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PSICOTERAPIA FOCALIZADA II
Introducción
Esta preocupación de Freud dejó de ser retórica algunos años después cuando los
psicoanalistas se encontraron gradualmente con la tendencia a la masificación de la
asistencia psicoterapéutica, hasta llegar a la situación presente en la que ya es
corriente la atención de la salud en general, y la salud mental en particular, regulada
por prestaciones de terceros. Las transformaciones sociales y culturales de este
proceso exceden los alcances de estas reflexiones; nos limitaremos a afirmar que
estos cambios se han asentado, pasando a formar parte estable del campo de la
práctica clínica, a través de variadas formas. Estas modificaciones han transformado
también las características y condiciones de trabajo de los terapeutas, que han
debido ajustarse a la nueva situación buscando no desnaturalizar los fundamentos
básicos de la teoría y la técnica con la que trabajan.
paciente
(mercado de consumo)
Toda práctica en salud mental regulada por terceros funciona dentro de este circuito
en el que cada protagonista plantea problemáticas específicas y contextos
heterogéneos. Retomando la caracterización de la situación terapéutica que hemos
desarrollado en el capítulo siete, este circuito caracteriza y da forma al contrato de
la situación terapéutica en los tratamientos regulados por terceros, pero de ninguna
manera al encuadre entre terapeuta y paciente; por lo tanto todas las vicisitudes o
problemas que pueda presentar pertenecen al campo no-transferencial.
Caso 1. Si bien una cantidad fija de sesiones de psicoterapia otorgadas a un paciente con un
intento de suicidio formaban parte de su contrato institucional con la empresa prestadora,
la distribución de la frecuencia de esas sesiones fue decidida unilateralmente por su terapeuta
para propiciar la alianza terapéutica. Esta decisión sobre las características del dispositivo
terapéutico –sesiones bisemanales y control psiquiátrico, en este caso- prevalecen sobre
cualquier otro criterio opuesto, tanto del prestador que no quiere arriesgar una posible
extensión de sesiones, como del paciente que no está seguro de obtenerlas o no quiere sujetarse
a un dispositivo determinado. Sin embargo, para el terapeuta se trata de garantizar las
condiciones necesarias –el encuadre- para favorecer el surgimiento del campo transferencial,
método terapéutico que incluye la contención de la vulnerabilidad de ambos protagonistas
del diálogo analítico: el riesgo de repetición de la conducta suicida, para el paciente y el riesgo
de perder el control de la situación terapéutica, responsabilidad del terapeuta. La no
aceptación del dispositivo por las partes torna contraindicada la acción terapéutica
Caso 2. Un paciente en psicoterapia a raíz de una crisis vital con riesgo de depresión agotó
el cupo de sesiones otorgadas, sin que estuvieran dadas, a criterio del terapeuta, las
condiciones para una salida o terminación provisoria del tratamiento. Ante esta interrupción
contraindicada, el terapeuta elaboró un informe en el que fundamentó una extensión de las
sesiones, informe que comunicó también al paciente. A partir de esa instancia, la extensión
requerida o rechazada pasa a ser responsabilidad del sistema de cobertura y del propio
paciente, quien, conociendo el informe –o su equivalente: una interpretación panorámica-
puede elegir entre insistir frente al sistema de cobertura o abonar él mismo las sesiones
restantes. Si el marco interno, es decir el encuadre, instala a los protagonistas en una relación
asimétrica de contención similar a la escena originaria (Laplanche 1987a), el marco externo,
el contrato, deja librada a las partes a su propia responsabilidad y autonomía frente a la
interrupción de riesgo, ya que no es función del terapeuta operar en asimetría sobre este
marco, ni como contención en relación al paciente, ni como mimetización en relación al
sistema de cobertura.
Caso 3. Requerido para un proceso breve de orientación vocacional por los padres de un
adolescente, y por el paciente mismo, el terapeuta diagnosticó una depresión encubierta e
indicó un tratamiento psicoterapéutico, descartando el pedido inicial a pesar de la queja de
los padres y las expectativas del admisor del sistema de salud. Dado que la reglamentación
vigente de algunos sistemas otorga al paciente la posibilidad de expresar su propia definición
del problema y sus expectativas de cambio, corresponde que el terapeuta intervenga
utilizando las sesiones otorgadas para esclarecer y fundamentar –probablemente
interpretando material inconciente descriptivo- la relación entre la definición del motivo de
consulta que aporta el paciente y su propio diagnóstico, y la contraindicación de una dirección
terapéutica diferente. Pero su diagnóstico, de cualidad clínico-metapsicológica, y el objetivo
terapéutico que a su criterio está indicado serán, nuevamente, decisiones unilaterales
fundamentadas en su teoría psicopatológica y su método terapéutico, el marco interno.
