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Orientaciones para elección

y elaboración de la tesina

I. La filosofía y la identidad

Es muy importante tener una conciencia suficientemente clara de dónde nos ubicamos existencialmen-
te dentro de esta hermosa e inabarcable realidad. El sentido de ubicación está esencialmente ligado
a la conciencia de la propia identidad, tanto a nivel de la persona individual como a nivel de humanidad.
Saber dónde estoy es esencial para saber quién soy.
Partiendo desde el punto de vista humano, porque obviamente es lo primero que tenemos a la
mano, nos descubrimos inmersos en el seno de la existencia e inmediatamente tenemos la percepción
de que esta realidad es inmensamente más grande que nosotros, es decir, intuimos que su existencia
precede a la nuestra y que es de una proporción no medible para nuestra sola capacidad. Observarnos
así nos hace captar ya en buena parte lo básico de nuestra identidad. El proyecto de la vida no ha sido
un plan nuestro, nos precede. Somos más bien llamados a la existencia por la existencia misma. De
esta manera, observamos que hay dos interlocutores: la realidad como tal y nosotros, nuestra
participación a nuestra medida en ella. Igualmente hay dos tiempos: el de la realidad, que desde
nuestro punto de vista nos parece que “siempre” ha estado allí, y nuestra “corta” duración, así como la
de todo lo que nos rodea en nuestra dimensión. Así brota desde el principio la conciencia de la
necesaria relación en nuestro modo de ser. Nota radical de nuestra identidad: somos por relación con
la realidad. Es más, parece que la misma realidad es relación, pues nos llama a estar junto con ella en
una relación muy íntima y estrecha, como es el compartir la vida. La vida es relación. La vida se
sostiene únicamente en relación.
La “dirección” hacia la que hemos comenzado a mirar para “ubicarnos” en este primer momento
es hacia “atrás”, o sea hacia antes de nuestra existencia, pues observamos que la realidad existía
antes que nosotros entráramos en ella. Por consiguiente, la primera dirección hacia la que mira el ser
humano para ubicarse es hacia “atrás”. La razón es obvia: la vida ha sido recibida. Esto habla del
origen, de dónde vengo. Esta es una experiencia existencial metafísica de todo cuanto existe en
nuestro modo de ser receptores de la existencia, y en el ser humano acontece de modo inteligente. Es
aquí dónde brota la primera pregunta de toda persona: ¿De dónde vengo? Es la primera cuestión que
todo ser humano debemos de responder. Sin esta respuesta no hay ubicación ni, por tanto, identidad.
Es aquí donde podemos ubicar la razón de ser de la filosofía. La filosofía, en realidad, es el modo de
ser de la persona humana. En el fondo, toda vida humana es la búsqueda de la respuesta a la propia
identidad. La filosofía, desde este punto de vista, es en realidad la lectura metafísica que el ser humano
hace de su propia vida buscando en un primer momento por qué existe. Por eso todo ser humano es
filósofo por naturaleza. La respuesta en este primer momento no puede estar en lo que hacemos,
porque nos situamos en otro nivel de la existencia, en cierto sentido “más superficial”: todo lo que
hacemos se encuentra en el orden del tiempo “corto”, pues lo hacen vidas “cortas”; nuestro hacer no
sustenta nuestro ser; o “accidental”: porque podríamos hacer una cosa u otra, y de todos modos
seríamos. Por eso, la primera pregunta fundamental no es qué debo hacer, sino quién soy. En una
palabra, nuestra realidad no se fundamenta en nuestra propia realidad. De ahí que el comenzar a
responder a la gran pregunta –¿Quién soy?- signifique responder a “¿De dónde vengo?”, pues en el
fondo significa que mi propia existencia tiene su sentido, su sostén, en “algo” distinto de mí mismo. Así
comenzó la historia de la filosofía. Se buscó el principio, el origen de todo.
Con el pasar de los siglos, se fue tomando conciencia que el buscar el principio en realidad era
buscar el Principio, es decir, buscando el principio se buscaba a Alguien y no algo, aunque en los
albores del pensamiento humano no se era consciente. Por tanto, la cuestión “de dónde vengo” tuvo
que traducirse forzosamente de otro modo: ¿De Quién vengo? (aunque algunos parece que se
obstinan en rezagarse en la personalización de la pregunta) Es aquí cuando la búsqueda filosófica se
vuelve necesariamente en búsqueda de Alguien, aunque al principio, insistimos, fuera inconsciente.
Por consiguiente, responder a mi propia identidad personal significa necesariamente buscar a Alguien.
Mi identidad está en la relación con ese Alguien. No lo puedo sacar de mi realidad porque significa
perder mi propia realidad. No tenerlo presente, no conocerlo, significa renunciar a conocer quién soy
yo. Responder quién soy yo en parte significa responder de quién –de Quién- vengo. Así continuó la
edad media del pensamiento humano.
Sabiendo que la vida se comparte con Alguien, resulta evidente que el hombre tendrá más
preguntas y tendrá que buscar las respuestas fuera de sí, en Otro, pues el preguntarse es indicio de
la no autosuficiencia, de la no autorreferencialidad. Creciendo en la vida y despertando más el
pensamiento, surgen otras preguntas, que buscan seguir desvelando la propia identidad: ¿para qué
