Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
y elaboración de la tesina
I. La filosofía y la identidad
Es muy importante tener una conciencia suficientemente clara de dónde nos ubicamos existencialmen-
te dentro de esta hermosa e inabarcable realidad. El sentido de ubicación está esencialmente ligado
a la conciencia de la propia identidad, tanto a nivel de la persona individual como a nivel de humanidad.
Saber dónde estoy es esencial para saber quién soy.
Partiendo desde el punto de vista humano, porque obviamente es lo primero que tenemos a la
mano, nos descubrimos inmersos en el seno de la existencia e inmediatamente tenemos la percepción
de que esta realidad es inmensamente más grande que nosotros, es decir, intuimos que su existencia
precede a la nuestra y que es de una proporción no medible para nuestra sola capacidad. Observarnos
así nos hace captar ya en buena parte lo básico de nuestra identidad. El proyecto de la vida no ha sido
un plan nuestro, nos precede. Somos más bien llamados a la existencia por la existencia misma. De
esta manera, observamos que hay dos interlocutores: la realidad como tal y nosotros, nuestra
participación a nuestra medida en ella. Igualmente hay dos tiempos: el de la realidad, que desde
nuestro punto de vista nos parece que “siempre” ha estado allí, y nuestra “corta” duración, así como la
de todo lo que nos rodea en nuestra dimensión. Así brota desde el principio la conciencia de la
necesaria relación en nuestro modo de ser. Nota radical de nuestra identidad: somos por relación con
la realidad. Es más, parece que la misma realidad es relación, pues nos llama a estar junto con ella en
una relación muy íntima y estrecha, como es el compartir la vida. La vida es relación. La vida se
sostiene únicamente en relación.
La “dirección” hacia la que hemos comenzado a mirar para “ubicarnos” en este primer momento
es hacia “atrás”, o sea hacia antes de nuestra existencia, pues observamos que la realidad existía
antes que nosotros entráramos en ella. Por consiguiente, la primera dirección hacia la que mira el ser
humano para ubicarse es hacia “atrás”. La razón es obvia: la vida ha sido recibida. Esto habla del
origen, de dónde vengo. Esta es una experiencia existencial metafísica de todo cuanto existe en
nuestro modo de ser receptores de la existencia, y en el ser humano acontece de modo inteligente. Es
aquí dónde brota la primera pregunta de toda persona: ¿De dónde vengo? Es la primera cuestión que
todo ser humano debemos de responder. Sin esta respuesta no hay ubicación ni, por tanto, identidad.
Es aquí donde podemos ubicar la razón de ser de la filosofía. La filosofía, en realidad, es el modo de
ser de la persona humana. En el fondo, toda vida humana es la búsqueda de la respuesta a la propia
identidad. La filosofía, desde este punto de vista, es en realidad la lectura metafísica que el ser humano
hace de su propia vida buscando en un primer momento por qué existe. Por eso todo ser humano es
filósofo por naturaleza. La respuesta en este primer momento no puede estar en lo que hacemos,
porque nos situamos en otro nivel de la existencia, en cierto sentido “más superficial”: todo lo que
hacemos se encuentra en el orden del tiempo “corto”, pues lo hacen vidas “cortas”; nuestro hacer no
sustenta nuestro ser; o “accidental”: porque podríamos hacer una cosa u otra, y de todos modos
seríamos. Por eso, la primera pregunta fundamental no es qué debo hacer, sino quién soy. En una
palabra, nuestra realidad no se fundamenta en nuestra propia realidad. De ahí que el comenzar a
responder a la gran pregunta –¿Quién soy?- signifique responder a “¿De dónde vengo?”, pues en el
fondo significa que mi propia existencia tiene su sentido, su sostén, en “algo” distinto de mí mismo. Así
comenzó la historia de la filosofía. Se buscó el principio, el origen de todo.
