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Sociología Política, práctica 3 Carmen Medina Carril

CCPP y Sociología, 3º EPD 13

San Bernardo, 52: las abuelas también okupan


En 2006, un grupo de vecinas del barrio de San Bernardo, Sevilla, toma
la decisión de ocupar un inmueble vacío. Esta respuesta al proceso de gentrificación que
estaba teniendo lugar en el barrio no resultaría sorprendente, si no fuera porque sus
protagonistas son mujeres de más de 60 años.
Nos encontramos ante un grupo de señoras (de entre 70 y 90 años) que han visto
cómo sus hijos y otros vecinos abandonaban progresivamente el barrio, convirtiéndose
finalmente en el último bastión de la clase obrera tradicional de San Bernardo. Y es que
el perfil sociodemográfico de las personas vulnerables al proceso de gentrificación
coincide con el de estas abuelitas. Personas marginales en el mercado laboral (en el caso
de nuestras protagonistas, muchas nunca han cotizado), de edad avanzada y
dependientes de subsidios. Las viviendas que habitan, si bien deseables geográfica y
arquitectónicamente, son alquileres de renta antigua, en los que llevan viviendo, en
muchos casos, desde su juventud.
A finales de la década de los 90 comienza un imparable proceso de especulación,
de la mano del aumento del PIB y de las mayores facilidades crediticias, que tiene una
enorme incidencia en el barrio. Con el Plan de desarrollo Urbanístico que soterró las
vías del tren desde Santa Justa hasta más al sur del Porvenir, el llamado Cuadrilátero de
San Bernardo se convertía en nuevo espacio edificable disponible. En esa zona se
fueron ubicando entidades financieras, de servicios avanzados y oficinas en general, lo
que propició que un nuevo tipo de población se interesara. Al tiempo que comenzaba a
encarecerse el suelo, edificios de nueva construcción crecían en los alrededores del
barrio.
Lo que había sido un arrabal histórico de Sevilla es ahora objeto de deseo de una
clase media-alta que, de hecho, ya era propietaria de muchos de los inmuebles de la
zona. La mayoría de barrios que sufren el proceso de gentrificación son barrios de
bastante antigüedad, colonizados anteriormente pero que no han atraído el interés de
otros grupos. Como se observa en el documental San Bernardo 52, que muestra la
respuesta de la población originaria del barrio a este proceso de suplantación, muchas de
las casas eran propiedad de personas que ya no viven en el barrio.
Con la muerte de muchos de los arrendadores originarios y la revalorización del
terreno, comienza el acoso inmobiliario. Los herederos de estos, nuevos dueños de las
viviendas, carecen de vínculos afectivos con la población originaria del barrio, a
diferencia de sus padres, y las presiones para echar a los pocos vecinos de baja renta que
permanecen son cada vez mayores. Podemos ver cómo estas personas, que por su edad
tienen mayores necesidades materiales en muchos casos, viven en casas en condiciones
pésimas. El deterioro de las infraestructuras hace prácticamente imposible vivir
dignamente en los inmuebles: casas completamente apuntaladas para que no se
derrumben, cañerías que no funcionan, etc. Situación ante la que los propietarios
permanecen indolentes, a la espera de que las vecinas abandonen sus casas por hartazgo,
y poder rentabilizar económicamente las viviendas aprovechando la burbuja
inmobiliaria.
Palomero, uno de los vecinos del barrio, narra cómo vivió el proceso de
desalojo del barrio. Primero, el proceso de aislación y degradación del barrio, olvidado
por los propietarios y el Ayuntamiento, favoreció que muchos vecinos lo abandonaran
voluntariamente, y que el proceso de residencialización, y de suplantación de edificios
(como las típicas corralas de vecinos, en las que numerosas familias convivían en un
mismo inmueble) pareciera un proceso positivo y beneficioso para el barrio. Utiliza la
palabra desidia para referirse a la situación que comparten él y “los otros cuatro viejos
que quedan en el barrio”.
Pero este grupo de vecinas y vecinos (un total de 11 familias), acaba
convirtiendo su rabia en coraje, tomando conciencia de que poseen suficientes recursos
como para politizar su desidia compartida. Carecen de medios materiales, pero disponen
de tiempo, (no tienen constricciones ni responsabilidades dadas por una familia o un
empleo) y de las instituciones sociales construidas en el barrio durante generaciones.
En el documental se narra cómo estas vecinas comienzan a organizarse y a
actuar para defender su derecho al arraigo, cómo toman conciencia colectiva de la
situación de injusticia que están viviendo y se organizan. Esta problemática común da
lugar a espacios en los que se construye la participación política activa por parte de los
vecinos; ejerciendo su protesta en forma de ocupación. Uno de los factores que pudo
facilitar esta decisión, es la existencia de un movimiento ocupa con cierta fuerza en la
