corazón. Era el suceso más trágico de mi vida. No quería que nadie más lo
experimentara. Solo quería dormir y no despertar jamás.
Todo en el interior de la casa me recordaba a mamá y la tristeza y la
nostalgia me inundaban por dentro. Entonces salí de casa y comencé a
caminar y caminar por la ciudad sin rumbo ni dirección. Ya no quería saber
nada de Jesús ni tampoco volver a casa. Solo me quería… morir.

IV

Mi caminata fue interrumpida por una lluvia feroz. Me refugié debajo de


un puente, pero no tuve mucho éxito. El agua salía por todas partes. Mi mente
estaba pensando en tonterías, como dejarme morir ahogado o tirarme de un
edificio. Lo que sea, menos sentir aquel vacío, aquella soledad que me
aturdía. Se me hizo noche debajo de ese puente y ahí me quedé a dormir, o
mejor dicho, a intentar hacerlo.
Por la mañana tuve mucha hambre. No quería volver a casa. Caminé hacia
un parque. Yo no sabía exactamente dónde me encontraba ni quería saberlo.
Vi un hombre que mendigaba junto a una banca. Me acerqué y tal vez él notó
mi vacío porque me compartió de su comida.
―Eres muy joven para estar en estos lugares. ¿No tienes familia acaso?
―me preguntó el hombre.
Tenía una voz aguardentosa y el tono que usaba era como enfadado de
todo y de todos, pero veía algo en mí que lo hacía hablarme con cierta
compasión.
―Ya no tengo nada, señor. Lo he perdido todo ―lo dije de tal forma que
hasta yo me consideré el ser más miserable del mundo.
Se rio y vi que le faltaban tres dientes. Tenía el pelo largo y la ropa
completamente sucia. Estaba todo andrajoso. Parecía tener alrededor de
sesenta años.
―Nadie lo pierde todo nunca. Eso es una mentira añosa, pero a los viejos
como yo no se les engaña… ―se quedó pensativo por un momento―. En
realidad yo también lo he perdido todo ―al decir esto quiso llorar, pero luego
cambió un poco el tema―. Un día Dios ―cuando dijo esta palabra me
miró―, ¿tú crees en Dios?
Su pregunta me incomodó un poco y al mismo tiempo removió mi
corazón. Le dije que sí, pero con pocos ánimos. Vinieron a mi mente algunas
palabras que Jesús me había dicho antes. Me dijo que yo tenía mucho poder y
que tal poder podía abrirle a él las puertas de mi corazón, pero también
cerrarlas.
―Yo también creo en Dios. Pero no creo que Dios sea bueno ―fue su
comentario. ¿De qué se trataba todo aquello? Ese hombre comenzaba a decir
lo que yo pensaba de Dios. Pero no me atrevía a admitirlo.
―¿Por qué cree eso? ―le pregunté, mordiendo lo que quedaba de una
hamburguesa manoseada.
―Porque las personas malas son mentirosas y Dios es el principal
mentiroso de todos.
Me parecía una ofensa grave. Pero me llamaba la atención lo que decía.
―¿Por qué cree que Dios es mentiroso?
El mendigo me respondió:
―Porque lo es. Promete estar contigo siempre, pero nomás te quedas sin
dinero, él se va. Es el peor amigo que puedes tener. Solo está con los ricos.
No está con los pobres. ¿O miras acaso que esté aquí, en esta miseria? Él
prometió ser mi amigo para siempre, pero un día me quedé sin dinero y no he
vuelto a saber de él.
Entonces, y no supe cómo, recordé una de las conversaciones que había
tenido con Jesús, hablando justamente sobre el dinero. Me había dicho que el
dinero nunca era ni sería la solución al mundo y sus problemas.
“El dinero, decía Jesús, puede comprar un carro, un lujo, una compañía,
un celular. Pero nada de eso es lo que una persona necesita para estar bien. El
dinero no da la paz, la tranquilidad ni la seguridad. Las personas para sentir
todo eso necesitan tener a Dios viviendo en su interior”.
Mientras yo recordaba esto, el hombre no había dejado de hablar. Ahora
me decía lo siguiente:
―Dios está ausente de los desdichados y los sucios como yo y también
como tú, aunque creas en él. No te ofendas ni nada, pero estar cerca de Dios y
lejos de Dios es la misma cosa.
Sus palabras me recordaban las palabras de Jesús, pero en un sentido
opuesto. Estar cerca de Jesús en realidad no era nada malo ni era lo mismo
que estar lejos. Yo recordaba estas cosas por lo que decía el mendigo. Jesús
me había dicho en una ocasión:
“Aprovecharé para explicarte la diferencia entre estar cerca de mí y estar
lejos de mí de un modo sencillo. Yo soy como el agua y las personas son
como la tierra.
“Considera ahora un lugar como el desierto, donde no hay agua. ¿Cómo es
la vida en ese lugar? La tierra es caliente y también el aire. La vida ahí se
desarrolla con mucha dificultad. El clima es inhóspito, el tiempo transcurre
lentamente y es fulminante. Se trata de una tierra infértil. Los animales que
ahí habitan buscan refugio en la sombra porque el sol los quema, los
incendia. El desierto es como un infierno donde no hay agua. Se vive en él,
pero se padece un terrible sufrimiento por la escasez de agua viva.
“Ahora piensa en un bosque. Es opuesto al desierto. En el bosque todo es
distinto. Hay alegría, vida, animales que van de un árbol a otro, de un lugar a
otro o que van de flor en flor, como las abejas. Las plantas reverdecen y los
animales se divierten en la naturaleza y jugando con el agua. Hay frescura y
tranquilidad. Se puede respirar y sentir cómo los pulmones se llenan de aire
fresco. Uno puede pasar ahí todo el día, todos los días y jamás desea irse a
otro lugar.
“Así ocurre con la vida de las personas que me tienen en sus corazones. Su
vida es como la de un bosque: fresca y resplandeciente cada día. Disfrutando
con mucho placer las bellezas de la vida, del paisaje y del tiempo. Pero no
ocurre lo mismo con las personas que no me tienen en su corazón. Su vida es
como la de un desierto. Tienen sed y constantemente sufren por la falta de
agua. Quien no me tiene en su corazón sufre, se desespera cada día, pues su
vida parece un martirio, un verdadero infierno. No encuentra motivo ni razón
para continuar vivo.
“Quienes viven alejados de mí piensan que no tiene sentido vivir en un
desierto así, en un infierno así. Eso les parece su vida, un lugar
completamente desolado y triste, como el desierto. Los ahogan sus
problemas, sus preocupaciones. Todo parece hostil, desconfiado. Sin saber
que lo que más anhelan es a mí, pero no lo admiten. Necesitan el agua que yo
puedo ofrecerles. Pero el orgullo es lo que les impide reconocerlo y venir a
mí.
“Yo soy el agua que les hace falta a sus vidas para que reverdezcan como
los árboles. Si me tuvieran a mí por río en sus corazones jamás tendrían sed.
Pues yo sería una fuente inagotable de paciencia, amor, felicidad,
complacencia, gozo y paz. Y aquí estoy, disponible para siempre, para ser ese
río, esa fuente de vida eterna. Todo aquel que me acepte me podrá tener.
Complacido iré a su vida. Aunque debes saber que tenerme, estar con agua,
no significa que nunca más habrá problemas. Mira el bosque, hay un río, pero
también hay problemas. Pero estos no se comparan con los problemas del
desierto”.
El mendigo me dijo que se llamaba Jorge Antonio. Durante ese tiempo
hablamos sobre algunos temas. Cuando expresaba sus comentarios yo solo
recordaba algunas cosas que había hablado con Jesús cuando dormíamos en
mi cuarto tiempo atrás. Poco a poco me di cuenta que entre más atacaba el
señor Jorge a Jesús, yo sentía más deseos de hablarle de las cosas que Jesús
me había enseñado antes, aunque todavía no tenía muchas ganas de saber de
él.
Comenzamos a platicar de variados temas y sentados en una banca del
parque, el señor Jorge me dijo:
―¿No te da miedo ese instante en el que tu cuerpo comenzará a podrirse?
Este reposará en una tumba y se lo comerán los gusanos, claro, en caso de
que te entierren. Si te queman pues será diferente ―lo decía como si se
tratara de la muerte de una hormiga o de un perro, sin darle mucha
importancia.
―Sí, supongo que sí me da un poco de miedo. Pero Jesús me enseñó
algunas cosas ―lo dije así, como si ya le hubiera hablado antes de Jesús―.
Por ejemplo, me dijo que aprendiera a ver lo que es mi cuerpo en realidad: un
envase, no definitivo, sino temporal, donde estará mi alma algún tiempo.
Luego será desechado. Pero mientras mi alma estuviera en mi cuerpo debía
honrarlo y cuidarlo. No creo que la bebida sea un buen camino, pero usted
sabe las cuentas que le dará a Dios cuando muera.
Ni yo me creía el modo en que le estaba hablando así a aquel hombre,
pues en realidad yo no estaba en paz con Jesús, todavía estaba enojado por lo
que había ocurrido. Pensaba que poder hablar con él era algo posible solo con
una oración. Pero no me atrevía. Le comenté a don Jorge que la muerte no me
asustaba. A pesar de mi distancia, sabía que Jesús me recibiría, o al menos
eso creía.
Cuando hablamos sobre el enojo, que en realidad era mi situación actual
con la vida, con Dios específicamente, recordé unas hermosas palabras que
me había dicho Jesús:
“Si una persona desea paz en su corazón es necesario primero aplacar los
mares furiosos que se agitan en su interior. Debe calmar los vientos fuertes y
las mareas espumosas. Pues la condición para tener tranquilidad en nosotros
es calmando primero aquello que está agitado y muchas veces esto se
encuentra en nuestra cabeza, lo cual implica tomar una decisión. Decidir si
realmente deseamos tener esa tranquilidad o si lo que realmente queremos es
quedarnos con nuestro orgullo.
“No tomes mis palabras como un consejo o un sermón aburrido. Tómalas
como lo que son: una reflexión sobre un tema que inquieta corazones, que
tienen el único propósito de ayudar a cambiar la condición o el estado de esos
corazones. Pues una persona bien puede oír este consejo, sin embargo, el
orgullo puede tornarse en nuestro peor enemigo y no dejarnos tomar la
decisión correcta. Pero si ya identificamos el orgullo como un enemigo hay
que luchar contra él hasta destruirlo, ya que si no lo hacemos entonces él lo
hará con nosotros. Y lo que queremos no es ser destruidos, sino vencer y
vivir bien. Y la mejor forma de vivir es siendo libres del orgullo y los malos
vicios”.
Ese día me fui caminando con don Jorge por la calle, recogiendo alguna
basura de los botes y acompañándolo a pedir algo de sobras de comida en
algún restaurante. Mientras caminábamos comentábamos ciertos temas. Para
todos sus comentarios contra Dios siempre un recuerdo venía a mente. Me
dijo que dormía en la plaza. Que si quería podía acompañarlo para seguir
conversando. Yo lo seguí.
V