estoy en esta vida? ¿qué debo hacer? ¿qué es lo correcto? ¿qué es el bien y qué es el mal? ¿qué
debo elegir? Responder acertadamente a estas interrogantes es esencial para madurar la verdadera
identidad de cada persona, de lo contrario, podríamos vivir enajenados de nosotros mismos. No son
preguntas teóricas, sino existenciales; no son preguntas para los estudiosos, sino para toda persona
que viene a este mundo; no son preguntas que se puedan evadir, sino que todos hemos de afrontar,
pues en el fondo nuestra vida misma es una pregunta. Estas preguntas manifiestan en el plano lógico
lo que somos en el plano metafísico: una vida que para ser depende de la relación, una pregunta que
reclama una Respuesta.
Observando “a nuestro alrededor” la realidad en la que nos encontramos, constatamos la
existencia de “realidades” que se manifiestan abiertamente enemigas de la misma realidad, como son
la experiencia del mal, del fracaso, de la traición, del dolor, de la enfermedad, del sufrimiento y, la
mayor de todas, de la muerte, que parece poner fin a la existencia y que parece truncar el sentido de
todo. En el fondo estas “realidades” reducen toda la vida a esta pregunta: ¿sentido o sin sentido?,
¿vivir o no vivir?; o como han dicho algunos: ¿el ser o la nada?
Las preguntas arriba enunciadas ponen al hombre en la perspectiva de “el aquí y el ahora”. En
cambio, los enigmas sobre las “realidades enemigas de la realidad”, sobre todo la muerte, lo ponen en
perspectiva de futuro, hacia “adelante”. ¿Qué hay después de la muerte?, que puede traducirse así:
¿qué pasará conmigo? Como vemos, siempre está en el fondo la única y gran pregunta: ¿quién soy?,
o mejor dicho: ¿para Quién soy?, ¿de Quién soy? ¿hay Alguien o Nadie? Nuevamente constatamos
que nuestra vida, más aún que la vida misma es relación. Cuestionarnos es comenzar a salir de
nosotros mismos para encontrar la vida. No interrogarnos es encerrarnos y no vivir auténticamente
nuestra vida, vivir sin vivir.
En la edad adolescente del pensamiento humano, edad moderna y buena parte de nuestra edad
contemporánea (obviamente con sus honrosas excepciones), quisimos responder a la gran pregunta
–quién soy- por nosotros mismos y desde nosotros mismos. Esto nos ha llevado a la peligrosa
tendencia de autoafirmarnos y auto-organizarnos. Esta actitud no ha generado buenos resultados,
comprobados por la misma historia, sin embargo, parece que cada vez más nos vamos empeñando
en darle “sentido” a la propia vida fuera del clima de la relación. En la edad adolescente hemos
subrayado demasiado la individualidad, el sujeto, pero con una independencia totalmente contraria al
diseño de la realidad, a nuestro mismo ser. Hemos interpretado la relación como pérdida de libertad y
como enemiga de nuestra identidad. Nada más contrario a la verdad. Hemos creído falsamente que la
independencia es condición de libertad, pero parece que va sucediendo todo lo contrario. Buscando
libertad nos hemos descubierto como enemigos. Hemos hecho grandes construcciones humanas, pero
todas, al final, quedan inconclusas, nos dejan insatisfechos y cada vez más confundidos con nosotros
mismos e incapaces de entendernos entre nosotros. De modo general, al final de la edad moderna
quedamos más ensimismados, más sordos a la razón y, por ende, más vulnerables a nuestras bajas
pasiones; como buenos adolescentes, dando “libertad” a todo cuanto el apetito nos sugiere, creímos
que así nos decíamos a nosotros mismos quiénes somos. Nos creímos súper hombres.
En nuestro tiempo actual parece que nos vamos precipitando hacia el absurdo: hoy hemos
preferido ni siquiera plantearnos la pregunta; está en la conciencia, en el fondo de nuestro ser, pero
no queremos siquiera mirarla. Nos hemos dado la espalda. Nos mostramos indiferentes a la realidad,
y por lo mismo a nosotros mismos. Hoy postulamos neciamente que no hay identidad, todo es y no es.
Así nos estamos enfermando. Efectivamente, como no estamos mirando hacia la realidad, que es
objetiva y nos dice cómo es, caminamos lamentablemente hacia la muerte, hacia la no relación. Todos
encerrados. Como sucede con toda adolescencia retardada, se tendrá que llegar hacia la inevitable
experiencia de “tocar fondo”, con la esperanza de que se recapacite y madure, y se vuelva nuevamente
hacia la realidad, hacia la relación, hacia la búsqueda del otro-Otro. Hoy por hoy no estamos ubicados.
¿Será posible hablar de filosofía post-moderna, cuando todo se va deconstruyendo? Hay una etapa
en que el adolescente no entiende ni quiere razones.
¡Qué importante y qué necesario es que existan personas bien ubicadas, bien identificadas
consigo mismas! Se necesitan referentes que vivan en la dirección correcta. Ojalá pronto comencemos
la edad de la juventud que va tomando compromisos definitivos, es decir, se compromete con alguien,
quiere dar su vida por alguien; se prepara y se dispone a donar la individualidad por el otro de manera
desinteresada, incondicional y para siempre. Redescubre lo que con naturalidad veía y de manera
pasiva vivía en la infancia: la vida es dependencia en libertad. El joven comprometido comienza a vivir
de manera activa lo que de niño vivía de forma pasiva.

