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Liceo Nacional de Maipú.

Departamento de Historia, Geografía y Ciencias Sociales.


Educación Ciudadana- 3° Medio.
Profesores: J. Michel Canales J.- Leonel Urrutia B.

CONTROL DE LECTURA DE
EDUCACIÓN CIUDADANA:
“Compilación
Compilación de artículos
científicos, columnas y ensayos
científicos,
sobre los conceptos de
Democracia, Estado y Ciudadanía”.
3ros. Medios E-F, Cursos Humanistas 2024
2024.

Objetivo de aprendizaje: Analizar las principales características de los conceptos


de Democracia, Estado y Ciudadanía.
Ciudadanía

Habilidades: Elaborar interpretaciones y argumentos. Analizar interpretaciones y


perspectivas. Evaluar la validez de las propias interpretaciones. Elaborar juicios
éticos. Comunicar explicaciones,
explicaciones, conclusiones u opiniones.

Nombre: _______________________________________
1

Curso: _____________
Página
ÍNDICE
DOCUMENTO PÁGINA
DOCUMENTO 1. ¿Y quién decide que es democrático y 2
qué no? Por Alberto Fernández Gibaja
DOCUMENTO 2. Democracia. Por Faro Democrático 6
DOCUMENTO 3. La democracia (extracto). Por Robert 27
Dahl
DOCUMENTO 3. Participación, Democracia y Derechos
Humanos. Un enfoque a partir de los dilemas de
América Latina. Por José Thompson
DOCUMENTO 4. El concepto de Estado: ¿entendemos lo 11
mismo? Por Aldo Isuani
DOCUMENTO 5. Estado de Derecho. Por Faro 28
Democrático
DOCUMENTO 6. El estado de bienestar y las políticas de 45
austeridad. Por Andrew Gamble
DOCUMENTO 7. El Estado de Bienestar no perjudica los 53
ideales de la socialdemocracia. Por Mario Scholz
DOCUMENTO 8. ¡Abajo el Neoliberalismo! Pero ¿qué es 55
el neoliberalismo? Por José Ossandon
DOCUMENTO 9. Ciudadanía y Participación. Por Faro 61
Democrático

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DOCUMENTO 1. ¿Y quién decide que es democrático y qué
no?
Por Alberto Fernández Gibaja1. En “Agenda Pública”. Periódico “El
País”, Madrid, España. 20 de Octubre de 2021
URL: https://agendapublica.elpais.com/noticia/16640/qui-decide-
es-democratico-qu-no
En 1964, el juez de la Corte Suprema de Estados Unidos Potter Stewart utilizó la ya famosa
frase "lo reconozco cuando lo veo" para diferenciar qué era y qué no era pornografía. El juez
expresó en su opinión en el caso Jacobellis vs. Ohio que no entraría a definir qué era la
pornografía, pero que es algo que se reconoce cuando se ve, y en el caso que juzgaba no lo
era. En muchos aspectos, qué es y qué no es democrático responde a un mecanismo similar
y, en parte, la sostenibilidad del sistema político depende de ello. Este entendimiento se
basa en una serie de conocimientos políticos comunes que articulan los sistemas
democráticos y a través de los cuales definimos qué es democrático y qué no. Estos
conocimientos políticos comunes son el cimiento compartido por la población que nos ayuda
a entender, sin prácticamente discusión (salvo si se lanza una OPA hostil a la totalidad del
sistema político) que, por ejemplo, la independencia de los órganos electorales o la
separación de poderes son condiciones sine qua non para una democracia. De igual modo,
nadie plantea que sea democrática la posibilidad de restringir el voto abiertamente a algunos
grupos de la sociedad o de restringir la libertad de credo o expresión.

Tradicionalmente, los partidos y actores políticos que ponían en duda estos principios
comunes eran marginales y solían, de hecho, hacer gala de no compartirlos como bandera
ideológica. Sin embargo, uno de los problemas que acecha hoy en día a la democracia es
que muchas de las propuestas nativistas, populistas o iliberales claman que su objetivo es,
en realidad, la defensa de la democracia. Cabe destacar que la defensa es, evidentemente,
de su modelo concreto de democracia, pero al entrar en la disputa de su significado se abre
una vía de fuga clave para aquellos conocimientos políticos comunes que sostienen el
sistema y, por tanto, para la sostenibilidad del mismo.

El nativismo, populismo o las vías autoritarias e iliberales engloban un amplio abanico de


líderes políticos, desde Narendra Modi en la India a Nayib Bukele en El Salvador o el tándem
Ortega-Murillo en Nicaragua. Además, éstos pilotan regímenes diversos, ya sean
democracias débiles con contrapesos decrecientes, como es el caso de El Salvador,
regímenes autoritarios como en Nicaragua o democracias que muestran resiliencia a pesar
de los embates gubernamentales, como es el caso de Brasil. Como bien expresa la ya clásica
definición de Cas Mudde, una de las características de estos movimientos es que reclaman
ser los únicos que hablan en nombre del pueblo, en oposición a una élite corrupta; y que,
por tanto, sus acciones y propuestas emergen legítimamente de la voluntad popular que
ellos representan. Anclados en este entendimiento de la política, no es de extrañar que estos
movimientos indiquen que todas sus acciones, al emanar de la voluntad popular, son
profundamente democráticas por definición, ya que representan el poder (kratos) del pueblo
(demos). Es más, muy habitualmente defienden sus acciones como las únicas genuinamente
democráticas o que protegen el Estado de derecho, por mucho que las mismas disten mucho
de reunir cualquier atisbo democrático.

Sin embargo, definir la democracia es una tarea ardua y compleja. Existen definiciones
minimalistas, que ayudan a establecer sus principios básicos aunque no otorgan las
herramientas para distinguir si una acción es democrática o no. Para Idea Internacional, la
democracia es control popular sobre la toma de decisiones e igualdad en la ostentación de
dicho control. A un nivel más detallado se debe entrar en todas las diferentes aristas que,
unidas, conforman la democracia (y que son imposibles de aunar en un solo número, por
mucho que algunas instituciones como Freedom House lo intenten). Estas aristas no dan una
foto clara, sino multidi-mensional, donde se engloban cinco elementos clave: la capacidad

1
El autor es Magíster en Estudios Internacionales (Universidad de Uppsala, Suecia) y Licenciado en Sociología y
3

Análisis Político (Universidad Complutense de Madrid, España). En la actualidad, es Gerente senior de programas en
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el Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA Internacional), con sede en Estocolmo. El
trabajo de Fernández Gibaja se centra en temas relacionados con la tecnología y la democracia, con especial foco en
Asia Pacífico y Europa.
del Gobierno de ser representativo, la defensa de los derechos fundamentales, la existencia
de controles efectivos, el funcionamiento de una Administración imparcial y la posibilidad de
participación política de la ciudadanía. Ninguna es más importante que las otras, aunque la
ausencia de algunas (como, por ejemplo, que el Gobierno no sea representativo o no esté
sometido a controles de ningún tipo) sí invalida posibles desempeños altos en el resto de los
aspectos.

ATRIBUTOS DE LA DEMOCRACIA.

Elecciones
limpias
Sufragio
Gobierno inclusivo
representativo Partidos
políticos libres
Gobierno
electo
Acceso a la
justicia
Libertades - Libertad de
civiles expresión
- Libertad de
asociación y
asamblea
Derechos - Libertad de
fundamentales movimiento
- Libertad de
religión
- Integridad
DEMOCRACIA y seguridad
personal
(control Derechos - Igualdad
sociales e de grupos
popular e igualdad sociales.
igualdad - Igualdad
de género
política) - Bienestar
básico
Parlamento
efectivo
Controles y Independencia
gobierno judicial
Integridad de
los medios
Ausencia de
Administración corrupción
imparcial Aplicación
predecible
Participación
de la sociedad
Compromiso civil
participativo Participación
electoral
Democracia
directa
Democracia
local

Fuera del ejercicio intelectual que supone definir la democracia, es verdad que una defensa
de su significado comúnmente aceptado es imprescindible tanto para la mejora democrática
como para su sostenibilidad. Por un lado, sin un acuerdo común que nos dé, como sociedad,
una vía de mejora de los diferentes aspectos democráticos, difícilmente podremos acordar
4

cambios. Al mismo tiempo, sin un acuerdo de mínimos difícilmente podremos identificar las
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amenazas que se ciernen sobre la democracia y defenderla. Y ahí precisamente reside el


peligro de tergiversar la palabra democracia políticamente, ya que genera una cortina de
humo que amenaza con tapar los ataques contra ella. Se ha visto en Venezuela, en
Nicaragua, en Brasil y se ve en El Salvador. Perder el entendimiento común de qué es la
democracia es acercar demasiado la cerilla a la mecha, y en muchos lugares lo estamos
haciendo.

¿Cómo es posible, entonces, que las bases del sistema político que domina en casi toda
América Latina y Europa se vean cuestionadas tan fácilmente? Tres son los aspectos que se
han alineado para difuminar y debilitar los acuerdos comunes alrededor de la idea de
democracia. En primer lugar, una galopante e inextricable crisis de representación que
asuela la práctica totalidad de las democracias. Ésta se asienta en un hecho fundamental: la
ciudadanía, en su mayoría, no se siente representada por los partidos, y los partidos, como
ya indicó Peter Mair hace unos años o más recientemente Piero Ignazi, se han concentrado
en gestionar el poder político más que en actuar como correa de transmisión entre la
ciudadanía y ese poder político.

Las razones que han generado ese fenómeno son muy variadas, e incluyen transformaciones
sociales, económicas e incluso factores internos de los partidos como la profesionalización de
los aparatos de comunicación o la financiación de los mismos. Sin entrar en estas razones,
es clave entender que esta desafección partidista desmonta uno de los pilares de la
democracia: la ciudadanía no siente que su vehículo de participación democrática principal
(los partidos) funciona a su favor y, por lo tanto, se abre a escuchar ideas que proclamen
nuevas formas de representación política y, por consiguiente, de entendimiento común de la
democracia. Algunas de esas formas, bien ejecutadas, pueden profundizar y renovar el
sistema democrático, como pueden ser las asambleas consultivas o los presupuestos
participativos. Sin embargo, otras, llevadas al extremo, pueden poner en serio aprieto a la
democracia. Un claro ejemplo son los referendos utilizados como mecanismos de
legitimación popular y no de consulta. Desde México a Bolivia se han utilizado para legitimar
acciones desde el Gobierno y enmascararlas como profundizadoras de la democracia, cuando
en realidad han sido meros actos de legitimación o de movilización de las masas.

Una segunda falla que afecta al entendimiento común de la democracia es el anti-


intelectualismo rampante de muchos liderazgos populistas, nativistas y iliberales. Una traza
de muchos populismos nativistas, desde Donald Trump a Jair Bolsonaro, ha sido el anti-
intelectualismo, asociando a estas élites como autores intelectuales de todos los fenómenos
que desencadenan la crisis de representación existente. Este anti-intelectualismo es utilizado
como una excusa por parte de los liderazgos populistas, nativistas e iliberales para justificar
que si los expertos consideran que sus medidas no son democráticas, es porque no son
parte de ese pueblo al que dicen representar. Esto lleva a que los consejos o
recomendaciones que puedan dar tanto la sociedad civil experta como los intelectuales
nacionales o internacionales para apuntalar el entendimiento común de la democracia (y por
tanto, de qué no es democrático) se deslegitimicen automáticamente. De una manera
simple, y siguiendo la lógica del ataque a los conocimientos políticos comunes, nadie que no
pertenezca a ese pueblo puro que estos liderazgos dicen representar puede definir qué es y
qué no es democrático, ya que esa potestad está reservada solo al pueblo.

Un tercer aspecto, transversal a muchos problemas existentes hoy en día en los sistemas
democráticos, es la manipulación informativa. Aunque muchas veces se considera que la
desinformación política busca traer falsedades al debate público, en realidad su efecto no es
tanto hacer creer a la población en algo que no es cierto, sino más bien sembrar dudas y
elevar a la categoría de posibilidad algo que antes era impensable. Muchas de las campañas
de contaminación del debate público mediante la desinformación se dan sólo precisamente
para sembrar dudas. De esta manera, atacar al conocimiento común compartido sobre qué
es y qué no es democrático se convierte en un objetivo perfecto de estas campañas.

Un claro ejemplo es la constante manipulación de la opinión pública en Brasil a través de las


redes sociales para sembrar la duda sobre la importancia de la separación de poderes, e
incluso hacer pensar a parte de la población que dicha separación de poderes es, en efecto,
anti-democrática.

Conservar y defender el significado del término democracia, aunque a simple vista sea un
ejercicio más intelectual que práctico, es fundamental para la protección de la misma. Si no
existe un mínimo común entendimiento sobre qué es democrático que asiente las bases del
sistema político, incluso de una manera más profunda que una Constitución, este será
siempre precario. De ahí que las fuerzas populistas, nativistas e iliberales se esfuercen en
diluir estos acuerdos, ponerlos en duda y tergiversar la palabra democracia para cuestionarla
y, llegado el momento, apoderarse de ella. Por ello, la defensa de los principios
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democráticos básicos y su concepción no sólo no es fútil, sino que se torna imprescindible


para defender la democracia. Para ello, es fundamental la educación cívica democrática y el
conocimiento profundo, por parte de la ciudadanía, de cómo funciona la democracia en cada
país, desde el papel de cada institución (especialmente, el Poder Legislativo) hasta cómo se
desarrolla y qué eligen exactamente los procesos electorales. La alternativa es el gradual
deterioro democrático y un desmoronamiento de su edificio impulsado por estruendoso
aplauso.

DOCUMENTO 2. Democracia.
Por Faro Democrático2. INE e IIJ-UNAM. Faro Democrático. 2020.
México.
URL: https://ijpc192.juridicas.unam.mx/que-es-la-democracia/
TEMA 1. ¿QUÉ ES LA DEMOCRACIA?

¿Qué es la democracia? Todos conocemos esa palabra. La usamos con frecuencia, la


exigimos, la buscamos. Pocas veces sabemos definirla o describirla, aunque intuimos que es
algo bueno, algo importante, algo por lo que las personas están dispuestas a luchar. La
democracia es una aspiración, un ideal pero también una manera de tomar decisiones entre
los miembros de una comunidad y, a través de ella, regular la convivencia. Esta idea tan
sencilla no siempre es compartida por todos y todas. Cada persona puede tener una idea
diferente de lo que es la democracia y esto se da porque es un concepto que tiene múltiples
significados y dimensiones: como ideal, como forma de vida, como régimen o sistema
político, como un conjunto de valores. Sin embargo, que tenga una multiplicidad de
significados no disminuye la importancia de una serie de ideas que como ciudadano o
ciudadana debes tener cuando participes en política o cuando quieras vivir en un sistema
político al que le llamamos “democracia”.

A pesar de su importancia, muchas personas perciben a la democracia como algo lejano,


abstracto, inalcanzable e, incluso, como algo que no se entiende muy bien. Otros piensan
que es una mala palabra e incluso la rechazan. Muchos no la quieren porque lo que conocen
como democracia no satisface sus expectativas y otros porque no les gusta compartir el
poder ni que todos participen en la solución de los problemas colectivos. Hay personas que -
además- les encanta ponerle adjetivos porque el concepto principal les parece incompleto e
insuficiente. Una serie de atributos son usados de manera cotidiana para acotarla (como por
ejemplo, democracia delegativa, democracia iliberal, democracia de calidad, democracia
débil). Todo esto es bastante común y que haya defensores y detractores de la democracia
hace la tarea mucho más difícil de lo que puedas creer.

SABÍAS QUE…
Aristóteles y la democracia

A diferencia de lo que defendemos hoy en día, uno de los principales filósofos de la


humanidad, Aristóteles, pensaba que la democracia era una mala forma de gobierno.

Eso quiere decir que el concepto ha evolucionado con el paso del tiempo que, a diferencia de
lo que se creía en la Grecia clásica, ahora es una forma de gobierno deseable y preferible
para resolver los conflictos y mantener la paz.

La historia de la democracia es la de un montón de gente exigiendo que se cumplan una


serie de derechos (la libertad de expresión, el voto, el derecho de asociación, la libertad de
prensa, la libertad de culto, el respeto a las minorías y a las diversidades, el derecho de las
mujeres a una vida libre de violencias). Cada día nos ponemos más exigentes y queremos
más derechos porque queremos vivir en democracia. Por eso, en nuestra historia, se han ido

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El Faro Democrático en línea para estudiantes y profesorado es un proyecto impulsado por el INE (Instituto
Nacional Electoral de México) dirigido a promover la cultura cívica entre la población adolescente entre los 12 y los
15 años, adscritos a instituciones y escuelas de educación secundaria a través de la publicación de contenidos en una
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plataforma digital. Dichos contenidos están relacionados de manera coherente con algunos de los temas que
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componen la asignatura de Formación Cívica y Ética de ese nivel. La plataforma digital es un espacio de apoyo y
complementariedad a los aprendizajes comprendidos por esta asignatura, es por ello que también estará dirigida a las
y los docentes, a fin de que puedan utilizar los mismos contenidos en su labor de enseñanza.
acordando una serie de derechos y de de obligaciones que las personas tenemos que
conocer y cumplir para poder vivir en una democracia.

Debido a esta multiplicidad de visiones y de esfuerzos es que hay tantos libros y debates
que pretenden definir qué es la democracia. Incluso muchas personas han dado la vida por
defender la democracia en diferentes partes del mundo. Como quienes protestaban en la
famosa Plaza Tiananmen en Beijing (China) en 1989 y sostenían la pancarta que decía: “No
sé qué es la democracia, pero necesitamos más de ella”.

VIDEO DE PROFUNDIZACIÓN
Ve el video sobre “30 años de la matanza de Tiananmen”. El País, publicado el 3 de junio de
2019.

Trataremos, entonces, de ayudarte a responder esta gran pregunta: ¿qué es la democracia?


Vamos a explorar algunas ideas acerca de los principios y valores que las sociedades
pretenden realizar a través del establecimiento de la democracia y también vamos a analizar
los mecanismos que estas sociedades emplean para resolver las diferencias de posturas e
intereses existentes entre sus integrantes. Vamos a pensar sobre la democracia sin olvidar
que cuando pensamos en ella también estamos pensando en la política, es decir, en esa
práctica o actividad colectiva que regula los conflictos entre los miembros de una
comunidad y hace que las decisiones que resultan de la misma sean obligatorias
para sus integrantes (Vallès, 2000: 18).

Vivir en una democracia supone pensar que cada uno de los miembros de una comunidad
con derecho a serlo, es decir, sus ciudadanos y ciudadanas, son quienes toman las
decisiones, quienes ejercen el poder y quienes se benefician del resultado de esas
decisiones. También significa que se reconoce la dignidad del ser humano, los derechos de
las personas, se promueve el tomar decisiones respetando las diferencias, la pluralidad y la
diversidad, impulsando el respeto a la ley y a las libertades de cada uno. De ese modo, la
democracia es, al mismo tiempo, un ideal, un régimen político y un conjunto de
valores, actitudes y creencias.

LÍNEA DEL TIEMPO SOBRE DERECHOS HUMANOS Y DEMOCRACIA

LA DEMOCRACIA COMO UN IDEAL. PRINCIPIOS Y VALORES

La democracia supone principios y valores. Este término tiene su origen en dos palabras del
griego: “demos”, pueblo, y “kratos”, gobierno. Podríamos traducirlo entonces como “el
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gobierno del pueblo”. Esta frase refleja la idea fundamental de la democracia: un modo de
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gobierno en el cual todas las personas pueden participar en el proceso de toma de


decisiones para generar el bien común. Precisamente así fue como el presidente de los
Estados Unidos de América, Abraham Lincoln, la definió: “el gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo”.

SABÍAS QUE…
El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo

“El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” es la frase con la que Abraham
Lincoln, presidente de los Estados Unidos de América, definió la democracia en el discurso
que pronunció el 19 de noviembre de 1863, en el lugar donde se produjo la batalla de
Gettysburg, cuando los estados del norte se enfrentaron a los del sur dentro de la guerra
civil que vivió su país entre 1861 y 1865.

Cuando las personas participan en las decisiones, se puede lograr el bien común, es decir,
construir una sociedad en la que cada persona sea libre e igual y donde cada uno pueda
realizar su vida conforme a sus deseos y preferencias. En una democracia, cada persona
puede pensar y creer en lo que quiera; moverse de una ciudad a otra de manera libre;
organizarse con otras personas para expresarse y manifestarse sin temor a que le pase algo
y sin que ello suponga necesariamente un delito. Cada persona puede hacer todo eso sin
que nadie las condicione ni les diga lo que tienen que pensar o hacer. Esa es la maravilla de
vivir en una democracia: que cada uno somos libres de hacer y pensar y que nadie está por
encima de los demás.

Cuando vivimos en una democracia compartimos una serie de ideas basadas en el respeto
mutuo y en la posibilidad de que cada uno ejerza su libertad, sin quitar a los otros la
posibilidad de también ejercerlas.

La democracia como cultura política promueve y se fundamenta en una serie de valores


como el respeto a la dignidad humana, la tolerancia, el reconocimiento a la diversidad y la
solidaridad así como también emplea una serie de habilidades y prácticas como el ejercicio
del diálogo para solucionar los conflictos y los problemas de una sociedad.

La libertad, igualdad y la autorrealización son precisamente los valores que la democracia


pretende que cada ciudadano y ciudadana puedan realizar. La libertad es un valor que
comúnmente asociamos con la capacidad de hacer o pensar lo que queremos.

Este concepto parece simple, aunque resulta bastante más complicado si lo pensamos más a
fondo y en relación con otras personas. ¿Realmente podemos siempre pensar o hacer lo que
nos plazca? En nombre de nuestros deseos, ¿somos capaces de hacer cualquier cosa aún
cuando esto pueda afectar o limitar los derechos y la capacidad de acción de otras personas?
No necesariamente es así de extremo. Entonces, la libertad no es poder hacer cualquier
cosa, sino hacer lo que quieras, siempre que no afectes ni limites los derechos de
los otros. Aquí está la clave.

La libertad tiene dos dimensiones que los filósofos llaman “libertad de” y “libertad para”. La
primera, “libertad de”, se refiere a la ausencia de los límites externos que pudieran, en
manera arbitraria o caprichosa, restringir nuestra capacidad de decidir o hacer. Por ello, los
Estados democráticos basan su actuación en la ley, que debe ser siempre objetiva y neutral
y que, además, permita tratar de la misma manera a todas las personas. En ese sentido, al
someternos al “imperio de la ley”, evitamos los peligros e inconvenientes derivados del uso
arbitrario del poder. Algunos filósofos, como Locke o Rousseau, consideraban que solamente
de esta manera, sometiéndonos a la ley, podremos lograr la libertad.

La segunda, la “libertad para”, se refiere a nuestra capacidad de hacer, de actuar, de tener


control sobre nuestras vidas y realizar nuestras metas o sueños. Este tipo de libertad puede
verse afectada, ya no por los límites legales o restricciones arbitrarias impuestas por alguien
sobre nosotros, sino por las condiciones de vida en las que nos encontramos. Si somos
pobres, si vivimos en las afueras de una ciudad muy grande, si no pudimos estudiar y tener
acceso a un trabajo remunerado o tenemos algún problema de salud, nuestras
oportunidades de ser libres se verán limitadas.

La situación particular de cada persona afecta entonces las posibilidades que uno tiene de
8

ser libre: el vivir en la ciudad o en el campo, ser rico o pobre, ser hombre o mujer, ser sano
Página

o tener algún problema de salud, son solo algunos factores que pueden limitar nuestra
capacidad de elegir libremente qué vida queremos llevar. Para una sociedad democrática es
importante que estos elementos no tengan un peso decisivo en las vidas de las personas,
que no les restrinjan y no les impidan desarrollarse plenamente.

Esto nos lleva a pensar en otro de los valores fundamentales para la democracia: la
igualdad. La igualdad implica que reconocemos a todas las personas como iguales,
es decir, como igualmente valiosas, sin importar cualquier diferencia que pudiera
existir entre ellas (como el género, la etnia, el idioma, la religión, el estatus, la
riqueza, la nacionalidad, el estado civil, entre otras). Debemos tratar a todas las
personas como nuestros iguales y, además, en una democracia, debemos asegurar que
todas tengan las mismas oportunidades y posibilidades de participar en la toma de
decisiones y en el ejercicio del poder.

SABÍAS QUE…
John Rawls y su concepción de la democracia.

Para John Rawls, un filósofo moral estadounidense, era claro que es obligación de un
gobierno democrático implementar las medidas necesarias para que “las necesidades
básicas de un ciudadano [o ciudadana] sean satisfechas, cuando menos en la medida en que
su satisfacción es necesaria para que los ciudadanos entiendan y puedan ejercer
fructíferamente esos derechos y esas libertades [fundamentales]”(Rawls 2004, I, 1).

La igualdad se asocia no solamente con ser iguales frente a la ley y al gobierno, sino que
implica la necesidad de asegurar que las desigualdades educativas, económicas y sociales
en una sociedad no sean demasiado grandes. Las desigualdades extremas pueden sean
demasiado grandes. Las desigualdades extremas pueden excluir a las personas de la vida de
la comunidad y de la participación en las decisiones públicas y ello, a su vez, hace que la
democracia se vuelva débil y no cumpla con sus objetivos. Las sociedades democráticas
pretenden eliminar las desigualdades extremas y garantizar que todas las personas tengan,
por lo menos, las condiciones mínimas para desarrollar una vida digna.

La libertad y la igualdad han sido consideradas, por algunos pensadores, como valores
opuestos que entran en conflicto. La igualdad, cuando es vista como uniformidad, nivelación
o aplastamiento de las aspiraciones personales puede ser vista como enemiga de la libertad.
Sin embargo, no es este tipo de igualdad la que busca una democracia.

SABÍAS QUE…
Jean-Jacques Rousseau y la importancia de la igualdad.

Rousseau, un filósofo suizo del siglo XVIII, decía que la igualdad era indispensable para la
formación de una sociedad democrática. En su visión, la igualdad significaba que nadie debía
ser tan rico como para poder comprar al otro y nadie tan pobre como para querer venderse.

Las sociedades democráticas celebran la pluralidad y la diversidad, por lo que no pretenden


uniformar a todas las personas y despojarlas de las características que las hacen únicas y
diferentes frente a los demás. Lo que sí pretenden hacer es reducir las desigualdades que
impide a las personas la realización de sus derechos de autodeterminación. Para ello se
necesita la igualdad civil (en los derechos civiles), la igualdad política (en los derechos
políticos), la igualdad liberal (en los derechos de libertad) y la igualdad social (en los
derechos sociales).

La autorrealización personal también es un valor importante para la democracia. Su objetivo


es que las personas tengan suficiente autonomía para decidir qué vida quieren llevar, tomar
sus decisiones en función de la elección que realizaron y poder llevarlas a cabo de manera
efectiva. Podemos decir que la autorrealización tiene que ver con su capacidad de poder
desarrollar una vida significativa: poder vivir una vida larga y feliz, en buena salud, en
condiciones de seguridad y paz, disfrutando de la naturaleza, del contacto con otras
personas y del esparcimiento, pudiendo tomar decisiones autónomas para definir su futuro y
9

el de su comunidad. Para que eso sea posible, todas las personas deben contar con
Página

condiciones mínimas necesarias que aseguren sus posibilidades reales de hacerlo.


A esta altura debemos preguntarnos… ¿es posible realizar estos ideales? ¿Resulta viable
construir una sociedad en la que todas las personas puedan ser realmente libres e iguales?
Todos los ideales, incluyendo la democracia, no pueden ser realizados totalmente: su plena
realización supone una utopía o creación de una sociedad perfecta. Sin embargo, aunque no
sean plenamente realizables, los ideales que encarna la democracia pueden ser satisfechos,
es decir, pueden ser realizados en un grado muy alto. Por ello decimos que la democracia es
un ideal que se construye cada día y que nunca es un sistema acabado.

SABÍAS QUE…
Norberto Bobbio y la igualdad en la libertad.

Para el filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio, “igualdad en la libertad: significa que
cada cual debe gozar de tanta libertad cuanto sea compatible con la libertad ajena y puede
hacer todo aquello que no daña la libertad de los demás” (1993, 41).

SABÍAS QUE…
Martha Nuusbaum y la responsabilidad del Estado.

Martha Nussbaum considera que es responsabilidad del Estado y de la sociedad tomar las
acciones necesarias para “…hacer posible que las personas vivan vidas plenas y creativas,
desarrollen su potencial y formen una existencia significativa acorde con la igualdad de
dignidad humana de todos los individuos” (2012, 216).

La democracia entonces se construye a partir de valores y principios. Es la única forma de


organización social que debe su existencia a los valores; sin ellos se vuelve vacía de
contenido. La democracia es una tensión permanente entre lo que es y lo que debiera ser, y
los intentos de alcanzar el ideal son lo que nos permiten avanzar hacia la construcción de
una sociedad más libre, igual y solidaria, en la que las personas pueden construir una vida
plena y feliz. Por eso está en constante construcción y trabajamos todos los días para
mejorarla.

EN RESUMEN:
La democracia como un ideal supone una serie de valores y principios como:
1) el ejercicio de la libertad
2) el ejercicio de la igualdad
3) la posibilidad de autorrealización personal

LA DEMOCRACIA COMO RÉGIMEN POLÍTICO. ELECCIONES, PROCEDIMIENTOS Y


DECISIONES

La democracia electoral o procedimental también es un régimen político, es decir, una


serie de reglas que establecen la manera en que decidimos sobre los temas que
nos interesan a todos los que integramos una comunidad (o, en su caso, a quiénes
están autorizados por las leyes a decidir y tienen la condición de ciudadanos y
ciudadanas). Cuando las decisiones públicas son resultado de la participación directa de las
ciudadanas y los ciudadanos se dice que vivimos en democracia. De esa manera, la
democracia supone la posibilidad de que cada uno de nosotros decida sobre las cosas
públicas: sobre quién gobierna, sobre cómo se gobierna y sobre las políticas que uno quiere
que impulse su gobierno.

En todo régimen político democrático las elecciones son el procedimiento que permite
elegir a nuestros gobernantes y también a las políticas que queremos que ellos
impulsen a través del voto. El voto es una de las herramientas que tenemos para
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manifestar nuestra opinión, expresar nuestras preferencias, apoyar a nuestros candidatos


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favoritos pero también castigarlos a través de las urnas cuando queremos que dejen de
gobernar. Esta es la manera que tenemos, como ciudadanos y ciudadanas, para decirles a
los otros lo que pensamos y lo que queremos respecto a cómo procesar los conflictos y las
diferencias existentes en nuestra sociedad. Por eso votar es clave, para que nuestra voz
importe y para poder incidir en cómo se deciden y se hacen las cosas en un sistema político
democrático.

En ese escenario, los partidos políticos son actores centrales en el funcionamiento de los
sistemas democráticos. Estos son grupos de personas que compiten en las elecciones
y hacen que sus miembros accedan a cargos de representación popular según el
profesor italiano Giovanni Sartori. Los partidos proponen ideas y presentan candidaturas a
cargos de representación popular. Y nosotros, las ciudadanas y los ciudadanos, votamos.
Estos cumplen con diversas tareas que facilitan la salud de esa democracia: son un
instrumento porque encauzan la participación de la ciudadanía, organizan las preferencias
políticas y los conflictos de la sociedad y colaboran en el proceso de designación de
autoridades en el sistema político. De ese modo, los partidos actúan en el interior de la
sociedad y en las instituciones del sistema político.

Esto no significa que los partidos políticos sean los únicos vehículos dispuestos a acceder o
participar en el sistema sino que, tradicionalmente, han sido los canales que el sistema
político ha previsto para que funcionen como una correa de transmisión de demandas y
apoyos de nosotros hacia ellas. Es verdad que existen múltiples grupos que pueden estar
interesados en acceder o influir sobre las instituciones del sistema. En este sentido, los
partidos funcionan como canales de expresión de demandas, como puentes entre la
sociedad y el Estado y como instrumentos que hacen operativo al sistema político.

La ausencia de partidos políticos cuestiona la propia idea de que se viva en una democracia.
Es más, las democracias modernas son impensables sin la participación libre y activa de
estas organizaciones políticas. El gobierno representativo se quedaría sin sus actores
principales y la sociedad sin sus vehículos tradicionales de integración y agregación de
intereses si no existieran los partidos políticos, permitiendo la participación de personas que
buscan ellas solas representar los intereses de las mayorías.

El hecho de que los partidos sean actores indispensables para el funcionamiento de la


democracia no significa que sean respetados o queridos ni que los ciudadanos y las
ciudadanas valoren constante y positivamente el modo en que los políticos y sus partidos
trabajan, gestionan la cosa pública y/o los representan. Las principales críticas modernas
que la ciudadanía manifiesta con relación a los partidos tienen que ver con el hecho de que
sienten que los partidos no representan sus intereses y que además están cada vez más
lejos de los problemas de la gente.

SABÍAS QUE…
Robert Michels y los partidos políticos.

Para Robert Michels los partidos cuentan con un poder único concentrado en una oligarquía,
lo que hace que estén en constante contradicción con los principios democráticos. El autor
italiano, en su obra publicada en 1911, denunció que las organizaciones partidistas tenían en
su interior el germen de la oligarquía.

La percepción generalizada es que los partidos suelen representar más sus intereses
particulares (o de su grupo) que los intereses de la gente. También se cree que a los
partidos les han surgido nuevos competidores como agentes de socialización, por ejemplo,
los medios de comunicación de masas o las organizaciones no gubernamentales; que han
perdido su condición de principales agentes de movilización social frente a otros como los
nuevos movimientos sociales y los medios de comunicación de masas pero continúan siendo
los vehículos de la relación entre sociedad y Estado.

SABÍAS QUE…
Las principales críticas que la ciudadanía hace a los partidos políticos son:
11

- Los políticos sólo buscan su propio interés y no me representan.


Página

- Los políticos son todos unos corruptos.


- Los políticos sólo quieren votos (más que desarrollar políticas para todos).
- Los políticos no son confiables.
- Los partidos son poco transparentes y sólo defienden a los suyos.
- Los partidos sólo sirven para dividir y enfrentar a la sociedad.

Si bien sin elecciones no hay democracia, no se trata de hacer cualquier tipo de elecciones.
Esas elecciones deben ser libres, justas y competitivas. En estos procesos cada persona
debe tener derecho a un voto, que es personal e intransferible. Cada uno de los miembros
de la comunidad debe poder expresar libremente sus preferencias (sin que nadie lo obligue a
decir o hacer una cosa u otra). Todos los que quieran participar como candidatos y
candidatas puedan hacerlo y los que quieran expresarse también puedan hacerlo en
igualdad de condiciones. De esta manera, todos deben poder participar sin que nadie ni
nada los condicione o limite.

Robert Dahl pensaba que, dado que la democracia es un ideal con sus principios y valores
que resulta difícil de alcanzarse, creó en la década de 1970 el concepto de “poliarquía”.
Con este término describió a los sistemas políticos que, sin alcanzar el ideal democrático, se
acercan bastante a él, porque cumplían con sus requisitos básicos. En una poliarquía todo
gobierno debe responder a las preferencias o demandas de su ciudadanía a partir de la
procurar la igualdad de oportunidades para formular preferencias; manifestar públicamente
dichas preferencias ante sus partidos y ante el gobierno individual y colectivamente y recibir
por parte del gobierno igualdad de trato, sin importar sus preferencias políticas. La
poliarquía también puede ser pensada como una democracia electoral o procedimental.

SABÍAS QUE…
Robert Dahl y el concepto de poliarquía.

Para Robert Dahl, una poliarquía es un régimen político en el que las autoridades públicas
llegan a sus cargos por medio de elecciones, las elecciones son libres, limpias y
competitivas, el sufragio es universal, todo el que quiere votar puede hacerlo, todo el que
quiere participar como candidato/a puede hacerlo, existe libertad de expresión y de
asociación, hay acceso a diversos medios de comunicación de masas, existe confianza en el
proceso electoral y la permanencia de las libertades, se respetan los períodos que duran los
mandatos y existe un árbitro que organiza las elecciones de manera imparcial.

LA DEMOCRACIA COMO CULTURA POLÍTICA. ACTITUDES Y CREENCIAS

La democracia supone una serie de actitudes y creencias. Una actitud es una predisposición
u orientación que cada individuo tiene y que ha interiorizado previamente durante su vida.
Las actitudes funcionan como un filtro respecto a lo que ocurre en nuestro entorno, ya que
nos facilitan entender las situaciones, los mensajes y las conductas de los otros así como
también nos ayudan a que cada uno podamos actuar y comportarnos de una determinada
manera en relación al sistema político. De ese modo, las actitudes son las antesalas de
nuestras conductas.

FIGURA 1: ACTITUDES

Fuente: Vallès (2000: 247).

Las actitudes políticas son importantes porque nos ayudan a entender y pensar el sistema
político. Estas no son congénitas ni innatas. No nacemos demócratas pero tampoco
autoritarios. Es decir, no nacemos con un determinado tipo de actitudes y nadie ha
12

demostrado que nuestros genes nos condicionen a favor o en contra de la democracia. Las
Página

actitudes son adquiridas y se van formando a lo largo de nuestra vida. De este modo, el
hecho de que las actitudes sean resultado de nuestra formación, de lo que leamos y de las
experiencias que tengamos que tengamos hace tan importante todo lo que aprendamos de
pequeños. Esto es así porque tus ideas iniciales sobre la democracia, sobre cómo tomar
decisiones o sobre lo que es legítimo (o no) en la vida política irán moldeando filtrando y
acompañando, tu manera de pensar las instituciones y el sistema político durante toda tu
vida.

Cada uno de nosotros puede llegar a identificarse con un determinado sistema de actitudes
o predisposiciones. Muchas veces compartimos ese sistema de actitudes con nuestros
amigos, con nuestros padres e incluso con nuestros vecinos. Precisamente, la cultura
política es una particular distribución de un conjunto de orientaciones de la
población hacia los objetos del sistema político que se manifiestan de manera
estable y persistente y, si cambian, lo hacen de manera gradual.

La cultura política está integrada por un conjunto particular de actitudes que pueden ser de
diferente tipo como las actitudes cognitivas, es decir, el conocimiento y las creencias que
tenemos sobre las cosas, una situación, una política, una institución o un personaje; las
actitudes afectivas, como los sentimientos y las reacciones emocionales que tenemos sobre
los objetos políticos (y que hacen sentir rechazo, afecto, indiferencia ante una idea, un
emblema o una persona); y, las actitudes evaluativas, aquellos juicios de valor que
elaboramos sobre las cosas y, especialmente, sobre el funcionamiento del sistema político
(aprobación/desaprobación; positivo o negativo).

SABÍAS QUE…
LAS ACTITUDES SON COMO LAS GAFAS DESDE DONDE TODOS NOSOTROS
OBSERVAMOS, CONOCEMOS O EVALUAMOS A LOS SISTEMAS POLÍTICOS EN
RELACIÓN A CUATRO COSAS:

- el sistema político y sus componentes, como las normas, los procedimientos, las leyes,
las instituciones (poder ejecutivo, poder legislativo, poder judicial), los símbolos (banderas,
himnos, festividades, actos ceremoniales), los actores colectivos (partidos, sindicatos,
grupos de interés, iglesias, medios), los líderes y dirigentes políticos;
- los inputs o aportaciones al sistema, las diferentes formas de intervención en la
política, tanto convencionales -militancia, voto, opinión, petición- como no convencionales -
actos de protesta, ocupación, violencia, entre otros;
- los outputs o rendimientos del sistema, como las diferentes políticas sectoriales, las
prestaciones y las obligaciones que suponen para individuos y grupos;
- la manera en que cada sujeto (nosotros) y los demás actores perciben el lugar que
ocupan en el proceso político, atribuyéndoles una mayor o menor influencia o eficacia
política.

Cuando los ciudadanos y ciudadanas conocemos esos elementos del sistema político (las
reglas, las instituciones y/o los procesos políticos), creemos que son legítimos y que son
buenas vías para canalizar nuestra participación (lo hacemos activamente) y evaluamos
positivamente su funcionamiento tenemos un determinado tipo de cultura política que se
llama cultura cívica, es decir, un sistema de valores, actitudes y creencias que llevan a las
personas a involucrarse de manera activa, informada y corresponsable en la construcción del
bienestar colectivo.

El tipo de cultura política predominante en una sociedad resulta muy importante porque
condiciona el rendimiento del sistema político, como lo ha demostrado el sociólogo y
politólogo Robert Putnam en su importante libro “Para que las democracias funcionen”. Esto
es así porque esas pautas dominantes son las que orientan la conducta de los actores
políticos y sociales y les inducen a reaccionar de una manera u otra frente a las situaciones.
La cultura política ayuda a comprender la manera en que reaccionamos frente a las cosas,
nuestra tendencia al conflicto o, en su caso, a la resolución de un conflicto. Si una cultura
dominante se ajusta a las necesidades del sistema político, entonces, no hay ningún
problema porque se refuerzan constantemente (sistema político y cultura política). Pero si
no es así, lo más probable es que haya conflicto constante.

Un aspecto clave de las pautas culturales de una sociedad está en su capital social, es decir,
en el conjunto de normas sociales de reciprocidad, confianza, redes y conexiones formales e
13

informales existentes entre los individuos. El capital social puede afectar los niveles de
Página

desarrollo económico y la calidad de las instituciones. Cuando una sociedad tiene un alto
capital social, significa que los individuos están muy interesados y dispuestos a la acción
colectiva, cuentan con altos niveles de confianza interpersonal, ganas de cooperar en la
aplicación de las políticas públicas y de impulsar los intereses de la comunidad.

La cultura política es una dimensión colectiva. No existe una cultura política sólo para cada
individuo sino que la cultura política tiene que ver con las actitudes y orientaciones
dominantes de un grupo. Ahora bien, puede haber diversos grupos que se diferencian entre
sí por criterios de lengua, origen étnico, religión o clase social dentro de una comunidad. En
este caso estaríamos hablando de subculturas políticas, es decir, sistemas de actitudes que
se distinguen claramente e incluso que se contraponen entre sí y que las defienden grupos
específicos de personas frente a otras que no las comparten dentro de esa misma
comunidad. Por ejemplo: grupos generacionales, ámbitos territoriales, clases sociales, élites
políticas, partidos políticos, por mencionar algunos.

La reproducción de culturas y subculturas no es un hecho espontáneo, ni homogéneo ni


inmutable. Es muy importante el papel de los agentes de socialización encargados de
transmitir pautas de comportamiento y conductas específicas y, además, de justificar su
conveniencia. En el proceso de formación de las actitudes tienen un peso fundamental las
experiencias vitales que tengamos desde nuestra infancia y juventud. Por ejemplo, el modo
en que se toman las decisiones en casa y el tipo de autoridad que predomina en la familia
tendrán un impacto importante en nuestra manera de tomar decisiones en el futuro.
También el impacto de haber vivido durante la adolescencia en un período de guerra civil, en
donde había opresión colonial o en un régimen político no democrático, donde no había
libertades ni capacidad de opinar, afectará la formación de nuestras actitudes y creencias.

Nuestra pertenencia a un determinado grupo o colectivo, con sus valores específicos,


también afecta nuestra cultura política. La pertenencia a un grupo donde hay un
determinado predominio de un modelo cultural (construido sobre la base de creencias,
valores e ideologías) hace que el individuo apele a ese modelo cultural para responder a los
estímulos políticos. Por ejemplo, formar parte de un grupo profesional (trabajadores
asalariados del sector minero, los agricultores); profesar una determinada fe religiosa
(católicos, musulmanes, cristianos, judíos, entre otras) hace que las personas que integran
ese colectivo tengan un conjunto determinado de valores y actitudes que orientan su
acción. Finalmente, las instituciones pueden tener influencia sobre los valores y actitudes
de las personas. Por ejemplo, el funcionamiento continuado de la democracia tendrá un
efecto positivo sobre nosotros y nuestra manera de entender, exigir y participar en el
sistema democrático.

Muchos agentes sociales intervienen en nuestro proceso de socialización e influencian la


manera en que pensamos. Ellos funcionan como intermediarios entre nosotros y nuestro
entorno transmitiendo, reforzando o cuestionando las actitudes. Entre esos agentes se
encuentran la familia, la escuela, el grupo de amigos y amigas, la iglesia, los medios de
comunicación y nuestros compañeros y compañeras de trabajo. En el proceso de
socialización primaria, la familia es clave ya que transmite valores y actitudes a las
nuevas generaciones y desde allí donde se asimilan los roles de género, es decir, el
conjunto de normas sociales y comportamentales generalmente percibidas como
apropiadas para los hombres y las mujeres en un grupo o sistema social dado en
función de la construcción social que se tiene de la masculinidad y feminidad.

VIDEO DE PROFUNDIZACIÓN
Estereotipos y roles de género. Cooperación Alemana, Giz y Programa Regional
ComVoMujer, 2 de octubre de 2017, 4’22’’.

Nuestra familia nos transmite las expectativas que tienen sobre nuestros comportamientos
asociados a la feminidad y a la masculinidad así como también unas expectativas políticas
diferenciadas. La manera en que se dé nuestra socialización primaria impactará también
sobre nuestra participación política en la comunidad en la que vivimos. En ese sentido, una
deuda pendiente que tenemos como sociedad aún es el modo en que se socializa en base a
14

roles de género, generando diferencias en las creencias y actitudes sobre la política entre
hombres y mujeres. A partir de esos procesos, las mujeres tienden a aparecer como
Página

personas más pasivas que los hombres, con menos interés en la política, menos
participativas, donde ellas se ven a sí mismas como menos calificadas para presentarse
como candidatas a cargos públicos que los hombres. El resultado de este tipo de formación
dificulta la plena incorporación de las mujeres a la política democrática y a la construcción
de democracias paritarias.

EN RESUMEN:
En su libro sobre “La cultura cívica” (1963), Gabriel Almond y Sidney Verba identificaron tres
tipos de culturas políticas tras estudiar las actitudes de cinco países: Alemania Federal, Gran
Bretaña, Italia, México y Estados Unidos:
- una cultura cívica o participativa, que es la que comparten individuos que están
inclinados a introducir sus demandas en el proceso político, a intervenir directa o
indirectamente en el mismo y a influir en el gobierno y sus decisiones (inputs);
- una cultura de súbdito, que es la que comparten quienes están atentos a las decisiones
que toma el gobierno (outputs) pero que no participan, no están interesados en introducir
demandas o no buscan influir en las decisiones que toma el gobierno;
- una cultura localista o parroquial, que se refiere a quienes tienen una vaga referencia
o conocimiento del sistema político o que incluso llegan a negar su existencia.

TEMA 2. LOS ATRIBUTOS DE LA DEMOCRACIA

COMPETENCIA

La democracia supone la competencia por algunas cosas: competimos por ideas, por
recursos, por cargos, por influencia. La presencia de instituciones y procedimientos a través
de los cuales los ciudadanos y ciudadanas podemos expresar nuestras ideas sobre la
política, las políticas y los líderes es una condición necesaria para que haya democracia. Esto
se logra gracias a la competencia regular entre individuos y grupos organizados, un grado
inclusivo de participación política en la selección de líderes y políticas y un nivel de libertades
políticas suficiente para garantizar la democracia. De esta manera, el modo en que se ejerce
la competencia resulta clave para la democracia.

Si las condiciones en las que se compite no garantizan la igualdad de acceso a los recursos
entre los ciudadanos y ciudadanas que ofertan sus ideas y propuestas; si los que compiten
cuentan con acceso a recursos de manera diferenciada (unos tienen dinero para hacer
campañas y otros no; unos acceden a los medios de comunicación y otros no; unos usan
dinero ilícito para conseguir votos y nadie los castiga ni les impide hacerlo); si la
competencia es desigual entre los que participan; entonces, la democracia también lo será.
Cualquier democracia necesita de igualdad en la competencia para poder funcionar,
sobrevivir y ser considerada una democracia.

PARTICIPACIÓN Y CIUDADANÍA

Tu participación en una democracia es fundamental. La suma de la participación de cada uno


de los ciudadanos y de las ciudadanas es lo que hace posible la democracia. Sin la
participación activa de la ciudadanía en el proceso de toma de decisiones, la democracia es
débil o carece de sustento. Las definiciones de democracia incorporan alguna discusión sobre
el sufragio universal. Estas definiciones son generalmente inclusivas y requieren que todos
los adultos de cierta área geográfica tengan ciertos privilegios políticos: la ciudadanía.

Ser ciudadana o ciudadano significa ser miembro pleno de una comunidad, tener
los mismos derechos que los demás y las mismas oportunidades de influir en el
destino de la comunidad. Las democracias modernas que surgieron en el siglo XIX
reconocían esos derechos, en un primer momento, a todos los varones. Poco a poco, la
diversidad de las sociedades y el reconocimiento de los derechos políticos como parte de los
derechos humanos que tienen todas las personas, se reconoció la ciudadanía de todas y
todos, sin importar su género, pertenencia a diversos grupos sociales, económicos,
ideológicos y religiosos.

Las y los ciudadanos tienen el derecho a participar en la definición de las decisiones. En las
democracias de la antigüedad, por ejemplo, en Atenas, los ciudadanos (que en aquel tiempo
eran solamente los hombres libres y con propiedades) discutían y decidían en las asambleas
que integraban a toda la comunidad y ejercían los cargos de manera rotativa. Hacerlo de ese
15

modo no es viable en la actualidad. Nuestras sociedades son demasiado grandes y las


Página

decisiones que se debe tomar abarcan hoy temas demasiado complejos. En las democracias
modernas lo hacemos a través del voto. Cada determinado tiempo acudimos a las urnas y
votamos por los ciudadanos y ciudadanas que nos representan.

SABÍAS QUE…
Hannah Arendt y la política.

Una de las mujeres más influyentes del pensamiento universal, Hannah Arendt, pensaba que
la política constituía una promesa en la que el protagonismo de la ciudadanía y su
participación efectiva eran factores decisivos para el desarrollo de la esfera pública.

La ciudadanía es mucho más que contar con la mayoría de edad que te da el derecho de
votar y participar en la cosa pública (condición legal de la mayoría de edad). La ciudadanía
implica más que sólo votar y tiene que ver con el ejercicio pleno de los derechos en al
menos tres dimensiones:
 ciudadanía política: que incluye el derecho a presentarse como candidato y a elegir
a las personas que van a gobernarnos;
 ciudadanía civil: tiene que ver con ejercer las libertades individuales como la
posibilidad de opinar sobre los problemas públicos, organizar partidos políticos u
otras asociaciones o reunirse con otros amigos y amigas para conseguir los objetivos;
 ciudadanía social: es la que tiene que ver con el derecho de estar bien, ser feliz y
tener una buena calidad de vida.

EN RESUMEN:
1) La ciudadanía es una de las propiedades claves de una democracia.
2) Ser ciudadana o ciudadano significa ser miembro pleno de una comunidad, tener los
mismos derechos que los demás y las mismas oportunidades de influir en el destino de la
comunidad.
3) Sin ciudadanos y ciudadanas comprometidos con lo que ocurre en la cosa pública es muy
difícil que haya una democracia saludable.
4) Hay diferentes clases de ciudadanía: política, civil y social.

LEGITIMIDAD Y LEGALIDAD

Un gobierno democrático debe contar con legitimidad. Eso significa que debe contar con el
reconocimiento de las personas que están sujetas a sus decisiones y que son afectadas por
sus consecuencias. La legitimidad supone que para un determinado momento se considera
que ese gobierno, líder, partido o política es la mejor posible que se puede tener. La
legitimidad puede tener diferentes fuentes. Antes, cuando la mayoría de los regímenes
políticos eran monarquías, las personas reconocían el poder del monarca como algo natural,
que reflejaba el orden divino de las cosas y que además siempre ha sido así. A ello le
llamamos legitimidad tradicional.

La modernidad modificó esa visión, pasando a construir el reconocimiento de la autoridad


gubernamental a partir del cumplimiento con ciertas reglas para su elección. En las
democracias modernas, las personas reconocen como legítimo un gobierno que fue electo
mediante unas elecciones libres, competitivas y justas, y cuanto ejerce el poder en beneficio
de la comunidad y conforme a las reglas previstas para ello. Cuando eso sucede, las
decisiones legítimas de los gobiernos legítimos son respetados y acatados por las personas,
incluso cuando no están de acuerdo con todas ellas. Eso es parte del pacto democrático, en
el cual la legitimidad de la autoridad depende de dos factores: de su origen y de su
desempeño.

La elección de una autoridad debe cumplir con una serie de requisitos y estándares para que
sea considerada democrática. El proceso debe contar con la libre participación de las
personas, quienes deben tener la oportunidad de elegir entre varias opciones (candidaturas,
partidos y/o proyectos políticos). Quienes aspiran a ganar la elección deben, a su vez, poder
compartir en condiciones de equidad por el apoyo ciudadano. Sólo un proceso de esas
características mínimas puede ser considerado democrático y, en consecuencia, generar la
16

legitimidad del gobierno.


Página
En cambio, cuando hay dudas sobre la legalidad del proceso de elección de los gobernantes,
la ciudadanía niega la legitimidad del gobierno y rechaza su autoridad, lo que también puede
llevar a una crisis e, incluso a enfrentamientos violentos o intentos de golpe de Estado.
Una situación semejante se presentó en Bolivia después de las elecciones presidenciales de
2019, consideradas por las Misiones de Observación Electoral como la de la Organización de
los Estados Americanos como un proceso electoral que no cumplía con los estándares
democráticos, lo que desató una grave crisis sociopolítica y una ola de violencia en el país
que llevó incluso -tras la participación de los militares- a la renuncia del presidente Evo
Morales, quien era además uno de los competidores de la contienda electoral.

VIDEO DE PROFUNDIZACIÓN
Crisis en Bolivia. Revisa una cronología de la crisis en Bolivia. Video de la RTS la Noticia
del 11 de noviembre de 2019, 4’49’’.

El politólogo español Juan J. Linz decía que la legitimidad es la “creencia de que las
instituciones políticas existentes, a pesar de sus defectos y fallos, son mejores que otras que
pudieran haber sido establecidas” y que, por lo tanto, depende no sólo del origen de la
autoridad, sino también está vinculada a la evaluación del desempeño del gobierno: a su
capacidad de responder a las demandas ciudadanas (Linz, 1978: 16).

Por ello, la legitimidad no es algo dado una vez por todas; ya que las y los ciudadanos
pueden retirar ese reconocimiento a sus gobernantes y negarse a obedecer las decisiones de
quienes ejercen el poder. Es decir, cuando las personas perciben que el gobierno actúa en
contra de sus intereses y con frecuencia derivan en crisis políticas y sociales muy fuertes.
Recientemente, algo así pasó en Chile, cuando las personas salieron a las calles a protestar
en contra de la desigualdad económica y social.

VIDEO DE PROFUNDIZACIÓN
Crisis en Chile. Protestas en Chile: cómo empezaron y qué hay detrás de la furia en “el
paraíso de América Latina”. Video de la BBC News Mundo del 21 de octubre de 2019, 4’33’’.

Como puedes darte cuenta, la legalidad y la legitimidad de la autoridad son


fundamentales para que las sociedades puedan vivir en paz, procesando las diferencias a
través de los mecanismos institucionales que existen en las democracias. Para que la
democracia exista y funcione, las autoridades deben contar con legitimidad de origen, a
partir de cumplimiento con los mecanismos previstos para su elección, y de resultados, que
deriva de su apego a la legalidad y de su capacidad de responder a las necesidades de la
ciudadanía. Cuando estas se pierden, las democracias entran en graves crisis.

SABÍAS QUE…
MAX WEBER CREÍA QUE HABÍA TRES TIPOS DE DE LEGITIMIDAD.

- la tradicional: que supone que algo es legítimo porque “siempre ha sido así” (Nohlen
2006: 816). Lo que justifica la legitimidad es la adecuación de un comportamiento, decisión
o política a los usos y costumbres que siempre se hicieron en esa sociedad.
- la racional (legal): algo es legítimo porque sigue ciertas pautas de reglas racionales
17

fijadas en estatutos, pactadas o impuestas. La legitimidad de una propuesta, de un


liderazgo, de una decisión está dada por la adecuación entre los fines y los medios para
Página

lograrla.
- la carismática: algo es legítimo por una entrega afectiva extraordinaria a la santidad, el
carácter modélico de una persona o su fuerza heroica. La legitimidad de una idea, una
propuesta, una política o una acción está dada por la calidad excepcional de aquél que la
impulsa o la ejecuta.

EN RESUMEN:
1) La legitimidad, es decir, la creencia de que estamos ante las mejores instituciones que
podríamos llegar a tener en ese momento es clave para la supervivencia de la democracia.
2) La legitimidad es de origen cuando se refiere a la manera en la que las personas obtienen
el poder. En una democracia, la autoridad es legítima cuando fue electa en los comicios
democráticos.
3) La legitimidad es de resultado cuando el actuar del gobierno satisface las necesidades de
la ciudadanía y cuando, raíz de ello, la ciudadanía reconoce al gobierno.

PLURALISMO, LIBERTAD Y DIVERSIDAD

La democracia debe asegurar el pluralismo, la libertad y la diversidad. Como sostuvo el


profesor estadounidense Robert Dahl una democracia tiene como principal objetivo
satisfacer entera o casi enteramente lo que espera la ciudadanía. Por supuesto, esa tarea no
es fácil, ya que las personas tienen diferentes intereses, preferencias e ideologías que
pueden incluso llegar a ser contradictorios. Es precisamente el objetivo de la democracia
procesar esas diferencias de tal manera que permita una convivencia pacífica y satisfactoria
para todas y todos.

El pluralismo considera que esa diversidad de posturas, opiniones, preferencias, valores,


identidades o ideologías no es algo negativo, sino que, al contrario, es un fenómeno que
enriquece nuestras sociedades. Esa mezcla está vinculada con la diversidad, que se refiere a
la existencia de múltiples características que hacen que las personas no seamos idénticas.
La edad, el género, la etnia son sólo algunos factores que hacen que nos diferenciemos de
los demás, al igual que nuestra cultura o gustos. Con frecuencia ciertas posturas o valores
se vinculan a algunas características de las personas, generando comunidades y sociedades
altamente complejas, plurales y diversas.

Las democracias reconocen y celebran la diversidad y el pluralismo. Consideran que la


pluralidad de experiencias, miradas y voces es lo que hace nuestras sociedades tan valiosas
y les permite un desarrollo cultural y económico pleno. También por eso pretenden que la
pluralidad y diversidad se refleje en los espacios de discusión y toma de decisiones públicas.

SABÍAS QUE…
Isaiah Berlin y el pluralismo

Isaiah Berlin creía que el respeto al pluralismo y a la diversidad exigía de nosotros mucha
valentía. Hay que ser valientes para admitir lo que no sabes, reconocer nuestras dudas e
inseguridades. Decía también que para descubrir cuáles son las necesidades de los demás y
conocerlos como realmente son, debemos “escucharlos con atención y con empatía, y
comprenderlos a ellos, a sus vidas y sus necesidades” (Berlin, 2008: 296).

El pluralismo nos exige evitar posturas extremas que nieguen a los demás la posibilidad de
pensar, sentir o vivir de manera distinta. Por el contrario, demanda de nosotros estar
abiertas y abiertos al diálogo, a tolerar y respetar a quienes son diferentes y a quienes
piensen de manera diferente. ¿Qué significa pensar diferente? O, mejor dicho, ¿sobre qué
cosas pensamos de manera diferente? La respuesta a esa pregunta no es sencilla, pues
pensamos en modo diferente sobre cualquier (o casi cualquier) cosa o problema. Tenemos
opiniones encontradas sobre cosas sencillas y cotidianas -¿es mejor desayunar fruta o
lácteos?- pero también sobre cuestiones altamente complejas -¿qué se debe hacer para
acabar con la pobreza? o ¿cómo lograr la igualdad entre las personas?- entre muchas,
muchas otras. Nuestras opiniones están afectadas por nuestras características (edad,
18

género, etnia), también sobre los valores o ideologías que tenemos y por nuestra cultura
política.
Página
VIDEO DE PROFUNDIZACIÓN
¿ERES DE IZQUIERDA O DE DERECHA? MagicMarkers. Video de 6 de junio de 2018,
5’04’’.

Definitivamente, la pluralidad y la diversidad hace que nuestra vida sea más compleja, pero
también más rica, interesante, intensa y, quizá, más humana. Se trata de reconocer que
cualquier diferencia que puede haber entre nosotros: de etnia, religión, género, preferencias
sexuales, lengua, cultura, ideología, entre muchos otros, no nos hacen mejores o peores
personas, más o menos valiosas, o que deban tener más o menos derechos o libertades. Se
trata de reconocer que los seres humanos somos profundamente diferentes entre nosotros
y, al mismo tiempo, compartimos la misma dignidad, la capacidad de razonar y de empatía.
Eso nos hace especiales frente a los demás animales que habitan nuestro planeta, y exige la
protección y el compromiso por reconocer y respetar esa diversidad.