ciudad. Tras la creación en 2001 del CSOA Casas Viejas en el barrio del Pumarejo,
surgieron nuevos espacios organizados de forma horizontal en organizaciones para
refortalecer la vida vecinal. En San Bernardo, se ocupó en 2004 un edificio abandonado
que había sido la escuela del barrio, naciendo el CSOA Sin Nombre. De este modo la
ocupación aparece en Sevilla como un canal de participación política, con el auge de los
movimientos vecinales, se crea una suerte de estructura de oportunidad política, en la
que el éxito de otras ocupaciones incentiva esta forma de luchar por el derecho al
arraigo y a una vivienda digna. Este factor externo, supone un plus en los recursos
biográficos de las abuelas ocupas, decisivo para el éxito de su propósito.
En las reuniones de vecinos en la Sin Nombre, no tarda en salir a colación la
existencia de un bloque de reciente construcción, con 26 viviendas, que permanece
vacío en la calle San Bernardo. “Se han hecho con mucho misterio en este sentido.
Normalmente cuando se hace una obra, pone el arquitecto, el aparejador, quien lo,
compra… ahí no pone nada, eso tiene menos papeles que el burro de un gitano.” Al
acudir al Registro de la propiedad, descubren que el bloque de viviendas corresponde a
26 VPO, construidas en un terrero del ayuntamiento a condición de que sirvan a fines
sociales.
La rabia, frustración y desidia con que comienzan los vecinos, se transforma, en
el proceso de organización colectiva, en un sentimiento de eficacia interna. Este va de la
mano de la percepción positiva que se tiene de la ocupación como forma de
participación, pero también de la fuerte identidad de barrio que tienen los participantes.
El sentimiento de implicación y obligación moral para con la comunidad vecinal, así
como la lealtad y el afecto hacia esta juegan un papel fundamental en la movilización
vecinal. Podría decirse que el motor de esta forma de participación colectiva, viene más
de mano de los incentivos emocionales (de la defensa de su barrio, de su gente) que de
la imperiosa necesidad material.
Podríamos identificar en este proceso un fenómeno al que D. McAdam
denominó “liberación cognitiva”. Es decir, la toma de conciencia respecto a un
problema y, sobre todo, respecto a la solución del mismo. Las abuelas pasan de una
situación de injusticia a un sentimiento de autoeficacia. Atraviesan los tres estadios que
McAdam describe: primero, se ven sumidos en una situación de injusticia,
posteriormente, se afirman en su derecho al arraigo y comienzan a demandar un cambio.
Así, llegan al empoderamiento y sentimiento de autoeficacia, que les empuja a
participar.
El apoyo de los jóvenes ocupantes de la Sin Nombre (“los niños de las
escuelas”) y de otros vecinos es fundamental para que las abuelas se empoderen, y
tomen la decisión de ocupar las viviendas. En mayo de 2016, estas abuelas apoyadas
(emocionalmente, así como con asesoramiento legal) por el movimiento vecinal de
Sevilla, echan abajo la puerta de las viviendas y se deciden a ocuparlas. Los primeros
momentos son de tensión, tras la ilusión generada por la toma de los pisos vacíos,
surgen los primeros problemas.
Tras la irrupción de las 16 personas en las viviendas, la empresa constructora
denuncia de inmediato, con lo que la policía, a instancias de la jueza, acude a custodiar
el edificio, impidiendo que entre nadie más e identificando a los ocupantes. Tres días
después, se llega a un principio de acuerdo permitiendo que se introduzcan alimentos y
otros artículos de necesidad, tales como colchones. Es en estos momentos cuando el
apoyo externo tiene más importancia, tanto a la hora de gestionar la ocupación, la cual
orientan los jóvenes de la Sin Nombre y encabezan las mujeres del barrio; como en los
tres días de encierro en precarias condiciones. El acompañamiento en el exterior del
edificio de los jóvenes y vecinos es fundamental para la resistencia que ejercen desde
dentro de las viviendas.
Tras una semana de ocupación, las vecinas y vecinos se reúnen con la
constructora y el Ayuntamiento, llegando a un acuerdo verbal de préstamo con la
Concejalía de Urbanismo. Al constar en el registro de la propiedad el carácter protegido
y destinado al servicio urbanístico del Ayuntamiento, los vecinos, con su estrategia
logran su objetivo. Ganan el pulso a urbanismo, con quien acuerdan el realojo de los
vecinos en las VPO hasta que sus casas estén rehabilitadas. De este modo, se logra el
objetivo de las vecinas de San Bernardo, que, mediante la acción colectiva, conquistan
su derecho al arraigo. Pero, al recuperar un lugar que compartir y habitar, los vecinos
recuperan también una pérdida más dolorosa si cabe. Recuperan sus fuertes vínculos e
instituciones sociales, y el sentimiento de comunidad que los unía y cuya pérdida era, tal
vez, la mayor fuente de desarraigo.

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