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Salvaguarda del Derecho frente al poder

Las respuestas a la pregunta ¿qué es el Derecho? han sido tan diversas como contradictorias,
puesto que la cuestión planteada es casi inabarcable. En la tradición clásica esa respuesta
estaba indiscutiblemente ligada a la justicia y por tanto a la razón. Julius Paulus, jurista
romano del siglo tercero afirmó: “Lo justo no se deriva de la norma, por el contrario, la
norma se deriva de lo que sabemos que es justo”. Sin embargo, esta afirmación no ha sido
aceptada de forma unánime a lo largo de los siglos posteriores. Desde que el voluntarismo
empezó a calar en la filosofía, la pregunta sobre si el Derecho es el límite del poder o, por el
contrario, es este el que dicta el contenido y alcance del Derecho, ha sido contestada de
formas muy diversas por las sucesivas corrientes de pensamiento: unos han defendido que
el Derecho ha de entenderse como lo justo, o lo debido por justicia, otros lo han identificado
con la voluntad del gobernante. Los primeros se agrupan bajo las distintas versiones del
iusnaturalismo; los segundos son los partidarios del iuspositivismo. Las diferencias entre
ambas posiciones a veces no son tan extremas como a primera vista pudiera parecer; tanto
los voluntaristas como los modernos racionalistas coinciden en la idea de un orden
normativo independiente: Los iuspositivistas desligan el Derecho de la razón y lo someten en
exclusiva a la voluntad del legislador, mientras que los iusnaturalistas racionalistas defienden
la sujeción del Derecho a la razón, aunque sin dependencia de ninguna instancia exterior.
Estos no conciben, como hacía el iusnaturalismo clásico, la ley natural como la participación
de la razón humana en la ley eterna. El resurgimiento del Derecho natural a raíz de las
barbaries ocurridas en la primera mitad el siglo pasado tuvo como consecuencia que algunos
de los más brillantes juristas iuspositivistas moderaran sus posturas, hasta el punto de
aceptar que el Derecho pierde su naturaleza jurídica, deja de ser Derecho, cuando se opone
frontalmente a la justicia, puesto que la idea de justicia es intrínseca al Derecho. A pesar de
este acercamiento al iusnaturalismo por parte de algunos ilustres juristas, en el último tercio
del siglo XX volvió a difuminarse e incluso a evaporarse la idea de lo justo por naturaleza. La
eclosión ideológica del 68 sacó a la luz e hizo brotar las semillas de la confusión entre
derechos, sentimientos, deseos e intereses, y este revoltijo de ideas se difundió por todo el
panorama intelectual de Occidente. La consecuencia de tal revolución, o la más importante,
ha sido la transformación radical de lo que se entiende por derechos humanos; en esta
transformación ha influido en gran manera la corriente iusnaturalista calificada de
principialista; esta corriente otorga más valor a los principios que a las reglas, y dota a los
jueces de la pretendida potestad de reinterpretar de forma creativa el Derecho según los
principios, siempre subjetivos, que en su opinión merezcan ser introducidos en el
ordenamiento con el fin de reinterpretar no sólo el tenor literal de las leyes y normas
constitucionales, sino también su espíritu, prescindiendo de toda legitimidad democrática.
De manera generalizada en las democracias occidentales los parlamentos han sido
colonizados por los gobiernos, esto es, el poder ejecutivo ha desarticulado en gran medida el
contrapeso y la función que las normas constitucionales otorgan al legislativo. Ahora
estamos un paso más allá, el poder judicial se ha convertido en la siguiente víctima a
derribar y someter por parte del poder ejecutivo. A la vista de la perversa evolución de los
acontecimientos que de forma tan acelerada están degradando el ordenamiento jurídico y
como consecuencia el consenso y la paz social, planteo dos objetivos: El primero es mostrar
el Derecho como el presupuesto de la libertad y como el medio para lograr el bien común; el
poder desligado de la verdad y del bien se convierte en totalitarismo; por ello es necesario
articular mecanismos de salvaguarda del Derecho frente al poder. El segundo objetivo es
defender que la educación jurídica no puede ser exclusivamente positivista técnica o
utilitaria. Como afirmó Álvaro D´Ors, “el jurista moderno no deberá contentarse con conocer
el derecho positivo, sino que deberá preparase para introducir en él los cambios
meliorativos que parezcan exigir los tiempos en que vive, y cuanto más se limita el estudio
del Derecho al derecho positivo, más difícil se hace que el jurista formado de esa manera sea
capaz de ver más allá del texto legal y sea capaz de reformarlo”. D´Ors señaló el riesgo de
sacralización de la ley en el que pueden incurrir quienes se acercan al estudio del Derecho
con una mentalidad positivista y desprovista de capacidad crítica. El jurista, aunque es
tradicionalmente conservador, respeta el orden establecido, no debe renunciar a su propio
juicio acerca de la relatividad de las soluciones jurídicas, y mucho menos puede conformarse
con el estudio y la aplicación mecánica de la norma, porque esta, con demasiada frecuencia,
es el mero resultado de la confrontación de intereses, de ideologías y de las luchas de poder,
aunque la cubra una capa de legitimidad basada en el voto de la mayoría y en el estricto
cumplimiento de las formalidades requeridas para la entrada en vigor de las normas.

Miguel Ángel López Lozano

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