Todo ello requiere de amplias libertades que garanticen a todas las personas la posibilidad
de participar en la vida de la sociedad. En particular, son importantes las libertades políticas,
como la libertad de expresar una variedad de opiniones políticas en cualquier medio de
comunicación y la libertad de formar y participar en cualquier grupo político, y las libertades
civiles, que incluyen la libertad de expresión y la libertad de organización.

En una democracia, todas las personas debemos contar con la misma libertad y las mismas
posibilidades de elegir nuestra vida, de participar en la vida colectiva y tener la misma
capacidad de influir sobre las decisiones públicas.

TOLERANCIA Y SOLIDARIDAD

Tanto el pluralismo como la diversidad que, como ya hemos dicho, son elementos clave para
las democracias implican que con frecuencia estemos expuestos a escuchar ideas distintas a
las nuestras, expresadas por las personas que son distintas a nosotros, que piensan
diferente y que incluso muchas veces no aceptan que nosotros pensemos distinto a ellos. Es
un importante dilema: ¿cuánta tolerancia requiere una democracia para poder sobrevivir? La
respuesta es sencilla: la tolerancia es fundamental para poder convivir en una sociedad
democrática.

Fuente:
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La tolerancia exige reconocer que los demás tienen el mismo derecho que nosotros
(que uno mismo) para expresar sus opiniones y para buscar la realización de sus
intereses, preferencias o ideologías. Ello implica que, aunque no compartamos esas
ideas, aunque nos parezcan equivocadas, debemos respetarlas. Y debemos recordar siempre
que lo que pensamos nosotros sobre lo equivocado de las ideas de los demás, estas
personas probablemente piensan lo mismo sobre nuestras ideas. En este sentido, la
democracia exige un poco de humildad por parte de cada persona, lo suficiente para
reconocer que los demás tienen derecho a pensar de manera diferente a nosotros.

La solidaridad es otro valor importante que caracteriza a las sociedades democráticas. La


19

solidaridad nos pide ir un paso más allá de la tolerancia, para no sólo reconocer el derecho
Página

de los demás a pensar o vivir de manera diferente, sino a tratar de sentir algo de empatía,
de “ponernos en los zapatos de los demás”, para entenderlos y aceptarlos.
Nos ayuda a salir del contexto particular de cada quien, para abrir los ojos a la diversidad de
personas y de experiencias, y buscar soluciones a los problemas que, si bien pueden no
afectarnos directamente, dificultan la vida de los demás. De ahí la importancia de ser
empáticos con lo que les pasa a los demás.

EN RESUMEN:
1) La tolerancia y la solidaridad son valores importantes para una sociedad democrática.
2) La tolerancia se refiere al respeto que mostramos a las ideas, actitudes u opiniones de
otras personas, incluso cuando no coinciden con las nuestras.
3) La solidaridad es el apoyo que mostramos a otras personas, en especial cuando estas se
enfrentan a situaciones difíciles.
20
Página
TRANSPARENCIA, CONTROL Y RENDICIÓN DE CUENTAS

Otra de las características de la democracia es que permite el control del ejercicio de


gobierno por parte de la ciudadanía. En un país democrático, quienes gobiernan y quienes
desempeñan funciones administrativas deben realizar sus tareas con apego a las normas
(legalidad) y con la responsabilidad que implica el deber de generar las políticas públicas que
beneficien a toda la sociedad. Precisamente eso, según Karl Popper, un filósofo inglés, es un
elemento distintivo de un régimen democrático: el hecho que cualquier persona puede
analizar críticamente las consecuencias de las políticas públicas, y que estas pueden ser
abandonadas o modificadas a partir de tal análisis.

Para que ello sea posible, la ciudadanía necesita contar con información suficiente y
necesaria para poder conocer y evaluar las decisiones tomadas. La transparencia es, en
este sentido, fundamental para el ejercicio de control del poder, porque permite el ejercicio
público del poder y le da a la ciudadanía la información acerca de cómo se toman las
decisiones, con qué motivaciones y qué fines se pretenden lograr. Al contar con la
información, las personas se convierten en ciudadanas y ciudadanos informados, capaces de
tomar parte en los debates públicos y participar en los procesos de decisión.

La transparencia posibilita la rendición de cuentas y el control de los gobernantes. La


rendición de cuentas se refiere a una relación entre los gobernantes y los gobernados, en la
que el primero de ellos informa, explica y justifica sus actos al otro, para que así este pueda
evaluar y, según el caso, premiar o castigar los actos del representante. Para ello, la
rendición de cuentas debe tener tres dimensiones: la informativa, la explicativa (o de
justificación) y la de castigo o recompensa. En este sentido, rendir cuentas es mucho más
que simplemente presentar la información o los datos, pues implica la exigencia de justificar
las acciones y decisiones tomadas, así como la posibilidad que debe tener la ciudadanía para
generar correcciones y/o aplicar sanciones a quienes han incurrido en comportamientos
ilegales o cuyas acciones no respondieron al interés público.

En las democracias representativas el mecanismo de sanción -de control- por excelencia es


el voto. Votando decidimos quiénes van a ejercer el gobierno y la representación de la
sociedad, y podemos premiar a aquellos que, a nuestro juicio, lo han hecho bien, y volver a
votar por la misma opción política. Podemos también castigar cuando el desempeño de los
gobernantes y representantes nos pareció deficiente, negándoles nuestro apoyo y eligiendo
a otra opción política. La información proporcionada por los gobernantes, para que sea
verdaderamente útil para la ciudadanía, debería ser:
 de fácil acceso: el acceso a la información debe ser oportuno, sencillo y gratuito;
 comprensiva: la información debe ser proporcionada en una manera accesible a
toda la ciudadanía;
 relevante: los datos publicados deben responder a las necesidades del público,
evitando la publicación de la información superflua;
 confiable: la información publicada debe abarcar toda la información relacionada con
el desempeño en el cargo;
 completa: se debe proporcionar no solamente los datos sobre el ejercicio de la
cuenta pública, préstamos, subvenciones y créditos, también la información acerca
de los procedimientos organizacionales, las reglas y directivas; las políticas
institucionales; los análisis y las estrategias específicas; los resultados de las
auditorías; y otra información relevante para la evaluación de la eficacia en lograr los
objetivos.

SABÍAS QUE…
Jacqueline Peschard y la importancia de la transparencia

Según Jacqueline Peschard (2005, 12), la transparencia es clave para una democracia,
porque permite que “el imperio de la ley y la rendición de cuentas sean una realidad, porque
ayuda a identificar puntualmente por vía de la difusión de la información, si las decisiones,
acciones y políticas públicas se apegan puntualmente a las normas legales correspondientes
y si los gobernantes responden ante sus gobernados, o sea, si guían sus decisiones en
función de las necesidades de la población y de los compromisos que asumieron frente a ella
21

al tomar posesión de sus cargos. Es por ello por lo que no hay poder legítimo y democrático
si su ejercicio no se rige por el código de transparencia.”
Página
A partir de la década de 1970, la necesidad de transparentar las decisiones
gubernamentales, fortalecer el escrutinio ciudadano y reducir la opacidad de la burocracia
dieron un impulso a la generación del concepto e ideal del gobierno abierto. Esta apuesta
partió de la idea de que una democracia requiere de un gobierno abierto y transparente que,
por un lado, rinda cuentas y, por el otro, abra vías adecuadas de participación y
deliberación, que permitan involucrar a quienes resienten los efectos de sus decisiones. Los
tres ejes fundamentales para ello son:
 Transparencia: enfocada en el fortalecimiento de la rendición de cuentas a partir de
la justificación de las acciones realizadas y que se planea realizar.
 Colaboración: entendida como la cooperación con otros órganos de gobierno, con la
ciudadanía, organizaciones civiles y empresas, para aprovechar el conocimiento
existente y mejorar las políticas públicas que les afectan.
 Participación: dirigida a favorecer la intervención activa de la ciudadanía en el
diseño de las políticas públicas.

EN RESUMEN:
1) La transparencia es la obligación de las instituciones públicas de informar a la ciudadanía
acerca de las decisiones que toman, las razones por las que las toman, sus resultados y
sobre el ejercicio del dinero público.
2) La transparencia es un elemento fundamental para las sociedades democráticas, porque
el conocer la información sobre la actuación del gobierno y de las instituciones es necesario
para que las personas puedan formarse mejores decisiones y ejercer el control sobre sus
autoridades.
3) La rendición de cuentas es la capacidad de la ciudadanía de ejercer el control sobre
quienes gobiernan y de premiarlos o castigarlos en función de qué tan bien desempeñan sus
tareas.

TEMA 3. MODELOS DE DEMOCRACIA (O DEMOCRACIA CON


ADJETIVOS)

La democracia es un concepto complejo y se puede poner de manifiesto de diferentes


maneras. Por ello podemos hablar de diferentes modelos de democracia, asumiendo que las
diferencias principales entre ellos derivan de quiénes y de cómo se toman las decisiones.

LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA

Una democracia representativa se basa en la idea de convertir los intereses y


preferencias de la ciudadanía en decisiones políticas no de manera directa, sino a
través de los representantes: ciudadanas y ciudadanos que son electos por la
sociedad para participar en el ejercicio de gobierno común. La representación es un
concepto complejo y que puede ser entendido de diferentes maneras. Usualmente se lo
vincula a un proceso de hacer presente a alguien que no lo está literalmente y de actuar en
el interés de los representados.

Hanna Pitkin, una de las estudiosas más influyentes de la representación, distingue cuatro
formas de entender esa relación: 1) como el vínculo entre el principal y el agente, a través
de los mecanismos institucionales que generan la autorización para que el agente actúe a
nombre del principal; y de control, mediante el cual los electores pueden castigar a los
representantes que no cumplen con su mandato (representación formal); 2) como la idea de
suplir al agente (simbólica); 3) como la existencia de la semejanza entre ambos
(descriptiva) y 4) como el deber de los representantes de actuar a favor de los intereses de
los representados (sustantiva) (Pitkin, 1985).

Este proceso implica una relación entre las personas representadas (principales) y quienes
las representan (agentes), en la que los principales eligen y controlan a los agentes. Es
importante comprender que ese control no es absoluto. Es decir, las personas representadas
definen a quiénes les va a confiar la tarea de representarlos y, periódicamente, pueden
confirmar o modificar esa decisión, al participar en las elecciones. Sin embargo, las
democracias modernas reconocen la autonomía de actuación de los representantes, lo que
significa que estos no están atados al cumplimiento de las instrucciones recibidas por parte
22

de los principales (o de las promesas de campaña). La independencia en el ejercicio de la


representación es clave para el funcionamiento de las democracias porque les permite a los
Página

representantes negociar y buscar el bienestar de la sociedad en general y no sólo el de un


grupo reducido que haya votado por ellos.
Ello no quiere decir que la ciudadanía no tiene influencia sobre las decisiones y acciones de
los representantes fuera de los procesos electorales. En realidad, en las democracias
representativas existen otros mecanismos que permiten la expresión de las preferencias
ciudadanas (como la opinión pública, los partidos políticos, las organizaciones de sociedad
civil, entre otros), además de que los representantes buscan satisfacer las necesidades y
preferencias de sus principales, al saber que, tarde o temprano, deberán rendirles cuentas y
someterse al control electoral.

En las democracias modernas, la representación política se realiza principalmente a través


de los partidos políticos, organismos que median entre el Estado y la sociedad, los cuales se
han convertido en los principales canales de la representación democrática en el mundo,
cuyas propuestas de candidaturas compiten por el voto de los electores para acceder al
gobierno y ejercer el poder. Por supuesto, el sistema representativo no es perfecto y ha
mostrado tener importantes fallos. En particular, resultaba ser excluyente para ciertos
colectivos que no lograban ser representados ni en cuanto a la presencia ni a la realización
de sus intereses. Ante esa situación, y pretendiendo reflejar en una mayor medida la
pluralidad y diversidad de las sociedades, las democracias modernas recurren a diferentes
mecanismos que promueven la inclusión de los grupos que están subrepresentados
(mujeres, indígenas, minorías étnicas) como pueden ser cuotas de género u otras acciones
afirmativas.

EN RESUMEN:
1) Representar significa actuar en nombre y en beneficio de alguien.
2) En una democracia representativa el poder lo ejercen ciudadanos electos por los demás
ciudadanos, quienes deben trabajar a favor del bien común.
3) La democracia representativa es la más ampliamente extendida y utilizada en el mundo.

LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA
La representación política no siempre ha sido fundamento de la democracia. En la
antigüedad, cuando la democracia surge como un sistema político, el ejercicio del poder y la
participación ciudadana en el mismo se daban de manera directa. Todos los ciudadanos -en
aquel entonces únicamente los hombres, libres y propietarios- podían ejercer los derechos
políticos y participar en la política. Este modelo fue abandonado y sustituido por los
mecanismos de representación ante los fenómenos de universalización del sufragio y el
incremento de la complejidad de las sociedades modernas, que han vuelto imposible una
participación directa de todas las personas.

Sin embargo, ante los cuestionamientos y críticas a la capacidad de la democracia


representativa de atender las demandas sociales, en las últimas décadas se ha propuesto
transitar a modelos que, si bien no niegan por completo los mecanismos de representación,
ponen mayor énfasis en generar canales de participación ciudadana en la toma de decisiones
políticas. La democracia participativa es el régimen político que permite que cada
uno de nosotros intervenga directamente con nuestra participación en la toma de
decisiones públicas. En este modelo de democracia no necesitamos esperar a que haya
elecciones para participar ni necesitamos el apoyo de nuestros representantes electos. Por el
contrario, dependiendo de cada país y cada sistema electoral, la democracia participativa
puede hacerse de manera más o menos cotidiana. Algunos países, como por ejemplo Suiza,
toman una gran cantidad de decisiones públicas mediante la celebración de consultas
populares, un mecanismo que permite que las personas sean consultadas sobre temas
específicos y a partir de esos incluir la opinión de la ciudadanía en las políticas públicas.

Una democracia que quiera facilitar la participación directa de la ciudadanía (sin la


intermediación de los representantes) en las decisiones públicas puede usar diferentes
mecanismos o procedimientos como los siguientes:
 El referéndum: es una forma de consulta popular mediante la cual la ciudadanía
puede aprobar, anular o hacer reformas a las leyes;
 El plebiscito: es la consulta popular a través de la cual la ciudadanía se pronuncia
sobre un tema muy importante para la comunidad;
 La asamblea barrial o vecinal: es la organización de las y los habitantes de los
vecindarios, colonias o barrios, en las que pueden debatir y organizarse en los
23

asuntos de interés común;


 La iniciativa popular: es la gestión que hacen las personas para activar un
Página

procedimiento legislativo con la intención de que se apruebe o se reforme una ley;


 El presupuesto participativo: es un proceso en el cual la ciudadanía puede
intervenir, en forma directa, en la decisión sobre la asignación de recursos públicos;
 La revocatoria de mandato: es un procedimiento mediante el cual la ciudadanía
puede remover del cargo a sus representantes.

A través de estos mecanismos las y los ciudadanos tienen la posibilidad de influir


directamente sobre algunas decisiones públicas, por ejemplo, si están de acuerdo (o no) con
la realización de una obra pública (¿construir una escuela o un hospital?), qué parte de
recursos públicos quieren destinar a la creación de un parque en la colonia, o si prefieren
destinar los recursos al mejoramiento de los caminos. También pueden influir en los temas
que vayan a discutir los representantes, u obligarlos a que consideren una propuesta
específica de ley. Finalmente, pueden ejercer control sobre quienes gobiernan e, incluso,
removerlos de sus cargos si no están satisfechos con el trabajo que realizan. El éxito y el
impacto de estos mecanismos dependen, en gran medida, del compromiso ciudadano y de la
participación de todas y todos en la toma de decisiones y solución de los problemas
comunes. Sin una ciudadanía activa, los mecanismos de democracia directa o participativa
no logran trascender y cambiar la manera de hacer la política.

EN RESUMEN:
1) La democracia participativa apuesta por el fortalecimiento de los mecanismos de
participación ciudadana. Es decir, pretende un mayor involucramiento de las personas en la
toma de decisiones públicas.
2) No es cierto que pueda haber democracia sólo participativa en sistemas políticos grandes
y con mucha gente. La democracia participativa es complementaria de la representativa.

LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA

La democracia deliberativa es otro modelo que, en cuanto a los mecanismos de decisión y


ejercicio del poder, conjuga los elementos de representación y participación directa. Su
elemento distintivo es el énfasis puesto en los procesos de debate sobre los asuntos
públicos, que deben ser profundos, de calidad, y contar con una amplia participación tanto
de los representantes como de la ciudadanía. La idea detrás de la propuesta de democracia
deliberativa es lograr que las decisiones públicas (y las razones que las sustentan) sean
tomadas con participación amplia de la ciudadanía y no sólo de las élites. La democracia
deliberativa es un régimen político en el cual las decisiones se toman a partir de
los debates públicos, argumentados y abiertos a una amplia participación
ciudadana, en un intento de generar consenso.

Cuando incorporamos la idea de democracia deliberativa estaríamos pensando en más


diálogo público, centrado en la expresión de razones y argumentos, a partir del cual se
pueda definir qué es el bien común que se pretende realizar y cómo mejorar la manera de
llevarlo a cabo entre todos. Este tipo de debate público permitiría que la ciudadanía participe
en la toma de decisiones sobre prácticamente todos los ámbitos de la vida de la sociedad y
que logre ejercer un control más efectivo sobre los gobernantes. A través de este proceso se
espera lograr no solamente una mayor calidad de las decisiones públicas, que tendrían que
reflejar de una mejor manera el interés común, sino también fortalecer la legitimidad del
propio sistema democrático.

Sin embargo, hay quienes señalan que este modelo es poco viable. Algunos sostienen que la
búsqueda del consenso puede implicar el silenciamiento de las diferencias, ya que no es
posible lograr soluciones plenamente satisfactorias a todos los posibles conflictos o
diferencias existentes en la sociedad. Otros apuntan a que el diálogo público que es factible
en la sociedad está sujeto a ciertas limitaciones y que siempre existen personas (o
colectivos) que logran tener mayor influencia en el debate, con lo que es imposible alcanzar
la igualdad perfecta entre todas y todos los participantes.
24
Página
EN RESUMEN:
1) La democracia deliberativa considera que las decisiones públicas pueden ser legítimas
únicamente cuando fueron tomadas a partir de amplios y profundos debates entre las
instituciones, la ciudadanía y sus organizaciones.
2) Para que haya una buena democracia deliberativa, la ciudadanía no solo debe poder
dialogar y deliberar sino que debe contar con buena información (de ahí lo relevante de la
transparencia y el acceso abierto a los datos) que le permita contar con argumentos sólidos.

¿QUÉ MODELO ES MEJOR? DEMOCRACIAS CONSOCIATIVAS VS. DEMOCRACIAS


MAYORITARIAS

Ya vimos que hay muchos elementos a tomar en cuenta para analizar la democracia, y que
esta puede tomar varias formas. Te preguntas ahora ¿cuál es la mejor? Esa misma pregunta
se han hecho muchos estudiosos de la democracia, quienes intentaron entender qué
parámetros nos permiten definir cuál es el mejor modelo de la democracia.

Uno de los politólogos, hoy muy reconocido, que se planteó esa pregunta es un holandés,
Arend Lijphart. Su propuesta fue de distinguir dos modelos de democracia, mayoritaria y
consociativa, para analizar después cuál de ellas resulta más provechosa para las
sociedades.

 La democracia mayoritaria, según Lijphart, es aquella que tiene gabinetes


mayoritarios de partido único, dominio del Poder Ejecutivo, Poder Legislativo con una
sola cámara, bipartidismo, sistemas electorales mayoritarios y grupos de interés con
competencia libre.
 Las democracias consociativas tienen gobiernos de coaliciones multipartidistas,
mantienen equilibrio entre el Ejecutivo y el Legislativo, este último es bicameral,
cuentan con sistemas electorales de representación proporcional y grupos de interés
coordinados orientados hacia la concertación.

Después de analizar 36 democracias europeas, asiáticas y latinoamericanas, Lijphart llega a


la conclusión que no se puede afirmar que uno de los dos modelos es claramente mejor
(más democrático), aunque señala que el modelo consociativo tiende a generar mayores
resultados y políticas de bienestar social y de cuidado de medioambiente. Asimismo,
sostiene que ese modelo es más favorable para las sociedades plurales o profundamente
divididas por razones étnicas, religiosas o ideológicas.

Algunas otras perspectivas proponen, más allá de los modelos específicos, considerar que
las democracias deben analizarse a partir de su capacidad de construir y mantener
mecanismos e instituciones que garantizan la libertad y la igualdad de las y los ciudadanos
(Morlino, 2005: 260). Entonces, una buena democracia o democracia de calidad debería
cumplir con los siguientes requisitos:
 una buena democracia es un régimen ampliamente legitimado y, por tanto, estable,
que satisface completamente a la ciudadanía (calidad con respecto al resultado).
 la ciudadanía, las asociaciones y las comunidades gozan de libertad e igualdad por
encima de los mínimos (calidad con respecto al contenido).
 la ciudadanía de una buena democracia tienen el poder de controlar y evaluar si el
gobierno trabaja efectivamente por aquellos valores con pleno respeto a las normas
vigentes (estado de derecho); deben ser capaces de vigilar su aplicación eficiente, así
como evaluar la eficacia decisional y la responsabilidad política con respecto a las
elecciones tomadas por el personal electo también en relación con las demandas
expresadas por la sociedad civil (calidad con respecto al procedimiento).

Esta perspectiva es sólo una de las posibilidades de analizar qué tan buena es una
democracia y si logra atender de manera satisfactoria las demandas ciudadanas.
25
Página
EN RESUMEN:
1) Las democracias consociativas reflejan mayor pluralismo que las democracias
mayoritarias.
2) No hay modelos de democracia mejores o peores: todo depende de las necesidades de
una sociedad en particular.
3) Una democracia de calidad debería ser un régimen ampliamente legitimado y que
satisface completamente a la ciudadanía (calidad con respecto al resultado); con individuos,
asociaciones y comunidades que gozan de libertad e igualdad por encima de los mínimos
(calidad con respecto al contenido) y donde la ciudadanía puede controlar y evaluar si el
gobierno trabaja efectivamente por aquellos valores con pleno respeto a las normas vigentes
(estado de derecho); capaces de vigilar su aplicación eficiente y evaluar la eficacia decisional
y la responsabilidad política con respecto a las elecciones tomadas por el personal electo
también en relación con las demandas expresadas por la sociedad civil (calidad con respecto
al procedimiento).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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DOCUMENTO 3. La democracia (extracto)3.


Por Robert Dahl4. En POSTData 10, Diciembre/2004, ISSN 1515-
209X, (págs. 11-55), Buenos Aires5.
RESUMEN

El artículo, último texto escrito por Dahl hasta el momento de esta edición, es un repaso de
las ideas y las instituciones fundamentales de la democracia desde su nacimiento en la
Grecia clásica hasta la actualidad. También se pasa revista a las más importantes
teorizaciones acerca de su posibilidad y funcionamiento, concluyendo con los actuales
problemas y desafíos de la democracia como forma de gobierno.

INTRODUCCIÓN.

Literalmente, democracia significa gobierno del pueblo. El término deriva del griego
demokrati, acuñado a partir de demos (“pueblo”) y kratos (“gobierno”) a mediados del siglo
V a.C. para denotar los sistemas políticos entonces existentes en algunas ciudades-Estado
griegas, sobre todo Atenas.

I. PREGUNTAS FUNDAMENTALES

Los orígenes etimológicos del término democracia insinúan ciertos problemas urgentes que
trascienden en mucho las cuestiones semánticas. Si ha de establecerse un gobierno del
pueblo o por el pueblo –un gobierno “popular”–, desde el principio deben considerarse por lo
menos cinco preguntas fundamentales, y casi con seguridad se plantearán dos más si la
democracia continúa existiendo durante un período prolongado.

1. ¿Cuál es la unidad o asociación adecuada en la que debería establecer- se un gobierno


democrático? ¿Un pueblo? ¿Una ciudad? ¿Un país?
¿Una sociedad comercial? ¿Una universidad? ¿Una organización inter- nacional? ¿Todos
ellos?

2. Dada una asociación adecuada –por ejemplo, una ciudad–, ¿quiénes de entre sus
miembros deberían gozar de ciudadanía plena? En otras palabras, ¿qué personas deberían

3
Originalmente publicado en Encyclopaedia Britannica (edición 2004), que ha autorizado su reproducción aquí.
27

[Traducción de Silvina Floria, revisada por Encyclopaedia Britannica].


4
Politólogo, Profesor Emérito de la Universidad de Yale. E-mail: robert.dahl@yale.edu
Página

5
Nota de los profesores. Se ha realizado una selección de los pasajes más importantes del artículo de Robert Dahl. El
documento completo lo encontrará en el siguiente sitio: https://www.revistapostdata.com.ar/2012/01/postdata-n-10-
diciembre-2004/
constituir el demos? ¿Todos los miembros de la asociación tienen derecho a participar en su
gobierno? Suponiendo que no debería permitirse participar a los niños (en esto coincidirá la
mayoría de los adultos), ¿debería el demos incluir a todos los adultos? Si incluye únicamente
a un subconjunto de la población adulta, ¿cuán pequeño puede ser el subconjunto para que
la asociación no deje de ser una democracia y se torne en algo diferente, como una
aristocracia (el gobierno de los mejores, aristos) o una oligarquía (el gobierno de unos
pocos, oligos)?

3. Asumiendo que existe una asociación apropiada y un demos adecua-do, ¿cómo han de
gobernar los ciudadanos? ¿Qué organizaciones o instituciones políticas necesitarán?
¿Diferirán estas instituciones en los diferentes tipos de asociaciones –por ejemplo, un pueblo
pequeño o un país extenso–?

4. Cuando los ciudadanos estén divididos en torno a alguna cuestión, como sucederá con
frecuencia, ¿qué opiniones deberían prevalecer, y en qué circunstancias? ¿Debería
prevalecer siempre la mayoría o, en ocasiones, las minorías deberían estar facultadas para
bloquear o imponerse sobre el gobierno de la mayoría?

5. Si lo común es que prevalezca una mayoría, ¿qué habrá de constituir una mayoría
adecuada? ¿Una mayoría de todos los ciudadanos? ¿Una mayoría de los votantes? Una
mayoría adecuada, ¿debería comprender a grupos o asociaciones de ciudadanos, como por
ejemplo, grupos hereditarios o asociaciones territoriales, o a ciudadanos individuales?

6. Estas preguntas presuponen una respuesta adecuada a una sexta pregunta, aún más
importante: ¿por qué debería regir “el pueblo”? ¿Acaso la democracia es realmente mejor
que la aristocracia o la monarquía? Tal vez, como sostiene Platón en su República, el mejor
gobierno sería aquel liderado por una minoría de las personas mejor calificadas –una
aristocracia de “reyes filósofos”–. ¿Qué razones podrían darse para demostrar que la visión
de Platón es errónea?

7. Ninguna asociación podría mantener durante mucho tiempo un gobierno democrático si


una mayoría del demos –o una mayoría del gobierno– creyera que existe alguna otra forma
de gobierno mejor. Entonces, una condición mínima para la existencia continuada de una
democracia radica en que una proporción substancial tanto del demos como del liderazgo
crea que el gobierno popular es mejor que cualquier alter- nativa factible. ¿Qué condiciones,
además de ésta, favorecen la persistencia de la democracia? ¿Qué condiciones la
perjudican? ¿Qué hace que algunas democracias hayan logrado perdurar, incluso a través de
períodos de crisis severas, mientras tantas otras han colapsado?

II. INSTITUCIONES DEMOCRÁTICAS

Desde la época de los antiguos griegos, tanto la teoría como la práctica de la democracia
han experimentado cambios profundos, muchos de ellos vinculados a las respuestas
imperantes respecto de las precedentes preguntas (1) a (3). Así, durante miles de años, el
tipo de asociación dentro de la cual se practicó la democracia –la tribu o la ciudad-Estado–
fue lo bastante pequeño como para adecuarse a alguna forma de democracia por asamblea
o “democracia directa”. Mucho más tarde, al entrar en el siglo XVIII, cuando la asociación
típica pasó a ser el Estado-nación o el país, la democracia directa dio paso a la democracia
representativa –una transformación tan fundamental que, desde la perspectiva del
ciudadano de la Atenas antigua, probablemente los gobiernos de asociaciones gigantescas,
como Francia o Estados Unidos, no serían considerados en modo alguno democracias–. A su
vez, este cambio implicó una respuesta nueva a la pregunta (3): la democracia
representativa exigía un conjunto de instituciones políticas que diferían radicalmente de
aquellas propias de las democracias más tempranas.

Otro cambio importante atañe a la pregunta (2). Hasta hace bastante poco, la mayor parte
de las asociaciones democráticas limitaban el derecho de participar del gobierno a una
minoría de la población adulta –de hecho, a veces, a una minoría muy escasa–. A principios
del siglo XX, este derecho se extendió a casi todos los adultos. En consecuencia, un
demócrata contemporáneo podría argumentar de manera razonable que Atenas, puesto que
excluía a tantos adultos del demos, no era en realidad una democracia –aun cuando el
término democracia se inventó y se aplicó originariamente en Atenas–.

A pesar de éstos y otros cambios importantes, es posible identificar una cantidad


28

considerable de sistemas políticos antiguos que involucraron alguna forma de “gobierno del
pueblo”, aun cuando no fueran plenamente democráticos según los estándares
Página

contemporáneos.
II.2. La Grecia clásica

Durante el período clásico (que corresponde, en líneas generales, a los siglos V y IV a.C.),
Grecia, por supuesto, no era un país en el sentido moderno, sino una suma de muchos
cientos de ciudades-Estado independientes, cada una con su campo circundante. En el año
507 a.C., bajo el liderazgo de Clístenes, los ciudadanos de Atenas comenzaron a desarrollar
un sistema de gobierno popular que perduraría unos dos siglos. A la pregunta (1), entonces,
los griegos respondieron claramente: la asociación política más adecuada para el gobierno
democrático es la polis o ciudad-Estado.

La democracia ateniense prefiguró algunas prácticas democráticas posteriores, incluso en


pueblos que sabían poco o nada acerca del sistema ateniense. Así, la respuesta ateniense a
la pregunta (2) –¿quiénes deberían constituir el demos?– fue semejante a la respuesta
elaborada en muchos nuevos países democráticos de los siglos XIX y XX. Si bien la
ciudadanía en Atenas era hereditaria –incluía a quien hubiera nacido de ciudadanos
atenienses–, la membresía en el demos se limitaba a los ciudadanos varones de 18 años de
edad o mayores (hasta el año 403 a.C., en que la edad mínima fue elevada a 20 años).

Puesto que los datos escasean, las estimaciones acerca del tamaño del demos ateniense
deben manejarse con precaución. Un académico ha sugerido que a mediados del siglo IV
a.C. había unos 100.000 ciudadanos, 10.000 residentes extranjeros o metecos, y unos
150.000 esclavos. Entre los ciudadanos, unos 30.000 eran varones mayores de 18 años. Si
en líneas generales estas cifras son correctas, entonces el demos comprendía entre un 10 y
un 15 por ciento de la población total.

En cuanto a la pregunta (3) –¿qué instituciones políticas se necesitan para gobernar?–, la


respuesta ateniense habría de aparecer, independientemente, en otros lugares. El corazón y
centro de su gobierno era la Asamblea (Ecclesia), que se reunía casi una vez por semana –
40 veces por año– en la Pnyx, una colina al oeste de la Acrópolis. Las decisiones se tomaban
mediante el voto y, como en muchas asambleas posteriores, se votaba a mano alzada. Al
igual que en muchos sistemas democráticos posteriores, prevalecían los votos de una
mayoría de los presentes con derecho a voto. Aunque no tenemos forma de saber en qué
medida la mayoría de la Asamblea representaba a la cantidad mayor de ciudadanos elegibles
que no asistían, dada la frecuencia de las reuniones y la accesibilidad del lugar de encuentro,
es improbable que la Asamblea hubiera podido subsistir durante mucho tiempo si hubiera
tomado decisiones manifiestamente impopulares.

Los poderes de la Asamblea eran amplios, pero de ningún modo eran ilimitados. Los asuntos
que trataba la Asamblea eran fijados por el Consejo de los Quinientos, el cual, a diferencia
de la Asamblea, estaba compuesto por representantes elegidos por sorteo en cada una de
las 139 entidades territoriales menores, conocidas como demos, creadas por Clístenes en el
507. La cantidad de representantes de cada deme era aproximadamente proporcional a su
población. El uso de representantes en el Consejo (aunque elegidos por sorteo en lugar de
por elección) prefiguró la elección de representantes en los sistemas democráticos
posteriores.

Otra institución política importante en Atenas eran los tribunales populares (el Dikasterión),
que cierto académico describió como “el órgano del Estado más importante junto con la
Asamblea”, con “poder ilimitado para controlar a la Asamblea, al Consejo, a los magistrados
y a los líderes políticos”. Los tribunales populares estaban compuestos por jurados elegidos
por sorteo de una reserva de ciudadanos mayores de 30 años de edad; la reserva en sí era
elegida anualmente y también por sorteo. Esta institución es otro ejemplo del grado en que
se esperaba que los ciudadanos comunes de Atenas participaran en la vida política de la
ciudad.

En el año 411 a.C., explotando el desasosiego generado por la desastrosa y aparentemente


interminable guerra de Atenas contra Esparta (la Guerra del Peloponeso), un grupo conocido
como los Cuatrocientos tomó el control de Atenas e instauró una oligarquía. A menos de un
año, los Cuatro- cientos fueron derrocados y la democracia fue plenamente restaurada.
Noventa años más tarde, en el 321, Atenas fue dominada por su vecino del norte,
Macedonia, más poderoso, quien introdujo los requisitos de propiedad que excluyeron, de
hecho, a muchos atenienses comunes del demos. En el 146 a.C., lo que quedaba de la
democracia ateniense fue extinguido por los conquistadores romanos.
29

II.3. La república romana


Página

Aproximadamente en el mismo momento en que se instauraba el gobierno popular en


Grecia, éste también apareció en la península itálica, en la ciudad de Roma. Los romanos
denominaron a su sistema respublica, por república, del latín res, que significa cosa o
asunto, y publicus o publica, que significa público –por lo tanto, una república era la cosa
que pertenecía al pueblo romano, el populus romanus–.

Como Atenas, Roma fue en su origen una ciudad-Estado. Si bien rápidamente, a través de la
conquista y la anexión, se expandió mucho más allá de sus fronteras originales hasta
abarcar todo el mundo mediterráneo y gran parte de Europa occidental, su gobierno siguió
siendo, en sus rasgos básicos, el de una ciudad-Estado moderadamente grande.
Ciertamente, a lo largo de la era republicana (aproximadamente hasta el final del siglo I
a.C.), las asambleas romanas se llevaban a cabo en el muy pequeño Foro en el centro de la
ciudad.

¿Quiénes constituían el demos romano? Aunque la ciudadanía romana era conferida por
nacimiento, también era otorgada mediante la naturalización y la manumisión de los
esclavos. A medida que la República Romana se fue expandiendo, fue confiriendo la
ciudadanía en diversos grados a muchos de quienes habitaban sus expandidos límites. Pero
debido a que las asambleas romanas siguieron reuniéndose en el Foro, la mayor parte de los
ciudadanos que no habitaban dentro o cerca de la ciudad no podían participar, y por ende,
quedaban de hecho excluidos del demos. A pesar de su reputación de ser prácticos y
creativos, y no obstante los numerosos cambios en la estructura del gobierno romano a lo
largo de los siglos, los romanos jamás solucionaron este problema. La solución –elegir
representantes para una legislatura romana– parece obvia dos mil años más tarde (ver
punto II.4.2).

A medida que se iban adaptando a las peculiaridades de su sociedad, incluido su tamaño en


rápido crecimiento, los romanos crearon una estructura política tan compleja e idiosincrásica
que mereció ser emulada por líderes democráticos posteriores. Los romanos no sólo
instituyeron un Senado extremadamente poderoso, sino además cuatro asambleas, cada
una denominada comitia (“asamblea”) o concilium (“concilio”). La Comitia Curiata estaba
compuesta por 30 curiae, o grupos locales, extraídos de tres tribus antiguas; la Comitia
Centuriata constaba de 193 centurias, o unidades mili- tares; la composición del Concilium
Plebis surgía de las filas de la plebe, o plebeyos (gente común); y la Comitia Tributa, como
la Asamblea ateniense, estaba abierta a todos los ciudadanos. En todas las asambleas, los
votos se contaban por unidades (centurias, tribus), no por personas; por tanto, en la medida
en que una mayoría prevalecía en la votación, se trataba de una mayoría de unidades, no de
ciudadanos.

Si bien colectivamente representaban a todos los ciudadanos roma- nos, las asambleas no
eran soberanas. Durante todo el período de la República, el Senado –institución heredada de
la era monárquica anterior– siguió ejerciendo un gran poder. Los senadores eran elegidos de
manera indirecta por la Comitia Centuriata; en tiempos de la monarquía, provenían
exclusivamente de la clase patricia privilegiada, pero más tarde, durante la República,
también se admitieron miembros de determinadas familias plebeyas.

II.4.2. Un dilema democrático

Los griegos, los romanos y los líderes de las repúblicas italianas fueron pioneros en la
creación de gobiernos populares, y sus filósofos y comentaristas ejercieron una influencia
enorme en el pensamiento político posterior. Pero sus instituciones políticas no fueron
emuladas por ulteriores fundado- res de gobiernos democráticos en los Estados-nación de
Europa del norte y de Norteamérica. Como ya había demostrado la expansión de Roma,
estas instituciones no cuadraban con asociaciones políticas considerablemente más grandes
que la ciudad-Estado.

La enorme diferencia de tamaño entre una ciudad-Estado y un Estado-nación señala un


dilema fundamental. Al limitar el tamaño de una ciudad-Estado, en principio (aunque no
siempre en la práctica), los ciudadanos pueden ejercer una influencia directa sobre la
conducta de sus gobernantes –por ejemplo, participando en una asamblea–. Pero limitar el
tamaño tiene su costo: problemas importantes –entre los que se destacan la defensa contra
estados más grandes y poderosos, y la regulación del comercio y las finanzas– excederán la
capacidad del gobierno para afrontarlos de una manera efectiva. Por otro lado, aumentar el
tamaño de la ciudad-Estado –o sea, aumentar su área geográfica y su población– permite a
los ciudadanos expandir la capacidad del gobierno para afrontar problemas importantes,
pero sólo a expensas de reducir sus oportunidades de influenciar directamente sobre el
gobierno a través de asambleas u otros medios.
30
Página

Muchas ciudades-Estado respondieron a este dilema forjando alianzas o confederaciones con


otras ciudades-Estado y con asociaciones políticas mayores. Pero el problema no hallaría una
solución definitiva hasta el surgimiento del gobierno representativo, que apareció por
primera vez en Europa del norte, en el siglo XVIII.

II.5. Hacia la democracia representativa: Europa y Norteamérica hasta


el siglo XIX

Hasta el siglo XVII, gran parte de los teóricos democráticos y de los líderes políticos
ignoraron la posibilidad de que una legislatura pudiera componerse de algo que no fuera ni
el cuerpo íntegro de los ciudadanos, como en Grecia y en Roma, ni representantes elegidos
entre y por una pequeñísima oligarquía o aristocracia hereditaria, como en las repúblicas
italianas. Una ruptura importante en la ortodoxia prevaleciente ocurrió durante las Guerras
Civiles Inglesas (1642-51), y con posterioridad cuando partidarios de la igualdad y otros
seguidores radicales del puritanismo exigieron mayor representación en el Parlamento,
facultades ampliadas para la cámara baja del Parlamento (la Cámara de los Comunes) y el
sufragio universal masculino (ver apartado sobre Inglaterra). Como ocurre con muchas
innovaciones políticas, el gobierno representativo provino no tanto de la especulación
filosófica como de la búsqueda de soluciones prácticas a un problema abiertamente
manifiesto. No obstante, tomaría más de un siglo lograr la asimilación completa de la
representación en la teoría y la práctica de la democracia.

II.5.1. Desarrollos regionales

Inglaterra

Entre las asambleas creadas en Europa durante la Edad Media, la que más profundamente
influyó en el desarrollo del gobierno representativo fue el Parlamento inglés. Más una
consecuencia involuntaria de innovaciones oportunistas que resultado del diseño, el
Parlamento surgió de los consejos convocados por los reyes para resarcir agravios y ejercer
funciones judiciales. Con el tiempo, el Parlamento comenzó a abordar asuntos de Estado
importantes, entre los que se destaca la recaudación de los ingresos necesarios para
respaldar las políticas y las decisiones del monarca. A medida que sus funciones judiciales se
fueron delegando a los tribunales, gradualmente fue evolucionando en un órgano legislativo.
Para fines del siglo XV, el sistema inglés revelaba algunos de los rasgos básicos del gobierno
parlamentario moderno: por ejemplo, la sanción de las leyes requería ahora la aprobación
de los proyectos por ambas cámaras del Parlamento y la aprobación formal del monarca.

Sin embargo, restaba definir otros rasgos importantes. La vida política de Inglaterra estuvo
durante siglos a partir de la Edad Media dominada por la monarquía. Durante las Guerras
Civiles Inglesas, lideradas de un lado por puritanos radicales, se abolió la monarquía y se
estableció una república –el Commonwealth – (1649), aunque se la restauró en 1660.
Alrededor de 1800, facultades importantes habían pasado al Parlamento, incluso aquellas
relacionadas con la designación y el ejercicio del primer ministro. Esta evolución estuvo muy
influida por la emergencia de facciones políticas en el Parlamento durante los primeros años
del siglo XVIII. Estas facciones, conocidas como Whigs y Tories, más tarde se convirtieron
en partidos maduros. Tanto para el rey como para el Parlamento, cada vez era más evidente
que las leyes no podían ser aprobadas ni los impuestos gravados sin el apoyo de un líder
Whig ó Tory que pudiera reunir una mayoría de votos en la Cámara de los Comunes. Para
obtener ese apoyo, se forzó al rey a elegir como primer ministro al líder del partido
mayoritario en la Cámara de los Comunes y a aceptar las sugerencias de dicho líder para la
composición del gabinete. Que en este aspecto el monarca debía someterse al Parlamento se
puso de manifiesto durante la crisis constitucional de 1782, cuando el rey Jorge III (reinado
1760–1820) se vio obligado, muy contra su voluntad, a aceptar un primer ministro y un
gabinete Whig –situación que él consideró, según un académico, “una violación de la
Constitución, una derrota de su política y una humillación personal”–. Para 1830, el principio
constitucional según el cual la elección del primer ministro, y por ende del gabinete,
reposaba en la Cámara de los Comunes estaba firmemente arraigada en la Constitución (no
escrita) británica.

Con todo, el gobierno parlamentario británico todavía no era un sistema democrático.


Principalmente por exigencias de propiedad, el derecho de voto era gozado solamente por
algo así como un 5 por ciento de la población británica mayor de 20 años de edad. La
Reform Act de 1832, que suele considerarse el umbral histórico del desarrollo de la
democracia parlamentaria en Gran Bretaña, extendió el sufragio a cerca del 7 por ciento de
la población adulta (la Reform Bill). Se requerirían otras leyes parlamentarias en 1867, 1884
31

y 1918 para alcanzar el sufragio masculino universal y una ley más, aprobada en 1928, para
otorgar el derecho de voto a todas las mujeres adultas.
Página

Estados Unidos
Mientras que la factibilidad del gobierno representativo quedó de- mostrada por el desarrollo
del Parlamento, la posibilidad de unir representación con democracia se puso abiertamente
en evidencia por primera vez en los gobiernos de las colonias británicas de Norteamérica y,
más tarde, en la fundación de Estados Unidos de Norteamérica.

Las condiciones en la Norteamérica colonial favorecieron el desarrollo limitado de un sistema


de representación con una base más amplia que aquella vigente en Gran Bretaña. Entre
estas condiciones se contaban la gran distancia de Londres, que forzaba al gobierno
británico a otorgar una autonomía importante a las colonias; la existencia de legislaturas
coloniales en las que los representantes de al menos una de las cámaras eran elegidos por
los votantes; la expansión del sufragio, que en algunas colonias llegó a incluir a la mayoría
de los varones adultos de raza blanca; la difusión de la propiedad de bienes, en especial, la
tierra; y la consolidación de las creencias en los derechos fundamentales y en la soberanía
popular, incluyendo la creencia de que los colonizadores, como ciudadanos británicos, no
deberían pagar impuestos a un gobierno en el que no estaban representados (“no hay
impuestos sin representación”).

Hasta alrededor de 1760, la mayoría de los colonizadores eran leales a la madre patria y no
se consideraban una nación separada de “norteamericanos”. Pero después de que Gran
Bretaña impuso la fijación de impuestos directos a las colonias a través de la Stamp Act
(1765), sobrevinieron muestras públicas (y en ocasiones violentas) de oposición a la nueva
ley. En los periódicos coloniales también hubo un aumento radical en el uso del término
americans para referirse a la población colonial. Otros factores que contribuyeron a crear
una identidad norteamericana distintiva fueron el estallido de la guerra con Gran Bretaña en
1775, y las penurias y sufrimientos compartidos por el pueblo durante los muchos años de
lucha, la adopción de la Declaración de Independencia de 1776, la huida a Canadá e
Inglaterra de muchos colonos leales a la Corona, y el rápido aumento en los viajes y la
comunicación entre los estados recién independizados. El sentido que los colonos obtuvieron
de sí mismos como pueblo único, con todo lo frágil que pudo haber sido, hizo posible la
creación de una poco compacta confederación de estados bajo los Artículos de la
Confederación, en el período 1781- 89, y de un gobierno federal más unificado bajo la
Constitución de 1789.

Debido a la numerosa población y al enorme tamaño del nuevo país los delegados a la
Convención Constituyente (1787) tuvieron claro que “el pueblo de Estados Unidos”, como
consigna el preámbulo de la Constitución, podía gobernarse en el ámbito federal sólo
mediante la elección de representantes –práctica con la que los delegados ya estaban
familiarizados por su experiencia de gobierno estadual, y más remotamente, por sus
relaciones con el gobierno de Gran Bretaña–. Sin embargo, el nuevo gobierno representativo
apenas estaba establecido cuando se hizo evidente que la tarea de organizar a los miembros
del Congreso y al electorado requería la existencia de partidos políticos, aun cuando los
pensadores políticos y muchos delegados a la Convención Constituyente los habían
considerado perniciosos y destructivos –“la ponzoña de las repúblicas”–. Eventualmente, los
partidos políticos en Estados Unidos proveerían candidatos para funciones locales,
estaduales y nacionales, y competirían abierta y enérgicamente en las elecciones (ver
apartado Facciones y partidos).

Además, era obvio que un país de la extensión de Estados Unidos requeriría un gobierno
representativo en los niveles inferiores –por ejemplo territorios, estados y municipalidades–
con poderes correspondientemente limitados. Si bien los gobiernos de los territorios y los
estados eran, por fuerza, representativos, en las asociaciones menores la asamblea directa
de ciudadanos era a la vez factible y deseable. En muchos pueblos de Nueva Inglaterra, por
ejemplo, los ciudadanos concurrían a reuniones, al estilo ateniense, para discutir y votar
asuntos locales.

De este modo, los ciudadanos de Estados Unidos contribuyeron a brindar respuestas nuevas
a la pregunta (1) –¿cuál es la unidad o asociación adecuada en la que debería establecerse
un gobierno democrático?– y a la pregunta (3) –¿cómo han de gobernar los ciudadanos?–.
Sin embargo, la respuesta norteamericana a la pregunta (2) –¿qué personas deberían
constituir el demos?–, aunque radical en su momento, resultó sumamente insatisfactoria
para los estándares posteriores. Aun cuando el sufragio se extendió ampliamente entre los
blancos adultos, continuó excluyendo segmentos importantes de la población adulta, como
las mujeres, los esclavos, muchos negros libres y norteamericanos nativos. Con el tiempo
32

estas exclusiones, como las de las democracias y repúblicas de antaño, serían en general
Página

consideradas no-democráticas.
II.5.2. ¿Democracia o república?

¿Es democracia el nombre que mejor se adecua a un sistema representativo a gran escala,
tal como el de Estados Unidos en los primeros tiempos? A fines del siglo XVIII, la historia de
los términos cuyo significado literal es “gobierno del pueblo” –democracia y república– no
lograba dilucidar la respuesta. Ambos términos se habían aplicado a los sistemas de Grecia y
Roma basados sobre asambleas, si bien ninguno de esos sistemas atribuía poderes
legislativos a representantes elegidos por miembros del demos. Ya hemos dicho que, incluso
después de que la ciudadanía romana se había expandido más allá de la ciudad misma y de
que cada vez más ciudadanos se veían impedidos de participar en el gobierno a causa del
tiempo, el gasto y las penurias del viaje a la ciudad, el complejo sistema romano de
asambleas jamás fue reemplazado por un gobierno de representantes –un parlamento–
elegido por todos los ciudadanos romanos. Los venecianos también daban al gobierno de su
famosa ciudad el nombre de república, aunque claramente no era democrático.

Cuando los miembros de la Convención Constituyente de Estados Unidos se reunieron en


1787, la terminología todavía no estaba definida. No sólo democracia y república se
empleaban de un modo más o menos intercambiable en las colonias, sino que no existía un
término establecido para el gobierno representativo “por el pueblo”. Al mismo tiempo, el
sistema británico se dirigía rápidamente hacia un completo gobierno parlamentario. Si los
artífices de la Constitución de Estados Unidos se hubieran reunido dos generaciones más
tarde, con una comprensión radicalmente diferente de la constitución de Gran Bretaña,
podrían haber llegado a la conclusión de que el sistema británico, para realizar su potencial
democrático ple- no, requería simplemente la expansión del electorado. Y así, bien podrían
haber adoptado una forma parlamentaria de gobierno. Pero embarcados como estaban en
un esfuerzo sin precedentes destinado a construir un gobierno constitucional para un país ya
grande y en permanente expansión, los artífices no podían tener una idea clara de cómo
funcionaría su experimento en la práctica. Temerosos del poder destructivo de las
“facciones”, por ejemplo, no previeron que en un país donde las leyes son aprobadas por
representantes votados por el pueblo en elecciones regulares y competitivas, es inevitable
que los partidos políticos se conviertan en instituciones de importancia fundamental.

Dada la confusión existente en torno a la terminología, no es de sorprender que los artífices


hayan empleado varios términos para describir el original gobierno que proponían. Unos
meses después de levantarse la Convención Constituyente, James Madison, quien sería
luego el cuarto presi- dente de Estados Unidos, propuso un uso que habría de tener una
influencia perdurable dentro del país, pero poca en otros lugares. En “El Federalista 10”, uno
de los 85 ensayos escritos por Madison, Alexander Hamilton y John Jay, conocidos
colectivamente como El Federalista, Madison definió la “democracia pura” como “una
sociedad que se compone de un reducido número de ciudadanos, que se reúnen y
administran personalmente el gobierno” y la república como “un gobierno en que tiene
efecto el sistema de la representación”. Según Madison, “las dos grandes diferencias entre
una democracia y una república son: primera, que en la segunda se delega la facultad de
gobierno en un pequeño número de ciudadanos, elegidos por el resto; segunda, que la
república puede comprender un número mayor de ciudadanos y una mayor extensión de
territorio”. En suma, para Madison, democracia significaba la democracia directa, y república
significaba el gobierno representativo.

Aun entre sus contemporáneos, la negativa de Madison de aplicar el término democracia a


los gobiernos representativos, incluso aquellos basados sobre electorados amplios, resultaba
aberrante. En noviembre de 1787, a sólo dos meses de haberse levantado la convención,
James Wilson, uno de los firmantes de la Declaración de Independencia, propuso una
clasificación nueva. “[L]as tres especies de gobiernos (...) son el monárquico, el aristocrático
y el democrático. En una monarquía, el poder supremo pertenece a una única persona; en
una aristocracia (...) a un órgano que no está formado según el principio de la
representación sino que goza de su situación por descendencia o elección entre sí o por
derecho conforme a algún requisito personal o territorial; y por último, en una democracia,
es inherente a un pueblo y es ejercido por él o por sus representantes”. Aplicando esta
concepción de la democracia a la constitución recientemente adoptada, Wilson afirmó que
“en sus principios, (...) es puramente democrática: varía de hecho en su forma con el fin de
admitir todas las ventajas y de excluir todas las desventajas inherentes a las constituciones
de gobierno conocidas y establecidas. Pero si observamos amplia y precisamente los
torrentes de poder que fluyen en este plan grandioso y abarcador (...) podremos rastrearlos
hasta la única fuente grande y noble: EL PUEBLO”. En la convención ratificadora de Virginia,
unos meses más tarde, John Marshall, futuro presidente de la Corte Suprema, declaró que
33

“la Constitución proveyó ‘una democracia bien regulada’ donde ningún rey ni presidente
Página

podrían socavar el gobierno representativo”. El partido político que él ayudó a organizar y


liderar en colaboración con Thomas Jefferson, futuro tercer presidente de Estados Unidos, se
denominó Partido Demócrata Republicano; el partido adoptó su nombre actual, Partido
Demócrata, en 1844.

Después de su visita a Estados Unidos en 1831-32, el analista político francés Alexis de


Tocqueville aseguró en términos claros que el país que él había observado era una
democracia –en realidad, la primera democracia representativa del mundo, donde el
principio fundamental del gobierno era “la soberanía del pueblo”–. La apreciación de
Tocqueville del sistema norteamericano de gobierno captó una gran audiencia más allá de
Europa a través de su monumental estudio de cuatro tomos La democracia en América
(1835-40).

II.5.3. Resolviendo el dilema

Así, para fines del siglo XVIII, tanto la idea como la práctica de la democracia habían sufrido
una profunda transformación. Los teóricos políticos y los estadistas ahora reconocían lo que
los partidarios de la igualdad habían visto antes: podía recurrirse a la práctica no
democrática de la representación para tornar practicable la democracia en los grandes
Estados-nación de la era moderna. En otras palabras, la representación constituía la solución
al antiguo dilema entre acrecentar la capacidad de las asociaciones políticas para lidiar con
problemas a gran escala y preservar la oportunidad de los ciudadanos de participar en el
gobierno.

Para algunos de quienes estaban empapados en las tradiciones más antiguas, la unión entre
representación y democracia surgía como una invención maravillosa y trascendente. A
principios del siglo XIX, el autor francés Destutt de Tracy, inventor del término idéologie
(ideología), insistía en que la representación había tornado obsoletas las doctrinas de
Montesquieu y de Jean-Jacques Rousseau, quienes habían negado que los gobiernos
representativos pudieran ser genuinamente democráticos (ver puntos III.1.4 y III.1.6). “La
representación o el gobierno representativo (...) puede considerarse una nueva invención,
desconocida en tiempos de Montesquieu (...) La democracia representativa (...) es la
democracia que se ha hecho practicable durante un largo período y en un vasto territorio”.

En 1820, el filósofo inglés James Mill proclamó que el sistema de la representación era “el
gran descubrimiento de los tiempos modernos” en el cual “quizás se halle la solución de
todas las dificultades, tanto especulativas como prácticas”. Una generación más tarde, el
hijo de Mill, el filósofo John Stuart Mill, en Consideraciones sobre el gobierno representativo
(1861) llegó a la conclusión de que “el tipo ideal de gobierno perfecto” sería a la vez
democrático y representativo. Prefigurando evoluciones que habrían de tener lugar durante
el siglo XX, el demos de la democracia representativa de Mill incluía a las mujeres.

II.5.4. Nuevas respuestas a viejas preguntas


Sufragio
La representación no fue la única innovación radical en las ideas e insti- tuciones
democráticas. Igualmente revolucionarias fueron las nuevas respues- tas que se brindaron,
en los siglos XIX y XX, a algunas de las preguntas fundamentales ya mencionadas. Una
evolución importante se refirió a la pre- gunta (2): ¿qué personas deberían constituir el
demos? En el siglo XIX se redujeron los requisitos de propiedad para votar, y finalmente
fueron elimina- dos. La exclusión de las mujeres del demos fue cada vez más objetada –no
sólo por las mujeres–. Empezando por Nueva Zelanda en 1893, más y más países fueron
otorgando a las mujeres el sufragio y otros derechos políticos, y al promediar el siglo XX, las
mujeres eran miembros plenos e iguales del demos en casi todos los países que se
consideraban democráticos –si bien Suiza, pio- nera en establecer el sufragio masculino
universal en 1848, no otorgó a las mujeres el derecho de voto en las elecciones nacionales
hasta 1971–.
Si bien Estados Unidos otorgó el derecho de voto a las mujeres en 1920, otra exclusión
importante persistió casi medio siglo más: tanto por medios legales como ilegales, se
impidió el voto y otras formas de actividad política a los afroamericanos, principalmente en
el sur, pero también en otras áreas del país. No fue sino hasta después de la aprobación de
la Civil Rights Act de 1964 y de una enérgica coacción que por fin fueron admitidos
efectivamente en el demos norteamericano.
De modo que en los siglos XIX y XX, el demos se fue expandiendo en forma gradual hasta
incluir a todos los ciudadanos adultos. Si bien interro- gantes importantes permanecieron sin
respuesta –por ejemplo, ¿deberían los residentes extranjeros legales permanentes gozar del
34

derecho de voto?–, este demos expandido pasó a ser una condición nueva de la democracia
mis- ma. Para mediados del siglo XX, ningún sistema cuyo demos no incluyera a todos los
Página

ciudadanos adultos podía llamarse, con propiedad, “democrático”.


Facciones y partidos
En muchas de las democracias y repúblicas de las ciudades-Estado, parte de la respuesta a
la pregunta (3) –¿qué organizaciones o instituciones políticas se necesitan para gobernar?–
estuvo dada por las “facciones”, que incluían tanto a grupos informales como a partidos
políticos organizados. Mucho más tarde, en varios países las democracias representativas
desarro- llaron partidos políticos con el fin de seleccionar candidatos para la elección

al parlamento y de organizar el apoyo parlamentario a favor del primer mi- nistro y su


gabinete, o la oposición a ellos. No obstante, a finales del siglo XVIII, teóricos políticos
eminentes como Montesquieu todavía considera- ban que las facciones representaban un
peligro serio contra las democracias y las repúblicas. Esta opinión también fue común en la
Convención Consti- tuyente de Estados Unidos, en la que muchos delegados argumentaron
que el nuevo gobierno inevitablemente estaría controlado por las facciones, y que abusarían
de él a menos que existiera un fuerte sistema de frenos y contrapesos constitucionales.
Las facciones son peligrosas, se decía, al menos por dos motivos. En primer lugar, una
facción es por definición un grupo cuyos intereses están en conflicto con el bien general. En
palabras de Madison en “El Federalista 10”: “por facción entiendo cierto número de
ciudadanos, estén en mayoría o en minoría, que actúan movidos por un impulso de una
pasión común, o por un interés adverso a los derechos de los demás ciudadanos o a los
intere- ses permanentes de la comunidad considerada en su conjunto”. En segundo lugar, la
experiencia histórica demuestra que, antes del siglo XVIII, la exis- tencia de facciones en
una democracia o república tendía a socavar la estabi- lidad de su gobierno. La
“inestabilidad, la injusticia y la confusión inserta- das en los consejos públicos” por el
faccionalismo, escribió Madison, han sido “las enfermedades fatales a causa de las cuales
han perecido los gobier- nos populares por doquier”.
Resulta interesante que Madison usara el supuesto peligro de las fac- ciones como
argumento en favor de adoptar una nueva constitución. Puesto que Estados Unidos, en
comparación con repúblicas anteriores, iba a tener muchos más ciudadanos y un territorio
mucho más vasto, la diversidad de intereses entre su población sería mucho mayor, lo cual
haría mucho menos probable la formación de facciones grandes o poderosas. Similarmente,
el ejercicio del poder gubernamental por representantes en lugar de directa- mente por el
pueblo “perfecciona y amplía la opinión pública, pasándola por el tamiz de un grupo escogido
de ciudadanos, cuya prudencia puede discernir mejor el verdadero interés de su país”.
En lo que se refiere a los partidos políticos, Madison pronto se dio cuenta –a pesar de su
creencia en la naturaleza esencialmente perniciosa de las facciones– de que en una
democracia representativa los partidos políticos no sólo son legalmente posibles, necesarios
e inevitables; también son desea- bles. Legalmente posibles, a raíz del conjunto de derechos
y libertades pre- vistos en la constitución. Necesarios, para derrotar las creencias del Partido
Federalista, a cuyas políticas centralizadoras se oponían firmemente Madison,

Jefferson y muchos otros. Puesto que los partidos eran posibles a la vez que necesarios, era
inevitable que surgieran. Finalmente, los partidos también eran deseables porque, al ayudar
a movilizar a los votantes por todo el país y dentro del órgano legislativo, permitían que la
mayoría prevaleciera por so- bre la oposición de una minoría.
Esta visión llegó a ser compartida por los pensadores políticos de otros países en los que se
estaban desarrollando formas democráticas de gobierno. Para fines del siglo XIX, se
aceptaba casi universalmente que la existencia de partidos políticos independientes y
competitivos constituye una pauta bási- ca que toda democracia debe cumplir.