Pasados los días supe que al señor Jorge le gustaba que le dijeran
solamente don Jorge. Por un momento tuve un rayo de lucidez en mi cabeza.
Me di cuenta que aquel hombre le guardaba mucho rencor a Dios. Entonces
fui sincero conmigo mismo y admití que no quería terminar mi vida como él.
Le pregunté cuánto tiempo hacía que no buscaba a Dios. Me dijo que tenía
mucho que había perdido la esperanza y que estaba seguro que Dios no lo
aceptaría. Le había dado la espalda. Era como si estuviera casado con esa
idea. Se dedicaba a pedir dinero para comer y comprar alcohol. Así se
mantenía terco en su postura.
Aunque yo no quería admitirlo, sentía la necesidad de hablarle bien de
Dios a aquel hombre. En realidad, Jesús siempre había sido lo máximo
conmigo. Lo ocurrido con mamá yo lo había considerado como un acto
malvado de Dios hacia mí, pero en cierto sentido Jesús tenía razón al decirme
que era parte del proceso de la vida. Por otro lado, estaba aquel hombre
mayor, don Jorge, necesitado del amor de Dios y yo conocía algo de Dios, así
que podía hablarle un poco de mi experiencia. Uno de esos días le dije:
―A pesar de todo, siento que Dios sigue a mi lado, aunque yo no tenga
más dinero. A pesar de todo sigo confiando en Dios ―tuve que admitirlo y
tragarme un poco de mi orgullo.
Ahí había un alma además de mí que necesitaba un abrazo urgente de
Jesús. Podía unirme a su sentimiento de rechazo de Dios o hacerle contrapeso
hablándole del inmenso amor que Jesús me había mostrado a mí.
―¿Por qué sigues confiando en Dios? ―me preguntó curioso y a la vez
molesto.
―Confío en Dios porque él nunca me ha dejado solo. Yo he sido quien se
ha alejado de él. Me molesté con él y me alejé, pero la verdad es que la culpa
no es suya, sino mía.
Yo me daba cuenta que ahora a quien más necesitaba era a Jesús, pero por
mi orgullo no lo quería admitir y debía romper con ese orgullo cuanto antes,
ya que me estaba haciendo bastante daño.
―Qué raro ―me dijo de pronto―. Haz hecho que me acuerde de mis
viejos tiempos, cuando yo iba a la iglesia y me gustaba mucho hablar de Dios
y pensar en él. No voy a negar que fue bonito, pero, bah ―habló en tono
displicente―, solo era un engaño. Todo era un engaño. Un engaño que me
hacía sentir muy bien… incluso me hacía feliz…
Cuando él hablaba de estas cosas, recordé otra plática que tuve con Jesús.
“Los seres humanos siempre están pensando en lo que no tienen que es en
realidad lo que ellos desean. Si no tienen dinero piensan en dinero, si no
tienen amor piensan en amor. Lo sé porque los conozco y sé también que en
realidad yo soy todo lo que ellos necesitan ―justo en ese momento don Jorge
decía con cierta alegría los bellos momentos que pasó con Dios. En ese
entonces no bebía alcohol y la vida le sabía más sabrosa.
“Aunque ellos no lo admitan, lo que realmente necesitan es tenerme a mí
para que todos sus sueños se hagan realidad. A veces los seres humanos
quieren creer en la magia, en los superpoderes, en lo sobrenatural, pues están
diseñados para desear más de lo que tienen; están diseñados para desear cosas
grandes y poderosas, infinitas y eternas.
“Los seres humanos fueron diseñados para desearme, para querer tener a
alguien como yo. Y aunque buscan en lugares equivocados, lo hacen porque
su diseño interior los empuja a buscar algo que los sacie por completo. Y a
quien están buscando es a su creador, a aquel que los diseñó tal como son
―don Jorge expresaba que Dios, ahora que lo pensaba, fue el único ser que
le hizo conocer lo que era la verdadera felicidad.
“Esa inquietud mueve sus corazones. Ellos tienen sueños y aspiraciones
que parecen muy altas, pero en realidad son muy pequeñas comparadas con
los sueños y propósitos que yo tengo para ellos. Y puedo decirles con certeza
que cada sueño, cada deseo que tienen en mí puede hacerse realidad. Yo soy
el genio de la lámpara, el hada madrina que tanto necesitan. Incluso yo soy
más que eso, yo soy Dios Todopoderoso.
Don Jorge concluyó diciendo:
―Ahora que me haces recordar pienso que no me caería nada mal volver
a buscarlo. Me haría mucho bien ―y lanzando un suspiro, le dio un trago a
su botellita de vino.
No quiso admitirlo, pero sé que estaba llorando por dentro en ese
momento.
Don Jorge me dijo que se había apartado de Dios hacía dos años, luego de
la muerte de su único hijo, Genaro. Al oírlo se enterneció mi corazón y
entonces decidí contarle lo de mamá. Él me puso mucha atención.
Le dije todo lo que había pasado.
―Mi enojo con Dios me llevó a pecar contra él, renegando de él. Un
pecado que no debí cometer. Pero lo hice ―le confesé.
Platicar con don Jorge y desahogarme me hizo mucho bien. Platicando de
esto fui quedándome dormido, ahí en la banca, mientras él descansaba en la
otra. Ya estaba bastante oscuro y la noche nos había arropado.
Jesús sabía muy bien lo que yo necesitaba. Mi corazón tenía urgencia de
él. Aunque yo era indigno, él me buscaba y quería estar conmigo, pues
conocía mi condición de caído y solo quería levantarme. Ya no lo rechazaría
más, pues lo necesitaba y cada día era más apremiante mi necesidad de él. Me
estaba secando por dentro y un vacío desesperante se abría paso en mi
interior.
En la noche sonó en mi mente una canción y cuando don Jorge parecía
dormido canté entre susurros:

