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Rito y violación: derecho de pernada

en la Baja Edad Media *

Carlos Barros
Universidad de Santiago de Compostela

Los inculpados medievales por delito de violación de


mujeres son hombres que pertenecen a todas las clases
sociales, desde nobles hasta siervos y maníacos sexuales.
Con todo, hay que destacar un dato significativo en cuanto
al origen social de muchos de los agresores: el abuso de
autoridad y la violencia ética que entraña la existencia de
una relación social y mental de subordinación entre
violador y violada, esto es, parientes, soldados, oficiales
públicos, señores[1]. El hecho habitual de que nobles
acusados, directa o indirectamente, de violación suelan
serlo al mismo tiempo de otros delitos[2], nos pone en la
pista de la especialidad medieval en delitos de violación:
el derecho de pernada. Uso y costumbre en determinados
lugares y momentos de la Edad Media, y simple
forzamiento de mujeres visto desde la modernidad y aún
desde la propia Edad Media, el derecho de pernada se
presta pues a una cambiante representación social:
institución feudal versus violación.
Los nobles imponen el rito del acto sexual con
las mujeres vasallas desde su doble poder de hombres y
señores, lo cual obliga a distinguir el estudio de la
violación en el feudalismo del estudio de la violación en
otros tipos de sociedad. Sobre todo si consideramos que,
en principio, era tradición admitida más o menos
ampliamente este derecho feudal de que señor se acostase
con la novia en su primera noche de casada como gesto de
vasallaje. Conforme esta costumbre pierde consenso
social, y los señores siguen exigiendo y practicando la
prestación corporal de las mujeres, deviene, ya en el siglo
XV, causa inmediata de revueltas antiseñoriales. El
derecho medieval de pernada va con el tiempo perdiendo
el terreno que gana el derecho popular de revuelta.
No vamos a encontrar huellas de ius primae
noctis en el derecho escrito: como uso concierne al
derecho consuetudinario[3] y como abuso al derecho de
revuelta, ambos de expresión fundamentalmente oral[4]. A
través del derecho de revuelta los vasallos han contestado
la constumbre feudal de la primera noche, trasportándola
así al derecho escrito de aplicación: la Sentencia de
Guadalupe aboliendo los malos usos y otros abusos
personales, promulgada por Fernando el Católico para
Cataluña en 1486, es el ejemplo más notorio, según
estudiaremos al final de este trabajo.
Claro que el silencio, pleno de significaciones,
de la cultura letrada tout court acerca del derecho señorial
de pernada, no es nunca total. Alfonso X y su corte de
juristas, empeñados en sustituir, en la segunda mitad del
siglo XIII -cosa que no se consigue hasta al menos pasado
un siglo-, el derecho viejo castellano, de matriz goda y
localista, por la novedad europea, el derecho común
romano-canónico, enfocan la violación como delito muy
grave, cuya punición pretende reservar para sí el rey como
caso de Corte. E indirectamente se refieren al derecho de
pernada cuando fijan en quinientos sueldos la multa a
pagar en caso de que "alguu ome desonrrar nouho casando
ou nouha en dia de voda"[5], ¿qué hombre si no uno
poderoso y con ascendiente sobre los novios puede
imponer tal deshonra del día de la boda? ¿No prueba este
delito la vigencia en el siglo XIII del ceremonial señorial
de reservarse a sus vasallas la primera noche de bodas? La
indecisión legislativa denota cierta complicidad a la hora
de identificar a los posibles delincuentes; indeterminación
que resta credibilidad a la decisión paralela de hacer de la
"mujer forzada" un caso de Corte (1274). En cambio,
queda patente que el nuevo derecho no va a favorecer
dicha deshonestidad.
Otro indicio de la existencia de la costumbre
feudal que nos ocupa: el clérigo que cometa pecado de
"fornicio" con una casada y virgen, "o que yogó con
elladespués de que ouo marido", séale retirado el oficio y
el beneficio (Partidas I, 5, 35)[6]. No se hace aquí
mención alguna al uso de la fuerza, pero si a la condición
del virtual poseedor de la recién casada como clérigo con
cargo y beneficio (cualquier pequeño, mediano o gran
señor eclesiástico).