Gobierno de la mayoría, derechos de la minoría y tiranía de la mayoría


El temor a la “tiranía de la mayoría” era algo habitual en el siglo XVII y también después,
incluso entre quienes simpatizaban con la democracia. Teniendo la oportunidad, se decía,
una mayoría seguramente pisotearía los derechos fundamentales de las minorías. Los
derechos de propiedad se per- cibían especialmente vulnerables, puesto que era de esperar
que cualquier mayoría o grupo de ciudadanos con poca o ninguna propiedad estaría tenta-
do a infringir los derechos de las minorías propietarias. Estas inquietudes eran compartidas
por Madison y otros delegados a la Convención y tuvieron mucha influencia en el documento
que generaron.
Sin embargo, aquí también las opiniones de Madison cambiaron una vez que reflexionó y
observó la democracia norteamericana emergente. En una carta de 1833 escribió: “[T]odo
amigo del gobierno republicano debe- ría hacer oír su voz contra la denuncia generalizada de
que los gobiernos mayoritarios son los más tiranos e intolerables de todos los gobiernos (...)
[N]ingún gobierno de diseño y administración humanos puede ser perfec- to; (...) los abusos
35

de todos los gobiernos han conducido a preferir el gobier- no republicano como el mejor de
Página

todos los gobiernos, por ser el menos imperfecto; [y] el principio vital de los gobiernos
republicanos es el lex ma- joris partis, la voluntad de la mayoría”.
El temor a la tiranía de la mayoría fue mitigado y finalmente abando- nado una vez que los
líderes de varios países democráticos tomaron conciencia de que podían crear numerosas
barreras contra el gobierno irrestricto de la mayoría, y que ninguna de ellas era claramente
inconsistente con los princi- pios democráticos básicos. De modo que pudieron incorporar
una declaración de derechos a la constitución (la Declaración de Derechos inglesa y la De-

claración de Derechos de Estados Unidos); requerir una supermayoría de votos –como los
dos tercios o tres cuartos– para aprobar enmiendas constitu- cionales y otra legislación
importante; dividir los poderes ejecutivo, legislativo y judicial de gobierno en ramas
separadas (división de poderes); otorgar a un poder judicial independiente la facultad de
declarar inconstitucionales ciertas leyes o políticas, y por ende, desprovistas de fuerza legal;
adoptar garantías constitucionales para brindar una autonomía considerable a los estados,
pro- vincias o regiones (federalismo); proveer por estatuto la descentralización del gobierno
en grupos territoriales, como son los pueblos, los condados y las ciudades; o adoptar un
sistema de representación proporcional según el cual la proporción de bancas legislativas
obtenidas por un partido es, en líneas generales, idéntica a la proporción de votos reunidos
a favor del partido o de su candidato. En semejante sistema multipartidario, los gabinetes
están com- puestos de representantes extraídos de uno o más partidos, lo cual asegura que
los intereses de la minoría conserven una voz significativa en el gobierno.
Aunque los teóricos políticos siguen discrepando acerca de los mejo- res medios para hacer
efectivo el gobierno de la mayoría en los sistemas democráticos, parece evidente que las
mayorías no pueden acotar legítima- mente los derechos fundamentales de los ciudadanos.
Tampoco las minorías deberían tener derecho a impedir que se hagan cumplir las leyes y
políticas diseñadas para proteger estos derechos fundamentales. En suma, dado que la
democracia no es sólo un sistema político de “gobierno del pueblo” sino, necesariamente,
también un sistema de derechos, un gobierno que infringe estos derechos es, en esa
medida, no-democrático.

II.6 La difusión de la democracia en el siglo XX

Durante el siglo XX, el número de países que contaba con las institu- ciones políticas básicas
de la democracia representativa aumentó notablemen- te. Al inicio del siglo XXI,
observadores independientes coincidieron en que más de un tercio de los países
nominalmente independientes del mundo po- seían instituciones democráticas comparables
a las de los países de habla in- glesa y a las de las democracias más antiguas de la Europa
continental. En otra sexta parte de los países del mundo, estas instituciones, si bien un tanto
defec- tuosas, igualmente proporcionaban grados históricamente altos de gobierno
democrático. En conjunto, estos países democráticos o casi democráticos con- tenían cerca
de la mitad de la población mundial. ¿Qué es lo que explica esta rápida expansión de las
instituciones democráticas?

II.6.1 Fallas de los sistemas no democráticos


Parte importante de esta explicación radica en que todas las principa- les alternativas a la
democracia –de origen antiguo o moderno– sufrieron fallas políticas, económicas,
diplomáticas y militares que en gran medida disminuyeron su atractivo. Con la victoria de los
aliados en la Primera Gue- rra Mundial, los antiguos sistemas de la monarquía, la
aristocracia y la oli- garquía dejaron de ser legítimos. Después de la derrota militar de Italia
y Alemania en la Segunda Guerra Mundial, la nueva alternativa del fascismo también se vio
desacreditada, como lo fue el comunismo de estilo soviético luego del colapso económico y
político de la Unión Soviética en 1990-91. Fallas similares contribuyeron a la desaparición
gradual de las dictaduras militares en América Latina en los años ochenta y noventa.

II.6.2 Economías de mercado


Estos cambios ideológicos e institucionales fueron acompañados por cambios en las
instituciones económicas. Economías fuertemente centrali- zadas bajo control estatal habían
permitido a los líderes políticos utilizar su fácil acceso a los recursos económicos para
recompensar a sus aliados y casti- gar a sus críticos. A medida que estos sistemas fueron
siendo reemplazados por economías de mercado más descentralizadas, el poder y la
influencia de los máximos funcionarios de gobierno fueron mermando. Es más, algunas de
las condiciones esenciales para el funcionamiento exitoso de las econo- mías de mercado
también contribuyeron al desarrollo de la democracia: el pronto acceso a información
confiable, niveles de educación relativamente altos, la facilidad para el movimiento de
personas y el Estado de derecho. En tanto las economías de mercado fueron expandiéndose
36

y las clases medias fueron creciendo y se tornaron más influyentes, aumentó el apoyo
Página

popular a favor de dichas condiciones, a menudo acompañado por demandas de una mayor
democratización.
II.6.3 Bienestar económico
Hubo también otras formas en que el desarrollo de las economías de mercado contribuyó a
la difusión de la democracia. A medida que fue mejo- rando el bienestar económico de
grandes segmentos de la población mun- dial, también mejoró la probabilidad de que
sobrevivieran y florecieran las instituciones democráticas recientemente establecidas. En
general, los ciu-

dadanos de países democráticos que padecen una persistente pobreza son más susceptibles
de sucumbir a los encantos de demagogos antidemocráti- cos que prometen soluciones
simples e inmediatas a los problemas económi- cos de su país. Por eso, la prosperidad
económica generalizada de un país aumenta mucho las oportunidades de que un gobierno
democrático alcance el éxito, en tanto la pobreza generalizada aumenta mucho las
oportunidades de que fracase.

II.6.4 Cultura política


Durante el siglo XX, la democracia continuó existiendo en algunos países a pesar de los
períodos de aguda crisis en el ámbito diplomático, militar, económico o político, como
ocurrió durante los primeros años de la Gran Depresión. La supervivencia de las
instituciones democráticas en estos países es atribuible, en parte, al hecho de que en sus
sociedades existía una cultura de creencias y valores democráticos ampliamente compartida.
Estas actitudes se reciben a temprana edad, transmitidas por generaciones ante- riores, y
de este modo se fijan en lo que el pueblo percibe de sí, de su país y del mundo. En los
países donde la cultura democrática es débil o está au- sente, como fue el caso de la
República de Weimar durante los años poste- riores a la Primera Guerra Mundial, la
democracia es mucho más vulnera- ble, y es más probable que los períodos de crisis
conduzcan a una reversión hacia un régimen no democrático.

II.7 Sistemas democráticos contemporáneos

Las diferencias entre los países democráticos en términos de experien- cia histórica, tamaño,
composición étnica, religiosa, y otros factores, han generado distinciones importantes en sus
instituciones políticas. Entre los rasgos respecto de los cuales estas instituciones han diferido
se cuentan los siguientes.

II.7.1 Sistemas presidencial y parlamentario


Mientras que el sistema presidencial norteamericano fue generalmente adoptado en América
Latina, en África y en otros lugares del mundo en vías de desarrollo (donde en ocasiones los
militares convirtieron los cargos públicos en dictaduras mediante golpes de Estado), a
medida que los países europeos

se fueron democratizando, adoptaron versiones del sistema parlamentario in- glés, que
preveía un primer ministro responsable ante el parlamento y un jefe de Estado ceremonial
(que podía ser un monarca hereditario, como en los países escandinavos, Holanda y España,
o un presidente elegido por el Parla- mento o por otro órgano convocado especialmente al
efecto). Una excepción notable es Francia, que en su quinta constitución, adoptada en 1958,
combi- nó su sistema parlamentario con uno presidencial.

II.7.2 Sistemas unitario y federal


En la mayor parte de las democracias europeas y de habla inglesa más antiguas, la
autoridad política es inherente al gobierno central, que está autorizado por la constitución
para determinar los poderes limitados y las fronteras geográficas de las asociaciones
subnacionales, como los estados y las regiones. Estos sistemas unitarios contrastan
notablemente con los siste- mas federales, en los que la autoridad se divide
constitucionalmente entre el gobierno central y los gobiernos de entidades subnacionales
relativamente autónomas. Entre los países democráticos que han adoptado sistemas fede-
rales –además de Estados Unidos– se encuentran Suiza, Alemania, Austria, España, Canadá
y Australia. El país democrático más populoso del mundo, India, también se rige por un
sistema federal.

II.7.3 Sistemas proporcionales y de ganador único


Los arreglos electorales varían enormemente. Algunos países demo- cráticos dividen sus
territorios en distritos electorales donde cada uno de ellos tiene derecho a una sola banca en
37

la legislatura, banca que gana el candidato que obtiene la mayor cantidad de votos –de ahí
Página

las expresiones first past the post en Gran Bretaña y winner take all en Estados Unidos–. Tal
como señalan los críticos de este sistema, en los distritos disputados por más de dos
candidatos, puede llegar a obtenerse la banca con menos de una estricta mayoría de votos
(50 por ciento más uno). Por lo que un partido que recibe solamente una minoría de votos
en todo el país podría obtener una mayoría de bancas en la legislatura. Los sistemas de
representación propor- cional están diseñados para asegurar una mayor correspondencia
entre la proporción de votos obtenidos por un partido y la proporción de bancas que recibe.
Con escasas excepciones, los países de la Europa continental han adoptado alguna forma de
representación proporcional, como lo han hecho Irlanda, Australia, Nueva Zelanda, Japón y
Corea del Sur. Los sistemas de

ganador único perduran en Estados Unidos, en Canadá y, para las elecciones


parlamentarias, en Gran Bretaña.

II.7.4 Sistemas bipartidarios y multipartidarios


Debido a que la representación proporcional no favorece a los grandes partidos en
detrimento de los más chicos, como sucede con los sistemas de ganador único, en los países
que se rigen por la representación proporcional casi siempre ocurre que hay tres o más
partidos representados en la legisla- tura, y suele requerirse un gobierno de coalición
compuesto de dos o más partidos para ganar el apoyo legislativo respecto de las políticas de
gobierno. De modo que el predominio de la representación proporcional efectivamen- te
asegura que los gobiernos de coalición sean la norma en los países demo- cráticos; los
sistemas compuestos sólo por dos partidos, como es el caso de Estados Unidos, son
extremadamente raros.

II.7.5 Sistemas mayoritarios y consensuales


Dadas las divergencias de los sistemas electorales y de otros factores, los países
democráticos difieren en torno a si las leyes y las políticas pueden ser aprobadas por un solo
partido, relativamente cohesionado, con mayoría legislativa, como suele ocurrir en Gran
Bretaña y Japón, o si se requiere el consenso entre muchos partidos con opiniones diversas,
como es el caso de Suiza, Holanda, Suecia, Italia y otros lugares. Los politólogos (aunque no
sólo ellos) disienten respecto de cuál de los dos tipos de sistemas, el mayori- tario o el
consensual, es más deseable. Los críticos de los sistemas consensua- les sostienen que
éstos permiten a una minoría de ciudadanos vetar las polí- ticas que no son de su agrado y
que dificultan excesivamente las tareas de formar gobiernos y aprobar legislación. Sus
partidarios arguyen que los arre- glos consensuales generan un apoyo público
comparativamente más amplio a las políticas de gobierno e incluso contribuyen a aumentar
la legitimidad y el valor que se percibe de la democracia en sí.
Una vez más, en este aspecto parecería que las instituciones políticas básicas de un país
deben adaptarse a sus condiciones y experiencia histórica particulares. Es probable que el
sistema firmemente mayoritario de Gran Bretaña no sea adecuado para Suiza, en tanto los
arreglos consensuales de Suiza u Holanda podrían resultar menos satisfactorios en Gran
Bretaña.

III. La teoría de la democracia


III.1 Las ideas democráticas desde Pericles hasta Rawls
III.1.1 Pericles
En el discurso fúnebre del año 430 a.C. dedicado a los caídos en la Guerra del Peloponeso, el
líder ateniense Pericles describió la Atenas demo- crática como “la escuela de la Hélade”.
Entre las muchas cualidades ejem- plares de la ciudad, declaró, estaba su constitución, que
“favorece a los mu- chos en lugar de a los pocos; es por eso por lo que se la denomina
democra- cia”. Pericles continuó: “si observamos las leyes, prevén iguales garantías para
todos en sus asuntos privados; el progreso en la vida pública corresponde a la reputación
por capacidad, y no se permite que las consideraciones de clase interfieran con el mérito;
tampoco la pobreza veda el camino: si un hombre puede servir a la patria, su condición
oscura no plantea obstáculo alguno. La libertad de que gozamos en nuestro gobierno se
extiende también a nuestra vida habitual”.

III.1.2 Aristóteles
Un siglo más tarde, Aristóteles analizó la democracia en términos que habrían de ejercer
suma influencia en los estudios comparativos de los siste- mas políticos. En el centro de esta
visión se halla el concepto de “constitu- ción”, que él define como “una organización de
funciones, que todos los ciudadanos distribuyen entre sí según el poder que poseen las
diferentes clases”. Su conclusión es que “deben existir, entonces, tantas formas de go-
bierno como modos de disponer las funciones, según las superioridades y las diferencias de
38

las partes del Estado”. Siempre realista, sin embargo, observa que “el mejor [gobierno]
Página

suele ser inalcanzable y, por tanto, el verdadero legislador y estadista debería conocer no
solamente (1) aquello que es mejor en abstracto, sino además (2) lo que es mejor dadas las
circunstancias”.
Aristóteles identifica tres tipos de constitución ideal –cada uno de los cuales describe una
situación en la que quienes gobiernan persiguen el bien común– y tres tipos de constitución
pervertida –cada uno de las cuales describe una situación en la que quienes gobiernan
persiguen objetivos mez- quinos y egoístas–. Los tres tipos de constitución, ideales o
pervertidos, se diferencian por el número de personas a las que permiten gobernar. Así, el
“gobierno de uno” es la monarquía en su forma ideal y la tiranía en su forma pervertida; el
“gobierno de unos pocos” es la aristocracia en su forma ideal y

la oligarquía en su forma pervertida; y el “gobierno de muchos” es la “orga- nización


política” en su forma ideal y la democracia en su forma pervertida. El esquema general de
Aristóteles prevaleció durante más de dos siglos, pero no su definición antagónica y
desconcertante de la democracia
–que probablemente no reflejaba las opiniones de la mayoría de los griegos de su tiempo–.
Aristóteles mismo adoptó una perspectiva más favorable de la democracia en sus estudios
acerca de la variedad, estabilidad y composi- ción de los gobiernos democráticos reales. Al
observar que “la base de un Estado democrático es la libertad”, Aristóteles propuso una
conexión entre las ideas de democracia y de libertad en la que todos los partidarios posterio-
res de la democracia pondrían un marcado énfasis.

III.1.3 Locke
Casi veinte siglos después de Aristóteles, el filósofo inglés John Locke adoptó los elementos
esenciales de la clasificación aristotélica de las consti- tuciones, en su Segundo tratado sobre
el gobierno civil (1690). A diferencia de Aristóteles, sin embargo, Locke era partidario
inequívoco de la igualdad política, la libertad individual, la democracia y la regla de la
mayoría. Aun- que su obra tendió naturalmente a ser más abstracta que programática,
brindó un sólido fundamento filosófico a la teorización y a los programas políticos
democráticos muy posteriores.

La legitimidad del gobierno


Según Locke, en el hipotético “estado de naturaleza” que precede a la creación de las
sociedades humanas, los hombres viven “entre sí en un plano de igualdad, sin subordinación
o sumisión” y son perfectamente libres de actuar y de disponer de sus posesiones como
mejor les parezca, dentro de los límites de la ley natural. A partir de éstas y otras premisas,
Locke llega a la conclusión de que la sociedad política –o sea, el gobierno–, en tanto sea
legítima, representa un contrato social entre quienes han “consentido formar una comunidad
o gobier- no (...) donde la mayoría tiene el derecho para actuar e imponerse a los demás”.
Ambas ideas –el consentimiento de los gobernados y la regla de la mayoría– llegaron a
ocupar un lugar central en todas las teorías posteriores sobre la demo- cracia. Para Locke,
están ligadas de modo inextricable: “en efecto, si el consenti- miento de la mayoría no fuese
razonablemente considerado como la acción del conjunto, obligando a cada individuo, nada
salvo el consentimiento de todos y cada uno de los individuos podría constituirse en la
acción del conjunto; pero

tal consentimiento resulta casi imposible de alcanzar” (Segundo tratado, párrafos 95 y 98,
respectivamente). Por ende, ningún gobierno es legítimo a menos que goce del
consentimiento de los gobernados, y ese consentimiento no puede darse salvo mediante la
regla de la mayoría.
Ante estas conclusiones, sorprende un poco que la descripción de Loc- ke de las diferentes
formas de gobierno (él las llama commonwealths) no pres- criba explícitamente la
democracia como el único sistema legítimo. Escribien- do en la Inglaterra de la década de
1680, una generación después de que la restauración de la monarquía (1660) pusiera fin al
Commonwealth, Locke era más circunspecto de lo que aquí parece. No obstante, una lectura
atenta de los pasajes relevantes del Segundo tratado demuestra que Locke sigue siendo fiel
a su principio fundamental según el cual la única forma legítima de gobierno es aquella que
se basa en el consentimiento de los gobernados.
Locke distingue las diversas formas de gobierno sobre la base de dónde elige el pueblo
ubicar el poder de formular leyes. Sus categorías son las tradi- cionales: si el pueblo retiene
para sí el poder legislativo, junto con el poder de designar a quien habrá de ejecutar las
leyes, entonces “la forma de gobierno es una democracia perfecta”. Si ubican el poder “en
manos de unos pocos hom- bres selectos, sus herederos o sucesores, (...) entonces, es una
oligarquía; o bien en manos de un hombre, y en ese caso es una monarquía”. No obstante,
39

su análisis respecto de las formas no democráticas de gobierno es mucho más subversivo de


Página

lo que parece, porque cualquiera sea la forma de gobierno, la fuente última de poder
soberano es el pueblo y todo el gobierno legítimo debe descansar en su consentimiento. Por
lo tanto, si un gobierno abusa de su confianza y viola los derechos fundamentales del pueblo
–en especial, el dere- cho a la propiedad– la gente puede rebelarse y reemplazar ese
gobierno por otro cuyas leyes esté dispuesta a consentir. ¿Y quién ha de juzgar si el
gobierno ha abusado de su confianza? Una vez más, Locke no deja lugar a dudas: el pueblo
mismo debe juzgar eso. Si bien no emplea el término, Locke afirma claramente el derecho a
la revolución contra un gobierno despótico.
A menos de un siglo, las perspectivas de Locke tuvieron eco en las famosas palabras de la
Declaración de Independencia de Estados Unidos:

Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales;
que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la
vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se
instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del
consentimiento de los

gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos
principios, el pueblo tiene el derecho de reformarla o de abolirla e instituir un nuevo
gobierno que se funde en dichos principios y organice sus poderes en la forma que a su
juicio ofrezca las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.

Respuestas a las preguntas fundamentales


Si bien las ideas de Locke fueron radicales –incluso discretamente revolucionarias– en su
momento, sus respuestas a las preguntas (1) a (3) requirieron una elaboración más
profunda y hasta alguna alteración a medi- da que la teoría y la práctica de la democracia
fueron evolucionando.
En cuanto a la pregunta (1) –¿cuál es la asociación adecuada en la que debería establecerse
un gobierno democrático?–, a pesar de la generalidad de sus conclusiones, es claro que la
intención de Locke era aplicarlas a Ingla- terra en su conjunto y, presumiblemente, también
a otros Estados-nación. Apartándose de las perspectivas que aún prevalecían entre los
filósofos polí- ticos de su época, Locke sostuvo –como lo hicieron los partidarios de la
igualdad– que la democracia no requería una unidad política pequeña, como una ciudad-
Estado, en la que todos los miembros del demos pudieran parti- cipar directamente en el
gobierno. También en este aspecto, Locke estaba a la vanguardia del desarrollo de las ideas
democráticas.
Respecto de la pregunta (2) –¿qué personas deberían constituir el demos?–, Locke creía,
como casi todos los que habían expresado una opinión sobre esa cuestión, que los niños no
debían gozar de los derechos plenos de la ciudadanía, si bien sostenía que los padres están
moralmente obligados a respetar los derechos de sus hijos como seres humanos. Casi sin
argumento sustantivo, Locke adoptó la visión tradicional de que las mujeres debían quedar
excluidas del demos, aunque insistió en que debían retener todos los demás derechos
fundamentales. Más de un siglo habría de pasar hasta lograr que en general se interpretara
que “el consentimiento del pueblo” incluía el consentimiento de las mujeres.
A diferencia de los hombres de Atenas o de la pequeña aristocracia mas- culina de Venecia,
es obvio que los hombres de Inglaterra no podían gobernar directamente en una asamblea.
En este caso, su respuesta a la pregunta (3) –
¿qué organizaciones o instituciones políticas se necesitan para gobernar?– debía incluir el
recurso a representantes elegidos por el pueblo. Pero, aunque parece claro que el gobierno
por consentimiento de Locke exige la representación, es

poco lo que dice en cuanto a la forma que debería asumir. Esto tal vez se deba a que, como
sus lectores contemporáneos, asumía que la democracia y el go- bierno de la mayoría se
implementarían mejor en Inglaterra a través de elec- ciones parlamentarias basadas en el
sufragio de los varones adultos.

III.1.4 Montesquieu
El teórico político francés Montesquieu, a través de su obra maestra El espíritu de las leyes
(1748), tuvo una firme influencia sobre su joven con- temporáneo Rousseau (ver punto
III.1.6) y sobre muchos de los padres fundadores norteamericanos, incluidos John Adams,
Jefferson y Madison. Al tiempo que rechaza la clasificación de Aristóteles, Montesquieu
distingue tres tipos ideales de gobierno: la monarquía “en la que una única persona gobierna
mediante leyes fijas y establecidas”; el despotismo “en el que una única persona dirige todo
a su voluntad y capricho”; y el gobierno republi- cano (o popular), que puede ser de dos
tipos, dependiendo si “el pueblo en su conjunto o sólo una parte de él está investido del
40

poder supremo” –el primero es una democracia, en tanto el segundo es una aristocracia–.
Página

Según Montesquieu, una condición necesaria para la existencia de un gobierno republicano,


democrático o aristocrático, es que las personas en quienes reside el poder supremo posean
la cualidad de la “virtud pública”, que significa estar motivado por un deseo de alcanzar el
bien común. Si bien la virtud pública puede no ser necesaria en una monarquía, y sin duda,
no existe en los regímenes despóticos, sí debe estar presente, en alguna medida, en las
repúblicas aristocráticas y, en gran medida, en las repúblicas demo- cráticas. Tocando un
tema que habrá de tener fuerte eco en “El Federalista 10” de Madison, Montesquieu afirma
que sin una virtud pública firme, es probable que la república democrática sea destruida por
el conflicto entre diversas “facciones”, cada una de las cuales persigue su propio interés
mez- quino a expensas del bien público más amplio.

III.1.5 Hume
El poder destructivo de las facciones tuvo un énfasis marcado en el filósofo e historiador
escocés David Hume, cuya influencia en Madison fue quizás mayor que la de Montesquieu.
Porque fue de Hume de quien Madison parece haber adquirido la visión acerca de las
facciones que invirtió la cuestión sobre la conveniencia de asociaciones políticas más
grandes –es decir, mayores que la ciudad-Estado–. Con el fin de disminuir el potencial

destructivo del faccionalismo, sostenían Hume y Madison, más grande es en realidad mejor,
porque en las asociaciones más grandes cada representan- te debe encargarse de una
mayor diversidad de intereses. Además, es proba- ble que Madison haya estado influenciado
por Hume cuando en “El Federa- lista 10” descartó el término democracia para el tipo de
gobierno basado sobre la representación y, en cambio, prefirió llamarlo república.

III.1.6 Rousseau
Comparado con Locke, Jean-Jacques Rousseau puede parecer el demócrata más radical, si
bien una lectura atenta de su obra muestra que, en aspectos impor- tantes, la concepción de
la democracia de Rousseau es más estrecha que la de Locke. De hecho, en su obra más
influyente sobre filosofía política, El contrato social (1762), Rousseau afirma que la
democracia es incompatible con las institu- ciones representativas, postura de suma
relevancia para los Estados-nación. La soberanía del pueblo, alega, no puede ser alienada ni
representada: “la idea de los representantes es moderna”, escribió. “En las repúblicas
antiguas (...) el pueblo jamás tuvo representantes (...) [E]n el instante en que un pueblo
consiente en ser representado, ya no es libre, ya no existe”. Pero si la representación es
incompatible con la democracia, y si la democracia directa es la única forma de gobierno
legíti- ma, entonces ningún Estado-nación de la época de Rousseau (o de cualquier otra)
puede contar con un gobierno legítimo. Es más, según Rousseau, si llegara a existir una
asociación política lo suficientemente pequeña como para practicar la democracia directa,
como la ciudad-Estado, inevitablemente sería sometida por Estados-nación más grandes, y
por tanto, dejaría de ser democrática.
Por estas y otras razones, Rousseau era pesimista en lo referido a las posibi- lidades de la
democracia. “Es contrario al orden natural que los muchos gobiernen y que los pocos sean
gobernados”, escribió. “Resulta inimaginable que el pueblo se reúna permanentemente para
dedicar su tiempo a los asuntos públicos”. Desde una mirada común entre los críticos de la
democracia de su época, Rousseau sostenía, además, que “no hay gobierno tan susceptible
a las guerras civiles y a las agitaciones intestinas como el gobierno democrático o popular”.
En un pasaje muy citado, declara que “si existiera un pueblo de dioses, su gobierno sería
demo- crático. Un gobierno tan perfecto no es para los hombres”.
A pesar de estas conclusiones negativas, Rousseau insinúa, en una breve nota al pie (Libro
III, Capítulo 15) que los gobiernos democráticos sólo pue- den ser viables si se unen en
confederaciones. Algunos años más tarde, con motivo de una discusión en torno a la manera
en que el pueblo de Polonia podía gobernarse, admitió que simplemente no hay otra
alternativa que el

gobierno por representación. Pero dejó irresuelto, en gran parte, el problema del tamaño o
la escala adecuados para las asociaciones políticas democráticas.

III.1.7 Mill
En su obra Sobre la libertad (1859), John Stuart Mill sostuvo, sobre fundamentos
utilitaristas, que la libertad individual no puede ser legítima- mente transgredida –por el
gobierno, la sociedad o las personas– excepto en los casos en que la acción individual
causara daño a otros. En una encomiada enunciación de este principio, Mill escribió lo
siguiente:

[E]l único fin que justifica que la humanidad, individual o colectivamente, interfiera en la
41

libertad de acción de cualquie- ra de sus miembros, es la propia protección (…) El único


Página

propó- sito con el cual puede ejercerse con justicia el poder sobre cual- quier miembro de
una comunidad civilizada, contra su volun- tad, es prevenir el daño a los demás. Su propio
bien, ya sea físico o moral, no es justificación suficiente.

El principio de Mill brindó fundamento filosófico a algunas de las liberta- des esenciales en
una democracia en funcionamiento, como la libertad de asocia- ción (ver punto III.2.2), y
minaba la legitimidad de leyes paternalistas que se sancionaban en nombre de la
moderación, que en opinión de Mill trataban a los ciudadanos como si fueran niños. En el
área de lo que él llamaba libertad de pensamiento y discusión, otra libertad crucial para la
democracia, Mill sostenía, también sobre bases utilitaristas, que no hay nada que justifique
las restricciones legales a la expresión de la opinión. La “colisión de opiniones adversas”,
alegaba, es parte necesaria de la búsqueda de la verdad en cualquier sociedad. En otro
trabajo, Consideraciones sobre el gobierno representativo (1861), Mill precisa con lucidez y
perspicacia muchos de los rasgos esenciales del nuevo tipo de gobierno, que toda- vía no
había emergido en la Europa continental y que aún estaba incompleto en aspectos
importantes en Estados Unidos. En esta obra anticipó además un argu- mento poderoso a
favor del voto femenino –postura ignorada o rechazada práctica- mente por todos los
filósofos políticos anteriores (todos ellos varones, es claro)–.

III.1.8 Dewey
De acuerdo con el filósofo norteamericano John Dewey, la democra- cia es la forma de
gobierno más deseable porque solamente ella provee las

clases de libertad necesarias para el autodesarrollo y el crecimiento indivi- dual –entre ellas,
la libertad para intercambiar ideas y opiniones con otros, la libertad para formar
asociaciones con otros con el propósito de alcanzar objetivos en común, y la libertad para
determinar y luchar por la propia concepción de la buena vida–. Sin embargo, la democracia
es más que una mera forma de gobierno; tal como Dewey señala en Democracia y
educación (1916), es también un “modo de vida asociada” en la que los ciudadanos
cooperan entre sí para solucionar sus problemas comunes a través de vías racionales (es
decir, a través de la indagación y el experimento críticos), en un espíritu de respeto mutuo y
de buena voluntad. Es más, las instituciones políticas de cualquier democracia, según
Dewey, no deberían ser vistas como las creaciones perfectas e inmutables de estadistas
visionarios del pasado; más bien, deberían ser sometidas constantemente a la crítica y a la
mejora a medida que van cambiando las circunstancias históricas y el interés público. La
participación en una democracia, según la concepción de Dewey,
exige hábitos mentales críticos e inquisitivos, una inclinación hacia la co- operación con
otros, y un sentimiento de fogosidad pública y un deseo de alcanzar el bien común. Puesto
que estos hábitos e inclinaciones deben in- culcarse desde edad temprana, Dewey pone
especial énfasis en la educación; tan es así que llamaba a las escuelas públicas “la iglesia de
la democracia”. Sus aportes tanto a la teoría como a la práctica de la educación tuvieron una
influencia enorme en los Estados Unidos del siglo XX.
El aporte de Dewey fue escaso en términos de propuestas concretas sobre la forma que
deberían adoptar las instituciones democráticas. No obs- tante, en La opinión pública y sus
problemas (1927) y otras obras, sostuvo que nadie puede desarrollar su potencial pleno
salvo en una democracia social o en un Estado de Bienestar democrático. Por consiguiente,
afirmaba que las democracias debían poseer facultades firmes de regulación. También
insistió en que entre los rasgos más importantes de una democracia social debería incluirse
el derecho de los trabajadores de participar directamente en el control de las empresas que
los emplean.
Dado el interés de Dewey en la educación, no es de sorprender que mostrara gran
preocupación acerca de la forma en que los ciudadanos po- drían entender mejor los asuntos
públicos. Si bien proponía la aplicación de las ciencias sociales al desarrollo de la política
pública, criticaba duramente a los intelectuales, académicos y líderes políticos que
consideraban al públi- co general incompetente y que a menudo abogaban por alguna forma
de elitismo democrático. Únicamente el público, sostenía, puede decidir cuál es el interés
público. A fin de que los ciudadanos puedan tomar decisiones

informadas y responsables en torno a sus problemas comunes, pensaba, es importante que


puedan dialogar mutuamente en sus comunidades locales. El énfasis de Dewey en el diálogo
como práctica fundamental en una demo- cracia habría de inspirar a los teóricos políticos a
explorar el papel vital de la deliberación en los sistemas democráticos.

III.1.9 Habermas
42

En una serie de trabajos publicados a partir de 1970, el filósofo y teórico social alemán
Página

Jürgen Habermas, aplicando conceptos prestados de la filosofía angloamericana del


lenguaje, argumentaba que la idea de lograr un “consenso racional” dentro de un grupo
sobre cuestiones fácticas o valorati- vas presupone la existencia de lo que él llama una
“situación de discurso ideal”. En semejante situación, los participantes podrán evaluar las
afirma- ciones de cada uno solamente sobre la base de la razón y la evidencia en una
atmósfera completamente libre de cualquier influencia “coercitiva” no racio- nal, incluso la
coerción física y psicológica. Además, todos los participantes estarían motivados únicamente
por el deseo de obtener un consenso racio- nal, y no se impondrían límites de tiempo a la
discusión. Aunque difícil de realizar en la práctica, si no imposible, la situación de discurso
ideal puede ser utilizada como un modelo de discusión pública libre y abierta, y como
estándar para evaluar las prácticas e instituciones a través de las cuales se deciden en las
democracias reales los grandes interrogantes políticos y las cuestiones de política pública.

III.1.10 Rawls
Desde la época de Mill hasta mediados del siglo XX, la mayoría de los filósofos que defendían
los principios democráticos lo hacían, en gran parte, sobre la base de consideraciones
utilitaristas –es decir, argumentaban que los sistemas de gobierno con carácter democrático
tienen más posibili- dades que otros sistemas de producir un mayor grado de felicidad (o
bienes- tar) a una mayor cantidad de gente–. Tradicionalmente, sin embargo, se objetaba
que esas justificaciones podían ser usadas para apoyar, por intui- ción, formas de gobierno
menos deseables, en las que la mayor felicidad se logra a través del incumplimiento injusto
de los derechos e intereses de una minoría.
En Teoría de la justicia (1971), el filósofo norteamericano John Rawls procuró desarrollar
una justificación no utilitarista de un orden político

democrático caracterizado por la justicia, la igualdad y los derechos indivi- duales.


Reviviendo la noción del contrato social, que había permanecido latente desde el siglo XVII,
imaginó una situación hipotética en la que se logra que un grupo de personas racionales
desconozca todos los hechos so- ciales y económicos acerca de ellas mismas –incluso
hechos relativos a su raza, sexo, religión, educación, inteligencia, talentos o aptitudes, y
hasta su concepción de la “buena vida” – y se les pide a esas personas que decidan qué
principios generales deberían regir las instituciones políticas bajo las que viven. Tras este
“velo de ignorancia”, sostiene Rawls, ese grupo unáni- memente rechazaría los principios
utilitaristas –tales como que “las institu- ciones políticas deberían apuntar a maximizar la
felicidad del mayor núme- ro”– porque ningún miembro del grupo sabría si pertenece a una
minoría cuyos derechos e intereses podrían verse relegados bajo instituciones justifi- cadas
con motivos utilitaristas. En lugar de ello, la razón y el interés propio llevarían al grupo a
adoptar principios tales como: (1) todos deberían gozar de un mismo grado de libertad,
incluidas todas las libertades que tradicio- nalmente se asocian con la democracia; (2) todos
deberían tener la misma oportunidad de buscar cargos y puestos que ofrezcan mayores
recompensas en términos de riqueza, poder, estatus u otros bienes sociales; y (3) la distri-
bución de la riqueza en la sociedad debería ser tal que quienes tienen menos estén mejor de
lo que estarían bajo cualquier otra distribución, sea pareja o desigual (Rawls sostiene que,
frente a ciertas conjeturas respecto de la moti- vación humana, alguna desigualdad en la
distribución de la riqueza podría resultar necesaria para obtener mayores niveles de
productividad; es enton- ces posible imaginar distribuciones desiguales de la riqueza en las
que quie- nes tienen menos están mejor de lo que estarían bajo una distribución pare- ja).
Estos principios vienen a ser una forma igualitaria de liberalismo demo- crático. Rawls, por
consiguiente, es considerado el mayor defensor filosófico del Estado de Bienestar capitalista
democrático moderno.

III.2 “Democracia ideal”

Como se dijo anteriormente, Aristóteles consideró útil clasificar los gobiernos existentes en
la realidad, en términos de tres “constituciones idea- les”. Básicamente por los mismos
motivos, el concepto de “democracia ideal” también puede resultar útil para identificar y
entender las características democráticas de los gobiernos que en realidad existen, sean
ciudades-Esta- do, Estados-nación o asociaciones más grandes.

Vale observar que el término ideal es ambiguo. En un sentido, se considera ideal un sistema
si se lo considera aparte de, o en ausencia de, determinadas condiciones empíricas,
condiciones que en realidad siempre están presentes en alguna medida. Los sistemas
ideales, en este sentido, se emplean para identificar qué rasgos de un sistema real son
esenciales, o qué leyes subyacentes son fundamentales, en combinación con factores
empíri- cos, para el comportamiento de un sistema en circunstancias reales. En otro sentido,
43

un sistema es ideal si es el “mejor” desde el punto de vista moral. Un sistema ideal, en este
Página

sentido, es un objetivo que la persona o la sociedad deben esforzarse por alcanzar (aun
cuando en la práctica no sea perfecta- mente alcanzable) y un estándar que permite medir
el valor moral de lo que se ha logrado o de lo que existe.
Con frecuencia, ambos sentidos se confunden. Los sistemas que son idea- les en el primer
sentido pueden, pero no necesariamente, ser ideales en el segun- do sentido. Por
consiguiente, la descripción de una democracia ideal, como la que se consigna a
continuación, no tiene por qué intentar prescribir un sistema político. En realidad,
concepciones influyentes de la democracia ideal han sido brindadas por enemigos de la
democracia al igual que por sus amigos.

III.2.1 Características de la democracia ideal


Como mínimo, la democracia ideal debería exhibir los siguientes rasgos: Participación
efectiva. Antes de adoptar o rechazar una política, los miembros del demos tienen la
oportunidad de dar a conocer a los demás
miembros sus opiniones al respecto.
Igualdad de votos. Los miembros del demos tienen la oportunidad de votar a favor o en
contra de una política, y todos los votos se computan igual. Electorado informado. Los
miembros del demos tienen la oportunidad, dentro de un período razonable, de aprender
acerca de la política y sobre las
posibles políticas alternativas y sus consecuencias probables.
Control ciudadano del programa de acción. El demos, pura y exclusiva- mente, decide qué
asuntos se incluyen en la agenda de la toma de decisiones y cómo han de incluirse allí. De
este modo, el proceso democrático es “abier- to”, en el sentido que el demos puede cambiar
las políticas de la asociación en cualquier momento.
Inclusión. Cada uno de los miembros del demos tiene derecho a parti- cipar en la asociación
según hemos expuesto.
Derechos fundamentales. Cada uno de los rasgos necesarios de la de- mocracia ideal
prescribe un derecho que constituye en sí un rasgo necesario

de la democracia ideal: así, cada miembro del demos tiene el derecho de comunicarse con
otros; el derecho de que su voto se compute igual que los votos de los demás; el derecho de
recabar información; el derecho de parti- cipar en idéntica condición que los otros
miembros; y el derecho, junto con otros miembros, de ejercer el control de la agenda. Por
ende, la democracia es más que un mero procedimiento político; necesariamente, también
es un sistema de derechos fundamentales.

III.2.2 Democracia ideal y representativa


En las democracias representativas modernas, los rasgos de la democracia ideal, en la
medida en que existen, se realizan a través de una variedad de insti- tuciones políticas.
Estas instituciones, en general similares en los distintos países a pesar de diferencias
significativas en la estructura constitucional, fueron com- pletamente inéditas en la historia
humana cuando hicieron su primera apari- ción en la Europa y los Estados Unidos del siglo
XVIII. Entre las más importan- tes, como es natural, se encuentra la institución misma de la
representación, mediante la cual todas las decisiones y las políticas de gobierno importantes
son formuladas por funcionarios elegidos por el pueblo, que rinden cuenta al electo- rado de
su accionar. Otras instituciones importantes incluyen:
Elecciones libres, limpias y periódicas. Los ciudadanos pueden partici- par en dichas
elecciones tanto en calidad de votantes como de candidatos (si bien pueden imponerse
restricciones en términos de edad y residencia).
Libertad de expresión. Los ciudadanos pueden expresarse en público so- bre una amplia
gama de temas políticamente relevantes sin temor al castigo. Fuentes de información
independientes. Existen fuentes de información política que no se hallan bajo control del
gobierno ni de grupo único alguno y cuyos derechos a publicar información o difundirla de
otro modo están protegidos por ley; es más, todos los ciudadanos tienen derecho a buscar y
emplear dichas fuentes de información.
Libertad de asociación. Los ciudadanos tienen el derecho de formar organizaciones políticas
independientes y participar en ellas, incluidos los partidos y los grupos de interés.
Instituciones como estas se desarrollaron en Europa y Estados Uni- dos, en diversas
circunstancias políticas e históricas, y los impulsos que las promovieron no siempre fueron
en sí democráticos. Pero a medida que fue- ron desarrollándose, se hizo cada vez más
evidente que eran necesarias para lograr un nivel satisfactorio de democracia en cualquier
asociación política del tamaño de un Estado-nación.

La relación entre estas instituciones y las características de una demo- cracia ideal que se
44

realiza a través de aquellas puede resumirse de la siguiente manera. En una asociación del
Página

tamaño de un Estado-nación, la representa- ción resulta necesaria para la participación


efectiva y el control ciudadano del programa de acción; las elecciones libres, limpias y
periódicas también son necesarias para la participación efectiva y la igualdad de votos; y la
liber- tad de expresión, las fuentes independientes de información y la libertad de asociación
son todas necesarias para una participación efectiva, un electora- do informado y el control
ciudadano del programa de acción.

III.2.3 Democracias reales


Desde la época de Aristóteles, los filósofos políticos generalmente han insistido en que
ningún sistema político real tiene posibilidades de alcanzar, en toda su dimensión posible,
todos los rasgos de su ideal correspondiente. Así, en tanto las instituciones de muchos
sistemas reales resultan suficientes para lograr un nivel relativamente alto de democracia,
casi con seguridad no alcanzan para lograr nada parecido a la democracia perfecta o ideal.
No obstante, estas instituciones pueden aproximarse al ideal de forma satisfac- toria –como
presumiblemente sucedió en Atenas del siglo V a.C., cuando se acuñó el término
democracia, y en Estados Unidos de principios del siglo XIX, cuando Tocqueville, como la
mayoría en Norteamérica y en todos la- dos, no dudó en calificar al país de democracia–.
Para las asociaciones menores en población y en área, las instituciones políticas de la
democracia directa parecen ser las que mejor se aproximan al ideal del “gobierno por el
pueblo”. En esta democracia todos los asuntos de importancia para la asociación en su
conjunto pueden ser decididos por los ciudadanos. Los ciudadanos tienen la oportunidad de
discutir las políticas que se les presentan y de recabar información directamente de quienes
con- sideran que están bien informados así como de otras fuentes. Pueden reunir- se en un
sitio conveniente –la Pnyx en Atenas, el Foro en Roma, el Palacio Ducal en Venecia o el
ayuntamiento en un pueblo de Nueva Inglaterra– para discutir la política con mayor
profundidad y ofrecer reformas y revisio- nes. Finalmente, su decisión se somete a voto, los
votos se computan por igual y prevalece el voto de la mayoría.
Resulta fácil ver entonces por qué a veces se considera que las democra- cias directas se
acercan a la democracia ideal más de lo que jamás pudieron hacerlo los sistemas
representativos, y por qué los defensores más ardientes de la democracia directa han
insistido, como Rousseau en El contrato social, en

que el término democracia representativa es contradictorio en sí mismo. Sin embargo,


opiniones como estas no han logrado captar muchos conversos.

III.3 El valor de la democracia

¿Por qué debería gobernar “el pueblo”? ¿Realmente la democracia es superior a cualquier
otra forma de gobierno? Si bien una exploración acabada de esta cuestión excede el alcance
de este artículo, la historia –en especial, la del siglo XX– demuestra que la democracia posee
de manera única ciertos rasgos que la mayoría de las personas, cualquiera sean sus
creencias políticas básicas, considerarían deseables: (1) la democracia ayuda a prevenir que
el gobierno sea ejercido por autócratas crueles y viciosos; (2) las democracias
representativas modernas no libran guerras entre sí; (3) los países con gobier- nos
democráticos tienden a ser más prósperos que aquellos con gobiernos no democráticos; y
(4) la democracia tiende a promover el desarrollo humano
–medido en términos de salud, educación, ingreso personal y otros indicado- res– más
plenamente que otras formas de gobierno. La mayoría también con- sideraría deseables
otros rasgos de la democracia, aunque algunos los conside- rarían menos importantes que
los descritos en (1) a (4): (5) la democracia ayuda al pueblo a proteger sus intereses
fundamentales; (6) la democracia garantiza a sus ciudadanos derechos fundamentales que
los sistemas no demo- cráticos no otorgan ni pueden otorgar; y (7) la democracia asegura a
sus ciuda- danos una gama más amplia de libertades personales que las demás formas de
gobierno. Por fin, existen algunos rasgos de la democracia que algunos –los críticos de la
democracia– no considerarían nada deseables, si bien la mayoría, al reflexionar sobre ellos,
juzgaría que al menos merecen la pena: (8) única- mente la democracia brinda al pueblo la
máxima oportunidad de vivir bajo leyes de su propia elección; (9) solamente la democracia
ofrece a la gente la oportunidad máxima de asumir la responsabilidad moral respecto de sus
elec- ciones y decisiones en torno a las políticas de gobierno; y (10) sólo en una democracia
puede existir un nivel relativamente alto de igualdad política.
No obstante estas ventajas, desde antiguo la democracia ha tenido sus críticos. Tal vez la
acusación más persistente sea que la mayor parte de las personas son incapaces de
participar en el gobierno de una forma significa- tiva o competente puesto que carecen del
conocimiento, la inteligencia, la sabiduría, la experiencia o el carácter necesarios. Según
Platón, por ejemplo, el mejor gobierno estaría dado por una aristocracia de “reyes filósofos”,
cuya rigurosa capacitación intelectual y moral haría de ellos gobernantes singu-
45
Página
larmente idóneos. La opinión de que el pueblo en su conjunto es incapaz de gobernarse a sí
mismo ha sido abrazada no sólo por reyes y gobernantes aristocráticos; también, por
teóricos políticos (el principal entre ellos, Platón), líderes religiosos y otras autoridades. Esta
visión prevaleció de una u otra forma en todo el mundo a lo largo de casi toda la historia
registrada hasta principios del siglo XX y, desde entonces, a menudo ha sido invocada por
oponentes a la democracia en Europa y en otros lugares para justificar varias formas de
dictadura y de gobierno unipartidario.
Sin duda habrá críticos de la democracia en tanto existan gobiernos de- mocráticos. La
medida de su éxito en captar adeptos y en promover la creación de regímenes no
democráticos dependerá de cuán bien los gobiernos democrá- ticos enfrenten los nuevos
desafíos y crisis que sin duda habrán de surgir.

IV. Problemas y desafíos


A principios del siglo XXI, la democracia enfrentó una serie de desa- fíos, algunos de los
cuales habían sido problemas de larga data, en tanto otros eran de origen más reciente.

IV.1 La desigualdad de recursos

Aunque las economías de mercado descentralizadas alentaron la difu- sión de la democracia,


en los países donde no estuvieron suficientemente reguladas, estas economías terminaron
por producir desigualdades en tér- minos de recursos económicos y sociales, desde la
riqueza y el ingreso hasta en la educación y el estatus social. Debido a que los que tienen
más recursos naturalmente tienden a emplearlos para influenciar el sistema político en
provecho propio, la existencia de dichas desigualdades constituyó un obstá- culo persistente
para el logro de un nivel satisfactorio de igualdad política. El desafío aumentó durante las
frecuentes depresiones económicas, en las que la pobreza y el desempleo tendieron a
crecer.

IV.2 La inmigración

Después de la Segunda Guerra Mundial hubo un aumento drástico en la inmigración legal e


ilegal a los países de Europa occidental, a Australia

y a Estados Unidos. Escapando de la pobreza y la opresión en sus patrias, y usualmente


careciendo de educación, los inmigrantes provenientes princi- palmente del mundo en
desarrollo consiguieron, por lo general, trabajos humildes en industrias de servicios o en la
agricultura. Las diferencias de idioma, cultura y apariencia entre los grupos de inmigrantes y
los ciudada- nos del país que los recibía, sumadas a la percepción difundida en cuanto a que
los inmigrantes les quitan el empleo a los ciudadanos y usan servicios sociales costosos,
hicieron de la inmigración una cuestión muy controverti- da en numerosos países. En
algunos casos, el sentimiento antiinmigratorio contribuyó al surgimiento de partidos y
movimientos políticos radicales, como el Frente Nacional de Francia, los Republicanos de
Alemania, el mo- vimiento de milicias en Estados Unidos y el movimiento skinhead en Esta-
dos Unidos y Gran Bretaña. Algunos de estos grupos promovieron doctrinas racistas o
neofascistas, hostiles a los inmigrantes, pero también a los dere- chos políticos y humanos
fundamentales, e incluso, a la democracia misma.

IV.3 El terrorismo

Los actos de terrorismo cometidos dentro de países democráticos o contra sus intereses en
otras partes del mundo se fueron haciendo cada vez más frecuentes a partir de los años
setenta. Cabe destacar que en Estados Unidos fueron pocos los ataques terroristas que se
llevaron a cabo antes de la bomba al World Trade Center de la ciudad de Nueva York en
1993. El acto terrorista individual más mortífero de todos, los ataques del 11 de septiem-
bre de 2001, destruyó el World Trade Center y mató a unas 3.000 personas, principalmente
en las ciudades de Nueva York y Washington D.C.
En respuesta a estos hechos, y en especial después de los ataques del 11 de septiembre, los
gobiernos democráticos adoptaron varias medidas di- señadas para aumentar la capacidad
de la policía y demás agencias encarga- das de hacer cumplir las leyes, para proteger a sus
países contra el terroris- mo. Algunas de estas iniciativas implicaron nuevas restricciones a
las liberta- des civiles y políticas de los ciudadanos y, por consiguiente, fueron tildadas de
inconstitucionales o de incoherentes con los principios democráticos. En los albores del siglo
XXI, aún está por verse si los gobiernos democráticos pueden encontrar un equilibrio
satisfactorio entre dos imperativos a veces en conflicto: garantizar la seguridad y preservar
46

la democracia.
Página
IV.4 Sistemas internacionales

A fines del siglo XVIII, en respuesta al dilema ya descrito sobre el tamaño, el centro de la
teoría y de la práctica de la democracia se trasladó desde la pequeña asociación de la
ciudad-Estado hacia la más grande de Estado-nación. Aunque su mayor tamaño permitió a
las democracias solu- cionar la mayoría de los problemas que enfrentaron, quedaron algunos
pro- blemas que ni siquiera la democracia más grande pudo resolver por sí mis- ma. Para
abordar estos problemas, después de la Segunda Guerra Mundial se crearon numerosas
organizaciones internacionales, entre las que se desta- ca las Naciones Unidas (1945), y su
número y responsabilidades fueron creciendo rápidamente durante todo el resto del siglo
XX.
Estas organizaciones plantearon a la democracia dos desafíos vincula- dos. En primer lugar,
al trasladar el control último de las políticas de un país en un área determinada hacia un
nivel internacional, reducía en la me- dida correspondiente la influencia que los ciudadanos
podían ejercer sobre dichas políticas por vías democráticas. En segundo lugar, todas las
organiza- ciones internacionales, incluso aquellas que más formalmente rendían cuen- tas a
los gobiernos nacionales, carecían de las instituciones políticas propias de la democracia
representativa. ¿Cómo podían estas instituciones tornarse democráticas –o al menos, más
democráticas–?
En su lucha por forjar una constitución para la nueva Unión Europea a principios del siglo
XXI, los líderes europeos se enfrentaron a ambos desa- fíos, así como a la mayoría de los
interrogantes fundamentales planteados en la introducción de este artículo. ¿Qué tipo de
asociación se adecua a un gobierno democrático de Europa? ¿Qué personas o entidades
deberían cons- tituir el demos europeo? ¿Qué organizaciones o instituciones políticas se pre-
cisan? Las decisiones, ¿deberían tomarse por mayoría? De ser así, ¿qué tipo de mayoría –
mayoría de personas, de países, de países y de personas, o algo diferente–? ¿Se dan todas
las condiciones necesarias para un gobierno demo- crático satisfactorio en esta asociación
monumental y diversa? De no ser así,
¿sería más deseable un sistema menos democrático?

IV.5 Transición, consolidación, colapso

En muchos de los países que consumaron la transición a la democra- cia a fines del siglo XX
y principios del XXI, los problemas y desafíos que enfrentó la democracia fueron
particularmente serios. Los obstáculos en la

senda hacia una consolidación exitosa de las instituciones democráticas in- cluyeron
problemas económicos, como la pobreza generalizada, el desem- pleo, desigualdades
masivas en términos de ingresos y riqueza, una inflación vertiginosa e índices bajos o
negativos de crecimiento económico. Los países con bajos niveles de desarrollo económico
usualmente carecían de una clase media extensa y una población instruida. En muchos de
estos países, la división de la población en grupos étnicos, raciales, religiosos o lingüísticos
antagonistas dificultó el manejo pacífico de las diferencias políticas. En otros, la amplia
intervención gubernamental en la economía, sumada o otros fac- tores, generó una
corrupción generalizada de los funcionarios de gobierno. Además, muchos países carecían de
un sistema legal efectivo, lo cual tornaba los derechos civiles sumamente inseguros y
permitía el abuso por las elites políticas y los elementos criminales. En estos países, la idea
del Estado de derecho no estaba arraigada en la cultura política prevaleciente, en algunos
casos a causa de la guerra constante o a muchos años de gobierno autorita- rio. En otros
aspectos, la cultura política de estos países no inculcó en los ciudadanos las clases de
creencias y valores que pueden respaldar a las insti- tuciones y prácticas democráticas
durante las crisis y aun durante los con- flictos ordinarios de la vida política.
A la luz de estas circunstancias, es bastante posible que el extraordi- nario ritmo de
democratización que comenzó en el siglo XX no se adentre mucho en el siglo XXI. En
algunos países, es probable que continúen en pie sistemas autoritarios. En ciertos países
que han hecho la transición a la de- mocracia, puede ocurrir que las nuevas instituciones
democráticas perma- nezcan débiles y frágiles. Otros países podrían perder sus gobiernos
demo- cráticos y revertir a alguna forma de gobierno autoritario.
Y sin embargo, a pesar de estas adversidades, hay grandes posibilida- des de que en el
futuro previsible una gran parte de la población mundial, en gran parte de los países del
mundo, viva regida por formas de gobierno democráticas que continúen evolucionando para
hacer frente a viejos y nue- vos desafíos.

V. Bibliografía
47

V.1 Textos clásicos


Página
Existen reflexiones clásicas sobre la democracia y otras formas de go- bierno ampliamente
disponibles en numerosas ediciones, incluidos Platón,

República; Aristóteles, Política; Nicolás Maquiavelo, El príncipe (1513) y Discursos sobre la


primera década de Tito Livio (1513); Thomas Hobbes, Le- viatán (1651); John Locke,
Segundo tratado sobre el gobierno civil (1690); Montesquieu, El espíritu de las leyes (1748);
Jean-Jacques Rousseau, El con- trato social (1762); Alexander Hamilton, James Madison, y
John Jay, El Federalista (1788), que contiene 77 de los 85 ensayos federalistas; Thomas
Paine, Los derechos del hombre (1791); Alexis de Tocqueville, La democracia en América
(1835-40); John Stuart Mill, Sobre la libertad (1859) y Conside- raciones sobre el gobierno
representativo (1861); John Dewey, La opinión pú- blica y sus problemas (1927); Jürgen
Habermas, Teoría de la acción comunicativa (1984); y John Rawls, Teoría de la justicia
(1971) y Liberalismo político (1993).
Discusiones destacables en la literatura secundaria incluyen: John Dunn, The Political
Thought of John Locke (1966); Richard Fralin, Rousseau and Representation (1978); Robert
B. Westbrook, John Dewey and American Democracy (1991); y Thomas McCarthy, La teoría
crítica de Jürgen Habermas (1978).

V.2 Instituciones democráticas

Una introducción concisa en Alan F. Hattersley, A Short History of Democracy (1930).


Abordajes históricos y teóricos se combinan en John Dunn (bajo la dirección de),
Democracia. El viaje inacabado (508 a.C.-1993 d.C.) (1995); y Sanford Lakoff, Democracy:
History, Theory, and Practice (1996).
Obras generales en torno a la Grecia antigua incluyen I.E.S. Edwards et al. (eds.), The
Cambridge Ancient History, 3rd ed., 14 vol. (1970–2000); y Thomas R. Martin, Ancient
Greece: From Prehistoric Times to Hellenistic Times, (2000). A.H.M. Jones, Athenian
Democracy (1957) resulta indispen- sable, en especial como correctiva de Platón, Aristóteles
y Tucídides. El es- tudio más abarcador acerca de la democracia en Atenas, en Mogens
Herman Hansen, The Athenian Democracy in the Age of Demosthenes, (1991).
Un breve relato del gobierno republicano de Roma, en F.E. Adcock, Roman Political Ideas
and Practice (1959). Un relato excelente, si bien críti- co, de las repúblicas italianas del tipo
ciudad-Estado, en Lauro Martines, Power and Imagination: City-States in Renaissance Italy
(1979). También son interesantes J.K. Hyde, Society and Politics in Medieval Italy (1973); y
Quentin Skinner, “Las ciudades-república italianas”, en Dunn (bajo la dirección de),
Democracia. El viaje inacabado (508 a.C.-1993 d.C.) (1995).

Una fuente esencial relativa a la evolución del gobierno de gabinete en Gran Bretaña, en
Archibald S. Foord, His Majesty’s Opposition, 1714- 1830 (1964). La obra clásica de 1867 de
Walter Bagehot, The English Constitution, editada por Miles Taylor (2001), continúa siendo
sumamente informativa.

V.3 La teoría de la democracia

La teoría, los fundamentos y las instituciones de la democracia están descriptos en Giovanni


Sartori, Teoría de la democracia (1961); C.B. Macpherson, Democratic Theory: Essays in
Retrieval (1973); Robert A. Dahl, La democracia y sus críticos (1989), y On Democracy
(1998); y Ian Shapiro, Democracy’s Place (1996).

V.4 Problemas y desafíos

Los problemas y los desafíos contemporáneos se tratan en Ian Shapiro y Casiano Hacker-
Cordón (eds.), Democracy’s Edges (1999); Keith Dowding, James Hughes y Helen Margetts
(eds.), Challenges to Democracy (2001); y Sergio Fabbrini (ed.), Nation, Federalism and
Democracy (2001). Algunas implicancias de las ideas democráticas en las organizaciones no
guberna- mentales se consideran en Robert A. Dahl, Prefacio a la democracia económi- ca
(1985); y Ian Shapiro, Democratic Justice (1999).

Palabras clave

democracia - instituciones democráticas - libertad - teoría política - desafíos


48
Página

Abstract
This article, Dahl’s most recent text, is an overview of basic democratic ideas and
institutions from the birth of democracy in Greece to the present. It also reviews the most
important theories

regarding the possibility and functioning of democracy, and concludes with a discussion of
some of the problems and challenges that democracy faces as a form of government.