Como conclusión de este primer apartado decimos:


a) La elección del tema y la elaboración de la tesina debe brotar desde esta profundidad.
Debe ser algo muy personal, muy íntimo. Debe ser un continuar nuestra búsqueda, pero
con mayor seriedad y sistematicidad, de la respuesta sobre nuestra propia identidad.
b) Como observamos, somos parte de la humanidad, somos seres en relación. La vida con
nosotros no ha comenzado. La humanidad como tal, de alguna manera, ha venido
madurando a caídas y levantadas. Como elemento esencial de nuestra identidad, hemos
de asumirla con madurez, tal como se ha desarrollado. Desconocer o rechazar la historia
es traicionarnos a nosotros mismos. Por tanto, la respuesta de alguna manera ya se ha
comenzado a dar por parte de nuestros antepasados. Es deber nuestro acogerla como
un don para comprenderla, cernirla, depurarla, asimilarla y, responsablemente,
acrecentarla un poco más.
c) La elección del tema y la elaboración de la tesina también es un deber de caridad, pues
otras personas dependerán del grado de respuesta que nosotros vayamos encontrando
en nuestra propia vida. Por tanto, el trabajo de investigación debe ser algo que
verdaderamente ayude a nuestra propia vida, porque en esa misma medida seremos
capaces de escuchar, comprender, ayudar y acompañar a otros hermanos nuestros en
su camino personal. Advirtamos, precisamente, que se pide justo cuando comienza la
edad juvenil cronológicamente.