Prácticamente todas las noticias explícitas que
manejamos sobre el derecho de pernada corresponden, o
tienen en ellas su origen último, a fuentes orales de tipo
judiciales, relacionadas casi siempre con conflictos y
cultura popular. Son los vasallos en la Baja Edad Media
quienes desde la tradición popular, oral y de revuelta,
plantean el problema del derecho de pernada como una
violación encubierta. Si bien, letrados de Corte primero e
historiadores eclesiásticos después, van a converger con la
presión desdeabajo, dando cabida en la cultura savante a
una tradición oral antiseñorial que se ha ido formando
lentamente desde finales del siglo XIV.
En 1385, García Gomes, alcalde mayor de
Galicia por el Rey, dicta la sentencia arbitral de un pleito
entre los campesinos de Aranga y el monasterio de
Sobrado sobre señorío, rentas, justicia y derechos de
vasallaje: en favor de la abadía en cuanto a propiedad y
jurisdición[7], y en beneficio de los campesinos
reconociéndoles usos como pastar ganado y cortar leña en
el coto, y eliminando otros denunciados como abusivos
por los vecinos como cobrar maniñádego -el señor se
quedaba con los bienes del difunto sin herederos-
habiendo descendencia, oel derecho de pernada. Oigamos
al representante campesino Juan Nieto, pues "me dijo e me
querello", afirma el juez real que "levaban los grangeros
de Carballotorto sus mujeres contra su voluntad para facer
fueros en la dicha granja, non sabian quales, e que
lostenian allá dos o tres dias"[8]. No habla claro Juan
Nieto, pero se entiende. La prueba la tenemos en el tono
del fallo que redacta el oficial real: "E otrosí en razon de
las mujeres que eran tenudas de ir servir duas vezes en el
año al granjero de carballo tuerto en la manera que dicha
es fallo que tal servicio é tal fuero que non es onesto e por
mal e desonestidad que se podria ende seguir mando que
tal fuero que non se faga"[9]. En esta muestra de derecho
aplicado, todavía con algunos sobrentendidos, se
reemplaza el "non sabian quales" de Juan Nieto, de los
misteriosos servicios que las mujeres prestaban en
Carballotorto por un abierto "tal fuero non es onesto",
aseveración que colateralmente inculpa al granjero de
Carballotorto[10], cuyo nombramiento en adelante, según
la sentencia, el monasterio ha de pactar con los
campesinos: "quando y oviere de poner algun granjero que
llamen y dos omes buenos de la dicha ribera que le tomen
juramento que ben é verdadeiramente guardara e defender
a los dichos omes de la dicha ribera (...) e se contra esto
les pasare que le tiren la granja e pongan y otro"[11].
La imposición judicial al monasterio de un
derecho de veto por parte de los vasallos sobre su
administrador y cobrador de impuestos en el coto de
Aranga, además de evidenciar su culpabilidad en el asunto
del sexo, es un éxito característico del derecho de revuelta,
simbolizado en ese extraño ritual invertido del juramento
que ha de tomar el representante del señor ¡ante dos
vasallos del coto! Cómo esta vez la tradición oral les era
desfavorable (parecía costumbre antigua que las mujeres
fueran sólas a prestar dicho servicio a la granja) los
campesinos buscan apoyo en el derecho escrito y
preguntan al alcalde real que averigüe en qué documentos
consta dicha obligación[12]; el cual fundamenta
precisamente su sentencia en que "no fue mostrado ante
mi carta nin privilegio ni recabdo cierto porque lo
debiesen hacer"[13]. Y si el uso señorial de la novia en su
primera noche de casada no es reconocido por el derecho
escrito, menos aún la interpretación libre y ampliada que
se le atribuye al granjero de Carballotorto, que siendo
representante del señor debe también respresentar,
camuflar, mal imitar, una práctica ritual que ni le
corresponde ni le va a ser reconocida...
El derecho de pernada como uso y costumbre
continuará vigente, y contestado -en Galicia al menos
hasta 1458-, tanto en su versión restringida y primigenea,
señorial y nupcial, como en su versión cada vez más
extendida, practicada por los delegados y soldados del
señor los restantes días del año. La noche de bodas, en
todo caso, es el privilegio del amo. Ius primae noctis es
un derecho personal del señor a satisfacer la noche de
bodas, su emulación por parte de los agentes señoriales al
margen del ritual del casamiento se va a diferenciar poco
de la violación con abuso de autoridad, forma degradada
del derecho de pernada. Su cambio de percepción como
violación acompaña en el Baja Edad Media al
desplazamiento de la acción del señor a sus subordinados.