Key words

democracy - democratic institutions - liberty - political theory - challenges

DOCUMENTO 4. El concepto de Estado: ¿entendemos lo


mismo?
Por Aldo Isuani6. En “Estado abierto”. Revista sobre el Estado, la
administración y las políticas públicas, 5(1), Buenos Aires, 2020,
pp. 13-49.
URL:
https://publicaciones.inap.gob.ar/index.php/EA/article/download/
168/135/
Resumen

Como otros conceptos centrales de las ciencias sociales, el concepto de Estado continúa
siendo en gran parte intuitivo. La existencia de diversos paradigmas contribuye a diferentes
significados del término. Por esta razón, este artículo presenta primero el menú de opciones
teóricas que conceptualizan el Estado. Posteriormente, desarrolla y fundamenta un enfoque
que tiene raíces en algunos de los conceptos fundamentales que se analizarán, y que se
basa en mi interés por una alternativa de conceptualización que sea útil para el
entendimiento de las políticas públicas como productos del Estado. Finalmente, introduce
algunas nociones sobre las funciones estatales, y los objetivos y fines del Estado tal como se
expresan a través de las políticas públicas.

Palabras clave
Estado – sociedad – políticas.

Introducción

Este artículo tiene una larga historia. Arranca cuatro décadas atrás, cuando el debate sobre
el Estado era muy intenso en el ámbito de las ciencias sociales de América Latina y Europa,
en el primer capítulo de mi tesis doctoral (Isuani, 1979): el único que no publiqué, pero que
utilicé profusamente en mi carrera de profesor universitario. (Las razones para ello aún no
las consulté con un psiquiatra, pero intuyo que yo quería desarrollarlo más, y otras
preocupaciones intelectuales no lo permitieron). La pandemia de coronavirus de 2020 y el
encierro me devolvieron la inquietud de darle, finalmente, un impulso a este trabajo del
joven Isuani, y me puse manos a la obra. Y la invitación de mi colega y amigo Oscar Oszlak
para publicarlo en la revista que dirige fue la razón para apurar el esfuerzo. El producto
resultante difiere en muchos aspectos de aquel primer capítulo de mi tesis. (Es lógico ¿no?,
y creo haber encontrado una versión más sólida). Hurgar en el contenido del concepto fue la
tarea que me propuse, y es la que hoy presento.

Como muchos otros conceptos centrales de las ciencias sociales, el concepto de Estado
continúa siendo en gran parte intuitivo. Algunos autores tratan de hacer explícito el uso del
término, y, es claro, las definiciones varían muchísimo. Otros autores, casi todos,

6
Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Pittsburgh. Profesor de Políticas Sociales en la Maestría en
Administración y Políticas Públicas de la Universidad de San Andrés (UdeSA). Fue Investigador Principal del
49

CONICET (1989-2015) y Profesor Titular de Sociología Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la


Universidad de Buenos Aires (UBA) y de Análisis de Políticas Públicas en la Maestría de Administración Pública de
Página

la Facultad de Ciencias Económicas de la misma universidad. Se desempeñó como Director Nacional de Análisis de
Largo Plazo de la Secretaría de Planificación de la Presidencia de la Nación (1985) y como Secretario de Tercera
Edad y Acción Social en el Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente de la Nación (2000-2001)
simplemente lo usan. Las cosas se vuelven todavía más complicadas cuando este concepto
se combina con otros igualmente intuitivos, como poder y sociedad civil. La existencia de
diversos paradigmas en las ciencias sociales contribuye a los diferentes significados del
término, y no es extraño encontrar un autor enrolado en un paradigma que adopte un
concepto de Estado de otro paradigma. No es fácil salir de este laberinto semántico, y, por
ello, es necesario que estos conceptos tan cruciales para el entendimiento de cuestiones
fundamentales de las ciencias sociales se definan explícitamente.

Aquí, el intento es presentar, en primer lugar, el menú de opciones teóricas que


conceptualizan el Estado. En segundo lugar, presentaré y fundamentaré un enfoque que
tiene raíces en algunos de los conceptos fundamentales que serán analizados y se basan en
mi interés de una alternativa de conceptualización que sea útil o fructífera para el
entendimiento de las políticas públicas como productos del Estado. Hasta este punto, intento
bucear en la respuesta a la pregunta sobre qué es el Estado; es decir, intento describir su
anatomía. La pregunta qué hace el Estado o la discusión sobre su fisiología no es aquí la
preocupación central. Sin embargo, por último, introduciré algunas nociones sobre las
funciones estatales, y los objetivos y fines del Estado tal como se expresan en las políticas
públicas.

1. Conceptos de Estado

El objetivo de este apartado es volver explícitos los diferentes modos en los que el Estado
puede conceptualizarse. Al examinar algunos de los autores clásicos del campo de la teoría
política, encontramos dos concepciones: a) como una asociación o comunidad en un
territorio dado, incluyendo una institución de gobierno; b) como una dimensión de la
sociedad, opuesta a otras dimensiones sociales.

El primer concepto incluye la teoría del contrato social y el pensamiento de Max Weber, por
lo que ofrece dos variantes de Estado como asociación. El segundo concepto es presentado
por Hegel y por Marx, y también tiene dos enfoques diferentes del Estado como dimensión
social opuesto a otras dimensiones.

La mayoría de los autores clásicos usó una de esas nociones de manera consistente. Sin
embargo, algunos de ellos y otros tendieron a mezclar concepciones diferentes. De esta
manera, nos enfrentamos con un rompecabezas semántico.

1.1. El Estado como asociación o comunidad

Aquí el concepto de Estado se torna coextensivo al concepto de sociedad. En otras palabras,


las sociedades, en algún punto de su desarrollo histórico, existen como tales, solamente en
forma de Estados. Para este punto de vista, el Estado abarca a los habitantes de un
territorio determinado y requiere instituciones gubernamentales para proteger tal asociación
de las amenazas externas y del caos interno. Esta noción admite dos variantes. Por un lado,
existe la asociación vista desde abajo; esto quiere decir el Estado que emerge de un pacto
entre los miembros de una comunidad humana determinada. Este enfoque adquirió su más
pura formulación en las teorías del contrato social. Por otro lado, hay una asociación vista
desde arriba, una asociación de dominación en la cual ciertos grupos controlan otros grupos
dentro de un territorio determinado. El representante más importante de este enfoque es
Max Weber.

1.1.1. Las teorías del contrato social

Según los teóricos más prominentes del contrato social, los individuos acuerdan crear una
entidad social para vencer las desventajas de un real o hipotético estado de naturaleza. Para
atender a esa meta, ejecutan un contrato por el cual se genera un estado civilizado.
Después de la firma del pacto, el nuevo estado se vuelve una asociación compulsiva7. Más
allá del término Estado, se usan otros términos para referirse al resultado del contrato
social. Así, Hobbes habla de Estado civil o Commonwealth; Locke, de sociedad política,
sociedad civil, Commonwealth, estado de paz, comunidad y sociedad; y Rousseau, de estado
civil, estado social y sociedad civil. El Estado no debe ser confundido con el gobierno. Esos

7
Las teorías del contrato social van desde los pactos entre los soberanos y los súbditos (pactum subjectionis) al pacto
entre los individuos (pactum societatis). La primera versión está sustentada principalmente en los escritos políticos
50

del siglo xvi, y representa un esfuerzo de proveer fundamento ideológico a la limitación de los poderes de los
monarcas. La segunda versión se desarrolla en la idea de soberanía popular que acompaña el ascenso de la burguesía.
Página

Así, en el siglo xvii, ambos contratos aparecen en los escritos de Grocio, Puffendorf y Hobbes. Más tarde, el pactum
societatis se vuelve fundamental en Hooker y Locke. Este contrato es el único en Rousseau, quien elimina el pactum
subjectionis.
dos términos, sus relaciones y el estado de naturaleza son conceptualizados de diferentes
maneras por esos autores.

En Hobbes, el estado de naturaleza es descrito en la conocida frase: «Fuera de los Estados


civiles, hay siempre guerra de todos contra todos». Para crear un Estado civil capaz de
superar los peligros de una situación en la cual «naturalmente, todo hombre tiene derecho a
todo»; los individuos deben desistir de cualquier derecho fundamental, excepto el derecho a
la vida. Es la salvaguarda de este derecho la justificación para que todos los otros derechos
sean conferidos a un soberano, sea un individuo o un órgano representativo. Así, el acto de
crear una sociedad o un Estado es el mismo acto de crear un gobierno: pactum societatis y
pactum subjectionis son las dos caras de la misma moneda.

Esto (el bien común) es más que consentir o acordar: es una unidad real de individuos en una
sola y misma persona, hecha por acuerdo entre todos los hombres, de manera tal que un
hombre debería decir a los otros: «Yo autorizo y doy mi derecho de gobernar a este hombre o
a esta asamblea de hombres, en la condición de que tú cedas al otro tu derecho y autorices
todas sus acciones de igual manera». Eso, la multitud unida en una sola persona, es el llamado
«Commonwealth» (Hobbes, 1977, p. 132).

Hobbes será un teórico fundamental del absolutismo monárquico. Ve a una Inglaterra


despedazada por constantes guerras civiles y aboga por la constitución de una monarquía
que se imponga a los diversos señores feudales. En cambio, no es una situación permanente
de guerra lo que preocupa a Locke, pero sí la probabilidad de interferencia de ciertos
individuos en los derechos de los otros. El estado de naturaleza no es presocial porque, en
él, los individuos son guiados por la ley natural:

El estado de naturaleza tiene una ley natural para gobernarlo y que obliga a todos. Y la razón,
que es esa ley, enseña a toda la humanidad que quiera consultarla, que, siendo todos iguales e
independientes, nadie debe perjudicar al otro en su vida, salud, libertad o propiedad (Locke,
1960, cap. 2, párr. 6).

En el estado de naturaleza, cualquier individuo tiene el derecho de castigar toda ofensa que
pueda amenazar sus derechos. Es la injusticia proveniente del hecho de que el individuo es
simultáneamente juez y acusador lo que torna al contrato social necesario. Así, cuando los
individuos concuerdan en desistir de su derecho de castigar a los transgresores —un derecho
que tienen en virtud de la ley natural— y establecen un árbitro, es cuando ellos crean una
sociedad civil o un Estado:

Por lo tanto, en cualquier lugar en que hubiera un número de hombres unidos en una sociedad
que renuncie al Poder Ejecutivo que la ley natural le otorga a cualquiera y lo entregue al
conjunto, ahí y solamente ahí existe una sociedad civil o política (Locke, 1960, cap. 19, párr.
220).

Los individuos no desisten de ninguno de sus derechos fundamentales. Apenas acuerdan en


poner límites a sus propias esferas de acción. Por esa razón, la burguesía ascendente tiene
una base teórica para su ataque al absolutismo y para la creación de una sociedad a su
propia imagen.

En Locke, el contrato para crear una sociedad —en la cual es necesaria la unanimidad— es
diferente de aquel que crea un gobierno —en el cual una mayoría decide—. El pactum
societatis es el fundamental, y su ruptura significa un retorno al estado de naturaleza. Por
otro lado, el gobierno surgido del pactum subjectionis puede ser cambiado sin alterar el
Estado civil.

Para Rousseau, ni un estado permanente de guerra entre individuos ni la probabilidad de


excesos en el comportamiento de estos son características que definen el estado de
naturaleza. Él sintetiza su idea de estado de naturaleza en un estado de inocencia. No le
atribuye a ese estado una verdadera vida histórica; es apenas un truco conceptual para
entender, por contraste, el Estado que surge del contrato social. El surgimiento del Estado
proporciona a los individuos un camino de autorrealización, y ese Estado civil es una
comunidad real y no formal:

Si eliminamos del cuerpo social lo que no pertenece a su esencia, descubriremos que este se
reduce a los siguientes términos: «Cada uno de nosotros pone a su persona y todo su poder en
común debajo de la dirección suprema de la voluntad general, y, en nuestra capacidad
51

colectiva, recibimos a cada miembro como una parte indivisible del todo». Inmediatamente, en
lugar de personalidad individual de cada parte contratante, ese acto de asociación crea un
Página

cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como los que constituyen la
asamblea de electores y recibiendo de ese acto su unidad, su identidad comunitaria, su vida y
su voluntad. Esa persona pública, así formada por la unión de todas las personas,
antiguamente tenía el nombre de ciudad, y ahora toma el de República o cuerpo político; es
llamado por sus miembros Estado cuando es pasivo; soberano cuando es activo; y poder
cuando comparado con otros como él (Rousseau, 1950, libro 1, cap. 6).

En Rousseau, la soberanía reside siempre en el pueblo. Ella no se transfiere: es siempre


delegada a los funcionarios autorizados que están totalmente sujetos a la voluntad general.
Su teoría radical de la democracia directa establece límites claros a la actividad de los
delegados del pueblo. No hay un segundo contrato, no hay un pactum subjectionis:

Los miembros de ese cuerpo (gobierno) son llamados magistrados o reyes, es decir,
gobernantes…, y el cuerpo general lleva el nombre de príncipe. Tienen mucha razón aquellos
que sostienen que no es un contrato en absoluto el acto por el cual un pueblo se somete a un
príncipe. Es sola y simplemente una comisión, un empleo, en el cual los gobernantes, meros
funcionarios del Soberano, ejercen en su nombre el poder del que él los hizo depositarios. Ese
poder puede ser limitado, modificado o recuperado a voluntad, porque la alienación de tal
derecho es incompatible con la naturaleza del cuerpo social y contraria al objetivo de la
asociación (Rousseau, 1950, libro 3, cap. 1).

1.1.2. El concepto de Estado según Max Weber

Para comprender la noción de Estado de Weber, deben introducirse otros conceptos. El


punto de partida es su concepto de dominación. La existencia de la dominación o la
«probabilidad de que una orden con un contenido específico sea obedecida por un grupo
dado de personas… no implica necesariamente la existencia de un órgano administrativo o ni
siquiera la existencia de una organización». Weber agrega inmediatamente que «es, no
obstante, poco común encontrarla (la dominación) desvinculada de al menos una de ellas».
En otras palabras, a pesar de que la dominación «depende solamente de la presencia real de
una persona dando órdenes a los otros con éxito» (Weber,1968, pp. 53-54), esto es muy
difícil de encontrar fuera de las organizaciones de gobierno, que casi siempre implican la
existencia de un órgano administrativo:

Una organización que posee un órgano administrativo está siempre, en algún grado, basada en
la dominación. Pero el concepto es relativo. Por lo general, una organización que gobierna
eficientemente es también una organización administrativa (Weber, 1968, p. 53).

A partir de ese punto, Weber evoluciona hacia un concepto de Estado:

Una organización gobernante será llamada «política» en la medida en que su existencia y


orden sean continuamente salvaguardados dentro de un territorio determinado por la amenaza
de la aplicación de la fuerza física por parte de un órgano administrativo. Una organización
política compulsiva con operación continua será llamada «Estado» en la medida que su órgano
administrativo ostente para sí el monopolio legítimo de la violencia física para proteger su
orden (Weber, 1968, p. 54).

Según Weber, el Estado como una asociación política debe ser definido en términos de sus
medios más que de sus fines. A pesar de que el uso de la fuerza no es el único medio del
que dispone el Estado, constituye su método particular. Mientras tanto, como el uso de la
fuerza, en tanto legítimo, no se limita a las organizaciones políticas, es necesario otro
elemento básico para definir el Estado, esto es, la territorialidad.

Puede verse en los escritos de Weber que, históricamente, las organizaciones políticas
emergieron de la transición entre los tipos de dominación patriarcal y patrimonial.

La gerontocracia y el patriarcalismo primario son los tipos más elementales de dominación


tradicional, donde el señor no tiene un órgano administrativo personal … Aquí, el señor es
todavía muy dependiente de la disposición de los miembros en cumplir sus órdenes, ya que él
no tiene una maquinaria para garantizarlas. Por esa razón, los miembros todavía no son
realmente súbditos… El patrimonialismo y, en un caso extremo, el sultanato, tienden a
aparecer cuando la dominación tradicional desarrolla una fuerza administrativa y militar que
son instrumentos puramente personales del señor. Solamente entonces los miembros del
grupo son tratados como súbditos (Weber, 1968, p. 231).

El tipo de dominación implícita en el fenómeno del Estado también requiere el control del
gobernante sobre el órgano ejecutivo y sobre los instrumentos materiales de administración.
Sin embargo, debe hacerse una importante distinción: «Todos los Estados deben ser
clasificados según descansen o no, en el principio de posesión real por los funcionarios de
los medios de administración (dinero, edificios, materiales de guerra, etc.). Ese elemento da
origen a la distinción entre “estamentos” o “Estados”». En el caso del estamento, los medios
52

de administración son «autónomamente controlados, total o parcialmente, por el órgano


Página

administrativo dependiente» (por ejemplo, los vasallos en la asociación feudal). En otras


palabras, «el señor gobierna con la ayuda de una aristocracia autónoma y así divide su
dominación con ella». En el caso del Estado, los medios de administración están bajo el
control del señor, con el apoyo de un cuerpo de auxiliares. Es solamente en el Estado
moderno que «la separación del staff administrativo de los medios materiales de la
organización está concluida» (Weber, 1967, pp. 81-82). Propiamente hablando, el Estado es,
en el pensamiento de Weber, el Estado moderno; la organización política que surgió en el
último período medieval en Europa y caracterizada principalmente por la presencia de
ejércitos permanentes, el crecimiento de la burocracia y el desarrollo de las finanzas
públicas.

Recapitulando, Weber considera el Estado como un tipo particular de organización social,


caracterizada por el elemento de la territorialidad y por la existencia de un órgano
administrativo que monopoliza el uso legítimo de la violencia física.

El Estado como asociación política, surja desde abajo (teorías del contrato social) o desde
arriba (Weber), es la forma en la cual la sociedad existe en una determinada etapa de
desarrollo de la humanidad. El Estado también incluye una institución de gobierno; así,
Estado y gobierno no son idénticos, según este enfoque.

1.2. El Estado como dimensión social

En cambio, si el Estado no coincide más con la sociedad, se vuelve una esfera o dimensión
social diferente de otras esferas sociales. Y es en este enfoque de Estado que la díada
sociedad civil-Estado se torna significativa. Hegel y Marx representan las variantes
principales de esta concepción de Estado. En Hegel, es una dimensión abstracta, mientras
que, en los pensadores clásicos marxistas, adquiere el significado de un aparato de gobierno
y coerción separado de la sociedad civil.

1.2.1. La visión de Hegel

Esta noción alcanza desarrollo completo en la obra de Hegel. El concepto de sociedad civil
usado por las teorías del contrato social para designar la sociedad que surge del estado de
naturaleza a través de un contrato adquiere un nuevo sentido en los trabajos de Hegel. La
sociedad civil es contrapuesta al Estado y a la familia, y estas tres esferas se vuelven los
tres momentos de la vida ética. Las razones para este cambio en el significado deben
encontrarse en las nuevas realidades que surgieron en el ascenso del capitalismo ante las
cuales Hegel reaccionó de manera crítica.
Estas nuevas realidades eran:

Individualismo. Con el ascenso del comercio y la industria burgueses, el individuo se volvió


cada vez más preocupado por sus intereses privados. Así, el interés particular fue acentuado
y opuesto, por un lado, a los intereses particulares de otros individuos y, por otro lado, al
interés común. Debido a la necesidad de atender al interés común y así evitar una completa
fragmentación de la sociedad, la diferenciación entre lo público y lo privado se convirtió en
una característica de la sociedad moderna. Como resalta Hegel, la creación de la sociedad
civil es el logro del mundo moderno. Esta sociedad civil no existió en el pasado.

En el Estado de la antigüedad, el fin subjetivo simplemente coincidía con la voluntad del


Estado. En los tiempos modernos, en tanto, reivindicamos el juicio privado, el deseo privado y
la conciencia privada. Los antiguos no tenían nada de esto en el sentido moderno; lo
fundamental para ellos era la voluntad del Estado (Hegel, 1977, p. 261).

Desigualdad. La dinámica del mercado tiende a aumentar las diferencias en riqueza


colocando a las masas en peligro de hambruna. Como indica Avineri citando a Hegel:

Este poder condena a una multitud a una vida dura, la apatía en el trabajo y pobreza para que
los otros puedan amasar fortunas (Avineri, 1972, p. 96).

Estas realidades llevaron a Hegel a establecer una nueva noción de sociedad civil. Lo que
Hobbes vio en el estado de naturaleza, o sea, bellum omnium contra omnen (la guerra de
todos contra todos), es exactamente lo que Hegel ve en la sociedad civil de la tradición de la
ley natural (Locke, Hooker); un reino de la competencia, de hombres hostiles a los otros
hombres, la primacía de lo particular, del interés privado. Hegel es explícito en referencia a
ello:
En la sociedad civil, cada miembro es su propio fin, el resto no es nada para él… Los individuos
en su capacidad de ciudadanos, en este estado de sociedad civil, son personas privadas cuyos
fines son sus propios intereses… La sociedad civil es el campo de la batalla donde el interés
53

privado individual de cada uno se enfrenta con los intereses de los otros (Hegel, 1977, pp. 182,
197 y 289).
Página
No obstante, en el pensamiento de Hegel, la sociedad civil no debe ser confundida con el
Estado como aparece en las teorías de la ley natural:

Si el Estado es representado como una unidad de personas diferentes, como una unidad que es
solamente una sociedad, entonces se habla apenas de sociedad civil (Hegel, 1977, p. 182).

Por el contrario, el Estado es la «realización de la idea ética», el momento de la


universalidad, de lo común, donde la atomización y la fragmentación de la sociedad civil es
trascendida, donde los hombres se unen en un solo cuerpo. El Estado es el momento
supremo de la vida ética, donde lo universal y lo particular se reconcilian, donde reinan la
solidaridad y la comunidad, donde el hombre está dispuesto a sacrificarse por el bien de los
otros. Sin embargo, se debe mencionar que el Estado no excluye a la sociedad civil:

Los intereses particulares no deben, de hecho, ser puestos de lado o completamente


suprimidos; por el contrario, deben ser puestos en correspondencia con los intereses
universales y, de ese modo, tanto los particulares como los universales son mantenidos (Hegel,
1977, p. 261).

La sociedad civil es también un momento de la vida ética: el Estado contiene y trasciende a


la sociedad civil:

El Estado es real, y su realidad consiste en esto: el interés del todo es realizado a través de
objetivos particulares (Hegel, 1977, p. 283).

De esta forma, el Estado incluye al individualismo y lo trasciende. Esto requiere una clase de
personas devotas del interés público, la clase universal, los funcionarios del Estado:

La clase universal, o más precisamente, la clase de los servidores civiles debe, puramente en
virtud de su carácter universal, tener a lo universal como objetivo de su actividad esencial
(Hegel, 1977, p. 303).

Además de ello, la pobreza será aliviada a través de la intervención de la clase universal


para mitigar las consecuencias de la sociedad civil. De esta manera, Hegel establece un
precedente interesante para las teorías del estado de bienestar:

El gobierno tiene una tarea primordial de actuar contra la desigualdad y la destrucción general
proveniente de ella. Esto puede ser hecho directamente haciendo difícil la adquisición de altas
ganancias; y cuando (el gobierno) abandona una parte de esa clase al trabajo mecánico e
industrial y la deja en su dura situación, debe, sin embargo, preservar a toda esta clase en
algún tipo de condición viable (Avineri, 1972, p. 100).

Con Hegel, el concepto de Estado pierde la referencia más inmediata que tenía en la primera
noción —el Estado como una asociación—. El Estado no es el gobierno, pero sí una
dimensión altamente abstracta de la sociedad.

1.2.2. Marx y el Estado como aparato de gobierno

Otra noción que ve el Estado como una dimensión social es la inspirada por Marx. Como en
la noción hegeliana, el Estado no coincide con el concepto de sociedad. Difiere de ella en el
sentido que el Estado no es una dimensión social abstracta, pero sí una institución concreta,
separada del resto de la sociedad. Y en esta noción es donde conceptos como el de
autonomía del Estado o el de intervención del Estado son significativos.

Este es el punto de vista sustentado por el pensamiento marxista clásico (Marx, Engels,
Lenin). Los primeros escritos de Marx contienen una crítica al concepto de Estado de Hegel.
Para él, la teoría del Estado contenida en la Filosofía del Derecho es una ilusión idealista,
una abstracción. El Estado como lo universal que trasciende a la sociedad civil es apenas un
mito. No puede haber tal cosa mientras en la base real de la sociedad (sociedad civil)
persiste la desigualdad. El Estado político es una ilusión porque la igualdad formal del
ciudadano coexiste con el hecho de que la sociedad está basada en la desigualdad
socioeconómica de sus miembros.

Hegel observó que la separación entre el Estado y la sociedad civil fue un producto moderno.
Para Marx, el verdadero producto moderno fue la abstracción de esos dos términos:

La abstracción del Estado no nació antes de los tiempos modernos. La abstracción del Estado
54

político es un producto moderno (Marx, 1975, p. 90).


Página

Sin embargo, según Marx, decir que el Estado es una abstracción no quiere decir que sea
irreal. Los principios de la Revolución Francesa son formales y abstractos, pero tienen una
existencia que la ley les confiere. La emancipación humana, no obstante, tiene la intención
de eliminar esa abstracción:

Solamente cuando el hombre individual, real, absorbe al ciudadano abstracto en el mismo y


como individuo se vuelve un «ser-especie» en su vida empírica, en el trabajo individual y en
las relaciones personales, solamente cuando el hombre reconozca y organice sus fuerzas
propias como fuerzas sociales, de tal modo que la fuerza social no sea separada de él en la
forma política, solo entonces será concluida la emancipación humana (Marx, 1975, p. 234).

En los primeros escritos de Marx, está la noción de que esta comunidad política abstracta
desaparece cuando la igualdad y la cooperación reinen en la sociedad. Allí no habrá ni un
Estado formal ni una sociedad civil; los intereses privados y públicos serán los mismos.

Esta discusión ha presentado hasta ahora la crítica de Marx al concepto de Estado en Hegel
(ver Mc Govern, 1970), pero el concepto marxista de Estado evoluciona hacia la idea de una
organización que se diferencia de la sociedad. En Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel,
esta noción ya está presente:

Los representantes de la sociedad civil constituyen una «asamblea», y es solo en esta


asamblea que la existencia de la voluntad política de la sociedad civil se torna real. La
separación de Estado y sociedad civil toma la forma de separación que existe entre los
representantes y sus electores. La sociedad simplemente delega elementos propios para
transformarlos en su existencia política. Existe allí una contradicción duplicada: 1) una
contradicción formal. Los representantes de la sociedad civil son una sociedad que no está
vinculada a sus electores por ninguna «instrucción» o comisión. Tiene una autoridad formal,
pero, en cuanto se vuelva real, dejan de ser autorizados. Deberían ser representantes, pero no
lo son; 2) una contradicción material. Con respecto a sus intereses reales. Pero, sobre este
último, aquí se da lo inverso. Ellos tienen autoridad como representantes de los asuntos
públicos, mientras que, en la realidad, representan intereses particulares (Marx, 1975, pp.
193-194).

Desde ese punto en adelante, el Estado se vuelve una institución de gobierno separada del
resto de la sociedad que será la visión del Marx maduro. Es interesante notar que las dos
nociones de desvanecimiento del Estado pueden extraerse del pensamiento de Marx: a)
cuando la sociedad se vuelve libre e igualitaria, no habrá necesidad entonces de una
comunidad política abstracta; es esta abstracción que desaparece; b) cuando el Estado se
conceptualiza como un órgano gubernamental separado, entonces significa

convertir el Estado de un órgano superpuesto a la sociedad en un órgano completamente


subordinado a ella (Marx, 1972).

Engels y Lenin desarrollaron más sistemáticamente la noción de Estado como un órgano


separado de la sociedad. Ellos lo adjudicaron a todos los tipos de sociedades de clase. Engels
afirmó en el Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado que este fue un
producto de la división de la sociedad en clases sociales y surgió «de la necesidad de
controlar el antagonismo de clases». Sin embargo, esta institución que se separa de la
sociedad y se opone a ella es «en absoluto un poder insertado por la fuerza en la sociedad».
Parece estar sobre la sociedad, pero, en todas las ocasiones, es «exclusivamente el Estado
de la clase gobernante y, en todos los casos, continúa siendo esencialmente una máquina
para someter a las clases explotadas y oprimidas», o «el Estado es una organización de la
clase dominante para su protección contra la clase dominada». Esa máquina —que Engels
también llama poder público o poder del Estado— «consiste no solamente en el personal
armado, sino también en materiales, accesorios, prisiones e instituciones de represión de
todos los tipos». Finalmente, Engels argumenta que el Estado, esa institución de gobierno y
represión, que teniendo origen histórico en las sociedades de clase, no va a durar para
siempre: «La sociedad que organice la producción en base a una asociación libre e igualitaria
de los productores colocará todo el engranaje del Estado donde este pertenece: en el museo
de antigüedades, al lado de la rueca de hilar y del hacha de bronce» (Engels, 1972, pp. 652-
653, 655 y 657).

En El Estado y la Revolución, siguiendo en parte las ideas de Engels citadas, Lenin explicitó
que el Estado es «un órgano de dominación de clase… creado por la clase dominante», un
«instrumento para la explotación de la clase oprimida», siendo la burocracia y el ejército
permanente «las dos instituciones más características de esa máquina del Estado» (Lenin,
1968, pp. 186, 189, 191 y 200).

En suma, para Marx, el Estado es básicamente un órgano separado de la sociedad. Este


55

órgano fue descrito más en detalle por Engels y Lenin, quienes sostienen que el Estado es
Página

idéntico a las instituciones gubernamentales, administrativas y coercitivas de la sociedad. En


este punto, solo la pertenencia o no de los súbditos al Estado y la territorialidad separan a
Marx de Weber.

1.3. El concepto de Estado y el uso ambiguo

A pesar de que la mayoría de los teóricos importantes ha usado alguno de estos conceptos
de Estado más o menos consistentemente, otros utilizaron más de uno, y no siempre es fácil
entender a cuál se están refiriendo. Por ejemplo, Engels —que sustenta la concepción
marxista de Estado— algunas veces usa el término para indicar un agregado humano, una
sociedad. Él nos dice: «Él (el poder público) se vuelve más fuerte, en la proporción que el
antagonismo de clase dentro del Estado se vuelve más agudo y en la medida que los
Estados adyacentes se vuelven mayores y más poblados». Afirma también que «este poder
público existe en todos los estados». En estos pasajes, Engels (1972, pp. 652-653) usa el
término para significar sociedad, de otro modo, los estados adyacentes que se vuelven más
poblados no tendrían sentido. Además de ello, el poder público, el engranaje de la opresión,
que fue también llamado Estado o poder estatal, se refiere al aparato de gobierno y
coerción, distinto de la sociedad. Esta laxitud en el uso del término Estado no es algo
infrecuente en otros autores importantes.

Otro ejemplo es Antonio Gramsci. Como demuestra Perry Anderson (1976), en un excelente
análisis del trabajo de ese autor, el marxista italiano cambia diversas veces el significado de
Estado en sus escritos. Algunas veces abarca a la sociedad civil; otras se opone a ella, y
hasta incluso, por momentos, ambos son idénticos.

Cierta literatura antropológica también oscila entre ambos conceptos. Lawrence Krader
(1968) piensa que el hecho de que el Estado haya aparecido a partir de una diferenciación
inicial dentro de una determinada sociedad debe ser tenido en cuenta como un camino de
formación de aquel. En otras palabras, surge una diferenciación entre el señor y el súbdito
cuando algunos grupos comienzan a adquirir recursos que le proporcionan la dominación
sobre otros grupos. De acuerdo con Krader, el antiguo Egipto es un ejemplo de este tipo de
desarrollo.

Pero la ambigüedad está claramente ilustrada en el trabajo de Krader donde el concepto de


Estado oscila entre el Estado como organización gubernamental y el Estado como asociación
política en un territorio determinado sobre el cual el gobierno ejerce su dominación. El
problema surge cuando se tiene que explicitar si los súbditos son parte o no del Estado. Si
ellos lo son, el Estado es la asociación política que incluye un aparato de gobierno. Como
afirma Krader en un pasaje:

Si ustedes quisieran saber qué es un Estado, miren a su alrededor. El mundo está dividido en
unidades políticas bien definidas, cuyos límites son objeto de preocupación constante;
negociaciones internacionales, defensa militar, etc. El Estado es la autoridad central (reino,
presidencia) ejercida sobre un pueblo dentro de un territorio establecido (Krader, 1968, p. 3).

Pero Krader también piensa que el Estado es el gobierno:

El Estado no es una cosa independiente, pero es una institución de la sociedad en la cual el


poder político está concentrado y monopolizado… El Estado es una institución política que
definimos como una institución de gobierno… El Estado es una institución de la sociedad, un
órgano de la ley central… El Estado es una institución que unifica, defiende y controla la
sociedad explícitamente (Krader 1968, cap. 4).

La ambigüedad de este tipo de abordaje es, en última instancia, una ilustración de las
tensiones entre las nociones de Estado weberiana y marxista. Si los súbditos son parte del
Estado, estamos con Weber; si los súbditos no son parte de aquel, nos encontramos con
Marx. Ambas nociones, sin embargo, son complementarias; no hay asociación política sin
instituciones gubernamentales, y estas no existen sin personas sobre las cuales ejercer las
competencias gubernamentales en un territorio dado.

2. Un enfoque sobre el Estado y la política pública

Los conceptos de Estado desarrollados anteriormente constituyen el menú de opciones


básicas, ya que la gran mayoría —por no decir la totalidad— de las definiciones que pueden
encontrarse en la literatura remontan a alguna de ellas. No hay conceptos mejores que
otros; ellos provienen de paradigmas teóricos diferentes y designan con el mismo vocablo
56

fenómenos también diferentes. Pero, obviamente, esto tiene consecuencias. Si, por ejemplo,
hablo de intervencionismo estatal, no estoy adhiriendo a la noción de Estado como
Página

asociación, sino como dimensión opuesta a la sociedad civil y, por ende, opero en el marco
de la segunda noción. Por este motivo, en adelante, trabajaré sobre la explicitación de un
concepto que me parece apto para el análisis de las políticas estatales o públicas.

En mi propuesta, el término Estado se referirá a las instituciones de gobierno,


administración y coerción de la sociedad. De esta forma, parto de la corriente hegeliano-
marxista donde Estado se diferencia de sociedad civil y adopto la visión weberiana donde
quien domina —gobierna— lo hace con auxilio de un aparato administrativo y una fuerza
coercitiva; cuando estos requisitos no están presentes, hablamos de formas preestatales de
dominación o patriarcales, en términos de Weber. Así, en este planteo, el Estado weberiano
queda desprovisto del concepto de territorialidad. O sea, desde mi punto de vista, el Estado
es una asociación —organización— de dominación que no incluye a los sujetos. Por lo tanto,
lo que el concepto weberiano o contractualista designa como Estado es, en realidad, lo que
entiendo por sociedad.

El término sociedad se utilizará en este trabajo para designar a la asociación humana dentro
de un territorio determinado sobre la cual el Estado ejerce sus capacidades regentes,
administrativas y coercitivas. El término sociedad civil se referirá a todos los individuos e
instituciones de la sociedad que no pertenecen a dichas organizaciones. De esta manera,
Estado y sociedad civil son los componentes elementales de una sociedad.

Indaguemos en el concepto de sociedad. Desde la antigüedad y en diversas culturas, ha


existido la percepción de que algunos individuos o grupos están por encima de otros. Esto
significa que los individuos o grupos ocupan diferentes posiciones sociales determinadas por
el acceso diferencial a la riqueza, el estatus o el poder. Clase, estrato, sector, casta,
estamento han sido conceptos que intentan expresar diferenciaciones sociales basadas en
factores económicos, religiosos, étnicos, políticos o jurídicos. Entre ellos, el concepto de
clase social, que enfatiza el factor económico, tiene especial relevancia para las sociedades
capitalistas en las que la diferenciación social adquiere principalmente una forma económica.
Sin embargo, decir que el factor económico es determinante en la definición de la clase
social no es suficiente. El problema es encontrar criterios relevantes a la hora de definir el
término. Para los propósitos de este trabajo, el criterio central es la forma en que los
individuos se insertan en el proceso productivo y cómo se apropian del producto social. Por
tanto, el concepto de clase social se refiere, fundamentalmente, a la división del trabajo en
la sociedad8. Este es el ámbito de la sociedad civil.

2.1. Clases y fuerzas sociales de la sociedad civil.

En el análisis de cualquier sociedad dada, el concepto de clase así definido solo sirve como
una guía general para identificar las características estructurales más específicas de esta
sociedad. Como ejemplo, en El Capital, Marx define a los terratenientes, la burguesía y el
proletariado como las clases genuinas del modo capitalista de producción. Sin embargo, a
menos que sea en un período bastante largo del tiempo, estos conceptos pueden perder su
poder descriptivo o explicativo cuando un momento histórico específico es objeto de análisis.
Así, en un nivel inferior de abstracción deben introducirse otros criterios, como hace el
propio Marx. Por ejemplo, la burguesía puede diferenciarse según el tipo —industrial,
financiera o comercial— o la magnitud de capital poseído —grande, mediana y pequeña—.
También puede distinguirse la burguesía exportadora de la que trabaja para el mercado
interno y la clase obrera en el sector monopólico de la del sector competitivo. Incluso puede
desglosarse un sector de la burguesía —es decir, industrial— según el tipo de actividad que
se lleva a cabo.

Además, en una sociedad dada, las clases y sus subclases presentan configuraciones
diferentes a otras sociedades. Esto se debe a que, en la formación y características de las
clases, intervienen otros elementos, como el nivel de desarrollo alcanzado por una
determinada sociedad, la forma de desarrollo, las características del Estado, el nivel de
organización política de la sociedad civil y el desarrollo cultural. En resumen, una estructura
de clases definida en el nivel más alto de abstracción da los parámetros fundamentales para
el análisis histórico, pero, cuanto más específica es la coyuntura bajo estudio, más es
necesario desagregar el concepto de clase utilizando los criterios sugeridos por la teoría,
pero también por las circunstancias históricas que rodean la coyuntura.

Como dije, una clase social es un determinado conjunto de individuos que comparten la
misma situación en relación con su posición en la estructura socioeconómica. Pero una clase
social no es por definición una fuerza social. Llega a serlo cuando desarrolla intereses
57
Página

8
Que privilegie un análisis de la sociedad en términos de clases sociales no descarta la validez de otras formas de
segmentación social, como castas o afiliaciones religiosas, ni la complejidad de agrupaciones sociales donde se
entremezclan varios criterios de diferenciación social.
comunes y formas organizativas para defender y satisfacer esos intereses; es decir, cuando
busca alcanzar determinados fines, como control o influencia en el aparato estatal y sus
políticas, entre otros. Por ejemplo, los trabajadores rurales constituyen un sector de la clase
trabajadora, pero, desde el punto de vista político, este grupo solo se convierte en una
fuerza social cuando desarrolla organizaciones, como sindicatos, movimientos o partidos, y
cierto grado de conciencia de grupo. De lo contrario, constituyen solo un dato
socioeconómico.

Las clases sociales no son organizaciones —entidades sociales orientadas a objetivos—


aunque estas últimas están formadas por miembros de clases sociales. Esto introduce el
tema de la representatividad, un tema complejo que no voy a abordar. No obstante, debo
advertir que aquí todas las opciones son posibles. Una fuerza social puede representar una
clase social o más de una. Más de una fuerza social puede representar la misma clase social,
y también pueden existir fuerzas sociales que no representan a clase alguna y constituyen
solo una estructura burocrática. Un trabajo muy esclarecedor de la relación entre clases
sociales y fuerzas sociales es El 18 Brumario de Luis Bonaparte (Marx, 2011). En este
trabajo, Marx va desentrañando la relación entre las diversas clases y fracciones de clase de
la sociedad francesa y las fuerzas sociales que las representan9.

Una vez descrita la sociedad civil, es el turno de analizar el Estado.

2.2. Organizaciones estatales

El Estado es un conjunto de organizaciones sociales; específicamente, organizaciones


gubernamentales, administrativas y coercitivas. ¿Qué son ellas? Las instituciones
gubernamentales son aquellas capaces de establecer el conjunto de reglas y políticas más
amplias y comprehensivas para toda una sociedad —es decir, los miembros de las clases
sociales y cualquier tipo de organización social existente dentro de un territorio—. En este
sentido, como dije, la territorialidad no es una característica del Estado, sino de la sociedad
a la que el Estado pertenece. Las instituciones gubernamentales tienen la capacidad de
dictar normas y decidir políticas, y de hacerlas cumplir de forma obligatoria para los
miembros de la sociedad. Para ello, dispone de instituciones coercitivas con un monopolio
casi completo de la coerción física. Las instituciones administrativas son las encargadas de
elaborar e implementar las normas y políticas surgidas de las organizaciones
gubernamentales.

Es difícil hacer una distinción clara entre las instituciones administrativas y las que
gobiernan. Sin embargo, dado que la característica central de las instituciones
gubernamentales se ha definido como la capacidad de establecer reglas y políticas de la más
diversa naturaleza, vinculantes para toda la sociedad, solo a aquellas instituciones que
reúnan esta característica se les aplicará específicamente el término institución gobernante.

Las organizaciones estatales están estructuradas vertical —jerarquía— y horizontalmente —


esfera de competencia—. Así, el Estado no es un todo unitario ni un mero agregado de
organizaciones. El orden jerárquico le da cierta unidad, mientras que las diferentes esferas
de competencia, diversidad. Por supuesto, pueden surgir conflictos entre las organizaciones
del Estado, pero esos conflictos no tienen un carácter permanente. De lo contrario, el Estado
se destruiría a sí mismo, y esto es poco común. La destrucción del Estado normalmente se
produce debido a una guerra externa.

El monarca de las sociedades feudales de la Europa medieval tenía muy pocos derechos de
dominación; en esencia, tenía que compartir su autoridad con los estamentos —clero y
nobleza—, que ejercían una dominación más directa sobre la población. Así, el poder del rey
medieval fue limitado, internamente, por los poderes feudales locales y, externamente, por
la Iglesia y el Emperador. Además, los reclamos competitivos de los reyes medievales
provocaron conflictos sistemáticos entre ellos. Como señala Charles Tilly, construir
sociedades nacionales en gran parte de Europa significó absorber numerosas unidades
políticas que ya ejercían importantes pretensiones de soberanía —ciudades libres,
principados, obispados—;

La inmensa mayoría de las unidades políticas que, en el año 1500, luchaban por la autonomía y
el poder desaparecieron en los siglos siguientes, aplastadas o absorbidas por otros Estados en
ciernes (Tilly, 1975, p. 38).
58

9
A los fines expositivos, en este trabajo, he privilegiado la estructura en clases de la sociedad y las fuerzas sociales
Página

que las representan. Sin embargo, otras categorías sociales basadas no ya en criterios socioeconómicos también
tienen expresión a través de fuerzas sociales. Me refiero a sectores que se identifican por características étnicas o
religiosas, entre otras, o en combinaciones de ellas.
Quienes forman parte de las organizaciones estatales tienen una posición de clase o un
origen de clase. Dichas organizaciones pueden ser ocupadas por miembros de una
determinada clase social que le da a esa organización una especie de base de clase, como la
nobleza de espada —terratenientes— y la nobleza de túnica —burguesía— que ocupaban el
ejército y la administración civil, respectivamente, en varios países europeos en las etapas
medieval y absolutista. En etapas superiores o más avanzadas de burocratización, las
propias organizaciones pueden ser la base para definir una clase específica: la clase
burocrática. En el momento en que la pertenencia a las instituciones administrativas se
vuelve permanente, y estas desarrollan organizaciones para expresar y defender sus
intereses, ellas dejan de constituir el asiento para clases de la sociedad civil, y sus miembros
conforman una clase burocrática. Este fenómeno asoma con fuerza en el siglo XX.

La identificación de las organizaciones gobernantes se remonta a la capacidad de dictar


normas y políticas obligatorias para la sociedad, como dije anteriormente. Por ejemplo,
durante el período absolutista en Europa (Anderson, 1974), la Corona fue la institución que
casi monopolizó la capacidad gubernamental. Sin embargo, cabe señalar que los
parlamentos europeos también se encargaron de formular normas para toda la sociedad,
básicamente en lo que respecta a la fiscalidad y la declaración de guerra. En Europa
occidental, ningún rey podía decretar impuestos a voluntad; cada gobernante tenía que
obtener el consentimiento de estamentos especialmente reunidos para los impuestos más
importantes. Estos estamentos representaban, en general, a la nobleza, el clero y la
burguesía, y tales asambleas eran casi universales en toda Europa occidental: Parlamento
en Inglaterra, Etats généraux en Francia, Landtage en Alemania, Cortes en Castilla y
Portugal, y Riksdag en Suecia. Le daban auxilium y consilium al señor supremo. Por otro
lado, las sociedades de Europa del Este —Prusia, Rusia— eran mucho más absolutistas que
sus contrapartes occidentales. Sus gobernantes tenían capacidad para cobrar impuestos,
servicio militar establecido para la nobleza y mayores capacidades legislativas.

Con el ascenso de la burguesía y la instalación de la democracia liberal, la capacidad


gobernante se dispersó formalmente en muchas sociedades occidentales en las tres
instituciones clásicas legislativa, ejecutiva y judicial. La capacidad de gobierno recaía en la
institución que, en términos reales, formulaba esas decisiones vinculantes: el Parlamento y
las altas esferas del Ejecutivo, por regla general. Sin embargo, a veces, el Parlamento ha
sometido al Ejecutivo al papel de administrador —en el sistema parlamentario—; en otras
ocasiones, la capacidad de gobierno ha estado más o menos equilibrada entre el Parlamento
y el Ejecutivo —en los sistemas presidenciales—; en otras, el Ejecutivo ha absorbido toda la
capacidad del gobierno —el caso en la mayoría de las dictaduras—.

Independientemente de cuales sean las instituciones de gobierno del Estado en una sociedad
determinada, con frecuencia, son un campo de lucha de las distintas fuerzas sociales que
intentan su control y el de sus políticas. Las fuerzas sociales de la sociedad civil no presionan
a las instituciones gobernantes desde afuera; Las instituciones gobernantes y las fuerzas
sociales no interactúan como dos unidades independientes. Algunas fuerzas sociales están
dentro de las instituciones gobernantes del Estado. Por ejemplo, la corona medieval fue
principalmente un campo de lucha para las diferentes familias dinásticas europeas —
Habsburgo, Hohenzollern, Borbones, Tudor— que eran grandes terratenientes por derecho
propio. Las sociedades europeas que habían devenido estables y diferenciadas tras el
Tratado de Westfalia en el siglo XVII fueron el resultado de la lucha entre cientos de
diferentes reyes y príncipes —todos ellos terratenientes— para imponer el control de un
determinado territorio y población. Además, el Parlamento inglés era la institución en la que
la Corona, la nobleza, el clero y más tarde la burguesía tomaban las decisiones básicas en
materia de impuestos y guerra.

Las instituciones —o burocracias— administrativas y coercitivas del Estado tienen la tarea de


ejecutar y respaldar con la fuerza cuando es necesario las decisiones formuladas por las
instituciones de gobierno del Estado. El problema surge cuando hay que definir las
instituciones administrativas del Estado. La respuesta a este problema está relacionada con
el grado de involucramiento de las instituciones gubernamentales en los diferentes temas
sociales. Hasta aquí, bastará afirmar que las instituciones administrativas del Estado son las
que ejecutan las políticas de las instituciones gobernantes en un momento histórico
específico. No se trata tanto de si esas instituciones son públicas o privadas, sino de hasta
qué punto sus actividades son el resultado de políticas y recursos estatales.

Las instituciones que gobiernan el Estado pueden intervenir en los problemas de la sociedad,
ya sea mediante la creación formal de instituciones públicas o mediante el uso de
59

instituciones privadas. El primer camino es el más común. Respecto a la segunda


Página

alternativa, el trabajo de M. L. Weidenbaum constituye un interesante proceso de análisis


del moderno sector público estadounidense.
Habla en primer lugar de las corporaciones orientadas al gobierno, señalando que, en
empresas, como General Dynamic, North American Aviation, Raytheon y Lockheed Aircraft,
el Estado no es el principal cliente, sino el único. Por lo tanto, en este sentido, están tan
ligadas a las demandas estatales que es difícil determinar si se trata de una empresa
privada clásica o una extensión de la burocracia estatal. Además, como señala este autor

el cliente gubernamental tiene el poder de revisar y vetar las decisiones de la empresa


concernientes a qué actividades desarrollar in house y cuáles subcontratar, qué firmas utilizar
como subcontratantes, qué productos comprar a nivel nacional en lugar de importar, qué
sistema interno de información financiera establecer, qué tipo de ingeniería industrial y sistema
de planificación utilizar, qué tasas de salario mínimo y promedio pagar, cuántas horas extra
autorizar, y así (Weidenbaum, 1969, p. 51).

Además de estas organizaciones económicas, Weidenbaum analiza las que él llama


organizaciones cuasiprivadas. Por ejemplo, el Gobierno federal de los Estados Unidos ha
fomentado la creación de organizaciones sin fines de lucro, nominalmente en el sector
privado, pero que reciben la mayor parte de sus fondos del Gobierno federal. Este tipo de
organización lleva a cabo importantes propósitos estatales y se han creado

como resultado de una acción legislativa o administrativa federal en Washington, y no por


iniciativa de ciudadanos privados (Weidenbaum, 1969, p. 106).

Es probable que sus programas estén muy influenciados por necesidades federales y las
regulaciones, y los servicios prestados a través de estas agencias tienen un precio que
determina el Estado —por ejemplo, Medicare—. Por lo tanto, no se puede simplemente
diferenciar entre lo público y lo privado para distinguir las instituciones del Estado de las
instituciones de sociedad civil. Las organizaciones de la sociedad civil son aquellas
instituciones sociales cuyas actividades no están determinadas por políticas de Estado y
cuyos recursos materiales en su mayor parte no son provistos por este último.

Como las instituciones de gobierno del Estado, las instituciones administrativas y coercitivas
pueden ser ocupadas por diversas clases sociales, o bien ser la base de una clase
burocrática, que puede convertirse en una fuerza social por derecho propio. En este último
caso, las instituciones de gobierno se convierten en un campo de lucha no solo para las
organizaciones políticas de las clases sociales, sino también para las burocracias estatales.
La idea de que estas instituciones burocráticas estén al servicio de las instituciones
gobernantes del Estado surge en aquellos casos en los que la sociedad civil ejerce un control
abrumador sobre las instituciones gobernantes del Estado, y las burocracias son débiles para
expresar sus propios intereses. Este ha sido el caso, en gran medida, de Gran Bretaña y los
Estados Unidos, aunque ello ha cambiado desde la Segunda Guerra Mundial, ya que el
Estado ha ampliado su rol mediante la prestación de servicios sociales y la intervención
directa en el proceso productivo. Sin embargo, en otras sociedades, como Francia,
Alemania, Japón, España y la mayor parte de América Latina, las burocracias estatales
tienen una larga tradición de jugar un papel clave dentro de las instituciones
gubernamentales del Estado (ver Katzenstein, 1977; Shonfield 1970; Cohen, 1977; Malloy,
1977 y O´Donnell, 1978).

2.3. Interrelaciones entre sociedad civil y Estado

Nicos Poulantzas señala que el Estado ha sido sistemáticamente conceptualizado, ya sea


desde un enfoque de Estado como sujeto o de Estado como instrumento. La visión de Hegel
de la burocracia como clase universal refleja el primer enfoque; la visión marxista que
afirma que el Estado no es más que un producto de la sociedad utilizada por la clase
dominante para imponer su dominio refleja este último enfoque. Poulantzas intenta superar
esta dialéctica, pero termina adoptando una versión instrumentalista. Por ejemplo, afirma:

Los diversos órganos y poderes del Estado (ministerios y oficinas gubernamentales, ejecutivo y
parlamento, ejército, poder judicial, etc.) revelan grandes contradicciones entre sí, cada uno de
los cuales constituye frecuentemente la sede y el representante... en fin, la cristalización de tal
o cual fracción del bloque de poder, tal o cual interés en competencia (Poulantzas, 1976)

Este punto de vista no es de ningún modo erróneo, como se hará evidente más adelante. Lo
errado es la creencia de Poulantzas de que se está alejando del enfoque instrumentalista.
Este autor trata de fundamentar teóricamente el concepto de autonomía del Estado
argumentando que existen varios aparatos estatales, cada uno de ellos asientos
60

privilegiados para clases específicas. El conflicto dentro de cada aparato y entre ellos
produce una resultante, que representa la autonomía del Estado. En términos reales,
Página

Poulantzas está lidiando con el tema de las múltiples dependencias del Estado antes que de
su autonomía.
En lugar de rechazar los enfoques de sujeto e instrumento,
instrumento, pref
prefiero capturar los elementos
de verdad que contienen, al mismo tiempo que descartar cualquier versión simplista de
estos. Como toda organización social, el Estado está permeado por los intereses de distintas
fuerzas sociales y políticas, y, en su estructura y políticas, es posible identificar sus niveles
de dependencia o autonomía.
En este sentido, y en cuanto a la relación entre entre las instituciones estatales y las clases
sociales y las fuerzas sociales de la sociedad civil, existen dos modelos básicos.

El primer
imer modelo señala que las instituciones
instituciones de gobierno del Estado son un campo donde
luchan y negocian las fuerzas sociales de la sociedad civil, mientras que las burocracias
estatales son instrumentos dede las instituciones de gobierno del Estado y están ocupadas
adas por
clases sociales de la sociedad civil.

Aquí hay dos situaciones posibles:

En primer lugar, las instituciones de gobierno del Estado


Estado están controladas por una fuerza
política determinada de la sociedad civil, y las organizaciones burocráticas son ejecutores
pasivos de las políticas de las instituciones
instituciones de gobierno. En este tipo de situación, las
instituciones gobernantes son un instrumento más o menos directo de tal fuerza política, y
las instituciones burocráticas se convierten en el instrumen
instrumento del instrumento. Un ejemplo
de esta situación es la descripta por Marx donde el Estado era el comité ejecutivo de la
burguesía en n el contexto de una democracia con voto censitario en países europeos en el
siglo XIX. O el Partido Autonomista Nacional en la Argentina, fuerza social que expresaba
fundamentalmente una alianza de clase de terratenientes bonaeren bonaerenses
ses y comerciantes
porteños que controló a discreción los tres poderes gubernamen
gubernamentales —Legislativo,
Legislativo, Ejecutivo
y Judicial— a finales del siglo XIX y comienzo
c del XX (Oszlak, 1997).

En el segundo caso —más


— frecuente—, las instituciones
uciones gobernantes constituyen un espacio
de lucha y negociación entre diferentes fuerzas políticas, y las burocracias estatales
continúan siendo una herramienta
her pasiva —unun instrumento para la implementación de esos
compromisos—. Esta a es la situación de la mayoría de las democracias desarrolladas
sarrolladas
avanzado el siglo XX con la introducción del sufragio universal y que dio ingreso al gobie
gobierno
rno
del Estado a mayorr variedad de fuerzas sociales. La resultante aquí no es la autonomía del
Estado, sino una serie de compromisos que intentan tomar en cuent cuenta
a los intereses de las
diversas fuerzas políticas en juego. En su caso más extrextremo,
emo, esta situación implica que
existe un estancamiento o ausencia de hegemonía, y las instituciones de gobierno del
Estado, intentando armonizar los intereses de las diversas fuerzas sociales, normalmente
terminan en la formulación de políticas
políticas contradictorias, cuando no caóticas. Esto, por
supuesto,
upuesto, es la excepción y no la regla;
regla; resulta tan peligroso para el orden público que una
determinada fuerza política eventualmente
eventualmente se erige y reunifica las instituciones que
gobiernan el Estado, en general, por medio de la fuerza.
61

El segundo modelo señala


señ que las organizacioneses burocráticas tienen un grado de
Página

organización e intereses comunes lo suficientemente altos como para convertirse en una


fuerza social por derecho propio. Es decir, se constituye
constituye en una fuerza social per se que
participa en el proceso
eso contribuyendo a forjar dichos compromisos.

Ello sucede cuando las burocracias adquieren tal grado


grado de estabilidad que se torna una
carrera profesional de vida para sus miembros
miembros y desarrollan organizaciones para expresar
sus intereses —sindicato
sindicatos del sector público—.. Con relación a las fuerzas coercitivas, ellas
son una organización
ón con miembros que desarrollan una carrera profesional y que pueden
expresar intereses
ntereses por el simple hecho de controlar los medios de coerción física.

En síntesis, las instituciones de gobierno del del Estado son un campo que puede estar
dominado por una determinada fuerza política
política de la sociedad que impone sus intereses a la
sociedad, o por varias fuerzas políticas
políticas diferentes de la sociedad civil, en cuyo caso los
intereses
s particulares de
de cada clase están mediados por los intereses de las otras. Aquí, el
gobierno del Estado se torna un instrumento parcial e indirecto para cada una de las fuerzafuerzas
s
sociales en juego. Cuando las instituciones burocráticas del Estado se conv convierten
ten en una
fuerza propia, el Estado contiene tanto al sujeto como al instrumento
instrumento:: las instituciones de
gobierno del Estado se convierten en un espacio de lucha lucha y negociación también para la
burocracia estatal. En las complejas sociedades
sociedades modernas, solament
solamente en condiciones
inusuales, una sola fuerza social podrá manipular a voluntad todo el aparato del Estado. Con
frecuencia, deben tenerse en cuenta
c los intereses de otras fuerzas.

En cuanto al Estado como sujeto, en algunos casos excepcionales, las burocrac


burocracias asumen el
gobierno excluyendo a las fuerzas sociales
sociales de la sociedad civil. Aquí es donde se encuentra
un lugar para la denominada autonomía
autonomía estatal que significa, en realidad, que las
instituciones de gobierno del Estado están bajo el control de la burocracia
ocracia estatal actuando
como una fuerza política propia, implementando políticas que pueden diferir de los intereses
de corto plazo de las fuerzas
f sociales más relevantes de la sociedad civil. Aquí es donde el
Estado aparece como autónomo o como sujeto, pero, pero, en realida
realidad,
d, sucede que el gobierno es
un instrumento de sus propias burocracias. Bonapartismo
Bonapartismo es el término que describe esta
situación, ejemplificado en El 18 Brumario de MarxMarx para explicar el control del gobierno
francés por el aparato militar ndado por José Bonaparte10.
milit comandado

10
Un muy interesante ejemplo de bonapartismo latinoamericano es el caso de dell Gobierno militar de Velazco Alvarado
en el Perú, surgido de un golpe en 1968. Existen varias interpretaciones sobre el origen de este golpe militar. Se dijo
que expresaba los intereses de los grandes terratenientes, pero esta interpretación debió abandon
abandonarse, ya que una de
las primeras medidas fue la reforma agraria. Se argumentó también que era un instrumento del imperialismo
norteamericano, hipótesis que debió dejarse de lado por la nacionalización del petróleo antes en manos
norteamericanas. Otros sostuvieron
sostuvieron que representaba a la burguesía industrial, pero la decisión de instaurar la
62

propiedad social en las empresas desmintió esta hipótesis. Finalmente, algunos insinuaron que se trata de una
experiencia de socialismo peruano, pero de un Gobierno que reprimía
reprimía campesinos y obreros. En verdad, era un grupo
Página

de oficiales de la Escuela de Altos Estudios Militares del Perú, país traumado por la pérdida de territorio en la guerra
del Pacífico con Chile, que veían una sociedad desintegrada donde un enorme porcenporcentaje de la población ni siquiera
hablaba castellano. El golpe fue un intento desarrollista de esta fuerza militar, que terminó chocando contra los
Cabe señalar algunos puntos adicionales importantes: En términos estrictos, es necesario
hablar de autonomía relativa. La autonomía del Estado no altera el orden social y, por tanto,
no altera sustancialmente la situación de quienes se benefician de este orden. Solo un
proceso revolucionario puede hacer que el Estado sea plenamente autónomo, pero esto da
lugar a la creación de un nuevo Estado. Además, no toda toma de control de las
instituciones estatales de gobierno por parte de las burocracias estatales significa autonomía
del Estado. Por el contrario, en ciertas ocasiones, una fuerza social determinada de la
sociedad civil impone a las burocracias estatales una toma de control del gobierno como la
única forma en que puede ejercer su dominio.