Caso 4. Finalizado el tratamiento de su hijo de 8 años, una pareja parental pidió sesiones de
psicoterapia para un hijo menor sin síntomas, “para empezar bien la escolaridad”. El
terapeuta no aceptó este pedido, a pesar de los reclamos de los padres ante la prestadora porque
consideraban que ellos ya habían pagado por dichas sesiones, y la inclinación de la prestadora
a concederlas. Los fundamentos del terapeuta para esta contraindicación se apoyaron en el
marco interno de la situación terapéutica: la manipulación transferencial de padres que
intentaban anular la función de castración simbólica y terceridad, representada por el
terapeuta y su saber, y los efectos iatrogénicos que tendría en la dinámica psíquica infantil
una intrusión transferencial innecesaria.
(d) los criterios teóricos de salud que funcionan como referentes necesarios del
terapeuta para su trabajo –un espectro de cualificación de la vida psíquica como
objetivo final- entrarán en articulación o encuentro con los criterios intuitivos y no
siempre coincidentes del paciente, en el propio pensamiento interpretante del
terapeuta, investidura libidinal contratransferencial necesaria para facilitar la
internalización de este ‘objeto bueno’ por el paciente, articulación que seguramente
obliga a duelos por parte del terapeuta.
Varios fueron los factores que, al mismo tiempo que fundamentaban una versión
contemporánea y actualizada de la teoría psicoanalítica, hicieron posible la
fundamentación teórica de diversas prácticas clínicas bajo el calificativo de
psicoanalíticas, entre ellas, las prácticas terapéuticas en los sistemas de cobertura en
salud. Esto fue posible a partir de la revisión paradigmática del modelo de proceso,
revisión en la que confluyeron innovaciones conceptuales en la teoría, la clínica y la
técnica:
Viñeta clínica
P. es soltero, consulta por su indecisión para casarse con su novia. Dice no estar convencido
y relata su falta de interés en la relación. Se conocen hace dos años, pero también ha estado
saliendo con otras mujeres, sin experimentar verdadera “pasión” por ninguna. Piensa que
tiene que casarse porque a su edad sus amigos ya están en pareja y con hijos, pero tampoco
desea formar una familia. Se muestra apático y carente de resonancias afectivas.
determinismo t2 azar
determinismo t1
azar
adolescencia hijo de A.
ascenso laboral
pérdida red
familiar
En esa instancia, la fluctuación del psiquismo del paciente dio lugar a una
predominancia del conflicto edípico que ya se estaba gestando –la rivalidad con los
pares y con su pareja, su posicionamiento en función paterna- pero la dificultad para
hacer duelos y el aumento de la libido fálica sin muchos recursos de
contrainvestiduras preconcientes precipitaron la semiología clínica por la que
consulta: angustia masiva junto al síntoma agorafóbico, en una lectura desde el
marco interno; F41 del DSM IV, en una lectura desde el marco externo.
Objetivos y estrategias terapéuticas.
Tanto si se trata de un proceso terapéutico sin plazos, o uno con cobertura limitada,
el objetivo y la estrategia terapéutica serán los mismos: la modificación o
desactivación de la dinámica patológica que presenta en la configuración clínica que
vemos en la consulta. Su indicación surgirá entonces del diagnóstico clínico-
metapsicológico, es decir del conflicto que se manifiesta en la clínica, y no de las
hipótesis del terapeuta sobre el conflicto psíquico o pulsional. Si bien estas últimas
formarán parte del pensamiento interpretante del terapeuta, la perspectiva
pragmática de los signos y síntomas clínicos es rectora de los objetivos y las
intervenciones –en el caso de M., la angustia bajo la forma de pánico agorafóbico era un
indicador clínico del desfallecimiento de las contrainvestiduras y el fracaso, al menos puntual,
de la función ligadora de la instancia yoica y de una posible ineficacia simbólica de la trama
representacional como para intervenir sobre las significaciones. Desde el punto de visa
pragmático, la trama representacional que pudiera presentar el paciente no estaba al servicio
de sustitución de contenidos inconcientes, por muy ‘simbólicos’ que pudieran parecer-.
