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Norah Lange

Introducción con una reseña de Borges sobre Nydia Lamarque

Jorge Luis Borges: Nydia Lamarque, Telarañas


(1925)
Nydia Lamarque vive en Belgrano, que es algo así como vivir en las vacaciones de la ciudad, en
su merecido y firme domingo. Los otros barrios suburbanos de nuestra capital son entrevero de
la gran llanura y las casas; Belgrano es maridaje, no de la ciudad con la pampa, sino de la
ciudad y de los árboles. Barrio enjardinado y ocioso, sin la desganada sorna orillera que hay en
Palermo ni las infinitas esquinas (mucha puesta de sol y tapiales bajos) de Villa Ortúzar,
Belgrano infundió el agua de sus fuentes y el cariño de sus canteros en los versos de Nydia. Son
agradabilísimos todos ellos.

Debajo de Telarañas dice Sonetos. Los hay de versos de catorce, de once, de ocho, de nueve, sin
otra obligación ni costumbre que las de su perenne halago sonoro que no implica nunca el
esfuerzo. ¿Acaso no nos basta, en una muchacha o en una estrofa, la certidumbre de que es
linda? Lo demás son cominerías. La sentenciosidad, la metáfora, la sencillez, la complicación,
el metafisiqueo, el ritmo y hasta la rima (que no es propiamente más que un retruécano, que una
casualidad verbal) son herramientas de belleza, pero lo importante es el recabarla, no la trampita
que elegimos. Nydia Lamarque usa muy poco de metáforas: quiero decir, de la invención de
metáforas, cábula que a mí me gusta de veras. Sin embargo, yo no me atreveré a aconsejarla, ya
que los versos de ella valen tal vez más que los míos. (Si les parece, puedo tacharlo a ese tal
vez). El sujeto es la espera del querer, la víspera segura del corazón, las luces sabatinas
encendidas aguardando la fiesta. Es el idéntico sujeto que hay en La Calle de la Tarde por Nora
Lange, tanto más grato cuanto menos enfatizado. Nydia Lamarque lo maneja con instintiva
gracia espiritual, sin incurrir ni en las borrosidades ni en la chillonería de comadrita que suele
inferirnos la Storni. A través del libro campea mucha coquetería de sufrimiento (sincerísima,
desde luego) y una verídica confianza de ayudarlo al destino, de ser dichosa con nobleza. Le
gustan los luceros, los rosales, los atardeceres con pájaros, las violetas. A nosotros varones,
obligados al verso pensativo y a la palabra austera, nos conmueven esos trebejos que tan
justamente se avienen con la hermosura de las muchachas y que florecen en sus versos con la
misma naturalidad que en las quintas.

¿En el decurso claro de su canto, qué rostros se reflejan? Pienso que los de Nervo y Rubén. En
un día de primavera, Paisaje, Cómo soñé mi verso y Atardecer son acaso las mejores
composiciones del libro, las de belleza más verídica y fácil.

Hace unas tardes, caminoteando por Belgrano, me pareció que era más linda la luna y que los
pájaros cantaban con una más dulce vehemencia. Seguramente, la habrían mirado y escuchado a
Nydia Lamarque.

