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Ever Light
No hay amor más grande
que dar la vida por los amigos.
Juan 15:13
¿Estás buscando una amistad sincera, pero no la encuentras? Qué tal si
intentas otra vez, pero ahora con un amigo diferente, alguien que no solo ha
demostrado ser fiel y amoroso, sino que también estará contigo todo el
tiempo y te ayudará en cualquier dificultad. Además, está dispuesto a dar su
vida por ti, es más, ya lo hizo…
También está dispuesto a mostrarte los más grandes secretos del universo y
vivir contigo las más grandiosas aventuras. Por qué no lo intentas. ¿Qué
puedes perder? Nada, al contrario, lo ganarás todo. Yo te contaré cómo ha
sido mi amistad con él. Toda una aventura y más que extraordinaria.
Los verdaderos amigos son para toda la vida. Jesús me mostró que él puede
ser ese amigo, además me hizo ver que su amistad va más allá de lo que yo
pudiera imaginar.
Cuando lo conocí verdaderamente y aprendí sobre su forma de pensar y su
visión de la vida y la humanidad, supe que había encontrado, no solo un gran
amigo para esta vida, sino al mejor amigo para toda la eternidad.
PARTE I
I
II
―O sea, ¿cómo?
Esta respuesta, aunque tonta, corta y rara, me libraba de la pesada carga de
armar una respuesta mejor y le cedía el lugar a él; respondió:
―Todo lo que has pensado ha sido porque sabes que no bromeo. Pero
tranquilo, no te lo digo para que actúes diferente conmigo o te cohíbas. Por el
contrario, solo me interesa ser tu amigo, Ever Satién.
Y desplegó su sonrisota, nuevamente franca y amable. Al mismo tiempo
extrajo otro sándwich de la mochila negra y me lo ofreció. Lo tomé con mi
mano izquierda, con mi derecha comencé a tamborilear sobre mesa. Lo miré
directo a los ojos y supe que hablaba en serio.
―Ok, ok ―dije todavía desconcertado―. Entonces, ¿lo que me estás
tratando de decir es que has decidido manifestarte a mí solo para ser mi
amigo?
Sus ojos me contemplaron con dulzura.
―Sí, claro que sí. Desde hace mucho que te he estado haciendo la
invitación. Pero te has tardado mucho en responder y no es que sea
impaciente, Ever, solo que pensé que, si lo hacía de este modo, tal vez me
tomarías más en serio. ¿Por qué no ser amigos? Yo estoy muy interesado en
ti. Pero una amistad es de dos, así que no haré ninguna presión. Diré esto y
me iré lentamente: Aceptar ser mi amigo es tu decisión. Nos vemos en clase.
Tomó su mochila, se la colgó en el hombro izquierdo y se fue sin decir
más.
III
Qué puedo decir de mí: asisto a una congregación donde se habla de Jesús
como Dios. Estudio, o más bien, estoy comenzando a estudiar la carrera de
Historia. Trabajo por la tardes―noches como cuatro o cinco horas en una
cenaduría ―hasta que se vaya el último cliente―, soy mesero y le ayudo a
mi mamá, pues ella es quien está a cargo del changarro, digo, del negocio.
Descansamos de lunes a miércoles, es lo mismo que decir que trabajamos de
jueves a domingo. Es muy conveniente para poder ir al cine, ya que está más
barato ese día, para ahorrar.
Los sábados por la tarde jugamos futbol con algunos amigos. Los
domingos en la mañana asistimos al templo mi hermano, mi mamá y yo. Creo
en Jesús como Dios y antes de haberme encontrado con él en la escuela
nuestra relación era muy distinta. Sinceramente me había gustado verlo
siempre como amigo, pero no siempre lo hacía. Más bien mi concepto de una
amistad con Dios estaba muy alejado de lo que realmente era.
Estando arriba del árbol comencé a darme cuenta de lo equivocado que
estaba en cuanto a mi forma de percibir a Jesús. Ahí me llevé varias
sorpresas. Él comenzó a hablar:
―Sé que no ha sido fácil creerme, pero te animo para que tengas una
experiencia sin igual. Te propongo una amistad conmigo, si no te agrada
entonces me corres de tu vida y listo. Yo te aseguro que me iré así como
llegué.
―¿A qué experiencia te refieres?
―A que pasemos tiempo juntos, que conversemos, juguemos. Tengamos
algunas pláticas importantes. En fin, que compartamos todo lo que realmente
vale la pena de la vida. Estoy interesado en todo lo que a ti te importa, como
este mango, por ejemplo, ¿se ve rico, no?
Y lo mordió con fruición. Parecía disfrutarlo de verdad. Yo también mordí
el mío y el jugo me encantó, estaba fresco todavía porque no calentaba el sol
del todo. Yo no imaginaba que Jesús pudiera comportarse de esa manera tan
juguetona y sencilla.
―¿Qué dices? ―preguntó esta vez―, ¿te animas?
―Pues ―obviamente me interesaba, pero mi cabeza estaba hecha bolas,
dudando y sin saber qué pensar―, en realidad sigo intentando convencerme
de que esto es real. No es que dude que estés aquí, es tal vez que todo esto
aún es nuevo para mí. No entiendo muchas coas. Pienso que soy la persona
menos indicada para que Dios se me revele en su forma de Jesús. Creo que
me entiendes, ¿cierto?
―Sí, por supuesto que te entiendo. Y te entiendo muy bien. Yo sé que hay
paradigmas en tu cabeza que sencillamente te dicen que algo como esto no
puede ser real. Pero mírame, soy real ―hablaba con ternura, era amable y me
inspiraba mucha confianza.
―Lo sé. Y sé que no estoy soñando, al menos eso creo. E intento creerme
todo esto de verdad, persuadirme de que es real, que tú eres real y quien dices
ser.
―No te apures. Está bien, en realidad es necesario todo esto. Es necesario
que te persuadas, que te convenzas. Y eso también implica una participación
activa de mi parte. Te demostraré que soy real y entonces espero podamos
vencer juntos las grandes neblinas que hay en tu mente. Te dejaré solo para
que puedas tener claridad.
Y desapareció de mi vista.
VI
Durante el trayecto platicamos amenamente. La verdad es que aquel joven
que se autonombraba Jesús era muy ocurrente. Decía cosas tan sencillas y sin
chiste que jamás imaginé que Jesús dijera. Yo más bien pensaba que Jesús
era muy propio y que nunca hablaba de temas como el futbol o la hora de
tomarse las pastillas. Pensaba que con él solo se debía hablar de cosas
importantes y sobresalientes, no de temas sin chiste como meter la ropa o
pagar los recibos de la luz. Pero vaya sorpresa, él parecía más interesado en
esas pequeñas cosas que en otras.
Aunque también abordó cosas importantes que yo no me había propuesto
hablar. Me preguntó cuál era mi mayor miedo. Me quedé callado por unos
segundos.
―Existen varias cosas a las que siempre les he temido, como las legiones
de langostas, los alacranes, las alturas y las gallinas cluecas y coloradas.
Aunque ninguna de esas cosas me causa tanto miedo como la soledad.
―Te entiendo ―me dijo para mi sorpresa y por el tono de su voz supe
que era sincero―. Estar solo es aterrador. Pero debo decirte que hoy en día
eso es solo una opción. Tú eliges estar solo o no.
―Sí, ya sé ―le dije―, tú estás siempre con nosotros. Pero a veces las
personas no quieren estar contigo y tú no puedes obligarlas.
―Yo siempre querré estar contigo ―me dijo mirándome a los ojos―, no
necesitas obligarme.
―¿Por qué? ¿Por qué siempre estás dispuesto a ayudar, aunque a veces las
personas no desean ayuda?
―Sencillo ―me respondió, sonriendo con esa sonrisa sincera que tanta
tranquilidad me trasmitía― yo soy quien más te ama en este mundo ―y su
sonrisa creció aún más―. A que no me alcanzas.
Y echó a correr. Traté de alcanzarlo, pero no pude. Al contrario, me
tropecé y comencé a rodar por una colina empinada. Di vueltas y maromas.
Aterricé en no sé dónde y ya no pude levantarme. Sentí un dolor horrible en
mis piernas y mis manos. Comencé a gritar desesperado y a llorar como niño
desamparado.
Jesús llamó a la ambulancia y fueron por mí. Me sorprendí al oírlo hablar,
lo hacía desesperado. Me sorprendió que estuviera usando celular, o sea,
¡Jesús usando un celular!
―Tranquilo, ya vienen ―me consolaba mientras yo lloraba de dolor sin
poder levantarme.
VII
VIII
IX
II
Solo contaba los minutos para que Jesús regresara. Veía por la ventana a
ver si acaso venía por la calle o la banqueta, pero no. Ya era tarde y el tiempo
suficiente para que volviera. Obviamente que sabía cómo llegar. Entonces
recordé que era nuevo en la ciudad.
No tuve que esperar mucho. Pues escuché que puerta de la entrada de la
casa se abrió y luego oí la voz de Jesús saludando a mi mamá, quien
preparaba algo de comida. Le dijo que yo estaba todavía arriba. Mamá Ruth
lo dijo de un modo sarcástico. “No ha ido a ningún lado todavía”. Y se rieron.
Luego Jesús subía las escaleras, chiflando.
Me emocioné mucho por verlo abrir la puerta. Desde el día anterior no nos
habíamos separado, excepto en la noche, cuando me dormí. Entró al cuarto y
sus ojos se iluminaron al verme.
―¿Cómo sigue el enfermito? ―preguntó y yo estiré mi comisura, dejando
ver una sonrisa discreta.
―Disculpa, pero para ser quien dices ser has tardado mucho en llegar
―dije con seriedad y tristeza.
―Acostúmbrate ―fue todo lo que respondió, acercándose y saludándome
con un zape en la cabeza.
―Lo intentaré, pero de verdad que te extrañé mucho, Jesús ―le dije tan
sincero como pude.
―No debiste extrañarme, no era necesario. Con una sencilla oración me
habrías podido llamar y listo.
―¿De verdad? ¿Habrías llegado enseguida?
―Ever, físicamente estuve ausente, pero espiritualmente nunca me fui.
¿Puedes creerlo? ―mi miraba con sus intensos ojos cafés.
Me quedé callado, masticando sus palabras. Luego entendí.
―Entonces, técnicamente, ¿la culpa de sentir tu ausencia es solo mía, por
creer que estabas lejos?
―Creo que vas entendiendo ―y con su rostro asintió.
Platicamos sobre esto de la ausencia y como es que la mente es muy
poderosa, capaz de creer o no muchas cosas.
―Todo depende de lo que queramos creer ―afirmé―. A mí me
encantaría que nunca tuvieras que irte.
―Concedido ―dijo tronando los dedos y se rio―. Hazme un favor para
que tu deseo funcione: tenme siempre presente en tu mente y jamás me verás
partir. Ever, todo el tiempo estaré contigo tanto como tú quieras. En realidad
tú tienes el control sobre nuestra relación de amistad.
Y me tomó la mano, dándome un pequeño apretón. Luego me miró con
unos ojos profundos. Yo suspiré y le dije:
―Estar cerca de ti es algo peligroso ―declaré como una máxima
importante―. Cuando te ausentas se siente con mucha fuerza que haces falta.
Haberte conocido y saber que eres real es lo mejor que me pudo pasar, pero
ahora tengo miedo de hacer algo que pueda provocar que te vayas.
―Tranquilo ―me dijo susurrando y palmeándome la espalda―, nada de
lo que hagas provocará que me vaya, no temas por eso. Y gracias por el
cumplido. Sé que no estuviste completamente solo. ¿Quieres que hablemos
sobre Ana Lucía?
III
Tengo más de dieciocho años y creo que a esta edad uno ya puede darse
cuenta si una chica es o no el amor de su vida. Según yo Ana Lucía era el
amor de mi vida. La conozco desde que vivía en una colonia cerca de la mía.
La amé desde que la vi. Es la chica más hermosa del mundo. La amo con
todo el corazón y no creo que vaya a conocer a una muchacha mejor que ella.
Tiene todo lo que pido en una mujer: es bellísima, creativa, tiene un carácter
que me intimida, pero al mismo tiempo me gusta mucho. Es maravillosa.
Para muchos seguramente estoy exagerando, pero a veces es necesario
exagerar las cosas para que las personas puedan darse una idea de lo que
estoy hablando. Es hermosa y me encanta oírla hablar.
Quisiera que me acompañara al templo para que mi mamá no vea mal
cuando le diga que quiero casarme con ella.
Le platiqué todo esto a Jesús y él me escuchó atentamente. Nadie me había
puesto tanta atención como él lo hacía. Estaba pendiente de cada palabra y
cada gesto de mi cara. Me sorprendía su paciencia. Era como si pudiera
estarme escuchando durante toda la vida y eso no lo cansara.
Me imagino que cuando de verdad quieres a alguien eres capaz de oírlo
aunque diga puras cosas sin importancia. Eso demuestra cuánto amo a Ana,
pues puedo escucharla todo el tiempo sin cansarme. Aunque a veces me he
quedado dormido al teléfono. Y acá entre nos, como dos o tres veces he
puesto una grabación que se repite cada veinte o treinta segundos, que dice:
“Ajá, sigue, te escucho”. Y Ana ni cuenta se había dado, cosa que espero
nunca ocurra, sería muy vergonzoso y la haría enojar mucho.
Pero Jesús estaba ahí, en persona, al pendiente de todo lo que yo decía y
hacía. Entonces le pregunté:
―Tú ya sabías que te diría todo esto, ¿verdad?
―Sí, por qué.
―Me gustaría saber por qué me oyes con tanta atención.
―Porque me importas. Me importas de verdad. ¿No te agrada?
―preguntó amable.
―Claro que sí, muchísimo ―admití sonriendo―. Y te lo agradezco.
Nadie me había oído con tanta atención como tú. Todos me dicen que estoy
endiosado o algo así con Ana. Que reaccione, que aterrice. Que ella no es la
indicada para mí. Pero pienso que todos ellos son envidiosos o tienen coraje
porque la chica más hermosa del mundo se ha fijado en mí. Tú en cambio
solo me oyes y me comprendes. Eres muy bueno, Jesús.
Y sonrió ampliamente, pero no dijo nada.
―Tú también conoces a Ana ―continué―. Y tú eres Dios, sé que lo que
tú opines de ella es diferente a lo que opinan los demás. Tú amas a Ana tanto
como a mí. ¿Cierto?
―Sí, es cierto.
―Entonces, qué opinas sobre ella. ¿No es acaso la mejor chica del
mundo?
Sinceramente creí que Jesús me diría lo que yo quería escuchar, pero fue
todo lo contrario, al grado de que ya no quería que siguiera hablando porque
me ponía triste.
IV
―Amo a Ana tanto como a ti. Y también morí por sus pecados para
salvarla. Pero ella actualmente no está interesada en mí. Te digo esto no
porque quiera exponerte su vida, sino porque sé que tú estás sumamente
ilusionado con ella y tu ilusión es sincera. Lo que siente tu corazón es muy
fuerte y piensas que tu verdadera felicidad es al lado de ella. Pero antes de
continuar quiero preguntarte una cosa: ¿estás dispuesto a seguir
escuchándome, aunque las cosas que te diga no endulcen tu oído?