En definitiva, si las burocracias estatales hacen autónomo o no el gobierno del Estado es


algo que no se puede definir a priori. Se debe realizar un análisis histórico específico de las
políticas de Estado y los intereses de las fuerzas sociales para determinar si este es el caso.
¿En qué condiciones puede el Estado volverse autónomo? Esto ocurre, normalmente, en
ausencia de hegemonía entre las fuerzas sociales de la sociedad civil. En este tipo de
situación inestable, en particular peligrosa para la cohesión de la sociedad, el Estado puede
adquirir un alto grado de autonomía, lo que significa que las políticas de Estado son
diferentes e incluso antagónicas a los intereses de corto plazo de las fuerzas sociales de la
sociedad civil. El Estado puede volverse autónomo de manera más fácil con la ausencia de
fuerzas sólidas en la sociedad civil y el desarrollo de un aparato burocrático altamente
organizado y cohesionado con fuertes intereses corporativos.

¿Cuál sería el interés de las burocracias estatales que actúan como fuerza política? En
principio, el Estado querría mantener un orden social estable, pero por razones distintas a
las de los clases privilegiadas. No es la búsqueda de ganancias sino la estabilidad y el
crecimiento lo que mantienen las organizaciones burocráticas como tales; ese es su interés
corporativo básico. Como señala Offe:

En ausencia de acumulación, todo, y especialmente el poder del Estado, tiende a desintegrarse


... Así, todo interés que el Estado (o el personal del aparato de Estado, sus diversas ramas y
agencias) pueden tener en su propia estabilidad y desarrollo solo se puede perseguir si está de
acuerdo con el imperativo de mantener la acumulación (Offe, 1975).

3. Políticas y funciones estatales

Lo político es un concepto amplio que cobra sentido por la presencia del Estado e incluye,
además de las instituciones estatales, las actividades orientadas a controlarlas o
influenciarlas —la política—, las organizaciones que llevan a cabo dichas actividades y los
productos o decisiones que surgen del aparato estatal —políticas estatales, también
denominadas públicas—. Señalar que algo es político es decir que existe un conjunto de
actividades humanas que pueden distinguirse analíticamente de otras —económicas,
religiosas, entre otras—; claro que esto es solo un dispositivo conceptual para aislar aquellas
actividades que nos interesan. Los límites no siempre son claros, y es una cuestión de
investigación empírica determinar si una actividad es de hecho política o no, es decir, si una
actividad está dirigida o no a controlar o influenciar al Estado y sus políticas. El mismo tipo
de razonamiento puede aplicarse a las organizaciones que llevan a cabo esas actividades. En
términos estrictos, la raison d’être de una fuerza social que denominamos política es influir o
controlar el Estado.
Sin embargo, otras fuerzas sociales pueden desarrollar esporádicamente actividades
políticas y, para ello, se comportan, a veces, como fuerzas políticas.

¿Cómo podemos definir, entonces, qué es una política estatal o pública? La política estatal se
conceptualiza como una síntesis de los intereses de las diferentes fuerzas sociales tal como
se expresan al interior de las instituciones gobernantes del Estado. En un sentido general e
intuitivo, una política estatal o pública es producto del aparato del Estado. Hugo Heclo
afirma que una política es un conjunto de acciones destinadas a lograr ciertos objetivos y
también sostiene que la inacción debe considerarse una política siempre que sirva para
implementar un objetivo determinado (Heclo, 1972).

Así, los componentes básicos de una política estatal son una decisión o conjunto de
decisiones —u omisiones— traducidas en acciones —o inacciones— con la intención de lograr
una meta y representan una resultante de la negociación o lucha que las fuerzas sociales de
la sociedad civil y las propias burocracias estatales libran al interior de los órganos de
gobierno del Estado.
63
Página

intereses de las principales fuerzas sociales de la sociedad peruana y que condujo a otro golpe militar, el de Morales
Bermúdez, que acabó con la experiencia y puso las «cosas en su lugar».
Las políticas de Estado más relevantes son aquellas que se originan como respuesta a
importantes problemáticas y necesidades sociales (Oszlak y O´Donnell, 1976) e intentan
responder a ellas de acuerdo con las metas o fines que el Estado persigue en la formulación
de sus políticas.

Las políticas estatales no responden al azar a la problemática social, sino que se dirigen a
fines que pueden ser develados de acuerdo con las funciones que el Estado suele cumplir. El
Estado tiene tres funciones fundamentales: (1) asegurar el orden social y la armonía; (2)
crear condiciones para la acumulación de capital y el crecimiento económico y (3) obtener
apoyo político.

La primera incluye entre sus principales características:


 el establecimiento de normas y procedimientos para regular la interacción social;
 la asignación de recursos materiales para mitigar resultados socioeconómicos
negativos, como el desempleo o la desigualdad;
 el desarrollo de un universo simbólico que hace que la sociedad sea aceptable para
sus miembros y refuerce el sentido de unidad social;
 y la prevención, reducción o eliminación de conflictos, incluyendo la represión en
caso extremo, especialmente en aquellos que puedan representar una amenaza para
la estabilidad social.

La segunda función es básicamente económica y supone

 la implementación de un marco jurídico para facilitar la acumulación de capital;


 la construcción de una infraestructura que ayude al proceso de obtención de lucro y
crecimiento económico;
 intervención directa en el proceso productivo como regulador e inclusive como
productor.

La tercera función es de carácter político, ya que una necesidad de las fuerzas que disputan
el control del Estado es consolidar apoyo político de los ciudadanos. Esta es también una
función de aquellas fuerzas que ya tienen el control del Estado y que pueden utilizar sus
políticas para mejorar, lograr o no perder este apoyo.

A pesar de que algunas políticas parecen ser funcionalmente especializadas como las
medidas represivas que apuntan a mantener el orden social, la mayoría de las políticas es
multifuncional. Por ejemplo, las políticas de vivienda pueden actuar simultáneamente para
evitar una crisis económica y para obtener el apoyo político de un electorado dado, y las
políticas salariales pueden utilizarse a veces para impulsar el consumo y otras veces para
evitar conflictos o conseguir apoyo político.

Por las razones anteriores, cualquier taxonomía de políticas estatales que utilice categorías
fijas para referirse a funciones u objetivos estatales es engañosa. Como ejemplo, las
políticas de salarios o precios se denominan comúnmente económicas, pero, además de
afectar la producción, el consumo y el intercambio, también se convierten en políticas
político-ideológicas cuando se emplean para eliminar conflictos sociales o para obtener
apoyo político. Esto también es cierto en el caso de la llamada política social, que cubre una
gran variedad de políticas que afectan las condiciones de vida de la población. Sin embargo,
en términos funcionales, estas políticas cumplen funciones tanto políticas como económicas.
Es posible, entonces, determinar el carácter funcional de una política dada como resultado
de un análisis histórico que analice la orientación de la política, el objetivo que aspira
alcanzar y la función que intenta cumplir.

Las políticas de seguridad social en la Argentina son un buen ejemplo de esto. En sus
comienzos, las políticas de seguridad social estuvieron orientadas a la preservación del
orden social. El primer sindicato en obtener un fondo de pensión a comienzos del siglo XX
fue el de ferroviarios, concedido luego de varias huelgas generales de este gremio de un
área clave para el comercio internacional de aquel entonces, con el objetivo de frenar dichas
huelgas (Isuani, 1985).

Más adelante, y con la Ley de Sufragio Universal a comienzos del siglo XX, el beneficio
obtenido por los ferroviarios despertó el interés de otros gremios, como marina mercante,
gráficos y otros servicios públicos, que los obtuvieron al calor de momentos preelectorales.
El punto cumbre de la atracción de apoyo político fue el primer Gobierno de Perón: la política
laboral y de seguridad social se constituyeron en piedras fundamentales del apoyo obrero al
64

Gobierno
Página

(Golbert et al., 1986).


Finalmente, a comienzos de los noventa, se produjo una reforma del sistema previsional
basado en un sistema de capitalización operado por empresas privadas. Su objetivo no fue
obtener orden social o apoyo político, sino apoyar la constitución de un fondo de recursos
que pudiera nutrir procesos de inversión (Isuani, 1993).

De esta manera y en momentos históricos diferentes, las políticas de seguridad social se


orientaron al cumplimiento de los tres conjuntos de finalidades que señalé previamente.

Epílogo

En este trabajo, he intentado responder fundamentalmente la pregunta qué es el Estado


presentando aquellas concepciones que considero fundamentales y que son las que
predominan en la literatura de las ciencias sociales. De esta manera, relevo lo diferente que
pueden ser los significados de un vocablo central para dichas ciencias. La noción del Estado
como asociación humana en un territorio es muy propia del mundo del derecho, mientras
que la de aparato de gobierno opuesto a la sociedad civil es más afín a la sociología o la
ciencia política. Claramente, los estudios que aspiran a comprender los productos del
Estado, o sea las políticas públicas, se asientan en esta segunda noción, ya que es necesario
conocer sobre quiénes se ejercen dichas políticas o sobre qué y quiénes el Estado interviene.

Pero también he intentado responder qué hace el Estado delineando sus objetivos o
funciones fundamentales. Mientras Marx no iba más allá de señalar que la función principal
del Estado era consolidar la explotación de clases sociales, Weber sostenía que no podía
definirse el Estado por sus fines porque no había fin alguno que el Estado no hubiera
perseguido. En este punto, nos ubicamos más cerca de Weber, aunque sosteniendo que,
más allá de la diversidad de fines, estos pueden agruparse en un conjunto pequeño de
grandes finalidades, que son las que señalé. Creo que estas finalidades o funciones
constituyen una buena guía para desentrañar el objetivo o finalidad de una política estatal
relevante. En este sentido, constituye una herramienta que ayuda a entender hacia dónde
apuntan las políticas. Por supuesto que el análisis de las políticas concretas puede llevar a
descubrir alguna otra finalidad, pero afirmo que las señaladas en este trabajo son capaces
de cubrir la mayoría de dichas políticas.

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 — (1968). Economy and Society. Bedminster.
 Weindenbaum, M. (1969). The Modern Public Sector. Basic Books.

DOCUMENTO 5. Estado de Derecho.


Por Faro Democrático11. INE e IIJ-UNAM. Faro Democrático. 2020.
México.
URL: https://ijpc192.juridicas.unam.mx/estado-del-derecho/
TEMA 1. ¿QUÉ ES EL ESTADO DEL DERECHO?

¿Qué es el Estado de Derecho? El Estado de Derecho es un modelo de organización de un


país en el cual todos los miembros de una sociedad se consideran igualmente sujetos a
códigos y procesos legales divulgados públicamente. En este sentido, es una condición
política que no hace referencia a ninguna ley específica sino que se refiere al respeto en
general a todo un sistema legal. Asimismo, refleja el ideal democrático según el cual el
poder político está limitado por el Derecho: en otras palabras, un régimen en el cual las
autoridades actúan únicamente dentro de los márgenes establecidos por la ley y su
legitimidad depende, precisamente, de su apego a dichos límites (Bobbio, 2015: 458) así
como también las personas que viven en esa comunidad respetan esas leyes.

No creas que resulta sencillo definir este concepto. Por el contrario, como en toda definición
de conceptos siempre hay una discusión teórica detrás de la definición que se adopta y, por
tanto, no hay una única manera de entender las cosas ni de precisar lo que significan. En
ese sentido, como ya sabes desde que has iniciado tus lecturas de los primeros Módulos de
#FaroDemocrático, es necesario que precises siempre -e identifiques de manera clara- lo
que quieres definir y de qué manera hacerlo. Por ejemplo, la definición de Estado en sí
misma enfrenta un montón de problemas porque su delimitación depende de la perspectiva
que uses, el paradigma desde donde lo observes, de los adjetivos que le pongas al lado y
también de la propia historia política que se tenga en cuenta para enmarcar ese término. La
noción más común y consensuada de Estado -la misma que nos enseñó el sociólogo alemán
Max Weber- es la que sostiene que es aquella asociación u organización que tiene para sí el
monopolio exclusivo y legítimo del uso de la fuerza en un territorio dado resulta fundamental
para entender de lo que estamos hablando cuando observamos a esta unidad colectiva, da
cuenta de la necesidad de vincular el concepto de Estado a diversas dimensiones como la
soberanía, la legitimidad o la territorialidad.

11
El Faro Democrático en línea para estudiantes y profesorado es un proyecto impulsado por el INE (Instituto
Nacional Electoral de México) dirigido a promover la cultura cívica entre la población adolescente entre los 12 y los
66

15 años, adscritos a instituciones y escuelas de educación secundaria a través de la publicación de contenidos en una
plataforma digital. Dichos contenidos están relacionados de manera coherente con algunos de los temas que
Página

componen la asignatura de Formación Cívica y Ética de ese nivel. La plataforma digital es un espacio de apoyo y
complementariedad a los aprendizajes comprendidos por esta asignatura, es por ello que también estará dirigida a las
y los docentes, a fin de que puedan utilizar los mismos contenidos en su labor de enseñanza.
SABÍAS QUE…
El origen del término “Estado”

El uso del término Estado para referirse a una comunidad política fue usado por Maquiavelo
en El Príncipe (1513): “Todos los Estados, todos los dominios que han tenido y tienen
soberanía sobre los hombres han sido y son repúblicas o principados”. También Jean Bodin
(1530-1596)
1596) contribuyó a la construcción teórica de la idea de Estado al desarrollar el
principio de “soberanía estatal”, según el cual la comunidad sólo puede mantenerse
integrada bajo “un poder absoluto y perpetuo”, que facilita la cohesión entre personas que
se expresan de manera antagónica y diferenciada en muchas cosas.

Si bien no siempre existe acuerdo sobre estas ideas, Thomas Hobbes (1588 (1588-1679)
1679)
profundizó sobre esta conceptualización al señalar que una comunidad política podía
garantizar su seguridad y su conservación si sus miembros renunciaban a gobernarse a sí
mismos en beneficio de un soberano. De ahí que el autor denomine a ese soberano como el
“Leviatán”, el monstruo bíblico de fortaleza mítica. Maquiavelo, Bodin y Hobbes
contribuyeron de manera clave en la visión moderna del Estado al destacar la autonomía d de
e
lo político, importancia de la fuerza militar, el principio de soberanía y poder absoluto en
todos los ámbitos (Vallès, 2016: 91).

Si bien en los orígenes los Estados fueron pensados para acumular poder y territorios bajo
una única autoridad central; con
con el paso del tiempo la misma idea se ha ido complejizando y
ha sido dotada de muchas más aristas. El Estado como organización colectiva es “hijo de la
historia” (Diz Otero, Lois González y Novo Vázquez, 2012: 41) y, aunque nació en Europa
Occidental como idea y como unidad política, se ha ido extendiendo a todo el mundo. De ahí
que los primeros Estados modernos se organizaran en países como Inglaterra, Francia,
España y Suecia. Es más, su conceptualización ha ido variando a lo largo del tiempo así
como también
bién su relación con otros términos tan importantes como el de pueblo, sistema
político, Estado-Nación,
Nación, comunidad, entre otras. De ahí que se lo piense como forma
histórica de organización política, como instituciones o como comunidad política (Tabla I).

Tabla I. ¿Qué significados para un mismo término?

Fuente: Vallès (2010).

El Estado de Derecho es un sistema en el que todas las personas, instituciones y entidades,


públicas y privadas, incluido el propio Estado, están obligadas a acatar leyes justas,
imparciales
mparciales y equitativas, y tienen derecho a igual protección de la ley, sin discriminación.

Cuando se trata de que funcione un Estado de Derecho se requiere que las y los ciudadanos
respeten y cumplan las leyes, incluso cuando no estén de acuerdo con ellas. Cuando sus
intereses entran en conflicto con los de otras personas, deben aceptar las dete
determinaciones
rminaciones
67

legales que señalan las leyes y que las Cortes y los Tribunales interpretan como parte de sus
Página

derechos y deberes. Además, la ley debe ser igual para todas y todos, de modo que nadie
esté por encima de la ley y todas y todos tengan acceso a su p protección.
rotección. Cuando la
ciudadanía no respeta las leyes, las consecuencias pueden ser muy malas: no se respetan
los derechos de las personas, no se ejerce el control sobre la actuación del gobierno,
desaparece la estabilidad, la seguridad, la posibilidad de convivencia y respeto mutuo y la
paz.

Para que el Estado de Derecho sea robusto y pleno tienen que ocurrir varias cosas. Para que
se pueda dar la protección de los derechos y libertades de las personas, el derecho debe ser
accesible a todas y todos: debe ser un conjunto de normas promulgadas públicamente, para
que la gente pueda estudiarlo, interiorizarlo, averiguar lo que exige de ellos y utilizarlo como
marco para sus planes y expectativas y para resolver sus disputas con otros. Las
instituciones jurídicas y sus procedimientos también deben estar a disposición de las y los
ciudadanos para que puedan defender sus derechos, resolver sus conflictos y protegerse
contra los abusos del poder público y privado. Todo esto requiere, a su vez, independencia
del poder judicial, responsabilidad de los funcionarios públicos, transparencia de los asuntos
públicos e integridad de los procedimientos legales. Y, también, debe existir correspondencia
entre lo que dicen las leyes y lo que ocurre en la realidad. Es decir, que los derechos
formales sean derechos reales.

El Estado de Derecho es una construcción muy importante para el adecuado funcionamiento


de la democracia y para la protección de los derechos humanos (hablaremos de ello en el
tema V. El Estado de Derecho, los derechos humanos y la democracia). Pareciera entonces
que es una idea nueva, reciente, propia de las democracias modernas. Sin embargo, no es
así: en realidad, se trata de una idea bastante antigua. Seguramente recuerdas cuando en el
Módulo 1 hablamos de la democracia y su origen en la Grecia Antigua.

SABÍAS QUE…
Aristóteles y la mejor forma de gobierno

Aristóteles fue un filósofo genuinamente preocupado por comprender cuál es la mejor forma
de gobierno: el gobierno de los hombres o el gobierno de las leyes. ¿Cuál es la respuesta
que ha dado a su pregunta este filósofo clásico?

En su obra titulada Política, Aristóteles se preguntó una idea clave:

“¿Es más útil ser gobernados por el mejor de los hombres o por las mejores leyes? Aquellos
que sostienen el poder real afirman que las leyes pueden dar sólo prescripciones generales,
pero no prevén los casos que se presentan sucesivamente, por lo que, en cualquier arte,
sería ingenuo guiarse según normas escritas… Sin embargo, también a los gobernantes les
es necesaria la ley que da prescripciones universales, porque es mejor el elemento al que no
es posible quedar sometido por las pasiones que aquel para el que las pasiones son
connaturales. Ahora bien, la ley no tiene pasiones, que, por el contrario, se encuentran
necesariamente en toda alma humana” (Política, 1286 a.).

La idea del Estado de Derecho también tiene su origen en aquella época y en las reflexiones
de Aristóteles sobre el gobierno de los hombres y el gobierno de las leyes. Ya en aquella
época para este filósofo era claro que el gobierno de las leyes era superior, porque podía
garantizar la objetividad e imparcialidad en la actuación del Estado, protegiendo así a las
personas de la arbitrariedad del poder.

Algunos siglos más tarde -de hecho, casi dos mil años más tarde- los pensadores de la
época de la Ilustración, como John Locke, retomaron las ideas de Aristóteles para señalar
que una sociedad que viva en paz y que respete los derechos de las personas tiene que
basarse en el imperio de la ley, como la única herramienta objetiva que permite establecer
las normas comunes e iguales para todas y todos. Poco después Montesquieu añadió que las
leyes que rigen a la sociedad deben ser adoptadas y ejecutadas con respeto a los principios
de la legalidad y que uno de los mecanismos que permiten garantizarla es la separación de
poderes. Más tarde a esta lista de elementos se le añadió uno más: la necesidad de que las
leyes sean no solo objetivas, imparciales e iguales, sino también justas. De esta manera, la
noción del Estado de Derecho fue evolucionando, haciéndose cada vez más compleja, para
tener la capacidad de limitar la arbitrariedad en el ejercicio del poder y garantizar así los
derechos y las libertades de las personas, así como el adecuado funcionamiento de la
68

democracia.
Página
EN RESUMEN:
1) El Estado de Derecho es un sistema en el que todas las personas, instituciones y
entidades, públicas y privadas, incluido el propio Estado, están obligadas a acatar leyes
justas, imparciales y equitativas, y tienen derecho a igual protección de la ley, sin
discriminación.

2) El Estado de Derecho garantiza la protección de los derechos y libertades de las personas


y nos protege de la arbitrariedad del poder.

¿CUÁLES SON LOS PRINCIPIOS DEL ESTADO DE DERECHO?

El Estado de Derecho es un concepto -y un fenómeno- complejo y, por supuesto, su puesta


en práctica también lo es. Después de entender sus funciones y alcances queda claro que no
cualquier norma y no cualquier actuación del Estado o de las personas, resulta apegada al
Derecho y, en efecto, para que así sea, se tiene que cumplir una larga serie de principios
que podemos llamar principios del Estado de Derecho. ¿Cuáles son estos principios?
Hemos dicho que el Estado de Derecho tiene dos objetivos: el de garantizar los derechos de
las personas y el de establecer los límites al ejercicio del poder. De la misma manera,
podemos pensar los principios en relación con estos dos objetivos. De ahí que los principios
que garantizan los derechos de las personas están relacionados con:

Presunción de inocencia: significa que toda persona debe ser considerada como inocente
hasta que exista una sentencia firme de autoridad competente (un juez, un tribunal o una
corte) en la que se le considere responsable de la comisión de un delito. De ahí que se suela
decir comúnmente que se presume que una persona es inocente hasta que se demuestre lo
contrario.

Justicia independiente, imparcial y abierta: las personas juzgadoras (juezas y jueces)


deben ser independientes de cualquier presión, deben emitir sus decisiones basándose
únicamente en la ley y en los hechos de cada caso, y las personas deben tener acceso a la
información sobre su labor y conocer las motivaciones de sus decisiones.

Prohibición de retroactividad de la ley: todas las leyes deben ser prospectivas (hechas
para el futuro), abiertas y claras, y deben ser relativamente estables. No es posible legislar
para modificar los hechos pasados o para casos particulares.

Legalidad: las leyes deben ser aprobadas conforme a los procedimientos previstos para
ello, de manera transparente y por los representantes de la ciudadanía (es decir, por el
parlamento).

Justicia pronta y expedita: todas las personas deben estar en condiciones de buscar la
protección de la justicia y de resolver los conflictos a través de las decisiones de las cortes y
tribunales, y la solución de sus casos debe darse en tiempos razonables.

Igualdad: la sociedad no está subordinada al Estado, sino que la sociedad crea al Estado
para su protección, por lo que todas las personas deben recibir igual protección ante la ley.

Los principios que establecen límites al poder son aquellos que determinan las condiciones
en las que las instituciones estatales deben actuar en una democracia y que reflejan la idea
de que nadie -ni siquiera el gobierno o las instituciones que hacen las leyes- pueden estar
por encima de la ley:

Primacía de la ley: el Estado se basa en la supremacía de la Constitución Nacional y


garantiza la seguridad y los derechos constitucionales de sus ciudadanas y ciudadanos.
Separación de poderes: los poderes ejecutivo, legislativo y judicial se limitan mutuamente y
establecen controles y equilibrios entre ellos.

Límites a las decisiones estatales: tanto el Poder Legislativo como la propia democracia
están vinculados con los derechos y principios constitucionales elementales y no pueden
realizar las tareas o tomar decisiones que no les hayan sido asignados por la Constitución
(recuerda que nosotros, ciudadanas y ciudadanos, podemos hacer todo lo que no nos sea
69

prohibido por la ley, pero las autoridades pueden hacer solo lo que la ley les permite hacer
de manera expresa).
Página
Transparencia: los actos estatales deben ser públicos y transparentes y siempre deben
estar motivados y justificados (es decir, las autoridades deben explicar las razones que las
llevan a actuar de una manera particular);

Jerarquía de las leyes: todas las normas -leyes, reglamentos y otros- deben estar de
acuerdo con lo que señala la Constitución y los tratados internacionales que protegen los
derechos humanos;

Control de legalidad y constitucionalidad: los órganos de justicia independientes deben


poder revisar las decisiones y los actos de las instituciones estatales.

EN RESUMEN:
La existencia del Estado de Derecho implica el respeto a una serie de principios que
garantizan la legalidad de las normas, establecen los límites al ejercicio del poder, protegen
los derechos de las personas y aseguran el acceso a la justicia.

¿CUÁLES SON LOS ELEMENTOS QUE DEBEN DARSE EN UN ESTADO DE DERECHO?

Cuando quieras evaluar la vigencia del Estado de Derecho en un país podrías observar al
menos dos ámbitos de actuación. El primer ámbito supone mirar en qué medida se garantiza
un trato igual y justo a todas las personas que viven en un territorio. Esto no es una
cuestión menor. ¿Cómo crees que puede estar vigente el Estado Constitucional de Derecho
si algunas personas son discriminadas o no pueden acceder a los derechos? El segundo
ámbito tiene que ver con mirar en qué medida se establecen y se implementan las reglas de
operación del poder estatal. Como puedes ver, esta idea establece reglas y obligaciones para
el Estado, para que respete las normas que lo crean, que delimitan su actuación y que
protegen a las personas. De ahí que sea tan importante que las autoridades y también la
ciudadanía respeten la ley. Sin acatar las normas, resulta muy difícil vivir en un sistema que
respete el Estado de Derecho. Es más, sería un error pensar que esto solamente es algo que
le compete al Estado y sus instituciones: en realidad, nos debe importar a todas y todos así
como también todas y todos debemos participar en su mantenimiento.

SABÍAS QUE…
¿Qué tanto se respeta el Estado de Derecho en el mundo?

La organización World Justice Project lleva a cabo las evaluaciones anuales del
funcionamiento del Estado de Derecho en todo el mundo. En el mapa puedes observar que
los países con el Estado de Derecho más robusto son los países escandinavos (Dinamarca,
Noruega, Finlandia y Suecia), marcados con el tono más intenso. Por el contrario, los países
con el Estado de Derecho más débil (Camboya y Venezuela) están señalados con las
tonalidades más claras.
70
Página
World Justica Project. Índice de Estado de Derecho (2021)

Para evaluar un Estado de Derecho deben contemplarse entonces una serie de elementos sin
los cuales resulta muy complicado su funcionamiento:

 La estructura formal de un sistema jurídico y la garantía de libertades fundamentales


a través de leyes generales aplicadas por jueces independientes (división de
poderes);
 Libertad de competencia en el mercado garantizada por un sistema jurídico;
 División de poderes políticos en la estructura del Estado; y
 La integración de los diversos sectores sociales y económicos en la estructura jurídica
estatal.

EN RESUMEN:
Para funcionar el Estado de Derecho debe
debe contar con un sistema de justicia sólido, libertad
de competencia, división de poderes y la integración de los sectores sociales y económicos
(su acceso y ejercicio) a la justicia.

TEMA 2. LA LEGALIDAD.
LEGALIDAD

El principio de legalidad es un valor básico que tiene que ser respetado para que podamos
hablar de la existencia del Estado de Derecho: es un piso mínimo que garantiza que el
ejercicio del poder debe realizarse acorde a la ley vigente y su jurisdicción, no a la voluntad
de las personas. La legalidad significa, entonces, que ningún gobernante puede desconocer
la Constitución o colocarse por encima de ella, y que todas las actividades que realiza una
autoridad tienen que respetar las normas. Nadie puede decir -mucho menos un gobernante--
que no acepta o respeta lo que dice la Constitución. Bueno… en ocasiones puede llegar a
decirlo e incluso hacerlo, pero eso significa que sus actos están al margen de la ley y
entonces no pueden ser considerados válidos ni legítimos.

El principio de legalidad exige entonces


entonces que todas las leyes deben ser aprobadas y
promulgadas siguiendo los procedimientos establecidos para ello. En el caso de una
democracia, esto implica que las leyes deben ser emitidas únicamente por el Congreso o el
Parlamento -eses decir, el Poder Legislativo–
Legis y que éste, además, tiene que seguir un
procedimiento específico para la aprobación de las normas. Este procedimiento señala
quiénes pueden proponer una ley (usualmente lo pueden hacer los propios legisladores, el
Presidente y/o un grupo de ciudadanas
ciudadanas y ciudadanos), cómo se da el proceso de análisis de
71

esa ley (que debe ser estudiada por las comisiones legislativas y discutida por el Pleno del
Congreso) y, finalmente, cuántos votos se necesitan para aprobarlas (en caso de las leyes
Página

secundarias es la mayoría simple, pero en caso de las leyes de mayor jerarquía, como la
Constitución, se necesita una mayoría calificada).
Los procedimientos para la aprobación de las leyes tienen que ser fijos y no pueden ser
alterados o modificados para poder aprobar más fácilmente o de manera más rápida alguna
norma.

Para ser válidas, las leyes deben ser públicas, es decir, se debe seguir ciertos
procedimientos que garanticen su divulgación entre la población (usualmente se trata de su
publicación en un diario oficial) y no puede estar sujeto ese procedimiento a la voluntad de
una persona, de un grupo o de una mayoría. Además, las leyes no pueden ser retroactivas,
sino generales, estables, claras y jerárquicamente ordenadas.

¿Qué significa todo ello? En primer lugar, que las leyes no pueden ser escritas con la
intención de afectar -positiva o negativamente- a una persona, sino que tienen que ser
aplicables y dar trato igual para todas y todos. Por ejemplo, no se puede aprobar una ley
que elimina restricciones para que una sola persona pueda acceder a un cargo electivo o que
se cambien las condiciones de acceso a un cargo para que una persona migrante o
naturalizada pueda beneficiarse de manera específica. Las leyes deben aplicarse a todas las
personas en la misma situación, más allá de casos particulares o específicos.

En segundo lugar, la ley no se puede aplicar para modificar o afectar los hechos pasados.
Esto significa que si una persona cometió un delito y en el momento de hacerlo la pena por
haberlo hecho es de dos años de prisión, pero cuando esta persona llega a ser juzgada ya se
aprobó una nueva norma que eleva esa pena a cinco años de prisión, esa nueva sanción,
más fuerte, no se le puede aplicar. En tercer lugar, las leyes deben ser redactadas con
claridad (sin expresiones confusas, engorrosas o de doble sentido), deben respetar las leyes
de mayor jerarquía (por ejemplo, todas las leyes deben respetar la Constitución) y no deben
ser modificadas con frecuencia.

La legalidad implica que las leyes -adoptadas en cumplimiento de las reglas y que cumplan
con las características que señalamos- regulan la actuación de las autoridades públicas y de
la ciudadanía. Un aspecto más importante de esta regulación es que el Estado, a través de
sus instituciones, únicamente puede hacer aquello para lo que esté facultado por la ley. En
otras palabras, cualquier acto que pretende realizar una autoridad tiene que estar previsto
expresamente por la ley como una tarea asignada a esta autoridad. Por ejemplo, un policía
de tránsito no te podría multar si pasarse el alto cuando estás conduciendo no fuera algo
prohibido por el código de tránsito y si la ley no le diera expresamente la facultad de
levantar una infracción. Así es como la ley establece límites al ejercicio del poder.

Finalmente, el principio de legalidad aplica también para todas las personas, pues implica
que nosotras y nosotros también debemos respetar las leyes que regulan la convivencia con
otras personas. No solo las autoridades, sino todas las personas deben actuar
responsablemente y dentro de las reglas establecidas por la ley. Sin embargo, hay aquí una
distinción muy clara: las personas podemos hacer todo aquello que no esté prohibido por la
ley (lo que no está prohibido, está permitido), mientras que con las autoridades es al revés:
solo pueden hacer lo que la ley les permite (lo que no está permitido, está prohibido).

EN RESUMEN:
1) La legalidad garantiza que el ejercicio del poder debe realizarse acorde a la ley vigente y
su jurisdicción, no a la voluntad de las personas.

2) La legalidad exige que todas las leyes sean debidamente aprobadas y promulgadas, así
como generales, estables, públicas, claras y jerárquicamente ordenadas.

¿CUÁNDO LAS LEYES SON LEGÍTIMAS?

La legalidad y la legitimidad son dos ideas distintas, aunque vinculadas entre sí. Ya sabemos
que la legalidad significa que las autoridades están vinculadas por las leyes. La legitimidad
es un concepto más amplio y significa que las personas que integran una comunidad deben
aceptar el surgimiento y ejercicio del poder que el Estado ejerce sobre ellas. Max Weber
señalaba que las sociedades solían reconocer la legitimidad a partir de los valores
tradicionales, la racionalidad burocrática o el carisma de su líder. Es decir, las personas
72

aceptaban el poder de un rey porque este “siempre lo ha ejercido”, o porque el poder le fue
otorgado por el Dios (o dioses), como era el caso de las monarquías tradicionales
Página

medievales y también de algunas monarquías contemporáneas europeas. La legitimidad


carismática se debía al reconocimiento de la excepcionalidad de un caudillo -visto como un
héroe, un salvador o un padre de la patria- en el que las personas deciden confiar su
destino. Este tipo de liderazgo ejercieron, por ejemplo, Nelson Mandela, Fidel Castro o Adolf
Hitler.

Weber sostuvo que las sociedades modernas han transitado del reconocimiento del poder de
las personas de manera irreflexiva (tradicional) y basada en cualidades personales
(carismáticas) hacia una lógica legal-racional. En otras palabras, consideraba que en las
democracias el ejercicio del poder se basa en que éste surge a partir de los procedimientos
establecidos por la ley y que ejerce el poder en el marco de la misma ley. Aquí es,
precisamente, donde se unen la legalidad y la legitimidad: en una democracia, la legitimidad
depende de la legalidad, del cumplimiento con las normas establecidas para el acceso al
poder y para su ejercicio.

La idea de que la legitimidad del poder depende de la legalidad -de que se fundamente en
las leyes debidamente aprobadas, públicas y generales- dio pie al surgimiento de la teoría
del Estado de Derecho centrada en los aspectos formales del ejercicio y acceso al poder, en
el cómo. Sin embargo, con el tiempo, y ante las observaciones del funcionamiento del
Derecho en distintos países, empezó a ser cada vez más reconocida la idea de que un
Estado de Derecho, en una democracia, no se limita al cumplimiento de las formalidades,
sino que tiene que verse reflejado en el contenido de las leyes.

Las leyes en una democracia, entonces, no solo deben ser aprobadas con el respeto de los
procedimientos establecidos. Deben respetar y ampliar los derechos humanos y las
libertades de las personas, garantizar los derechos de las minorías, proteger los mecanismos
democráticos y buscar el fortalecimiento de la propia democracia.

SABÍAS QUE…
La esfera de lo indecidible

El jurista italiano, Luigi Ferrajoli, elaboró una teoría del Estado de Derecho democrático,
según la cual en cada Estado hay una “esfera de lo indecidible”, es decir, una serie de
derechos y libertades que no pueden ser revocadas o modificadas por las mayorías.

De acuerdo con este modelo, las leyes, aunque hayan sido aprobadas por las mayorías y en
cumplimiento de los procedimientos legales, no pueden ser legítimas si restringen o eliminan
los derechos y libertades de las personas, en particular de quienes pertenecen a las minorías
o a los grupos en situación de vulnerabilidad. Por ejemplo, no sería legítimo -al menos en un
país democrático- limitar el derecho al voto de las personas pertenecientes a las minorías
étnicas o de las mujeres.

Tampoco sería legítimo, por decisión de la mayoría, restringir o de plano abandonar los
procedimientos democráticos. Es decir, la decisión de un parlamento que aceptara por
mayoría de votos dejar de ser una democracia e instaurar una dictadura, no contaría con la
legitimidad y validez que requiere la vigencia del Estado de Derecho.

Cuando este tipo de principios no existen, la “ausencia de límites de carácter sustancial, o


sea, de límites a los contenidos de las decisiones legislativas, una democracia no puede – o,
al menos, puede no – sobrevivir: siempre es posible, en principio, que con métodos
democráticos se supriman los mismos métodos democráticos” (Ferrajoli, 2008: 79).

SABÍAS QUE…
El Holocausto y el Apartheid: ¿el racismo institucionalizado y legal?

Algunas visiones tradicionales consideraban que las normas eran legítimas cuando hubiesen
sido aprobadas conforme a los procedimientos establecidos y sin importar si su contenido
fuese justo o no. Bajo esta visión que eliminaba el componente sustantivo de la legitimidad
de las leyes, algunas de las peores atrocidades cometidas por los Estados y las personas -el
73

Holocausto y el Apartheid- podían ser consideradas como actividades legales, pues fueron
Página

aprobadas conforme a los procedimientos vigentes en aquellos momentos.


La visión moderna del Estado de Derecho habla entonces no solo de cómo las leyes se
aprueban, sino sobre cuál es el contenido de estas leyes.
“El gobierno del Apartheid, sus funcionarios y agentes eran responsables de acuerdo con las
leyes; las leyes eran claras, publicitadas y estables, y eran defendidas por los funcionarios
encargados de hacer cumplir la ley y los jueces. Lo que faltaba era el componente sustantivo
del Estado de Derecho. El proceso de elaboración de las leyes no era justo (sólo los blancos,
una minoría de la población, tenían derecho al voto). Y las propias leyes no eran justas:
institucionalizaban la discriminación, conferían amplios poderes discrecionales al ejecutivo y
no protegían los derechos fundamentales. Sin un contenido sustantivo no habría respuesta a
la crítica, a veces expresada, de que el Estado de derecho es “un recipiente vacío en el que
se puede verter cualquier ley” (World Justice Project, 2011: 9).

Esta perspectiva, más amplia y profunda, del Estado de Derecho, pretende proteger a la
ciudadanía frente cualquier abuso de poder que pudiera ser aprobado y apoyado desde las
instituciones del Estado o por mayorías coyunturales.

También busca proteger a la propia democracia de todo tipo de amenazas que pueda
enfrentar, en particular, de los esfuerzos por destruirla “desde adentro”, por los liderazgos
que acceden al poder y lo ejercen de una manera no democrática o que a través del ejercicio
de poder pretenden establecer un régimen autoritario.

De ahí que un Estado de Derecho pueda dejar de serlo y convertirse en un Estado fallido o,
incluso, en algo parecido a un Estado Absoluto o lo que se ha denominado como un
“soberano sin límites” (Vallés 2010). En esta primera expresión del Estado la relación política
básica es entre el soberano -que goza de todo el poder y capacidad política para decidir
sobre todas las cosas- y el súbdito -que es quien se somete al poder del soberano a través
de la sumisión y no tiene libertades ni capacidad de decidir nada sin autorización del poder
absoluto-.

¿QUIÉN DECIDE SI LAS LEYES SON LEGÍTIMAS?

La ley, para ser legítima, tiene que cumplir con los requisitos procedimentales (legalidad) y
de contenido (que no lesionen los derechos ni los principios democráticos). Pero, ¿quién
decide si en cada caso se cumple con ambos requisitos? Esta tarea, de revisar la legitimidad
de las leyes, está a cargo del Poder Judicial y suele llamarse control de constitucionalidad o
revisión judicial. Son los tribunales y las cortes -dependiendo de la estructura legal de cada
país- que tienen el deber de supervisar si todo lo que hacen las autoridades estatales está
conforme a los principios del Estado Democrático de Derecho. En cada país, existen distintos
mecanismos -juicios, recursos o acciones- que pueden ser activados cuando existe alguna
duda respecto de la validez de las normas o de las actuaciones de los órganos de gobierno.
También existen mecanismos especiales que se pueden utilizar cuando quienes rompen con
la legalidad sean las personas.

SABÍAS QUE…
¿Quién creó el control de la constitucionalidad?

John Marshall fue la cuarta persona en ser presidente de la Corte Suprema de los Estados
Unidos y lo hizo por más de 30 años (1801-1835). Sus decisiones transformaron el sistema
jurídico y judicial de los Estados Unidos y tuvieron un impacto muy importante en los
sistemas jurídicos de otros países.

Su decisión más importante se dio en el caso Marbury V. Madison (en 1803), con la cual
estableció la revisión judicial en los Estados Unidos. En la sentencia, Marshall señaló que la
función de los jueces es decir lo que es Derecho (es decir, interpretar la Constitución y las
leyes) y que “una ley contraria a la Constitución es nula, y que los tribunales, además de los
demás poderes, están sometidos a la Constitución.”

¿Cómo el Poder Judicial realiza esta tarea? Los procedimientos específicos pueden variar en
distintos países pero, fundamentalmente, cuando existe la duda acerca de una ley o reforma
a la ley aprobada por el Poder Legislativo, alguien puede expresar esa duda y solicitar que
74

un tribunal constitucional o una Suprema Corte la analicen. Esta solicitud puede ser
presentada por un/a Presidente/a, por un Ombudsman, por los integrantes del Poder
Página

Legislativo o, a veces, por la ciudadanía. Recuerda que una ley válida tiene que serlo en el
aspecto formal y en el contenido. Por ello, cuando la Corte o el Tribunal reciben la solicitud,
primero deben verificar si en la aprobación de la ley se ha cumplido el principio de legalidad,
es decir, si se adoptó siguiendo los procedimientos formales. De no ser así, la Corte va a
declarar que esa ley no es válida y, entonces, esta no podrá ser aplicada ni tendrá impacto
en las personas ni en las decisiones del gobierno. En este caso, la corte ni siquiera va a
preguntarse si el contenido de la ley es democrática.

En el caso contrario, cuando la Corte determina que en la aprobación de la ley se dio en


cumplimiento de la legalidad, va a proceder a analizar su contenido. Este análisis va a
comparar lo que dice la ley con las reglas, principios y valores establecidos por la
Constitución y por los tratados internacionales de derechos humanos (de los que hablamos
en el Módulo 4. Derechos humanos).

SABÍAS QUE…
El Tribunal Constitucional y el control de la constitucionalidad de las leyes en Chile.

El Tribunal Constitucional tiene como función cautelar el principio de supremacía


constitucional, es decir, se encarga de realizar un control de constitucionalidad de las leyes,
resguardando que las instituciones respeten la carta fundamental del Estado. El tribunal
constitucional se compone de 10 miembros; en cuanto a la designación de ellos, se
estructura de la siguiente manera:

3 son elegidos por el Presidente de la República, 4 por el Congreso (2 por cada Cámara) y 3
por la Corte Suprema, duran 9 años en sus cargos y se renuevan cada tres integrantes, esto
es, para otorgarle mayor objetividad al organismo. Los designados deben llevar al menos 15
años de ejercicio profesional de abogados y deben haber destacado en el mundo académico,
universitario, profesional o público.

Entre las principales atribuciones del Tribunal Constitucional destacan:


• Velar por la constitucionalidad de todos los actos jurídicos del Estado como plebiscitos,
autoacordados de la Corte Suprema, Decretos con fuerza de ley, entre otros.
• Resolver contiendas de competencia, es decir, determinar a quién le compete un asunto
cuando existe contienda entre autoridades políticas o administrativas y la Corte Suprema.
• Conocer o pronunciarse sobre inhabilidades legales o constitucionales que afecten a
alguien para ser designado Ministro de Estado o parlamentario y para que puedan continuar
en el cargo.

EN RESUMEN:
Los órganos del Poder Judicial son los encargados de determinar si las leyes y las decisiones
de las instituciones públicas cumplen con el principio de la legalidad y si su contenido
respeta los derechos, las libertades y los valores democráticos.

En una democracia, las leyes que no respetan los principios del Estado de Derecho -la
legalidad, los derechos humanos, las libertades, los principios democráticos- no son
consideradas legítimas y no deben aplicarse. Sin embargo, esto no quiere decir que no se
lleguen a aprobar leyes que violen alguno de los principios del Estado de Derecho. ¿Qué
pasa, entonces, con esas normas irregulares?

Para que una ley sea considerada como ilegítima debe ser declarada como tal por el órgano
competente del Poder Judicial. Sin una declaratoria formal de esta naturaleza, podemos
creer que una ley es injusta, que es incorrecta, podemos creer que nos afecta
negativamente -pero eso no necesariamente quiere decir que sea ilegítima-. Por eso son tan
importantes los procesos de control que realizan las Cortes y los Tribunales. Cuando una ley
llega a ser considerada contraria a la Constitución o a los tratados internacionales, o cuando
se declara que hubiese sido aprobada violando los procedimientos, las Cortes o los
Tribunales declaran que pierde la validez, es decir, que no puede seguir siendo aplicada.
Este tipo de declaración se puede hacer para toda una ley, y entonces es como si esta nunca
se hubiera aprobado. O puede ser para un “cachito” de la ley -pequeño o grande- y entonces
75

el Poder Judicial debe señalar si es necesario que el Poder Legislativo emita una nueva ley o,
Página

si no es así, cómo debe entenderse las normas que permanecen válidas.


EN RESUMEN:
1) En una democracia no se pueden aplicar las leyes contrarias a los principios del Estado de
Derecho.

2) Cuando una ley -o parte de una ley- es declarada inconstitucional por un órgano del
Poder Judicial, esta norma se deja de aplicar en el caso que analizan o, en algunos casos, es
expulsada del sistema jurídico (es decir, pierde la validez para siempre).

TEMA 3. EL ACCESO A LA JUSTICIA.

¿QUÉ ES EL ACCESO A LA JUSTICIA?

El acceso a la justicia es la capacidad de las personas de buscar y obtener un recurso -por


ejemplo, un juicio- a través de las instituciones formales o informales de justicia para exigir
que se les reconozcan y protejan sus derechos. Se trata de un principio básico del Estado de
Derecho: sin acceso a la justicia, las personas no pueden defender sus derechos y no
pueden frenar los abusos que sufren por parte de los órganos estatales, las autoridades u
otras personas.

Para que el acceso a la justicia sea efectivo para todas las personas, es necesario que los
gobiernos tomen medidas que permitan el acceso más amplio posible a la justicia,
promuevan la educación sobre derechos y la cultura de la legalidad, proporcionen la
representación legal gratuita y adecuada, así como el trato justo e igualitario para las
personas que acuden a los tribunales. El hecho de que las personas conozcan, valoren y
defiendan que exista un Estado de Derecho no es una cuestión menor. Es la savia que
garantiza que, esa manera de regular la convivencia, persista. Para promover la cultura de
la legalidad y ser responsables con lo que ocurre en nuestra comunidad es importante partir
de estos principios:

 Interesarnos y conocer las normas básicas que nos regulan.


 Respetar las normas.
 Rechazar y denunciar los actos ilegales.
 Colaborar con las dependencias del sistema de seguridad y procuración de justicia.

Sin embargo, el sistema judicial no siempre funciona bien para todas y todos y a veces la
gente no puede acceder a la justicia. Muchas veces la gente no conoce sus derechos y eso
hace que no le parezca importante luchar por ellos. Es más, algunos sectores de la
comunidad son mucho más vulnerables que otros. No hay acceso a la justicia cuando la
ciudadanía (especialmente los grupos marginados) temen al sistema, lo ven como algo
ajeno, no confían en las personas que ejercen la justicia y no acceden a él por miedo de
sufrir mayores abusos o injusticias. Tampoco lo hay cuando el sistema de justicia es
económicamente inaccesible, cuando las personas no cuentan con apoyo de especialistas
(abogados/as), cuando no tienen información, recursos o conocimiento de los derechos y de
la manera en que deben proceder para que se atienda y resuelva su caso o cuando hay un
sistema de justicia débil. Cuando esto ocurre, las personas se encuentran indefensas frente
al Estado y frente a las violaciones a sus derechos.

Por el contrario, cuando el acceso a la justicia es un derecho adecuadamente garantizado en


una sociedad, las personas pueden con facilidad obtener la información correcta sobre la ley
y cómo se aplica a ellas, entender cuándo tienen un problema legal y saber qué hacer al
respecto, obtener la ayuda adecuada para un problema legal (por ejemplo, de abogado/a) y
ser capaz de entender el resultado, y asegurarse de que su voz es escuchada cuando se
hacen las leyes.

EN RESUMEN:
1) El acceso a la justicia es la capacidad de las personas de buscar y obtener un recurso a
través de las instituciones formales o informales de justicia para exigir que se les reconozcan
76

y protejan sus derechos.


Página

2) El acceso a la justicia es un principio fundamental del Estado de Derecho.


¿CÓMO DEBE SER EL ACCESO A LA JUSTICIA?

La democracia promete a la ciudadanía una justicia igualitaria ante la ley. Pero para muchas
personas que enfrentan dificultades y problemas legales -situaciones tan graves como
desahucios, ejecuciones hipotecarias, cobros de deudas, despidos, denegación de
prestaciones, denegación de asistencia sanitaria, violencia, abuso, explotación, divorcio,
crisis financiera, y tan sencillas como multas de tráfico-, la promesa de una justicia
igualitaria no se cumple. La complejidad de la ley y de los procesos legales, la desigualdad
entre la gente común y los adversarios poderosos (como el gobierno, las empresas, los
bancos), los costos de contratar a un/a abogado/a, el miedo que muchas personas tienen a
la autoridad gubernamental, la creencia de que el sistema es parcial y está amañado en su
contra… estos y muchos otros obstáculos se interponen en el camino de la justicia.

Garantizar el acceso efectivo a la justicia para toda la población no resulta una tarea
sencilla, sino que requiere de importantes esfuerzos por parte del Poder Judicial, de todo el
gobierno y también de cada uno y cada una de nosotros y nosotras que considera que ese
es un valor en sí mismo. El acceso a la justicia se compone de una serie de elementos que
pretenden garantizar su efectividad. En primer lugar, es necesaria la existencia de un Poder
Judicial competente, pronto, expedito e imparcial, que imparta justicia a través de tribunales
accesibles (hablaremos de eso en el siguiente apartado). En segundo lugar, los
procedimientos judiciales deben ser eficaces, próximos y asequibles. En tercer lugar, se
requiere de igualdad de todas las personas frente a la ley. De ahí que sea tan importante
tomar en consideración que las personas somos diversas y enfrentamos múltiples
desigualdades.

El acceso a la justicia debería ser gratuito o, de ser necesario, las cuotas establecidas por
este no deberían constituir una barrera para la presentación de un caso ante un tribunal. La
necesidad de pagar una cuota para poder presentar una demanda puede resultar un
impedimento que excluya a significativas porciones de la población del acceso a la justicia.

Por ello es fundamental que el Estado garantice el acceso gratuito o mecanismos que
eliminen esta carga para las personas que no están en condiciones de solventarla. También
debe garantizarse la representación y/o asesoría legal que, además, debe estar al alcance
económico, social y cultural de las personas.

La igualdad implica que todas las personas que lo necesiten deban tener posibilidades de
acceder a la justicia y que los gobiernos deben eliminar las barreras que impiden su uso. El
acceso efectivo a la justicia puede ser particularmente difícil para las personas
pertenecientes a los grupos en situación de vulnerabilidad. Las personas de escasos
recursos, sin acceso a la educación formal, que no hablan la lengua oficial, que tienen
alguna discapacidad, están privadas de su libertad o pertenecen a grupos minoritarios, con
frecuencia enfrentan dificultades para lograr presentar sus casos ante un tribunal y para
recibir protección de sus derechos. Para mejorar su situación, en 2008 la XIV Cumbre
Judicial Iberoamericana, realizada en Brasilia (Brasil), adoptó un conjunto de 100 reglas que
consagran los estándares básicos para garantizar el acceso a la justicia de las personas en
condición de vulnerabilidad. Las 100 reglas de Brasilia incluyen, entre otras, derechos a la
asistencia legal, a un intérprete, a comprender el alcance y significado de las decisiones
judiciales o a que se protejan sus datos, imagen e intimidad.

EN RESUMEN:
El Estado debe garantizar a todas las personas el acceso a la justicia pronta, imparcial,
expedita, impartida por tribunales accesibles.

¿CÓMO DEBEN SER LAS INSTITUCIONES QUE GARANTIZAN EL ACCESO A LA


JUSTICIA?

El garantizar el acceso a la justicia es un desafío complejo y requiere de instituciones sólidas


y comprometidas con la protección de los derechos humanos y valores democráticos. Los
tres Poderes del Estado -Ejecutivo, Legislativo y Judicial- deben respetar los límites
constitucionales y mantener constantes esfuerzos para garantizar los derechos y las
77

libertades de las personas, y para mantener los equilibrios entre los poderes necesarios en
una democracia. El Poder Judicial juega un papel central en asegurar el acceso a la justicia
Página

para todas las personas. Son las Cortes y los Tribunales los órganos estatales encargados de
impartir la justicia, para lo cual deben cumplir con altos estándares en su desempeño, en
particular en relación al profesionalismo, objetividad e imparcialidad.

¿Cómo asegurar que los órganos de justicia cumplan su papel adecuadamente? Para que
esto ocurra, las democracias tienen que adoptar diseños legales eficientes, asegurar la
calidad de los procesos de designación de quienes integren los órganos de justicia,
incorporar los mecanismos que promuevan su independencia y adoptar las políticas públicas
que permitan su actuación eficaz. Pero, ¿qué significa todo eso?

Karl Popper, un filósofo austriaco, solía decir que las instituciones deben ser como los
barcos: bien diseñados y bien tripulados. El diseño de las instituciones es fundamental, pues
si estas no cuentan con las facultades necesarias o éstas no son lo suficientemente robustas,
no serán capaces de desempeñar sus funciones. En el caso de los órganos de justicia, el
diseño legal abarca tanto las decisiones sobre la estructura del Poder Judicial como sobre los
mecanismos que el sistema establece. Los países democráticos suelen tener un tribunal
constitucional encargado de revisar si las leyes adoptadas cumplen con la Constitución y con
los tratados internacionales, una Suprema Corte que se dedica a revisar las decisiones de las
instancias inferiores, así como una estructura de tribunales especializados (por ejemplo, en
los asuntos laborales, fiscales o administrativos) y otros más a cargo de la resolución de las
disputas entre las personas (tribunales civiles) y de impartir la justicia penal.

En cuanto a los mecanismos de acceso a la justicia, los países democráticos suelen


establecer una amplia gama de estos, para asegurar que todas las personas puedan
presentar ante el Poder Judicial todo tipo de demandas o controversias y que, incluso, lo
puedan hacer las propias autoridades. Así, con frecuencia podemos encontrar mecanismos
que permiten defender los derechos de las personas frente a las instituciones del Estado
(como el amparo), para buscar justicia en los casos de conflictos entre particulares
(demandas civiles) o en casos de crímenes y delitos (demandas penales). Las autoridades
estatales cuentan con mecanismos especiales para usar cuando sospechan que una ley
puede ser violatoria de la Constitución (acciones de inconstitucionalidad) o cuando entran en
conflicto con otras autoridades, por ejemplo sobre cuál de ellas es competente para llevar a
cabo ciertas actividades (controversias constitucionales). Por supuesto, todos estos
mecanismos deben estar previstos por la legislación.

La tripulación de los barcos, o quienes integran el Poder Judicial, tienen que cumplir con una
serie de requisitos para poder desempeñar de manera adecuada sus funciones. Por
supuesto, tienen que ser abogadas y abogados, es decir, haber concluido los estudios de
Derecho; sin ello, no es posible ser juzgador/a, procurador/a o defensor/a. Además,
dependiendo de los puestos específicos, se exige que las personas tengan cierta experiencia
en los cargos previos (por ejemplo, para integrar las Cortes Supremas se requiere de una
mayor experiencia que para ocupar funciones en un juzgado menor). También es común que
para desempeñar ciertas funciones, como ser juzgadores/as o defensores/as, las personas
tengan que presentar un examen especializado mediante el cual se revise que tengan
conocimientos especializados y profundos. Para acceder a los cargos más altos dentro de la
carrera judicial suelen implementarse además procedimientos que involucren la participación
de los otros poderes -Ejecutivo y Legislativo- para dotar de legitimidad a quienes encabecen
el Poder Judicial de un determinado país.

Para garantizar la independencia de quienes integran el Poder Judicial se suelen


implementar, además de los mecanismos que garantizan los conocimientos y el expertise de
sus miembros, algunas medidas adicionales, como periodos extensos de ejercicio de las
funciones (en algunos casos pueden ser puestos vitalicios, como pasa con quienes integran
la Corte Suprema de los Estados Unidos), la inamovilidad (imposibilidad de remover a una
persona juzgadora de su función) o la inmunidad (no pueden ser sancionados o encarcelados
por las decisiones que toman).

EN RESUMEN:
1) La libertad es un concepto antiguo que fue evolucionando y se ha convertido en una
conquista de la humanidad.

2) La libertad es la idea que considera que las personas deben ser autónomas, ser agentes
78

de sus propias vidas y deben, entonces, poder tomar sus propias decisiones para vivir la
vida como mejor les parezca.
Página
TEMA 4. LOS LÍMITES AL PODER

¿POR QUÉ EL PODER NECESITA LÍMITES?

“Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” –


seguramente has escuchado en algún momento esta frase que Lord Acton, un erudito inglés,
escribió en el siglo XIX. Acton expresaba en esta frase la idea de que el poder puede ser
utilizado para hacer el bien o para hacer el mal, y que genera importantes tentaciones a
quienes lo ejercen para imponer su voluntad, para realizar sus fines -que en ocasiones
pueden ser nobles- a través de medios dudosos.

¿Recuerdas a Weber, el sociólogo alemán, que aportó a la Ciencia Política las definiciones del
Estado y el concepto y la tipología de la legitimidad? Pues el mismo Weber, en sus
reflexiones sobre el papel de la ética en el ejercicio de la política, distingue entre la ética de
la convicción y la ética de la responsabilidad. La primera, la ética de la convicción, se rige
únicamente por principios morales y considera que siempre y, por encima de todo, se deben
respetar estos principios. Por ejemplo, si uno de los principios que se adoptan es la verdad,
la mentira se convierte en un mal, siempre e independientemente de las circunstancias. La
segunda, la ética de la responsabilidad, en cambio, considera que el criterio último para
decidir son las consecuencias de cada acción, entendiendo que las buenas acciones -como
por ejemplo decir la verdad- en ocasiones pueden generar daño o lastimar a las personas.

Para Weber, una persona debería guiarse por una mezcla de ambas perspectivas; a sus
ojos, “la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción no son términos opuestos
entre sí; son elementos complementarios que deben concurrir a la formación del hombre
auténtico, a la formación del hombre que pueda tener ‘vocación política’” (Weber, 2007:
177). Sin embargo, le preocupaban aquellas personas que ponían la ética de la convicción
por encima de todo, porque advertía que esta tiene un elemento mesiánico que permite
evadir la responsabilidad de las acciones realizadas, pues las justifica a partir de un fin que
pretende alcanzar: la igualdad, la verdad, la salvación. A estas personas, que buscan un fin
ulterior y la grandeza que implica, se aplican otras palabras de Lord Acton: “Los grandes
hombres son casi siempre malos”.

El poder necesita límites, para que quienes lo ejerzan no puedan guiarse únicamente por la
ética de la convicción, sino que tengan que asumir la responsabilidad por sus actos, tal y
como lo postula la ética de la responsabilidad.

En otras palabras: los objetivos del ejercicio del poder -la igualdad, el desarrollo, el
bienestar- pueden ser muy nobles y definitivamente vale la pena perseguirlos como metas
para nuestra sociedad. Pero en el camino a alcanzar esos fines no es válido violar los
derechos y las libertades de las personas o ignorar la ley. Al menos esto no puede ocurrir en
una democracia.
De esta manera, al exigir de quienes gobiernan la responsabilidad por sus actos y sus
consecuencias, se logra la protección de nuestros derechos y de nuestra democracia. La idea
del Estado de Derecho apunta precisamente a la necesidad de introducir los límites al
ejercicio del poder, para que quienes lo ejerzan no puedan hacer cualquier cosa que se les
ocurra, en el momento que se les ocurra y con los métodos que escojan. En una democracia,
las decisiones que tomen las autoridades deben estar encaminadas a fortalecer los derechos
y libertades, a la mejora de la calidad de vida de las personas, a la profundización del propio
régimen democrático. Y en su realización también se deben respetar los derechos, las reglas
y los procesos democráticos.

En algunas ocasiones puede ser que parezca que estos procesos son lentos, que son
ineficientes, que retrasan o, incluso, impiden que se realicen los cambios que consideramos
necesarios. Sin embargo, la lógica de estos procesos -incluso, el hecho de que sean
pausados- obedece, precisamente, a la necesidad de imponer los límites al poder. Las
transformaciones sociales y normativas que buscan el poder deben ser bien pensadas,
analizadas en cuanto a sus objetivos y consecuencias, y deben ser debatidas ampliamente
para lograr el apoyo de amplios sectores de la sociedad y, con ello, garantizar la legitimidad
de esas decisiones. Así es como se debe ejercer el poder en una democracia.
79

EN RESUMEN:
1) El poder político requiere de los límites -establecidos por el Estado de Derecho- para
Página

evitar que en su ejercicio se violen los derechos humanos y las libertades de las personas.
2) Los límites al ejercicio del poder son necesarios para garantizar que su ejercicio sea
responsable por los resultados obtenidos y por los medios empleados.