Jorge Luis Borges: Prólogo a Norah Lange, La


calle de la tarde
Las noches y los días de Norah Lange son remansados y lucientes en una quinta que no
demarcaré con mentirosa precisión topográfica y de la que me basta señalar que está en la
hondura de la tarde, junto a esas calles grandes con las cuales es piadoso el último sol y en que
el apagado ladrillo de las altas aceras es un trasunto del poniente cuya luz es como una fiesta
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pobre para los terrenos finales. En esos aledaños conocí a Norah, preclara por el doble
resplandor de sus crenchas y de su altiva juventud, leve sobre la tierra. Leve y altiva y fervorosa
como bandera que se cumple en el viento, era también su alma. En ese tibio ayer, que tres años
prolijos no han empañado, amanecía el ultraísmo en tierras de América y su voluntad de
renuevo que fue traviesa y novelera en Sevilla, resonó fiel y apasionada en nosotros. Aquélla
fue la época de Prisma, la hoja mural que dio a las ciegas paredes y a las hornacinas baldías una
videncia transitoria y cuya claridad sobre las casas era ventana abierta frente a la resignada
costumbre, y de Proa, cuyas tres hojas se dejaban abrir como ese triple espejo que hace
movediza y variada la inmóvil gracia del rostro que refleja. Para nuestro sentir los versos
contemporáneos eran inútiles como incantaciones gastadas y nos urgía la ambición de una lírica
nueva. Hartos estábamos de la insolencia de palabras y de la musical imprecisión que los poetas
del 900 amaron y solicitamos un arte impar y eficaz en que la hermosura fuese innegable como
la alacridad que el mes de octubre insta en la carne y en la tierra. Ejercimos la imagen, la
sentencia, el epíteto, rápidamente compendiosos. Y en esa iniciación advino a nuestra
fraternidad Norah Lange y escuchamos sus versos, conmovedores como latidos, y vimos que su
voz era semejante a un arco que lograba siempre la pieza y que la pieza era una estrella. ¡Cuánta
limpia eficacia en esos versos de chica de quince años! En ellos resplandecen dos distinciones:
cronológica y propia de nuestro tiempo la una y misteriosamente individual la segunda. La
primera es la noble prodigalidad de metáforas que ilustra las estancias y cuyo encuentro de
afinidades imprevisibles justifica la evocación de las grandes fiestas de imágenes que hay en la
prosa de Cansinos Assens y la de los escaldas medievales —¿no es Norah, acaso, de raigambre
noruega?— que apodaban a los navíos potros del mar y a la sangre, agua de la espada. La
segunda es la parvedad de cada poesía, parvedad justa y esencial cuya estirpe más fácil está en
las coplas que han brotado a la vera de la guitarra antigua y resurgen hoy junto al pozo, también
oscuro y fresco y dolorido, de la guitarra patria.
El tema es el amor: la expectativa ahondada del sentir que hace de nuestras almas cosas
desgarradas y ansiosas, como los dardos en el aire, ávidos de su herida. Ese anhelo inicial
informa en ella las visiones del mundo y le hace traducir el horizonte en grito alargado y la
noche en plegaria y la sucesión de días claros en un rosario lento. Tropos que he sopesado en mi
soledad, por caminatas y sosiego, y que me parecen verídicos.
Con enhiesta esperanza, con generosidad de lejanías, con arcilla frágil de ocasos, ha modelado
Norah este libro. Quiero que mis palabras encareciéndola sean como las hogueras de cedro que
alegraban en una fiesta bíblica las atentas colinas y que presagiaban a los hombres la luna
nueva.
Norah Lange: La calle de la tarde. Prólogo de J. L. B. Buenos Aires, Ediciones J. Samet, 1925
Incluido en Inquisiciones (1925) Luego en Prólogo, con un prólogo de prólogos (1975)
Luego antologado en Miscelánea
Barcelona, Random-House Mondadori -DeBolsillo-, 2011

Poemas de Norah Lange

Vacía la casa donde tantas veces


las palabras incendiaron los rincones.

La noche se anticipa
en el plano mudo
que nadie toca.

Voy a solas desde un recuerdo a otro


abriendo las ventanas
para que tu nombre pueble
la mísera quietud de esta tarde a solas.

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Ya nadie inmoviliza las horas largas y cerradas
tanto pudor de niña.

Y tu recuerdo es otra casa

Y mis latidos forman una hilera de pisadas


grande y quieta
por donde yo tropiezo sola.
que van desde su puerta hacia el olvido.

II

Ventana abierta sobre la tarde


con generosidad de mano
que no sabe su limosna.

Ventana, que has ocultado en vano


tanto pudor de niña.

Ventana que se da como un cariño


a las veredas desnudas de niños.

Luego, ventana abierta al alba


con rocío de júbilo riendo en sus cristales.

¡Cuántas veces en el sosiego


de su abrazo amplio
dijo mi pena
su verso cansado!
(De Los días y las noches, 1926)

Jornada
Aurora
Lámpara enredada
en un camino de horizontes.
Después, al mediodía,
en el aljibe se suicida el sol.
La tarde hecha jirones
mendiga estrellas.
Las lejanías reciben al sol
sobre sus brazos incendiados.
La noche se persigna ante un poniente.
Amanece la angustia de una espera
y aún no es la hora.
(De La calle de la tarde, 1925)

Poniente doble
Oscurece. El silencio
De las cosas ya cansadas

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Pone apuro en las tinieblas.

Aguardo –entre las sombras–


Corona de palabras tuyas
Para ceñir la espera.

¡Sueños de otros lugares!


Afuera oscurece. Adentro, en el corazón que es grande
Como el tiempo,
Otro poniente nace.

¡Poniente del corazón!


Cumplida ya la luz
Como mi espera.
Somos un mismo poniente,
Adentro, y afuera…
(De La calle de la tarde, 1925)

Amanecer

En el corazón de cada árbol


se ha estremecido la medianoche.

La noche se desmenuza
en lenta procesión de niebla.

Todas las tardes terminan su cansancio.

Los letreros luminosos duermen


el asombro de sus colores
y anticipan la contemplación de cada pobre.

En toda esquina vigila el sueño


y es tu recuerdo la única pena
que humilla la altivez de las aceras.

Lejos, el primer mendigo,


traiciona el portal donde ha dormido.

Y la ciudad se abre como una carta


para decirnos la sorpresa de sus calles.