Me quedé en silencio. Mi respuesta, obviamente, era no. Pero temía
decírselo, ofenderlo. Si aquel joven realmente era Jesús y quería ser mi
amigo, yo entendía que él quería lo mejor para mí, aunque yo no lo viera así
por el momento. Por otra parte, si no era Jesús y había estado mintiendo
durante todo ese tiempo (cosa que había hecho muy bien, pues ya no me
gustaba la idea de que no fuera Jesús, pero debía sopesar igualmente esa
idea), sus motivos para decirme aquellas palabras eran engañosas,
fraudulentas. Sin embargo, algo en mi corazón me decía que él era quien
decía ser. Negarlo era solo para evitar que me siguiera diciendo cosas que no
me gustaban. Pero si yo admitía que él era quien decía ser, entonces también
debía admitir que tenía razón en lo que decía sobre mi relación con Ana.
―¿Qué piensas? ―lo oí preguntarme.
―Tú sabes lo que pienso ―respondí en voz baja y sin mirarlo a los ojos.
―Salgamos ―dijo sin más y me tomó en brazos, sentándome en la silla
de ruedas. Luego me bajó por las escaleras despacio, en la misma posición
como me subió, pero ahora íbamos hacia abajo.
Le avisó a mi mamá que no tardábamos y nos fuimos a la calle.
Me llevó al parque más cercano. En el trayecto permanecí callado. Él
buscó una buena sombra de árbol. Encontramos una debajo de unos
frondosos robles. Ahí había una alargada banca de madera. Se sentó y me
colocó a su lado. Tocó mi mano y me hizo reaccionar:
―¿Qué pensaste en el camino hacia aquí? ―había luz en su mirada y
ternura en su voz.
Yo sentí que reaccionaba de un sueño profundo.
―Confío en ti. No dudo que seas quien dices ser. Solo que algunas cosas
me gustaría decidirlas por mí mismo.
―Respeto tu decisión. Pero deseo hacerte la siguiente proposición y me
gustaría que juzgaras por ti mismo. ¿Crees que no puedo ser un buen
consejero a pesar de que sé todas las cosas? Sé, por ejemplo, lo que podría
ocurrir si tomas una decisión u otra. Conozco todas las probabilidades, las
consecuencias, los resultados. Todo. Y tienes acceso a esa información si así
lo deseas.
Aquella objeción me desarmaba. Si él lo sabía todo, también sabía lo que
me convenía y lo que no.
―Ever, ¿por qué crees que quiero ser tu amigo?
―Pues… ¿porque me amas? ―me di cuenta que respondía de un modo
muy seco. Algo en mi interior se había puesto a la defensiva y le estaba
respondiendo a Jesús de modo cortante o al menos de un modo muy serio.
―¿Solo por eso? ¿Qué significa que te amo?
Pensé sin mirarlo a los ojos.
―Que te preocupas por mí. Que te interesan mis cosas, mis problemas,
mis mañanas y tardes. Que te importo y deseas lo mejor para mí.
―Ahora dime algo, sabiendo todo esto y entendiéndolo. ¿Prefieres que no
intervenga en tu relación con Ana?
Volví a quedarme callado. Me respuesta sería una puerta abierta o cerrada
para Jesús. ¿Y quién era yo para no dejarlo participar en mi vida?
―Sé lo que vas a decirme ―respondí luego.
―¿Qué voy a decirte? ―preguntó en tono tranquilo, sin dejar de ser tan
lindo.
―Que me aleje de ella, que no me conviene.
―¿Por qué crees que diré eso? ―me preguntó serio y compasivo.
―Porque no es cristiana.
Lo vi arrugar la frente un poco.
―¿Qué significa ser cristiano?
Cuando hizo esa pregunta tuve unas inmensas ganas de llorar y no sabía
por qué. Era la presencia de Jesús, sus ojos, su voz y su mirada que me
embargaban de una calurosa emoción. Y un sentimiento oprimido en el pecho
quería salir a flote.
―Mira ―me dijo, como queriendo cambiar un poco de tema, sabiendo lo
que yo sentía―. Recuerdas cuando te dije que mi interés por ti ocultaba una
intención.
―Sí, claro que la recuerdo.
―Esa intención es lo que está ocurriendo ahora mismo. Quiero intervenir
en tu vida. Quiero ayudarte a tomar decisiones correctas. Quiero influir en ti.
No te la dije antes porque quizás no ibas a querer aceptarme, pues a lo mejor
no estarías dispuesto a dejarme participar en tus decisiones. Pero no hay más
secretos. Quiero involucrarme en tu vida, en tus decisiones, no para llevarte
la contra y hacerte la vida difícil. Por el contrario, quiero intervenir para que
tomes las mejores decisiones y todo sea más sencillo para ti en la vida. Pero
tal vez tú no quieras eso. Ahora me gustaría que, sabiendo esto, me dijeras
que significa para ti ser cristiano.
―Es… amarte y obedecerte.
Él sonrió. Su sonrisa me ponía la piel de gallina.
―¿Por qué obedecerme?
―Pues porque… tú eres Dios.
―A ver, a ver, qué significa que yo sea Dios ―su rostro expresaba una
duda genuina.
―Vamos, Jesús, el interrogatorio es pesado y no soy muy brillante que
digamos. Tú sabes todas mis respuestas.
―No se trata de lo que yo sé ―comentó con paciencia, queriendo
ilustrarme con una verdad desconocida para mí―, pues sé muchas cosas, sino
de lo que tú piensas sobre mí. No es lo mismo que yo lo sepa a que tú lo
sepas. Tal vez yo sé tus respuestas, pero, ¿tú las sabes? ¿Antes te has hecho
estas preguntas?
Reflexioné un poco.
―No que yo recuerde. Pero voy a ser sincero entonces… pienso que estoy
tratando de evitarte. De esquivar lo que quieres decirme si ello va contra lo
que yo quiero escuchar ―mi respiración estaba agitada.
―¡Bravo! ―dijo efusivo, poniéndose de pie y batiendo las manos.
Algunas personas que caminaban alrededor lo miraron y yo me escandalicé,
jalándolo para que volviera a sentarse. Lo hizo riéndose―. Al fin te das
cuenta. Y me alegra que lo reconozcas. No pasa nada, no tiene nada de malo
que lo reconozcas. Ya sabía que ese era el problema. Y ahora que hemos
avanzado un poco, pregunto, pequeño Ever, ¿prefieres que dejemos el tema
para otro momento o quieres enfrentarlo ahora mismo? Algo no anda bien en
ese corazón ―me miraba con dulzura.
Entonces las lágrimas que acechaban se me desprendieron de los ojos, no
supe la razón exactamente. Lo que él dijo me conmovió. Además miré su
rostro sereno y compasivo. Solo me vio llorar y esperó. Llevé mis manos a
mis mejillas y traté de enjugar mis lágrimas.
―Ever, ven ―y me abrazó en la silla.
A mí me hacía mucha falta ese abrazo. Luego me tomó de las manos y me
dijo que me levantara. Yo, contra todo sentido lógico, me aferré a la silla,
pero luego entendí que estaba a su lado. Me jaló despacio y mis pies tocaron
tierra. Para mi sorpresa no me dolía el pie ni el brazo. Era como si nunca me
hubiera quebrado nada. Me puse de pie.
―Así sanaremos ese corazón, como sanarás esas piernas y ese brazo
quebrado. Ever ―me dijo, invitándome a caminar―. No quiero romper tus
ilusiones, tan solo deseo evitarte el sufrimiento. Ever, jamás te mentiré.
Jamás te haré daño, jamás te lastimaré. ¿Me crees?
Me miraba buscando mis ojos. Cruzamos nuestras miradas. Aquella era la
mirada más sincera que había visto en toda mi vida.
Yo pensaba en lo que Jesús me diría, que Ana Lucía no me convenía, que
ella no buscaba a Dios, ni siquiera por compromiso conmigo. Que los frutos
que estaba dando en su vida no correspondían a los de una chica que me fuera
a hacer feliz. Pero yo la amaba y tan solo pensar en que debía dejarla me
llenaba de miedo y terror. A quién hacerle caso, ¿a mi corazón o a mi amigo
Jesús?
VI
VII
VIII
IX
Dormí como un bebé y soñé que podía correr veloz y que podía ir de un
lugar a otro. Durante el sueño experimenté una libertad que nunca antes había
sentido. Me sentí lleno de dicha, pleno; el aire llenaba mis pulmones, como si
nada fuera imposible para mí.
Cuando desperté, Jesús ya no estaba. Miré el reloj de mi celular y ya eran
las once de la mañana. Seguramente no me quiso despertar y había partido
hacia la escuela. Las clases comenzaban justo a las once.
Mi hermano andaba a la escuela y posiblemente mi mamá estaba haciendo
de comer. La mañana me dio tiempo para pensar en las cosas que habían
ocurrido el día anterior. Mi madre subió y me halló despierto. Me dijo que
había hecho varios rondines, pero que siempre me había visto dormir. Me
preguntó cómo me sentía.
―Estoy muy contento, mamá ―le dije con los ojos abiertos y la voz
rebosando de alegría.
―Menos mal, mi tesoro ―comentó ella con su habitual ternura―. Yo
aquí te dejaré tu comida. No me quedo más tiempo contigo porque iré al
mercado a comprar algunas cosas. Cuando venga Jesusito me ayudará a
comprar el resto para ponernos a preparar los platillos de la cena.
―Sí, está bien.
Mi mamá se fue. Entonces recordé lo que Jesús me había dicho el día
anterior. Que yo nunca estaba solo, sino solo físicamente, pues
espiritualmente él siempre estaba a mi lado.
―¿Estás aquí? ―pregunté en voz alta. Pero no hubo respuesta en varios
minutos. Así pasaron los minutos y las horas. No entendí nada, ¿cómo
funcionada todo aquello? ¿De qué manera se podía acceder al Espíritu de
Dios, al Espíritu de Cristo?
¿Tenía yo fe al dirigirme a él? Mi respuesta era sí. Pero entonces, por qué
no me respondía. Lo cuestionaría cuando regresara entonces. Volvió como a
las tres de la tarde. Había ido por sus cosas a la casa anterior donde había
rentado.
Me puse contento de verlo llegar nuevamente. Venía cansado y asoleado.
Miré también en sus ojos cierta preocupación.
―¿Qué pasa? Noto que estás algo intranquilo ―dije, mirándolo desde mi
cama.
―No tengo dinero y tampoco trabajo para pagar la renta de tu mamá. Creo
que debo buscar un lugar donde trabajar.
―Creí que ya habíamos quedado en que trabajarías aquí, con mi mamá.
Aunque no sabía que Jesús tuviera que trabajar para subsistir.
―Bueno ―dijo simpático― hay que hacer las cosas por lo derecho, sin
ventajas. Siempre y cuando sea posible, ¿no crees?
―Sí, tienes razón. Pero ya está resuelto ese asunto. Trabajarás con mamá.
Ahora dime algo, ¿cuándo usarás tus poderes? ―ya quería saber su respuesta.
―Mis pode… ah… pues a su debido tiempo los usé, los estoy usando y
los volveré a usar cuando sea necesario.
Sus respuestas eran demasiado enigmáticas. Creí entender a qué se refería
así que no le pregunté más. Pero sí hice otra pregunta:
―Jesús, tú me dijiste que tal vez no estabas conmigo todo el tiempo de
manera física, pero que siempre lo estarías de manera espiritual.
―Así es. Imagino que lo preguntas porque en la mañana intentaste
llamarme y no respondí, ¿cierto?
―Sí, exacto. Y quisiera saber cómo hacerle para poder hablar contigo de
manera espiritual. Espera, ¿entonces sí me escuchaste en la mañana?
―Sí, pero la clase de historia medieval estaba en su punto más álgido. No
podía dejarla de lado…
―¿Qué? Yo me sentí solo y tú lo sabías, ¿pero preferiste la clase medieval
más que a mí?
―Es broma. En realidad debes practicar más la comunicación espiritual.
Sí escuché tu llamado, pero faltó algo para que este fuera eficaz. Mira, vamos
a hacer una prueba. Me saldré del cuarto y tú me hablarás, primero con la
voz, ¿de acuerdo?
―De acuerdo.
Él salió y entonces lo llamé:
―Jesús, ven por favor ―dije en tono de súplica.
Enseguida él llegó.
―Saldré otra vez, pero ahora me llamarás con tu espíritu, de acuerdo.
―Ok, lo intentaré ―dije sin saber bien lo que haría.
Salió y le hablé en mi mente: “Jesús, ven por favor”. Pero no llegó.
Entonces lo dije otra vez en mi mente: “Jesús, ven por favor”. Tampoco
llegó.
Alcé mi voz y dije:
―Jesús, ven por favor.
Al instante él entró. Miré su rostro cuestionándome, yo no supe qué decir.
―Analicemos qué falló.
―No lo sé, según yo te llamé con mi espíritu, pero tú no llegaste. En qué
fallé.
―En realidad me llamaste con tu mente, no con tu espíritu.
―¿Cómo se te llama con el espíritu entonces?
―Búscame en tu interior. Y entonces trata de conectarte conmigo. Con mi
Espíritu. No digas siquiera mi nombre, solo siénteme en tu búsqueda. Tu
espíritu llamará a mi Espíritu y podremos comunicarnos a través de tu mente.
¿Sí me explico?
―Sí, creo que sí. Intentémoslo de nuevo ―comenté entusiasmado.
Él salió y yo cerré mis ojos. En la oscuridad completa mi mente comenzó
a viajar, pero no era mi mente, sino algo distinto, una fuerza diferente: mi
espíritu. Entonces busqué a Jesús y oí su voz:
―Aquí estoy ―me dijo. Abrí los ojos y ahí estaba de pie. Pero supe
entonces que no había hablado, me había dicho aquellas palabras a través de
mi mente.
“¿Es posible esto?”, le pregunté a través de mi pensamiento.
Él se acercó y me miró a los ojos. Luego oí su respuesta sin que dijera
ninguna sola palabra con su boca:
“Sí puedes creerlo, entonces es posible”.
―Pero ya, dejemos esto para cuando no estemos juntos ―me dijo en voz
alta―. Quiero contarte que ahora en la escuela vimos sobre mitologías.
Conocí a un muchacho que se llama Julio, tiene dieciocho años y parece muy
bueno en Historia. Además usa lentes y es muy nerd ―aseguró―. Comencé
a juntarme con él para que nos pase la tarea cuando me quede a cuidarte
―que dijera aquello me hizo gracia, pero no comenté nada porque él siguió
hablando―: Por ahí he escuchado que deseas ir al partido de futbol que
tendrán el sábado los chicos del templo. Vamos…
El viernes fui a un chequeo con el doctor y el sábado, durante el partido de
futbol, miré algunos amigos.
Me desearon que me recuperara pronto. Joseph era el capitán del equipo.
Les presenté a Jesús.
―Él es el muchacho del que les platiqué, ya me dijo que nos acompañará
a los cultos ―cuando dije esto miré de reojo a Jesús, él sonrió solamente.
―Hola, mucho gusto ―le dijo Joseph―. ¿Te gustaría tomar el lugar de
Ever en el equipo mientras él se recupera?
―Sí, por qué no ―respondió Jesús. Se puso mi camiseta número 17.
Mientras él jugaba yo buscaba conectarme con su Espíritu y lo animaba
diciéndole que era el mejor jugador. Él me respondía que iba muy bien con
mi entrenamiento. Durante el partido pude ver a muchas personas que asisten
al templo, pues seguido van a vernos jugar.
Yo escuchaba a las chicas echarle porras al equipo así que también yo lo
hacía. Jesús era sin duda un experto en futbol, traía a todos barridos. Luego
escuché en mi mente su voz:
“Creo que estoy jugando demasiado bien, podrían sospechar. Jugaré como
lo haces tú”. Y entonces comenzó a cometer faltas.
Le dije que no era justo, yo no jugaba así. Me respondió que solo estaba
bromeando. Al final ganamos cinco a uno.
Todos amaron y ovacionaron a Jesús porque él fue quien metió los cinco
goles.
