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Había una vez dos corazones que latían al unísono, a pesar de la vasta distancia

que los separaba. Sus nombres eran Elena y Carlos, y su historia de amor
floreció en los rincones más remotos de Venezuela.

Elena vivía en Caracas, la bulliciosa capital, mientras que Carlos residía en


Mérida, una ciudad rodeada de majestuosas montañas. Se conocieron en línea,
en un foro de poesía, donde sus palabras se entrelazaron como hilos invisibles.
Cada verso que compartían era un puente que cruzaba kilómetros y kilómetros de
tierra y mar.

Las noches se volvieron cómplices de su amor. Elena miraba la luna desde su


ventana, imaginando que Carlos también la observaba desde su rincón en las
montañas. Intercambiaban cartas electrónicas, llenas de confesiones, sueños y
esperanzas. Las palabras se convertían en susurros que viajaban a través de
cables submarinos y redes inalámbricas.

Carlos le describía los picos nevados de Los Andes, mientras Elena compartía
historias sobre los atardeceres dorados en La Guaira. Se prometieron visitarse
algún día, pero la realidad era implacable. Las distancias geográficas se traducían
en billetes de avión inalcanzables y visas esquivas.

Sin embargo, su amor no se desvanecía. Elena coleccionaba las fotos que Carlos
le enviaba: él junto a un cóndor en el Pico Bolívar, ella con los pies en la arena
de Los Roques. Cada imagen era un tesoro que guardaba en su corazón.

Una noche, mientras la lluvia golpeaba los cristales de su ventana, Elena escribió
un poema para Carlos:
En la distancia, nuestros corazones se encuentran,
como estrellas que titilan en la vastedad del cielo.
Tú, mi montaña de sueños,
yo, tu brisa cálida que acaricia tus cumbres.

Las olas del Caribe nos separan,


pero nuestras almas se entrelazan en un abrazo eterno.
Prometo esperarte en cada amanecer,
como el sol que asoma tras las montañas de Mérida.

Quizás nunca caminemos juntos por las calles de Caracas,


ni nos perdamos en los laberintos de **El Ávila**.
Pero nuestro amor es un mapa trazado en constelaciones,
y en cada estrella, encuentro tu mirada.

Elena, la soñadora de la ciudad,


Carlos, el poeta de las alturas,
nuestro amor es un verso que se eleva,
un himno que resuena en las montañas y el mar.
Carlos leyó el poema con lágrimas en los ojos. Sabía que su amor por Elena era
más grande que cualquier cordillera. Aunque no podían tocarse físicamente, sus
almas se encontraban en cada palabra escrita, en cada latido sincronizado.

Así continuaron, dos enamorados en la distancia, compartiendo sus vidas a través


de cables y satélites. Nunca se encontraron cara a cara, pero su amor trascendió
las fronteras y las coordenadas. En el corazón de Venezuela, Elena y Carlos se
convirtieron en una leyenda de amor que desafiaba el tiempo y el espacio1.

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