♪Aunque mis ojos no te pueden ver, te puedo sentir, sé que


estás aquí. Aunque mis manos no pueden tocar tu rostro Señor,
sé que estás aquí, oh, oh. Mi corazón puede sentir tu presencia,
tú estás aquí, tú estás aquí.

Las últimas palabras las cantó don Jorge y me sorprendí, pero no


dije nada. Y seguimos cantando los dos en silencio:

Puedo sentir tu majestad, tú estás aquí, tú estás aquí. Mi


corazón puede mirar tu hermosura, tú estás aquí, tú estás aquí.
Puedo sentir tu gran amor, tú estás aquí, tú estás aquí♫.

Repetimos la canción y nos quedamos bien dormidos. Estábamos muy


cansados, muy cansados.

VI

Al día siguiente don Jorge me dijo algo que yo no esperaba: durante la


noche que cantamos un sentimiento antiguo, pero muy bello, había removido
su corazón. Ya estaba cansado de ser un mendigo, ya había pasado suficiente
tiempo de esa vida tan triste y lamentable. Era oriundo de una ciudad vecina,
pero como quería olvidarlo todo y desaparecer, se había venido a vivir a esta.
Se hundió en la bebida y eso lo había destruido por completo.
Le dije que todavía había una oportunidad. Que regresara y pidiera perdón
a su familia. Si ella lo recibía, entonces volviera con ella. Si no lo hacía,
entonces que podía buscar un trabajo y ganarse la vida decentemente. Aún
tenía fuerzas para trabajar, pues no pasaba de los sesenta años, como yo creía.
Aunque sí se veía más amolado.
De algún modo lo animé y caminamos todo el día y llegamos a su ciudad
el sábado por la noche. No fue fácil. Pero lo logramos. Hallamos unas bancas
y nos pusimos a dormir en ellas.
Por la mañana me di cuenta que no era una ciudad, sino un pueblo grande,
en proceso de convertirse en ciudad. Pero antes de buscar a su familia, le
sugerí que fuéramos a alguna congregación cristiana para acercarnos a Dios y
pedirle perdón por nuestra distancia. Podíamos hacerlo en oración ahí donde
estábamos, pero era mejor hacerlo en un lugar como el templo, rodeado de
más personas y donde se respiraba bastante paz. Era necesario tanto para él
como para mí.
―Está bien ―me dijo―, no hay nada que perder.
Noté que había cierta emoción en sus ojos.

Como era domingo, fuimos al templo donde antes había ido don Jorge y
entramos a la reunión. Ya había iniciado el servicio y se escuchaba una
hermosa alabanza.

♪Algo está cayendo aquí, es tan fuerte sobre mí. Mis manos
levantaré y su gloria tocaré. Algo está cayendo aquí, es tan
fuerte sobre mí. Mis manos levantaré y su gloria tocaré. Está
cayendo su gloria sobre mí, sanando heridas, levantando al
caído, su gloria está aquí. Está cayendo su gloria sobre mí,
sanando heridos, levantando al caído, su gloria está aquí♫.

Algo invadió mi interior y lo colmó. Era un Espíritu y yo sabía cuál


Espíritu. Las lágrimas se asomaron a mis ojos. A don Jorge le pasaba lo
mismo. Tomamos asiento y oímos otra alabanza:

♪El Espíritu de Dios está en este lugar, el espíritu de Dios se


mueve en este lugar. Está a aquí para consolar, está aquí para
liberar, el Espíritu de Dios está aquí. Muévete en mí, muévete
en mí, toca mi mente y mi corazón, llena mi vida de tu amor,
muévete en mí Dios Espíritu, muévete en mí. Muévete en mí,
muévete en mí, toca mi mente y mi corazón, llena mi vida de tu
amor, muévete en mí, Jesucristo, muévete en mí♫.
La alabanza que vino después fue esta:

♪Cerca de ti yo quiero estar Jesús, para escuchar tu voz y


aprender de ti. Quiero ser un reflejo de tu amor, yo quiero vivir
solo en tu voluntad. Jesús eres mi buen pastor, tú conoces mi
camino. Jesús, puedo confiar en ti, oh, mi Dios, me rindo hoy♫.