Por la noche conversamos bastante rato. Yo me senté sobre la cama y
Jesús en la suya, bueno, la de Adrian. Recuerdo que le hice un comentario
sobre las decisiones y Dios.
―Juzga tú mismo ―me decía―, ¿tiene sentido creer en Dios y no
tomarlo en cuenta para nada en tus decisiones? No se trata solamente de lo
que yo quiero hacer contigo, sino también de lo que tú haces conmigo al
enterarme de tus sueños y deseos o bien, ignorarme y no tomarme en cuenta
para nada. ¿Estoy siendo fuerte con lo que digo?
―No ―le respondí―, eres genial con lo que dices. Es duro, pero es
cierto. Y dices las cosas del modo que siempre creí que las decías.
―¿Cómo las digo?
―Con autoridad. Y eso me encanta.
―Está bien. Pero lejos de lo que yo quiero, dime, qué sentido tiene creer
en mí y no tomarme en cuenta en tu vida. ¿Qué diferencia hay entre creer y
no creer entonces?
―Supongo que visto de ese modo no hay diferencia.
―¿Hay otro modo de verlo?
―Supongo que no.
―¿Lo supones solamente o crees que es un hecho? Hijo ―y cuando dijo
esa palabra me vibró el cuerpo. Que me dijera así me hacía sentir sumamente
especial―, quiero hablar contigo en los términos más sinceros que existen.
Te abriré mi corazón y deseo de verdad que también tú lo hagas. Todos mis
anhelos y esperanzas se centran en ti en este momento. Quiero que sepas que
para mí, ahora, en este momento, eres lo más importante. Y mi mayor deseo
es yo serlo para ti también.
―Ah ―dije entendiendo perfectamente el punto―, de esto va todo. Tú
―y cada vez entendía mejor― quieres que yo te dé la misma importancia
que tú me das a mí. Que esté dispuesto a dar la vida por ti así como tú por mí.
¡Wow!, ¿por qué entiendo esto ahora, Jesús?
―Sin las conversaciones entre tú y yo es más difícil y tal vez antes no
habíamos conversado mucho, ¿o sí?
―Tienes razón. Ahora me siento mal, pues expones el mal
comportamiento que he tenido hacia ti. Pero a veces me es difícil.
―Solo quita toda distracción y verás que no será tan difícil. Yo siempre
estoy aquí.
―Me gusta mucho cuando dices eso.
―Y a mí me gusta mucho que tú digas eso ―dijo riéndose―. Ven ―y
me volvió a abrazar. Me di cuenta que a él le gustaba mucho abrazarme. Y
saberme rodeado por él hacía que me sintiera protegido, como si el mundo
pudiera explotar en ese momento y yo tener la seguridad de que no me
ocurriría nada porque él estaba conmigo.
―Ahora dime cómo te sientes ―me preguntó, luego de separarnos.
―Mucho mejor. Con solo oírte me siento bien. ¿A qué se debe eso?
―Creo que tú puedes contestarlo. A mí me gustaría decirte, pero sé que tú
puedes deducirlo.
―Ok ―dije y mi mente se puso a trabajar―. Me siento bien porque dices
verdades. Y estas provocan en mí una seguridad, una certeza de que estoy en
lo correcto. ¿Algo así?
―Sí, algo así. Y también te sientes bien porque tu alma reconoce mi
presencia y mis palabras son vida y agua fresca que reconfortan tus huesos,
pues la materia de la que estás hecho también sabe cuál es su origen. Pero
principalmente es el diseño, el modelo existente en ti que me reconoce.
Recuerda: “hechos a imagen y semejanza de Dios”. Ese molde sabe que lo
que digo se ajusta a lo que necesita, porque para ello fue creado, para estar
junto a mí y para oír mi voz, mis palabras.
Eso explicaba claramente por qué me sentía tan bien a su lado.
―Ahora hay que dormir, mañana hay mucho que hacer ―me dijo.
Me dio otro abrazo y me ayudó a acostarme.
Dormité unos segundos y luego me quedé profundamente dormido. Soñé
que volaba. Comencé a caer en picada y tuve miedo. A un lado mío Jesús
también caía en picada y me decía:
“Caeremos juntos”.
Entonces ya no tuve miedo de caer, pues sabía que él estaba conmigo.
Antes de caer en tierra desperté. Estaba oscuro todavía, sentí que había
dormido mucho tiempo, pero en realidad solo habían pasado algunos veinte
minutos.
Jesús estaba a mi lado, tomando mi mano. Me preguntó qué había soñado.
Le dije mi sueño y sonrió:
―También yo soñé eso ―me dijo con una sonrisa.
―Hablemos de nuestros sueños ―me prepuso y yo acepté.
El sueño se había espantado.
Le dije que soñaba con un mundo donde existiera solo el bien y donde las
personas en lugar de propagar odio, propagaran amor.
Luego él me dijo su sueño:
―Yo ―decía― sueño con un mundo donde todos me amen. No un
mundo donde yo los ame, pues yo los amo desde antes de la fundación del
mundo. No quiero eso porque a mí me haga falta amor, sino porque a ellos
les hace falta amarme. Si aprendieran a amarme nunca más volverían a
derramar una lágrima de tristeza.
Después de esto seguimos platicando. Yo creo que esa noche hablamos
durante unos cuarenta minutos más.
Durante la siguiente semanas Jesús iba a la escuela y cuando volvía me
ponía al día sobre lo que habían visto en clase. Pese a considerarme un
creyente comprometido, Jesús me hizo ver que mi manera de creer y de vivir
lo que creía dejaba mucho que desear.
A menudo las charlas nocturnas con él se extendían hasta el amanecer.
Puedes hablar y hablar con él porque todo lo que dices y todo lo que él dice
es importante. No porque nos sintamos importantes, sino porque él es
importante y porque dice que para él nosotros somos importantes. Cuando
estás con alguien con tremenda autoridad te das cuenta que dice la verdad y
que él tiene la última palabra y él decide lo que es cada cosa. Había algo en
su voz que me hacía tenerle tanta confianza y sentirme tan bien a su lado.
Comenzamos a vivir una hermosa relación que me estaba cambiando sin
darme cuenta. Antes de que él llegara mi vida avanzaba sin rumbo, sin timón.
Ahora él le daba sentido, propósito. Cambiaba mi perspectiva del mundo y
comenzaba a cambiarme desde adentro. Había perdonado mis horrores y lo
volvería a hacer una y otra vez porque yo era el más cabeza dura de todos los
cabeza dura. Y su amor nunca se acaba. ¿Pero acaso debía sufrir más dolor
para entender lo que ya sabía?
Que la mejor decisión que había tomado en mi vida había sido
convertirme en amigo de Jesús.
Durante la noche del siguiente sábado nos pusimos a cenar. Antes de dar
gracias al Señor por los alimentos, mi mamá habló.
―Jesús, ¿tú crees en Dios? ―preguntó directamente.
La pregunta me hizo mucha gracia y esperé la respuesta de mi amigo.
―Así es, mamá Ruth, yo soy hijo de Dios ―contestó Jesús y volteó a
verme, guiñando un ojo y sonriendo.
Aquella respuesta tuvo mucho significado para mí, no sé si fue igual para
mi madre, pero la oí decir:
―Me alegro mucho. Nuestro Señor Jesús murió por todos nosotros, su
amor es infinito y todo hombre en la tierra que comprenda esto no puede más
que postrarse ante él y darle gracias ―mamá no perdía oportunidad para
evangelizar.
―Coincido con usted, mamá Ruth, yo estoy muy orgulloso de portar el
nombre de Dios.
―Ah, es verdad. Estoy tan acostumbrada a oír el nombre de Dios en las
personas que olvido que se llaman como él. ¿Podrías dirigir una oración de
acción de gracias por los sagrados alimentos, cariño? ―lo trataba también
como a un hijo. Eso me daba un poco de celos, pero como se trataba de Jesús,
los ignoraba.
―Cerremos nuestros ojos y tomemos nuestras manos ―hicimos un
círculo con las manos unidas―. Amado Dios y Padre Santo, muchas gracias
te damos por los alimentos que nos concedes este día, bendícelos y
santifícalos. En el nombre de Jesús, amén.
Todos dijimos amén, incluso Adrian, que a veces se mostraba renuente a
orar.
Cenamos muy rico y luego fuimos a dormir, esperando con ansias a que
amaneciera. Pero antes de pegar los ojos le comenté a Jesús una idea que me
parecía muy curiosa:
―¿Por qué eres tan bueno? ―pregunté de repente.
―¿A qué se debe tu pregunta? ―me respondió con otra pregunta y se veía
que ya se quería dormir.
―Pues… me pongo a pensar en que nosotros, gracias a mamá Ruth, te
damos gracias por los alimentos y nunca has permitido que falte de comer en
nuestra mesa. Pero hay muchos lugares donde no te agradecen nunca, ni por
no dejar. Y tú les das siempre de comer.
Su sueño pareció espantarse brevemente y se sentó sobre la cama.
―Es necesarios que sea así ―respondió―. El amor no es condicional,
hijo. Amar a alguien no es lo mismo que tenerle solamente cariño. Yo amo a
todos, y las obras que hago son para todos, tantos creyentes como no
creyentes.
―Con razón. Tú haces que caiga lluvia para todos. Riegas la tierra a su
tiempo y de ella nace todo lo que comemos. Gracias a ti existe el alimento
que cada ser en la tierra lleva a su mesa. ¿Por qué no todos se dan cuenta de
ello?
―No hay comunión todavía entre ellos y yo ―miré un dejo de tristeza en
sus ojos―. Y créeme que esa falta de comunión no es por parte mía. Yo soy
muy enfadoso y seguido les llamo a la puerta, pero no me dejan entrar. Y
quisiera que me inviten a su mesa y me den gracias, pero aunque no lo hagan,
de todas maneras seguiré regando la tierra y seguiré dándoles de comer para
que no tengan hambre. Aunque…
―¿Aunque qué? ―se había quedado callado y me tenía expectante.
Se rio un poco.
―El alimento físico no lo es todo. Sabes, lo que hace falta para que una
persona pueda darme gracias en su mesa es que esté saciado de alimento
espiritual, alimento para su alma. Cuando se haya saciado de ese alimento
entonces también tendrá la sensibilidad de dar gracias por el alimento físico,
ya verás.
Supe que por algo me decía aquellas palabras, aunque en ese momento no
entendí por qué. La plática se dio por concluida y nos acostamos a dormir.
Al día siguiente era domingo y fuimos al templo. La congregación se
reunía a las diez de la mañana. Fue la mayoría de los hermanos. Jesús y yo
llegamos muy temprano, apurados por mi mamá. Nos dieron un lugar al
frente y Jesús se quedó a mi lado como mi amigo invitado.
―¿Qué sientes por estar en un lugar donde se viene a rendirte culto como
Dios todopoderoso, a exaltarte y glorificarte? ―le pregunté.
―Me encantaría decirte lo que deseas oír y que eso fuera verdad. Sin
embargo, aunque muchos vienen con el corazón contento por estar conmigo,
en mi casa, siento cierta aflicción por los que vienen atados, llenos de cargas
y preocupaciones. Ellos todavía no han comprendido mi mensaje. Mi muerte
no fue en vano. Di mi vida por ellos. Sufrí para que ellos, al creer en mí, no
sufrieran nunca más. Me encantaría que pensaran más en mí que en sus
problemas. Que pasaran más tiempo conmigo que con sus preocupaciones. Si
así fuera veríamos más caras sonrientes cada día. Pero quiero decirte que mi
alegría y gozo consisten en transformar el pensamiento y el corazón de los
hombres, en ayudarlos a pasar de las tinieblas a la luz. Hoy romperemos
cadenas.
PARTE III
I
II
III
Durante las clases lo escuché dar su punto de vista sobre diversos temas.
Era bastante brillante en sus participaciones. Yo lo escuchaba hablar y me
asombraba. Conocí, entre clases, al famoso Julio, el nuevo amigo de Jesús, un
verdadero nerd. Cuando tuve ese pensamiento Jesús me miró y yo le sonreí,
luego le expresé a Julio mi verdadero gusto en conocerlo.
Las clases transcurrieron tranquilas, pero cuando tuve la última clase con
el profesor Robles ocurrió algo inesperado. Me dijo que ya tenía falta, pues
para él no era válido el justificante por mi accidente. Que lamentaba mucho
mi situación, pero no había nada qué hacer al respecto. Estaba a punto de
marcharse cuando Jesús intervino por mí.
―Profesor, yo lo mantuve al corriente, le pasé todos los apuntes y está al
tanto del avance de los temas. Solo fueron dos semanas.
―Lo siento, las faltas ya están puestas y no se quitarán. Le aconsejo que
no vuelva a faltar ―me dijo con severidad.
Jesús añadió:
―Pero profesor, se rompió las piernas.
―Con mayor razón, debe tener mucho cuidado para evitar ese tipo de
accidentes, pues en mis clases ni la muerte puede valer como justificante.
―No me parece justa su postura, profesor ―comenté yo―. Pediré hablar
con el director.
―Hable con quien quiera, joven Ever. Que pase buen día ―y se fue sin
decir más.
Pedí ver al director. Julio y Jesús me acompañaron.
Por desgracia el director nos dijo que cada maestro tenía su propia forma
de trabajar. Que él no podía hacer nada al respecto. Que lo lamentaba mucho
y me aconsejó que no me echara de enemigo al profesor Robles. Entonces
salimos de su oficina muy desanimados.
Con las faltas que tenía sin duda reprobaría el primer parcial en la materia
del profesor Robles.
Nos despedimos de Julio. Jesús y yo nos fuimos caminando a casa, pues
quería aprovechar el tiempo para estirar las piernas y también hablar con él.
Lo miré a los ojos.
―¿No podrías hacer algo para que esas faltas desaparezcan de la lista? Tú
sabes, algún borrón, como si nunca hubieran estado ahí.
Le estaba proponiendo que hiciera alguna clase de magia para quitarlas. Él
sabía mi intención desde antes que lo mencionara siquiera.
―Mi amado Ever, ya has de imaginar mi respuesta. Las posibilidades de
hacer algo así son muchas, pero vamos a hacer lo correcto. El profesor
Robles es un hombre muy estricto, le hace falta estar en los zapatos de sus
alumnos, ser más empático y sensible. Créeme, no es trampa lo que vamos a
hacer para que esas faltas desaparezcan, sino darle lo que le hace falta a su
vida.
―¿Qué es?
―Amor.
IV
VI
VII
Esos días la pasé muy a gusto. Si bien la vida era rutinaria, Jesús le daba
un toque especial a cada día solo por estar ahí, a mi lado. Comencé a notar lo
distinto que eran mis días con su compañía.
Asistir a la escuela, trabajar en la cenaduría con mamá, Jesús y Adrian era
genial. Orar por las noches o cantar algunas canciones para Jesús, todo tenía
sentido. Verlo, amarlo y sentirlo era un deleite, un verdadero placer. Siempre
había tenido esa posibilidad de pasarla bien a su lado, aún sin verlo, pero no
lo había hecho por falta de fe en él.
Un martes por la tarde, mi mamá estaba en su cuarto de costuras y Jesús y
yo comíamos una ensalada de pollo en la mesa.
―Por qué a mí ―le pregunté― por qué elegiste mostrarte ante mí.
―Era necesario ―respondió con la boca llena―. Además no fue algo
difícil. Pero hay que admitir que mamá Ruth es una gran sierva. Cada noche
ora por ti sin cesar. Es una gran mujer, muy fiel ―y siguió comiendo.
Yo permanecí en silencio y también seguí comiendo. En especial saboree
no solo la ensalada, sino también sus palabras que estaban muy ricas. Sonreí.