II. El filósofo y la realidad


A fin de encontrarnos verdaderamente con nosotros mismos y establecer una auténtica relación con
el otro-Otro, es del todo indispensable que seamos fieles observadores de la realidad, es decir, que
no seleccionemos o fragmentemos arbitrariamente alguna parte de ella y desechemos otra por vanos
prejuicios, sean del tipo que sean (de “fe” o de “ciencia”, por ejemplo). La realidad como tal es nuestro
interlocutor. No podemos delimitarla caprichosamente ni mucho menos manipularla a la hora de
interactuar con ella. De lo contrario, no se establecería la dinámica del diálogo, sino sólo una
proyección miope de nuestro propio yo; no sería encuentro, relación, sino auto-contemplación. En caso
de proceder así, habríamos comenzado mal, demostraríamos no conocer lo mínimo elemental de la
gramática de la realidad y nuestra conclusión sería irremediablemente una ideología.
La realidad como tal es nuestra guía en la investigación. Es el criterio que nos indica si lo que
vamos pensando no sólo es coherente lógicamente, sino, sobre todo, verdadero, o sea, conforme con
la realidad. Si algo que pensamos coincide con el orden del ser que contemplamos, vamos por buen
camino, de lo contrario, es del todo necesario replantear nuestras premisas. Por lo tanto, la realidad
no se toca.
Nuestra subjetividad no se anula para nada al actuar así. Podría parecer que nuestra existencia
es solo una mera presencia espectadora, sin personalidad, sin iniciativa, sin aportación, pero no es
así. Estamos invitados a tener una relación circular creciente y cada vez más enriquecedora con la
realidad. Somos los interlocutores de la realidad. Pero en esto, obviamente, hay un orden: primero nos
toca ser humildes: receptivos, contemplativos, honestos y agradecidos; enseguida, en un segundo
momento, creativos: la realidad espera nuestro aporte único e irrepetible, original; esta respuesta
nuestra requiere extrema limpieza de intereses propios, generosidad y radicalidad, en una palabra,
amor. La realidad nos da la existencia y espera nuestra existencia.
Ahora llegamos al punto central de este segundo apartado. En la realidad como tal está el hecho
verificado históricamente del acontecimiento cristiano: la encarnación de la Segunda Persona de la
Santísima Trinidad, con su misión por medio de hechos y palabras. Realmente ha tomado la vida
humana, ha participado de nuestra realidad espacio-temporal. Ha entrado en nuestras categorías
humanas, también en las de nuestro pensamiento y de nuestro lenguaje. Este hecho único no puede
ni debe ser desconocido por ningún filósofo honesto. En el mismo ámbito histórico ha dado lugar a la
civilización de toda la humanidad, tanto en Oriente como en Occidente. No es el tema que nos ocupa,
pero baste decir que el gran imperio romano terminó siendo cristiano y que el elemento que unificó
todos los pueblos indígenas del actual territorio europeo e hizo posible Europa fue, precisamente, el
cristianismo. Conocemos la repercusión que esto trajo para nuestro continente americano. Como
puede observarse, el acontecimiento cristiano está en la base de la formación de nuestra cosmovisión.
Pero, además, gracias a grandes filósofos de la Edad Antigua y Medieval, constatamos que el
cristianismo está en perfecta sintonía con lo mejor del pensamiento humano de todos los tiempos y de
todas las latitudes, es decir, dondequiera que exista auténtico pensamiento que se abre a la realidad
que se contempla tal como es, allí se da una profunda sinergia con la visión cristiana. No se da
oposición, antes, al contrario, se ve que se comprende con más profundidad y claridad la realidad, y
esto sin mezclarse, sin confundirse, pero también, insistimos, sin oponerse la visión humana y la visión
cristiana. Una no absorbe a la otra, sino que están en relación, lo cual supone la legítima autonomía
de cada una. Más aún, como la sana tradición ha reconocido, y como nosotros mismos también en
base a la experiencia que vamos teniendo, constatamos que el hecho cristiano siempre se ha
mantenido como un punto referente en el horizonte del pensamiento humano. Se ha mostrado como
un acontecimiento siempre presente, pero, al mismo tiempo, como futuro; como algo realizado, pero
que se espera; como algo muy íntimo a nuestra historia, pero también como algo que está mucho más
allá de los avatares de los tiempos. Es algo inmanente, pero simultáneamente trascendente y, por ello,
siempre se conserva puro en su esencia. Es un gran ideal que, al seguirlo, ensancha cada vez más
los límites de nuestra razón. En síntesis, la verdad cristiana ha impactado profundamente el
pensamiento humano. Que se dé el paso a la confianza –fe- en la persona de Jesús de Nazaret y su