Y después:

♪Cansado del camino, sediento de ti. Un desierto he cruzado,


sin fuerzas he quedado, vengo a ti. Luché como soldado y a veces
sufrí. Y aunque la lucha he ganado mi armadura he desgastado,
vengo a ti. Sumérgeme en el río de tu espíritu. Necesito refrescar
este seco corazón sediento de ti. Sumérgeme en el río de tu
espíritu. Necesito refrescar este seco corazón sediento de ti♫.

Cantamos, aplaudimos y lloramos. Después de la ofrenda quien dio la


enseñanza habló sobre el hijo pródigo. Don Jorge estaba muy atento y miré
que lloraba.
Al terminar el servicio platicamos con el pastor. Él reconoció a don Jorge
enseguida. Lo abrazó y ambos lloraron por el reencuentro.
Antes de que todos se fueran el pastor pidió que esperaran, que había algo
importante que decirles. Entonces don Jorge y yo pasamos al frente. Tomé el
micrófono. Dije frente a todos que estaba muy agradeciendo con Dios por
haberme permitido volver a su camino sano y salvo. Expliqué que había
conocido a don Jorge y todos dieron aplausos de alegría y sorpresa, lo
reconocieron a pesar de su aspecto tan miserable. Yo decía esto cuando miré
que por la puerta entró Annabella. Detrás de ella entró Jesús y comenzaron a
salir mis lágrimas. Corrí hacia Jesús y lo abracé fuertemente, aferrándome a
él.
―Perdón, perdón ―le dije llorando y moqueando.
Todos aplaudieron al ver aquella escena. Sé que nadie entendía bien todo
lo que estaba pasando entre Jesús y yo. Tal vez pensaban que era mi hermano
o algo así, pero nadie imaginaba que aquel joven en realidad era mi Padre.
Jesús, luego de soltarme, abrazó a don Jorge y le dijo que había tomado la
mejor decisión. Le dio un beso en la frente y también abrazó a su familia.
Ellos abrazaron a don Jorge, pues lo habían buscado por mar y tierra y al fin
volvía a casa. Terminamos la actividad en suma alegría.
Saliendo de la reunión nos despedimos de don Jorge y su familia. Después
nos fuimos a nuestra ciudad de origen. El papá de Annabella nos llevó en su
auto y muy pronto estuve de vuelta en casa.
Annabella estaba muy contenta de que yo hubiera aparecido al fin. Me lo
dijo en la carretera. Jesús lloraba y ella también, todos llorábamos por
volvernos a ver.
En casa, por la tarde, reunidos con Jesús y Annabella, ella me platicó que
Jesús habían organizado grupos de búsqueda para encontrarme desde que
desaparecí sin dejar rastro. Juntos habían puesto imágenes en árboles, habían
entregado folletos en la calle, etcétera. También hablaron con toda la escuela
sobre mi desaparición. Yo no quería ser encontrado, pero Jesús movió mar y
tierra para dar conmigo. Aunque intenté ocultarme, él me halló y se lo
agradezco mucho.
Alguien me había visto pasar con un hombre mayor mientras
caminábamos hacia otra ciudad. Luego otro mensaje decía que habíamos
entrado a un templo cristiano de ese lugar. Y así fue como habían dado
conmigo.

VII

Annabella se tuvo que ir y yo me quedé a solas con Jesús. Él había hecho


locuras para encontrarme. Se comportaba como todo un ser humano y era
todo un grandioso Dios.
―En realidad ―me comentó Jesús―, ya sabía que ibas para allá y quise
darte la sorpresa. Me has hecho mucha falta ―y lo vi sonreír.
―Tú me has hecho más falta a mí. Perdóname por favor, fui un tonto.
―Ya pasó, ya estás bien. Le he dado unos pequeños cambios a la casa. La
he cuidado estos días. Todo está bien ahora. La búsqueda fue todo un éxito.
Mañana será el encuentro de estudiantes y muchos vendrán a la universidad.
El profesor Robles nos ayudó para darte un lugar en una de las mesas. Julio
se hizo cargo de todo.
―¿Cómo? ¿Qué mesas? ―pregunté sorprendido.
―Sí, durante las conferencias ―se dio cuenta que yo estaba totalmente
desconectado de sus palabras―. Recuerda, el encuentro donde todos
presentan sus ponencias. Tu ponencia será sobre tu desaparición.
―De acuerdo… veré qué hago al respecto. Antes de hablar del asunto
quisiera darme un baño…
Y eso hice. Luego me alisté. Bajé a la sala. Jesús me llamó al comedor.
―Espero que te gusten las enchiladas verdes.
―Gracias, estoy seguro de que me encantarán… ―pero se había formado
un nudo en mi garganta, extrañaba mucho a mamá.
―Tranquilo ―corrió a abrazarme―. Si tienes ganas de llorar, adelante.
―Sí tengo ganas, pero creo que será en un momento más. Comamos ―le
dije.
Luego nos sentamos y hablamos sobre estar alejados de Dios. Me dijo que
aunque hemos pecado, no sirve de nada estar lejos. No fuimos creados para
estar alejados de él.
―El hombre y la mujer no fueron creados para vivir separados de mí.
Cuando lo hayan entendido y aceptado el mundo comenzará a cambiar. Por
eso era urgente que volvieras, porque ibas a caer en un vacío terrible.
―Gracias por rescatarme ―ahora lo entendía todo con claridad.
―Gracias por dejarte rescatar.
Más tarde, después de comer, me llegó de golpe el sentimiento de tristeza.
Estar en casa otra vez me recordaba a mamá. Hacia tan poco tiempo que
había partido. De pronto el sentimiento de dolor y nostalgia se agolparon en
mi pecho. Jesús lo notó y enseguida vino hacia mí.
―Quiero que sepas que todo estará bien ―me dijo rápidamente.
―Pero no siento que las cosas estén bien del todo, al menos no en este
instante. Ella, la tengo tan presente… ay, duele ―dije con profunda tristeza
en mi voz.
―Está bien ―su voz era dulce―. Es importante que vivas ese
sentimiento. Experiméntalo y déjalo fluir. Es necesario para que sanes la
herida. Pero no pierdas de vista que aun en medio de él yo estoy contigo.
Vive tu dolor, siéntelo fuerte en tu corazón, pero no olvides, no quites de tu
mente que todo estará bien. Todo, todo. Confía.
Comencé a entender sus palabras. No se trataba de que todo estuviera bien
siempre, sino de que en medio de las tribulaciones, las tristezas y los
problemas yo tuviera la seguridad de que todo ese panorama triste y
desolador un día terminaría y las cosas estarían bien otra vez.
―Abrázame ―le dije.
Y me abrazó rodeándome por completo. Entonces algo que yo intentaba
detener se rompió en mi interior y comencé a llorar como un niño
desamparado.
―¿Por qué morimos? ―le pregunté.
―Porque en el cielo hay un Dios que los creó para vivir y morir y para
que dejen una huella muy profunda en algunos corazones aquí en la tierra.
Mi llanto se intensificó y él me abrazó más fuerte.
―La extraño tanto ―dije gimoteando y moqueando sobre su hombro
donde estaba mi cabeza.
Yo sentía un dolor muy fuerte y agudo en mi corazón. Como si estuvieran
siendo aplastando por un puño cerrado.
―Yo también ―me respondió y supe que también él estaba llorando.
Sentirme apoyado de esa manera me daba fuerza―. Deja fluir todo, llora,
hijo mío. Es la cura para el dolor que sientes en el pecho ―entonces lloré
más al oír sus palabras―. Piensa en ella, en los momentos lindos que
pasaron, los regaños y sus caricias. En todo ―lo hice y se intensificó el
llanto, pues dolía más y más el pecho.
Sentí que me iba a morir.
Un rato después me di cuenta que seguía vivo. Y Jesús seguía allí
conmigo. Cuando me vio más calmado me dijo:
―La cura está en tu interior, donde está también el dolor ―yo solo lo veía
hablar y escucharlo me consolaba y reanimaba mis fuerzas―. Solo debes
dejar fluir todo sin reprimir nada. Te amo, Ever ―añadió.