Dicho de otra manera, la perspectiva semántica, las significaciones narcisistas y oral-
dependientes evidentes desde un principio –en la transferencia, por ejemplo- no
podían ser interpretadas hasta que la angustia masiva no cediera paso a una mínima
eficacia representacional del campo de las fantasías.
Primer objetivo o foco del proceso. En el caso de este paciente se imponía entonces
un trabajo terapéutico inicial que se focalizara en la ligazón de la angustia, es decir
en la instancia yoica. La abreacción de la angustia fue un primer paso que permitió
nombrar –describir, diferenciar- sensaciones somáticas, vivencias de impotencia y
claudicación del yo, y la posibilidad de detectar y anticipar estas sensaciones, así
como lograr cierta disociación instrumental. Una repetida situación agorafóbica, la
compañía de alguien para enfrentar el tránsito en la calle, fue amortiguada por el paciente
con grabaciones de música que lo acompañaban mientras manejaba al trabajo o al consultorio,
únicas salidas que afrontaba en la primera etapa. Esta idea fue su respuesta a una sugerencia
terapéutica de buscar algo que lo ayudara a neutralizar los pensamientos amenazantes que le
anunciaban una crisis de angustia. Esto último tuvo importantes efectos recursivos
sobre el yo y su autoestima. Gradualmente, el paciente fue avanzando en el
reconocimiento de la situación-gatillo inicial y otras secundarias, lo cual permitió
intervenir con niveles preconcientes de interpretación de la significación de las
situaciones angustiantes –temor a la posibilidad de enfrentamientos hostiles-, con función
ligadora. Llegado este punto, y ya sin la amenaza de repetición de la crisis, fue
posible intervenir señalando la presencia de duelos y pérdidas intactos con empatía
sobre la dimensión afectiva implicada.
La estrategia terapéutica que acompañó este primer objetivo terapéutico tuvo
un momento inicial activo por parte del terapeuta, con intervenciones de holding a
fin de contrarrestar la sensación de vulnerabilidad del paciente que podía aumentar
el traumatismo-causa. La resonancia empática con el relato de su historia reciente
fue el camino para el registro, enlace y caracterización preconciente de las pérdidas
y de los conflictos y emociones negados, todo ello reverso de la crisis de angustia.
Resta señalar que este primer objetivo se centró, para el paciente, en su situación laboral: los
conflictos de enfrentamiento o sometimiento con sus pares, y la pérdida del lugar de
‘apreciado y querido por todos’. Solo gradualmente fue refiriéndose a otras pérdidas afectivas.
Segundo objetivo o foco del proceso. Una vez alcanzado cierto grado de
homeostasis interna, momento de autoorganización económica mínima con efectos
sobre el yo, o de movimiento de síntesis, como diría Laplanche (2001), comienza un
proceso de aproximación y elaboración de los conflictos derivados de la
sobreadaptación y su fractura: nuevamente el paciente focaliza, es decir se concentra
espontáneamente, en la conflictiva laboral -la dificultad para delegar en sus empleados,
su deseo de ayudar a todo el mundo, su temor al enfrentamiento, su necesidad de ’mediar con
todos’, su furia- para poder acercarse a la elaboración de duelos recientes pendientes,
a las características sintomáticas de la relación de pareja anterior –la necesidad de ser
‘un buen tipo’ y cuidar y proteger, la sensación eterna de pedir permiso, su silencio ante sus
propias frustraciones y reclamos conyugales, su angustia y culpa ante la brusca separación,
la renuncia a sus ‘derechos’ afectivos, la hostilidad hacia su expareja-, todo lo cual
constituye, como quedó luego perfilado, el segundo foco del proceso. Desde una
perspectiva semántica, esta segunda parte de este tramo de proceso dio lugar al
despliegue de significaciones más inconcientes, propias de la escena libidinal oral-
dependiente como su deseo de reconocimiento narcisista y su identificación con el
yo ideal omnipotente. El trabajo de interpretación se centró primeramente en
desarticular o moderar las defensas –disociación afectiva, escisión, transformación
en lo contrario- para luego focalizar en la elaboración de duelos recientes y en sus
respuestas omnipotentes. Desde una perspectiva pragmática, se trataba de afianzar
el campo representacional, desarticulando la personalidad sobreadaptada, de
alguna manera ya fracturada, y ligando, dando voz a nuevos deseos que estaban
emergiendo y que hasta ese momento solo habían encontrado el camino sintomático
de la agorafobia.