El forzamiento de mujeres del común por parte de
los hombres del señor, especialmente los soldados de las
fortalezas, será uno de los grandes tipos de agravios que
desencadenan la ira justiciera y antiseñorial de los
irmandiños en 1467[14]. La propagación en los escalones
inferiores del poder señorial de un derecho de pernada en
decadencia incrementa el número de violaciones y la
violencia con que éstas se producen. El guerrero del
castillo, a diferencia de nuestro todavía sutil granjero de
Carballotorto, tomará sin más por la fuerza a la doncella
que encuentra con el ganado en el monte o trabajando las
viñas, violándola in situ: el envés del preciso ceremonial
que fija el rol sexual del señor como parte del casamiento
de una pareja de vasallos.
El clima de polarización social y mental en la
segunda mitad del siglo XV contribuye no poco a sumar
mujeres violadas a los múltiples agraviados del reino de
Galicia. Todavía veinte años después de la revuelta
irmandiña, en uno de los intentos más tardíos, e inútiles,
de volver a la dorada situación anterior a 1467, Nuño
Gómez de Puga, alcalde de la fortaleza de Allariz por Juan
Pimentel, hermano del Conde de Benavente, es
denunciado por los vecinos de la villa ante la justicia real,
bajo la siguiente acusación, entre otras: "tenia consigo en
la dicha fortaleza algunos criados e parientes suyos y les
consentian que matasen ombres y llevasen mujeres
casadas e que matasen despues aquellos que las llevaban a
sus maridos e por aquella cabsa en la dicha villa se han
desfecho ocho o nueve casas de oficiales"[15]. El señor
aparece ante el pueblo como responsable de lo que hacen
sus hombres, y éstos necesitan matar a los artesanos para
llevarse a sus mujeres, prueba de la tremenda resistencia
que, después del levantamiento general de la Santa
Irmandade, tenían que afrontar los pequeños "señores"
para seguir ejerciendo el derecho degradado de pernada,
que a estas alturas, insistimos, desaparecido todo asomo de
consenso vasallático sobre él, y puesto en práctica por
simples campesinos vestidos de soldados, respondía a una
imagen elemental de forzamiento de mujer.
Si hay un silencio bastante general sobre el
derecho de pernada en las fuentes escritas (salvo las
excepciones que más adelante nos van a servir para
aproximarnos a su perfil social, mental y simbólico).
Tampoco las fuentes orales se libran totalmente de la
tendencia a ocultar las prácticas feudales del sexo, lo
acabamos de ver en el discurso de los campesinos de
Aranga. Es preciso interrogarse por qué dicho uso señorial
entra con tanta frecuencia, en Galicia y en Castilla, en el
terreno de lo no-dicho, de lo que se hace, pero no se dice y
menos aún se escribe. Sabemos que los usos y costumbres
de transmisión oral raramente se transcriben. Y que
cuando la difusión de uno de dichos usos podría ser causa
de mala fama para el señor y para los vasallos implicados,
también éstos se repliegan a cierta cómplice intimidad que
vela y llena de ambigüedades los hechos (las mujeres
yendo silenciosamente dos veces al año a Carballotorto a
no se sabe qué servicio). ¿Guarda esto alguna relación con
el silencio otorgante con que las mentalidades de la época
encubren la libre vida sexual de tantos clérigos y seglares
antes de la reforma y del Concilio de Trento? Es posible,
pero precisamente las prácticas sexuales que se toleran no
se ocultan alevosamente. El encubrimiento es índice de
mala conciencia y, en el peor de los casos, de temor a la
justicia.