VIII

Llegó la noche.
Jesús me aconsejó que hiciera un pequeño discurso para la audiencia del
día siguiente. Le dije que se me había ocurrido escribir sobre mi historia y mi
experiencia personal con Dios. Es decir, todo lo que me había ocurrido con él
hasta ese momento. Me dijo que yo sabía lo que hacía, por él no había
problema.
―Pero debes poner especial atención al lenguaje que usas para contar
todo lo ocurrido. En el lenguaje está la clave de todo. Aprende a usarlo y
verás lo poderoso que es.
―¿Por qué lo dices? ―pregunté.
―El lenguaje es parte del infinito. La palabra es el medio para llegar a mí.
Todo es lenguaje y comunicación. La clave está en saber decirlo e
interpretarlo. Si sabes usar las palabras correctas podrás hallarme. También si
sabes interpretarlas. Estoy a un solo paso de ti, solo debes abrir la puerta y ahí
me hallarás, esperando por ti.
“En realidad todo está en la palabra. Es la llave, el camino que conduce a
muchos mundos, pero sobre todo el camino que conduce al hombre hacia mí.
Y es solo a través de la palabra que se puede hacer un esbozo de las
maravillas, porque incluso a veces no hay palabras suficientes que puedan
expresarlo todo, pero al menos es lo más cercano que existe para conocer la
verdad de todo.
Le dije que tenía mucha razón.
Esa noche comencé a escribir el discurso. Sería algo breve. Por la noche
sentí como Jesús me ponía la cobija encima al verme más dormido que
despierto.

IX

En el periódico escolar se había anunciado mi participación durante las


exposiciones. El director me dio la oportunidad de participar pese a que mi
escrito nada tenía que ver con los asuntos que se habían tratado en las demás
ponencias. Yo había escrito acerca de Dios. Estaban ahí medios de
comunicación, pues mi aparición era algo novedoso para todos, así que
aproveché para hablar de Jesús.
Durante la conferencia yo era el centro de todo. Me tocó a mí exponer mi
discurso. Antes de leerlo dije algunas palabras. Lo hice por medio del
micrófono.
―Hola a todos ―dije y mi voz se oyó por toda la sala que tenía capacidad
para unas doscientas personas. Todos los asientos estaban ocupados, por eso
había gente hasta en los pasillos. Miré cámaras fotográficas, al parecer eran
de la prensa―. Me emociona mucho ver a tantas personas aquí. Le agradezco
a mis amigos Jesús y Julio por su ayuda para encontrarme ―miré a Jesús y a
Julio que estaban sentados también en la mesa―. También agradezco a
Annabella ―ella estaba en los primeros asientos del público―, una
entrañable a amiga y a todos los que han hecho posible este momento. El
discurso que leeré, con el cual espero no aburrirlos, habla sobre mi
experiencia con respecto a Dios y mis opiniones en cuanto a nuestra relación
con él. También tiene la intención de invitarlos a darle una oportunidad a
Dios para que entre a nuestro corazón, a nuestra casa, y a nuestra vida. Le
hemos dado oportunidad de entrar a nuestra a vida a muchas cosas, tanto
buenas como malas y miren cómo nos ha ido. Con esto me refiero a mí,
cuando abrí la puerta a ciertas cosas buenas me fue bien y cuando tomé
decisiones malas me fue mal. En fin, aquí está lo que preparé. Empiezo:
―Confío en Dios porque a pesar de todo él ha sido luz en mi oscuridad.
Ha sido fortaleza en mi debilidad. Ha sido la base en la que puedo
sostenerme. Me ha dado resignación en los días de dolor ―cuando dije esto
noté que unas lágrimas asomaban por mis ojos―. Y esperanza en la más
terrible desolación. Compañía en la más triste soledad. Firmeza en el caos.
Estabilidad en los terremotos. Ha sido paz en la tormenta y alimento en la
hambruna. Agua en el desierto y abundancia en la escasez. Él ha estado en
los días más difíciles y en las horas más oscuras. También en los momentos
más importantes ha estado y nunca me ha dejado solo…
Cuando decía esto recordé que Jesús me dijo que en todo lugar siempre
hay más de una persona necesitada de Dios. Este auditorio estaba lleno de
personas así. Vi que muchos ojitos se llenaron de lágrimas.
“Él me ha enseñado que hay una gran lucha entre el bien y el mal
―proseguí―. Esa lucha no solo es exterior, sino también interior. Y quienes
queremos que triunfe el bien, debemos luchar contra el mal. Si no luchamos
contra él, entonces somos cómplices de él. Somos tal vez inconscientes de
esa complicidad, pero no por eso dejamos de serlo. Es sencillo, si no
luchamos contra él entonces lo estamos ayudando.
“Imaginen, si un ejército invade mi ciudad y yo puedo disparar contra él,
pero no lo hago, entonces me convierto en cómplice del ejército enemigo. Es
cierto, no actué ni en contra ni a favor aparentemente al no hacer nada, pero
la realidad es que mi falta de acción en contra les dio una ventaja a ellos y así
pudieron invadir con mayor facilidad y destruir la ciudad, cosa que hubiera
podido evitarse si yo hubiera hecho algo al respecto.
“Pero la maldad no es solo externa, sino también interna. Hay cosas que
existen en nuestra vida pero que no queremos que formen parte de ella.
Entonces, esas cosas, hay que expulsarlas, echarlas fuera de casa. Trabajemos
en ello para lograrlo. Habrá personas que te exigirán cambiar para que entres
a su círculo de frivolidad. Pero tú únicamente está dispuesto a cambiar para
entrar en un círculo de amor y humildad. Ese círculo es el que realmente vale
la pena, el otro es basura. Y no queremos generar más basura en este mundo.
“Piensen por un momento si realmente quieren vivir para siempre. Tal vez
sí, pero deténganse otra vez. ¿Quieren hacerlo cargando toda esa maldad
interna? Jesús me enseñó que el pecado no puede entrar al cielo. La santidad
que hay ahí expulsaría a cualquier persona que quiera entrar cargando con
pecados. Por eso era urgente una expiación, un sacrificio, el de Jesús: y valió
la pena ―cuando dije esto miré a Jesús que me observaba muy atento.
“Nadie puede llegar al cielo en esa condición ―continué―, por eso es
urgente deshacerse de manera voluntaria de esa maldad. Solo así se podrá
cruzar la línea. Y como nadie puede hacerlo solo, aquí está Jesús que lo hizo
por nosotros. Además, hay una buena noticia: Cada persona es libre. La
condición del pecado no existe más. Dios rompió las cadenas y abrió la
prisión. Su sacrificio hizo todo eso. Cada persona puede salir cuando lo
desee. Ya no viven más en prisión. Si alguien todavía está ahí es porque
quiere, la puerta ya está abierta. Jesús la abrió y nadie puede cerrarla. Pues
Jesús es quien cierra puertas que nadie puede abrir y es el que abre puertas
que nadie puede cerrar.
“Para finalizar, hagamos cruzada a favor de aquel que todo lo puede.
Unámonos a la fuerza invencible y seamos uno con él. Hagamos campaña
para engrosar las filas del bien y hacer añicos las del mal. Si realmente
deseamos ver cambiar para bien este mundo, solo es posible si tomamos
partido y comenzamos nosotros mismos a realizar ese bien, a trabajar en pro
de ese bien. Y un primer paso es cambiando nuestra manera de pensar
respecto a Dios. Tomemos la decisión de trabajar y servir a las fuerzas del
bien y luchar hasta destruir las fuerzas del mal, primero en nuestro interior y
luego en nuestro exterior. Así sea.
“Antes de concluir quiero decirles que ese Dios del que les hablo se llama
Jesús. Él vale la pena. Por él, vale la pena renunciar a todo lo que soy, lo que
pienso y lo que tengo, que en realidad es nada. Vale la pena entregarlo todo a
él. Entregarle mi vida completa. Vale la pena dar todo por Jesús. Vale la pena
aceptar su guía, pues solo de su mano lograremos cambiar este mundo, si eso
es lo que estamos buscando y si eso es lo que queremos realmente.
“Él ya comenzó a cambiar el mundo dos mil años atrás. Puso su granito de
arena y todavía en este día sigue transformando corazones. Porque cambiar el
mundo significa eso: cambiar corazones. Lograr que un corazón pase de la
oscuridad a la luz y no al revés. Eso es transformar el mundo, transformar las
consciencias, traerlas de la maldad a la bondad. Convencerlas de que el mejor
modo de tener un mundo mejor es haciendo el bien, no el mal.
“Y cómo ha ido Jesús cambiando el mundo. Con sus palabras. Pues cada
persona que escucha atentamente a Jesús y entiende su mensaje, es tocada
profundamente hasta lo más escondido de su corazón, pues su alma recibe
una caricia del cielo que la conmueve hondamente. Solo es cuestión de que le
demos una oportunidad a Jesús. No es un acto de fanatismo, no es un suicidio
intelectual como dicen algunos; es una entrega total a una hazaña
inconmensurable, de proporciones universales: la transformación total y
radical de este mundo. Un propósito que nació, no en un corazón humano,
sino en el corazón de una deidad: del Creador de todas las cosas.
“Y nació porque desea con todo su corazón ver a su creación
transformada. Libre de toda la maldad. Pues este mundo cayó en tinieblas.
Mas un Dios bueno, maravilloso, lo quiere redimir. Y eso no tiene nada de
malo. No tiene nada de insensato querer que el mundo sea mejor. No es un
suicidio intelectual desear que los niños vivan felices sin que tengan que
trabajar. No tiene nada de malo querer terminar con la miseria que hay en
esta tierra, con el dolor y el sufrimiento de las personas. No tiene nada de
malo querer que las personas cambien la maldad por la bondad. Conocer y
aprender de Jesús logrará que la humanidad sea mejor. Sea más sensible, más
piadosa y más humana. Pero esa es una decisión que cada uno debe tomar y
tomar muy en serio, si es que en serio queremos cambiar el mundo. Muchas
gracias.
Terminé así mi pequeño discurso y hubo muchos aplausos. Después me
hicieron algunas preguntas.