conflicto pulsional
conflicto focal
primer tramo
vínculo de pareja
segundo tramo
(40 sesiones)
En el caso de M. el primer foco terapéutico tuvo como objetivo ligar la angustia que
amenazaba constantemente con tornarse en pánico, objetivo ineludible indicado por la
dinámica psíquica del paciente, mediante el trabajo de abreacción de la angustia, de
esclarecimiento sobre el conflicto y ligazón emocional. El segundo foco, más prolongado, fue
nuevamente determinado por la dinámica del paciente, que recuperado de la crisis de angustia
comenzó a desplegar aspectos de su personalidad sobreadaptada, modalidades defensivas
arcaicas, especialmente en la transferencia –paciente amable, cortés, sumiso y aniñado- y
los duelos negados. Para completar esta representación, haremos referencia a las zonas
grisadas del esquema, que señalan los temas más frecuentes en los que se manifestaba el
conflicto narcisista, es decir las temáticas en las que el paciente se enfocaba: el ámbito laboral,
y progresivamente los vínculos de pareja. El proceso terapéutico –como no podía ser de otra
manera- giró siempre alrededor del conflicto pulsional, eje del despliegue de su psiquismo
pero solo accesible a través de su formulación actual: un conflicto predominantemente
edípico que va desplazando objetos e identificaciones narcisistas, restos de una
configuración psíquica previa que ya se estaba desarmando al precio de una crisis
de angustia.
Creemos importante recordar que entendemos el foco terapéutico como el trabajo del
terapeuta sobre la dinámica patológica que presenta el paciente. En otras palabras, trabajar
con la técnica de focalización no implica seleccionar ni mucho menos dirigir el relato clínico
que el paciente trae a sesión, sino diagnosticar desde el pensamiento interpretante del
terapeuta cuál es el problema actual que el paciente intenta resolver y cuáles son los
obstáculos que se le presentan.
Resta señalar un último aspecto del gráfico anterior: que entre cada objetivo
terapéutico, y solo cuando se ha alcanzado una mínima autoorganización o
estabilidad psíquica, existe la posibilidad de plantear una salida del proceso
terapéutico (Laplanche 1998), por ejemplo la terminación del cupo de sesiones, que
si bien podría ser indeseable desde el punto de vista de la resolución del conflicto,
no dejaría al paciente en riesgo de descompensación o mayor daño psíquico.
Nuevamente los criterios de indicación y contraindicación nos proporcionan los
bordes para la evaluación de interrupciones que podrían ser iatrogénicas. De todos
modos, y como ya se ha dicho, toda salida del proceso por factores exógenos y
acordada con el paciente en el marco externo, no impide al terapeuta explicitar en el
marco interno sus inconvenientes y efectos indeseables, al mismo tiempo que respeta
explícitamente su decisión. En el caso de M., el reintegro de los honorarios de sus sesiones
cesó a los 8 meses de tratamiento, momento en que decidió continuar haciéndose cargo de las
sesiones, a lo largo de un año. De todos modos, vale la pena aclarar que el terapeuta habría
acordado una salida, de ser necesario, en el momento de compensación de la crisis de pánico
y resolución de la agorafobia, pero la habría contraindicado luego, durante el trabajo sobre los
duelos, antes de alcanzar alguna elaboración de los fuertes sentimientos de desamparo que se
desplegaron.
Tercer objetivo terapéutico o foco de un nuevo tramo del proceso. Casi dos años
después, y con la cobertura de las sesiones renovada, consulta ante nuevas y más moderadas
formas de angustia que se le presentan en situaciones de examen. Embarcado en una
formación universitaria, con una nueva pareja y con un buen funcionamiento laboral, el
procesamiento de la castración simbólica muestra restos del yo ideal omnipotente –no tolera
aprobar con notas promedio-, culpa frente a internalización de deseos y necesidades propias
–darse permisos para un espacio propio por fuera de la relación con su novia, cursar la carrera
en tiempos posibles para él- y cierto tono depresivo, señal de duelos todavía en proceso. Un
nuevo tramo terapéutico acompaña como seguimiento esta reelaboración
identificatoria que el paciente ya trae en proceso y que transcurre en clave de
angustia señal en un escenario edípico.