La privacidad de la práctica de la pernada señala
el grado de su deterioro como derecho consuetudinario. En
su origen consiste en la invasión pública, exigiendo su
derecho e exhibiendo su poder, por parte del señor del
cuerpo y de la privacidad del espacio de la mujer, de los
novios y de la casa familiar, el mismo día y en el mismo
lugar en que parientes y amigos y vecinos se reúnen para
festejar dicho casamiento y visitar a los recién casados. La
clandestinidad trastoca el derecho señorial en abierta
violación, en pecado contra la honestidad, en violencia
privada con fines sexuales que cualquier hombre, sea
vasallo sea señor, puede ejercer sobre cualquier mujer.
Llega un momento en que, perdido todo sentido
para la comunidad del ritual sexual de la primera noche,
las mujeres y los vasallos asienten y callan por miedo al
señor[16], sienten impotencia frente su poder[17], caen en
un consenso fatalista que admite las prestaciones
corporales y actúa, en casos extremos, como un especie de
servilismo del buen vasallo que busca quedar bien con su
señor prestándose al uso de la hija, la hermana o la esposa
como objetos sexuales.
Por otro lado, no hay que olvidar que denunciar
al señor como violador supone, además de desafiar su ira
virtual -lo que no estaba al alcance de una mujer o de una
familia individual[18]-, poner en evidencia la deshonra de
la mujer y de la familia, y aún la cobardía de sus esposos,
padres y hermanos... Misión imposible fuera de
coyunturas mentales de revuelta.
Entrando en el siglo XV tomamos contacto de
algunos casos sonados de grandes señores gallegos, y
castellanos, que practicaban el derecho a la primera noche,
por medio del rumor y del romance, vía corriente y casi
única de comunicación de noticias sobre tema tan
particular, y que afecta a gente poderosa: "e muchas cosas
se callaron por algunos grandes varones que se dixeron
por otros menores"[19]. Salvo que otros señores, o el Rey
y sus cronistas, o los mismos vasallos, aprovecharan el
desliz señorial para intentar quitar el poder -y la vida,
como en Fuenteovejuna[20]- a tan gran malhechor (sin
descartar la eventualidad de una falsa acusación) y, de
paso, dejar constancia escrita de tamaña y secreta
transgresión [21]. Cuando se rompa plenamente el silencio
de la impunidad de unos y del miedo de otros, la derrota
de los usos señoriales vistos como forzamientos será
estrepitosa (1458, Santiago; 1467, Galicia; 1486,
Cataluña).
De Fadrique Enríquez, Conde de Trastámara,
Duque de Arjona, dice un "Romance antiguo, que
compusieron, diçiendo el Rey, de vos El Duque de Arjona,
grandes querellas me dan, que esforçades las mujeres,
casadas y por casar", según recoge el nobiliario de
Malaquías de la Vega hacia 1625[22]. Noble de primer
orden en la Galicia de los años 20 del siglo XV, muy
metido en las pugnas de la Corte de Castilla, muere Don
Fadrique ajusticiado en 1430 por orden de Juan II y de su
valido Alvaro de Luna. Los datos de la tradición oral
contemporánea de Don Fadrique sobre este gran caballero,
amigo de trovadores[23], dibujan el perfil de un hombre
adúltero, que maltrata a su mujer Aldonza de Mendoza,
roba su dote y sus alhajas, y la tiene durante dos años en
prisión[24]. La extrema violencia con que reacciona el
Duque ante la sospecha, o la certeza, de que damas de su
corte señorial se acuestan con un paje[25] y con dos
monje[26], es más propia de un amante celoso que de un
señor preocupado por la honestidad de la damas de
compañía de su esposa[27]. En 1425 consigue Enríquez de
Juan II carta de legitimación para su bastardo Alfonso de
Castro, "avido en Aldonça Alfonso de Orense mujer
casada"[28], a quien nombra heredero del Condado de
Trastámara, disposición que no surtirá demasiado efecto a
su muerte. Confirmamos pues la afición de Fadrique
Enríquez a las "mujeres casadas", en el caso citado vecina
de una ciudad sobre la que, por aquellos años, el Duque
ejercía de facto como gran y poderoso señor[29].
Asimismo, hay evidencia de que las quejas de sus
andanzas llegan hasta el rey Juan II[30]. Cuyo partido,
contrario del Duque, aprovechará el argumento para
desprestigiarle cuando, por razones políticas, decide
librarse del Duque mediante la prisión y la muerte.