―Es muy válido todo lo que comentas ―preguntaba una muchacha que
parecía traer una grabadora en su mano y usaba un gafete con un nombre que
por la distancia yo no alcanzaba a leer muy bien―. Es tu punto de vista y
coincido con muchas cosas, pero dime algo, cómo hacer para seguir
confiando en Dios a pesar de todo lo que te ha ocurrido. Está lo de tu mamá,
tus anterior… em… tus días perdido, etc. ¿Cómo seguir con Dios después de
todo eso?
Entonces respondí usando el micrófono, de modo que todos escucharon:
―Esto es porque en todo tiempo Dios me ha demostrado ser el mejor
amigo que puedo tener. Y el peor error que yo puedo cometer es tener rencor
contra Dios. Ese rencor me va a enemistar con él y todo lo malo que me
ocurra se lo culparé a él, cuando en realidad hay cosas que no dependen de
mí, sino de él. Debo aprender a aceptar su voluntad y confiar en que sus
decisiones son las más acertadas. Cuando empiezo a reconocer a Jesús como
la máxima autoridad en mi vida, es cuando puedo tener la paz y la seguridad
que tanto necesito. La frustración y el dolor por la pérdida de mamá siempre
estarán ahí, en el recuerdo. A veces tendré tristeza, pero yo sé que Jesús
siempre estará conmigo, ahí, para consolarme y para decirme que todo estará
bien.
Alguien agregó otra pregunta:
―¿No crees que creer en Dios atenta contra la razón?
―Por supuesto que no. Su pregunta es muy válida, pero deja de lado un
elemento sumamente importante: el corazón. Todos somos mente y también
corazón. No podemos ignorar a ninguno de los dos ni poner a uno por encima
del otro. Por un lado, está la razón que nos dejará ver y sentir lo crudo y frío
que puede llegar a ser el mundo; incluso nos llevará a cuestionarlo todo. Por
otro lado, está el corazón que pese a todas las circunstancias siempre busca
mirar las cosas con buenos ojos, incluso nos lleva a creerlo todo y desear que
todas las cosas sean reales, verdaderas. Pero hemos querido hacer una brecha
y ponerlos como rivales. Pese a esto, creo que existe una tercera opción, el
camino de la excepción: descubrir que no hay pleito entre ambos, sino que
ellos siempre han mirado hacia el mismo cielo, porque ambos tienen el
mismo Creador.
―¿Cuál es la intención al escribir este discurso? ―preguntó alguien más.
―Lo que acabo de escribir y decir aquí, públicamente, incidirá en el
corazón y la mente de algunos de ustedes. Habrá quienes me hayan puesto
mucha atención y se queden con un pequeño granito de arena de todo lo que
dije. Si es así, habré logrado mi intención. Que no es otra más que mostrarles
mi opinión sobre este asunto y ponerlos a pensar un poco sobre la forma en la
que ustedes están viviendo actualmente y la forma como les gustaría vivir.
Yo no sé qué clase de cosas están ustedes acostumbrados a leer. Pero al
menos lo que respecta a mí, que he elaborado este pequeño discurso, tengo la
intención de hacerles llegar información que los ponga a pensar y también a
sentir. Corazón y razón van de la mano, no hay motivo para quererlos oponer.
Así que, según de lo que lean y según a quién lean, es que se nutrirán su
mente y su corazón.
―¿Crees entonces que la lectura puede acercar o alejar a las personas de
Dios?
―Eso depende de la clase de lector que se esté construyendo hoy en día.
Y también de la clase de escritor. Existe un lector que aborrece a Dios, que
aborrece a su creador y eso es muy absurdo. También hay escritores así. Hay
otro lector que quiere saber más de él, aprender más de él, que está
confundido y busca claridad, entendimiento, comprensión. También hay
escritores así. Por lo tanto, es muy importante saber a qué clase de escritor
nos acercamos para leerlos. De alguna manera lo que se escribe se convierte
en alimento para un lector. Dime qué lees y te diré quién eres. Un lector será
lo que el escritor le inculque. El lector admirará al escritor, creerá en sus
palabras y las tomará como una enseñanza. De algún modo la obra literaria
del que escribe será una panacea, una lumbrera que guiará al lector. Influirá
en sus decisiones. Mi pregunta es: ¿qué clase de influencia quiere dejar en
este mundo el escritor y cuál quiere recibir el lector? Según la respuesta, se
debe pensar y elegir bien lo que se escribirá y lo que se leerá. En nuestra
escritura y en nuestras lecturas, que a fin de cuentas son palabras, puede estar
el destino del mundo. O al menos el de muchos seres humanos.
Alguien preguntó si yo era protestante, mesiánico, católico o a qué
religión pertenecía.
―Ni evangélico ni católico ni musulmán. Soy cristiano porque creo en
Cristo, pero más allá de eso, lo sigo y busco hacer su voluntad cada día.
Además, soy un buscador enamorado de los asuntos de Dios, principalmente
de su palabra, la Biblia. Me gusta aprender de él, conocerlo y procuro hacer
su voluntad cada día. Eso es todo.
Alguien alzó la mano y preguntó qué opinaba de las religiones.
―Jesús me ha dicho que no quiere que tenga una religión. Que tener una
religión no es lo que él busca de nosotros. Si alguien tiene una religión y
realiza las prácticas de esa religión, pero no tiene a Jesús viviendo en su
corazón, es lo mismo que no tener nada. Es lo peor que puede ocurrirnos
como personas, decir que tenemos una religión y no tener a Dios presente en
nuestra vida. Sino solo a veces. Jesús me dijo que prefiere que tengamos una
relación con él, una bonita relación de amistad. Una relación no es lo mismo
que una religión. En la religión me acuerdo de Dios cada quien sabe cuándo.
En cambio, en una relación platico todos los días con él, todas las noches,
todas las mañanas. Le cuento mis problemas, le explico mis puntos de vista.
Me aconseja, me anima a seguir, me muestra las decisiones que más me
convienen. En fin, en una religión no hay nada de eso, pero en una relación
tenemos contacto a diario y personal con el Dios Todopoderoso que es Jesús.
Alguien más alzó su mano.
―¿Por qué Jesús? ¿Por qué él? ¿Por qué aseguras que él es Dios?
―Porque al voltear a ver otras opciones, nos damos cuenta que no hay
nadie más. No existe nadie más. No hay Dios fuera de él. Nadie ha hecho las
cosas que él ha hecho, nadie muerto por la humanidad nunca, solo Jesús. Y si
él vino a mostrarnos el camino, a decirnos por dónde andar, no entiendo por
qué seguimos tan perdidos. Esto se debe a que no queremos renunciar a
nuestra maldad, lo cual nos impide rendirnos ante Jesús. Pero invito a todos
mis amigos a que renuncien al orgullo, los malos pensamientos y la maldad
en general. Cuando lo hagan entonces estarán listo para recibir a Jesús en sus
corazones limpios y puros. Cuando decidan eso, entonces habrán tomado la
mejor decisión de toda su vida. El mundo tendrá otro color y ustedes tendrán
otros ojos, otras manos y otros pies. Tendrán otro corazón y serán felices…
no para siempre, pero sí todos los días. Muchas gracias.
Hubo aplausos y luego abracé a Jesús.