(De La calle de la tarde, 1925)


La calle de la tarde
Una nañanita azul
el sol cayó en mis manos.
Los rayos se pasearon por los caminos de
mis brazos.
El beso de oro
hizo sangrar mis dedos.

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todo el cristal se rompió de llanto
y el camino
largo como un siglo
formó otro horizonte.

Anochecer
Los brazos del sauce llorón
son serpentinas malgastadas.
El viento simula arpegios
jirones de música entrecortada.
El véspero anuncia la noche
mientras en otro horizonte
el sol delira…

Cada árbol es un país de emociones.


Tú y yo, multiplicándonos de amor. Sumergiéndonos
en nuestros ojos, amplios de azul.

Como un niño llegué a tu corazón.


Tú, generoso, te partiste para darme un pedazo de dicha.

(De La calle de la tarde, 1925)

Para concluir

Celebrity Deathmatch
por Delfina Muschietti

En 1927 la sofisticada revista Aurea reúne en un mismo número poemas publicados por la poeta
consagrada Alfonsina Storni y el escritor Jorge Luis Borges, todavía en 1932 anunciado por la
prensa como “joven promesa”. Ya había sucedido para entonces la publicación de las palabras
injuriosas (las “chillonerías de comadrita”) que Borges le dedicó a Alfonsina en 1924 en la
reseña de Telarañas, poemario de Nydia Lamarque. La confrontación de los textos que la revista
Aurea reúne y que nuestros protocolos de lectura reenvían a dos poéticas públicamente
enfrentadas, nos muestra sorpresivamente que estas firmas han invertido su lugar. El texto de la
mujer escritora parece inscribirse en una forma de vanguardia que las declaraciones de Borges
siempre le negaron; y el texto del joven Borges, escritor inserto en las propuestas
declaradamente vanguardistas de Martín Fierro, niega resueltamente este programa desde un
sentimentalismo kitsch, que siempre había sido atribuido a la chillona y demodée Alfonsina.
En el aura de Aurea estas firmas, entonces, sugieren que las huellas de su escritura esconden
máscaras insospechadas y desvíos que una lectura negligente ha obviado en aras de una historia
oficial y su dictado hegemónico. ¿Quién osará decir que Alfonsina, a la luz de estas páginas,
resulta más vanguardista y mejor poeta que Borges? Es necesario, entonces, seguir estos desvíos
para releer una zona de la poesía argentina contemporánea, y reinscribirla, restaurarla a la luz de
estas veladuras.

Clases de mujeres Aurea era una revista de gran formato y edición muy cuidada, casi artesanal,
con juego de transparencias que se superponen a ilustraciones de artistas plásticos argentinos.
Se podría pensar que esta coincidencia de dos estéticas divergentes “eleva” a Alfonsina y “baja”
a Borges hasta llegar a un equilibrio horizontal.

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El lector encuentra en la página 31 dos poemas de Alfonsina Storni y 30 páginas más adelante
un poema de Borges ilustrado con un dibujo de su hermana Nora. La aparente nivelación de
firmas y figuras se tambalea cuando la mirada se detiene a armar una constelación con los
poemas. Si esperábamos el poema de un escritor de la vanguardia porteña, aparece en cambio
un poema inseguro, sentimental y kitsch; si, a la inversa, la firma de Alfonsina podía -.siguiendo
la misma letra que el insulto de Borges le dictara tan sólo tres años antes– hacernos esperar un
poema con algunos toques de mal gusto altisonante, “Luna” muestra una textura moderna que
investiga las técnicas que el cine y la fotografía le ofrecen.
El tono enfático de los “Versos con además de recuerdo” que publica Borges lo obliga al uso de
signos de exclamación (expresamente prohibidos, junto al tono confesional y la declaración en
primera persona, en el programa ultraísta defendido por el joven poeta). El poema no hace sino
desmentir esas declaraciones de principios, y los signos de exclamación, como las varas y los
bambúes del jardín del fondo, delimitan un espacio consagrado (“¡qué lindo ver por una hendija/
tu calabozo de agua sutil!”) y al mismo tiempo sirven de límite en relación con un espacio
exterior visto como amenazante.
La amenaza de invasión encarna en el poema en cierta “polución sonora” y aparece disimulada
en el uso de diminutivos que desaparecerán en la versión que Borges publica en 1929 en
Cuaderno San Martín, que forma parte del supuesto tríptico vanguardista del Borges poeta.
Según el poema: “el charro carnaval aturdió/ con insolentes murgas”
Resulta interesante también desanudar la retórica y los protocolos en los que descansan algunos
textos críticos de Borges, publicados por la misma época en Proa. La crítica de Telarañas
(1924), por supuesto, y la lectura de Prismas, de su compañero Eduardo González Lanuza,
publicado en1925 con el título de “Acotaciones”. Si por un lado Borges celebra que Nydia
Lamarque no incurra “ni en las borrosidades ni en las chillonerías de comadrita que suele
inferirnos la Storni”, por el otro enfatiza que esas “borrosidades” son las mismas de las que se
abominan como “matices borrosos del rubenismo” en la reseña dedicada a un varón, el que
comparte el territorio designado por “Nosotros, los varones...” (el propio Borges y González
Lanuza), que festejan la aparición del rostro de “Rubén”, amigablemente nombrado tras los
versos de la abogada Nydia Lamarque que florece en una quinta de Belgrano, pero que son las
mismas que se rechazan en una mujer escritora de origen italiano, maestra y madre soltera.
Saltan a la vista las contradicciones y los prejuicios estéticos y de clase, el desprecio con que se
nombra a Alfonsina, y la ambigua valoración del “rubenismo” según se trate de uno u otro uso
de esa retórica. El apelativo despectivo la Storni está marcando una diferencia de territorio y
clase. “La Storni” forma parte de las “italianadas de hoy”, que el joven Borges desprecia.
Además, se agregan a las “borrosidades” otros dos elementos que acercan a Alfonsina a la horda
invasora de los inmigrantes. Las “chillonerías” remiten al mal gusto chillón del candombe y el
carnaval charro. Es que, parecería, Alfonsina aturde como el carnaval con sus aires de comadrita
y sus chillidos.