Malaquías de la Vega, queriendo limpiar la
memoria del Duque de Arjona, añade a la letra del
romance inculpatorio: "Ya se sabe, que no hacia el Duque
semejantes delitos, sino un caballero, de su Casa, que por
librarsse de la prision de las justiçias, de noche encubierto,
deçia que era el Duque de Arjona y por esto se daban las
quejas deses delitos, imponiendolos al Duque"[31].
Ciertamente, Fadrique Enríquez no parecía necesitar de
sustitutos en cuestión de perseguir mujeres. El cronista de
la nobleza enfrenta así, al romance antiseñorial, una
tradición oral contraria, exculpadora del caballero
ajusticiado por el Rey[32], que él mismo trata de
continuar, y relanzar, con el prestigio de su cultura
escrita.
Quizá sin querer ratifica Malaquías la gravedad de
los actos en cuestión, no son conquistas amorosas de las
que se pueda pavonear un gran señor, son crímenes a
perpetrar "de noche encubierto" (secretismo del derecho
de pernada en su fase de decadencia) para "librarsse de la
prision", que sólo pueden ser ejecutados por alter ego, ese
hipotético caballero servidor que se disfrazaba de Duque
de Arjona...
Traspasar a un subordinado las feas
responsabilidades del señor era algo normal. Y ya dijimos
que cuando el derecho de pernada en el siglo XV pierde el
ropaje ceremonial y asume la imagen de la violación: son
los agentes señoriales los mayores practicantes. Ambas
cuestiones se recogen en la contra tradición que quiere
impulsar el Malaquías de la Vega. Pero tal vez haya más:
un indicio esquizoide muy propio del otoño medieval. El
desdoblamiento inconsciente entre el buen caballero y el
caballero malhechor, el "otro" que de noche lleva a cabo
aquellas maldades que nuestra buena conciencia de día
niega[33].
A la caída en desgracia y ajusticiamiento, en
1453, de Álvaro de Luna, enterrador del Duque de Arjona,
siguió no mucho después, invirtiéndose los papeles, la de
su sobrino bastardo Rodrigo de Luna, arzobispo de
Santiago, acusado en 1458 de practicar el derecho de
pernada, expulsado de su señorío y muerto en extrañas
circunstacias en 1460. Dos años despues de recibir aviso
de la Corte para ir a la guerra y para dar cuenta de su
comportamiento. Escribe el cronista Diego de Valera: "fue
llamado por el rey a causa de algunas ynformaciones que
le fueron fechas de su desonesto vivir"[34]. Aunque en
otro tipo de fuentes no consta este segundo motivo de la
convocatoria.
Los documentos reales y eclesiásticos referidos a
los hechos de los años 1458-1460 en Santiago, hablan de
realidades terrenales de guerra, obediencia y señorío, y no
de punición de prelados por pecados contra la honestidad.
¿No era por lo demás costumbre generalizada en el siglo
XV cierta despreocupación de los clérigos, incluidos los
arzobispos, en guardar votos de virginidad, castidad y
celibato? Es en el marco de la liberalidad medieval en
cuanto a prácticas sexuales[35] hay que entender el
derecho de pernada como un rito sexual de vasallaje
avalado por el uso y la costumbre, lo que presupone cierto
acuerdo de las partes, garantizado en caso de mala
conciencia por la doble moral de la época, vigente sobre
todo en los medios dirigentes.
Rodrigo de Luna recibió carta real en marzo de
1458 para reunir su ejército y acudir a la guerra de
Granada, pero se negaron a seguirle los caballeros
feudatarios de la Iglesia de Santiago, de manera que
estando el arzobispo fuera de su señorío al servicio del
rey, se rebelaron contra él, uniéndose a ellos los vecinos
de Santiago y de otras ciudades y lugares del arzobispado,
y la mayoría del cabildo catedralicio. Consta que Enrique
IV mandó llamar a la Corte a ambas partes, pero mantuvo,
hasta la sospechosa muerte del arzobispo en 1460, una
actitud dura y coherente de apoyo (envía allí a Juan de
Padilla para poner orden) a Rodrigo de Luna al fin de que
pudiera recuperar el poder perdido (del honor no parece
preocuparse mucho), no mencionando en sus cartas
conminatorias a los concejos, caballeros y canónigos
rebeldes para que obedezcan al arzobispo y acepten su
señorío y le paguen las rentas, nada sobre el presunto
"desonesto vivir" del arzobispo[36].