XI

Se organizó una pequeña fiesta saliendo, para festejar. Jesús, Annabella y


Julio la habían organizado.
―Alguien no debería ser tan aburrido. Bailemos ―me dijo Jesús.
Nos pusimos a bailar sueltos.
Luego le pregunté qué opinaba del baile.
―Deben aprender a diferenciar la diversión del pecado. No quiero gente
aburrida ni amargada. No los cree para que fueran así. Están diseñados con
un grandioso sentido de la diversión y el humor porque quiero que se la pasen
bien, que nos divirtamos juntos. Todo se trata de pasarla bien exterminando
el pecado. Si sientes que es diversión, pero te lleva a pecar, apártate. Lo que
no queremos aquí es el pecado. Este es como la muñeca fea con la que nadie
quiere bailar, o peor aún, es como un monstruo y nadie quiere acercarse a
uno. Pero el pecado quiere engañarte haciéndose pasar por algo atractivo y
divertido, pero lo único que pretende es destruirte sin compasión.
Entonces bailamos del modo más sano que nunca me hubiera podido
imaginar. La clave era bailar sin caer en la sensualidad.
Saliendo de la fiesta, ya de madrugada, publiqué en mi Facebook:

Muchos creen que ya no se puede hablar con Jesús, pero la verdad es que,
si él es real, entonces todo es real. La vida eterna, los milagros, el amor, el
Espíritu, todo. Incluso hablar con él y ser su amigo, su mejor amigo. Creer
hace la diferencia: desafía a todos. Cree.

Jesús me dijo:
―Todo el que me sigue y es sincero en esa declaración debe dejar de
hacer lo malo. El que verdaderamente me ama es el que me obedece y no hay
más palabras para decir esto. No se trata de decir las cosas tratando de no
herir a nadie, sino de decir la verdad, las cosas como son. La mejor forma de
decirlo es así y si las cosas fueran de ese modo el mundo sería otro. Pues las
cosas que yo ordeno son sencillas: dejar de hacer lo malo y amar a Dios y a
su hermano.
Esa sería ahora mi forma de vivir. Venían grandes cosas por delante y con
Dios a mi lado, estaba listo para enfrentarlas.
Pasaron varios días y todo regresó a la normalidad.
Una mañana, cuando desayunábamos, me preguntó:
―¿Por qué no has leído la Biblia?
No supe qué responder. No tenía una mirada de reclamo, pero igual yo
sentía sus palabras como tal. Luego se me ocurrió responderle una
barbaridad:
―Es que como tú estás aquí, no pensé que fuera necesario.
―¿Whats? ―así me respondió, con esa palabra en inglés―. Esa respuesta
no está bien. A ver, dime en serio por qué.
―No sé, me parece muy extensa. Aunque tú sabes bien que sí la he leído,
no toda, pero buena parte sí.
―Ajá…
―Está bien, hoy en la noche la leeré.
―¿Qué te parece si dedicas un poco más de tiempo a leer la Biblia? Puede
ser un tiempo especial. Mira, aunque esté aquí sé que lo disfrutarás. En ese
momento puedes leer, alabar, cantar, platicar… ¿qué dices?
Me di cuenta que yo tenía todos los días ocupados.
―¿Cómo le podemos hacer? Tengo la agenda totalmente llena. Ya ves,
lunes escuela, martes también. Y así toda la semana.
Se me quedó mirando, como diciendo que era yo quien debía elegir.
―Ya sé, los sábados por la mañana tengo libre. Y antes de entrar al
whatssap o al feis leeré un capítulo.
Entonces así lo hice. Por eso durante los siguientes días leí todo el
Génesis.
―Wow, es sorprendente ―dije asombrado cuando terminé.