Transcurrió la semana y con ella las clases en la escuela. El jueves y
viernes abrimos la cenaduría y entonces llegó el sábado.
Jesús no se quería levantar.
―Ya es hora, son las once ―le decía, jalándolo del brazo, pero estaba
pesado como un costal de papas o de naranjas o de cebollas, no importa la
analogía, solo que estaba muy pesado.
Cuando oyó la hora abrió los ojos y se levantó de un salto. Se dio un baño
rápido y desayunamos juntos. Nunca se separaba de mí. Ese día tocaba jugar
futbol. Luego de alistarnos nos fuimos.
Estando en las canchas de futbol le confesé a Jesús que me sentía un poco
mal porque había estado conversando por whatsapp con Palomita y que me
gustaba mucho hablar con ella. Pero esto me hacía sentir que traicionaba a
Ana. Jesús me dijo algo muy impactante, viniendo de él.
―¿Quieres que hablemos de esto?
―Di lo que debas decir, o sea, dame tu opinión.
―Ana Lucía no es tu amiga. Tú estás ilusionado con ella o deslumbrado
con ella, debería decir. Sí la quieres… ―pero lo dijo de un modo no muy
convencido―. Bueno, crees que la quieres, pero entre ustedes no hay
confianza. Estás con ella porque es bonita por fuera, pero su corazón no te
convence por completo. No te atreves a decirle lo de Palomita porque sabes
que ella no te tiene tampoco confianza y se pondrá muy molesta.
―¿Qué me aconsejas entonces? ―pregunté con temor por la respuesta
que pudiera darme.
―Que tomes una decisión sobre esto ―sus ojos me sonreían.
VIII
IX
II
Cuando volteé a ver a Jesús para expresarle en un pensamiento lo
asombrado que estaba de aquella casualidad, me di cuenta de que él ya no
estaba. Me había dejado a solas con Ana... Entonces me di cuenta de esto,
que Annabella también se llamaba Ana como Ana Lucía. Fue algo
inesperado. Sé que es bastante obvio, pero hasta ese momento caí en cuenta
de ello.
La saludé y juntos caminamos bajo la lluvia. En pocos segundos estuve
empapado de agua, así como ella.
―¿Y qué es de tu vida? ―le pregunté.
―Estudio nutrición junto con tu novia Ana Lucía.
―Solo somos amigos ―le dije, pero no me creyó.
―No debes echar mentiras. ¿Acaso no sabes a dónde van los mentirosos?
―¡claro que yo sabía a dónde van los mentirosos!―. A pedir perdón ante
Dios ―dijo y soltó una carcajada.
Me quedé callado y me reí después. Ya había entendido el chiste. Era muy
lista aquella chica.
Íbamos por las aceras de las calles. Casi no pasaban autos y si pasaban
pues nos echaban agua, pero no nos importaba, pues al fin y al cabo ya
íbamos completamente empapados.
La verdad es que no quería decirle a Annabella mi realidad con Ana Lucía.
Quería conocer su versión sobre las cosas que me había dicho Ana Lucía.
Pues ella siempre me la había pintado de un modo horrible, pero a mí me
parecía muy simpática. Durante los días que habíamos conversado por
whatsapp siempre fue linda.
Ocasionalmente la llamé Palomita y cuando lo hacía ella se reía, pues
recordaba el chasco en el cine. Hablamos sobre ella y un poco sobre mí.
Llegamos caminando a su casa, pues no quedaba tan retirada del restaurante
adonde habíamos ido Jesús y yo. Nos despedimos y me fui a casa. En el
camino Jesús me alcanzó. Me habló del peligro de mentir y del peligro de
equivocarme.
Que la razón por la que a menudo las relaciones de pareja fracasaban era
principalmente porque entre ellas no había sinceridad, confianza y franqueza.
Entonces le pregunté cómo saber elegir correctamente a la mujer ideal.
―Puedes pedirme que la elija por ti, o bien, aquella que me ame tanto
como tú a mí será la ideal. Puedes elegir cualquiera de las dos opciones, pero
también serás responsable si fracasas. Pues cualquier relación de pareja que
no esté basada en el amor está destinada a fracasar, siempre.
Y al decir ‘basada en el amor’ entendí que se refería a él, pues la en la
Biblia yo había leído que Dios es amor.
Qué difícil decisión era aquella del amor y qué complicado elegir, pero era
necesario para evitar el dolor. Entendí que Jesús hablaba siempre con la
verdad y rechazar sus palabras significaba entronar nuestra propia opinión y
nuestra propia filosofía de la vida. Elegirlo a él como fuente de confianza y
de sabiduría era una decisión que yo debía tomar. Y esa era una elección que
yo quería tomar y que iba a tomar.
―Según lo que tengas en tu mente como verdad o mentira será el tipo de
vida que lleves. Si para ti mentir está mal, evitarás mentir; y si está mal y aun
así mientes, estarás actuando con una doble moral y serás un hipócrita.
Jesús no se anda con medias tintas, te dice las cosas aunque duelan. La
verdad duele, es dura, pero es la verdad.
III
Sus palabras eran duras, pero eran ciertas. Él tenía mucha razón.
Aborrecer la mentira y decir que no era un camino viable y aun así mentir,
solo significaba que yo no tenía un buen corazón. Le prometí a Jesús que
evitaría mentir de ahora en adelante.
Llegando a casa pedí bañarme primero. Yo estaba cansado y solo quería
dormir. Jesús se bañó después de mí. Yo aproveché para ver mi facebook. Lo
estaba revisando en el celular cuando Jesús salió del baño. Entonces me di
cuenta que él me observaba y no supe qué decirle.
―¿Imagino que estoy haciendo algo que preferirías que no hiciera?
―Dime algo, Ever Satién, ¿crees que yo quiero ser tu amigo o que quiero
ser tu juez? Mírame como algo más que alguien, soy eso y más que eso, yo
soy Dios. No puedo evitar estar contigo todo el tiempo. Es mi naturaleza.
Pero si quieres me voy.
―No, no ―le dije al instante―, mejor aprovechemos para hablar sobre
esto de las redes sociales. Qué opinas.
Entonces me dijo que no era algo malo. Lo malo en realidad era lo que
hacíamos con las cosas. El uso que le diéramos a un cuchillo no hacía al
cuchillo malo, sino a la persona que lo usaba mal. Ocurría igual con las redes
sociales. De este tema pasamos a la música, las películas y las formas de
entretenimiento. Fue tajante en su respuesta.
―Hay cierto tipo de música, entretenimiento y diversión que no te edifica,
mi consejo es que la evites. Si lo haces, también te evitarás muchos dolores
de cabeza. Eso incluye literatura y cine. Si no edifica, tíralo. Si no te hace
mejor ser humano, entonces no sirve. No hay tregua en ese punto, no hay
tolerancia y no hay pacto con cosas que destruyen. Lo que sirve, sirve y lo
que no, no. Si pervierte y te hace pensar mal, deséchalo, no lo necesitas. Si te
perturba, entonces aléjate o elimínalo. No eres un contenedor de basura como
para almacenarla en tu mente. Hay cosas útiles e importantes que aprender.
No pierdas el tiempo ni el espacio de tu mente llenándola con desechos.
Espero que sepas muy bien seleccionar lo que entra por tus oídos y por tus
ojos. Pues tus sentidos, además de ventanas del alma, también son puertas por
las que pueden entrar cosas buenas y cosas muy malas. No te dejes engañar,
Ever.
Hablamos de este tipo de asuntos. Era una verdadera cátedra abordar
estos temas con Jesús. Tenía una opinión muy interesante para cada aspecto.
Fue enriquecedor oírlo. Debía aprender a conocer a mi Dios y vivir
agradándole. Esto ayudaba bastante.
No voy a negar que una parte de mí se resistía a oír sus palabras, pero era
mi parte malvada. Jesús lo sabía muy bien y tanto él como yo sabíamos que
lo mejor para mí era escucharlo, por eso lo hice con mucha atención, a pesar
de la resistencia que había en mi mente.
Al final, luego de escuchar a Jesús, me di cuenta que mi alma sufría una
transformación. Como si sus palabras hubieran lavado todo lo malo que había
en mi interior. No sabría cómo explicar su funcionamiento, pero sí sentía
claramente sus resultados. Y eran unos resultados que me gustaban, me
gustaban mucho.
Al día siguiente nos cortamos el cabello. En casa mamá me dijo que el
doctor le había mandado hacerse unos estudios. Que debía ir por los
resultados el día lunes. Cuando me dijo esto Jesús me envió un pensamiento:
IV
No pude evitar que mis lágrimas rodaran por mis mejillas. Jesús también
estaba llorando.
De camino a casa no le quise preguntar más por lo de mamá. Confiaría en
que todo saldría bien y sobre todo que Jesús estaba a cargo.
Por la noche, antes de dormir, le dije a Jesús que había una canción muy
bonita que me gustaba mucho. Cunado cantábamos en el picnic la había
recordado y se la quería cantar a solas.
―Te escucho ―me dijo alegre.
Entonces inicié:
Como mamá había removido algunas cosas para pintar el cuarto, por la
noche nos subimos a la terraza, donde dormiríamos. Instalamos las camas
sobre el piso de madera. Luego de cenar, subimos las cobijas y las colchas y
nos acostamos, sin dormirnos todavía.
Terminábamos de orar cuando vino a mi mente el tema de los estudios de
mamá. Jesús descubrió mi pensamiento. Me dijo con su mirada: “¿De nuevo
la duda?” Luego él dijo entre susurros:
―¿Quién crees que soy yo? ―me preguntó.
―Pues eres… Dios. Tú eres el Padre… el Hijo, ¿no?
―Creo que ya sabes quién soy. Yo y el Padre uno somos. Él habita en mí
y yo en él. Si deseas hablarme como Padre puedes hacerlo, si como Hijo,
también. Padre, Hijo y Espíritu Santo están aquí como uno solo y único Dios
―me explicó paciente.
―Creo entenderlo mejor. Entonces tú eres el Todopoderoso ―expresé
como si lo acabara de descubrir. No a menudo desarrollaba estos
pensamientos en mi mente, pero si uno los iba desenvolviendo se encontraba
con esta realidad: Jesús es el Todopoderoso.
―Ever, mi único deseo siempre ha sido ser amigo de hombres y mujeres,
ser su aliado, su consejero, su padre y su hermano. Que confíen en mí más
que en nadie más. Más que en ellos mismos, más que en su corazón. Si fuera
así yo estaría en todos y todos en mí y el mundo sería diferente.
―Puedo entenderlo ahora mejor que antes, señor Jesús ―le dije
sonriendo, pues acababa de ser consciente de algo que antes no había visto
claramente: Él era el Todopoderoso, entonces todo estaría bien. ¡Todo sin
excepciones!
Luego de esto, comenzó a llover. Debido a que estábamos en la terraza, la
lluvia se oía muy cerca y bajo su arrullo nos fuimos quedando dormidos.
Bueno, en realidad era Jesús quien ya roncaba cuando yo le decía algo sobre
lo asombroso que me parecía todo aquello.
―Sí, Señor, eres asombroso.
Entonces oí su pensamiento en mi mente:
“Te sigo escuchando, pero este cuerpo flojo necesita dormir”.
Entonces me reí. ¡Era impresionante!
El lunes fuimos a la escuela y cuando regresamos a casa mamá nos dijo
que salió bien de sus estudios, gracias a Dios.
Subimos a la terraza y lloré de alegría y agradecimiento.
―No debí ponerme así ni dudar de ti ―le dije a Jesús.
―Nunca lo hagas, nunca dudes ―me dijo y sonrió, como diciéndome que
él no iba a fallarme nunca.
Entonces se me ocurrió cantarle otra canción, una de mis favoritas, se
llama “perfume a tus pies”.
―Mis oídos están listos para escuchar tu desafinada voz ―se rio―. Estoy
bromeando.
Lo miré comprendiendo su chiste y me reí también. Después comencé a
cantar con los ojos cerrados. Jesús estaba ahí, en mi cuarto, sentado en la
cama, oyéndome:
♪Cuando pienso en tu amor y en tu fidelidad, no puedo hacer
más que postrarme y adorar. Y cuando pienso en cómo he sido
y hasta dónde me has traído, me asombro de ti. No me quiero
conformar, he probado y quiero más. Yo quiero enamorarme
más de ti, enséñame a amarte y a vivir, conforme a tu justicia y
tu verdad, con mi vida quiero adorar. Todo lo que tengo y lo
que soy, todo lo que he sido te lo doy, que mi vida sea para ti
como un perfume a tus pies…♫
♪Cuando pienso en tu cruz y en todo lo que has dado, tu
sangre por mí, por borrar mi pecado. Y cuando pienso en tu
mano, hasta aquí hemos llegado, por tu fidelidad. No me quiero
conformar, he probado y quiero más. Yo quiero enamorarme
más de ti conforme a tu justicia y tu verdad, con mi vida quiero
adorar. Todo lo que tengo y lo que soy, todo lo que he sido te lo
doy, que mi vida sea para ti como un perfume a tus pies…♫
Cuando terminé abrí los ojos y chorros de lágrimas caían por mis mejillas.
Él estaba ahí y me abrazó. Su amor por mí era inmenso y yo me sentí como
un niño en brazos de papá.
Durante esos días había pensado en las decisiones importantes para mi
vida. Entonces fui a la casa de Ana Lucía.
VI
VII
VIII
―Gracias, gracias por ser tan bueno ―le dije―. Yo siento que no
merezco tu perdón cuando he pecado. Cuando lo hago, mis impulsos y deseos
son muy fuertes, que a pesar de amarte tanto, no puedo evitarlos y por eso
siento que no merezco tanto amor.
Declarar todo esto me ayudaba a liberar esos pensamientos, pero al
mismo tiempo exponía todo lo malo que podía ser o que había pensado ser
sin Jesús a mi lado.
―Eso es lo que quería que aceptaras. Que no podrás vencer con tus
fuerzas, nunca. Dime, ¿durante el tiempo que he estado contigo has sentido
esos impulsos y deseos, has sentido la necesidad de abandonarme?
―No, al contrario, ahora que estás aquí todo lo malo parece ausentarse.
Los malos pensamientos y deseos son solo recuerdos. Tu presencia disipa
toda maldad y tentación. Tu luz ahuyenta la oscuridad ―yo escuchaba mis
propias palabras.
Cuando dije aquellas palabras entendí a dónde quería llegar Jesús con
aquella plática. Lo miré y él a mí. Él sabía que yo había descubierto su
mensaje.
―Así es ―dijo―, quiero… anhelo habitar en ti todo el tiempo. No solo a
veces, en el templo o en una canción, o en la lectura de un pasaje de la Biblia.
Sino siempre y para siempre. Eternamente ―dijo despacio esta última
palabra.
―Pero ―objeté―, a veces quiero tiempo para mí, para mis cosas, para
mis decisiones. No es que no quiera que estés conmigo, solo que…
Cuando decía esto me quedé callado y fui consciente de algo: me di cuenta
que si a veces no quería que Jesús estuviera conmigo era porque quería hacer
algo que no me gustaría que él viera. Yo quería hacer algo malo.
―Lo sé ―me dijo tranquilo y siendo comprensivo―. Sé lo que deseas, sé
lo que quieres. Pero también sé qué es lo que realmente necesitas. Yo viviré
en ti tanto como tú quieras. Y mi mayor deseo es matar ese Ever que se
resiste a mí porque es mi enemigo. Hay una parte de ti que me desea todo el
tiempo, pero hay otra parte de ti que quiere rebelarse, sublevarse para realizar
actos de maldad. A ese Ever hay que matar. Pero no puedo hacerlo si tú no
me lo permites.