Una vez desaparecido Don Rodrigo, los rebeldes
imponen como nuevo arzobispo de Santiago, contra la
opinión de Enrique IV que postulaba a Fonseca, a Luis
Osorio, hijo del Conde de Trastámara (jefe del bando
nobiliar anti-Luna) y hermano de un Pedro Osorio que en
1467 será un afamado dirigente militar de la revuelta
irmandiña contra Fonseca. Las visitas a Roma de ambas
partes para conseguir el nombramiento pontificio bien
para Luis Osorio, arzobispo de hecho, bien para Alonso de
Fonseca que al final desplazará al primero por la vía de las
armas, propagó con toda probabilidad en la corte de Pio II
el rumor de los malos hechos de Rodrigo de Luna y el
inevitable desmentido del bachiller Diego de Castro
defensor del arzobispo desterrado[37].
Antonio López Ferreiro, historiador y canónigo,
que reconoce como posible el mal vivir que se decía de
Don Rodrigo[38], no obstante se pregunta: "¿Qué se hizo,
pues, de los capítulos de acusación presentados contra D.
Rodrigo, y en particular del principal? En ninguno de los
documentos coetáneos que acabamos de recorrer (...) se
halla el menor indicio de lo que á nuestro Prelado se
atribuye"[39]. El silencio documental en los archivos
catedralicio y arzobispal es tan espeso que delata tal vez el
delito secreto, pues tampoco se argumenta nada contra el
rumor que recoge Diego de Valera en la corte de Castilla.
Tiene su lógica que en los documentos del arzobispo
implicado no se hallen menciones a la inculpación moral,
así como tampoco en las cartas de su amigo y protector el
rey Enrique IV. Toda publicidad del caso debilitaba la
lucha por reponer a Rodrigo de Luna en la silla arzobispal.
Los graves problemas sociales suscitados por la
insumisión general de vasallos del arzobispado relegaban
además a un segundo plano toda otra consideración, sobre
todo moral. La "torpeza" de Don Rodrigo que había
contribuido altamente a desencadenar la rebelión que lo
llevó al exilio, era un mal ya pasado que no tenía remedio.
La evidencia de origen oral viene a sustituir y
completar la evidencia escrita. Diego de Valera, con muy
pocas simpatías por Enrique IV y por el sobrino de Álvaro
de Luna, alejado del entorno real por aquellos
años[40] aunque testigo directo de la política cortesana
(muere en 1487), está muy interesado en poner por escrito
las "ynformaciones" (con toda seguridad verbales), sobre
el arzobispo deshonesto de Santiago, que los caballeros
contrarios hicieron llegar al Rey y espeta en su crónica: "Y
entre otras cosas asaz feas que este arçobispo avía
cometido, acaesció que estando una novia en el tálamo
para celebrar las bodas con su marido, él la mandó tomar y
la tuvo consigo toda una noche"[41].
Una buena aproximación a la práctica del
derecho de pernada esta descripción ofrecida por Valera.
"Tálamo" significa "el aposento donde los novios celebran
sus bodas y reciben las visitas y los parabienes" y/o "la
cama de los mismos novios"[42]. Parece ser que el agente
señorial llega en el momento de las visitas, justo un poco
antes de que se consuma en privado el matrimonio, y
públicamente se lleva a la novia por orden del arzobispo
sin aparente impedimento, haciendo valer la autoridad que
representa y sin duda el peso de una antigua costumbre es
como el heraldo que anuncia el inicio del ritual. No se
trata de un rapto furtivo a mano armada con huida
posterior: no es un rapto con fines sexuales. Tampoco una
simple violación donde la fuerza bruta y las amenazas
físicas lo son todo[43]. Aquí lo decisivo es la coacción
moral... fundamentada en cierta tradición. El poder
señorial "manda, toma, tiene consigo" ante todos, como
quién hace uso de un derecho legítimo que sólo hay que
reclamar. Si el apremio era necesario para el cobro de los
derechos señoriales[44], cuánto más para requerir un
tributo corporal de esas características: "toda una noche".