Con el pasar de los siglos, se fue tomando conciencia que el buscar el principio en realidad era
buscar el Principio, es decir, buscando el principio se buscaba a Alguien y no algo, aunque en los
albores del pensamiento humano no se era consciente. Por tanto, la cuestión “de dónde vengo” tuvo
que traducirse forzosamente de otro modo: ¿De Quién vengo? (aunque algunos parece que se
obstinan en rezagarse en la personalización de la pregunta) Es aquí cuando la búsqueda filosófica se
vuelve necesariamente en búsqueda de Alguien, aunque al principio, insistimos, fuera inconsciente.
Por consiguiente, responder a mi propia identidad personal significa necesariamente buscar a Alguien.
Mi identidad está en la relación con ese Alguien. No lo puedo sacar de mi realidad porque significa
perder mi propia realidad. No tenerlo presente, no conocerlo, significa renunciar a conocer quién soy
yo. Responder quién soy yo en parte significa responder de quién –de Quién- vengo. Así continuó la
edad media del pensamiento humano.
Sabiendo que la vida se comparte con Alguien, resulta evidente que el hombre tendrá más
preguntas y tendrá que buscar las respuestas fuera de sí, en Otro, pues el preguntarse es indicio de
la no autosuficiencia, de la no autorreferencialidad. Creciendo en la vida y despertando más el
pensamiento, surgen otras preguntas, que buscan seguir desvelando la propia identidad: ¿para qué
estoy en esta vida? ¿qué debo hacer? ¿qué es lo correcto? ¿qué es el bien y qué es el mal? ¿qué
debo elegir? Responder acertadamente a estas interrogantes es esencial para madurar la verdadera
identidad de cada persona, de lo contrario, podríamos vivir enajenados de nosotros mismos. No son
preguntas teóricas, sino existenciales; no son preguntas para los estudiosos, sino para toda persona
que viene a este mundo; no son preguntas que se puedan evadir, sino que todos hemos de afrontar,
pues en el fondo nuestra vida misma es una pregunta. Estas preguntas manifiestan en el plano lógico
lo que somos en el plano metafísico: una vida que para ser depende de la relación, una pregunta que
reclama una Respuesta.
Observando “a nuestro alrededor” la realidad en la que nos encontramos, constatamos la
existencia de “realidades” que se manifiestan abiertamente enemigas de la misma realidad, como son
la experiencia del mal, del fracaso, de la traición, del dolor, de la enfermedad, del sufrimiento y, la
mayor de todas, de la muerte, que parece poner fin a la existencia y que parece truncar el sentido de
todo. En el fondo estas “realidades” reducen toda la vida a esta pregunta: ¿sentido o sin sentido?,
¿vivir o no vivir?; o como han dicho algunos: ¿el ser o la nada?
Las preguntas arriba enunciadas ponen al hombre en la perspectiva de “el aquí y el ahora”. En
cambio, los enigmas sobre las “realidades enemigas de la realidad”, sobre todo la muerte, lo ponen en
perspectiva de futuro, hacia “adelante”. ¿Qué hay después de la muerte?, que puede traducirse así:
¿qué pasará conmigo? Como vemos, siempre está en el fondo la única y gran pregunta: ¿quién soy?,
o mejor dicho: ¿para Quién soy?, ¿de Quién soy? ¿hay Alguien o Nadie? Nuevamente constatamos
que nuestra vida, más aún que la vida misma es relación. Cuestionarnos es comenzar a salir de
nosotros mismos para encontrar la vida. No interrogarnos es encerrarnos y no vivir auténticamente
nuestra vida, vivir sin vivir.
