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Azul.

Historia de un color [2002]

por Teoría de la historia

And the winner is….¡el azul! Este color, con sus más de 110 matices cromáticos, es el
preferido por la mayoría, según varios sondeos. De acuerdo con una encuesta llevada a cabo por Eva
Helleren su libro La psicología del color (GG Ediciones), encabeza las respuestas con un 45% de las
preferencias, muy por delante del verde. ¿Por qué nos gusta tanto? El azul, color primario –aunque no esté
presente en el arco iris–, tiene mucha historia. Michel Pastoureau, historiador y experto en simbología, le
acaba de dedicar un libro: Azul historia de un color (Paidós). Vamos a viajar por los siglos para entender
por qué los seres humanos, desde hace siglos, estamos embrujados por esta tonalidad. La era oscura “Para
los pueblos de la antigüedad, ese color cuenta muy poco; para los romanos incluso es desagradable y
denigrante: es el color de los bárbaros. En cambio hoy, el azul es, muy por delante de todos los demás, el
color preferido de los europeos. A lo largo de los siglos se ha producido pues una inversión total de los
valores”, sostiene Pastoureau. ¿Cómo ha tenido lugar esta evolución? En las pinturas murales
prehistóricas el azul no aparece: hay rojos, negros marrones, ocres de todos los matices… Pero de azul,
nada de nada. Es un color que el ser humano tardó mucho en reproducir aunque este está ampliamente
presente en la naturaleza desde el origen de la Tierra. Hasta bien entrada la edad media el rojo, el blanco y
el negro fueron los tres polos en torno a los cuales se organizaron todos los códigos sociales y la mayor
parte de los sistemas de representación construidos sobre el color. Los romanos, como se ha dicho, lo
ignoraban. El púrpura y el oro eran las tonalidades más significativas. El ostracismo sobre el azul llegó al
punto de reflejarse en el vocabulario. En latín clásico existen númerosos términos para referirse al azul,
“pero todos son polisémicos, cromáticamente imprecisos y de uso discordante. Incluso se llegó a plantear
si los romanos (y los griegos) veían el azul tal y como lo vemos hoy. Y de hecho, no hay que olvidar que en
francés, así como en italiano y en español, las dos palabras más corrientes para designar el color azul no
son heredadas del latín, sino del alemán y del árabe: “bleu” (blau) y “azur” (lazaward)”, recuerda
Pastoreau. Por su parte, el cristianismo no le otorga prácticamente ninguna importancia, y en su
simbología está casi ausente con respecto al blanco (que evoca inocencia y pureza), al negro (sinónimo de
abstinencia y aflicción) y al rojo (en clara alusión a la sangre vertida por y para Cristo). Estos tres colores
son un eje cromático presente en muchas áreas de la cultura popular. “La historia de Caperucita roja, cuya
versión más antigua se remonta al año 1000, también se articula alrededor de estos tres colores: una niña
vestida de rojo lleva un tarro de mantequilla blanca a una abuela vestida de negro”, señala
Pastoureau. Primer despertar El azul empieza a salir del armario de forma paulatina. A partir del siglo IX
se convierte en un color de fondo para escenificar la majestad de los soberanos o prelados. Este cambio de
concepción se debe a las ideas difundidas por la teología medieval, según las cuales la luz es la única parte
del mundo sensible que es a la vez visible e inmaterial. Y si el color es luz, dicen los teólogos, entonces
participa de lo divino por su propia naturaleza. Así, el azul –color del cielo– pasa a tener un valor celestial.
La primera manifestación de este inédito interés se manifiesta en las tonalidades escogidas por los
vidrieros de las catedrales y en las prendas de las distintas representaciones de la Virgen María: poco a
poco, el negro, color del luto, se aclara hacia asumir rasgos cada vez más azulados. Asimismo, los señores
feudales y las casas reales se consolidan en Europa. “A un nuevo orden social debe corresponder un nuevo
orden de los colores”, explica Pastoureau. Así, los escudos de armas pasan a adoptar este color (el del rey
de Francia es el azur, sembrado de flores de lis de oro y en homenaje, precisamente, a la Virgen, protectora
del reino de Francia y de la monarquía). La revolución textil Una vez obtenido el respaldo simbólico y
religioso, la difusión a gran escala del azul en los años siguientes se lleva a cabo por razones técnico-
económicas. Hay que recordar que durante siglos, el color de la indumentaria no fue una cuestión de gusto,
sino de dinero. Las materias primas que se usaban para teñir los vestidos de rojo, la granza o la rubia,
penetraban fácilmente y eran accesibles. Esto explica durante años su popularidad, en particular en la
época antigua (en latín coloratus y rubor son sinónimos y en castellano aún decimos que alguien se pone
colorado… cuando tiene la cara enrojecida). Las cosas cambian cuando se empieza a emplear el glasto,