¿DE QUÉ MANERA EL DERECHO LIMITA AL PODER?

Uno de los fundamentos de la democracia es la existencia de los límites al poder. Estos


límites los establece el Estado de Derecho a través de la exigencia sobre los procedimientos
de toma de decisiones -la legalidad- y los contenidos de estas decisiones -el respeto a los
derechos y libertades y los principios democráticos-. Las decisiones públicas que no cumplan
con estos dos requisitos simplemente no pueden ser consideradas válidas en una
democracia.

El proceso en el cual el Estado de Derecho limita al poder es altamente complejo. Participan


los tres Poderes del Estado: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. El Poder Legislativo es
quien -lo dice su nombre- legisla, es decir, aprueba las leyes bajo las cuales va a actuar el
mismo Congreso, los otros dos Poderes, así como todas las personas, los actores políticos,
las empresas, entre otros. Todas las personas y todas las instituciones que existen y actúan
en el marco de un Estado tienen la obligación de cumplir con la legislación vigente. En este
sentido, el Poder Legislativo plantea los grandes objetivos o dirección en la cual se debe
desarrollar el Estado y establece las rutas que se deben seguir para ello. Por ejemplo, si
pensamos en la política educativa, es el Congreso quien aprueba las leyes que pueden
establecer la gratuidad de la educación, los principios que se deben seguir para garantizar el
acceso y una determinada calidad de la educación.

El Poder Ejecutivo se hace cargo de la gestión cotidiana del Estado y la realiza a través de
las políticas públicas y gestión administrativa. Quien encabeza el Poder Ejecutivo -el
Presidente y su gabinete, el Primer Ministro y su gobierno- diseña las políticas específicas
encaminadas a lograr los objetivos del Estado. La administración pública abarca las distintas
instancias del gobierno que realizan funciones determinadas y prestan servicios a la
población: aquí entran, por ejemplo, las escuelas, los servicios de salud y la policía, entre
muchas otras dependencias. Todas estas dependencias analizan la situación de las personas
y diseñan las políticas más idóneas para mejorar la calidad de vida de todas y todos.

El Poder Judicial, a su vez, es el encargado de la impartición de la justicia. Quienes lo


integran -jueces y juezas- estudian los casos que suponen conflictos entre personas y entre
las autoridades, interpretan las leyes, determinan las responsabilidades por posibles
violaciones a la ley e imponen sanciones a quienes resulten responsables. Su función es
fundamental para que todas las personas y todas las autoridades respeten la ley y los
principios de la democracia. Los tres poderes del Estado están vinculados por los límites que
establece la ley, en especial, la Constitución y los tratados internacionales. Es por eso que
actúan como “pesos y contrapesos” ya que son relaciones mutuas de autoridad que les
permite a los Poderes controlarse unos a otros. El entramado de las leyes y de las relaciones
entre las instituciones establece una constante vigilancia y equilibrio de poder entre ellas. Es
de esta manera que el Derecho establece las limitaciones al poder.

EN RESUMEN:
1) El Estado de Derecho establece las limitaciones al poder al fijar las reglas para su
ejercicio y establecer un sistema de equilibrios en el cual ningún órgano del Estado cuenta
con el poder absoluto.

2) Para limitar al poder es necesaria la división de este -entre los poderes Legislativo,
Ejecutivo y Judicial- y una constante vigilancia mutua entre estos (y de estos) para
garantizar que ninguno actúe fuera del marco de la ley.

TEMA 5. EL ESTADO DE DERECHO, LOS DERECHOS HUMANOS Y LA


80

DEMOCRACIA
Página

El Estado de Derecho, al establecer los límites al ejercicio del poder, se convierte en una de
las piezas clave en el funcionamiento de la democracia. Podríamos imaginarnos que el
Estado de Derecho, con todos sus principios y reglas, es una especie de camisa de fuerza
que restringe los movimientos de quien la lleva fuera de cierto rango aceptable. O que es
como las líneas con fantasmas colocadas en una autopista -que son visibles de día y de
noche- y que indican por dónde hay que seguir el camino para llegar sano y a salvo a tu
destino. En el caso de los caminos de la democracia, estos pueden llevar únicamente a dos
destinos: la garantía de los derechos humanos y el fortalecimiento de la democracia.

EL ESTADO DE DERECHO COMO GARANTE DEL RESPETO DE LOS DERECHOS

Todo el entramado del Estado de Derecho -sus reglas y principios, las leyes que lo
sostienen, las instituciones que existen para garantizarlo- tiene, como la finalidad más
importante, la protección, el respeto y el fortalecimiento de los derechos y las libertades de
las personas. Los documentos centrales para la existencia y funcionamiento de cualquier
Estado democrático son su Constitución y los tratados internacionales, y estos tienen la
función principal de la protección de los derechos humanos (como vimos en el Módulo 4).

A través de los mecanismos del Estado de Derecho, entonces, se establecen las reglas sobre
qué derechos son reconocidos en un país dado y cuáles son los mecanismos para buscar su
protección y realización efectiva. Una vez reconocidos los derechos, los órganos de gobierno
-en especial las dependencias de la administración pública- tienen la responsabilidad de
generar las condiciones necesarias para que cada persona pueda ejercer sus derechos
plenamente. Esto se lleva a cabo a través del diseño e implementación de las políticas
públicas, por ejemplo, para garantizar el acceso universal a la educación, para otorgar las
pensiones a las personas retiradas o para apoyar la alimentación de las niñas y los niños

Además de las políticas que deben garantizar los derechos, el Estado debe también
implementar los mecanismos para proteger los derechos y hacerlos efectivos en la práctica.
Como vimos en el apartado ¿Quién decide si las leyes son legítimas?, la existencia del
Estado de Derecho exige la adopción de mecanismos que permitan a cualquier persona
defender sus derechos cuando considere que estos han sido violados o disminuidos. Este
aspecto del funcionamiento del Estado de Derecho es, quizá, el elemento central para
alcanzar la protección de los derechos humanos a través de la revisión que de las decisiones
del poder realizan las cortes y los tribunales.

SABÍAS QUE…
Judicialización de la política y activismo judicial

Es la creciente intervención de los tribunales y jueces para dirimir desacuerdos políticos. Los
actores políticos, en vez de resolver sus diferencias en los espacios políticos o mediáticos,
suelen llevar sus controversias a los jueces sin que muchas veces haya base legal para ello.
Estas prácticas han llevado a un incremento del “activismo judicial” debido a un mayor
número de litigios entre ciudadanos y ciudadanas; un mayor intervencionismo estatal en la
actividad social; las transformaciones culturales y actitudinales de las últimas décadas
relacionadas con la ampliación de derechos y un mayor reconocimiento de la igualdad y la
inclusión, entre otros.

Desde el surgimiento del Sistema Universal y del Sistema Interamericano de Derechos


Humanos (¿recuerdas que hablamos de ellos en el Módulo 4?), las instancias del Poder
Judicial han adquirido cada vez mayor relevancia como los órganos encargados de ejercer el
control de los actos y decisiones del Poder Legislativo y del Poder Ejecutivo. A través de este
fenómeno, llamado judicialización de la política, las Cortes y los Tribunales han tomado cada
vez más decisiones importantes que obligan a los otros poderes del Estado a limitar la
arbitrariedad de sus decisiones, a rendir cuentas y, lo más importante, a garantizar los
derechos humanos.

En muchos lugares fueron precisamente las Cortes las que determinaron el reconocimiento
de algunos derechos humanos. Por ejemplo, la Suprema Corte de Justicia de los Estados
Unidos fue la responsable por acabar con la segregación en las escuelas e impulsar la
igualdad de oportunidades educativas para todas las personas (en el famoso caso Brown
contra Consejo de Educación). En España, el Tribunal Constitucional reconoció el derecho de
las personas a conciliar la vida personal y la vida laboral, obligando a las empresas a facilitar
81

la selección de los horarios y la búsqueda de otras medidas que garanticen este derecho
Página

(sentencia 26/2011). En México, la Suprema Corte de Justicia de la Nación fue la que


reconoció el derecho al matrimonio igualitario (acciones de inconstitucionalidad 29/2018 y
40/2018) y despenalizó el aborto (acción de inconstitucionalidad 148/2017).

Los órganos del Poder Judicial juegan un papel fundamental en este proceso de protección y
ampliación de los derechos. Sin embargo, es indispensable reconocer que esto es posible
gracias a que la ciudadanía exige la justicia y presenta sus demandas ante los órganos de
justicia. En este sentido, son particularmente importantes los litigios estratégicos, que
resultan muy útiles para promover los cambios en la interpretación de las normas, la
eliminación de las normas o el reconocimiento de los nuevos derechos.

La promoción de los litigios estratégicos ha sido fundamental, por ejemplo, en el


fortalecimiento de las cuotas y de la paridad de género a favor de incrementar la
representación política de las mujeres en nuestro país. Así, a través de la definición de las
leyes y su efectiva aplicación, siempre acorde a los principios constitucionales y legales, el
Estado de Derecho se ha convertido en un pilar de la democracia que permite materializar su
principal finalidad: la de proteger los derechos y las libertades de todas las personas.

EN RESUMEN:
1) El Estado de Derecho contribuye a la protección de los derechos humanos a través del
establecimiento de las leyes que los reconocen, amplían y garantizan.

2) El Estado de Derecho permite también que el Poder Judicial cumpla su función de revisar
y controlar el ejercicio del poder por las autoridades estatales, siempre con el objetivo de
garantizar los derechos de las personas.

EL ESTADO DE DERECHO COMO GARANTE DE LA DEMOCRACIA

Cuando pensamos en la democracia, con frecuencia la asociamos, fundamentalmente, con


las decisiones tomadas por la mayoría de las personas. Y es cierto: la regla de la mayoría es
un eje central del ejercicio democrático que asegura que las decisiones son respaldadas por
un grupo significativo de las y los integrantes de la comunidad. Sin embargo, reducir la
democracia a las decisiones mayoritarias sería incorrecto, pues este régimen político busca
garantizar los derechos, las libertades y la igualdad para todas las personas, no solo aquellas
que pueden formar una mayoría a favor o en contra de alguna decisión.

Además, si pensáramos que la democracia equivale a la regla de la mayoría, y que son la


mayoría de las personas las que toman las decisiones -la ciudadanía en un referéndum o las
y los representantes en el Congreso-, esto significaría que la democracia podría destruirse a
sí misma. ¿Qué pasaría si las y los legisladores decidieran algún día suspender los
procedimientos democráticos y decidir que el presidente va a ejercer sus funciones de
manera vitalicia? ¿Qué ocurriría si decidieran que sólo los que cumplen determinadas
características raciales o defienden determinadas ideas son los que pueden tomar las
decisiones de la comunidad mientras los que son étnicamente distintos o los que los que
piensen distinto no pueden participar?

Como ya sabes -porque lo discutimos en el apartado ¿Cuándo las leyes son legítimas?- esas
decisiones no serían válidas en una democracia. Y es así precisamente gracias al Estado de
Derecho. Son los principios del Estado de Derecho los que impiden que las autoridades
hagan cualquier cosa o que las decisiones de las mayorías atropellen los derechos de las
minorías o que, incluso, eliminen a la democracia. Es por ello que Norberto Bobbio sostenía
que la democracia es “el gobierno de las leyes por excelencia” (Bobbio, 2008: 189). A sus
ojos, la democracia (como la paz, de la que hablaremos en el Módulo 6) es el fruto del
derecho.

Podemos decir que la democracia es el gobierno de las leyes en los dos sentidos que esta
expresión tiene. Es el gobierno sujeto a derecho, es decir, donde los gobernantes están
limitados por el derecho entendido como una norma general y abstracta que es la máxima
expresión de la voluntad del soberano y, al mismo tiempo, protege a las minorías. Es
también el gobierno a través del derecho: mediante leyes y no mediante mandatos
individuales y concretos (Bobbio, 2008: 173-174).
82

En esta manera de ver la democracia, podemos observar el papel central del Derecho y de
las Cortes y los Tribunales, como las instituciones encargadas de mantener la vigencia de las
Página

normas, garantizar la legalidad de las decisiones desde el punto de vista formal y sustantivo,
para poder proteger a la democracia y sus valores incluso ante sí misma.
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 Vallès, Josep María. 2010. Ciencia Política. Una introducción. Barcelona: Ariel.
 Weber, Max. 2007 [1919]. El político y el científico. Ciudad de México: Alianza
Editorial.
 World Justice Project. 2011. Rule of Law Index 2011.

DOCUMENTO 6. El estado de bienestar y las políticas de


austeridad,
Por Andrew Gamble12. En La Era de la Perplejidad. Repensar el
Mundo que conocíamos, Madrid, BBVA, 2017.
URL:
https://www.bbvaopenmind.com/articulos/el-estado-de-
bienestar-y-las-politicas-de-austeridad/

12
Profesor de Política en la Universidad de Sheffield y Profesor Emérito de Política en la Universidad de Cambridge.
83

Es Miembro de la Academia Británica y de la Academia de Ciencias Sociales. Sus libros más recientes son Crisis
Without End? The Unravelling of Western Prosperity (2014) y Can The Welfare State Survive? (2016). Fue coeditor
Página

de Political Quarterly y de New Political Economy durante más de diez años, y ha publicado extensamente sobre
economía política, política británica y teoría política. En 2005 recibió el Premio Isaiah Berlin de la Asociación de
Estudios Políticos del Reino Unido por su contribución, durante toda su carrera, a los estudios sobre política.
El estado de bienestar se enfrenta a desafíos intelectuales y políticos que
cuestionan su razón de ser, su legitimidad y su eficacia. El desarrollo del
estado de bienestar ha pasado por fases bien definidas. Durante la primera
mitad del siglo xx, los derechos sociales se ampliaron progresivamente a
todos los ciudadanos, en la década de 1970 se recortaron y en la de 1990
surgieron nuevas ideas sobre la inversión social. Tras el crac financiero de
2008 y la gran recesión económica, entramos en una fase caracterizada por
la adopción de programas de austeridad. El futuro del estado de bienestar
está, una vez más, en cuestión, y para sobrevivir necesita reformas
continuas y una nueva visión de ciudadanía democrática.

En la actualidad, el Estado de bienestar se está enfrentando a una lucha por la supervivencia


en varios frentes13. El primero consiste en una batalla intelectual. Todos estamos de acuerdo
en que necesitamos bienestar (el estado en que las cosas nos van bien o estamos bien),
pero ¿necesitamos un Estado de bienestar que nos lo proporcione? ¿Existen otros medios
mediante los cuales pueda asegurarse el bienestar de las personas? En segundo lugar, hay
una batalla política centrada en si el Estado de bienestar es asequible, especialmente en
épocas de crisis, períodos de austeridad y de crecimiento lento como el que el mundo
occidental ha estado soportando desde el crac financiero de 2008. Una de las paradojas del
Estado de bienestar es que las sociedades más ricas se convierten en los gobiernos menos
capaces o dispuestos a financiar el bienestar de forma colectiva. En tercer lugar, tenemos
una batalla de políticas. ¿Puede el Estado de bienestar adaptarse a unas circunstancias y
tendencias cambiantes, o se han vuelto sus propias instituciones y estructuras demasiado
inflexibles e incapaces de reformarse para estar a la altura de los retos de unas sociedades
en constante cambio?

Estas batallas han estado librándose durante mucho tiempo. Ninguna de ellas es
particularmente nueva, pero las preguntas que anidan en ellas han adquirido una nueva
importancia. Parece que fue hace mucho cuando T. H. Marshall celebró el asentamiento del
Estado de bienestar tras la guerra como un triunfo de la ciudadanía democrática, añadiendo
derechos sociales a las anteriores obtenciones de derechos civiles y políticos14. La creación
de un Estado de bienestar fue considerada un indicador del éxito económico y madurez
política, reflejo institucional y de los principios del compromiso que habían evitado que las
democracias capitalistas occidentales se desintegraran. Los estados de bienestar
constituyeron los medios para conciliar la democracia y el capitalismo, mediante la
protección de las instituciones de las economías capitalistas, sobre todo la propiedad
privada, pero también de los intereses de todos los ciudadanos a través de la acumulación
de recursos para proporcionar a cada uno de ellos un mínimo básico y de oportunidades a lo
largo del ciclo vital. Seguía existiendo el conflicto sobre cuán generoso debía ser ese
mínimo, pero el principio fue ampliamente aceptado y se convirtió en parte del marco rector
para todas las democracias capitalistas avanzadas.

Pese a ello, este período parece, en retrospectiva, efímero. Desde la crisis de estanflación en
la década de 1970 ha habido, por lo que respecta a los servicios públicos, una austeridad
interminable y crisis fiscales. Los servicios públicos han recibido una pobre financiación y
han sido objeto de controversias sobre los niveles de derechos, costes y calidad. Esto ha
conducido a una presión continua para la reestructuración, la reorganización y la búsqueda
de eficiencias en la actual provisión de servicios. Para mucha gente implicada en el
suministro de servicios primarios, el Estado de bienestar ha parecido estar siempre bajo
asedio.

EL CONTEXTO HISTÓRICO DEL ESTADO DE BIENESTAR

Para entender los problemas y los desafíos actuales del Estado de bienestar es importante
situarlo históricamente y comprender la complejidad de su desarrollo ideológico y político.
En sus orígenes era un proyecto tanto de la izquierda como de la derecha. En esta última,
durante el siglo XIX, destacados estadistas conservadores y empresarios, entre los que se
incluían Bismarck y Joseph Chamberlain, defendían los programas de bienestar como forma
de incorporar mano de obra y mitigar el atractivo de los movimientos anticapitalistas, que
estaban desarrollándose con mucha rapidez. Estaban de acuerdo en que debían moderarse
los extremos de la desigualdad y en que debían proveerse servicios colectivos para
84
Página

13
Los argumentos de este ensayo se desarrollan en A. Gamble, Can the Welfare State Survive?, Cambridge, Polity,
2016.
14
T. H. Marshall, Citizenship and Social Class, Cambridge, Cambridge University Press, 1950.
proporcionar a cada ciudadano una seguridad y oportunidades razonables. Los programas de
bienestar resultantes supusieron una respuesta moral ante las dificultades de los
trabajadores mal remunerados, además de ser una respuesta política ante el ascenso de los
movimientos radicales de la clase trabajadora y una respuesta pragmática a la necesidad
que estaban experimentando todas las grandes potencias con unos trabajadores y
ciudadanos más sanos y con mejor educación.

El Estado de bienestar, tal y como se desarrolló, estaba íntimamente relacionado con los
proyectos de progreso nacional y de creación de una ciudadanía cohesionada. Expresaba un
nuevo colectivismo que tenía defensores en la izquierda y en la derecha. Tratar a las
naciones como comunidades de destino hizo que los estados tuvieran la obligación de
asegurar el bienestar de los ciudadanos. Esto implicaba un alejamiento de las ideologías del
laissez-faire y del liberalismo económico. Como tal, formaba parte de una reacción más
amplia ante el mercado autorregulado y reflejaba el deseo de un Estado más activo e
intervencionista15. Elementos importantes de las clases gobernantes de Europa de finales del
siglo XIX aceptaron que había que reformar radicalmente el capitalismo para evitar la
posibilidad de una revolución social mediante la provisión de un mínimo básico de seguridad,
oportunidades e ingresos a todos los ciudadanos en cada etapa del ciclo de su vida. Este
cambio en las actitudes ayudó a transformar la política occidental e hizo posible la
reconciliación del capitalismo con la democracia que muchos no habían creído posible en el
siglo XIX. Sigue siendo el rompiente contra el cual los intentos de desmantelar los estados
de bienestar se han ido a pique.

Los estados de bienestar desarrollados por los conservadores tendían a ser limitados en
alcance y ambición, pero abrieron el camino para que el Estado incrementara sus poderes y
extendiera sus operaciones, y esto fue usado por los políticos centristas y socialdemócratas
para profundizar y universalizar el Estado de bienestar. Una de las inspiraciones para esta
oleada de reforma democrática social fue el Informe Beveridge, publicado en el Reino Unido
durante la guerra, en 1943. Beveridge identificó a los cinco gigantes de la necesidad, la
holgazanería, la enfermedad, la ignorancia y la miseria. Este marco proporcionó la base para
la implantación de programas universales de seguridad social, pleno empleo, sanidad,
educación y vivienda, financiados mediante niveles mucho más altos de impuestos16. En
términos cuantitativos, los cambios fueron espectaculares. El Reino Unido, por ejemplo,
tenía unos índices muy bajos de gasto público y de impuestos en el siglo XIX; menos del 10
por ciento de la renta nacional antes de 1914. Después de la Primera Guerra Mundial y de
otorgar el sufragio universal, esta cifra ascendió al 20-30 por ciento entre 1920 y 1940. Tras
la Segunda Guerra Mundial el nivel volvió a aumentar, hasta el 38-45 por ciento; el 20-25
por ciento de esto representaba el gasto social. Esta transformación del papel del Estado en
las democracias capitalistas y la larga bonanza económica que empezó en la década de
1950, fueron las que convencieron a muchos observadores de que se había descubierto el
secreto del capitalismo democrático estable y próspero17.

DE LOS RECORTES EN BIENESTAR A LAS INVERSIONES SOCIALES

Sin embargo, este período resultó ser transitorio. Le siguió la larga crisis de la década de
1970, durante la cual el Estado de bienestar se convirtió en blanco de los ataques por parte
de la derecha y la izquierda. La crítica que hacía esta última sostenía que la reconciliación
entre el capitalismo y la democracia era una ilusión. La existencia del Estado de bienestar
generó un conflicto entre la prioridad dada a la maximización del crecimiento económico
promoviendo los beneficios y la inversión, y la concedida a la maximización de la
legitimación democrática mediante la expansión de los programas de bienestar. El resultado
fueron unas crisis fiscales cada vez más graves, ya que no existían suficientes recursos para
respaldar ambos objetivos18. Una segunda línea de críticas se centró en el paternalismo de
los estados de bienestar, en la estigmatización y la imposición de sanciones a los
solicitantes. Se argumentó que los estados de bienestar no eran benévolos, sino
instrumentos de control social. La expansión del Estado servía a los intereses de este más
que a los de sus ciudadanos. Una tercera línea de críticas se centró en las asunciones
asociadas al género que subyacían en tantos programas del Estado de bienestar. El Informe
Beveridge contenía algunas muy explícitas sobre hogares mantenidos por el trabajo

15
K. Polanyi, The Great Transformation. The Political and Economic Origins of Our Time, Boston, Beacon Books,
2001 (hay trad. cast.: La gran transformación. Crítica del liberalismo económico, Barcelona, Virus, 2016).
16
N. Timmins, The Five Giants. A Biography of the Welfare State, Londres, HaperCollins, 2001 (hay trad. cast.: Los
cinco gigantes. Una biografía del Estado del bienestar, Madrid, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales,
85

Subdirección General de Publicaciones, 2001).


17
S. M. Lipset, Political Man, Londres, Heinemann, 1960.
Página

18
J. O’Connor, The Fiscal Crisis of the State, Nueva York, St. Martin’s Press, 1973 (hay trad. cast.: La crisis fiscal
del Estado, Barcelona, Península, 1994). C. Offe, «Some Contradictions of the Modern Welfare State», Critical
Social Policy, vol. 2, núm. 2 (1982), pp. 7-14.
remunerado de un hombre, los que la mayoría de las tareas domésticas eran llevadas a cabo
por la mujer y no estaban remuneradas.

En la derecha, parte del análisis reflejaba lo mismo que el de la izquierda, aunque se


sacaron conclusiones políticas muy distintas. Se argumentaba que los estados de bienestar
amenazaban cada vez más a la prosperidad en lugar de ayudar a mantenerla. Gastar en
bienestar se había convertido en una carga para los contribuyentes, ya que algunos
programas clave, especialmente la seguridad social, eran demasiado generosos y estaban
abiertos al fraude. Este ataque se convirtió en una crítica a los estados de bienestar porque
los consideraban similares a las economías planificadas o dirigidas de las sociedades no
occidentales y con unos resultados parecidos: mala asignación de los recursos, la ausencia
de una disciplina de mercado adecuada y de unas restricciones presupuestarias apropiadas.
En descripciones más vívidas se consideraba al Estado de bienestar como un parásito
gigante que se alimentaba con la sangre del sector privado debido a su insaciable apetito
por recursos adicionales. Una crítica influyente de dos economistas del Reino Unido
argumentaba en 1975 que el sector público había crecido demasiado, ya que sus
trabajadores eran en esencia improductivos, independientemente de lo útiles que fueran
desde el punto de vista social, y sus sueldos debían ser pagados por los trabajadores del
«productivo» sector privado19, Esta visión de la relación entre el Estado y la economía de
mercado tenía una larga historia. Lo que fue significativo fue su resurgimiento en la década
de 1970 y los usos concretos que se le dio, en favor del argumento de que el Estado de
bienestar era demasiado generoso, daba empleo a demasiada gente y debía recortarse.

Otra línea de ataque fue que en las décadas transcurridas desde la publicación del Informe
Beveridge se había producido un retroceso del principio original de protección que Beveridge
había propuesto. El bienestar estaba siendo ahora financiado a partir de los impuestos
generales, y ya no se consideraba que las prestaciones sociales fueran algo que uno tuviera
que ganarse pagándolo, sino que eran vistas como un derecho y, por lo tanto, algo que se
debe. El principio de contribución se había perdido. Las consecuencias de este cambio
condujeron directamente a la crisis fiscal, ya que los costes de los programas de bienestar,
además de las demandas y las expectativas de los ciudadanos, siempre estaban
aumentando, dando lugar a exigencias de financiación cada vez mayores. En los lúgubres
pronósticos de los comités de expertos defensores del libre mercado, esta espiral no tenía
fin. Conducía inevitablemente a una crisis fiscal, al colapso de las finanzas públicas, a la
politización del bienestar. Se solía diagnosticar que se trataba de un problema de la
democracia. La estructura de las instituciones democráticas permitía que los solicitantes y
los funcionarios buscaran satisfacer sus intereses especiales a expensas de la mayoría de los
ciudadanos y los contribuyentes. También dio lugar al crecimiento de la dependencia, a la
multiplicación de los solicitantes y a la infantilización de los humildes, a los que se les
negaron la autonomía y la oportunidad de liberarse.

Estas críticas, de los estados de bienestar tal y como habían surgido desde 1945,
procedentes de la derecha y la izquierda, dieron pie a distintas respuestas políticas. Antes de
la década de 1970, se asumía que todos los estados de bienestar se dirigían a un mismo
destino. Algunos estaban más avanzados y otros se enfrentaban a obstáculos concretos,
pero todos iban en la misma dirección. En las décadas de 1970 y 1980, quedó claro que
había unas divergencias crecientes en los estados de bienestar, que era improbable que se
superaran y que, cada vez más, se estaban incorporando en distintas instituciones y
políticas, lo que reflejaba las distintas normas en los diferentes estados. Esta divergencia fue
captada por Esping-Andersen en su libro Los tres mundos del Estado del bienestar, que
comparaba los estados de bienestar nórdicos, con sus generosas prestaciones, sus elevados
impuestos y el enfoque de las provisiones del bienestar fuera de los límites del mercado; los
estados de bienestar continentales, que también disponían de unas prestaciones bastante
generosas, pero que, de acuerdo con los supuestos conservadores sobre la sociedad, las
encauzaban hacia la familia en lugar de hacia los individuos, y los países angloamericanos,
cuyos estados de bienestar se habían concentrado principalmente en complementar los
ingresos, que eran mucho menos generosos y extensos y que, por lo tanto, se habían
convertido en estados de bienestar residuales20. Pero Esping-Andersen apuntó que lo que
hacía que los tres tipos de estados de bienestar fueran reconocibles era que, incluso en los
residuales, había programas para combatir la inseguridad que surgía en el ciclo vital del
mercado laboral, además de importantes programas universales como los sistemas
nacionales de salud (el National Health Service en el Reino Unido y Medicare en Estados
Unidos).
86
Página

19
R. Bacon y W. Eltis, Britain’s Economic Problem. Too Few Producers, Londres, Macmillan, 1976.
20
G. Esping-Andersen, The Three Worlds of Welfare Capitalism, Cambridge, Polity, 1990 (hay trad. cast.: Los tres
mundos del Estado del bienestar, Valencia, Alfons el Magnànim, 1993).
También sucedía que las diferencias entre los distintos tipos de estados de bienestar eran
menores que las que la retórica política sugería en ocasiones. Seguía existiendo una fuerte
resistencia política a los recortes en bienestar, por lo que incluso allí donde se eligieron
gobiernos con un programa contrario al Estado de bienestar, como sucedió en el Reino Unido
y en Estados Unidos en la década de 1980, el éxito de estos gobiernos radicales de derechas
a la hora de desmantelar el Estado fue limitado21. Tanto Thatcher como Reagan vieron
frustrados sus intentos de introducir cambios fundamentales en el Estado de bienestar. Lo
que sí consiguieron fue un elevado nivel de reestructuración. La nueva gestión pública, con
su énfasis en la introducción de mecanismos de mercado en los servicios públicos, junto con
la cultura de los objetivos y las auditorías, ayudaron a precipitar oleadas de reorganización y
búsqueda de eficiencia, que supervisaba una nueva clase de gestores.

Anton Hemerijk, en su influyente descripción de las fases del desarrollo del Estado de
bienestar desde 1945 en las democracias capitalistas, observa una primera fase de
expansión del Estado de bienestar y de consenso entre clases que duró hasta la década de
1970. Esta se vio entonces reemplazada por una fase de reducción del Estado de bienestar y
de neoliberalismo en las décadas de 1980 y 1990. A mediados de esta última surgió una
tercera fase caracterizada por lo que se conoció como el «paradigma de la inversión social».
Se basaba en una reconsideración fundamental del Estado de bienestar y abogaba por un
Estado inteligente, activo y propiciador, y por el reconocimiento de nuevas circunstancias,
en especial la globalización, la desindustrialización y los nuevos riesgos sociales22. Este
paradigma fue especialmente influyente en la Comisión de la Unión Europea y en varios de
los estados miembros. Se centraba en particular en el mercado laboral, en las transiciones
del transcurso de la vida y en cómo debería intervenir el gobierno para hacer que fueran lo
más suaves posibles, además de aumentar la calidad del capital humano y sus capacidades,
al tiempo que mantenía unas fuertes redes de seguridad universal basadas en unos ingresos
mínimos como amortiguadores, que aseguraban la protección social y la estabilización
económica.

LOS NUEVOS TIEMPOS DIFÍCILES

Con el crac financiero de 2008 dio inicio una nueva fase. Se evitó un colapso financiero, pero
a un coste muy alto para las democracias occidentales. Hubo una brusca recesión en 2009,
seguida de una recuperación lenta y débil, la más lenta y débil desde 1945. Las economías
occidentales seguían sin regresar a la normalidad nueve años después del crac. Los tipos de
interés seguían en unos niveles extraordinariamente bajos, los sectores financieros seguían
dependiendo enormemente de la expansión cuantitativa y las economías se veían afectadas
por el estancamiento secular, unos niveles elevados de desigualdad y una paralización de los
salarios y la productividad, todo lo cual conducía a restricciones en la calidad de vida de la
mayoría de quienes trabajaban23. Los estados de bienestar, tanto en la fase expansionista
posterior a 1945 como, recientemente, en las décadas de 1990 y 2000, se han basado en el
dividendo del crecimiento, que permitía a los gobiernos aumentar, en términos absolutos, el
dinero destinado al bienestar. Con el inicio de la recesión, los gobiernos recurrieron, una vez
más, a programas de austeridad, restricciones fiscales y el saneamiento de las finanzas
públicas, y empezó una nueva arremetida contra los estados de bienestar. La crisis de la
eurozona que tuvo lugar después de 2010 se convirtió rápidamente en una amenaza para el
modelo social europeo y para el principio de solidaridad en la Unión Europea debido a las
medidas de austeridad draconianas que exigieron los principales países acreedores de la UE
como contrapartida por rescatar a los países deudores.

No hubo un patrón uniforme en Europa. Los países probaron con distintas mezclas de
recortes de los gastos, aumentos de los impuestos y concesión de préstamos. Solo Suecia
evitó cualquier contracción fiscal. En el otro extremo de la escala, el Reino Unido y Lituania
hicieron recaer la mayor parte de su ajuste fiscal en el recorte de los gastos (más del 90 por
ciento) en lugar de en el aumento de los impuestos. Las nuevas políticas de austeridad
surgidas en muchos estados revivieron viejos estigmas relativos a quienes recibían
prestaciones sociales. Las nuevas distinciones entre los industriosos y los gandules, y entre
los que producían y los que simplemente ponían la mano, recordaban a un discurso mucho
más antiguo sobre los merecedores y los pobres indignos. Los segundos fueron
estigmatizados como tramposos que obtenían prestaciones sociales y como vividores que se
aprovechaban del trabajo y las contribuciones de los demás. Al igual que en fases de
austeridad anteriores, la carga de los recortes en los gastos recayó con más fuerza en los
humildes y los hogares. Muchos costes fueron redistribuidos hacia estos últimos, sobre todo
en lo tocante a la asistencia social y los cuidados infantiles.
87

21
P. Pierson, Dismantling the Welfare State? Reagan, Thatcher and the Politics of Retrenchment, Cambridge,
Página

Cambridge University Press, 1994.


22
A. Hemerijck, Changing Welfare States, Oxford, Oxford University Press, 2013.
23
A. Gamble, Crisis Without End? The Unravelling of Western Prosperity, Londres, Palgrave- Macmillan, 2014.
El problema político en cada Estado no era la austeridad como tal, sino el tipo de austeridad.
La recesión eliminó para siempre una gran cantidad de riqueza de las economías nacionales.
Debía llevarse a cabo un ajuste fiscal que tuviera en cuenta ese cambio. La cuestión era
quién debía soportar la principal carga de la necesidad de que las finanzas públicas
recuperaran el equilibrio. ¿A quién debían aumentársele los impuestos y a quién debían
recortársele los gastos? Esta política de redistribución no podía evitarse, y se formaron
coaliciones electorales en torno a las distintas alternativas. Los gastos en bienestar (aunque
no todos ellos) se convirtieron en un objetivo importante. Políticamente, era mucho más
difícil atacar algunos de los grandes programas universales de salud y educación, que
beneficiaban a casi todos los ciudadanos en algún momento de su vida, que centrarse en las
prestaciones sociales destinadas a minorías, como los desempleados y los discapacitados.

En estas nuevas políticas de redistribución, aquellos que buscan grandes recortes en los
gastos han condenado cada vez más el Estado de bienestar como una forma de capitalismo
del siglo xx. Las nuevas formas de capitalismo que están surgiendo no tienen necesidad de
estados de bienestar. Las potencias emergentes como China son citadas como ejemplos de
nuevas economías exitosas que no han cargado con los costes de proporcionar un «Estado»
de bienestar a sus ciudadanos. Cada vez se oye más el argumento de los think tanks en pro
del mercado libre y de que las economías occidentales deberían desmantelar sus estados de
bienestar si quieren competir con las economías emergentes de Oriente. Se dice que el
futuro se basa en unos impuestos fijos o en unos muy bajos tanto sobre las empresas como
sobre las personas. La principal oposición a estas ideas procede de quienes creen que lo
mejor para preservar los estados de bienestar consiste en renovar y desarrollar el
paradigma de la inversión social. Aquí también nos encontramos con escépticos que critican
el paradigma de la inversión social por centrarse demasiado en los nuevos riesgos sociales
en una época en que los viejos riesgos sociales en forma de desempleo creciente y unas
formas más precarias de empleo han regresado a las economías occidentales. Un segundo
problema consiste en la observación de que los hogares de clase media se benefician
desproporcionadamente de los efectos de las políticas de inversión social. Resulta mucho
más difícil llegar a los marginados y a los excluidos de los mercados laborales.

LA BATALLA INTELECTUAL

Las nuevas políticas de austeridad han dado fuerzas renovadas a quienes hacen campaña
contra el Estado de bienestar. Plantean la cuestión fundamental mencionada al principio de
este capítulo: ¿por qué necesitamos un Estado de bienestar?, ¿por qué no puede
proporcionarse el bienestar de otras formas y mediante otros organismos? Subyacente a
estas cuestiones existe un rechazo de algunas de las asunciones que han apuntalado los
extraordinarios éxitos y logros de los estados de bienestar en el siglo XX. Estas incluyen si
los estados de bienestar son características permanentes de las sociedades modernas o
simplemente una etapa de transición, cuando por una serie de razones era más sencillo y
práctico para el Estado estar implicado en la provisión de programas clave de bienestar.
Pero ¿es posible que los estados de bienestar pertenezcan, junto con el socialismo, los
sindicatos, el colectivismo y la planificación, a una era anterior?

Buena parte de las críticas más persistentes y profundas vertidas contra el Estado de
bienestar han procedido de diversas corrientes del neoliberalismo, tanto del resurgimiento
del liberalismo económico clásico de Hayek como del libertarismo de mercado predominante
en Estados Unidos24. Estos teóricos argumentan que los individuos deberían ser libres de
tomar sus propias decisiones sobre los servicios que usan y de pagar por la calidad que
deseen. El Estado no debería interferir en estas elecciones ni decir a las personas qué
deberían hacer. El marco institucional, incluido el Estado, debe tener en cuenta las
imperfecciones humanas. El meollo del problema del conocimiento, tal y como expone
Hayek, es que, como los seres humanos están limitados en cuanto a sus capacidades
cognitivas, siempre están tomando decisiones en condiciones de incertidumbre e ignorancia.
Opina, además, que los individuos se ven motivados principalmente por su interés propio, y
de aquí la importancia de que cualquier marco institucional deba reconocer la importancia de
los incentivos para encauzar la conducta. Dadas la información limitada y la ignorancia,
Hayek sostiene que los procesos evolutivos están mejor posicionados para descubrir las
soluciones a sus propias deficiencias, que las alternativas que reducen el ámbito de la
experimentación competitiva. Según Hayek, esto es lo que hace el Estado de bienestar. En
nombre de la promoción del bien común y de la justicia social, asume que el orden social
solo puede conservarse mediante una autoridad deliberada. Hayek sostiene que la mayoría
88

24
F. A. Hayek, The Constitution of Liberty, Londres, Routledge, 1960 (hay trad. cast.: Los fundamentos de la
Página

libertad, Madrid, Unión Editorial, 2008). M. Friedman y R. Friedman, Free to Choose, Nueva York, Harcourt Brace
Jovanovich, 1980 (hay trad. cast.: Libertad de elegir. Hacia un nuevo liberalismo económico, Barcelona, Grijalbo,
1987).
de los beneficios de la sociedad actual han emergido solo cuando la autoridad deliberada ha
estado limitada o completamente ausente.

Desde una perspectiva hayekiana, el Estado no necesita regular el intercambio voluntario ni


proporcionar respaldo financiero a asociaciones civiles. Las soluciones a los problemas
sociales no se encomiendan exclusivamente a un único organismo. La educación y la sanidad
no debe proporcionarlas el Estado. Los seguidores de Hayek sugieren que quienes respaldan
el Estado de bienestar argumentan que los poseedores del poder político deberían aplicar su
propia visión de “trade-offs” adecuados en lugar de las reflejadas en las elecciones de
millones de personas y de las asociaciones civiles. El mejor enfoque consiste en promover la
descentralización, la pluralidad y la proliferación de muchos proveedores de servicios25.
Paradójicamente, es más probable que la gente se vea atomizada por la naturaleza
coercitiva de un Estado de bienestar financiado con los impuestos. También es probable que
semejante Estado interfiera en el libre movimiento de bienes, capitales y personas en otros
ámbitos, como, por ejemplo, imponiendo unos controles estrictos a la inmigración. Los
seguidores de Hayek, por el contrario, quieren abolir todos los monopolios estatales. Abogan
por el restablecimiento de una economía libre y un Estado mínimo, lo que maximizaría la
variedad y la calidad de los servicios. El Instituto Cato ha sugerido que los gastos públicos
totales nunca deberían superar el 25 por ciento del PIB y que podrían llegar a ser de tan solo
el 15 por ciento. El plan presupuestario de Paul Ryan, en Estados Unidos, proponía un
movimiento en esta dirección. Desde el punto de vista del diamante del bienestar, con sus
cuatro lados institucionales interactuando (estados, mercados, hogares y sociedad civil),
estas propuestas eliminarían por completo el Estado. El diamante del bienestar se
convertiría en un triángulo del bienestar que incluiría las interacciones entre los mercados,
los hogares y la sociedad civil. Esto ya no sería un Estado de bienestar.

LA BATALLA POLÍTICA

El final de los dividendos del crecimiento y la caída en la recesión dieron lugar al contexto en
el que la austeridad se convirtió en la nueva realidad política. Ha surgido una nueva política
con respecto al Estado de bienestar que ha quedado reflejada en el ascenso de nuevas
coaliciones contrarias a aquel, que son evidentes en los países nórdicos además de en el
Reino Unido y Estados Unidos. Una de las razones del auge de estas coaliciones es el
reconocimiento del grado en que las sociedades se han vuelto consumistas, de modo que
muchos ciudadanos están preparados para plantearse la contracción del Estado de bienestar,
al igual que la de cualquier otro servicio y, como consecuencia de ello, pagar menos
impuestos. Existen pruebas de que, durante la recesión y la lenta recuperación, el apoyo a
las prestaciones no universales, sobre todo a algunas como la seguridad social, se ha visto
particularmente sometido a ataques. El antiguo espíritu de solidaridad y la búsqueda de un
objetivo común se han visto socavados.

Subyacentes a las nuevas políticas del Estado de bienestar, tenemos los asuntos clave de la
viabilidad económica y la competitividad. La viabilidad económica refleja la brecha entre lo
que los ciudadanos están dispuestos a pagar en forma de impuestos y los servicios que
esperan recibir. Los votantes exigen unos servicios públicos al estilo sueco y unos impuestos
al estilo estadounidense. Un rasgo común de los electorados democráticos es la creciente
resistencia a pagar unos impuestos elevados a medida que arraiga la cultura consumista
individualista. Esta presión amenaza constantemente con reducir la base imponible debido a
la voluntad de los partidos políticos de competir en la búsqueda de unos menores impuestos
sobre la gente y las empresas. Este es un problema mucho mayor que los de la elusión y la
evasión de impuestos, aunque estos también desempeñan un papel importante, y en el caso
de muchas compañías transnacionales la capacidad de evitar pagar impuestos en unos
regímenes con una fiscalidad elevada está incorporada en sus estrategias empresariales. Si
estas presiones no pueden ser contrarrestadas, se producirá una deriva irresistible hacia un
régimen de impuestos bajos que elimine gradualmente la progresividad del sistema
impositivo mediante el desplazamiento hacia unos tipos fijos en términos absolutos o
proporcionales, además de eliminar por completo algunos impuestos, como por ejemplo el
de sucesiones. El resultado final es, en el mejor de los casos, un Estado de bienestar
residual, ya que entonces el Estado pierde la capacidad de subvencionar nada más.

Este es uno de los grandes problemas de las políticas democráticas. Los políticos tanto de
izquierdas como de derechas descartan aumentos de impuestos que afecten a la mayoría
para ganar votos. Quienes rehúsan hacerlo suelen ser castigados electoralmente; pero los
mismos políticos también están sometidos a una intensa presión para responder a la
creciente marea de expectativas y derechos, además de para encontrar soluciones a la
89
Página

25
M. Pennington, Robust Political Economy. Classical Liberalism and the Future of Public Policy, Cheltenham,
Edward Elgar, 2011.
tendencia de aumento más rápido en gastos que en costes del sector público debido a la
dificultad inherente de incrementar la productividad de servicios que requieren de muchas
horas de trabajo. Los políticos están obligados a prometer la reducción de los impuestos que
pagan las personas y las empresas y, al mismo tiempo, asegurar que mantendrán las
prestaciones universales ilimitadas de las que han llegado a depender la mayoría de los
ciudadanos. El coste de los tratamientos médicos y de las pensiones en particular amenaza
constantemente con superar la capacidad de los estados para subvencionarlos al nivel que
los ciudadanos han llegado a esperar. Los políticos tienen que decepcionar a los votantes en
cuanto a los impuestos o los gastos, o bien tienen que incrementar la deuda e intentar
posponer el problema. Este dilema supone una limitación en las democracias actuales y se
ve exacerbado en épocas de austeridad.

El segundo problema es la competitividad. Las tendencias hacia la globalización de la


economía internacional registradas en las décadas de 1980 y 1990 se relacionaron con el fin
del pleno empleo, el debilitamiento de los sindicatos y la creación de cadenas
transnacionales de suministro de productos. Esto generó una comprensible ansiedad sobre la
posibilidad de una carrera hacia el abismo. ¿Podría cualquier economía nacional ser capaz de
mantener los costes extra de un Estado de bienestar si un capital transnacional móvil
decidiera instalarse en zonas con muchos menos impuestos y regulaciones? Lo que pronto
resultó evidente fue que no existía una relación sencilla. La diferencia en los tipos de estados
de bienestar lo demostró. Algunas de las economías más exitosas en la era de la
globalización disponían de algunos de los estados de bienestar más avanzados26. A pesar de
esto, las inquietudes nunca han desaparecido por completo, y se han reavivado desde la
aparición de la recesión, la austeridad y de los nuevos tiempos difíciles. Se percibe que los
estándares laborales y de bienestar se encuentran amenazados debido a la facilidad con que
las compañías pueden externalizar la producción. Uno de los factores que hacen que las
economías resulten más atractivas para las empresas son unos mercados laborales flexibles
y la voluntad de aceptar una alta inmigración. Tener tan pocas restricciones sobre la
inmigración como sea posible resulta muy atractivo para los patronos, pero esto no hace
sino subrayar hasta qué punto los estados de bienestar son creaciones nacionales, mientras
que muchas formas de capital son transnacionales. En una época de austeridad en la que se
hace hincapié en eliminar gastos, los sueldos y las prestaciones sociales más altos
disfrutados por los ciudadanos de las economías ricas pueden parecer rentas económicas
que favorecen a estos trabajadores con respecto a los trabajadores de otras partes del
mundo. Pese a ello, el mantenimiento de estos privilegios se convierte en un imperativo
electoral, y también alimenta una respuesta negativa contraria a la inmigración y al capital
transnacional27. Desde esta perspectiva, la protección de los estados de bienestar tiene un
fuerte componente de nacionalismo económico y debe implicar un control estricto de la
inmigración. Pese a ello, las fuerzas políticas que tienden a estar más a favor de la
protección de los estados de bienestar son aquellas que también son más favorables a una
política liberal con respecto a la inmigración. Estas tensiones son evidentes en la respuesta
negativa populista contra la globalización, que ha ganado terreno desde 2008 en muchas
partes de Europa y que ha cosechado sus mayores éxitos en el referéndum celebrado en el
Reino Unido para abandonar la Unión Europea y en la elección de Donald Trump como
presidente de Estados Unidos con un programa económico nacionalista y antiinmigración.

LA BATALLA DE LAS POLÍTICAS

El Estado de bienestar también está implicado en una batalla en torno a las políticas, en
particular como respuesta a las nuevas circunstancias y tendencias sociales que han hecho
que muchas de las formas heredadas de estados de bienestar parezcan anacrónicas o
inapropiadas. Se ha dedicado mucha atención a los nuevos riesgos sociales, que plantean
distintos tipos de desafíos a las políticas, y también a los cambios demográficos que han
alterado el contexto en el que funcionan los estados de bienestar. Uno de los mayores
cambios que han tenido lugar en los servicios industriales ha sido el desplazamiento desde la
fabricación hacia los servicios, de modo que la primera representa ahora el 80 por ciento del
empleo en muchas economías ricas. Con ello han venido nuevos modelos de trabajo y de
hogar, que son muy distintos de las asunciones patriarcales del Informe Beveridge, en que
el hombre era el sostén de la familia. Los nuevos patrones incluyen una tasa femenina de
participación mucho mayor, un aumento de las familias monoparentales y los hogares sin
empleo, y un incremento de la precariedad (trabajadores con un empleo poco seguro o
temporal)28. Otra tendencia clave ha sido la creciente financiarización de la economía, en

26
P. Katzenstein, Small States in World Markets. Industrial Policy in Europe, Ithaca, Cornell University Press, 1985
90

(hay trad. cast.: Los pequeños estados en los mercados mundiales. Política industrial en Europa, Madrid, Centro de
Publicaciones, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1987).
Página

27
D. Goodhart, The Road to Somewhere. The Populist Revolt and the Future of Politics, Londres, Hurst, 2017.
28
G. Standing, The Precariat. The New Dangerous Class, Londres, Bloomsbury Academic, 2011 (hay trad. cast.: El
precariado. Una nueva clase social, Barcelona, Pasado & Presente, 2013).
virtud de la cual se trata a los ciudadanos como agentes financieros autónomos y
autosuficientes que contraen deudas para abrirse camino en el ciclo vital.

Estas tendencias están relacionadas con el auge de una sociedad más individualista y de la
cultura política, y con el evidente debilitamiento de muchas de las instituciones que en el
pasado apoyaron la solidaridad, como los sindicatos, las iglesias, la familia, las grandes
fábricas y las comunidades de la clase trabajadora. Esto ha sido relacionado con las pruebas
acerca de un endurecimiento de las actitudes con respecto a los necesitados y con un
descenso del apoyo a la redistribución, especialmente entre los millennials. Al mismo
tiempo, ha habido un notable cambio en el perfil demográfico de las economías ricas. La
reducción de la mortalidad y el incremento de la esperanza de vida han hecho que la
generación de mayor edad sea una fuerza electoral cada vez más poderosa, y ha habido una
pronunciada redistribución desde los jóvenes hacia los ancianos. A medida que los costes de
la provisión de asistencia social y pensiones para nuestros mayores aumentan, el número de
quienes trabajan y pagan impuestos muestra una tendencia a reducirse. Las soluciones
políticas ante estos dilemas incluyen recortar los gastos destinados a las generaciones más
ancianas, aumentar la edad de jubilación o potenciar la inmigración para incrementar el
número de trabajadores más jóvenes. Todas ellas son políticamente difíciles.

CONCLUSIÓN

Joseph Schumpeter se preguntó en 1944 si el capitalismo podía sobrevivir y respondió de


forma negativa. Algunos dirían en la actualidad lo mismo de los estados de bienestar. Este
ensayo ha hecho hincapié en los distintos desafíos intelectuales, políticos y en materia de
políticas a los que se enfrentan los estados de bienestar. ¿Pueden superarlos? La posición
del Estado de bienestar es más fuerte de lo que a veces parece, en primer lugar porque en
la mayoría de los países sigue existiendo una amplia coalición de apoyo a unas prestaciones
sociales que sean universales y gratuitas para los usuarios finales, y en segundo lugar
porque el capitalismo sigue necesitando al Estado de bienestar tanto como este último
necesita al capitalismo. Existe una dependencia mutua que ha crecido en los últimos cien
años. Los estados de bienestar, con todas sus imperfecciones, son vitales para la estabilidad
social y la legitimidad. Son un importante creador de las condiciones de mercado que
resultan necesarias para la reproducción exitosa del capitalismo como sistema político y
económico.

Los estados de bienestar actuales se enfrentan sin duda a complejos desafíos intelectuales,
políticos y de políticas, pero también a un reto moral más profundo: cómo renovar el
contrato social en el que se basaron los estados de bienestar originales. El desafío consiste
en cómo defender unos impuestos más elevados que sostengan los estados de bienestar y
que eviten cualquier erosión adicional de la base imponible. Si esto no puede lograrse, es
más probable que más estados de bienestar se vuelvan residuales en el sentido expuesto
por Esping-Andersen o que desaparezcan por completo. Sin un sentido de comunidad y una
solidaridad renovados, los estados de bienestar no sobrevivirán y no merecerán hacerlo. El
resultado será una desigualdad, una fragmentación social y una conflictividad crecientes29.
Pero la cuestión puede formularse de otra forma. No se trata de si el capitalismo puede
sobrevivir sin el Estado de bienestar, sino de si las democracias pueden sobrevivir sin él. Los
estados de bienestar, incluso ahora, aseguran que se dé preferencia a los derechos sociales
por encima del rendimiento del mercado, y esto supone una demostración tangible de que
las democracias, con todas sus imperfecciones, pueden seguir trabajando por sus
ciudadanos.

Para los defensores de los estados de bienestar, existen razones para estar alegres, o por lo
menos no demasiado desesperanzados. Hay algunas batallas que se están ganando. Las
dificultades con las que se ha encontrado la Administración Trump al intentar abolir el
Obamacare en Estados Unidos suponen un ejemplo interesante de las políticas del Estado de
bienestar. La concesión de nuevos derechos también significa la institución de nuevos
intereses, y en cada democracia hay grandes dificultades para reducir estos derechos una
vez conseguidos. También están surgiendo nuevas direcciones para los estados de bienestar.
El paradigma de la inversión social sigue teniendo un gran potencial a la hora de dar con
nuevas formas de combinar protección y oportunidad. Existen ideas en torno a nuevas
políticas para promover el pleno empleo y fortalecer algunas de las instituciones, tanto en la
sociedad civil como en los hogares, necesarias para alimentar el sentido de comunidad y de
solidaridad, tan vital para los estados de bienestar. También hay, de forma amplia, nuevas
visiones de ciudadanía democrática. Incluyen unos ingresos mínimos y subvenciones del
91
Página

29
W. Streeck, How Will Capitalism End? Essays on a Failing System, Londres, Verso, 2016 (hay trad. cast.: ¿Cómo
terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia, Madrid, Traficantes de Sueños, 2016).
Estado30. Buscan nuevas formas de combinar independencia y solidaridad, y de afirmar los
principios básicos del Estado de bienestar: la redistribución a lo largo del ciclo vital. El
objetivo central en cualquier programa de reforma del Estado de bienestar debería consistir
en asegurar que todos los lados del diamante del bienestar (Estado, mercado, hogar y
sociedad civil) estuvieran completamente implicados.

Ninguna de estas reformas resultará suficiente por sí sola. También debe existir una agenda
más amplia si se quiere que los estados de bienestar prosperen. Lo que hace falta es un
Estado de bienestar que no solo ayude a las personas a adaptarse a las circunstancias y las
oportunidades, sino que modele activamente esas circunstancias y oportunidades31. Esto
significa, entre otras cosas, una regulación eficaz de los mercados laborales y la reforma de
la gestión corporativa. El objetivo debe ser la reconciliación de los riesgos sociales viejos y
nuevos, y la consecución de un verdadero Estado de inversión social. El premio es grande,
ya que, aunque no cada individuo se beneficia por igual del Estado de bienestar, todos lo
hacen de vivir en una sociedad en la que cada persona disfruta de una seguridad básica y de
la oportunidad de llevar una vida plena.

DOCUMENTO 7. El Estado de Bienestar no perjudica los


ideales de la socialdemocracia.
Por Mario Scholz32 (2021). Columna publicada en el diario “El
País” de España.
URL:
https://elpais.com/economia/2021/03/16/alternativas/161589294
0_204686.html?event_log=go
El desafío de su puesta en vigor es mucho más amplio que la simple
aplicación de una política fiscal acertada, ya que involucra también la
vigencia y práctica de los valores institucionales, que son críticos para su
éxito en beneficio de las sociedades

Un reciente artículo del investigador Bernardo Kliksberg33 sobre los países nórdicos (Suecia,
Noriega, Finlandia, Dinamarca e Islandia) destaca las bondades del modelo económico-social
adoptado y sus excelentes resultados, persistentes a lo largo del tiempo.

Como prueba incontrastable señala que desde que se inició hace treinta años la medición de
la ‘calidad de vida’ en los distintos países, creando para ello el Índice de Desarrollo Humano
(IDH) bajo la iniciativa del Premio Nobel Amartya Sen, con el auspicio del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Noruega ocupa sistemáticamente el primer
lugar; es decir, la mejor calificación en los últimos treinta años en un indicador que compara
la situación de todos los países del planeta, y donde además entre los primeros diez se
ubican todos los nórdicos.

Otros indicadores sobre el bienestar en los países nórdicos refuerzan esa valuación: se
encuentran entre los primeros diez en el ranking de ‘movilidad social’ del Foro Económico
Mundial, entendida como la capacidad de progreso y superación de una sociedad moderna
de generación en generación, y otro tanto en los indicadores de Bloomberg sobre “naciones
innovadoras”.

Finalmente, se destacan las naciones nórdicas por tener los coeficientes de Gini más bajos,
es decir, las distribuciones del ingreso más igualitarias, en un planeta en el que el problema
de la injusticia distributiva ya está asumido como uno de los más críticos: en poco tiempo el
ingreso del 1% más rico de la humanidad equivaldrá al ingreso del restante 99%.

30
P. van Parijs, Real Freedom for All. What (if Anything) Can Justify Capitalism?, Oxford, Oxford University Press,
1995 (hay trad. cast.: Libertad real para todos. Qué puede justificar el capitalismo (si hay algo que pueda hacerlo),
Barcelona, Paidós, 1996). R. Prabhakar, The Assets Agenda. Principles and Policy, Londres, Palgrave-Macmillan,
2008.
31
C. Crouch y M. Keune, «The Governance of Economic Uncertainty», en G. Bonoli y D. Natali, eds., The Politics
92

of the New Welfare State, Oxford, Oxford University Press, 2017.


32
Mario Alejandro Scholz (Chubut, Argentina-1963), abogado académico en Derecho Internacional. Dirigente
Página

político de la UCR. Delegado de Relaciones Internacionales (UCR) desde 1989. Entre 1996 y 2000, presidente del
Comité Americano de la IUSY. Colaborador del expresidente Raúl Alfonsín hasta el fallecimiento del mismo.
33
B. Kliksberg “Las claves del Virtuoso Modelo Nórdico”; Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, 2021.
Para el análisis de Kliksberg, la clave de este progreso nórdico reside en el Estado de
Bienestar, a partir de un acuerdo o pacto económico social colectivo que garantiza el acceso
con sentido universal a bienes básicos, es decir salud, educación y todo lo atinente a la
protección social, amén de políticas específicas de apoyo al desarrollo e incorporación de
nuevas tecnologías a las Pymes, así como políticas de ingresos que implican una menor
dispersión de salarios entendida como la distancia entre las remuneraciones más altas y las
más bajas, con el agregado de formas de participación de los trabajadores en la gestión de
las empresas privadas.

Son países de gran participación cívica ciudadana, con amplia libertad de prensa y con un
sentido de igualdad respaldado en la cultura de sus pueblos, que además se destacan por
haber logrado las situaciones de menor discriminación de género, es decir, los mayores
avances en la igualdad de género a nivel mundial.

La conclusión del trabajo que comentamos es que el Estado de Bienestar es la razón


principal de los buenos resultados en la calidad de vida de estos pueblos, antes que
cualquier otra explicación que se intentara, y mucho menos una consecuencia del progreso,
del que son en rigor su causa.

Sin agregar más por ahora al comentario del autor, cabría explicar que detrás del logro de
un modelo avanzado de Estado de Bienestar se encuentra la existencia de una política
proactiva, que incluye medidas en materia económica como las antes comentadas y que no
excluyen la acción del Estado, entendida no ya como la intervención directa en la producción
de bienes y servicios, sino en regulaciones respetuosas del mercado.

Algunas de las economías nórdicas están dentro de la Comunidad Europea, en particular


Dinamarca, Suecia y Finlandia, otras no (Islandia y Noruega), y no todas cuentan con
recursos naturales copiosos (solo se destaca Noruega en materia petrolera), por lo que más
allá del orden general, del respeto a la economía de mercado y la propiedad privada, del
aprovechamiento del comercio internacional y de las alternativas de cooperación, el factor
común -cabe insistir- es el modelo social. De este modo, el trabajo de Kliksberg nos permite
concluir no solo que no ha muerto el Estado de Bienestar, sino que su existencia es garantía
de progreso social y económico.

Normas y leyes

Como es obvio, muchas de las acciones del modelo del Estado de Bienestar exigen gastos y
no simplemente reglas, normas o leyes para su seguimiento generalizado, por lo que cuanto
más rico es un país en términos de los recursos que puede captar su Estado, es decir el
fisco, mayor será el volumen de gastos que puede asumir para sostener sus políticas de
bienestar.

Este aserto es el que a los críticos negativos del modelo los llevaría a la afirmación de que
ciertos beneficios del Estado de Bienestar, como los servicios asequibles de salud y
educación entre otros, son un lujo reservado para países ricos antes que una política a
seguir por las distintas naciones y sus gobiernos. Por el contrario, el modelo de bienestar es
el que puede asegurar el progreso de una nación al posibilitar acuerdos sociales básicos
comunes a todos, que hacen viable el desarrollo y la prosperidad.