Iglesia, es algo muy personal y que puede darse o no, según se quiera. Pero el hecho es que su vida,
sus palabras y sus obras han tatuado indeleblemente la inteligencia de la humanidad.
También se ha verificado en la historia que el pretender separar el acontecimiento cristiano de
la mera realidad humana no traído buenos resultados. Por hablar de los filósofos, quienes así han
procedido, terminan en una mentalidad unívoca o equívoca, que falsea la visión de la realidad, la
simplifica ingenuamente; para sostener “su visión”, acaban negando la misma realidad que se nos
ofrece sencillamente con evidencia. De esta manera, se vuelven absurdos y deshonran el nombre de
filósofos. Este tipo de “pensamiento”, llevado a la práctica, se sostiene solo con la violencia, pues la
misma realidad no lo respalda.
Por eso qué importante es que quien comienza a sentar las bases de su pensamiento sobre sí
mismo, sobre el mundo y sobre Dios vaya aprendiendo a entretejer la visión profana y la visión
cristiana. Así va forjando poco a poco la mentalidad análoga, que es la que da buenas cuentas de
cómo es la realidad, pues supone una visión en relación de dos términos sagrados: la existencia y la
Existencia.
Por tanto, el filósofo bien puede y debe “usar” el acontecimiento cristiano en su investigación si
quiere ser fiel observador de la realidad. Evidentemente no lo usará como el teólogo, con el fuerte
argumento de autoridad que, bien entendido, para nada merma la inteligencia, al contrario, nos mete
en la experiencia de lo insondable, pues supone que la realidad más real en última instancia no es
impersonal, sino personal y, por tanto, entramos a la zona de lo íntimo de una mente infinita y libre,
que no quiere decir caprichosa o arbitraria: tendrá sus razones muy personales, y que a fin de poderlas
conocer, deberán revelarse si le place a su autor. El filósofo, por su parte, utilizará la revelación –la
Sagrada Escritura, principalmente- como una interpretación abierta, dinámica, ordenada y coherente
de la realidad que se le propone, pero tiene la tarea de desentrañar la inteligencia que contiene lo más
que pueda para cotejarla con la realidad que está a su alcance. El filósofo asumirá esa visión revelada
como verdadera sólo si verifica que todo ocupa su lugar en la realidad según el orden del ser. Es decir,
para el filósofo el máximo argumento es la realidad misma, o dicho de otra manera, el argumento de
autoridad es la evidencia de la realidad. Así, pues, el filósofo explicará: “esto es verdad no porque está
en la biblia, sino porque es verdad está en la biblia”.
Finalmente, el filósofo que descubra que es totalmente compatible la revelación cristiana con la
filosofía y con la ciencia, se abrirá ante él el modo más eminente de usar la razón: la fe. La fe es el
modo sublime de razonar, porque tiene como objeto de investigación lo no medible, lo que escapa a
nuestros rudimentos de conocimiento, como son nuestros sentidos y los esquemas humanos que
tenemos para explicarnos la realidad que nos circunda. Advertirá que del otro lado de la relación, de
su realidad, está otra Realidad, que también tiene su Razón. La relación de la realidad con la Realidad
en el fondo es una relación de una razón con La Razón. Se trata de verdad de un diálogo (di: dos;
logos: razón; dos razones). Por tanto, cuando la razón intenta comprender La Razón se da cuenta que
no está implicada únicamente la inteligencia, sino que es necesaria toda la intimidad de su persona
(inteligencia, sentimiento y voluntad), de lo contrario no podrá entrar en el amoroso conocimiento de
La Realidad. Se trata, pues, de una auténtica relación de una persona con Otra Persona1. De allí el
equívoco de los que niegan La Realidad argumentando que no puede ser explicada con la lógica
matemática, pues para ellos es el modo más alto de pensar, es lo que da una evidencia incontestable.
Pero es como si alguien pretendiera explicar la hermosa experiencia de la amistad por medio de un
algoritmo. No se puede reducir lo personal a lo puramente matemático. El trato entre personas se da
con otra lógica, con la lógica de la confianza, que es a lo que llamamos propiamente fe. La fe, así
entendida, es lo más razonable que existe, aunque no permite que se le reduzca a la pura razón. La
fe es lo que más personaliza al hombre. Por la confianza se nos permite entrar respetuosamente en lo
más íntimo y hermoso de la persona, por los sentidos y la razón conocemos lo que está abierto para
todos. A la intimidad por la confianza, por tanto, por la fe.
Llegados a este punto es que estamos en condiciones de responder a la gran pregunta sobre
nuestra identidad. En nosotros está la pregunta, en el Otro está la respuesta. Todo tendrá un sentido
en esta relación, aunque no todo se reducirá a una simple explicación lógica.