En la edad adolescente del pensamiento humano, edad moderna y buena parte de nuestra edad
contemporánea (obviamente con sus honrosas excepciones), quisimos responder a la gran pregunta
–quién soy- por nosotros mismos y desde nosotros mismos. Esto nos ha llevado a la peligrosa
tendencia de autoafirmarnos y auto-organizarnos. Esta actitud no ha generado buenos resultados,
comprobados por la misma historia, sin embargo, parece que cada vez más nos vamos empeñando
en darle “sentido” a la propia vida fuera del clima de la relación. En la edad adolescente hemos
subrayado demasiado la individualidad, el sujeto, pero con una independencia totalmente contraria al
diseño de la realidad, a nuestro mismo ser. Hemos interpretado la relación como pérdida de libertad y
como enemiga de nuestra identidad. Nada más contrario a la verdad. Hemos creído falsamente que la
independencia es condición de libertad, pero parece que va sucediendo todo lo contrario. Buscando
libertad nos hemos descubierto como enemigos. Hemos hecho grandes construcciones humanas, pero
todas, al final, quedan inconclusas, nos dejan insatisfechos y cada vez más confundidos con nosotros
mismos e incapaces de entendernos entre nosotros. De modo general, al final de la edad moderna
quedamos más ensimismados, más sordos a la razón y, por ende, más vulnerables a nuestras bajas
pasiones; como buenos adolescentes, dando “libertad” a todo cuanto el apetito nos sugiere, creímos
que así nos decíamos a nosotros mismos quiénes somos. Nos creímos súper hombres.
En nuestro tiempo actual parece que nos vamos precipitando hacia el absurdo: hoy hemos
preferido ni siquiera plantearnos la pregunta; está en la conciencia, en el fondo de nuestro ser, pero
no queremos siquiera mirarla. Nos hemos dado la espalda. Nos mostramos indiferentes a la realidad,
y por lo mismo a nosotros mismos. Hoy postulamos neciamente que no hay identidad, todo es y no es.
Así nos estamos enfermando. Efectivamente, como no estamos mirando hacia la realidad, que es
objetiva y nos dice cómo es, caminamos lamentablemente hacia la muerte, hacia la no relación. Todos
encerrados. Como sucede con toda adolescencia retardada, se tendrá que llegar hacia la inevitable
experiencia de “tocar fondo”, con la esperanza de que se recapacite y madure, y se vuelva nuevamente
hacia la realidad, hacia la relación, hacia la búsqueda del otro-Otro. Hoy por hoy no estamos ubicados.
¿Será posible hablar de filosofía post-moderna, cuando todo se va deconstruyendo? Hay una etapa
en que el adolescente no entiende ni quiere razones.
¡Qué importante y qué necesario es que existan personas bien ubicadas, bien identificadas
consigo mismas! Se necesitan referentes que vivan en la dirección correcta. Ojalá pronto comencemos
la edad de la juventud que va tomando compromisos definitivos, es decir, se compromete con alguien,
quiere dar su vida por alguien; se prepara y se dispone a donar la individualidad por el otro de manera
desinteresada, incondicional y para siempre. Redescubre lo que con naturalidad veía y de manera
pasiva vivía en la infancia: la vida es dependencia en libertad. El joven comprometido comienza a vivir
de manera activa lo que de niño vivía de forma pasiva.
En resumen:
a) La elaboración de la tesina no debe ser un ejercicio de citar o de especular, sino, sobre
todo, un comenzar a ejercitar la visión de la inteligencia, es decir, debemos comenzar a
dar nuestros primeros pasos en la visión metafísica de la realidad. El filósofo debe ser un
experto en la observación, debe ser un contemplativo.
b) Debemos esforzarnos por ser lo más objetivos que podamos. El filósofo debe ser el
hombre honesto. Debe purificarse continuamente de los propios prejuicios y de los
prejuicios colectivos. A partir de la honestidad, debe pasar a la virtud de la humildad, es
decir, tener más aprecio por la verdad que por su imagen.
c) En tercer lugar, debemos luchar continuamente contra nuestro propio ego, pues
persistentemente sabotea la investigación, porque tiende a ponernos como ápices de la
realidad. El filósofo, precisamente, es filos-sofos, es decir, amante de la sabiduría. El
1Filosóficamente no podemos descubrir por nosotros mismos que se trata de Una Trinidad de Personas, pero una vez que
se nos ha revelado, sí podemos “usar el dato” filosóficamente. Por ejemplo, la imagen o los vestigios de la Trinidad de que
habla san Agustín, los trascendentales del ser que menciona santo Tomás de Aquino y las tres formas del ser que explica
el beato Antonio Rosmini.