―¿En pocas palabras me pides renunciar a mí mismo? ―dije un poco
nervioso.
―Así es ―y otra vez sonrió―. Es una propuesta que te hago con mucha
seriedad ―al decir esto trató de ponerse serio, pero volvió a reírse.
Dejé lo que estaba haciendo y no pude mirarlo a los ojos. Era muy bello
estar con Jesús, pero temía deshacerme de mí mismo. ¿Qué haría sin mí?
Aunque pensándolo bien, durante toda la vida había vivido bajo mi propio
régimen y sinceramente había sufrido las peores decisiones y decepciones de
mi vida. Era el ego, ese monstruo tan enaltecido, más en nuestros tiempos,
donde nos hemos autonombrado independientes y soberanos. El orgullo de
ser yo me impedía renunciar a mi voluntad para hacer la de Jesús. Todo el
tema del sexo y lo demás eran actos que yo quería realizar y no deseaba que
Jesús interviniera, aunque sabía que era un tema que a él le importaba,
incluso más que a mí.
―No sé, es que…
Pero Jesús ya no estaba. Me había dejado tomar mis decisiones.
Me sentí solo otra vez, mi mayor miedo.
Me puse a llorar y, como una necesidad, llegó a mi mente una hermosa
alabanza que muchas veces había oído en el templo, pero esta vez tenía un
significado más grande que las otras veces:
IX
II
III
VI
VII
VIII
Salió a la sala de visitas y venía muy sonriente. Se sentó frente a mí, del
otro lado de la mesa.
―Debemos hablar ―le dije enseguida.
Yo estaba algo serio.
―Sí, lo sé. Por dónde quieres comenzar ―estaba muy contento de verme.
Yo lo capté hasta después, ya que en ese momento venía pensando en lo
que había dicho Julio y no podía quitarlo de mi cabeza.
―Hace rato hablé con Julio. Es un ateo radical, ¿cómo es que te hiciste
amigo suyo?
―¿Por qué te sorprendes? ―me preguntó Jesús, riéndose, como si mi
pregunta le causara mucha gracia―. Julio también es mi hijo. Que no crea en
mí ni en el nombre de mi Padre no significa que no pueda ser su amigo ―y
me guiñó el ojo.
―Pero no parece molestarte ni caerte mal por no creer en ti y por hablar
mal de la Biblia y todo eso; ya sabes todo lo que estuvo diciéndome ―yo me
sentía muy raro.
―Por supuesto que no me molesta. Lo amo tanto como a ti, a Ana Lucía o
Annabella. Que él esté equivocado respecto a mí no lo convierte en mi
enemigo, al contrario, es una oveja perdida que debe ser rescatada ―se reía
tan tranquilo y algo en mi interior me decía que era por mi reclamo.
―Me dejaste solo con él y no supe cómo abordar el tema. Además, no le
dijiste que tú también crees en… bueno, que tú crees en Dios ―mis ojos se
abrieron más de lo normal, como pidiendo una explicación.
―A las personas como Julio no se les persuade solo con palabras
―argumentó sin abandonar su expresión alegre―. Ellos necesitan hechos.
Son más observadores. Las acciones los desarman. Créeme ―y volvió a
guiñarme el ojo, aquello me bajaba lo incómodo que me había sentido―. Yo
lo conozco, lo diseñé y sé cómo funciona. Tú sé un buen ejemplo de tus
convicciones y lo dejarás sin argumentos. Predica con el ejemplo, no solo con
palabras. Sé congruente entre lo que dices y lo que haces y lo dejarás
boquiabierto.
“Mi ciencia no es como la ciencia común, que también me pertenece y
también me interesa, desde luego. Pero no voy a gastar mis fuerzas
combatiendo un objetivo tan duro como la razón, la cual caerá
definitivamente como consecuencia de derribar el principal objetivo: el
corazón. Si logro conquistar el corazón de un humano, su razón se rendirá
automáticamente ante mí. Conquistar su razón primero no es garantía de que
también conquiste el corazón. Y a mí me interesa principalmente el corazón
del hombre antes que todo lo demás. Si tengo el corazón, lo tengo todo ―le
brillaban los ojos como si sus palabras fueran su más anhelado deseo.
Escucharlo me tranquilizó mucho.
―Te pediré solo una cosa ―me dijo―: ora por Julio todas las noches.
―Lo haré con mucho disgusto, digo, con mucho gusto ―bromeé un poco
con él y Jesús se rio.
―Por chistoso ya no seré tu amigo ―y se puso serio.
―Solo era broma ―le dije―. Platicar contigo me hace recordar que debo
amar a Julio, aunque haya sentido cierto coraje contra él porque te ofendió.
Pero tú me dices que no le dé mi desprecio, sino mi amor. Debo amar a Julio
y eso lo demostraré orando por él y por su bien.
―Es normal tu reacción negativa ―me respondió―, pero no dejes que
ese coraje te domine. Además, es importante que seas sincero conmigo, que
me digas cómo se siente realmente tu corazón. Confesarlo es un primer paso
para empezar a sanarlo.
“Puedes hablar de cualquiera tema conmigo, todo lo tuyo me importa y es
así porque tú eres muy importante. Quizás a veces te sientes indigno de mi
amor, pero en realidad tu valor para mí nunca disminuye. Si llegas a pensar
que no vales nada, no es culpa mía, sino tuya, pues esa idea está únicamente
en tu cabeza. Para mí vales mucho más que todo el oro del mundo y que
todos los tesoros del universo. Yo jamás habría dado mi vida por esos
tesoros, pero por ti, por ti di mi vida porque para mí tú vales la pena.
“La pena fue incluso menor a la dicha de morir por mí. Pero no te vuelvas
un petimetre o engreído por saber que tú eres la niña de mis ojos y que
siempre te veo con ojos de amor. Más bien ten presente que nadie debe
juzgarte inferior a como yo te miro, ni siquiera tú mismo. Si oyes una voz
malsana que diga cosas contra tu autoestima, enseguida pon más atención y
oirás mi voz diciéndote: “morir por ti valió la pena”. Cuando alguien es capaz
de dar la vida por otro, se debe a una razón muy clara: quien ha dado la vida
ama profundamente y ese amor es lo más valioso que existe en todo el
universo ―concluyó.
―Pero ―le respondí―, todo esto, lo que me dices, ¿no es acaso una
quimera, una posibilidad que solo está en mi mente?
―No, no lo es si se trata de mí. Si no se trata de mí, entonces sí lo es. Te
diseñé tal como eres para que soñaras en grande y para que aun soñando en
grande no puedas imaginar lo inmenso que soy y las maravillas que puedo
lograr. A mi lado lo tendrás todo ―añadió―. La diferencia entre los demás y
yo es que yo no miento y que todo lo que sueñas en mí se hará realidad.
Digerí sus palabras y estas se asentaron en mi corazón.
―Julio dijo algo ―comenté―. Recuerdo que al hablar sobre ti él utilizó
una expresión que me dejó pensativo: amigo imaginario. Hablar con Julio me
generó bastantes dudas y me gustaría que me dijeras por qué razón permites
que conozca esa clase de amigos que generan dudas en mi cabeza.
―No existe ningún motivo para que pienses que esos amigos tienen razón
―fue su sensacional respuesta―. Tú me conoces bien y sabes, así como yo,
que él está mirando las cosas sin tener en cuenta el escenario completo, ni los
personajes. Lo que dice Julio es su percepción, pero no lo sabe todo. Así que
tienes dos opciones: la primera es creerle a tu amigo por encima de mí o
creerme a mí por encima de tu amigo. Compara las declaraciones de él con
mis declaraciones. Si sus palabras se oponen a las mías, uno de los dos debe
estar equivocado. Entonces piensa en cuál de los dos confías más y a ese
créele.
Me preguntó la razón por la que le expresaba aquellos pensamientos,
como si quisiera profundizar más en mí, o bien, quería que yo profundizara
más en mi interior.
―Creo que ya sabes la razón ―le respondí.
―Sí, por supuesto que la sé, pero me gusta escuchar cómo la dices tú. Me
gusta escuchar cómo te expresas. Me encanta verte hablar y como mueves los
ojos ―cuando decía estas palabras se me quedó mirando de un modo muy
hermoso, permaneció en silencio con sus ojos puestos sobre los míos y
estirando un poco los labios en una sonrisa bonachona.
―¿Por qué me miras así? ―pregunté, invadido de calor por aquella
mirada de Dios sobre mí.
―Porque te amo demasiado ―fue su respuesta y me dieron muchas ganas
de llorar. Me conmovió y la piel se me puso de gallina. Oír a Jesús decir
aquellas palabras me cimbraba por completo.
―Te encanta decirlo, ¿verdad? ―el nudo ya estaba en mi garganta.
―Me fascina decírtelo porque a veces se te olvida. Si no lo olvidaras,
nunca sufrirías. Así que lo diré tantas veces como se necesite para que nunca
se te olvide. Pero no tantas para que no te acostumbres a lo bueno. Ahora,
¿por qué me dices todo esto…? ¿Qué piensas o qué sientes?
―Ah, claro, lo estaba olvidando ―yo seguía con mis lágrimas en los ojos,
traté de tallarlas, pero Jesús me extendió su Espíritu y con él me abrazó. Sentí
su calor rodeándome y protegiéndome de todo. Era el remate perfecto para el
sentimiento que sus palabras habían provocado en mi corazón.
―Te escucho ―me dijo, moviéndose un poco su silla del otro lado de la
mesa. Yo suspiré y él seguía sonriendo, como siempre, con sus sonrisa
tranquila y contenta.
―Julio me dijo que tal vez tú eres solamente mi amigo imaginario…
―¿Ahora mismo te parezco un amigo imaginario? ―me preguntó
entrecerrando los ojos y adquiriendo una falsa indignación.
―Bueno, naturalmente no. Puedo verte, sentirte, escucharte.
―Y si todo es producto de tu imaginación, Ever ―habló en tono
misterioso―; si en realidad todo esto es solamente una ilusión, una
maravillosa ilusión creada por tu mente ―dijo estas palabras moviendo los
dedos de las manos sobre su cabeza, pero dándole un toque cómico y
sarcástico a la vez.
―Si así fuera no sabría distinguirlo de la realidad. Por lo tanto, no podría
saber si eres un amigo de verdad o un amigo imaginario.
Entonces me vio a los ojos.
―Quiero decirte algo ―habló con seriedad―. En realidad estás diseñado
para tener un amigo imaginario como yo, al que un día podrás ver cara a cara.
Pero calmao chico ―dijo esto en tono cubano y me dio risa, luego siguió
hablando normal―, todas las personas del mundo fueron creadas para tener
un gran amigo imaginario o dos o tres. Pero de todos esos amigos
imaginarios solo uno es el importante. Y no es por presumir, pero me refiero
a mí mismo ―se paró el cuello de su camisa y luego se echó a reír, me
encantó que jugara con todas esas cosas―. Aunque juegue contigo al decirte
esto, sé bien que sabes a lo que me refiero. De hecho las personas, casi todas,
tienen amigos imaginarios, aunque, como ya imaginarás, no se trata
necesariamente de mí.
“Lamentablemente esos amigos imaginarios son proyecciones de sí
mismos, es decir, su alter ego y solo les aconseja lo que ellos quieren
escuchar. Por lo tanto, no se trata propiamente dicho, de un amigo imaginario
tal cual, sino de un auto enemigo imaginario que trae repercusiones a su vida
si ellos obedecen sus consejos. Asimismo, yo traeré buenas consecuencias a
sus vidas si me eligen a mí como su amigo imaginario. Aunque, claro ―dijo
con una sonrisota―, conmigo la ventaja es que yo soy ambas cosas a la vez,
imaginario y real. Así que no te dejes amedrentar por voces que deseen
hacerte dudar de mí, más bien piensa en que esas personas que hablan así de
mí en realidad también necesitan de mí, pero como me niegan, se construyen
amigos imaginarios, consejeros imaginarios, que en realidad no saben nada y
los conducen por veredas de maldad que los llevan a pantanos de dolor y
sufrimiento. Y es algo que quisiera evitarles ―lo dijo con voz preocupada.
También quise aprovechar para contarle sobre mis sentimientos
encontrados. Que como ya él sabía el día anterior había visto a las dos Anas.
Ambas me atraían mucho ―era inútil negarlo― y no sabía qué hacer.
―Define ―me dijo―, pues no te harán felices las dos. Eso es un engaño
del diablo y yo no te voy a mentir. Solo una de las dos te hará realmente feliz
―dijo y me guiñó un ojo de nuevo.
Qué difícil situación.
―¿Cómo sabes? ―me atreví a preguntar, luego me arrepentí, pero ya
había hablado.
―Por sus frutos las conocerás ―fue todo lo que respondió.
La respuesta era más que clara.
―Tú las conoces a las dos, puedes decirme.
―Claro que puedo decirte ―me contestó―. Pero elijo que tú lo
descubras. No quiero influir en tu decisión. Luego salen con el cuento de que
te manipulo.
Y volvió a guiñarme un ojo. Por último me dijo:
―Quiero pedirte que disfrutes cada momento de tu vida. Saborea cada
instante. Perdona cada ofensa. La falta de perdón son las espinas de tu vida.
Si tu vida fuera una rosa, las espinas serían el rencor y el orgullo. Quítalas de
ti. Una rosa no tiene por qué tener espinas. Ese es su estado natural, pero se
puede transformar para no herir a nadie más.
Y se fue sin decir más, pues la hora de visita había terminado.
IX
X
Me abrazaron entre las dos y luego por separado.
El cuarto estaba lleno de flores y de mangos.
―Jesús te manda saludos ―me dijo Annabella―. Los mangos fueron
idea suya.
Me dijo que había buenas noticias, que su papá continuaba con el caso de
Jesús. Al parecer no faltaba mucho para que saliera. Cada día se desmentían
todas las cosas que se habían dicho contra él.
Mamá me dijo que mis amigos del templo habían llamado para invitarme a
comer. Que me esperarían en el parque que estaba a un lado del río.
Le comenté a Annabella que si quería acompañarnos. Me dijo que con
mucho gusto y se fue a su casa para alistarse. También invité a Julio por
whatsapp, me respondió que le hubiera gustado asistir, pero que su abuelo
estaba en el hospital. Que me divirtiera por él. Aquello me dejó un poco
pensativo y hasta cierto punto triste. Oré por su abuelo para que mejorara
pronto. Después me desvestí y entré a la regadera.
Me terminé de bañar y vi en mi celular que ya eran como las tres. Me
apresuré a alistarme. De pronto oí que un carro pitaba en la calle. Me fijé por
la ventana y era oscuro, blindado y muy lujoso. Una chica muy hermosa se
bajaba de él: era Ana Lucía. Usaba un vestido rojo preciosísimo. Usaba un
escote sutil y su cabello estaba peinado hacia un lado.
Me puse la camisa y el pantalón y bajé enseguida. Mi mamá ya la había
pasado a la sala, así que se levantó del sillón y me abrazó con fuerza,
felicitándome.
Me dijo que había usado sus ahorros para rentar el auto. Que no se había
olvidado de mí, sino que prefirió darme la sorpresa. Pero eso no era todo,
había más: el auto nos llevaría a un hotel donde estaríamos los dos
completamente solos y ahí me daría un regalo muy especial.
Con aquellas palabras mi imaginación se echó a volar.
Antes de entablar la relación tan estrecha con Jesús, mi mayor anhelo
había sido estar con Ana Lucía, estar en un sentido muy íntimo, como si esa
unión íntima significara el lazo que nos uniría para siempre, pues yo pensaba
que quería estar con ella para toda la vida. Pero de un tiempo hacia acá ya no
pensaba mucho en eso. Por eso me sorprendió su propuesta.