En resumen:
a) La elaboración de la tesina no debe ser un ejercicio de citar o de especular, sino, sobre
todo, un comenzar a ejercitar la visión de la inteligencia, es decir, debemos comenzar a
dar nuestros primeros pasos en la visión metafísica de la realidad. El filósofo debe ser un
experto en la observación, debe ser un contemplativo.
b) Debemos esforzarnos por ser lo más objetivos que podamos. El filósofo debe ser el
hombre honesto. Debe purificarse continuamente de los propios prejuicios y de los
prejuicios colectivos. A partir de la honestidad, debe pasar a la virtud de la humildad, es
decir, tener más aprecio por la verdad que por su imagen.
c) En tercer lugar, debemos luchar continuamente contra nuestro propio ego, pues
persistentemente sabotea la investigación, porque tiende a ponernos como ápices de la
realidad. El filósofo, precisamente, es filos-sofos, es decir, amante de la sabiduría. El

1Filosóficamente no podemos descubrir por nosotros mismos que se trata de Una Trinidad de Personas, pero una vez que
se nos ha revelado, sí podemos “usar el dato” filosóficamente. Por ejemplo, la imagen o los vestigios de la Trinidad de que
habla san Agustín, los trascendentales del ser que menciona santo Tomás de Aquino y las tres formas del ser que explica
el beato Antonio Rosmini.
filósofo es aquél que ha superado o se está esforzando seriamente en doblegar su
egoísmo y ama más la realidad que a sí mismo. Ahora bien, desde este orden es capaz
de amarse a sí mismo, pero sin caer en el fraude del egoísmo.
d) Por último, la elaboración de la tesina debe estar abierta a la revelación cristiana, como
lo más bello de esta hermosa realidad que nos acoge en su seno. No debemos caer en
el prejuicio de que se trata de un trabajo filosófico y, por tanto, deja aparte la revelación
para tener un verdadero rigor racional. Nada más lejano de la verdad.