una planta crucífera que crece en estado silvestre en suelos húmedos o arcillosos en muchas regiones de la
Europa central, para extraer el azul a gran escala. Ante la necesidad de lanzar la economía de su país,
Carlomagno ordena inmediatamente el cultivo masivo: el azul se convierte en un negocio y su popularidad
aumenta. Sin embargo, este método también tiene sus desventajas. “Es un trabajo largo, delicado, sucio,
nauseabundo, que requiere mano de obra especializada”, recuerda Pastoreau. Así que el glasto florece…
hasta la llegada del índigo. Este material colorea treinta veces más que el glasto. Pero tiene una
particularidad: puede extraerse de muchas plantas distintas y que crecen en todo el mundo… ¡salvo en
Europa!. Una vez que Vasco de Gama encuentra la ruta marítima del índigo, las prendas azules con el
índigo se convierten en lo más deseado. “Quien de los colores entiende y sabe el significado, debería
apreciar el bello azul por encima de todos”, escribe el poeta Guillaume de Machaut en el siglo XIV. Los
países europeos intentan parar la llegada del índigo de todas maneras –incluso bajo pena de muerte– para
salvar a su sector. Pero, con el pasar de siglos, los gobiernos se rinden ante la evidencia: el azul se difunde
libremente gracias al índigo y se convierte, por su brillantez, en el color de moda. La consagración En los
siglos XVII-XVIII culmina el triunfo del azul. Gracias al uso del índigo como colorante natural y al
descubrimiento, en 1709 por casualidad por parte de un droguero alemán, de un nuevo pigmento artificial
que permite obtener nuevas tonalidades como el azul de Prusia, llega la consagración simbólica definitiva:
el azul pasa a ser el color del progreso, de las luces, de los sueños y de las libertades gracias al movimiento
romántico y a las revoluciones estadounidense y francesa. “En Francia nace en esa época el azul como
color político, el color de los defensores de la República (en oposición al blanco, la monarquía y el negro,
del clero), luego de los moderados republicanos y, más tarde, de los liberales y de los conservadores (en
clara oposición al rojo, color de la izquierda socialista)”, señala Pastoureau. Los colores azulados de la
guardia republicana –y, más tarde, de la policía– se remontan a esa época. A su vez, el romanticismo
adora el azul. Es visto como el color de la melancolía, de los sueños. La pintura lo celebra. A finales del
siglo XIX y principios del XX, el azul es protagonista del impresionismo y del arte moderno. “Cuanto más
profundo es el azul, más llama al hombre a lo infinito y despierta en él el anhelo de lo puro y, finalmente,
de lo suprasensible”, dice Kandinsky. El mismo Picasso, entre 1901 y 1904, se entrega a esta tonalidad.
Según la crítica de arte Helen Kay, “el célebre azul de Picasso es el azul de la miseria, de los labios sin
sangre, del hambre. Es el azul de la desesperación, del blues”. Vaqueros para todos Unos pantalones de
trabajo en algodón tipo denim teñidos con índigo. Este es el gran invento de Levi Strauss a finales del XIX.
Su creación tiene un problema: al ser hechos de un tejido demasiado grueso para absorber completamente
la totalidad de la materia colorante, el tinte es inestable. Pero esto hace, paradójicamente, que la tela tenga
éxito, porque el color al desteñirse, como materia viva, evoluciona al mismo tiempo que el portador del
pantalón. Desde prenda de trabajo, los vaqueros se convierten en un icono del siglo XX. “El jeans es un
vestido andrógino. En rigor podríamos decir que es una prenda protestante, pues corresponde a cierto
ideal: simplicidad de las formas, austeridad de los colores, tentación del uniforme”, afirma Pastoureau.
Gracias a los vaqueros, el azul pasa a ser un color masivo. El significado Los psicólogos recuerdan que es
el color de las cualidades intelectuales (la primera computadora que consiguió vencer a un maestro
mundial del ajedrez lleva el significativo nombre de Deep Blue). También es sinónimo de confianza. En la
lengua inglesa se asocia a la fidelidad (true blue). En la jerga económica aún hoy se habla de blue chips,
valores bursátiles seguros, no sujetos a oscilaciones. Estas connotaciones explican también porque este
color ha pasado a ser el más elegido por las organizaciones internacionales como símbolo de unión y de
paz (la UE, la ONU). Según Pastoureau, el azul tiene algo único porque se percibe como color neutro, que
no discrimina. “El azul es pacífico, tranquilo, remoto. Hace soñar, pero ese sueño melancólico también
tiene algo de anestésico. No agrede ni transgrede. Da seguridad”. Como el color de estas páginas.

[Piergiorgio SANDRI. «Historia del Azul», in La Vanguardia (Barcelona), 28 de agosto de 2010]

https://introduccionalahistoriajvg.wordpress.com/2012/07/09/%E2%9C%8D-azul-historia-de-un-color-2002/

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