El acto sexual no se nombra, se sobreentiende, hasta puede
incluso que no haya tenido lugar, lo realmente importante
es que la ceremonia llegó a su conclusión pues "la tuvo
consigo toda una noche", ius primae noctis, y que el señor
sustituyó al marido la noche de bodas, consumiendo en su
lugar el matrimonio. Y llegamos así al fondo del
problema, principalmente simbólico. Mediante el rito de
pasar con la novia la primera noche el señor significa y
enseña, símbolo y pedagogía, la preeminencia de su poder
sobre la nueva relación de poder que se constituye en ese
instante: la familia conyugal. La mujer ha de obedecer al
marido, pero no después de obedecer al señor, sierva del
señor antes que esposa, al igual que el marido, que
consintiendo ser reemplazado la noche de bodas,
demuestra antes ser vasallo que esposo, y así los demás
hombres de la casa, padre y hermanos. Todos han pasado
o habrán de pasar con dolor por el mismo aprendizaje: el
poder del cabeza de familia es subsidiario del poder del
señor, el señor es la única y máxima fuente del poder.
Discurso imaginario y conductual que choca naturalmente
con las pretensiones eclesiásticas de hacer del matrimonio
un lazo sacramental, por lo que difícilmente la Iglesia
puede avalar el derecho de pernada.
Pero volvamos al hilo del relato de Diego de
Valera, que después de contar la puesta en escena señorial
la noche de la boda, reseña la revuelta, que adivinamos
con su dimensión justiciera, de los caballeros, haciendo
hincapié en la falta de respuesta y en la responsabilidad
real en todo el asunto: "Y como desto se querellasen al
rey, y como ya fuese ynformado de su desonesto vivir, no
se dió a ello ningún remedio, de que se siguiesen grandes
daños, muertes y robos en aquel reyno de Galicia"[45].
Acaba el capítulo del memorial remachando que nunca
más Rodrigo de Luna recuperó el arzobispado: "y así
murió derramado y pobre, por sus grandes culpas y
deméritos"[46]. La lucha por el poder en la Corte
favorece, en el caso de Don Rodrigo de Luna, la ruptura
del silencio complice y el salto de los datos directos de la
tradición oral a la tradición culta.
Galíndez de Carvajal, cronista y consejero de los
Reyes Católicos y de Carlos V, copia literalmente de
Valera el relato de cómo el arzobispo tomó a la novia[47],
e insiste en cómo fue llamado Rodrigo de Luna por
Enrique IV, al objeto de éste "ponerse medio e dar orden
en los grandes males que del se dezian", y que después es
el propio arzobispo, conocida la revuelta, quien presenta a
su vez quejas al Rey, "Desta nueva el rey ovo asaz enojo",
quien -dice el cronista- no se mueve con prontitud en favor
del depuesto arzobispo de Santiago a causa del malestar
que le produjeran las noticias de sus deshonestidades[48].
No fue así, las fuentes documentales desmienten a la
fuente narrativa, la respuesta de Enrique IV en favor de
Rodrigo de Luna contra los caballeros rebeldes fue
incondicional y fulminante[49], y nada hizo el Rey en
relación con la acusación puntual del rito sexual con la
novia sacada del tálamo. Enrique IV no era precisamente
un Rey que descollara personalmente por su inquietud
justiciera en relación con las mujeres forzadas[50], por
mucho que la mejor intención de Galíndez ennoblezca su
reacción en el caso que nos ocupa[51]. En general,
Galíndez tiende a moderar los juicios apasionados sobre
los pasados reyes, y como jurista destacado -Oidor de la
Chancillería de Valladolid desde 1499, a los 27 años- y
defensor de la institución monárquica, le habría de
molestar que el Rey no hubiera hecho justicia severa en
una cuestión tan grave como la cuasi violación perpetrada
por un arzobispo[52]. De nuevo la convergencia,
característica de la Baja Edad Media, entre la tradición
oral de revuelta -que había recogido Valera- y el derecho
escrito cortesano que representa el jurista Galíndez, quien
como cronista retoca dicha tradición para adecuarla a sus
concepciones monárquicas letradas.
