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Una idea sin acción es una traición a los anhelos. Sin acción, ningún esfuerzo de
pensamiento se hace presencia, y sabemos bien que los actos son los que impulsan la
historia. Me permito decir que el anhelo es la creación inmediata del curso histórico de la
humanidad, una parte ella, de dos o un sujeto. Sin acción, una idea es una plegaria
esperando apariciones que jamás consigue ver. Por eso, después de estas reflexiones, no
queda otra opción, para que se recubran de valor histórico, que asumirlas en carne y
espíritu, cada día, en todo acto. Es, si soy tibio, el ejercicio de una militancia vital. De no
ser así, estas ideas permanecerán en la abismal inercia. En todos los actos, el sentir es su
fuente inagotable. Y las aguas puras de nuestras sensaciones riegan la semilla de nuestro
pensamiento. Para pensar, antes sentimos; así, pensar es vivir. Y dado que vivir es pensar,
de inmediato nos reconocemos comprometidos con nuestras ideas. Es de lo profundo del
ser que auténticamente se expresa el pensar, en un violento encuentro con el mundo, y
desemboca en acción transformadora. Porque no hay transformación alguna sin el paso de
los actos. El acto es la voluntad, nuestro aporte a la historia, la responsabilidad que se hace
inseparable de nosotros mismos.