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Los movimientos fascistas pueden ser considerados como las llagas de una
democracia que no está todavía plenamente a la altura de su propio concepto.
(Adorno, “Aspectos del nuevo radicalismo de derecha”, 1967).
Los impulsos que se pueden recuperar del romanticismo en todas sus apariciones
postmodernas, que no antimodernas, se centran en la idea de un hombre completo que ha
reconciliado su razón con los sentidos y los sentimientos y que rechaza la mutilación a la que la
modernidad capitalista ha sometido a los individuos; en la idea de una sociedad fraternal y
democrática humanizada; y en una relación con la naturaleza que no se limite a su explotación
unilateral sino que tenga con la misma una relación estética, de contemplación, y una
interacción con ella que busque su desarrollo armonioso y sostenible, y no su esquilmación.
Pensamos que es esa última posición la más prometedora para salir del estancamiento y la
crisis actuales. La modernidad capitalista que ha eliminado o congelado todas las posibles
alternativas modernas que aspiraban a superar el capitalismo no da ya más de sí, su
agotamiento es palpable, sobre todo por sus elevados costes humanos y ambientales. Pero
esta conciencia de fracaso no puede hacernos caer en un retorno , por otra parte imposible, a
una situación premoderna estamental y jerárquica, gobernada por ideologías trascendentes,
místicas, patriarcales, y destructora del medio ambiente. Solo una modernidad consciente de
sus límites y de sus costes, pero que no renuncia a sus valores y pretende liberarnos de su
sumisión a los imperativos de la economía capitalista y de la ideología neoliberal, puede
estructurar una ideología capaz de hacer frente a los retos de la actualidad. Una
postmodernidad ‘moderna’ que no se deja seducir por los cantos de sirenas del irracionalismo
teológico, del individualismo ideológico y de la economía neoliberal. Que reconoce los errores
de la modernidad, pero no se entrega alegremente a cualquier proclama antimoderna,
antiburguesa, antiblanca, antimasculina, sin analizar si supone una mejora o un retroceso
respecto de los estándares democráticos actuales.
En ese sentido no es de recibo que ,por odio a la modernidad capitalista, se ensalcen posturas
radicalmente antimodernas como el radicalismo islámico o algunas culturas indígenas, que son
integristas en el aspecto religioso, y patriarcalistas y misóginas en la vida cotidiana. No
cualquier ataque a la modernidad tiene que ser acogido favorablemente sin someterlo a
crítica. No se puede olvidar el rasgo definitorio de la ilustración moderna: atrévete a ser libre y
a saber; esfuérzate por salir de la minoría de edad ;y la idea de un tribunal de la razón ante el
que todas las ideologías tienen que comparecer. Solo las ideologías o propuestas que
demuestren ir más allá que la ilustración en universalidad, libertad, igualdad y fraternidad
podrán ser defendidas, y muchas propuestas islamistas o indigenistas no cumplen dichos
requisitos y suponen un claro retroceso respecto a los valores y derechos defendidos por la
modernidad, incluso en su versión liberal capitalista.
Aunque una crítica de la modernidad sin matices puede ser compatible con posiciones de
derecha y todavía más con las actuales posiciones de extrema derecha, en cambio no cualquier
crítica a la modernidad es aceptable desde posiciones de izquierda. No se puede olvidar que el
socialismo y el comunismo son críticas modernas de la modernidad, es decir críticas de los
aspectos en los que la modernidad capitalista no ha estado a la altura de sus ideales y ha
utilizado un universalismo ideológico para encubrir un particularismo real .