filósofo es aquél que ha superado o se está esforzando seriamente en doblegar su
egoísmo y ama más la realidad que a sí mismo. Ahora bien, desde este orden es capaz
de amarse a sí mismo, pero sin caer en el fraude del egoísmo.
d) Por último, la elaboración de la tesina debe estar abierta a la revelación cristiana, como
lo más bello de esta hermosa realidad que nos acoge en su seno. No debemos caer en
el prejuicio de que se trata de un trabajo filosófico y, por tanto, deja aparte la revelación
para tener un verdadero rigor racional. Nada más lejano de la verdad.
• Profesores:
1. Por la experiencia observada, parece mejor poner énfasis de parte los profesores en la
capacidad de reflexión de los seminaristas. No poner tanto el acento en cuántas obras o
artículos citan, sino, más bien, en qué tanto van siendo capaces de escrutar un texto, analizarlo
y extraerle las verdades de fondo que contiene. Parece que el más adecuado objetivo de la
tesina de filosofía sea potenciar la capacidad reflexiva y analítica de los seminaristas. Esto
favorecerá que en su momento la tesina de teología sea más profunda y entonces sí sea factible
ampliar la investigación en cuanto a obras y artículos. De lo contrario, es decir, poniendo el
acento en cuántas obras y artículos utilizan, se ha percibido superficialidad y dispersión en los
contenidos. Además, las tesinas se asemejan más a resúmenes, que a un trabajo conclusivo
de la facultad de filosofía.
Parece mejor en esta primera etapa de la formación sacerdotal abarcar poco, pero favorecer la
reflexión y profundización.
2. Ayudaría mucho que los seminaristas sepan qué áreas de la filosofía ha trabajo más cada uno
de los profesores de la facultad de filosofía, para que elijan al que mejor les pueda acompañar.
Sería práctico hacer una especie de perfil filosófico de cada uno de los profesores para que los
alumnos tengan referencias para su elección.
3. Los profesores podríamos hacer un mayor esfuerzo para estar más cercanos de nuestros
asesorados. Hemos de reconocer con humildad que los seminaristas prácticamente caminan
solos en su primer trabajo serio de investigación. Además, no parece que tengamos claro
nosotros mismos la figura del asesor. Más nos mostramos como evaluadores que como
acompañantes. El asesorado termina buscando asesoría de otro que no es su asesor, pues el
asesor frecuentemente se limita a juzgar y dar su voto, aunque obviamente esto entra dentro
de su tarea.
4. Convendría que alentáramos a los seminaristas que en estos trabajos (tesina de filosofía y
tesina de teología) profundicen en uno de los grandes autores, aunque no sean “de la moda”, o
“estén muy trillados”, pues en esta etapa de formación inicial están poniendo las bases de su
formación intelectual, y por ello se ve muy conveniente que se apoyen en los grandes autores:
Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás, Buenaventura… entre otros; o los que menciona la Fides
et ratio 74. Todos sabemos que estos grandes autores han sido los maestros de la humanidad.
Esto les proporcionará criterio para juzgar a otros autores que por su cuenta vayan leyendo a
lo largo de su vida y que estén influyendo actualmente en la mentalidad de los hombres. De
momento no se ve conveniente que profundicen autores de moda en la tesina. Podríamos
sugerirlos para otro tipo de trabajos.