Esta vez me parecía algo indebido irme a solas con ella, aunque no voy a
negar que la idea me encantaba. ¿Qué hacer? Mi decisión implicaba otras
consecuencias. Rechazarla era ofenderla y menospreciar su atención y aquel
gesto tan lindo, pues había invertido todos sus ahorros en aquel regalo.
Pero también, aceptarla significaba dejar plantados a mis amigos del
templo y a Annabella.
―Iré un momento arriba y regreso ―le dije.
¿Qué estaba haciendo? Mi mente no quería pensar ni reflexionar. Solo
tenía una idea presente: el amor de mi vida al fin se me entregaría en cuerpo y
alma.
Tenía la opción de pedirle un consejo a Jesús, quien ya conocía de
antemano mi pensamiento. Pero también podía no pedirle ningún consejo y
actuar según mis deseos. Hotel, cuarto solamente para los dos, toda la tarde.
Podría persuadirla de ese modo para que el día domingo me acompañara al
templo. Algo en mi cabeza no me dejaba pensar bien.
PARTE VI
I
II
Ella me preguntó por qué había tardado tanto. No quise mentirle y le dije
la verdad, pues me inspiraba mucha confianza. Me sorprendió su respuesta:
―Cuando el corazón no está seguro, no debe hacer nada.
―¿Quién te enseñó eso?
―Papá ―y cuando dio aquella respuesta parecía hablar de la mejor
persona del universo.
―A propósito, sé que te congregas en un templo cristiano y todo eso.
Quiero decirte que desde hace tiempo mi papá y yo vamos a un templo cerca
de nuestra casa. Ojalá un día tú puedas ir con nosotros. En Jesús he hallado
todo lo que buscaba.
Luego me señaló unos pájaros en el aire. Me dijo que tenía ganas de
caminar. Pero en cuanto nos bajamos de las bicis la vi correr.
―A que no me alcanzas ―me desafió sonriente.
Luego se ocultó tras unos arbustos altos. Yo corrí hacia ella y cuando creí
encontrarla, se me cayó la baba por la bocota abierta que puse ante la persona
que hallé en lugar de Ana: Jesús estaba ahí, sonriente y radiante.
―¡Sorpresa! ―dijo Annabella.
Mis lágrimas salieron de inmediato. Corrí hacia mi mejor amigo y él me
recibió con los brazos abiertos. Fue un abrazo maravilloso y yo lo necesitaba
mucho.
Traía unos pantalones cafés oscuro y una camiseta blanca, como de
costumbre. Ya no traía los lentes, pero no le pregunté nada al respecto.
―¿Qué es esto, una visión? ―le pregunté aún con la sensación de
sorpresa sobre mí.
―No, tonto ―así me dijo, pero con mucho cariño―, ya salí del penal.
Vine a hacerte la vida imposible ―dijo y soltó una risa juguetona.
―Vienes a hacerme la vida más alegre, querrás decir ―le respondí.
Me dio un abrazo muy tierno y un beso en la frente. Luego dijo:
―El papá de Ana ―al decir su nombre la miró y luego a mí― es un
abogado extraordinario. Cuando le hablé sobre mi vida, de inmediato supo
que yo era inocente. Todos los cargos que me imputaban eran por un tal Jesús
Amado, un homónimo. Pero ya lo detuvieron y solo me pidieron disculpas.
―Es una noticia magnifica. Y que estés aquí es una hermosa sorpresa, no
sabes cuánto te he extrañado.
Lo abracé de nuevo.
Yo no sabía si Annabella sabía quién era él realmente, pero no quería
meter la pata. Ella solo veía cómo nos abrazábamos. Luego oí el pensamiento
de Jesús:
“Estoy aquí porque sé que necesitas un amigo y yo lo que más quiero es
estar a tu lado siempre. Gracias por creerme y por confiar en mí”, me dijo.
“Pero el beneficiado soy yo ―contesté con mi mente, aferrado todavía a
él―. A mí es a quien me conviene creerte y confiar en ti”.
“Aun así, gracias. Sé que es difícil, pues aún sin verme me has sido fiel”,
finalizó.
―Oigan ―dijo Jesús en voz alta y dejando de abrazarme―, hay dos
opciones: podemos regresar a donde están los demás y seguir con la fiesta. O
bien, podemos ir y decirles que el papá de un tal Julio, digo, el abuelo, está
hospitalizado. Es un abuelo que necesita mucho, mucho de nosotros. Qué
dicen.
Estuvimos de acuerdo y cuando fuimos con los demás y les hablamos de
la situación, también quisieron participar. Conseguimos algunas cartulinas y
escribimos palabras para el abuelo de Julio.
El abuelo, nos dijo Jesús, se llamaba Tom, quien desde niño había sido
como un padre para Julio. Al llegar al hospital nos dijeron que ya había
pasado la hora de visita. Solo Julio estaba con él en ese momento.
III
Una enfermera que era amiga de Jesús nos dijo cuál era el número de
cuarto del abuelo Tom. Éramos como doce jóvenes y aseguramos que el
enfermito era nuestro abuelo, incluso de Jesús. No nos creyeron y mucho
menos nos dejaron entrar. Dijeron que debíamos esperar al día siguiente para
la hora de visita.
A Jesús se le ocurrió algo. Amarramos las cartulinas con unos estambres y
luego subimos a la azotea del hospital por medio de unas escaleras que
estaban en la parte de atrás. Ubicamos la dirección de la ventana donde estaba
el abuelo Tom y Julio gracias a la orientación de Annabella y los demás
chicos de la iglesia.
Desde allá comenzamos a bajar las cartulinas por medio de los estambres,
tratando de hacerlas llegar hasta la ventana. Annabella desde abajo nos indicó
que ya estaba la cartulina frente a la ventana. Era cuestión solo de segundos
para que la vieran. Entonces Julio y el abuelo Tom leyeron detrás de los
cristales diáfanos:
“Ánimo, abuelo Tom. Todos tus nietos adoptivos están aquí. Te amamos y
Dios está contigo”.
Cuando Julio leyó esto me llamó:
―¿Qué estás haciendo? ―así me dijo, como si supiera que se trataba de
mí.
Subimos esa cartulina e hicimos bajar otra.
“El abuelo Tom es el mejor y él lo sabe”.
Esto hizo reír al abuelo, pude oírlo por el celular. Julio me dijo:
―Gracias Ever, lo que estás haciendo pone contento a mi apá.
Un guardia llegó a la azotea y nos regañó a Jesús y a mí, nos dijo que no
teníamos permiso para estar ahí. Jesús acomodó las cartulinas y lo los
estambres en unas bolsas y comenzamos a bajar rápidamente como unos
delincuentes.
Yo me puse a pensar por qué hacíamos todo aquello y entonces lo entendí
todo. Jesús conocía al abuelo y sabía qué lo tenía tan deprimido: la falta de
apapacho familiar. Luego llegaba este grupo de jóvenes haciéndolo reír con
aquellas frases. Eso lo había puesto contento.
Cuando Jesús y yo nos reunimos con los demás, le dije a Julio que mirara
por la ventana. Lo hizo y nos miró a todos ahí reunidos mirando hacia donde
estaba él.
―Muéstrale esto al abuelo Tom ―le dije.
Entonces abrí una videollamada con Julio. Él la mostró al abuelo. Como
ya estábamos abajo, todos gritábamos:
―¡No estás solo, no estás solo!
En mi pantalla vimos al abuelo con su barba blanca y su bigote también.
Sonreía.
Todos lo saludamos y gritamos su nombre:
―¡Abuelo Tom, te queremos!
Annabella dijo:
―Abuelo Tom, soy Ana. No nos conocemos en persona y tal vez no nos
vimos antes, pero debes saber que eres profundamente amado. No te des por
vencido ―y sonrió tiernamente.
Fue tan sincera. Sus ojos se llenaron de agua.
Yo dije:
―Abuelo, arriba. Soy Ever. Hay que ir a correr, a pasear. Conste, desde
ahora sábelo, iremos a caminar al parque muy pronto ―dije todo pensando
en mi abuelo que había muerto dos años atrás y no pude evitar las lágrimas de
mis ojos.
Jesús le dijo:
―Soy Jesús, abuelo Tom ―e hizo una pausa corta, para que el abuelo
Tom supiera de qué hablaba―. Tú sabes que no estás solo. Nunca lo has
estado, abuelo Tom. Ese corazón aún tiene mucho que dar, ¡y muchos a quien
amar!
Aquello hizo llorar al abuelo Tom. Todos aplaudieron y el abuelo también.
Se leyó en sus labios una palabra:
“Gracias”.
Luego se puso de pie y comenzó a bailar con Julio. Había entendido el
mensaje de Jesús. Todos aplaudimos con entusiasmo y gozo. Era muy
agradable vivir todo aquello tan hermoso.
IV
VI
VII
VIII
Y era una fuerza que me hacía dudar. Alcohol, mujeres, música. Todo
estaba ahí reunido. Benjamín me dijo:
―Muéstreme de qué está hecho, mijo.
Se metió sin decir más. Le dijo algo al de la puerta, luego me señaló y
enseguida despareció en el interior.
Estuve indeciso largo rato. La música no me dejaba pensar muy bien. Era
muy llamativa y me hacía querer mover el cuerpo. Mis deseos carnales
comenzaban a tomar control de mis ideas y mis convicciones.
Desde el interior una fuerza poderosa me seducía. Ya no quería revisar el
celular, aun sabiendo que eran mensajes de Jesús los que me estaban
llegando. Sin pensarlo más, entré.
Luces, baile de mujeres semidesnudas, hombres bebiendo alcohol en las
mesas, todos, o al menos la inmensa mayoría, mirando hacia una misma
dirección: un tubo plateado donde una chica con poca ropa se movía de un
modo provocativo y exuberante.
No quise voltear a verla más. Miré a mi padre, que me llamó desde una
mesa alzando la mano derecha. Se miraba contento por verme ahí.
―Yo sabía muy bien que usted es hombre ―me dijo, orgulloso. Me
ofreció una cerveza y le dije que no con la cabeza. Me senté en la silla que
me ofreció y miré alrededor. El lugar me dio asco en pocos minutos. Con mi
mente llamé a Jesús:
―Estoy contigo, Ever ―oí su voz en mi mente―. Yo sé todo lo que hay
en este lugar. Pero no es de mi agrado. No voy a mentir ni a fingir respecto a
mi esencia y hacer como que no pasa nada, pues todas las cosas que están
ocurriendo aquí nada tienen que ver conmigo. La joven que baila se llama
Belén, tiene diecinueve años y está drogada. Es madre soltera. Ella no lo sabe
todavía, pero está embarazada y cuando lo sepa querrá abortar. Trabaja aquí
porque gana mejor que en otros lugares y no está dispuesta a trabajar donde
le paguen menos que aquí. Terminó solo la prepa y luego se dedicó a esto.
Descubrió que las drogas la hacen tener menos vergüenza.
“Todos los hombres que ves aquí son infelices en sus matrimonios y
noviazgos. Incluso tu padre es infeliz. Todos están aquí porque se sienten
inferiores y necesitan que los demás hombres reconozcan su hombría al
verlos deseando una mujer semidesnuda. Pero esa no es la verdadera
hombría. Los verdaderos hombres, que son los que yo busco para que estén
conmigo en la eternidad, son aquellos que velan por sus esposas y sus hijos,
que luchan para darles lo mejor cada día, aquellos valientes que sufren de
solo pensar que pudieran serle infieles a sus esposas, pues realmente las
aman.
“Los verdaderos hombres son los que se atreven a desafiar la forma de
pensar del siglo actual y van en contra de ella no mintiendo, no robando, no
engañando ni dejándose llevar por la lujuria y el sexo. Los verdaderos
hombres luchan contra estos deseos y reconocen que son débiles, por lo tanto,
piden mi socorro y yo los auxilio. Los verdaderos hombres son guerreros que
luchan contra el mal y sus vicios, no se unen a ellos cometiendo esos mismos
delitos, sino que pelean contra su propia carne y su propio cuerpo para cada
día ser más puros, más santos, deseando, sobre todo, ser como Jesús, como
unos verdaderos hijos de Dios. Esos son los verdaderos hombres. Quienes
están aquí solamente son el cascaron que contiene almas perdidas en los
vicios y a ellos hay que rescatar.
IX
Bajo la lluvia oía mi propia voz y las lágrimas rodaban sin parar. Cuando
acabé la canción él me dijo que me daría su opinión.
―Yo sabía de antemano todo lo que pasaría esta noche. Que tu padre
haría comentarios sobre mí, como que era gay y cosas así. Ya lo perdoné
hace mucho tiempo. Pero él no lo ha aceptado todavía. Sin embargo, el
importante y el que me preocupa en este momento eres tú, Ever.
“Yo también ya decidí perdonarte hace mucho tiempo. Sé que has
cometido errores y que seguirás cometiéndolos. Pero estoy aquí porque mi
idea de ser tu amigo es para toda la vida. Para la eternidad si me aceptas. No
te dejaré aunque me corras, aunque ya no quieras verme. Respetaré tu
decisión de estar solo o ya no querer verme cuando llegue a ocurrir, pero
acudiré a ti en cuanto me llames. Ser Dios me permite prever muchas cosas,
como esta, por ejemplo. Que yo sea tu aliado es tu mejor opción y ya sabes
las ventajas; pero es probable, no, mejor dicho, es un hecho que estás
batallando con un mal sentimiento en tu corazón hacia tu padre Benjamín. Es
verdad, no debiste hablar como lo hiciste, debió ser distinto.
“Pero no ocurrió lo que debía ocurrir, sino lo que no debía ocurrir. Ahora
hay que trabajar en ese otro conflicto que no te deja vivir realmente en paz. Y
para eso estoy aquí. Para sanar tu alma, Ever. Yo puedo hacer maravillas
como esta ―y me señaló la lluvia que caía intensamente sobre nosotros, pero
ni una sola gota nos había tocado, como si trajéramos repelente anti gotas de
lluvia. Todas nos sacaban la vuelta―, pero aquí lo que cuenta, no es si el
médico puede sanar al enfermo, lo que cuenta es si el enfermo quiere ser
sanado por el médico. ¿Eres consciente de que tienes una terrible infección en
tu alma y sin lo sanas entonces te destruirá internamente?
Lo pensé un rato, mientras seguíamos avanzando. Jesús caminaba a mi
lado, con su brazo sobre mi hombro.
―Sí, tienes razón. Acepto quitar esa infección ―dije por fin.
Él me ofreció su sonrisa de Dios.
―Sabía que dirías eso. Al fin hemos llegado. Ahí está tu padre ―dijo,
señalando el auto que Benjamín me había regalado. Estaba con las luces
prendidas y estampado contra un árbol. Seguía lloviendo y mi padre estaba en
el asiento del copiloto, inconsciente. Corrimos hacia él.
PARTE VII
I
III
IV
Me regresé a casa solo, pues Jesús se quedó más tiempo conversando con
el abuelo Tom. Cuando llegué a casa, ahí estaba Ana Lucía, esperándome
afuera. La hice pasar a la sala, pues mamá Ruth no estaba ni tampoco Adrian.
Ana Lucía estaba furiosa. Yo la veía como si no recordara nada de lo que
Julio me dijo, pues él me suplicó que no le dijera nada.
―Eres muy poco hombre ―me dijo molestísima. ¿Qué clase de mujer
hacía aquellas cosas? Pues Ana Lucía―. Tengo cuatro días esperando una
llamada tuya, un mensaje, alguna disculpa por lo ocurrido. ¿Cómo pudiste
dejarme en ese hotel, sola y humillada? Solo vine a decirte que eres un bueno
para nada. Que ni siquiera has tenido el valor de hablarme o ir a disculparte.