III. Criterios prácticos y de método

• Profesores:

1. Por la experiencia observada, parece mejor poner énfasis de parte los profesores en la
capacidad de reflexión de los seminaristas. No poner tanto el acento en cuántas obras o
artículos citan, sino, más bien, en qué tanto van siendo capaces de escrutar un texto, analizarlo
y extraerle las verdades de fondo que contiene. Parece que el más adecuado objetivo de la
tesina de filosofía sea potenciar la capacidad reflexiva y analítica de los seminaristas. Esto
favorecerá que en su momento la tesina de teología sea más profunda y entonces sí sea factible
ampliar la investigación en cuanto a obras y artículos. De lo contrario, es decir, poniendo el
acento en cuántas obras y artículos utilizan, se ha percibido superficialidad y dispersión en los
contenidos. Además, las tesinas se asemejan más a resúmenes, que a un trabajo conclusivo
de la facultad de filosofía.
Parece mejor en esta primera etapa de la formación sacerdotal abarcar poco, pero favorecer la
reflexión y profundización.

2. Ayudaría mucho que los seminaristas sepan qué áreas de la filosofía ha trabajo más cada uno
de los profesores de la facultad de filosofía, para que elijan al que mejor les pueda acompañar.
Sería práctico hacer una especie de perfil filosófico de cada uno de los profesores para que los
alumnos tengan referencias para su elección.

3. Los profesores podríamos hacer un mayor esfuerzo para estar más cercanos de nuestros
asesorados. Hemos de reconocer con humildad que los seminaristas prácticamente caminan
solos en su primer trabajo serio de investigación. Además, no parece que tengamos claro
nosotros mismos la figura del asesor. Más nos mostramos como evaluadores que como
acompañantes. El asesorado termina buscando asesoría de otro que no es su asesor, pues el
asesor frecuentemente se limita a juzgar y dar su voto, aunque obviamente esto entra dentro
de su tarea.

4. Convendría que alentáramos a los seminaristas que en estos trabajos (tesina de filosofía y
tesina de teología) profundicen en uno de los grandes autores, aunque no sean “de la moda”, o
“estén muy trillados”, pues en esta etapa de formación inicial están poniendo las bases de su
formación intelectual, y por ello se ve muy conveniente que se apoyen en los grandes autores:
Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás, Buenaventura… entre otros; o los que menciona la Fides
et ratio 74. Todos sabemos que estos grandes autores han sido los maestros de la humanidad.
Esto les proporcionará criterio para juzgar a otros autores que por su cuenta vayan leyendo a
lo largo de su vida y que estén influyendo actualmente en la mentalidad de los hombres. De
momento no se ve conveniente que profundicen autores de moda en la tesina. Podríamos
sugerirlos para otro tipo de trabajos.
5. Se ve muy conveniente que el seminarista comience a estudiar los pensadores positivos y
propositivos, y no los críticos o contestatarios. Esto por varias razones: 1ª ayuda a formar más
la mente la asimilación directa de la verdad, y más en esta etapa de la formación; 2ª crea un
espíritu más abierto a la escucha y al diálogo, y no tan proclive al debate o la confrontación; 3ª
es más conforme con el espíritu que se nos pide para la evangelización y la pastoral: no
proselitismo, sino atracción por la fuerza de la verdad en la caridad; anuncio y no tanto
apologética. Es muy importante ciertamente formar personas que con clarividencia sepan
desenmascarar los errores o mentiras de las conciencias, pero es mucho valioso tener personas
capaces de formar las conciencias con el esplendor de la verdad.

6. Igualmente, parece más pedagógico que el seminarista tome un solo autor en su tesina y no
varios, pues en un trabajo de tesina no se alcanza a profundizar lo suficiente en un autor. Por
eso se estima que manejar dos o tres resulte también superficial. Distinto es que, al momento
de profundizar en un solo autor, el estudiante observe la diversidad con otros pensadores que
ha ido conociendo a lo largo del trienio filosófico, y entonces haga algunos comentarios al
respecto. Esto favorece a la “ubicación” del seminarista dentro de la filosofía.