Así pasaron los días.

Un sábado por la noche leí Primera de Samuel dieciséis, donde dice lo de


la vaquita y me reí.

―¿Por qué la risa? ―me preguntó Jesús en tono serio, pero era claro que
bromeaba.
―Es que se me hace muy chistoso pensarte diciendo vaquita ―y me
reí―, disculpa, es que es muy gracioso ―no podía evitar la risa.
Él se puso serio, como indignado, pero luego se rio también.
―Tienes razón, bueno, no deberías sorprenderte, soy Dios, todo lo puedo
hacer ―y me guiñó un ojo.
Seguimos leyendo y más tarde, antes de dormir, Jesús me dijo:

―Esta es nuestra última noche juntos.


―Qué, por qué ―dije alarmado. Tal vez se había incomodado por lo de la
vaquita.
―Tranquilo, no tiene nada que ver con lo de hace rato. Solo que ya debo
irme ―me respondió con serenidad.
―¿A dónde? Creí que nunca te irías de mi lado ―mi voz se había
debilitado.
―Bueno, no será para siempre, desde luego ―y sonrió―. Solo que ya no
me podrás ver. Físicamente estaré con otros hijos que me esperan. Muchas
personas necesitan ver algo de magia para poder creer.
Comprendí que su decisión ya estaba tomada y por más que pataleara no
la iba a cambiar. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Él sabía lo que yo
estaba pensando, pues me abrazó con fuerza. Así lo hizo durante un minuto
más o menos.
―Vamos a hacer algo ―y tomó mis manos―. Un día nos volveremos a
ver, ¿de acuerdo? Cierra los ojos.
En lugar de cerrar los ojos lo volví a abrazar. Ambos comenzamos a llorar.
―Todo va a estar bien ―lo escuché decirme con mucha ternura.
―Pero ya no te veré… ―respondí.
―Aquí seguiré a tu lado, siempre, lo prometo ―y nuevamente tomó mis
manos―. ¿Listo?
―No ―dije y él cerró los ojos. Yo también debía cerrarlos y así, con mis
manos entre las suyas, lo hice. De pronto ya no lo sentí.

Abrí los ojos enseguida y él ya no estaba. Se había desvanecido.


Sentí un vacío muy grande en mi corazón y me puse a llorar. Y lloré buen
rato, no recuerdo cuánto, pero me fui quedando dormido. De pronto escuché:

¿Solo porque no estoy físicamente no hablarás conmigo?, parecía un


regaño.
―Ah, yo… este… ―me sorprendí y me emocioné.
Nada, nada. Descansa. Cuando gustes platicamos. Mañana verás a
Anabella. ¿Se lo vas a proponer? Ella piensa que sí, me lo está diciendo en
este momento. ¡Ups!
Me sonrojé.
―Sí, se lo voy a proponer ―dije y suspiré.
Pensando en eso me fui quedando dormido.
Jesús no estaba en persona, pero su presencia era tan fuerte que casi lo
podía tocar, era como si nunca se hubiera ido.
Y así sería de ahora en adelante.

A cualquier hora y en cualquier momento uno puedo oír la voz de Jesús


que nos dice:

Hey, amigo, hijo, hermano, aquí estoy contigo. Cuéntame qué te pasa, sea
lo que sea, cuentas conmigo.

Es adorable. Luego lo escucho reír y yo también lo hago.

Al día siguiente nos esperaban nuevas experiencias, nuevas alegrías o


tristezas, y yo sabía muy bien que en todas ellas Jesús estaría conmigo.
Comprendí al fin una cosa: que la vida solo tiene sentido si Jesús está
en ella.

Fin

Estas son algunas de las alabanzas que


más me han gustado.

♪Cristo moriste en una cruz, resucitaste con poder. Perdona


mis pecados hoy, sé mi señor y Salvador. Cámbiame y hazme
otra vez, ayúdame a serte fiel. Cámbiame y hazme otra vez,
ayúdame a serte fiel. Cristo moriste en una cruz, resucitaste
con poder. Perdona mis pecados hoy, sé mi señor y Salvador.
Cámbiame y hazme otra vez, ayúdame a serte fiel. Cámbiame y
hazme otra vez, ayúdame a serte fiel♫.

♪Quiero conocerte cada día más a ti, estar en tu presencia y


adorar. Revélanos tu gloria, deseamos ir mucho más en ti.
Queremos tu presencia, Jesús. Al que está sentado en el trono,
Al que vive para siempre y siempre. Sea la gloria, sea la honra
y el poder. Sea la gloria, sea la honra y el poder♫.

♪Hacemos hoy, ante tu altar, un compromiso de vivir en


santidad. Hacemos hoy, ante tu altar, un pacto de hombres que
te quieren agradar.
Con manos limpias, corazón puro para ti.
Cuidaré mis ojos, cuidaré mis manos, cuidaré mi corazón, de
todo lo malo.
De todo lo vano, no te quiero fallar jamás♫.

♪Aunque yo esté en el valle de la


muerte y dolor, tu amor me quita todo temor. Y si llego a
estar en el centro de la tempestad, no dudaré porque estás
aquí. Y no temeré del mal, pues mi Dios conmigo está. Y si
Dios conmigo está, ¿de quién temeré? ¿De quién temeré?
No, no, no me soltarás, en la calma o la tormenta. No, no,
no me soltarás en lo alto en lo bajo. No, no, no me soltarás.
Dios tú nunca me dejarás.
Puedo ver la luz que se acerca al que busca de ti.
Gloriosa luz cual otra no hay. Y terminarán los problemas.
Y mientras llega el fin. Viviremos conociéndote a ti. Y no
temeré del mal. Pues mi Dios conmigo está. Y si Dios
conmigo está, ¿de quién temeré? ¿De quién temeré? No, no,
no me soltarás, en la calma o la tormenta. No, no, no me
soltarás, en lo alto en lo bajo. No, no, no me soltarás. ¡Dios,
tú nunca me dejarás!♫

♪Cuan hermoso eres Jesús, son tus palabras, es tu


amor. Cuan glorioso eres Jesús, es tu poder, fue tu
cruz… la que me salvó, me rescató, un momento ahí
nos dio libertad…. Te doy gloria, gloria; te doy
gloria, gloria; te doy gloria, gloria… a ti Jesús

. Con una corona de


espinos, te hiciste rey por siempre, con una corona
de espinas, te hiciste rey por siempre♫.

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