Ahora bien, según cada estado de desarrollo y, en consecuencia, de captación de recursos


fiscales, con políticas tributarias progresistas en el sentido redistributivo, pero sin superar
los límites de los estándares internacionales, tendremos un nivel de Estado de Bienestar
posible.

Por un lado, es claro que la captura de impuestos no puede exceder aquellos límites que
arriba comentamos, por cuanto para las naciones en desarrollo una excesiva ambición
redistributiva termina perjudicando el ingreso de capitales, que constituyen el recurso
escaso por excelencia para esas naciones y, en consecuencia, desalentando y dañando las
inversiones. Y sin inversión no hay desarrollo económico, y sin éste tampoco desarrollo
social.

Por el otro lado, las tendencias modernas en materia fiscal destacan el rol redistributivo del
gasto. Un extremismo de algunas izquierdas sigue volviendo sobre políticas tributarias
recaudatorias como remedio, es decir, aumentando la presión impositiva por encima incluso
93

de aquellos estándares que se tienen en cuenta al decidir la localización de los capitales,


Página

olvidando que una vez tocados los límites de la presión tributaria, el problema redistributivo
se centra en la aplicación del gasto público.
La pregunta entonces no es, en definitiva, sobre la necesidad y existencia del Estado de
Bienestar, cuyo éxito es incontrastable en la experiencia internacional, sino más bien en sus
alcances, en el Estado de Bienestar posible para cada estado de desarrollo de una economía.
Y dada la escasez de recursos, su distribución entre los principales objetivos sociales y, para
ello, la fijación de las prioridades resulta la clave en el posible avance del modelo de
bienestar.

La segunda cuestión por fuera de los recursos, pero que en definitiva involucra su uso
adecuado, es el logro de la cultura del modelo, que implica fortaleza de las instituciones,
independencia efectiva de la justicia, libertad de prensa, transparencia, lucha contra la
corrupción y sentimiento social de la igualdad. Sin esa cultura política y social, sin la
presencia y práctica de esos valores, es cuasi imposible lograr una adecuada distribución de
los recursos disponibles, y hasta un cobro racional de los impuestos.

Los ideales socialdemócratas entendidos como el logro de una sociedad más progresista e
igualitaria, con altos índices de desarrollo humano, siguen vigentes a pesar de los que
proclaman, sin mayor sustento como vemos, el fin del Estado de Bienestar, para luego
emitir su acta de defunción.

Del otro lado, debería entenderse que el desafío del modelo de bienestar en la práctica no es
una cuestión meramente ‘técnica’, consistente solo en medidas adecuadas en materia fiscal
y de desarrollo económico. Este desvío conceptual es propio de muchos populismos
latinoamericanos, que pretenden solo con la aplicación de más impuestos y otras políticas
voluntaristas ocultar la corrupción y la ruptura de los equilibrios institucionales,
particularmente la independencia de la justicia, la transparencia y la propia libertad de
prensa.

Es por ello necesario recordar que el desafío del modelo de bienestar, de su puesta en vigor,
es mucho más amplio que la simple aplicación de una política fiscal acertada, del logro de
acuerdos económicos y de la instrumentación de diversas medidas regulatorias en el plano
técnico, e involucra también la vigencia y práctica de los valores institucionales que son
críticos para su éxito en beneficio de las sociedades.

DOCUMENTO 8. ¡Abajo el Neoliberalismo! Pero ¿qué es el


neoliberalismo?
Por José Ossandon34. En CIPER CHILE. 08/11/2019.
URL:
https://www.ciperchile.cl/2019/11/08/abajo-el-neoliberalismo-
pero-que-es-el-neoliberalismo/

El Neoliberalismo, junto a la Constitución, concentra las iras del movimiento


social del 18/O. Pero exactamente ¿qué es? ¿Sólo una forma de organizar la
economía y el Estado? Con ánimo de enriquecer el debate el autor analiza las
principales definiciones y debates en torno a un concepto que se puede
encontrar en el origen de las AFPs o el CAE, y que ha sido defendido por
economistas (Chicago Boys y otros) que “se han presentado como expertos
en pensiones, salud, educación y no lo son”.

El neoliberalismo está en el centro del movimiento social en Chile. Pero, ¿qué es? No es una
pregunta fácil de responder. No hay una sola definición y el mismo término se usa para
enfatizar cosas muy distintas. Algunos, incluso, han dicho que no deberíamos usar un
concepto con definiciones tan diferentes. Pero, así pasa con casi todas las palabras que
usamos para discutir nuestra vida en común. Capitalismo, democracia, modernidad,
mercados, clases sociales, son todos conceptos que usamos de muchas formas y no por eso
los dejamos de lado. Son términos que nos permiten pensar y dialogar sobre asuntos

34
94

Profesor Asociado en Organización de Mercados, del Departamento de Organización, Copenhagen Business


School. PhD Goldsmiths, University of London. Sociólogo Pontificia Universidad Católica de Chile. En su
Página

investigación se ha ido especializando en el tipo de conocimiento experto que surge con la utilización de mercados
como instrumentos de políticas públicas y en la intersección entre economía doméstica e instrumentos financieros,
tales como los seguros y créditos de consumo.
colectivos en discusiones donde muchas veces la definición de los términos es parte de la
discusión.

El concepto de neoliberalismo nos permite pensar críticamente sobre lo que caracteriza el


momento histórico que vivimos. Es importante, sin embargo, tener en cuenta que cuando
describimos el presente como neoliberal podemos estar invocando diferentes tipos de énfasis
y problemas.

En pos de ayudar un poco en la conversación, lo que sigue es un intento por organizar las
formas en que hablamos de neoliberalismo. La propuesta es que (sin pretender
exhaustividad, la discusión es tan grande que es inabarcable) en las ciencias sociales el
término se usa como respuesta a cinco preguntas diferentes.

Uno, el neoliberalismo es una respuesta a la pregunta por el momento actual del


capitalismo. Describe el tipo de capitalismo post-1973.

Dos, el neoliberalismo describe una forma específica de gobierno de los problemas sociales.
Es un tipo de gobierno que usa al mercado como modelo.

Tres, se refiere a una red de producción de conocimiento. El neoliberalismo es la red que


construye el ‘técnico’ de think tank,

Cuatro, describe una particular forma de vida cotidiana, la experiencia de lidiar con los roles
que el neoliberalismo imaginó para nosotros.

Cinco, el neoliberalismo corresponde a un nuevo espacio de disputa de formas de acción


colectiva.

En lo que sigue se desarrollan estos cinco puntos.

1. EL NEOLIBERALISMO ES UNA FASE DEL CAPITALISMO

La gente que trabaja en investigación en economía política se pregunta por las etapas del
capitalismo. Desde esta perspectiva, neoliberalismo es el nombre que denomina la fase del
capitalismo que empieza en 1973.

El capitalismo se puede caracterizar por el conflicto básico entre los dueños de las empresas
y aquellos que deben trabajar para asegurar su existencia. Desde la revolución industrial, los
trabajadores se organizaron como actores colectivos en su lucha por mejores condiciones
laborarles y de vida. En respuesta a este conflicto, durante el siglo veinte el Estado fue
adquiriendo un nuevo rol.

En especial entre los 30s y los 60s, los gobiernos de los países capitalistas asumieron un
papel de mediador en el conflicto entre empresas y trabajadores. El Estado pasó a ser algo
así como el que ponía la mesa para que las organizaciones de trabajadores y de empresarios
lograran acuerdos para seguir funcionando. Gobernar era una forma de mediar. A su vez, el
gobierno de la época tomaba un rol activo en la administración de la economía con tal de
empujar el desarrollo industrial.

Desde el Golpe de 1973 en Chile -y desde los gobiernos de Thatcher y Reagan para el resto
del mundo- las prioridades giraron radicalmente.

El gobierno neoliberal perdió interés en el desarrollo de la industrialización nacional y dejó


de asumir un rol de mediador del conflicto entre empresas y trabajadores. La meta de los
gobiernos neoliberales es producir las condiciones para el crecimiento económico. Por eso es
que el ministro de Hacienda pasó a ser el ministro más importante de todos. El supuesto ya
no es, como en los 60, que la economía encierra un conflicto que requiere mediación. La
nueva convicción es que si mejoran las estadísticas de crecimiento, mejorará la vida de
todos. Pero no es que el gobierno neoliberal deje de actuar. Es muy activo, pero de una
forma diferente. Algunos ejemplos de política económica en este contexto son la invención
de la idea del Banco Central autónomo, la firma de tratados de libre comercio, liberación de
mercado cambiarios, atracción de inversión extranjera, etc.

Para el caso de Chile, quizás una de las políticas económicas más relevantes fue el sistema
de previsión y pensiones que se implementó desde la Constitución de 1980. Las reformas
95

laborales de la dictadura no solo prohibieron la acción política organizada (negociación por


Página

sector, etc.). Ahora todos son obligados a formar parte de un sistema donde ya no se
diferencia según el sector en que trabajas sino que por la empresa que administra tu
pensión.

Las AFPs, a su vez, ilustran otra de las características del capitalismo neoliberal. La
economía se construye de una forma en que el sistema financiero se hace cada vez más
central. Las AFPs son tanto un sistema de pensiones, como un instrumento para alimentar
al mercado de capitales. Desde ahí, la suerte de todos los trabajadores se conecta
inexorablemente al crecimiento. Si las inversiones de los fondos de pensiones no son
rentables, las jubilaciones empeorarán.

En estas nuevas condiciones, la empresa cambia también. La gran empresa ya no es


simplemente nacional. Los tratados de libre comercio, el mercado cambiario, los sistemas
financieros globales, hacen posible que las organizaciones implementen sus cadenas
productivas entre países. Por ejemplo, las grandes tiendas en Chile, ya no dependen de
empresas textiles en el país, sino que ellas mismas comienzan a producir donde existan
condiciones más favorables, por ejemplo, en China. La política económica no intenta
protegerse frente a estos cambios. La nueva política económica busca liderar la adaptación.
El mantra es competitividad, flexibilidad, emprendimiento, crecimiento, innovación. Nada de
esto cambió dramáticamente durante los gobiernos post-dictadura.

2. EL NEOLIBERALISMO ES UNA FORMA DE GOBERNAR LOS PROBLEMAS PÚBLICOS

Una segunda pregunta surge de investigación en historia del pensamiento político.

El punto central desde esta perspectiva es que el neoliberalismo no es simplemente un


cambio en la economía, el neoliberalismo es una nueva forma de gobernar y entender los
problemas colectivos.

El concepto clave en el pensamiento neoliberal es mercado. La transición del liberalismo


clásico al ‘nuevo liberalismo’ (neo significa nuevo), es que se abandona la idea de que el rol
de los gobiernos es simplemente dejar que los mercados existentes funcionen.

Desde la perspectiva neoliberal, el gobierno debe crear activamente las condiciones para el
desarrollo de nuevos mercados. Esto no solo implica un cambio en la forma de
administración de la economía, cambia también como se concibe y organiza la solución a los
problemas públicos. Lo que hace el gobierno neoliberal es crear políticas públicas que
empujan a sectores enteros a que sean organizados según los atributos que los economistas
le asignan al mercado.

Unos de los ejemplos más importantes en Chile es la educación escolar. Las reformas
iniciadas durante la dictadura asumen la mirada propuesta por el economista de Chicago
Milton Friedman. Según Friedman la educación pública es mala e ineficiente. No es que él
haya estudiado cuando las escuelas funcionan bien o mal. Para Friedman un sistema donde
las decisiones las toman funcionarios públicos que administren un sistema centralizado es
siempre ineficiente.

Por el contrario, si la educación se organizara de una forma parecida a como se supone que
funcionan los mercados mejorarían tanto la eficiencia como la calidad. La solución que
inventó Friedman es el voucher. El voucher es un instrumento de política pública que cambia
como se distribuyen los recursos del sistema escolar. Con el voucher son las familias –
mediante la elección de escuelas– las que deciden donde gastar los fondos públicos. Las
escuelas, por su parte, pasan a ser vistas como organizaciones que deben competir unas con
otras por atraer estudiantes.

El rol del gobierno es organizar todas las áreas de políticas sociales según los atributos que
los economistas le asignan a los mercados. El mantra es: competencia, elección,
proveedores privados. Los mismos principios – aunque con diferentes instrumentos – se
fueron aplicando a la educación, la salud, las políticas de contaminación, el transporte
público, la energía, el agua, incluso en asuntos como la construcción de prisiones, viviendas
sociales, e infraestructura.

No sólo cambian las áreas que se privatizan. Cambia también la forma de administración del
sector público. El supuesto deja de ser que la administración pública responde a principios
de organización diferente a las empresas privadas. Así -con lo que se conoce como la Nueva
Administración Pública- se empiezan a introducir formas de competencia en las
96

organizaciones del sector público.


Página
Obviamente, sería erróneo decir que nada cambió con la vuelta de la democracia. Los
gobiernos de la Concertación implementaron muchos programas sociales en diversas
direcciones. Lo que no cambió fueron los principios generales. Quizás el ejemplo más radical
es el Crédito con Aval del Estado. Con el fin de aumentar el acceso a la educación
universitaria, lo que el gobierno (de izquierda) hace es inventar un instrumento (el CAE) que
genere un nuevo mercado para los bancos.

Desde los 90, sin embargo, se fue generando un nuevo tipo de reformismo. Las nuevas
políticas públicas empiezan a asumir que los mercados no funcionan solos, pero que se
necesitan a expertos e instituciones que los ayuden a hacer bien su tarea. Por ejemplo, si la
competencia en educación escolar no aumenta la calidad por si sola, la solución no es dejar
de esperar que sea la competencia el principio de organización básica, sino que se construye
un sistema de aseguramiento de la calidad que ayude a las familias a tomar decisiones
mejor informadas.

Otros ejemplos son el AUGE, el Transantiago y las diferentes reformas al sistema de


pensiones. Ninguna de esas políticas cambió el principio de que los mercados son la solución
a problemas públicos; lo que intentan es introducir nuevos instrumentos o diseños con el fin
de hacer que los mercados funcionen como mejor solución.

Por su parte, las empresas públicas siguen siendo administradas como si estuvieran en
competencia. Basta pensar en TVN. El único canal público es una organización que se
financia por su capacidad de atraer publicidad y se le evalúa según su éxito relativo en
competencia con los otros canales.

3. EL NEOLIBERALISMO ES UNA RED DE PRODUCCIÓN DE CONOCIMIENTO

Una tercera discusión proviene de la historia del pensamiento económico. Desde esta
literatura el neoliberalismo es descrito como una muy exitosa red de producción de
conocimiento. Lo que se ha investigado en este contexto es cómo es que el pensamiento
neoliberal pasó de un movimiento relativamente marginal, a constituirse en el discurso
dominante en el gobierno de tantos países.

El neoliberalismo como movimiento intelectual empieza en un encuentro en Paris en 1938


(“El Coloquio Walter Lippmann”) y se fue consolidando en las diferentes reuniones de la
Sociedad Mont Pelerin (algunos de los nombres claves de este momento son gente como
Friedrich Hayek, Walter Eucken, Milton Friedman, Gary Becker, Ronald Coase y James M.
Buchanan), para para luego ir repartiéndose en múltiples centros de pensamiento (los
famosos think tanks) por el mundo.

Para el caso de Chile, el punto clave es la red que se construyó en torno a los Chicago Boys.
Chicago Boys es el nombre que se le dio a un grupo de economistas, la mayoría educados
en la Universidad Católica, que se beneficiaron de un acuerdo de intercambio de estudiantes
con la Universidad de Chicago. Gracias al intercambio, el grupo de economistas chilenos
terminó participando en cursos de post-grado en el período en que algunos economistas
claves de la red neoliberal (Friedman, Becker, Stigler, Harberger) trabajaban en Chicago.
Estos mismos economistas, cuando volvieron a Chile, terminaron escribiendo el famoso El
Ladrillo, el documento que terminó estableciendo las bases para las reformas económicas y
sociales de los siguientes años en el país.

Los Chicago Boys no son solo importantes por las reformas que iniciaron. Son muy
importantes también por la nueva red de producción y discusión de conocimiento que
ayudaron a establecer. El invento clave es la figura del tecnócrata. El éxito de los Chicago
Boys fue convencer a las autoridades de la dictadura de que ellos eran expertos en lo que
estaban haciendo. Uno podría decir que si de algo sabían era en algunos temas de economía
(política monetaria, inflación). Lo que hicieron los Chicago Boys – y los economistas que
siguieron llegando luego a las oficinas de ODEPLAN, desde donde se organizaron las
reformas sectoriales- fue convencer al resto de que ellos eran expertos en todo. Educación,
pensiones, recursos naturales, salud. Esto no era cierto.

Lo que muestran estudios posteriores es que los economistas lideraron reformas de sectores
que jamás habían estudiado, ni tenían experiencia previa. Sin embargo, lograron ser vistos
como ‘técnicos’.

En esto, sin duda, les ayudó la convicción en lo que José Piñera -quizás el más importante
97

de los economistas en las reformas sectoriales- denominó como ‘teoría económica básica’. El
Página

supuesto era que uno no necesitaba investigar cada área de reforma, pues, sabían de
antemano que la administración pública es siempre ineficiente, y la competencia, la elección,
la descentralización, y la propiedad privada harán las cosas mejor.

Los economistas inventaron la figura del experto ignorante. El experto ignorante se presenta
como científico, pero no hace ciencia. Es un científico que no cree en la necesidad de
investigar, pues no cree que la realidad empírica pueda contrastar lo que asume como
dogma. El truco es que para ser efectivo el experto ignorante necesita que los otros actores
relevantes en la toma de decisiones los tomen como si fueran expertos. Desde los 80s, lo
que hacen los antiguos boys es construir una infraestructura institucional en que el experto
ignorante siga cumpliendo un rol central. Ahí surgen una serie de muy bien financiados
centros de pensamiento. El más importante, tanto en nivel de recursos como de influencia,
es el Centro de Estudios Públicos, aunque hay otros, como Libertad y Desarrollo.

Los centros de pensamiento se fueron haciendo actores claves en la discusión pública. Son
ellos los que producen documentos que informan a los parlamentarios y gobiernos. Las
noticias de TV y los diarios empezarán a tratar a los no expertos como si fueran los
expertos. Así, cada vez que se debate un asunto público, los medios entrevistan a los
representantes de los centros de pensamiento. La izquierda, por su parte, en vez de poner
en cuestión la figura del experto ignorante, y de los centros de pensamiento como sitio de
producción de conocimiento válido, empezaron a copiar la estrategia. Cada expresidente
trata de fundar su propio think tank, y cuando se hace necesario construir comisiones de
expertos, los gobiernos de la Concertación siempre han caído en la trampa de tratar a los
representantes de los centros de pensamientos como si fueran expertos de verdad.

El trabajo de los tecnócratas no se ha limitado a influir en la discusión pública. Igualmente


relevante ha sido la construcción de una red prácticamente hegemónica en la formación de
administradores de empresas. Durante los 70s, los Chicago Boys intervienen y exterminan
otras formas de pensar la economía en las universidades públicas. Además, crean un nuevo
modelo de educación de la ingeniería comercial, donde se asume que la base técnica en la
educación del administrador es la teoría micro-económica a la Chicago. Esto es muy
importante, pues, esta teoría trae consigo formas específicas de concebir asuntos como
competencia y estrategia, contabilidad e impuestos, el rol de la empresa en la sociedad, la
sub-contratación, el sueldo mínimo, el medio ambiente, etc.

Desde fines de los 80s, este modelo de formación de administradores comenzó a expandirse
con el despliegue de las universidades privadas que pasaron a ser parte de la red de
formación de gestores formados en economía a la Chicago. Con el tiempo esta forma de
concebir la empresa se transformó en el sentido común de los grandes empresarios y en sus
vehículos de discusión, como los cuerpos económicos en los diarios, los congresos de
empresas, etc.

4. EL NEOLIBERALISMO DESCRIBE UNA PARTICULAR FORMA DE EXPERIENCIA DE


LA VIDA COTIDIANA

Un cuarto tipo de pregunta viene de investigación de antropología, sociología y psicología


social que investiga la experiencia cotidiana. Desde la vida cotidiana, el neoliberalismo se
vive como una serie de papeles que se nos imponen, y lo que intentan las investigaciones en
este contexto es describir cómo es que las personas experimentan y viven con estos nuevos
roles.

Un área que ha sido bien analizada en Chile es el caso de las escuelas. La relación entre
familias, estudiantes y profesores ha cambiado radicalmente. Por supuesto, todos siguen
relacionándose, pero se les ha impuesto un nuevo guión en esta interacción. Por ejemplo, de
las familias se espera que actúen como si fueran consumidores. Se les ha impuesto que
deben escoger, se les responsabiliza y además se espera que digieran todo tipo de
información sobre rankings, pruebas estandarizadas, etc.

Lo que los estudios muestran no es que las familias simplemente repitan el guión que
imaginó Friedman para ellas. Lo que hay es el lento desarrollo de prácticas y tácticas de
cómo navegar este nuevo rol. Por ejemplo, sobre cómo identificar un colegio seguro. Algo
similar pasa con los que trabajan en los establecimientos educativos. Distintos estudios han
seguido la identidad que construyen los profesores de colegios, ya sean privados o
municipales, cuando son parte de un sistema cada vez más complicado de producción de
competencia.
98

Así como con los profesores, otros estudios han investigado cómo es que las personas lidian
Página

con la figura del trabajador flexible. Un ejemplo notorio es el área del retail. No hace muchos
años atrás, los supermercados organizaban a sus trabajadores en oficios. Los empleados
tenían una práctica con la que se identificaban. Por ejemplo, trabajo en panadería,
carnicería, pescadería, o las mismas cajeras. Hoy, en cambio, se espera que los trabajadores
sean flexibles, que puedan pasar de una tarea a otra. Esto genera una reformulación de la
identidad y de lo que significa identificarse con una ocupación. Otros han analizado las
nuevas caras del trabajo ‘industrial’ en Chile. Por ejemplo, mujeres que participan en la
producción de ropa donde deben coser y cumplir metas desde sus casas, o trabajadores en
el sector forestal y minero que mediante complicados mecanismos de subcontratación no
tienen ninguna relación judicial directa con las empresas que los emplean. Mientras la
subcontratación se justifica como una decisión económica, para los que lo padecen se vive
como una manera de destrucción de las formas de representación que los trabajadores
tenían para defenderse.

Otra área en que hay diversas investigaciones es sobre la experiencia de ser endeudados. En
un contexto de sueldos muy bajos, baja inflación relativa, y regulación financiera laxa, las
empresas del comercio han encontrado en los créditos de consumo una forma de construir
consumidores a partir de clientes pobres. Lo que los estudios etnográficos describen es la
experiencia de la deuda. Hay muchas historias de procesos traumáticos, deudas sin control,
el stress de deber a muchas fuentes.

A su vez, así como en el sistema escolar, estudios muestran que las familias van
desarrollando tácticas creativas para navegar las condiciones que enfrentan. Uno de los
ejemplos es el caso de las dueñas de casa sin ingreso. Las casas comerciales
sistemáticamente otorgan crédito a dueñas de casa, pues sus estadísticas le han
demostrado que son buenas pagadoras. Esto ha generado un nuevo tipo de actividad e
identidad económica. El cupo de la tarjeta de las dueñas de casa se transforma en un
ingreso virtual al que pueden acceder las personas sin tarjetas, o con tarjetas con menos
cupo. Las dueñas de casa pasan así a ser intermediarias claves en emergentes redes
sociales de préstamo.

Otros tipos de áreas de experiencia cotidiana relevante son cómo se experimenta la ciudad,
las frustraciones y tácticas de la movilidad cotidiana, qué significa viajar en metros y buses
reventados de gente, la experiencia de los hospitales, del AUGE, de las AFPs, de los servicios
que otorgan beneficios a los más pobres, etc.

5. EL NEOLIBERALISMO Y LOS NUEVOS ESPACIOS PARA LA ACCIÓN COLECTIVA

La quinta, y última, pregunta se refiere a las formas de acción colectiva que surgen en un
contexto neoliberal.

Uno de los aspectos claves del momento neoliberal es la desmovilización de las categorías
de representación colectiva anteriores. En el capitalismo industrial (o en la versión de
capitalismo desarrollista en América Latina), la política reconocía y representaba a las
personas como trabajadores. Además, en países como Chile, existían otras categorías
sociales de representación, por ejemplo, según la situación habitacional, como pobladores, o
como trabajadores del campo. Lo que pasa en Chile desde la dictadura es que el gobierno
simplemente deja de reconocer categorías como “trabajador”, obrero, o “empleados
públicos”. A cambio, la dictadura ofrece otras formas de identidad colectiva.

Una categoría clave de la época es la del inversionista. Con la privatización de las empresas
públicas y las AFP se buscaba que los trabajadores se vean a sí mismos como pequeños
capitalistas. La ficción legal que hace posible las AFP es que los trabajadores son dueños de
la cotización obligatoria y lo que hacen es invertir su dinero mediante los fondos de
pensiones. Similarmente, las políticas habitacionales que empiezan con la dictadura intentan
transformar el problema de vivienda de un asunto de organización colectiva a uno de
pequeños y atomizados propietarios.

Quizás una de las figuras más importantes es la construcción del pobre. Obviamente, no es
que la pobreza empiece con la dictadura. Lo que cambia es como se gobierna la pobreza. El
pobre deviene una estadística que se mide sistemáticamente en términos de líneas de
pobreza y canastas básicas. A su vez, la política subsidiaria hace que sean aquellos que
cumplan ciertos parámetros estadísticos, los que se demuestren como pobres, los que
reciban subsidios y apoyos públicos.

Un asunto que ha interesado a la sociología nacional es entender las nuevas formas de


representación política que surgen en este nuevo contexto. Un tipo de trabajo ha analizado
99

como es que los gobiernos de la Concertación no hicieron ningún esfuerzo sostenido en


Página

recuperar formas de representación colectiva a nivel de vecindario o de trabajadores. Tal


como en la dictadura, la política social se siguió orientado a la figura del pobre.
Otra línea de investigación, que se desarrolla principalmente en los 90s, se preguntó si el
nuevo tipo de actor colectivo es el consumidor. Mucha de la discusión de la época asumía en
un tono optimista que el nuevo espacio público es el Mall, que la nueva forma de mostrarnos
frente a otros es según lo que compramos, y que, el consumidor remplazaría al trabajador
como categoría de representación colectiva. De hecho, los partidos y candidatos políticos
tomaron esto muy en serio y empezaron a pensar sus votantes como consumidores. El focus
group, la encuesta, el asesor de marketing, – y más tarde las redes sociales, como Facebook
– se transformaron en los nuevos mediadores entre ciudadanos y políticos. Tanto la derecha
como la izquierda asumió que lo que tenía al frente eran consumidores.

Lo que los grandes movimientos sociales de los últimos años han ido demostrando es que si
bien el neoliberalismo ha erosionado las categorías de representación colectiva tradicionales
– el empleado público, el obrero-, los nuevos movimientos no se contentan con aceptar los
personajes que el neoliberalismo les ha propuesto. Quizás el mejor ejemplo es el
movimiento de los estudiantes en el 2011. El CAE los trató como inversionistas. El guion
decía: la educación terciaria es una inversión en capital humano con retornos privados, los
préstamos son la forma de financiar esta inversión. El movimiento estudiantil respondió: ¡no
somos inversionistas somos deudores! El deudor no recibe réditos, el deudor gana un sueldo
que no le alcanza para vivir y pagar su deuda, el deudor es perseguido por las agencias
crediticias, el deudor no puede acceder a otros créditos y además debe lidiar con que sus
padres empiezan a jubilar con pensiones miserables. El movimiento del 2011 transforma la
experiencia de la deuda educativa, un asunto que se presenta como una decisión individual,
en un problema colectivo y político.

Lo que parece enseñar el movimiento de los estudiantes es de donde surgen los nuevos
colectivos. Los partidos y movimientos de trabajadores del capitalismo industrial surgen de
la experiencia básica de la explotación. Los trabajadores responden colectivamente a la
explotación en la mina, la industria, el trabajo pesquero. Hoy, pareciera, no son sólo los
trabajadores en cuanto trabajadores que son explotados. Las personas en Chile
experimentan explotación como usuarios de un sistema escolar que los obliga a competir,
como pasajeros de un sistema de transporte que los trata como masas, como usuarios de un
sistema de pensiones que los administra como pequeños inversionistas, como dueñas de
casa que deben trabajar por la deuda con la casa comercial. Lo que vemos son colectivos
que no surgen del trabajo, pero tampoco del consumidor feliz que se imaginó la publicidad y
la sociología de los 90, sino que de la sensación de explotación cotidiana que ha ido
apareciendo consistentemente en los estudios cualitativos de las últimas décadas.

LOS DIFERENTES NEOLIBERALISMOS

Lo que los párrafos anteriores intentan es ordenar la conversación sobre neoliberalismo en


las ciencias sociales recientes. El resumen es que el neoliberalismo es un concepto con
diferentes usos: es una respuesta al menos cinco diferentes preguntas. Tiene que ver con la
economía, el gobierno de los problemas sociales, la producción de conocimiento social, la
vida cotidiana y la acción colectiva. Por supuesto, todo esto no significa que el
neoliberalismo describa todo. Hay procesos (tales como el mismo capitalismo y la
desigualdad de clases) que vienen de mucho antes. Hay otros asuntos más nuevos o que
van en direcciones diferentes. Para lo que sirve el concepto de neoliberalismo es para
describir algunos de los ejes claves del presente que se ha ido construyendo en Chile.
También nos sirve para pensar que podría ser un presente no-neoliberal. Pero eso ya no es
tarea de las ciencias sociales, sino que de la imaginación de aquellas y aquellos que
construyen la historia.

DOCUMENTO 9. Ciudadanía y Participación.


Por Faro Democrático. INE e IIJ-UNAM. Faro Democrático. 2020.
México.
URL:
https://ijpc192.juridicas.unam.mx/que-es-ser-ciudadano-y-que-
es-ser-ciudadana/#tri-tema-1
100

TEMA 1. ¿QUÉ ES SER CIUDADANO/A?


Página

1. ¿Qué es la ciudadanía?
Del mismo modo que otros términos que hemos trabajado, la idea de ser ciudadano o
ciudadana es un concepto que surgió muchos años atrás. Se usaba en la antigüedad para
distinguir a quienes pertenecían a la comunidad política -los ciudadanos- del resto de
personas que no tenían plenitud de derechos civiles y políticos. Los pensadores de esa
época, entre ellos Aristóteles, pensaban que las mujeres, los esclavos y los extranjeros no
eran ciudadanos. La ciudadanía era sólo para unas pocas personas y entrañaba una cierta
visión elitista del ser ciudadano. Era considerada un privilegio para unos pocos. Entonces
desde aquellos tiempos los pensadores pretendían definir qué era la ciudadanía, y… hasta la
fecha los y las autoras sobre el tema no logran ponerse de acuerdo.

En la Grecia antigua, el concepto de ciudadanía daba cuenta del vínculo entre el individuo y
el Estado, que otorgaba al ciudadano un estatus superior al resto de las personas. Esa
condición se daba únicamente a los varones libres que contaban con cierta riqueza y que
habían nacido o se habían naturalizado en la polis. Los ciudadanos tenían libertades,
derechos y obligaciones. Las libertades y derechos incluían la posibilidad de hablar y votar
en la asamblea, ejercer funciones públicas, participar de la actividad religiosa, contar con la
protección de la ley, tener beneficios sociales, poseer tierra, entre otras. Las obligaciones se
referían a las tareas que los ciudadanos debían desempeñar a favor de la polis y que no se
limitaban a la participación política, sino que abarcaban otros asuntos públicos, en
particular, el de pagar impuestos y defender a la comunidad.

El estatus de ciudadanía podía perderse cuando se había cometido una falta contra la
comunidad o contra su honor, por ejemplo, al no pagar los impuestos, al robar, al desertar,
al abandonar el campo de batalla, o al haber maltratado a sus padres. El perder la
ciudadanía suponía quedarse sin el amparo de la ley, dado que implicaba la pérdida de
derechos como por ejemplo asistir al ágora (o plaza pública), la imposibilidad de ser testigo
en un juicio, de estar en el ejército, de asistir a los servicios religiosos o de hacer
testamentos.

SABÍAS QUE…
La Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano reconocía
únicamente a los varones y dejaba fuera de la comunidad a las mujeres. Por ello, en 1791,
Olympe de Gouges proclamó la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. La
Declaración se convirtió en uno de los textos más importantes en la historia de la lucha por
el reconocimiento de los derechos de las mujeres. Por sus ideas y por la crítica a la dictadura
derivada del movimiento revolucionario, Olympe de Gouges fue guillotinada en 1793.

La Roma antigua mantuvo algunas de estas características, como la igualdad ante la ley de
los que eran ciudadanos o la participación en los asuntos públicos. Sin embargo, la
ciudadanía romana era menos excluyente que la griega, pues los romanos, un imperio
conquistador, era más abierto a los extranjeros, a quienes les ofrecía una ciudadanía de
segunda categoría. Es decir, las ciudadanas y ciudadanos de los territorios conquistados no
podían participar en las decisiones públicas, aunque contaban con la protección de la ley,
podían suscribir contratos e, incluso, casarse con los romanos. Todo ello permitió una
integración paulatina y la expansión de la cultura romana y de su imperio por las costas del
Mediterráneo.

Algunas de las ideas de los griegos y romanos están vigentes en la actualidad, pues
seguimos considerando que la ciudadanía está asociada con la pertenencia a una comunidad
y con la libertad de actuar dentro de la ley y de buscar su protección. La visión moderna de
ciudadanía surgió de la Revolución francesa y se plasmó en la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, adoptada en 1789, que reconoció que los derechos
de los hombres eran naturales, inalienables y sagrados, y que todos los hombres nacían
libres e iguales. De esta manera, las ideas antiguas del ser ciudadano como la membresía a
una comunidad fueron complementadas con la ampliación del reconocimiento de esos
derechos a un mayor número de personas.

Desde el siglo XVII los pensadores contractualistas explicaron el origen de la autoridad, la


razón por la cual creamos al Estado, el modo en que protegemos los derechos humanos y
cómo adquirimos la condición de ciudadanía a partir del “contrato social”, es decir, el
101

acuerdo real o hipotético que se realiza al interior de un grupo social y mediante el cual se
acuerdan las reglas de convivencia y las leyes a las que se someten los miembros de esa
Página

comunidad. La metáfora del contrato social ha sido desarrollada por diversos autores como
Jean-Jacques Rousseau, John Locke o Thomas Hobbes, quienes lo pensaron como un pacto
original entre sujetos libres para someterse a un régimen común. Si bien hay diferencias
entre estos tres pensadores, la esencia del pensamiento contractualista es que entregamos
nuestra libertad y decidimos convivir en una comunidad. Esa es la idea clave de esta
metáfora que ha tenido un importante efecto en la construcción de las sociedades modernas.

Para vivir en sociedad, entonces, los seres humanos acordamos un contrato (o pacto)
implícito que nos otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que
disponemos antes de suscribir el pacto (es decir, en lo que denominaban el estado de
naturaleza). Siendo así, los derechos y los deberes de los individuos constituyen las
cláusulas del contrato social, en tanto que el Estado es la entidad creada para hacer cumplir
el contrato. Del mismo modo, los seres humanos pueden cambiar los términos del contrato
si así lo desean; los derechos y los deberes no son inmutables o naturales. De esta manera,
con esta idea poderosa, se elimina la idea del origen divino del poder y de la autoridad.

Las democracias modernas que surgieron en el siglo XIX reconocían derechos de ciudadanía,
en un primer momento, a todos los varones. Del mismo modo que pensaban que el contrato
social se había hecho únicamente entre varones. Poco a poco, la diversidad de las
sociedades y el reconocimiento de los derechos políticos como parte de los derechos
humanos se otorgaron de manera formal a todas las personas, sin importar su género,
pertenencia a grupos sociales, económicos, ideológicos y religiosos. Y, a pesar de ese
reconocimiento formal a la igualdad en el acceso de esos derechos, en la práctica, el
ejercicio efectivo fue limitado para algunos grupos. El relato teórico de la ciudadanía ha
invisibilizado el hecho de que las mujeres han estado excluidas de manera efectiva de los
procesos políticos (recordemos, por ejemplo, lo que tardaron en conseguir el derecho al
voto).

Desde que se inició la discusión moderna sobre la ciudadanía, las mujeres han estado
excluidas. De ahí los planteamientos de Olympe de Gouges o John Stuart Mill. A pesar de la
consistencia de estos reclamos, para gran parte del pensamiento político y filosófico el
conflicto de género en torno a los derechos de ciudadanía no ha existido o bien, consideró
que sólo había sido una rabieta de unas cuantas mujeres que no parecían entender que sus
derechos estaban contenidos en la noción más general de seres humanos (Lois y Alonso,
2016: 61).

Olympe de Gouges fue clara en sus planteamientos al redactar la Declaración de los


Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Para ella, las mujeres y los hombres eran iguales en
todos los aspectos de la vida pública y privada, incluyendo la igualdad de la mujer con el
hombre en el derecho a voto, en el acceso al trabajo público, a hablar en público de temas
políticos, a acceder a la vida política, a poseer y controlar propiedades, a formar parte del
ejército; incluso a la igualdad fiscal así como el derecho a la educación y a la igualdad de
poder en el ámbito familiar y eclesiástico. Sostenía que “Si la mujer puede subir al cadalso
también se le debería reconocer el derecho de poder subir a la Tribuna”.

SABÍAS QUE…
Una de las principales pensadoras feministas de la que tenemos noticias fue Marie de
Gournay quien escribió en 1622 (30 años antes que Thomas Hobbes lo hiciera con El
Leviatán, el cual ha sido considerado el primer gran tratado del iusnaturalismo y
contractualismo moderno) que la igualdad natural era entre todos los individuos, hombres y
mujeres y, por lo tanto, deslegitimaba cualquier autoridad natural, dominio o poder
magistral de unos sobre los otros (Serret, 2008: 17).

La noción sociológica de ciudadanía más extendida ha sido la que desarrolló Thomas


Marshall en su obra clásica llamada Citizenship and social Class publicada en 1950, para
quien la ciudadanía es aquel estatus que se concede a los miembros de pleno derecho de
una comunidad. Sus beneficiarios son iguales en cuanto a los derechos y obligaciones. En su
argumento básico sostuvo que la ciudadanía habría evolucionado a lo largo del tiempo a
través de la creciente adquisición de derechos como una especie de marcha por etapas: los
siglos XVIII (Derechos Civiles); siglo XIX (Derechos Políticos) y siglo XX (Derechos Sociales)
y describió cómo esa evolución histórica de la ciudadanía y de los derechos se
manifestaba entonces en derechos civiles, políticos y sociales.
102
Página
SABÍAS QUE…
La ciudadanía moderna para Marshall era un status que atribuye derechos y deberes a
los nuevos grupos sociales que emergen con el desarrollo de una nueva sociedad industrial
desde mediados del XVII. Según Marshall el individuo no es sólo portador de derechos, sino
de deberes sociales con su comunidad y es eso lo que hace posible el ejercicio de sus
derechos.

En la actualidad, ser ciudadana o ciudadano significa ser miembro pleno de una comunidad,
tener los mismos derechos que los demás y las mismas oportunidades de influir en el
destino de la comunidad, asimismo supone obligaciones que es lo que hace posible el
ejercicio de los derechos. La ciudadanía se manifiesta (se hace posible) a partir de tres
dimensiones diferenciadas. Siguiendo a Marshall, primero, por pertenecer a una comunidad
que es fuente de identidad colectiva (nacional). Segundo, por la capacidad que tenemos de
ser agentes participantes y decisorios en las instituciones políticas. Tercero, porque supone
cierto estatus legal. Las tres dimensiones -que se presentan interrelacionadas entre sí en el
mundo real- han sido destacadas como claves por diferentes corrientes filosóficas como el
comunitarismo, el republicanismo y el liberalismo (Lois y Alonso, 2016: 61).

Esta visión multidimensional de la ciudadanía se encuentra constantemente desafiada por


los cambios que se están dando en las últimas décadas respecto a la distinción entre esfera
pública y privada, los efectos de la globalización y las ciudadanías cosmopolitas, las crisis
europeas del Estado de Bienestar o el creciente pluralismo y diversidad de las sociedades.
Todos estos elementos ponen en discusión constantemente el concepto de ciudadanía. Por
ejemplo, en relación a la distinción entre espacio público y espacio privado, la revisión
histórica evidencia cómo diversos grupos han tenido acceso desigual a los derechos de
ciudadanía y cómo la filosofía se ha olvidado de explorar lo que ocurría en el espacio privado
(quién se hacía cargo, cómo, para quién).

Una de las críticas más agudas a la idea de “contrato social” la hizo la teórica política
británica Carole Pateman, para quien el “contrato social” de los contractualistas, creada por
los hombres y pensada para los hombres, resulta más bien una “historia de sujeción” y, con
ello, la sumisión de las mujeres a ese dominio de los hombres. Esto da cuenta de cómo el
derecho de los hombres sobre las mujeres se establece a partir de un pacto. Ese momento
primigenio de hermandad entre hombres, de separación de las esferas civil y privada y de
exclusión de las mujeres de la primera mediante un contrato especial, el del matrimonio, por
el cual ellas quedaban reducidas a la vida doméstica y los hombres como cabeza de familia.
La postura de Pateman, que derivó en la incorporación del concepto de “contrato sexual” a
la Filosofía Política, puede ser considerada como una de las consecuencias, en el ámbito de
la teoría, del lema del movimiento feminista: “lo personal es político”.

SABÍAS QUE…
“Los primeros relatos hablan de que la vida social estaba gobernada por el derecho materno,
la descendencia era matrilineal y muchas sociedades matriarcales. ¿Por qué fue destronado
el derecho materno? ¿Cuál fue el significado del triunfo del derecho paterno? (…). La familia,
con la autoridad del padre a la cabeza, brindó el modelo y la metáfora de las relaciones de
poder y autoridad de todo tipo. La sociedad política emergió a partir de la familia patriarcal e
identificó la victoria del padre con el origen de la civilización (…). El patriarcado fue así un
triunfo social y cultural. El reconocimiento de la paternidad fue interpretado como el ejercicio
de la razón, un avance necesario para sentar las bases del surgimiento de la civilización,
todo lo cual fue tarea de los hombres (…)”. Extracto del famoso libro El Contrato Sexual
de Carole Pateman.

Pateman lo denominó “contrato sexual” porque está basado en la idea de que la libertad de
los varones y la sujeción de las mujeres se crea a través de ese contrato original y de que
“la libertad civil no es universal; es un atributo masculino y depende del derecho patriarcal
(…). El contrato es el medio a través del cual el patriarcado moderno se constituye”. Esta
103

idea crítica da cuenta de la ficción normativa existente en la idea de contrato social, que
evidencia un cierto voluntarismo igualitarista de la diversidad de aspiraciones, necesidades y
Página

cargas sociales cuando en la práctica excluye a todos y todas aquellas que no se ajustan a
una idea homogénea de sujeto ideal. Precisamente, uno de los aportes principales de la
teoría feminista a la teoría política ha sido la de identificar el sesgo de una ciudadanía
entendida como algo propio de la esfera pública, oponiéndose a la esfera privada, lo familiar
y lo doméstico.

Como sostiene la feminista española y precursora del ecofeminismo, Alicia Puleo, el derecho
civil (patriarcal) fue descuidado por la teoría política del siglo XX que olvidó el ámbito
privado y aceptó la falsa neutralidad sexual de las categorías de individuo y contrato,
impidiendo que se perciba la vinculación de las esferas pública y la doméstica. El hecho de
que las mujeres y los hombres presenten diferencias sustantivas (de manera real) en el
acceso a las instituciones, en el ejercicio de sus derechos o en la manera en que ejercen el
poder evidencia que esas formas de discriminación afectan el ejercicio de los derechos
humanos. No es sólo un problema de cómo se respetan o ejercen los derechos de las
mujeres sino que tiene que ver con el modo en que una sociedad ejerce la igualdad real y
los derechos universales de todos los grupos que la integran.

SABÍAS QUE…
Según Alicia Puleo, “el trabajo asalariado o la actividad política, con sus jornadas
agotadoras, dan por supuesta la existencia de amas de casa ocupadas en las tareas [del
hogar]. Si las mujeres reciben menor salario es porque se las considera fundamentalmente
esposas que ganan un “complemento” al sueldo del varón proveedor, si tienden a elegir
contratos a tiempo parcial para compatibilizar el trabajo doméstico y asalariado es porque
tienen conciencia de su posición en una estructura que les asigna las tareas del hogar; si
sufren acoso sexual o discriminación laboral se debe a que entran en el mercado no como
meros individuos asexuados, sino como mujeres”.

Publicado en el El País, “El Contrato Sexual”, el 4 de noviembre de 2006.

En ese sentido, la mitad de la población -las mujeres- ha tenido una situación histórica de
exclusión de los derechos, viviendo en un sistema caracterizado por la vigencia de un
contrato patriarcal y por la desigualdad estructural. Esa desigualdad se manifiesta como
sostiene el constitucionalista argentino Roberto Saba en la existencia de prácticas sociales,
prejuicios y sistemas de creencias que hacen que haya grupos en “situación sistemática de
exclusión”, donde aunque no existen reglas formales (leyes) que impiden el ejercicio de los
derechos o el acceso a las instituciones, hay personas que por el hecho de pertenecer a esos
grupos (mujeres, indígenas, personas con discapacidad, migrantes, u otros grupos)
enfrentan barreras mayores que dificultan su acceso y ejercicio pleno de los derechos.

EN RESUMEN:
1) La ciudadanía es un concepto muy antiguo: ya en Grecia y Roma antigua se llamaba
ciudadanos a las personas que eran miembros de una comunidad política.

2) En la antigüedad, la ciudadanía era excluyente para las mujeres, los esclavos y los
extranjeros.

3) Ser ciudadana o ciudadano significa ser miembro pleno de una comunidad, tener los
mismos derechos que los demás y las mismas oportunidades de influir en el destino de la
comunidad. También supone el cumplimiento de una serie de deberes y obligaciones
vinculados a esos derechos.

4) A pesar de la existencia de derechos a nivel formal para la mayoría de ciudadanos y


ciudadanas, aún hay problemas para hacer efectivos muchos derechos por condiciones de
desigualdad estructural.

2. Ciudadanía y derechos.
104

El concepto de ciudadanía se refiere a las personas que son miembros de una comunidad y
que tienen derechos plenos. Pero, ¿qué significa eso? ¿Qué significa tener derechos?
Página
Todas y todos sabemos que tenemos derechos y eso nos da la sensación de cierta
protección. Intuimos que tener derechos es algo bueno y algo que nos da herramientas para
hacer cosas o para defendernos. Los derechos son otro de los conceptos que usamos y
valoramos, pero que no nos es fácil definir y muchas veces ni siquiera conocemos bien. El
hecho de que conozcamos los derechos que tenemos nos lleva a empoderarnos, es decir, a
fortalecer nuestras capacidades, confianza, visión y protagonismo para impulsar cambios
positivos en nuestro entorno.

La literatura sobre el tema nos da muchas definiciones diferentes de lo que es un derecho.


Una de las clásicas, de Rudolf Von Ihering, señala que un derecho es un interés
jurídicamente protegido. Es decir, que este reconoce la posibilidad y el interés de las
personas en actuar y protege esas acciones frente a los demás. Nos estamos aproximando a
una definición que corresponde con nuestra intuición, aunque aún tenemos varios problemas
por resolver: ¿Todos nuestros intereses están protegidos por la ley? ¿Quién determina qué
intereses protegerá la ley? ¿Quiénes tienen esos derechos?

Por supuesto, no es cierto que cualquier interés y cualquier acción serán protegidos por la
ley. La delimitación de cuáles lo serán depende de la concepción de justicia, de moral y de
los valores que tenga una sociedad. La evolución de nuestra civilización es precisamente la
historia de la ampliación de este catálogo de derechos. En la actualidad, las democracias han
ido protegiendo cada vez más derechos: desde los derechos civiles y políticos básicos (como
la libertad de expresión, de conciencia, de asociación, de poder votar), luego los derechos
económicos y sociales (como la salud, seguridad social, el acceso a la cultura, al
medioambiente sano) hasta los nuevos derechos (como el acceso a Internet, a la identidad y
reputación digital o a las garantías frente a la manipulación genética).

Podríamos decir que la ampliación de los derechos se relaciona con la evolución de las
sociedades que, con el paso de tiempo, abandonaron las visiones tradicionales de la
preeminencia de la comunidad por encima de las personas y adoptaron una perspectiva
moral que le dio al individuo el lugar central en los valores colectivos.

Sin duda esta fue una conquista del individualismo, de las ideas que otorgan primacía al
individuo respecto a la colectividad. De ahí el reconocimiento paulatino de los derechos
necesarios para lograr el desarrollo integral de cada persona en un mundo cada vez más
complejo, con muchas más interconexiones y más avanzado tecnológicamente.

¿Quiénes tienen los derechos? La respuesta a esta pregunta también fue diferente en los
distintos momentos de desarrollo de nuestras sociedades. Poco a poco se fue ampliando el
catálogo de las personas a quienes se les reconocía como integrantes de la comunidad y a
quienes se les otorgaban derechos. Primero, los derechos se les otorgaron a todos los
varones, mayores de edad, que eran libres y contaban con un determinado nivel de
ingresos o recursos. Después los requisitos relacionados con la riqueza personal se fueron
eliminando y con la abolición de la esclavitud todos los varones fueron libres. Los siguientes
pasos fueron el reconocimiento de los derechos de las mujeres y de las personas
pertenecientes a ciertos grupos, como minorías (étnicas o religiosas), de la diversidad
sexual, personas en situación de migración o en otras situaciones de vulnerabilidad.

Las sociedades modernas, conscientes cada vez más de la importancia de la protección de


los derechos, fueron no sólo reconociendo los derechos de las personas pertenecientes a
grupos previamente excluidos (mujeres, indígenas, afros, minorías étnicas, personas con
discapacidad o pertenecientes a grupos de diversidad sexual), sino que fueron adoptando
mecanismos especiales y adicionales para otorgar a todas y todos las oportunidades reales
de ejercerlos.

En la actualidad, reconocemos que todas las personas tienen derechos: a la vida, a ser libre
de la tortura, a la libertad de conciencia, a profesar la religión de su preferencia, a viajar y
trasladarse de un lado a otro sin que nadie les diga dónde pueden o no ir, a opinar como
quieran, a reunirse y organizarse para alcanzar el poder, entre muchos otros. En este
sentido, de manera general, aceptamos que sólo algunos de los derechos, en particular los
relativos a la participación política, sean restringidos o limitados a las personas que tienen la
calidad de ciudadano o ciudadana. Pero el resto de derechos -la mayoría de ellos- no están
vinculados a la pertenencia de nacimiento a la comunidad sino que se les otorga por integrar
esa comunidad, sin importar su lugar de nacimiento.
105

Nos queda entonces la última pregunta: ¿quién determina qué intereses (derechos) se
protegen? La filosofía ha dedicado muchos esfuerzos a responder esta pregunta y las y los
Página

pensadores han llegado a ofrecer diferentes respuestas. Por una parte hay quienes aún
consideran que la dignidad humana deriva de la voluntad de un Dios o de la naturaleza. Por
otra, la mayoría coincide en que el reconocimiento de los derechos se basa en la capacidad
de raciocinio que tenemos los seres humanos y nuestro deseo de vivir en una sociedad
justa. Es decir, los humanos deseamos vivir seguros y en paz y nos hemos dado cuenta que
para hacerlo, debemos respetar los derechos básicos de los demás (la vida, la libertad, la
propiedad, pensamiento y conciencia, entre otros). Esa era la postura de Immanuel Kant,
quien consideraba que tenemos derechos no por algún acuerdo político sino porque somos
seres libres y morales y los derechos nos permiten mantener nuestra libertad en la sociedad.

El reconocimiento de los derechos de todas las personas es un ideal ampliamente extendido


en las sociedades democráticas. Los derechos son para todas y todos, pero ser ciudadano y
ciudadana nos otorga ventajas adicionales: nos permite participar en la vida política de una
comunidad y nos brinda protección ante cualquier posible intento de violación de nuestros
derechos.

EN RESUMEN:
1) Tener derechos significa contar con la protección de la sociedad para poder realizar
ciertos intereses fundamentales para lograr una vida digna.

2) Los derechos humanos son de todas las personas, pero la ciudadanía nos permite
participar en la vida política de la comunidad y nos otorga su protección.

3. Ciudadanía y política.

Todas las personas tenemos derechos y ser ciudadanos y ciudadanas nos otorga un estatus
especial como miembros de una comunidad. En este sentido, la ciudadanía nos vuelve
integrantes de un Estado y nos adscribe a una serie de acuerdos, normas y prácticas
compartidas que constituyen una comunidad política. La pertenencia a una comunidad
política es importante por dos razones principales: porque nos garantiza estatus y derechos
de participación al interior de la comunidad y porque nos otorga protección de un Estado
hacia afuera de la misma. Como sostenía Hannah Arendt, la capacidad de las personas de
ejercer sus derechos depende, en gran medida, de la capacidad de la comunidad a la que
pertenecen de defender estos derechos. Sin esa protección, las personas pueden ser
sometidas, afectadas por las injusticias y privadas de sus derechos.

Al interior de la comunidad, la ciudadanía nos otorga un estatus igualitario, es decir,


reconoce nuestros derechos de participación política en igualdad de condiciones y con la
misma importancia que a las demás personas. A partir de ello, contamos con ciertos
derechos, pero también responsabilidades, y estamos obligados a respetar las normas
comunes y las prácticas de nuestra comunidad. La ciudadanía, relacionada a la política,
puede ser entendida como la capacidad de las personas de controlar su propio destino
dentro de la comunidad y de influir sobre el destino de la propia comunidad (Stinchcombe,
2001: 140-1). La democracia es un sistema político que permite a las personas participar en
las decisiones públicas pero que también supone compromisos y responsabilidades por parte
de esas personas hacia la democracia.

Las sociedades, si bien reconocen los derechos de las personas, incluso aquellas que no
integran la comunidad, pueden ser muy celosas cuando se trata de la participación en la
política. Por ello reserva esta actividad únicamente para quienes son ciudadanos y
ciudadanas, considerando que otras personas foráneas no comparten los mismos intereses,
principios, valores y prácticas que el grupo. En este sentido, debemos reconocer que la
ciudadanía llega a ser un concepto excluyente, al dejar fuera de la comunidad a diferentes
personas y grupos de personas. Pero, ¿cómo decidimos si alguien integra una comunidad
política?

Los países tienen diferentes maneras de definir a quiénes reconocen u otorgan la calidad de
ciudadano o ciudadana. Si bien ciudadanía y nacionalidad son cuestiones diversas
dependiendo de cada lugar, la mayoría de los países asocian ciudadanía con ser nacional del
país y haber cumplido una edad determinada por ley. La nacionalidad señala el “vínculo
jurídico de una persona con un Estado, que le atribuye la condición de ciudadano o
106

ciudadana de ese Estado en función del lugar en que ha nacido, de la nacionalidad de sus
padres o del hecho de habérsele concedido la naturalización”, según el Diccionario de la Real
Página

Academia Española. Este vínculo surge a partir de la configuración de los Estados-Nación y


supone la concepción moderna de ciudadanía.
La nacionalidad se puede adquirir por dos vías: ius sanguinis y ius soli. La primera, ius
sanguinis, también conocida como “derecho de la sangre”, significa que la ciudadanía se
hereda: si el padre o la madre tienen la ciudadanía de un país, la tendrá también su hijo o
hija. Por ejemplo, como ocurre en España o Alemania. La segunda, ius soli, también
denominada como “derecho del suelo o del lugar”, donde la ciudadanía se otorga por el lugar
del nacimiento: cualquier persona que nazca en el territorio de un país, adquiere su
ciudadanía, sin importar cuál es la ciudadanía de sus padres. Por ejemplo, como en México,
Brasil, Canadá, Chile, Ecuador, Estados Unidos, Perú, Uruguay y Venezuela.

La ciudadanía política trata de la pertenencia a una comunidad pero también de la


posibilidad de contar con acceso a derechos políticos. El concepto es una construcción
histórica que ha ido evolucionando, que no es universal ni invariable sino que -todo lo
contrario- se caracteriza por tener un carácter expansivo, es decir, que conforme la sociedad
se va transformando suelen ir ampliándose los márgenes en términos de actores y
mecanismos. Por tanto, en la actualidad, entendemos a la ciudadanía política como la
“condición jurídica que otorga la titularidad de los derechos políticos, especialmente, el
derecho al sufragio activo y pasivo” (Ferreira Rubio, 2017: 150).

Si bien la visión clásica de la ciudadanía era bastante elitista (como la que empleaban los
Griegos o los Romanos), cada vez más se va ampliando la noción de ciudadanía y se van
incorporando nuevos actores como los jóvenes, personas en situación de migración,
pertenecientes a grupos de diversidad sexual, personas indígenas y afros, entre otras. La
categoría de ciudadana y de ciudadano se fue transformando para ser cada vez más
democrática e incluyente, reconociendo el valor de cada individuo y el valor de la diversidad
para las sociedades contemporáneas.

Lo mismo ha ocurrido con la manera de ejercer la ciudadanía. Si bien inicialmente la


ciudadanía política tenía que ver fundamentalmente con votar, fue incorporando otros
derechos vinculados a formas diferentes de participación política y que también suponen
mecanismos de intervención de la ciudadanía en lo público (formas de democracia directa,
tecnología cívica, entre otros). En el desarrollo de la ciudadanía política fue clave la inclusión
de nuevos grupos y, con ello, el cuestionamiento del paradigma del ciudadano universal.

¿Recuerdan la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano adoptada a raíz de
la Revolución francesa? Este documento, fiel al espíritu de su época, refleja precisamente la
idea del ciudadano universal: un hombre, blanco, heterosexual y rico. Es como si hubiera
creado la metáfora de un ciudadano ideal. Esto deja fuera de la condición de ciudadanía a
cualquier persona que no sea así o que no cumpla con esos requisitos. Esa visión se olvida
de la diversidad y es más busca acomodar a ese modelo ideal a quienes no cumplen con
esos criterios, olvidándose de la riqueza de las diversidades: a las mujeres, a las personas
indígenas o afro, a homosexuales, transgénero, transexuales, a personas con alguna
discapacidad o en situación de pobreza.

Ante la inclusión en la ciudadanía de las personas pertenecientes a estos grupos fue


necesario deconstruir este concepto, para que resultara más incluyente y abierto a todas las
personas que integran las sociedades modernas, diversas y plurales. Por ejemplo, un filósofo
canadiense, Will Kymlicka, propuso hablar de la ciudadanía multicultural. Para Kymlicka
(1996), las personas pertenecientes a diferentes grupos merecen el mismo reconocimiento y
las mismas oportunidades reales de ejercer sus derechos, y el Estado tiene la obligación de
hacer realidad la igualdad entre todas y todos.

En otras palabras, se reconoce la presencia en la sociedad de grupos diferenciados a partir


de distintas características (las mujeres, las minorías étnicas, las personas de diversidad
sexual, las personas con discapacidad, los jóvenes, los adultos mayores, entre otros),
quienes deberían recibir trato especial necesario para lograr la ciudadanía en pie de
igualdad, pero que no necesariamente llevarían a una asimilación, sino a la reafirmación de
la diferencia. Las sociedades modernas abandonan de esa manera la idea excluyente del
ciudadano universal para adoptar el ideal de la ciudadanía plural, diversa e igualitaria.

4. Ciudadanía social.

Las personas esperamos que al pertenecer a una comunidad y participar en las decisiones
que ésta tome nos permita proteger nuestros derechos e intereses y así generar condiciones
107

para llevar una vida más plena. Ese es precisamente uno de los objetivos de la democracia:
garantizar las condiciones para la autorrealización de las personas.
Página
La ciudadanía también se asocia con la existencia de las condiciones que implican cierto
nivel de bienestar económico y social. Recordemos que las sociedades democráticas no
pueden funcionar si sus integrantes no gozan de libertades y si no son iguales. Por ello los
derechos civiles y políticos que tienen las personas fueron complementados con una serie de
derechos económicos y sociales que les permiten alcanzar un mayor bienestar, entre los que
destacan, el derecho al trabajo, a la seguridad social, a la salud, a la educación o a un nivel
de vida adecuado, entre otros.

De ahí la obligación y la responsabilidad de los gobiernos de asegurar condiciones y


posibilidades reales para el ejercicio de esos derechos, indispensables para que las personas
puedan llevar una vida plena y para que puedan ejercer de manera sustantiva la ciudadanía
política. Esta responsabilidad de los Estados es distinta respecto de las personas que
integran su comunidad y de quienes no. De nueva cuenta la ciudadanía resulta ser una
categoría clave para la existencia de los derechos y las capacidades de las personas de
ejercerlos.