Pero esto no se va a quedar así, me las vas a pagar.
Jesús me había aconsejado que era bueno conocer el verdadero yo de las
personas, el cual surge o aparece en situaciones extremas. Ahora conocía
realmente a Ana Lucía, al fin mostraba su verdadero yo. Lo que yo debía
hacer era librarme de aquella chica tan peligrosa lo antes posible. Debía
hablarle con mucho tacto, como si estuviera tratando con una espina
envenenada o una serpiente peligrosa.
―Ana Lucía, lamento lo ocurrido. No soy el tipo de muchacho que crees.
Si conocieras más a Jesús sabrías por qué pienso así. Dios nos llama al
respeto, a la decencia y la santidad. Sé que al hacer las cosas que tú deseas, te
estaría agradando a ti, pero ofendiendo a Dios. He decidido mantenerme puro
hasta el matrimonio, lo siento mucho, pero si no estás dispuesta a aceptar eso,
tú y yo no tenemos nada más que hablar. Para mí Jesús es primero.
Mis palabras parecieron una bomba. La vi explotar a ella.
―Eres un anticuado, un santurrón, un hipócrita reprimido. Vives en otro
mundo, pero allá tú y tu vida. Espero no volverte a ver ―me dio una
cachetada y salió disparada.
Nunca la había visto tan enfadada y eufórica. Pensé que aventaría algunas
cosas al suelo al marcharse, pero lo único que azotó fue la puerta. Las paredes
vibraron un poco. Me desplomé en el sillón y ahí me quedé largo rato,
pensando en lo que acababa de ocurrir. Tal vez era lo mejor.
Después llamaron a la puerta y me levanté a abrir. Era Annabella. Me dio
tantísimo gusto verla que sonreí sin querer.
―Hola ―me dijo.
Se veía hermosa.
Como llegó poco después de que se fuera Ana Lucía, me cercioré de que
ella no estuviera cerca.
―Tranquilo, ya se fue. Vine porque quería verte en persona. He estado
orando a Dios por ti. ¿Cómo ha ido todo?
La invité a pasar y sentarse. Lo hizo en el mismo lugar donde Ana Lucía
se había sentado minutos antes.
―Gracias a Dios todo muy bien, ¿y contigo? ―fui sincero, pues que Ana
Lucía se hubiera ido por su propio gusto significaba para mí un alivio.
―También, excelente, gracias. Te invito a comer sushi, yo pago ―me
dijo sonriente.
No me hice mucho del rogar. Como ella venía en bicicleta, yo saqué la
mía y nos fuimos a comer.
Llegamos a un establecimiento conocido donde preparaban un sushi muy
rico. Yo pedí uno sin alga y ella uno capeado. Nos trajeron té y esperamos a
que llegara el platillo. Mientras tanto platicamos.
―¿Qué ocurre, todo bien con Ana? Sé que son novios ―me preguntó
seria, pero sin dejar de sonreír.
―No ―dije como asustado―. No, ya no ―comenté, sereno―. Ella es
una chica muy complicada. Tú también eres una chica y no pareces tan
complicada.
―Quizás ahora no, pero antes sí lo era ―me confesó.
―¿Qué ha cambiado? ―quise saber.
―En realidad alguien me ha cambiado. Pienso que las personas están
dispuestas a cambiar cuando se trata de amor verdadero. Si mostramos amor
verdadero entonces estamos dispuestos a sacrificarlo todo. El amor nos lleva,
incluso, a renunciar a nosotros mismos si es necesario con tal de agradar al
ser amado. Si bien la rosa tiene espinas, a esta se le pueden cortar para que no
lastime. Si Ana te amara de verdad ya sería distinta solo por estar contigo.
Habría cortados las espinas que la acompañan, ya que es una hermosa rosa.
―¡Wow! ―le dije boquiabierto―. Dices cosas muy inteligentes. Creí que
las chicas solo decían cosas tiernas y que las inteligentes las callaban
―agregué para no ofenderla.
―Oye, ese es un cumplido casi ofensivo, no estás siendo amable ―y me
aventó una servilleta hecha bolita.
―Nunca acordamos que sería amable contigo ―y me reí.
―Era algo implícito ―me respondió.
Nos reímos. En ese momento llegó el sushi y luego de orar, comenzamos a
comer. Annabella se terminó el té y comenzó a sorber con el popote,
haciendo ruido y llamando la atención. Era adorable.
VI
VII
VIII
IX
Hizo una pausa, como esperando que aquellas palabras hicieran eco en mi
mente. Yo quería voltear a ver a Jesús, pero me dijo: “ni se te ocurra, mírala a
ella”. Lo hice y entonces ella continuó:
―Si bien el sufrimiento y el dolor son algo real en el interior de cada
persona, también es cierto que según la forma de pensar que subsista en
nuestra mente, así será el modo como reaccionaremos ante la adversidad y el
dolor.
―¿Cómo, a qué te refieres? ―indagué un poco más porque ella decía
cosas que antes yo no había pensado.
―Sencillo: si mantenemos a Jesús presente y vigente en nuestra mente,
viviremos la hermosa vida que anhelamos ―y vi que levantó una ceja dos
veces.
―¿Quién te ha enseñado todo esto? ―pregunté curioso, aunque
imaginaba la respuesta.
―Jesús ―y sonrió―. Aclaro que no estoy loca ni estoy buscando una vía
de escape para evitar el dolor y la realidad. Estoy hablando más bien de otra
vía y otra realidad que también existen en nuestro mundo y que podemos
tomar para evitar todo lo malo que nos rodea. Es una alternativa posible y
real. Más todavía, es eficaz. Tan solo expreso con mi opinión lo que ya el
Señor Jesús dijo alguna vez: “Si creen realmente en lo que digo entonces su
corazón ya no volverá a sentirse solo”. Y eso es lo que hago: enfrentar una
realidad con otra realidad, donde la realidad de Jesús, más clara y más bella,
siempre es más fuerte. Eso me hace muy feliz ―entonces miró por la ventana
y cambió la conversación―. Pero también me doy cuenta que se hace tarde y
debo volver a casa, no quiero preocupar a papá.
Ella pagó tal como lo prometió. Luego tomó su bici y se fue rumbo a su
casa. En el camino se ponchó su bici y me llamó. Pedimos un uber. Subimos
ambas bicicletas en la cajuela. Nos fuimos en los asientos traseros.
Me sorprendió mucho ver a Jesús en el asiento del copiloto. Se volteó
hacia atrás y me hizo señas, indicándome que estaba sentado muy cerca de
Annabella. Ella veía las luces exteriores por la ventana, luego volteaba a
verme y sonreía.
Como no le hice mucho caso a Jesús lo oí en mi mente decirme:
“Vas muy pegado a ella, guarda distancia, jovencito. Te estoy
observando”.
“Está bien, Señor”, le respondí, luego sonreí y me separé de ella,
alejándome a la otra ventana bajo el pretexto de que había visto una estrella
fugaz.
“El amor no hace nada indebido”, me recordó Jesús. “No busca lo suyo, es
puro y sin mancha”.
“Ya entendí la indirecta. Y gracias por estar aquí”, sonreí hacia la ventana.
Ana enviaba un mensaje a su papá, avisando que iba en camino.
―¿En qué pensabas? ―me preguntó, guardando su celular.
―En una parte de la Biblia que dice: ‘el amor… el amor nunca se acaba”.
―Ah, claro, ese pasaje es bellísimo. Primera de Corintios trece. Me
encanta. “El amor todo lo espera”.
―El amor no es jactancioso…
―No busca lo suyo….
Y ambos nos reímos no sé por qué.
Al dejarla en su casa me dijo que esperaba que los momentos como aquel
se repitieran más seguido. Estuve de acuerdo. Le di un abrazo y un beso en la
mejilla y me devolví a casa en el uber. Jesús esta vez se fue atrás y yo
adelante.
En casa mamá Ruth me dijo que papá había sido dado de alta y estaba con
su otra familia. Le mandé un mensaje de texto deseándole pronta
recuperación y que deseaba que pudiera acercarse más a Jesús, junto con su
otra familia. Que estaba seguro encontraría todo lo que estaba buscando. Me
respondió que seguiría mi consejo y que me agradecía por todo lo que había
hecho por él.
Jesús, ya en la recámara, me preguntó cómo había estado el tiempo que no
pasamos juntos. Le conté algunos pensamientos. Lo abracé y le agradecí por
todo. Luego me dormí.
Pasaron algunas semanas.
PARTE VIII
Cuando uno duerme jamás lo hace pensando que el día siguiente podría
ser el peor día de su vida. Que incluso podría marcar el inicio de los peores
días de su vida. Por el contrario, hay un deseo profundo de que al despertar el
día sea hermoso, lleno de sorpresas agradables. Si uno supiera que al
despertar recibirá la peor de las noticias o vivirá la peor de las tragedias, uno
desearía no haber despertado nunca.
Un sábado por la mañana debíamos comprar las cosas que mamá Ruth
siempre pedía para la cenaduría. Esperé escucharla subiendo por las escaleras
para decirnos a Jesús y a mí que era momento de ir al mercado, así conseguir
las verduras más frescas. Pero nunca la escuché subir y eso se me hizo
extraño.
Desperté por completo y vi que Jesús estaba profundamente dormido. No
quise molestarlo. Como todos nos habíamos dormido tarde la última noche,
imaginé que mamá estaba agotada también y por eso no había querido
levantarse. Aunque lo más viable era que no nos hubiera querido despertar y
se hubiera ido ella misma a comprar las cosas al mercado, como había
ocurrido varias veces antes.
Preparé desayuno esperando que mamá llegara del mercado o se levantara,
pero no apareció en ningún momento. Se me hizo muy extraño y fui a su
cuarto. Toqué la puerta, pero nadie abrió. Entonces mi teoría de que se había
ido sola al mercado cobraba más fuerza, sin embargo, no quise dejar de entrar
para cerciorarme de que no estaba ahí.
Al abrir la puerta de su cuarto vi que estaba todavía acostada. Toqué tres
veces la puerta abierta y dije “despierta, ya es tarde, mami”, pero ella no
reaccionó. Aquello no me gustó nadita. Ella siempre había despertado al
menor ruido. Quizás habría tomado pastillas para dormir como antes, pero era
poco probable. Hacía mucho que no lo hacía. Además, no había razón para
que lo hubiera hecho.
Me acerqué y la remecí un poco, pero no reaccionó. Eso me alarmó y me
puso muy inquieto. Puse mi mano frente a su nariz y me di cuenta que no
estaba respirando. Entonces sentí un gran temor y una inmensa angustia. Una
especie de dolor punzante atacó mi pecho y mi corazón. No podía creer lo
que estaba viendo. El hecho de pensar en que mamá pudiera estar sin vida me
aterró. Busqué su pulso en el cuello y no había. Mi mayor temor se había
hecho realidad: mamá Ruth había partido con el Señor.
Tomé su mano y estaba fría. La abracé y le dije:
―Mamá, mamita, despierta, no me hagas esto ―mis ojos se llenaron de
lágrimas, pero no despertó.
―Jesús, “Jesús” ―dije, llamándolo con mi mente, con mi voz y con todo
mi espíritu.
Lo vi entrar por la puerta justo cuando terminé de decir su nombre. Era
como si solamente hubiera estado esperando mi llamado.
―Por favor ―le dije llorando―, no dejes que se vaya, por favor, haz que
vuelva. Resucítala, haz un milagro, te lo suplico ―me arrodillé ante él al
decir todo esto.
Él negó con la cabeza y con lágrimas en los ojos me extendió algo que
traía en su mano derecha. Era una carta.
―Lo siento mucho. Te dejó estas palabras. Dijo que no había querido
preocuparte. Lo siento mucho.
Y rompió en llanto.
II
No entendí por qué Jesús no había hecho esto mismo con mamá. Él fue
con Adrian y yo leí la carta:
Leí la carta con copiosas lágrimas rodando por mis mejillas. Avisé a
Benjamín de lo ocurrido. Acudió pronto y me abrazó. Luego leyó la carta que
le di y también le corrieron las lágrimas. Un momento después llamó a la
funeraria. Decidió que se velaría a mamá en casa, pero la prepararían en la
funeraria. Él se encargó de todos los gastos.
Velamos a mamá. Me vestí completamente de negro. Durante el velorio
hubo muchas rosas, arreglos florales de parte de los vecinos y clientes de la
cenaduría. El ambiente era de suma nostalgia. No quise sonreír a nadie. No
imaginé que mi actitud fuera a ser tan taciturna, pero así fue. Estuve sumido
en un sentimiento de inmensa depresión. Sentí que me iba a morir también.
Jesús me dio un abrazo, pero lo rechacé; me di cuenta que no quería
tenerlo cerca ni hablar con él. No quería involucrarlo en mi dolor. No quería
hacerlo parte de aquel sentimiento, no porque pensara que no debía sentirse
mal por lo ocurrido a mamá, sino porque yo estaba enojado con él y lo
culpaba de que mamá hubiera muerto.
Al día siguiente enterramos a mamá y fue lo más triste de mi vida.
III
IV
Pasados los días supe que al señor Jorge le gustaba que le dijeran
solamente don Jorge. Por un momento tuve un rayo de lucidez en mi cabeza.
Me di cuenta que aquel hombre le guardaba mucho rencor a Dios. Entonces
fui sincero conmigo mismo y admití que no quería terminar mi vida como él.
Le pregunté cuánto tiempo hacía que no buscaba a Dios. Me dijo que tenía
mucho que había perdido la esperanza y que estaba seguro que Dios no lo
aceptaría. Le había dado la espalda. Era como si estuviera casado con esa
idea. Se dedicaba a pedir dinero para comer y comprar alcohol. Así se
mantenía terco en su postura.
Aunque yo no quería admitirlo, sentía la necesidad de hablarle bien de
Dios a aquel hombre. En realidad, Jesús siempre había sido lo máximo
conmigo. Lo ocurrido con mamá yo lo había considerado como un acto
malvado de Dios hacia mí, pero en cierto sentido Jesús tenía razón al decirme
que era parte del proceso de la vida. Por otro lado, estaba aquel hombre
mayor, don Jorge, necesitado del amor de Dios y yo conocía algo de Dios, así
que podía hablarle un poco de mi experiencia. Uno de esos días le dije:
―A pesar de todo, siento que Dios sigue a mi lado, aunque yo no tenga
más dinero. A pesar de todo sigo confiando en Dios ―tuve que admitirlo y
tragarme un poco de mi orgullo.
Ahí había un alma además de mí que necesitaba un abrazo urgente de
Jesús. Podía unirme a su sentimiento de rechazo de Dios o hacerle contrapeso
hablándole del inmenso amor que Jesús me había mostrado a mí.
―¿Por qué sigues confiando en Dios? ―me preguntó curioso y a la vez
molesto.
―Confío en Dios porque él nunca me ha dejado solo. Yo he sido quien se
ha alejado de él. Me molesté con él y me alejé, pero la verdad es que la culpa
no es suya, sino mía.
Yo me daba cuenta que ahora a quien más necesitaba era a Jesús, pero por
mi orgullo no lo quería admitir y debía romper con ese orgullo cuanto antes,
ya que me estaba haciendo bastante daño.
―Qué raro ―me dijo de pronto―. Haz hecho que me acuerde de mis
viejos tiempos, cuando yo iba a la iglesia y me gustaba mucho hablar de Dios
y pensar en él. No voy a negar que fue bonito, pero, bah ―habló en tono
displicente―, solo era un engaño. Todo era un engaño. Un engaño que me
hacía sentir muy bien… incluso me hacía feliz…
Cuando él hablaba de estas cosas, recordé otra plática que tuve con Jesús.
