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En la cena de Noche Buena de hace unos años en casa de mis abuelos, fecha
que no recuerdo exactamente bien, empezaba a tener sospechas sobre si era
verdad que Papa Noel existía y era el que nos traía los regalos, o por el
contrario, de si eran nuestros queridos padres que querían meternos en la
cabeza una historia de fantasía para que tuviera más magia este día.
Y yo, decidido a buscar los regalos por cada rincón de la casa, convencí a mis
primos a jugar al escondite, para así poder buscar por toda la casa esos
regalos tanto llevaba esperando. Entonces, empezamos a jugar, y por cada
partida iba descartando sitios de la casa donde podrían estar los regalos, y
jugamos, y jugamos, y seguía sin encontrarlos. Pero no me rendí, y seguí
buscando. A pesar de haber buscado por todos lados me vino una idea a la
mente: aún faltan los balcones, cabe recalcar que habían dos, uno en el
comedor y otro en la habitación de mis abuelos. A sí que, pensé: en el del
comedor no puede estar porque ya estuve ahí y, además, es donde suele estar
la perrita de mis abuelos, así que fui a ‘esconderme’ al balcón de la habitación
de mis abuelos y, aun que me costó abrir la puerta, finalmente lo conseguí.
Cada uno abrió sus regalos con mucha felicidad y disfrutamos de nuestros
regalos a pesar de que yo ya sabía que no existía Papa Noel. Aun así he
seguido pasándomelo de maravilla con mi familia el día de noche buena.