El concepto de la ciudadanía social tomó fuerza a partir de la inclusión de nuevos grupos


dentro de la comunidad política, que no necesariamente gozaban de los mismos derechos
que las mayorías dominantes. El reconocimiento de los derechos de quienes estaban antes
excluidos de la comunidad política (las mujeres, jóvenes, personas en situación de
migración, pertenecientes a grupos de diversidad sexual, personas indígenas y afros, entre
otras) despertó nuevos debates acerca del significado de la ciudadanía, pues resultaba
evidente que estas personas no siempre tenían posibilidades, recursos o capacidades para
participar e influir en la vida pública.

De esta manera surgieron nuevos postulados para fortalecer la igualdad social, a través del
reconocimiento de la diversidad de contextos de los grupos y subsecuente establecimiento
de mecanismos especiales que les permitan participar en pie de igualdad. En general, se
trata de que todas las personas deben contar con condiciones mínimas necesarias que
aseguren sus capacidades (entendidas como posibilidades reales) de poder desarrollar una
vida significativa: para que “vivan vidas plenas y creativas, desarrollen su potencial y
formen una existencia significativa acorde con la igualdad de dignidad humana de todos los
individuos” (Nussbaum, 2012: 216).

EN RESUMEN:
1) La ciudadanía social tiene que ver con el derecho a estar bien, ser feliz y tener una buena
calidad de vida y contempla diversos derechos económicos y sociales entre los que destacan,
el derecho al trabajo, a la seguridad social, a la salud, a la educación o a un nivel de vida
adecuado, entre otros.

2) La ciudadanía social pone énfasis en la creación de mecanismos necesarios para lograr la


igualdad real entre las personas pertenecientes a los diversos grupos que integran la
sociedad.

CIUDADANÍA COSMOPOLITA

Los derechos humanos deben considerarse independientemente de la ciudadanía o de la


nacionalidad. Cada vez más existen nuevas maneras de definir los derechos de los
ciudadanos y de las ciudadanas a nivel transnacional sin establecer la pertenencia a una
categoría, es decir, si naciste en un determinado lugar. Muchos de los debate invitan hoy
a cuestionar el concepto de ciudadanía clásica para transitar hacia una ciudadanía
cosmopolita, en un mundo cada vez más globalizado, que está creando un hueco de
ciudadanía en el que las personas que viven en situación de migración (no ciudadanas de un
país) están en riesgo permanente porque sus derechos no están protegidos por ninguna
comunidad.

Los derechos humanos, al ser universales e incluyentes, son una herramienta de lucha útil
para esa ciudadanía cosmopolita, que además centra su foco en la idea de pertenencia a una
comunidad, más allá del lugar de nacimiento. Esto porque los derechos humanos, al ser
reconocidos en numerosos tratados internacionales, son parte de nueva cultura política
108

global (Brysk y Shafir, 2004).

TEMA 2. ¿CÓMO SE FORMA UN CIUDADANO/A?


Página
Sabemos ya que todas y todos somos ciudadanos, tenemos ciertos derechos y obligaciones
y que eso nos hace parte de una comunidad política, con la cual compartimos valores, ideas
y prácticas. Sabemos que eso nos permite votar y ser votados, expresar nuestras opiniones,
protestar o apoyar a las diferentes ideas y propuestas políticas. Pero…te has preguntado
alguna vez, ¿cómo sabemos todo eso? ¿Cómo sabemos qué significa la ciudadanía, cuáles
son nuestros derechos y cómo podemos participar en la sociedad?

Ninguna de esas cosas las sabemos al nacer, sino que las aprendemos en algún momento de
nuestras vidas. Lo interesante es que una buena parte de las respuestas sobre cómo nos
comportarnos como miembros de una comunidad política no las aprendemos exclusivamente
en la escuela -como en una clase de Formación Cívica y Ética- sino que las aprendemos
desde la infancia, en un proceso inconsciente, en el que participan múltiples agentes. Es
decir, desde temprana edad, observamos cómo se comportan los demás: nuestros padres,
vecinos, amigos y quedamos expuestos a las noticias y así nos enteramos sobre lo que pasa
en la vida pública. Poco a poco, aprendemos sobre la política y la convivencia, creando
nuestra propia personalidad política. A este proceso, mediante el cual adquirimos y
transformamos creencias, actitudes, valores e ideologías, lo llamamos socialización (Vallés,
2000: 289).

EN RESUMEN:
1) La formación de las y los ciudadanos es un proceso complejo que transcurre desde la
infancia hasta la edad adulta.

2) Este proceso, que consiste en la adquisición y modificación de creencias, actitudes,


valores e ideologías se llama socialización.

¿CÓMO SABEMOS LO QUE SABEMOS? EL PROCESO DE SOCIALIZACIÓN

Las ciudadanas y ciudadanos formamos nuestras ideas del mundo en el proceso de


socialización, es decir, en un proceso a través del cual los seres humanos aprenden e
interiorizan las normas y los valores de una determinada sociedad y cultura específica. No se
trata de un aprendizaje formal, de acreditar una materia en la escuela con un examen final o
de leer muchos, muchos, muchos libros y aprenderlos de memoria. Se trata de algo mucho
más fluido, desorganizado e intuitivo.

Podríamos decir que tomamos clases de socialización cuando peleamos con nuestras
hermanas y hermanos, cuando vemos discutir a nuestros padres sobre política, cuando
jugamos con nuestros amigos y amigas nuestro deporte favorito, cuando vamos a la cancha
y evaluamos cómo se comportan los jugadores en el campo o cuando observamos a los
vecinos organizarse para resolver un problema de nuestra colonia.

Estas experiencias integran la socialización primaria y, con ello, se forman nuestras


actitudes. Como vimos en el Módulo 1 de #FaroDemocrático, las actitudes son claves porque
condicionan nuestro comportamiento. En la fase de socialización, que se desarrolla desde
que somos niños y tomamos conciencia, hasta que crecemos e ingresamos a la vida activa -
al trabajo o a la educación no obligatoria- aprendemos cosas muy relevantes sobre la
comunidad política a la que pertenecemos y sobre las normas que la rigen. Nos damos
cuenta de un montón de cosas sobre la existencia de la autoridad (¿quién manda en casa,
en la colonia, en el país? ¿por qué obedecemos?), sobre nuestra pertenencia a una
comunidad (¿de qué manera nos identificamos con nuestro pueblo, ciudad, nación?) y sobre
la importancia de las diferencias que existen en la sociedad y de cómo éstas se resuelven a
través de la política. Este tipo de aprendizaje es clave porque nos permite obtener las
capacidades necesarias para desempeñarnos con éxito en la interacción social.
109

SABÍAS QUE…
FASES DEL PROCESO DE SOCIALIZACIÓN
Página
En la fase de socialización primaria se incorporan o asimilan creencias y actitudes
políticas básicas tales como:
- La conciencia de la existencia de la autoridad (¿quién manda y quién obedece?).
- La identificación de un colectivo más amplio que la propia unidad familiar.
- La conciencia de diferencias ideológicas y partidarias que distinguen entre amigos y
adversarios.
- Una genérica conciencia de los resultados que nos suministra el sistema político:
protección, seguridad, servicios personales, entre otros.

Luego se van asimilando creencias y actitudes políticas más sofisticadas tales como:
- La toma de posición frente a líderes políticos, cuestiones o partidos.
- La distinción entre los roles institucionales (presidente/a, rey/reina, alcalde/alcaldesa) y
las personas que encarnan cada rol.
- La adopción de actitudes de interés o desinterés por la política y la inclinación a implicarse
en el proceso político o, en su caso, a inhibirse de participar en el sistema político.

Fuente: Vallés (2010: 293).

Más adelante, cuando nos convertimos en personas adultas, llega la segunda etapa de la
socialización, que llamamos socialización secundaria. En esta etapa -también denominada
como de resocialización- generamos nuevos vínculos con los integrantes de la sociedad, con
quienes trabajamos o con quienes estudiamos en la universidad. Esta convivencia nos
expone a nuevas dinámicas, a otras actitudes, a opiniones e ideales diferentes que tienen
las personas. Al estar expuestos a ellas y al tener que encontrar maneras de lidiar con ellas,
nuestras ideas sobre la política y la comunidad pueden cambiar, transformando nuestra
identidad política en una nueva y diferente.

Estas experiencias algunas veces tienden a contradecir y otras veces a confirmar los
elementos que aprendimos en nuestra socialización primaria. Cuando esas experiencias son
congruentes con lo que aprendimos inicialmente es posible que se refuercen las actitudes
adquiridas en la socialización primaria. En cambio, si son muy diferentes o se distinguen
sustancialmente de lo que aprendimos pueden darse modificaciones sustantivas que
acabarán resocializándonos políticamente. Por ejemplo, cambios en la situación familiar, de
residencia geográfica, de nivel socioeconómico o de inserción laboral pueden afectar nuestro
proceso de socialización secundaria.

El proceso de socialización también se ve afectado por experiencias históricas que influyen la


formación en valores y actitudes de toda una generación. Por ejemplo, quienes vivieron
durante una guerra mundial, una revolución, pasaron hambre, participaron en
movilizaciones y protestas importantes u otro suceso histórico de magnitud similar, tendrán
una visión de la política, de su comunidad, de las relaciones de poder o de un régimen
político formada y definida a partir de ese hecho. Ello afectará su manera de comportarse,
relacionarse y de hacer uso de los mecanismos de participación. Piénsalo, ¿cuál crees que
será tu experiencia generacional?

EN RESUMEN:
1) El proceso de socialización tiene dos etapas principales, en las que vamos adquiriendo y
modificando valores, ideales y actitudes relativas a la política.

2) La primera etapa, de socialización primaria, transcurre en la infancia.

3) La segunda etapa, de socialización secundaria, se da con la entrada de la vida adulta.

¿QUIÉNES SON LOS AGENTES DE SOCIALIZACIÓN?

Hemos visto que el proceso de socialización se divide en dos etapas fundamentales: la


socialización primaria y la socialización secundaria. Las características de estos procesos
apuntan a que en cada etapa hay ciertos actores que resultan definitorios para la
socialización. La socialización primaria, que transcurre desde la infancia temprana, se ve
influida principalmente por las personas más cercanas y de contacto directo: la familia y los
110

“grupos de iguales”. Lo que nos enseñan nuestros padres – más lo que hacen- afectarán
nuestras ideas y percepciones sobre la política.
Página
La manera en la que los padres, madres, hermanos, abuelos, o primos y primas se
comportan y relacionan entre ellos nos ayudará a formarnos actitudes acerca de la
importancia de la cooperación para lograr los fines comunes y sobre la autoridad y acerca
de cómo se debe ejercer ese poder sobre los otros. Los grupos de iguales -nuestros
compañeros de juegos de la vecindad o del kinder- serán nuestro campo de entrenamiento
para la vida adulta. En estos grupos vamos a aprender a ser líderes o seguidores, a resolver
conflictos, a defender nuestras propiedades, a luchar por nuestros derechos o intereses o a
quedarnos a mirar cómo los demás resuelven los problemas de todos y todas.

En la socialización secundaria decrece la influencia de la familia y de los grupos de iguales y


crecerá la importancia de otros agentes: la escuela, la iglesia, los partidos políticos, los
medios de comunicación, los grupos de interés, entre otros. En la vida adulta nuestras
interacciones cotidianas cambian, empezamos a estar expuestos a influencia de un mayor
número de personas, incluso cuando con muchas de ellas no mantenemos un contacto
directo (cara a cara). Todas esas interacciones y vínculos nos brindan nuevas experiencias
que, a su vez, pueden modificar nuestras posturas.

En particular, resulta importante el papel de la escuela como agente de socialización. La


combinación de los conocimientos que se enseñan con las prácticas de convivencia y relación
entre las personas (de manera horizontal, entre compañeros; como de modo vertical, con
los profesores) tiene un impacto inigualable en la formación de la ciudadanía. Por ello es tan
importante un ambiente saludable de respeto y convivencia en la escuela. En ese escenario
las clases de civismo y los proyectos como este #FaroDemocrático pretenden contribuir al
desarrollo de la ciudadanía.

En la actualidad, el papel de la familia y de la escuela en el proceso de socialización se ven


afectadas por el impacto de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales.
Ambos medios se han convertido no sólo en las fuentes de información más consultados por
las personas jóvenes, sino que también funcionan como agentes que forman la opinión y
establecen modelos de conducta. Esto resulta en especial importante para las nuevas
generaciones, a quienes llamamos nativos digitales y para quienes la vida en el espacio
virtual tiene la misma importancia que lo que ocurre fuera del ciberespacio.

EN RESUMEN:
1) Durante la socialización primaria, los agentes que influyen sobre nuestras actitudes,
valores y creencias son personas con las que mantenemos un contacto directo: la familia y
los grupos de iguales.

2) Durante la socialización secundaria, otros actores, como la escuela, la iglesia, los partidos
políticos o los medios de comunicación toman relevancia para la transformación de nuestros
valores y actitudes frente a la política.

3) Se considera que la escuela es, después de la familia, el agente de socialización más


potente. Sin embargo, en las décadas recientes la influencia de los medios de comunicación
y de las redes sociales es cada vez más fuerte.

TEMA 3. DERECHOS DE LA CIUDADANÍA

Uno de los aspectos más controvertidos del concepto de ciudadanía es el que refiere a los
derechos. Al ser un concepto de múltiples dimensiones, podemos analizarlo desde lo jurídico
y también desde su sentido colectivo. La ciudadanía refiere a un sentido de pertenencia con
una determinada comunidad política, tiene un componente jurídico y también está
relacionada con la participación en los asuntos públicos de un país. Entonces, debemos
preguntarnos, ¿cuáles son los derechos de los ciudadanos y de las ciudadanas?

Cuando pensamos en los derechos de los ciudadanos y las ciudadanas, también estamos
pensando en los derechos humanos. Pero recuerda que son distintos. Mientras los derechos
políticos se atribuyen a la ciudadana o ciudadano, los derechos del hombre se confieren a las
personas como seres humanos, independientemente de su ciudadanía. Esta distinción
parece complicada pero es muy importante tener en cuenta la existencia de esa disociación
111

entre hombre y ciudadano desde la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de
1789 de la Revolución Francesa. Con la Declaración, surgen dos tipos de derechos
Página

fundamentales: “los derechos de la personalidad, que corresponden a todos los seres


humanos en cuanto individuos o personas, y los derechos de la ciudadanía, que
corresponden en exclusiva a los ciudadanos” (Ferrajoli, 1999: 99).

Hay muchos autores que se han opuesto a esta distinción. Hannah Arendt tenía una visión
que apuntaba a pensar en todas aquellas personas refugiadas, migrantes o que no tenían
papeles y que, por tanto, al perder su ciudadanía carecían entonces de sus derechos
humanos. En ese sentido, Arendt fue clara al señalar que aunque todas las personas nacen
con una identidad, es la interacción con las demás personas la que hace que ésta se
conforme. Entonces, en esos términos, la ciudadanía no dependería de la pertenencia a una
nación ni del dominio de una lengua ni del lugar en el que se nace (aunque así era antes),
sino, más bien, depende del hecho de compartir una vida en común en el marco de una
comunidad política.

Por ejemplo, pensemos en los derechos de las personas en situación de migración. Si bien
muchas de estas personas gozan de derechos civiles, hay muchos aspectos de la vida
pública y social de las que están excluidas. En ese marco, el concepto clásico de ciudadanía
es insuficiente para reconocer plenamente los derechos de estas personas. La periodista y
socióloga mexicana Ariadna Estévez propone utilizar, en vez de la noción de derechos de la
ciudadana y del ciudadano, la categoría de derechos humanos para proponer el
reconocimiento de los derechos a personas que han dejado de manera temporal o definitiva
el país en el que nacieron para establecerse en otro. ¿Por qué la categoría de derechos
humanos es más útil para este fin? Porque supone una visión universal y supranacional y no
es limitante y restringida como la que asocia la ciudadanía a lo nacional.

DERECHOS CIVILES Y POLÍTICOS

Como hemos visto hasta ahora, los derechos civiles y políticos son derechos humanos y
fueron formulados para salvaguardar la libertad de las personas. Si bien hay antecedentes
importantes en el marco de instancias como la Sociedad de las Naciones, el proceso de
constitucionalización de los derechos se concreta en la Declaración Universal de los
Derechos Humanos (diciembre de 1948) y en la Declaración Americana de los
Deberes y Derechos del Hombre (abril de 1948). Ambas Cartas son claves porque
incorporan una serie de derechos relacionados con el ejercicio de la democracia (Thompson,
2017: 312).

Estos derechos se encuentran establecidos en el Pacto Internacional de los Derechos


Civiles y Políticos (PIDCP), que fue adoptado por la Asamblea General de la Organización
de Naciones Unidas el 16 de diciembre de 1966 y entró en vigor el 23 de marzo de 1976. El
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) contiene 53 artículos y es uno de
los acuerdos más importantes que todos los ciudadanos y las ciudadanas debemos conocer y
exigir. Los derechos que contiene son los siguientes:

 Derecho a la vida.
 Prohibición de la tortura y los tratos crueles, inhumanos y degradantes.
 Prohibición de la esclavitud.
 Derecho a la seguridad de la persona: protección contra el arresto y la detención
arbitraria en cualquier circunstancia.
 Derecho a la equidad procesal ante la legislación y al debido proceso.
 Derecho a la libertad de expresión, conciencia y religión.
 Derecho a elegir y ser elegido por sufragio universal.

Con este Tratado se configuraron los sistemas de protección de los derechos, estableciendo
que los derechos políticos son parte de los derechos humanos, aunque su titularidad quedó
restringida a la condición de ciudadanía (Thompson, 2017: 313). Estos derechos protegen
las libertades individuales de la actuación por parte de los gobiernos o cualquier otro agente
político y garantizan que la ciudadanía pueda participar en la vida civil y política del Estado
en condiciones de igualdad y no discriminación. Estos derechos garantizan, entre otras
cosas, la posibilidad de participar en actividades religiosas, políticas e intelectuales sin sufrir
coerción, abuso o discriminación así como también la oportunidad de elegir y ser elegido y
de desempeñar funciones públicas. Gozar de estos derechos es muy importante para
112

construir una sociedad libre y abierta.


Página

PACTO INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS CIVILES Y POLÍTICOS.


ARTÍCULO DERECHO ARTÍCULO DERECHO
Artículo 6 Derecho a la vida y a la Artículo 17 Vida privada
supervivencia
Artículo 7 Inmunidad frente al castigo o Artículo 18 Libertad de pensamiento,
trato inhumano denigrante conciencia y religión
Artículo 8 Esclavitud y trabajo forzoso u Artículo 19 Libertad de expresión
obligatorio
Artículo 9 Libertad y seguridad personal Artículo 20 Prohibición de la propaganda
de guerra y apología al odio
racial
Artículo 10 Dignidad de trato en las Artículo 21 Libertad de reunión
prisiones
Artículo 11 Prohibición de prisión por Artículo 22 Libertad de asociación
deuda civiles
Artículo 12 Libertad de tránsito Artículo 23 Familia y libertad de
matrimonio
Artículo 13 Prohibición de expulsión Artículo 24 Derechos de la niñez
arbitraria del territorio de un
Estado
Artículo 14 Debido proceso Artículo 25 Derechos políticos
Artículo 15 Irretroactividad de la ley penal Artículo 26 Igualdad ante la ley
Artículo 16 Reconocimiento de la Artículo 27 Protección de las minorías
personalidad jurídica

Muchas veces los derechos se reprimen, no se fomentan y mucho menos se cumplen. Por
ejemplo, cuando se agrede a periodistas o a personas defensoras de derechos humanos,
cuando se cometen actos de violencia política contra las mujeres, cuando las personas son
raptadas y desaparecidas, cuando no se puede tener un debido acceso a la justicia o cuando
las personas son discriminadas, entre muchas otras situaciones. Todas estas acciones
violentan o limitan el ejercicio de los derechos por parte de la ciudadanía.

Si bien el instrumento que garantiza los derechos políticos se estableció en 1966, este Pacto
fue el logro de la presión de un buen número de movimientos y luchas sociales que
reclamaban el respeto de estos derechos. El Movimiento por los Derechos Civiles, surgido en
los Estados Unidos, buscaba extender el acceso a los derechos y la igualdad ante la ley a los
grupos que no gozaban de ellos, sobre todo, a las personas afroamericanas. Su estrategia
era no emplear la violencia para conseguir sus objetivos. Uno de los líderes más
representativos de este movimiento fue Martin Luther King, quien recibió el Premio Nobel de
la Paz en 1964 por su lucha encaminada a erradicar la segregación y la discriminación racial.

SABÍAS QUE…
Martin Luther King pronunció su discurso más importante frente al Capitolio de Estados
Unidos el 28 de agosto de 1963. En este discurso, que expresó sus deseos de que las
personas pudieran convivir de manera armoniosa como iguales, inmortalizó la frase “I have
a dream” (“yo tengo un sueño”), considerado en la actualidad una obra maestra de la
retórica.

Este Movimiento ocasionó una serie de luchas que tuvieron lugar entre 1955 y 1969 y que
buscaban acabar con la discriminación contra las personas afroamericanas y terminar con la
segregación racial, especialmente en el sur de Estados Unidos. El objetivo era evitar la
separación de distintos grupos raciales en la vida diaria, ya sea en restaurantes, cines,
baños, colegios o a la hora de adquirir o alquilar casas. El Movimiento continúa luchando
para evitar la discriminación y la segregación racial en la sociedad norteamericana.

Otro ejemplo de lucha respecto a los derechos de las personas es el de Nelson Mandela,
quien estuvo preso 27 años en Sudáfrica por luchar de manera pacífica contra el apartheid,
un sistema de segregación racial y discriminación que consistía en la creación de lugares
separados, tanto habitacionales como de estudio o de recreo (como playas, bancos en las
plazas, autobuses, hospitales, escuelas), para los diferentes grupos raciales, en el poder
113

exclusivo de la raza blanca para ejercer el voto y en la prohibición de matrimonios o incluso


relaciones sexuales entre blancos y negros. Había “lugares sólo para blancos” o “sólo para
negros”, siendo estos últimos casi siempre de muy inferior calidad (autobuses escasos y
Página

anticuados, hospitales sobrepoblados y con escaso personal profesional, escuelas hacinadas


donde la enseñanza se reducía a actividades manuales).
SABÍAS QUE…
Nelson Mandela era miembro del pueblo xhosa y parte de la casa real Tembu, estudió
Derecho en la Universidad de Fort Hare y la Universidad de Witwatersrand y comenzó a
participar en política en las filas del Congreso Nacional Africano, y luego fundó su Liga
Juvenil. Tras la llegada al poder del Partido Nacional en 1948, ganó protagonismo durante la
Campaña del Desafío de 1952 y fue elegido presidente regional del Congreso Nacional
Africano (CNA) en la provincia de Transvaal. En su ejercicio como abogado, fue varias veces
arrestado por actividades sediciosas y, como parte de la directiva del CNA, fue procesado en
el Juicio por Traición desde 1956 hasta 1961. Fue sentenciado a prisión perpetua durante el
Proceso de Rivonia y cumplió 27 años de prisión. Tras salir de prisión, fue el primer
mandatario negro Presidente de Sudáfrica entre 1994-1999 y el primero en resultar elegido
por sufragio universal en su país. Como nacionalista africano y marxista, presidió el
Congreso Nacional Africano entre 1991 y 1997 y a nivel internacional fue secretario general
del Movimiento de Países No Alineados entre 1998 y 2002.

Este sistema, que se desarrolló en Sudáfrica y en Namibia, buscaba mantener los privilegios
de la raza blanca en el país a través del sistema institucional y jurídico. Los negros debían
portar documentos de identidad en todo momento y les estaba prohibido quedarse en
algunas ciudades o incluso entrar en ellas sin el permiso de las autoridades blancas; no
podían ocupar posiciones en el gobierno; no podían votar, excepto en algunas aisladas
elecciones para instituciones segregadas; tenían prohibido habilitar negocios o ejercer
prácticas profesionales dentro de las áreas asignadas específicamente para los blancos, bajo
pena de cárcel, entre otros. Contra todas estas cosas es que luchó Mandela: contra un
sistema judicial opresor, un Estado que reproducía el apartheid y contra valores y creencias
que discriminan y excluyen a unos de otros.

EN RESUMEN:
1) Los derechos civiles y políticos están establecidos en el Pacto Internacional de los
Derechos Civiles y Políticos (PIDCP).

2) Los derechos civiles y políticos protegen las libertades individuales de la represión por
parte de los gobiernos o de cualquier otro agente político y garantizan que la ciudadanía
pueda participar en la vida civil y política del Estado en condiciones de igualdad y no
discriminación.

DERECHOS ECONÓMICOS, SOCIALES Y CULTURALES

Para que las y los ciudadanos puedan participar en la vida pública deben superar cierto
umbral de bienestar material y social y no basta con que puedan ejercer sus derechos civiles
y políticos, deben también gozar de derechos económicos, sociales y culturales. Los
derechos económicos, sociales y culturales (DESC) son los derechos humanos que
refieren a las condiciones sociales y económicas básicas para vivir una vida digna y libre.
Entre ellos se incluyen los derechos al trabajo, a la seguridad social, a la salud, a la
educación, a la alimentación, al agua, a la vivienda, al medio ambiente y a la cultura.

Estos derechos están establecidos tanto en la Declaración Universal de los Derechos


Humanos creada en 1948, como en el Pacto Internacional de los Derechos Económicos,
Sociales y Culturales de 1966. Este pacto contiene una serie de principios y lineamientos
para la realización de estos derechos. Además establece las obligaciones que tienen los
Estados de adoptar medidas progresivas, es decir, graduales, empleando el máximo de sus
recursos disponibles para garantizar la plena realización de estos derechos.

Con la finalidad de garantizar que los Estados cumplan con sus obligaciones, en 1985 se
creó el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (CDESC) que está formado
por personas expertas independientes que se reúnen cada año en una asamblea que tiene
114

lugar en Ginebra, Suiza. Pero, ¿qué funciones tiene este Comité? Como cada Estado debe
informar periódicamente sus acciones relacionadas con el cumplimiento del Pacto, este
Comité revisa y destaca los aspectos positivos y negativos y emite una serie de
Página

recomendaciones a los Estados para garantizar el cumplimiento de los DESC. El Pacto


Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales es el instrumento básico
que regula de manera exhaustiva estos derechos.

PACTO INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS ECONÓMICOS, SOCIALES Y


CULTURALES

ARTÍCULO DERECHO ARTÍCULO DERECHO


ARTÍCULO 6 Derecho al trabajo y a la ARTÍCULO 11 Derecho a un nivel de vida
libre elección de empleo adecuado y a la mejora
continua de las condiciones
de existencia
ARTÍCULO 7 Derecho a condiciones de ARTÍCULO 12 Derecho a la salud
trabajo equitativas y
satisfactorias
ARTÍCULO 8 Libertad sindical y derecho ARTÍCULO 13 Derecho a la educación
de huelga Y 14
ARTÍCULO 9 Derecho a la seguridad ARTÍCULO 15 Derecho a participar en la
social vida cultural
ARTÍCULO 10 Protección de la familia y
de las y los menores

Estos derechos comprenden una amplia esfera de temas relacionados con tu vida cotidiana.
La particularidad de estos derechos es que requieren un papel activo de los Estados en
materia de financiamiento y recursos económicos. Como estos recursos no siempre están
disponibles de manera inmediata, la implementación de estos derechos se lleva a cabo de
manera progresiva. Un Estado tiene como obligación asegurar la satisfacción de estos
derechos, pero, ¿qué pasa si no hay recursos suficientes para materializarlos? En este caso,
el Pacto establece que el Estado debe elaborar estrategias y programas para su realización y
que debe proteger a los miembros más vulnerables de una sociedad, impulsando programas
especiales para ellos.

Los DESC se encuentran reconocidos en los textos constitucionales en buena parte de los
países del mundo así como en los principales instrumentos de derechos humanos ratificados
por la mayoría de los Estados. Nadie discutiría la existencia de esos derechos, sin embargo,
en la práctica podemos ver que muchas personas experimentan carencias que dejan ver que
estos derechos no están garantizados. Esto significa que todos los Estados tienen la
obligación de respetar, proteger y cumplir los DESC. Por eso deben abstenerse de violarlos,
impedir que otros los violen, tomar las medidas necesarias para hacerlos efectivos y,
además, buscar asistencia y cooperación internacional para su realización.

Es importante que sepas que, aunque en el Pacto Internacional de Derechos Económicos,


Sociales y Culturales no se hizo explícito el derecho a un medioambiente sano, en México la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) sí los incluye en su catálogo de
derechos de manera formal. Por eso las siglas de estos en los documentos de difusión así
como en recomendaciones de la CNDH, aparecen como DESCA, es decir, son Derechos
Económicos, Sociales, Culturales y, además: Ambientales. Así que ahora lo sabes, una parte
de tus derechos humanos, también es tener acceso a un medioambiente sano.

EN RESUMEN:
1) Los derechos sociales, económicos y culturales (DESC) son los derechos humanos que
refieren a las condiciones sociales y económicas básicas que se requieren para vivir una vida
digna y libre.

2) Los Estados tienen la obligación de garantizar el ejercicio efectivo de estos derechos para
todas las personas.

3) La realización de los derechos implica que los países cuenten con recursos económicos.
Como no siempre los tienen, se ha establecido en diferentes instrumentos que estos
derechos deben llevarse a cabo de manera progresiva.
115

NUEVOS DERECHOS
Página

El avance tecnológico de las últimas décadas ha generado nuevas problemáticas para el


ejercicio de derechos. Por ejemplo, hoy nos parece que el uso de las tecnologías y el acceso
al Internet son elementos cotidianos de nuestras vidas y difícilmente nos imaginamos una
sociedad desconectada. Los avances de la Medicina o de las Ciencias Biológicas también
plantean nuevas problemáticas y dilemas, relacionados con la clonación, la donación de
órganos (estamos ya acostumbrados a trasplante de un riñón o pulmón, pero ya la Medicina
ha avanzado hacia el trasplante de otros órganos vinculados a nuestra identidad como el
rostro), la edición genética dirigida (por ejemplo, para crear organismos resistentes a ciertas
enfermedades) o los límites de la vida.

El desarrollo de las sociedades plantea nuevos problemas. Por ejemplo, ¿que pasa si alguien
toma el control de tu perfil en una red social? ¿Qué pasa con los perfiles de las personas en
las redes sociales cuando mueren? ¿Qué pasa cuando ya no quiero mantener mi perfil en
esas redes? ¿Es posible borrar nuestros datos del Internet? ¿Sería éticamente correcto
modificar la genética de un embrión para evitar que tenga una enfermedad grave? ¿Y para
que sea más inteligente? ¿O más bonito? ¿Sería éticamente correcto clonar a una persona
para, de esta manera, evitar que muera de cáncer? ¿Se trataría de la misma persona? O,
por ejemplo, ¿cuál es la identidad de una persona que vive con el rostro de alguien más?

SABÍAS QUE…
Las organizaciones internacionales están planteando la necesidad de un reconocimiento
formal de los derechos humanos digitales y de fortalecimiento de los mecanismos para su
protección. Así lo señaló Michelle Bachelet, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos, en octubre de 2019.

A todas estas problemáticas responden los nuevos derechos, que pretenden proteger la
dignidad humana y su posibilidad de llevar una vida plena en las situaciones extremas que
ocurren y pueden acontecer en un futuro próximo. Los problemas bioéticos derivaron en el
reconocimiento de nuestro derecho a otorgar el consentimiento previo, libre e informado
antes de ser sometido a investigación o tratamiento relativo a nuestro genoma. Asimismo,
tenemos derecho a tener acceso a los progresos de la biología, la genética y la medicina en
materia del genoma humano. Estos derechos están protegidos por la Declaración Universal
sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos.

SABÍAS QUE…
En 2005 la Conferencia General de la UNESCO adoptó la Declaración Universal sobre Bioética
y Derechos Humanos, que tiene como objetivo proporcionar un marco coherente de
principios y de procedimientos para la formulación de políticas, legislaciones y códigos éticos
que garanticen que la investigación biomédica se desarrolle respetando los derechos
humanos de las personas

En la actualidad además tenemos el derecho a tener identidad digital y a mantener una


reputación digital, también contamos con el derecho a la privacidad en línea, a asociarnos
online y a conectarnos con los demás. Se trata de una serie de derechos relacionados con el
acceso, uso, creación y publicación de contenidos a través de computadoras, dispositivos
electrónicos y redes de comunicaciones. Estos derechos se encuentran vinculados a los ya
existentes. Los derechos digitales se relacionan entonces con los derechos a la libre
expresión o identidad así como los derechos bioéticos extienden la vigencia de los derechos
a la vida, a la salud y a la dignidad.

Estos nuevos derechos no son los últimos que vamos a identificar, reconocer o
conceptualizar. El desarrollo de nuestras sociedades continúa y la tecnología seguramente
planteará más y nuevos dilemas. Podemos imaginar que pronto tendremos que discutir
acerca de los derechos de las máquinas inteligentes o del respeto de los derechos de otras
civilizaciones que habitan el universo.
116

EN RESUMEN:
Página

1) Los nuevos derechos responden a las nuevas dinámicas y problemáticas que se presentan
en las sociedades.
2) Los derechos humanos digitales están relacionados con el acceso, uso, creación y
publicación de los contenidos a través de las computadoras, dispositivos electrónicos y redes
de comunicaciones.

3) Los derechos humanos bioéticos están dirigidos a proteger la dignidad humana ante el
uso de las nuevas tecnologías que hacen posible la edición genética.

¿POR QUÉ ES IMPORTANTE EXIGIR EL CUMPLIMIENTO DE NUESTROS DERECHOS?

Si los derechos están plasmados en las Constituciones y en las leyes, ¿por qué tendríamos
que exigirlos? ¿no se nos deberían dar en automático? La respuesta es no. Esto podría
parecer difícil de entender pero así como el reconocimiento de los derechos implicó la
existencia de líderes y movimientos sociales que pelearon por ellos, hacer realidad los
derechos implica una lucha continua de cada uno de los miembros de la comunidad.

Para que los derechos se vuelvan realidad en la vida de las personas se requiere que el
Estado desarrolle políticas públicas para cumplir esa tarea. Recuerda que las políticas
públicas son acciones de gobierno con objetivos de interés público, que surgen de decisiones
sustentadas en un proceso de diagnóstico y análisis, para la atención de problemas públicos
específicos. El derecho puede estar contenido en un papel, pero su realización no se asegura
únicamente por eso. De hecho, no basta con que los derechos estén reconocidos, se
requiere una especie de maquinaria para echarlos a andar. Para garantizar estos derechos,
se requiere un presupuesto estatal con el que no siempre se cuenta. Entonces, garantizar un
derecho es mucho más complejo de lo que parece. No basta con que estén en un papel.
Exigirlos significa que se vuelvan una realidad en la vida de las personas. Y eso se vuelve
muy complicado cuando hay escasez de recursos.

Pensemos por ejemplo en el derecho a la salud. En la Constitución está establecido que


todas las personas deben, como condición innata, gozar de un medio ambiente adecuado
para la preservación de su salud. Los gobiernos deben implementar las medidas que
permitan a todas las personas de un país vivir de manera saludable, que todas y todos
tengan acceso a servicios de salud, condiciones de trabajo saludables, vivienda adecuada,
alimentos nutritivos, entre muchas otras cosas. Entonces, el derecho a la salud va mucho
más allá del derecho a estar sano: implica que existan todas las condiciones para vivir de
manera saludable.

Ahora, ¿sabes realmente cuál es el contenido de cada derecho que tienes? El primer paso
para garantizar su cumplimiento es que todas las personas los conozcamos, porque, si no
somos capaces de conocerlos, ¿cómo podremos hacerlos valer?

EN RESUMEN:
1) Los derechos humanos tienen que ser más que meras posibilidades. Para ser efectivos,
tienen que ser realizables por todas las personas en igualdad de condiciones.

2) La realización de los derechos se da a través de las políticas públicas y, cuando los


gobiernos no logran garantizarlos, las ciudadanas y ciudadanos podemos y debemos exigir
su cumplimiento.

DE LOS DERECHOS EN PAPEL A LOS DERECHOS EFECTIVOS

Existe un buen número de instrumentos legales que establecen que los derechos deben
cumplirse. En el plano internacional, los países se han unido para establecer diversos
acuerdos. Esto ha derivado en un número importante de tratados internacionales para
proteger los derechos humanos. Cuando estos tratados son firmados y ratificados por los
países, éstos adquieren obligaciones y, posteriormente, deben incorporar en su legislación
nacional las medidas necesarias para garantizar su cumplimiento.
117

SABÍAS QUE…
Página

PRINCIPALES INTRUMENTOS INTERNACIONALES DE LOS DERECHOS HUMANOS*


- Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial
1965.
- Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos 1966.
- Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales 1966.
- Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer
1979.
- Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes
1984
- Convención sobre los Derechos del Niño 1989
- Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores
migratorios y de sus familiares 1990.
- Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las
desapariciones forzadas 2006.
- Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad 2006.

* Además de pactos y las convenciones señaladas en el cuadro, existen protocolos que los
han modificado o complementado posteriormente

Las normas internacionales han sido muy importantes porque han inspirado a los países a
establecer un marco jurídico propio consagrando los derechos humanos en sus
constituciones y leyes. A pesar de que existe un número importante de tratados
internacionales y éstos además están considerados en las constituciones y las leyes de cada
país, en la práctica podemos ver que los derechos ratificados no se cumplen en su totalidad.
Entonces, no basta con que los derechos humanos estén contenidos en un papel para que
sean garantizados. ¿Qué se necesita para garantizar los derechos?

Se requieren muchas cosas, pero de manera general podemos decir que existen un buen
número de instituciones dentro de un Estado que deben mantener un papel activo para
garantizar que los derechos humanos se materialicen. Un ejemplo de ellos son los
tribunales, las comisiones de derechos humanos, los comités en el Congreso, entre otras.
Todos estos mecanismos institucionales son muy importantes, pero además, se requiere que
las políticas públicas, los programas, los planes de desarrollo y todos esos documentos que
orientan las acciones de las instituciones políticas, cuenten con un enfoque de derechos
humanos.

Si quieres incorporar el enfoque de derechos, es decir, hacer que las leyes, tratados y
documentos se pongan en práctica, debes tomar en cuenta cinco principios que son
conocidos como PANEL (por sus siglas en inglés). Esos principios son:

Participación: Lo que significa que todas las personas titulares de derechos (¡todas!)
participan de manera activa en la reivindicación de sus derechos;

Rendición de cuentas: Los Estados deben rendir cuentas por sus obligaciones de derechos
humanos y deben actuar de manera transparente en los procesos de toma de decisiones
garantizando la participación de todas las personas;

No discriminación e igualdad: Estos dos principios se encuentran en el centro de los


derechos, por lo tanto, se pone el énfasis en aquellas personas que están más marginadas;

Empoderamiento: Las personas deben conocer cuáles son sus derechos, cómo pueden
exigirlos y a quién pueden acudir en caso de que sus derechos sean violados. Por ello, se
debe proporcionar información, herramientas y apoyo para construir una base social que
tenga como objetivo la defensa de los derechos;

Vínculo al marco legal de protección de derechos humanos: El marco jurídico


internacional, es decir, los tratados internacionales y las convenciones existentes brindan
herramientas para enmarcar los problemas relacionados con el ejercicio de derechos. Es por
ello, que toda acción debe estar vinculada a este marco.
118

EN RESUMEN:
1) A pesar que existen un número importante de tratados internacionales y están
Página

considerados en las constituciones y las leyes de cada país, en la práctica podemos ver que
estos derechos no se cumplen en su totalidad.
2) Para garantizar el cumplimiento de los derechos se debe asegurar, además, que existan
mecanismos institucionales para exigirlos, que haya un enfoque de derechos en todos los
programas y planes así como documentos que orienten las acciones de las instituciones
públicas.

3) Se trata de pasar de lo que dice la norma a la protección efectiva de los derechos.

TEMA 4. ¿QUÉ ES LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA?

La participación política es cualquier acción realizada por un individuo o grupo con la


finalidad de incidir en una u otra medida en los asuntos públicos. Estas acciones pueden
orientarse hacia la elección de cargos públicos, la acción de los actores políticos y las propias
políticas públicas. La participación incluye entonces a todas aquellas actividades voluntarias
ejercidas por la ciudadanía de manera individual, que se pretende que influyan directa o
indirectamente sobre las elecciones políticas en diversos niveles del sistema político, como
han señalado dos de los principales estudiosos de la participación política en Estados Unidos,
Max Kaase y Alan Marsh en 1979.

La participación puede darse de manera individual o colectiva y es muy relevante para el


funcionamiento de un sistema político. Por un lado, tiene impacto sobre los propios
individuos que se involucran en la actividad política y, por el otro, afecta a la comunidad a
partir de la influencia que dicha participación puede tener en las decisiones y políticas
públicas del sistema político. Participar incluye tanto las conductas más convencionales y
demandadas por el sistema político (como el voto) hasta aquellas acciones no
convencionales que incluyen actividades que incluso podrían ser calificadas como ilegales o
violentas.

EN RESUMEN:
1) La participación política es cualquier acción realizada por un individuo o grupo con la
finalidad de incidir en una u otra medida en los asuntos públicos.

2) La participación puede ser individual y colectiva, espontánea o planeada, y puede darse a


través de medios convencionales y/o no convencionales.

¿DE QUÉ MANERA SE PUEDE PARTICIPAR?

La principal dificultad al estudiar la participación política es la diversidad de conductas que


pueden encuadrarse en esta categoría y la distinta naturaleza de las mismas. La
participación política es cualquier acción que realizan los individuos en el ámbito público y,
como tal, puede expresarse a través de muchísimas manifestaciones diferentes. Podemos
votar, postularnos a un cargo, afiliarnos a un partido político, iniciar o firmar una petición,
enviar una carta al periódico, protestar o pintar un grafiti. Todas esas son formas de
participación política.

El abanico de opciones de participación con los que contamos como ciudadanas y ciudadanos
por tanto es muy amplio y nos permite ejercer influencia sobre la vida pública de manera
que consideremos más conveniente y más efectiva en una situación particular. La literatura
comparada ha dado varias clasificaciones de las actividades que pueden ser consideradas
como participación política. Aquí te mostramos algunas:

Cuatro modos de participación que fueron Sidney Verba y Norman H. Nie (1972)
119

 Actividades en campañas políticas: Se refiere, en general, a las actividades


desarrolladas por los partidos políticos y sus militantes;
Página

 Actividad comunitaria: Son las actividades de participación en las organizaciones


sociales dirigidas a resolver los problemas de la comunidad;
 Contactos con la administración: Entablar contacto o comunicación con las
autoridades, con el objetivo de lograr los intereses personales o comunitarios;

 Voto: Participar en las elecciones para definir quiénes van a ocupar los cargos de
elección e influir, de esta manera, en las decisiones públicas.

Hay formas de participación democrática (donde están varias de las que señalan Verba y
Nie) que se diferencian de la participación agresiva (donde se ubican las acciones violentas
y de desobediencia civil, esto es, conductas tradicionalmente consideradas ilegales) (Muller,
1979).

También está la participación electoral vs. participación no electoral, donde se distinguen las
electorales (votar, participar en mítines, colaborar en el desarrollo de la campaña, financiar
a un partido) del resto de actividades de participación.

Otra distinción es la de voz vs. salida propuesta por Albert Hirschman en 1977 y que tiene
que ver con cómo actuamos frente a una situación de descontento. La salida hace referencia
a la posibilidad de ejercer presión con la amenaza de irse del sistema político (dejar de votar
en las elecciones, abandonar un partido; dejar de comprar una bebida azucarada como
símbolo de oposición a la política exterior norteamericana, entre otros) mientras que la voz
hace referencia a la posibilidad de comunicar el descontento hacia el sistema, el partido o la
gobierno (ejercer presión, influencia, comunicación). Cuando la salida es más costosa (por
ejemplo, cuando una persona no quiere abandonar su país a pesar del surgimiento de un
sistema autoritario), se ejerce la voz (por ejemplo, participando desde la oposición para
intentar derrocar el régimen) (Anduiza y Bosch, 2004).

Finalmente, hay diferencias entre participación convencional vs. participación no


convencional. Sobre esta manera de diferenciar a la participación te queremos hablar con
mayor profundidad, así que volveremos más adelante sobre ella.

EN RESUMEN:
1) Las ciudadanas y los ciudadanos disponemos de muchos mecanismos diferentes que nos
permiten ejercer influencia sobre la vida pública.
2) Entre los tipos de participación podemos encontrar la convencional y no convencional,
democrática y agresiva o electoral y no electoral.

¿QUÉ CONSECUENCIAS TIENE LA PARTICIPACIÓN SOBRE NOSOTROS?

La participación política (o la falta de ella) tiene consecuencias sobre nosotros como


miembros de una comunidad. ¿Cuáles son esos efectos? ¿Qué pasa cuando nos
involucramos en las actividades políticas y/o comunitarias?

Cuando una persona se interesa por la política, se autoconsidera competente para participar
o se siente cercana a algún partido, su probabilidad de participar en política se incrementa
(Anduiza y Bosch, 2004: 56). Asimismo, puede pensarse a la inversa. Cuanto mayor sea la
participación, también mayores serán los niveles de implicación política y politización de los
individuos (Anduiza y Bosch, 2004: 56). Es más, mientras esa participación suponga un
vínculo con otras personas puede incluso favorecer actitudes de solidaridad, empatía,
tolerancia, interés y confianza hacia los demás (Anduiza y Bosch, 2004: 56) así como
también otorgar información útil para la vida cotidiana, apoyo social, bienestar y satisfacción
personal, entre otras.

Muchas de las consecuencias de la participación tienen que ver con la cultura política de la
120

sociedad, es decir, el modo en que las experiencias que derivan de las distintas formas de
participación impactan en la visión que tenemos de nosotros mismos, de la política, de la
democracia, de los otros actores políticos y, en general, de la sociedad. Al participar, nos
Página

empoderamos y nos damos cuenta de nuestra influencia sobre las decisiones públicas.
También desarrollamos cierta conciencia grupal, reconocemos los intereses de los demás y
generamos mayor confianza y solidaridad e, incluso, una conciencia colectiva.
Evidentemente, no siempre la participación genera efectos positivos sobre nosotros.
También puede producir cierta desilusión y/o desencanto al comprobar que nuestros
esfuerzos de participación no han tenido los resultados que esperábamos o al identificar
actitudes intolerantes entre ciudadanos y ciudadanas.

Todo ello fortalece a la ciudadanía como actor fundamental para los procesos políticos
democráticos. Recordemos que, en una democracia, son las ciudadanas y los ciudadanos los
que definen los objetivos de la política, deciden quiénes van a ejercer el gobierno y ejercen
el control sobre los gobernantes. Este rol complejo y definitorio del sistema democrático sólo
lo puede realizar una ciudadanía informada, consciente y activa.

¿QUÉ EFECTOS TIENE LA PARTICIPACIÓN SOBRE LA DEMOCRACIA?

Las personas pueden participar de diferentes maneras en un sistema político democrático.


Como sabes, lo bueno de vivir en democracia es que tenemos la posibilidad de opinar y
actuar para que las cosas mejoren. Esa es una de las diferencias sustantivas entre la
democracia y los otros sistemas no democráticos, como hemos visto en el Módulo 1 de este
#FaroDemocrático. La democracia nos permite participar y, a su vez, la participación tiene
también efectos importantes sobre la democracia. Es como un círculo virtuoso, que se
retroalimenta constantemente. Tenemos capacidad de influir en los procesos de tomas de
decisiones de manera directa y también de manera indirecta a través de los partidos
políticos o los movimientos sociales.

La participación le proporciona legitimidad a la democracia y hace que la democracia tenga


sentido. Las decisiones tomadas a partir de la deliberación y con una mayor participación
ciudadana fortalecen la legitimidad del sistema y de las políticas públicas. ¿Recuerdas lo que
hemos dicho sobre la democracia participativa y deliberativa en el primer módulo de este
#FaroDemocrático? La participación le da fuerza y vitalidad a la democracia y la mantiene
centrada en la consecución del bien común.

Mientras mayor sea la participación política, mayor llega a ser la influencia ciudadana sobre
la política. Al entablar diálogos y establecer relaciones con las instituciones y autoridades
públicas, se generan nuevos tipos de interacciones y se abre un contexto de mayor poder de
la ciudadanía sobre las decisiones y construcción de su entorno. Los puentes que se
construyen entre la ciudadanía y las autoridades permanecen y cambian las dinámicas del
poder: las consultas dejan de ser algo extraordinario para volverse un mecanismo cotidiano,
se fortalece la apertura, la transparencia y la rendición de cuentas.

La participación también fomenta la confianza entre las personas, la ciudadanía y las


instituciones. En ese sentido, esta permite solucionar problemas colectivos con mayor
facilidad, porque favorece la cooperación y reduce los costes de los intercambios sociales.
Las personas tendemos a aceptar más fácilmente las decisiones y sus consecuencias (incluso
negativas) cuando nuestra opinión fue tomada en cuenta en la discusión y en el proceso de
decisión público.

Los efectos de la participación dependen, en una gran medida, del tipo de ésta participación.
En términos generales, podemos decir que la participación convencional es buena y
saludable para la democracia, mientras que la no convencional – en algunas ocasiones –
puede generar resultados ambiguos o contradictorios. La participación convencional suele
fortalecer la legitimidad, la estabilidad y la gobernabilidad democrática. Mientras más
personas acuden a las urnas para elegir a los gobernantes, estos van a contar con un mayor
respaldo, que fortalecerá su mandato. No es lo mismo ser electo por una mayoría de votos
cuando participó un 40 por ciento de las personas que cuando votó el 70 por ciento del
electorado, ¿verdad? Resulta incluso bastante intuitivo advertir la importancia y el impacto
de la participación.

Los efectos de la participación no convencional son más contradictorios sobre la democracia.


Para algunos, cualquier tipo de la participación es buena para la democracia porque permite
el ejercicio del pluralismo y que las demandas de la ciudadanía puedan ser canalizadas hacia
los que toman decisiones. Para otros, algunas expresiones, en especial, las protestas
violentas, los boicots o las movilizaciones no son buenas porque pueden generar
ingobernabilidad y polarización de la sociedad. Lo cierto es que más que ser una amenaza
para la democracia representativa, la participación no convencional complementa a este tipo
121

de sistema político. Los beneficios se encuentran en la posibilidad de incrementar el control


de la ciudadanía sobre la política y los políticos. Es más, la Ciencia Política ha demostrado
Página

que una elevada movilización ciudadana (ni siquiera la que se da de manera contestataria)
afecta la estabilidad del sistema político, como temían varios teóricos clásicos (Anduiza y
Bosch, 2004: 60).

EN RESUMEN:
1) La participación política es deseable y necesaria y tiene efectos positivos sobre la
democracia.

2) La participación política tiende a incrementar los niveles de confianza interpersonal, las


habilidades cívicas, las actitudes de cooperación y de eficacia política. También tiende a
incrementar los niveles de legitimidad de las decisiones públicas.

3) Más que ser una amenaza para la democracia representativa, la participación no


convencional complementa a este tipo de sistema político. Los beneficios se encuentran en
la posibilidad de incrementar el control de la ciudadanía sobre la política y los políticos.

TEMA 5. FORMAS DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA

Hemos hablado de distintas actividades de participación y hemos mencionado la diferencia


entre participación convencional y no convencional. Pero, ¿qué es eso? ¿A qué nos referimos
con la distinción entre formas convencionales y no convencionales de participación?

El nivel de convencionalidad está dado por si las acciones son (o no) demandadas por el
sistema político (Montero, 1995). Esta manera de distinguir a la participación política tiene
que ver con el hecho de si se ajustan o no a las normas sociales y a los valores dominantes
de una sociedad (Barnes y Kaase, 1979). Esta distinción es históricamente relativa, ya que
lo que en un momento puede considerarse como no convencional puede transformarse en
convencional tiempo después y así va evolucionando. La diferencia entre éstas es la
siguiente:

La participación convencional es aquella que aparece como legal y legítima, es demandada


por el sistema político y promovida por las élites y las instituciones.

La participación no convencional es aquella que no emplea los canales institucionalizados, en


ocasiones es extralegal y suele ser irregular, específica e infrecuente. Algunos autores
prefieren no llamarla participación no convencional sino hablar de ella como formas de
acción política.
LAS FORMAS CONVENCIONALES DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: LO QUE EL
SISTEMA NOS PIDE QUE HAGAMOS

Como mencionamos, la participación convencional incluye a todas aquellas actividades que


se mantienen dentro de las pautas marcadas por las normas y valores del sistema político.
En otras palabras, se trata de las actividades reconocidas por la legislación existente y
aceptadas por la comunidad como legítimas. Podríamos incluso decir que son las cosas que
el sistema nos pide que hagamos. En general, caben aquí las actividades relacionadas con el
proceso electoral, con la formación de la opinión pública, con el contacto con las
instituciones y con la movilización política organizada.

ACTIVIDADES POLÍTICAS CONVENCIONALES

RELACIONADAS CON EL PROCESO RELACIONADAS CON EL CONTACTO


ELECTORAL: CON INSTITUCIONES Y AUTORIDADES:
 Votar.  Enviar cartas o mensajes de apoyo o
 Seguir la campaña electoral a través de protesta a autoridades e
de los medios de comunicación. instituciones.
 Seguir la campaña electoral  Solicitar entrevistarse con
asistiendo a mítines y reuniones. autoridades para tratar problemas
 Participar en la campaña apoyando a comunes o personales.
un partido o candidato.  Firmar peticiones colectivas a las
 Contribuir a campaña con recursos autoridades para reclamar alguna
económicos. actuación política.
122

 Persuadir a otras personas para


orientar su voto.
Página

 Postularse a un cargo de elección


popular.
RELACIONADAS CON LA CREACIÓN DE RELACIONADAS CON LA
OPINIÓN: MOVILIZACIÓN POLÍTICA
 Informarse sobre la política a través ORGANIZADA:
de los medios de comunicación.  Participar en manifestaciones
 Debatir cuestiones políticas con autorizadas.
amigos, familiares, compañeros de  Participar en grupos o movimientos
trabajo, etc. para resolver problemas locales.
 Expresar opiniones en una carta al  Afiliarse a partidos u organizaciones.
periódico.  Contribuir económicamente al apoyo
 Expresar opiniones en las redes de causas políticas.
sociales.

Fuente: Vallés (2010: 329).

Como podemos ver, son muchas actividades diferentes, algunas de ellas pasivas (como dar
seguimiento a la política o a las campañas a través de los medios) y otras que requieren de
las personas realizar un esfuerzo más grande (por ejemplo, participar en la resolución de los
problemas locales, participar en una campaña o postularse a un cargo). Estas actividades no
son excluyentes: no tienes que elegir una sola actividad o manera de participar. Por el
contrario, se trata más bien de tareas complementarias, pues las personas pueden
desarrollar varias de ellas, al mismo tiempo o en distintos momentos, conforme lo que
consideran necesario y pertinente.

EN RESUMEN:
1) La participación convencional es cualquier actividad realizada en el ámbito público, con el
objetivo de influir en la política, y que sea considerada legítima por la sociedad.

2) Entre las actividades convencionales podemos distinguir aquellas relacionadas con el


proceso electoral, la formación de la opinión pública, el contacto con las instituciones y la
movilización política organizada.

EL VOTO COMO ACCIÓN POLÍTICA

En las democracias de la Antigüedad, por ejemplo, en Atenas, los ciudadanos (que como ya
vimos en aquel tiempo eran solamente los hombres libres y con propiedades) discutían y
decidían en las asambleas que integraban a toda la comunidad y ejercían los cargos de
manera rotativa. Hacerlo de ese modo no es viable en la actualidad. Nuestras sociedades
son demasiado grandes y las decisiones que se deben tomar abarcan temas demasiado
complejos y que afectan a muchas más personas. En las democracias modernas lo hacemos
a través del voto: cada determinado tiempo acudimos a las urnas y votamos por los
ciudadanos y las ciudadanas que nos representan.

El voto se ha convertido en el mecanismo principal y fundamental de la participación política.


A través de su ejercicio, decidimos quiénes y cómo deben gobernar, seleccionamos políticas,
generamos la legitimidad del sistema político, expresamos nuestra pertenencia a la
comunidad y ejercemos el control sobre el gobierno. Por ello, se trata de un acto fundacional
de la democracia, el más importante, más simbólico y con mayor impacto.

Al mismo tiempo, el voto es el acto más sencillo y más asequible para su realización y su
estudio. Piénsalo ¿qué se necesita para poder votar? Además de tener 18 años cumplidos y
su credencial de elector, no mucho más: sólo un ratito de tu tiempo para ir a la casilla el día
de la jornada electoral y para determinar el sentido del voto. Sin embargo, no todas las
personas votan.

¿Por qué algunas personas prefieren votar y otras no? La decisión sobre la participación
electoral, como todo lo que hacemos los seres humanos, depende de diferentes factores. Por
ejemplo, en algunos países el voto es obligatorio (como en Bélgica, Australia, Argentina,
Bolivia o Brasil, entre otros) y las personas que no lo ejercen pueden enfrentar
consecuencias negativas, como no poder acceder a algunos servicios públicos (emisión del
pasaporte, entrega de apoyos al desempleo, trámites bancarios, viajar, entre otros). Por
123

supuesto, la obligatoriedad y las consecuencias negativas contribuyen a una mayor


participación ciudadana.
Página

En otros países, donde el voto no es obligatorio (o donde el no votar no tiene consecuencias


negativas), las personas definen su participación electoral en función de su interés general
en la política, de la importancia de una elección en particular (por ejemplo, se suelen
considerar las elecciones presidenciales y, en general, las elecciones nacionales como más
importantes que las legislativas y las locales), de la coyuntura política (si quieren deshacerse
de un gobierno que consideran inadecuado) o de cómo evalúan el impacto de su voto
(cuando una contienda es cerrada y más competitiva, cada voto cuenta más).

EN RESUMEN:
1) El voto es el acto de participación política más importante para la democracia.

2) A través del voto determinamos quiénes y cómo deben gobernar, ejercemos el control
sobre el gobierno y expresamos nuestra pertenencia a la comunidad política.

LAS FORMAS NO CONVENCIONALES DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: LO QUE


NOSOTROS HACEMOS DE MANERA ESPONTÁNEA

Hemos definido la participación convencional como todas aquellas actividades que están
previstas por la legislación y aceptadas como legítimas por la comunidad política. Sin
embargo, las actividades no convencionales que, en general, no están previstas por la ley,
no necesariamente son ilegales o consideradas ilegítimas por la sociedad. Aquí el tema es
bastante complejo y depende de muchos factores.

INE. 2014. p. 28.


124

La participación no convencional incluye desde firmar peticiones, asistir a manifestaciones


Página

hasta incluso unirse a huelgas. Por tanto son muy diversas y suponen la voluntad de
cambiar o transformar una situación que se percibe como injusta. Estas expresiones y
acciones surgen de manera espontánea, no demandada por el sistema político y buscan
influir directamente más que hacerlo a través de representantes electos y por los medios
establecidos. Estas actividades de participación no convencional pueden ser legales e
ilegales y pueden o no incluir el uso de la violencia.

SABÍAS QUE…
ACTIVIDADES POLÍTICAS NO CONVENCIONALES

Algunas actividades no convencionales de participación pueden ser:

- Actos testimoniales de expresión física o cultural (encierros, huelga de hambre, reuniones


festivas);
- Obstrucción de actividades ajenas (bloqueo del tránsito, sentadas, ocupaciones de locales,
boicot de actos públicos o de actividades comerciales, entre otros);
- Pintadas de protesta y reivindicación en lugares públicos;
- Boicot de servicios o productos;
- Resistencia al cumplimiento de obligaciones legales: el pago de impuestos, tasas o rentas,
al servicio militar obligatorio;
- Manifestaciones ilegales o huelgas salvajes, sin observar los requisitos establecidos por la
ley;
- Destrucción o deterioro de bienes públicos y agresión contra personas.

Fuente: Vallés (2010: 334).

La participación no convencional es ampliamente utilizada, en especial, cuando las personas


consideran que sus demandas no han sido atendidas adecuadamente a pesar de haber sido
canalizadas a través de otros mecanismos. También, con frecuencia, permiten lograr una
mayor visibilidad ante la sociedad en general y resultan más flexibles, más accesibles y más
cercanas a la gente.

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