7. Una vez que se ha elegido el autor a profundizar, hemos de tener en cuenta que en este nivel
no se pide que el estudiante lea todo el autor, sino que profundice en alguna de sus obras
principales y, a partir de ella, se mueva hacia segmentos de otras obras del mismo autor que
requiera para comprender mejor el tema que está investigando.

• Alumnos:

1. A manera de disponer el espíritu, conviene tener presentes los consejos que en una ocasión
dio santo Tomás de Aquino a un estudiante:

• Las verdades que se quieren comunicar se deben distribuir en una serie en la que la
primera verdad no tenga necesidad, para ser entendida, de las verdades que vienen
enseguida. Que la segunda verdad tenga necesidad de la primera, pero no de la tercera
y de las siguientes, y así en general cada una se entienda mediante las precedentes sin
que sean necesarias para su comprensión las que todavía no son enunciadas, sino que
faltan por enunciar2.
• Te mando que seas reflexivo (callado, observador)…
• Procura tener limpia la conciencia.
• No dejes de dar tiempo a la oración.
• Ama el retiro prolongado de la habitación si quieres entrar en el tesoro de la sabiduría.
• Muéstrate amable con todos.
• No te preocupes de las cosas de los demás (de las habladurías y cosas sin
importancia…).
• No te muestres demasiado familiar con nadie, porque la excesiva familiaridad engendra
desprecio y resta tiempo al estudio.
• No quieras tratar de todo a la vez.
• Procura seguir los pasos de las personas buenas y santas.
• Encomienda a la memoria todo lo bueno que oyes, venga de quien venga.
• Procura entender lo que lees o escuchas.
• Clarifícate en las dudas.
• Esfuérzate en colmar la capacidad de tu mente, cual deseoso de llenar un vaso vacío.

2 ANTONIO ROSMINI, Lógica, 1013.


• No intentes hacer lo que supera tu capacidad.

2. Es esencial que experimenten la fuerte necesidad y el profundo deseo de responder con su


investigación a algo íntimo de sus vidas.

3. Si es así, tendrán una gran iniciativa y comenzarán a dar sus primeros pasos en el caminar
intelectual. De esta manera experimentarán desde dentro la necesidad de asesoría, de
dirección, pues de verdad comienzan a caminar. De lo contrario, consciente o
inconscientemente pretenderán que el profesor tenga una postura paternalista.

4. Otra actitud que brotará espontáneamente de buscar la verdad para sus vidas, será que su
trabajo refleje reflexión, esencial sobre todo en una facultad de filosofía. Esto hace que dejen
su impronta personal en su tesina. Si no hay esa búsqueda sincera de la verdad, será un trabajo
impersonal, es decir, proyectará simplemente un cúmulo de citas con una cierta conexión.

5. Durante el proceso de elaboración de su tesina, revisen con frecuencia si de verdad van


encontrando respuestas a sus interrogantes sobre su identidad y su misión en la vida.

6. Sepan renunciar a la “novedad” o la “moda” para adentrarse en la verdad, que siempre es


antigua y nueva.

7. También es muy importante que tengan muy presente la caridad, es decir, el bien del prójimo.
Una filosofía que no hace salir de sí al individuo, no es verdadera filosofía. Es muy importante
que, además de responderse a algo muy íntimo de sus vidas, tengan en cuenta el verdadero
bien de la humanidad en su tiempo y en sus circunstancias.

8. Es muy necesario que continuamente rectifiquen la intención del estudio para que no se
corrompa, de lo contrario, no se avanzará en sabiduría.

9. Evidentemente es esencial la honestidad intelectual. Nada más contrario a la búsqueda de la


verdad que el plagio, por minúsculo que sea.

10. No duden en comenzar a redactar. Iniciando van viendo el camino.

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