5. Se ve muy conveniente que el seminarista comience a estudiar los pensadores positivos y
propositivos, y no los críticos o contestatarios. Esto por varias razones: 1ª ayuda a formar más
la mente la asimilación directa de la verdad, y más en esta etapa de la formación; 2ª crea un
espíritu más abierto a la escucha y al diálogo, y no tan proclive al debate o la confrontación; 3ª
es más conforme con el espíritu que se nos pide para la evangelización y la pastoral: no
proselitismo, sino atracción por la fuerza de la verdad en la caridad; anuncio y no tanto
apologética. Es muy importante ciertamente formar personas que con clarividencia sepan
desenmascarar los errores o mentiras de las conciencias, pero es mucho valioso tener personas
capaces de formar las conciencias con el esplendor de la verdad.
6. Igualmente, parece más pedagógico que el seminarista tome un solo autor en su tesina y no
varios, pues en un trabajo de tesina no se alcanza a profundizar lo suficiente en un autor. Por
eso se estima que manejar dos o tres resulte también superficial. Distinto es que, al momento
de profundizar en un solo autor, el estudiante observe la diversidad con otros pensadores que
ha ido conociendo a lo largo del trienio filosófico, y entonces haga algunos comentarios al
respecto. Esto favorece a la “ubicación” del seminarista dentro de la filosofía.
7. Una vez que se ha elegido el autor a profundizar, hemos de tener en cuenta que en este nivel
no se pide que el estudiante lea todo el autor, sino que profundice en alguna de sus obras
principales y, a partir de ella, se mueva hacia segmentos de otras obras del mismo autor que
requiera para comprender mejor el tema que está investigando.
• Alumnos:
1. A manera de disponer el espíritu, conviene tener presentes los consejos que en una ocasión
dio santo Tomás de Aquino a un estudiante:
• Las verdades que se quieren comunicar se deben distribuir en una serie en la que la
primera verdad no tenga necesidad, para ser entendida, de las verdades que vienen
enseguida. Que la segunda verdad tenga necesidad de la primera, pero no de la tercera
y de las siguientes, y así en general cada una se entienda mediante las precedentes sin
que sean necesarias para su comprensión las que todavía no son enunciadas, sino que
faltan por enunciar2.
• Te mando que seas reflexivo (callado, observador)…
• Procura tener limpia la conciencia.
• No dejes de dar tiempo a la oración.
• Ama el retiro prolongado de la habitación si quieres entrar en el tesoro de la sabiduría.
• Muéstrate amable con todos.
• No te preocupes de las cosas de los demás (de las habladurías y cosas sin
importancia…).
• No te muestres demasiado familiar con nadie, porque la excesiva familiaridad engendra
desprecio y resta tiempo al estudio.
• No quieras tratar de todo a la vez.
• Procura seguir los pasos de las personas buenas y santas.
• Encomienda a la memoria todo lo bueno que oyes, venga de quien venga.
• Procura entender lo que lees o escuchas.
• Clarifícate en las dudas.
• Esfuérzate en colmar la capacidad de tu mente, cual deseoso de llenar un vaso vacío.
3. Si es así, tendrán una gran iniciativa y comenzarán a dar sus primeros pasos en el caminar
intelectual. De esta manera experimentarán desde dentro la necesidad de asesoría, de
dirección, pues de verdad comienzan a caminar. De lo contrario, consciente o
inconscientemente pretenderán que el profesor tenga una postura paternalista.
4. Otra actitud que brotará espontáneamente de buscar la verdad para sus vidas, será que su
trabajo refleje reflexión, esencial sobre todo en una facultad de filosofía. Esto hace que dejen
su impronta personal en su tesina. Si no hay esa búsqueda sincera de la verdad, será un trabajo
impersonal, es decir, proyectará simplemente un cúmulo de citas con una cierta conexión.
7. También es muy importante que tengan muy presente la caridad, es decir, el bien del prójimo.
Una filosofía que no hace salir de sí al individuo, no es verdadera filosofía. Es muy importante
que, además de responderse a algo muy íntimo de sus vidas, tengan en cuenta el verdadero
bien de la humanidad en su tiempo y en sus circunstancias.
8. Es muy necesario que continuamente rectifiquen la intención del estudio para que no se
corrompa, de lo contrario, no se avanzará en sabiduría.