“Los seres humanos siempre están pensando en lo que no tienen que es en
realidad lo que ellos desean. Si no tienen dinero piensan en dinero, si no
tienen amor piensan en amor. Lo sé porque los conozco y sé también que en
realidad yo soy todo lo que ellos necesitan ―justo en ese momento don Jorge
decía con cierta alegría los bellos momentos que pasó con Dios. En ese
entonces no bebía alcohol y la vida le sabía más sabrosa.
“Aunque ellos no lo admitan, lo que realmente necesitan es tenerme a mí
para que todos sus sueños se hagan realidad. A veces los seres humanos
quieren creer en la magia, en los superpoderes, en lo sobrenatural, pues están
diseñados para desear más de lo que tienen; están diseñados para desear cosas
grandes y poderosas, infinitas y eternas.
“Los seres humanos fueron diseñados para desearme, para querer tener a
alguien como yo. Y aunque buscan en lugares equivocados, lo hacen porque
su diseño interior los empuja a buscar algo que los sacie por completo. Y a
quien están buscando es a su creador, a aquel que los diseñó tal como son
―don Jorge expresaba que Dios, ahora que lo pensaba, fue el único ser que
le hizo conocer lo que era la verdadera felicidad.
“Esa inquietud mueve sus corazones. Ellos tienen sueños y aspiraciones
que parecen muy altas, pero en realidad son muy pequeñas comparadas con
los sueños y propósitos que yo tengo para ellos. Y puedo decirles con certeza
que cada sueño, cada deseo que tienen en mí puede hacerse realidad. Yo soy
el genio de la lámpara, el hada madrina que tanto necesitan. Incluso yo soy
más que eso, yo soy Dios Todopoderoso.
Don Jorge concluyó diciendo:
―Ahora que me haces recordar pienso que no me caería nada mal volver
a buscarlo. Me haría mucho bien ―y lanzando un suspiro, le dio un trago a
su botellita de vino.
No quiso admitirlo, pero sé que estaba llorando por dentro en ese
momento.
Don Jorge me dijo que se había apartado de Dios hacía dos años, luego de
la muerte de su único hijo, Genaro. Al oírlo se enterneció mi corazón y
entonces decidí contarle lo de mamá. Él me puso mucha atención.
Le dije todo lo que había pasado.
―Mi enojo con Dios me llevó a pecar contra él, renegando de él. Un
pecado que no debí cometer. Pero lo hice ―le confesé.
Platicar con don Jorge y desahogarme me hizo mucho bien. Platicando de
esto fui quedándome dormido, ahí en la banca, mientras él descansaba en la
otra. Ya estaba bastante oscuro y la noche nos había arropado.
Jesús sabía muy bien lo que yo necesitaba. Mi corazón tenía urgencia de
él. Aunque yo era indigno, él me buscaba y quería estar conmigo, pues
conocía mi condición de caído y solo quería levantarme. Ya no lo rechazaría
más, pues lo necesitaba y cada día era más apremiante mi necesidad de él. Me
estaba secando por dentro y un vacío desesperante se abría paso en mi
interior.
En la noche sonó en mi mente una canción y cuando don Jorge parecía
dormido canté entre susurros:
VI
Como era domingo, fuimos al templo donde antes había ido don Jorge y
entramos a la reunión. Ya había iniciado el servicio y se escuchaba una
hermosa alabanza.
♪Algo está cayendo aquí, es tan fuerte sobre mí. Mis manos
levantaré y su gloria tocaré. Algo está cayendo aquí, es tan
fuerte sobre mí. Mis manos levantaré y su gloria tocaré. Está
cayendo su gloria sobre mí, sanando heridas, levantando al
caído, su gloria está aquí. Está cayendo su gloria sobre mí,
sanando heridos, levantando al caído, su gloria está aquí♫.
Y después:
VII
VIII
Llegó la noche.
Jesús me aconsejó que hiciera un pequeño discurso para la audiencia del
día siguiente. Le dije que se me había ocurrido escribir sobre mi historia y mi
experiencia personal con Dios. Es decir, todo lo que me había ocurrido con él
hasta ese momento. Me dijo que yo sabía lo que hacía, por él no había
problema.
―Pero debes poner especial atención al lenguaje que usas para contar
todo lo ocurrido. En el lenguaje está la clave de todo. Aprende a usarlo y
verás lo poderoso que es.
―¿Por qué lo dices? ―pregunté.
―El lenguaje es parte del infinito. La palabra es el medio para llegar a mí.
Todo es lenguaje y comunicación. La clave está en saber decirlo e
interpretarlo. Si sabes usar las palabras correctas podrás hallarme. También si
sabes interpretarlas. Estoy a un solo paso de ti, solo debes abrir la puerta y ahí
me hallarás, esperando por ti.
“En realidad todo está en la palabra. Es la llave, el camino que conduce a
muchos mundos, pero sobre todo el camino que conduce al hombre hacia mí.
Y es solo a través de la palabra que se puede hacer un esbozo de las
maravillas, porque incluso a veces no hay palabras suficientes que puedan
expresarlo todo, pero al menos es lo más cercano que existe para conocer la
verdad de todo.
Le dije que tenía mucha razón.
Esa noche comencé a escribir el discurso. Sería algo breve. Por la noche
sentí como Jesús me ponía la cobija encima al verme más dormido que
despierto.
IX
―Es muy válido todo lo que comentas ―preguntaba una muchacha que
parecía traer una grabadora en su mano y usaba un gafete con un nombre que
por la distancia yo no alcanzaba a leer muy bien―. Es tu punto de vista y
coincido con muchas cosas, pero dime algo, cómo hacer para seguir
confiando en Dios a pesar de todo lo que te ha ocurrido. Está lo de tu mamá,
tus anterior… em… tus días perdido, etc. ¿Cómo seguir con Dios después de
todo eso?
Entonces respondí usando el micrófono, de modo que todos escucharon:
―Esto es porque en todo tiempo Dios me ha demostrado ser el mejor
amigo que puedo tener. Y el peor error que yo puedo cometer es tener rencor
contra Dios. Ese rencor me va a enemistar con él y todo lo malo que me
ocurra se lo culparé a él, cuando en realidad hay cosas que no dependen de
mí, sino de él. Debo aprender a aceptar su voluntad y confiar en que sus
decisiones son las más acertadas. Cuando empiezo a reconocer a Jesús como
la máxima autoridad en mi vida, es cuando puedo tener la paz y la seguridad
que tanto necesito. La frustración y el dolor por la pérdida de mamá siempre
estarán ahí, en el recuerdo. A veces tendré tristeza, pero yo sé que Jesús
siempre estará conmigo, ahí, para consolarme y para decirme que todo estará
bien.
Alguien agregó otra pregunta:
―¿No crees que creer en Dios atenta contra la razón?
―Por supuesto que no. Su pregunta es muy válida, pero deja de lado un
elemento sumamente importante: el corazón. Todos somos mente y también
corazón. No podemos ignorar a ninguno de los dos ni poner a uno por encima
del otro. Por un lado, está la razón que nos dejará ver y sentir lo crudo y frío
que puede llegar a ser el mundo; incluso nos llevará a cuestionarlo todo. Por
otro lado, está el corazón que pese a todas las circunstancias siempre busca
mirar las cosas con buenos ojos, incluso nos lleva a creerlo todo y desear que
todas las cosas sean reales, verdaderas. Pero hemos querido hacer una brecha
y ponerlos como rivales. Pese a esto, creo que existe una tercera opción, el
camino de la excepción: descubrir que no hay pleito entre ambos, sino que
ellos siempre han mirado hacia el mismo cielo, porque ambos tienen el
mismo Creador.
―¿Cuál es la intención al escribir este discurso? ―preguntó alguien más.
―Lo que acabo de escribir y decir aquí, públicamente, incidirá en el
corazón y la mente de algunos de ustedes. Habrá quienes me hayan puesto
mucha atención y se queden con un pequeño granito de arena de todo lo que
dije. Si es así, habré logrado mi intención. Que no es otra más que mostrarles
mi opinión sobre este asunto y ponerlos a pensar un poco sobre la forma en la
que ustedes están viviendo actualmente y la forma como les gustaría vivir.
Yo no sé qué clase de cosas están ustedes acostumbrados a leer. Pero al
menos lo que respecta a mí, que he elaborado este pequeño discurso, tengo la
intención de hacerles llegar información que los ponga a pensar y también a
sentir. Corazón y razón van de la mano, no hay motivo para quererlos oponer.
Así que, según de lo que lean y según a quién lean, es que se nutrirán su
mente y su corazón.
―¿Crees entonces que la lectura puede acercar o alejar a las personas de
Dios?
―Eso depende de la clase de lector que se esté construyendo hoy en día.
Y también de la clase de escritor. Existe un lector que aborrece a Dios, que
aborrece a su creador y eso es muy absurdo. También hay escritores así. Hay
otro lector que quiere saber más de él, aprender más de él, que está
confundido y busca claridad, entendimiento, comprensión. También hay
escritores así. Por lo tanto, es muy importante saber a qué clase de escritor
nos acercamos para leerlos. De alguna manera lo que se escribe se convierte
en alimento para un lector. Dime qué lees y te diré quién eres. Un lector será
lo que el escritor le inculque. El lector admirará al escritor, creerá en sus
palabras y las tomará como una enseñanza. De algún modo la obra literaria
del que escribe será una panacea, una lumbrera que guiará al lector. Influirá
en sus decisiones. Mi pregunta es: ¿qué clase de influencia quiere dejar en
este mundo el escritor y cuál quiere recibir el lector? Según la respuesta, se
debe pensar y elegir bien lo que se escribirá y lo que se leerá. En nuestra
escritura y en nuestras lecturas, que a fin de cuentas son palabras, puede estar
el destino del mundo. O al menos el de muchos seres humanos.
Alguien preguntó si yo era protestante, mesiánico, católico o a qué
religión pertenecía.
―Ni evangélico ni católico ni musulmán. Soy cristiano porque creo en
Cristo, pero más allá de eso, lo sigo y busco hacer su voluntad cada día.
Además, soy un buscador enamorado de los asuntos de Dios, principalmente
de su palabra, la Biblia. Me gusta aprender de él, conocerlo y procuro hacer
su voluntad cada día. Eso es todo.
Alguien alzó la mano y preguntó qué opinaba de las religiones.
―Jesús me ha dicho que no quiere que tenga una religión. Que tener una
religión no es lo que él busca de nosotros. Si alguien tiene una religión y
realiza las prácticas de esa religión, pero no tiene a Jesús viviendo en su
corazón, es lo mismo que no tener nada. Es lo peor que puede ocurrirnos
como personas, decir que tenemos una religión y no tener a Dios presente en
nuestra vida. Sino solo a veces. Jesús me dijo que prefiere que tengamos una
relación con él, una bonita relación de amistad. Una relación no es lo mismo
que una religión. En la religión me acuerdo de Dios cada quien sabe cuándo.
En cambio, en una relación platico todos los días con él, todas las noches,
todas las mañanas. Le cuento mis problemas, le explico mis puntos de vista.
Me aconseja, me anima a seguir, me muestra las decisiones que más me
convienen. En fin, en una religión no hay nada de eso, pero en una relación
tenemos contacto a diario y personal con el Dios Todopoderoso que es Jesús.
Alguien más alzó su mano.
―¿Por qué Jesús? ¿Por qué él? ¿Por qué aseguras que él es Dios?
―Porque al voltear a ver otras opciones, nos damos cuenta que no hay
nadie más. No existe nadie más. No hay Dios fuera de él. Nadie ha hecho las
cosas que él ha hecho, nadie muerto por la humanidad nunca, solo Jesús. Y si
él vino a mostrarnos el camino, a decirnos por dónde andar, no entiendo por
qué seguimos tan perdidos. Esto se debe a que no queremos renunciar a
nuestra maldad, lo cual nos impide rendirnos ante Jesús. Pero invito a todos
mis amigos a que renuncien al orgullo, los malos pensamientos y la maldad
en general. Cuando lo hagan entonces estarán listo para recibir a Jesús en sus
corazones limpios y puros. Cuando decidan eso, entonces habrán tomado la
mejor decisión de toda su vida. El mundo tendrá otro color y ustedes tendrán
otros ojos, otras manos y otros pies. Tendrán otro corazón y serán felices…
no para siempre, pero sí todos los días. Muchas gracias.
Hubo aplausos y luego abracé a Jesús.
XI
Muchos creen que ya no se puede hablar con Jesús, pero la verdad es que,
si él es real, entonces todo es real. La vida eterna, los milagros, el amor, el
Espíritu, todo. Incluso hablar con él y ser su amigo, su mejor amigo. Creer
hace la diferencia: desafía a todos. Cree.
Jesús me dijo:
―Todo el que me sigue y es sincero en esa declaración debe dejar de
hacer lo malo. El que verdaderamente me ama es el que me obedece y no hay
más palabras para decir esto. No se trata de decir las cosas tratando de no
herir a nadie, sino de decir la verdad, las cosas como son. La mejor forma de
decirlo es así y si las cosas fueran de ese modo el mundo sería otro. Pues las
cosas que yo ordeno son sencillas: dejar de hacer lo malo y amar a Dios y a
su hermano.
Esa sería ahora mi forma de vivir. Venían grandes cosas por delante y con
Dios a mi lado, estaba listo para enfrentarlas.
Pasaron varios días y todo regresó a la normalidad.
Una mañana, cuando desayunábamos, me preguntó:
―¿Por qué no has leído la Biblia?
No supe qué responder. No tenía una mirada de reclamo, pero igual yo
sentía sus palabras como tal. Luego se me ocurrió responderle una
barbaridad:
―Es que como tú estás aquí, no pensé que fuera necesario.
―¿Whats? ―así me respondió, con esa palabra en inglés―. Esa respuesta
no está bien. A ver, dime en serio por qué.
―No sé, me parece muy extensa. Aunque tú sabes bien que sí la he leído,
no toda, pero buena parte sí.
―Ajá…
―Está bien, hoy en la noche la leeré.
―¿Qué te parece si dedicas un poco más de tiempo a leer la Biblia? Puede
ser un tiempo especial. Mira, aunque esté aquí sé que lo disfrutarás. En ese
momento puedes leer, alabar, cantar, platicar… ¿qué dices?
Me di cuenta que yo tenía todos los días ocupados.
―¿Cómo le podemos hacer? Tengo la agenda totalmente llena. Ya ves,
lunes escuela, martes también. Y así toda la semana.
Se me quedó mirando, como diciendo que era yo quien debía elegir.
―Ya sé, los sábados por la mañana tengo libre. Y antes de entrar al
whatssap o al feis leeré un capítulo.
Entonces así lo hice. Por eso durante los siguientes días leí todo el
Génesis.
―Wow, es sorprendente ―dije asombrado cuando terminé.
―¿Por qué la risa? ―me preguntó Jesús en tono serio, pero era claro que
bromeaba.
―Es que se me hace muy chistoso pensarte diciendo vaquita ―y me
reí―, disculpa, es que es muy gracioso ―no podía evitar la risa.
Él se puso serio, como indignado, pero luego se rio también.
―Tienes razón, bueno, no deberías sorprenderte, soy Dios, todo lo puedo
hacer ―y me guiñó un ojo.
Seguimos leyendo y más tarde, antes de dormir, Jesús me dijo:
Hey, amigo, hijo, hermano, aquí estoy contigo. Cuéntame qué te pasa, sea
lo que sea, cuentas conmigo.
Fin