Varones pensativos Lo curioso es que, en el plano estético, a esta comadrita se le achaca un mal
gusto (“chillonerías” y “borrosidades”) derivado del modernismo de Rubén Darío (y, peor aún,
Amado Nervo), abominado por la estética de los varones pensativos del ultraísmo –o la versión
criolla de la vanguardia–, pero al mismo tiempo se festeja esa herencia, esa “gracia espiritual” y
esa “hermosura” en los versos de las “muchachas” de las “quintas” de “Belgrano”, esas
muchachas que comparten un territorio, “nuestra casa”, separada de las clases populares –que
reciben agua del aguatero, sin el privilegio del molino propio.
Nydia Lamarque fue una de las primeras mujeres abogadas de la Argentina, hazaña sólo posible
para una mujer adinerada y de clase media alta. La otra muchacha que saluda Borges en sus
reseñas es Norah Lange, esposa de Oliverio Girondo y de ascendencia noruega (otra “clase” de
inmigrantes). Esas muchachas que, al menos en el plano de la poesía y por el momento (en
tiempos futuros harán sus propios desvíos), conservan el decoro de cumplir con el rol que la
sociedad y la tradición asigna a las mujeres, y no “chillan”, protestan o se insolentan.

Storni, 1; Borges, 0 Cuando la despreciada firma de la Storni coocurre con la de Borges en una
misma revista literaria, resulta que el texto de ella se adecua mucho más claramente al programa

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de vanguardia que el poema que firma el varón pensativo, que parece ocuparse de los
sentimientos (los “trebejos” que conmueven en los versos de las “muchachas”), ordenados
además en estrofas clásicas de cuatro versos en los que se alternan endecasílabos y alejandrinos
y, más tradicionalmente aún, eneasílabos y decasílabos.
El poema de Alfonsina, en cambio, tiene una disposición totalmente irregular: una larga tirada
de versos sin estructura estrófica ni patrón rítmico regular. Escrito en verso libre y fragmentario,
se acerca al lenguaje coloquial y prosaico, lejos de las joyas modernistas. No hay registro del
Yo confesional. Por el contrario, éste desaparece y el texto opera como un foco de luz nocturna
que enfoca diferentes zonas y detalles: cuadrados de luz -.emparchados-fondo– que destacan
que el poema es un plano, una superficie sin volumen, que niega la representación clásica y
muestra un sujeto fragmentado y cortado en manchas, tajos de colores, rayos. Mientras la
cultura de la distracción erige a Borges y a Sábato como las firmas asignables al museo de la
alta cultura, en el fin del siglo XX los jóvenes poetas de los 90 que apuestan a la
experimentación reescriben a Alfonsina Storni de una u otra forma.
Santiago Llach (La raza), de una manera elusiva, por ejemplo, en el desenmascaramiento por
saturación del modelo de género masculino: el trabajo opuesto y complementario de las
operaciones de Alfonsina Storni en las primeras décadas del siglo. O Ariel Schettini (Estados
Unidos), que escribe al margen del poema “Octubre” su propia versión a modo de homenaje.
Pliegue y despliegue del futuro de la poesía. Y el plus de la ironía en este juego es que es
precisamente aquella Alfonsina que Borges excluyó por chillona y de mal gusto (la Alfonsina
modernista y contestataria a la vez, rimadora y confesional, la escritura imposible para los
varones pensativos y las muchachas de Belgrano) la que hoy –callada y velada, pero
insistentemente– se hace audible en la nueva poesía de estos jóvenes.

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