La tradición letrada sobre el arzobispo de
Santiago presunto violador de doncellas recién casadas,
iniciada por Valera no mucho después de los hechos,
bebiendo de las fuentes de la oralidad y de la revuelta,
pasa hacia la segunda mitad del siglo XVI a la tradición
eclesiástica postridentina. En efecto, los historiadores
eclesiásticos de la contrarreforma nos transmiten el juicio
moral y político más radical sobre el asunto de Don
Rodrigo[53]: dan claramente la razón a los vasallos
rebeldes y hacen de Rodrigo de Luna un contra modelo de
prelado cristiano, siguiendo en general a Valera en cuanto
a la narración de la acusación central, esto es, vuelven de
algún modo a la tradición oral difundida primigeniamente
desde Galicia.
El Padre Mariana, en 1601, escribe: "en especial
era grande la disolución de los eclesiásticos; á la verdad se
halla que por este tiempo don Rodrigo de Luna, arzobispo
de Santiago, de las mismas bodas y fiestas arrebató una
moza que se velaba, para usar della mal; grande maldad y
causa de alborotarse los naturales debajo de la conducta de
don Luis Osorio, hijo del Conde de Trastámara. En
enmienda de caso tan atroz despojaron aquel hombre tan
facineroso y malvado de su silla y de todos sus bienes; lo
que le quedó de la vida pasó en probreza y torpezas,
aborrecido de todos por sus vicios y infame por aquel
exceso tan feo"[54].
En 1645, Gil González Dávila, dominico y
cronista real desde 1612, empieza por acusar a Álvaro de
Luna de dar, nepóticamente, las dignidades eclesiásticas a
"personas indignas" y pone de ejemplo "A don Rodrigo de
Luna su sobrino, que estudiava Gramatica en la ciudad de
Avila, le hizo dar el Arçobispado de Santiago, con
escandalo del Reyno"[55], y siguiendo a otro historiador
eclesiástico de mediados del siglo XVI[56], agrega: "vivio
como quiso, con deshonor de su Dignidad, y persona. Dice
san Juan Crisostomo, que el que no estima la fama de su
nombre es cruel, y capital enemigo de su alma. El Rey don
Henrique le mandò venir à su Corte para ponerle en
razon..."[57]. Lava la imagen del rey Enrique -a la manera
de Galíndez- sacrificando la fama y el alma de aquel Don
Rodrigo, quién posiblemente aprendió en su propia carne
que los tiempos y los derechos genuinamente feudales
estaban llegando a su fin.
Con el affaire de Rodrigo de Luna concluyen
nuestras referencias a las prácticas por parte de grandes
señores del derecho de pernada en Galicia; a la altura del
año 1458 dicho uso y ritual había perdido ya toda traza de
consenso social. Entre 1458 y 1467, no hemos encontrado
huellas que impliquen a grandes señores en delitos que
pudieran parangonarse como violaciones, pese al
importante número de agravios señoriales que hemos
recogido en las declaraciones orales de los testigos del
pleito Tabera-Fonseca, quienes no pasarían por alto
cualquiera noticia sobre grandes caballeros y prelados
violadores. Al estallar en 1467 la sublevación irmandiña el
derecho de pernada, en su sentido original, feudal, era ya
agua pasada como práctica social. Prueba indirecta
también del tremendo eco popular que tuvo que preceder y
seguir a la desposesión de Rodrigo de Luna, acusado de
forzamiento ritual. No disponemos, hoy por hoy, de listas
de agravios de los rebeldes de la ciudad y Tierra de
Santiago contra Rodrigo de Luna: conocemos sus
opiniones más bien a través de las fuentes adversas, reales
y arzobispales. La hermandad y confederación de los
vecinos de Santiago, Noia y Muros con los caballeros para
la mutua defensa, suscripta el 7 de junio de 1458, es un
pacto bilateral escrito que sólo se refiere
significativamente al enemigo común, el arzobispo
Rodrigo de Luna, para acordar que "prometemos de non
faser pas ni concordia con el arçobispo de Santiago"[58].
Ni rastro de los motivos desencadenantes de la revuelta.
Nuestra investigación sobre levantamientos
bajomedievales[59] nos enseña que a diferencia del pleito
legal, donde se plantean desde el primer momento
cuestiones de rentas, señorío y jurisdicción: la revuelta
armada estalla como indignación colectiva ante un(os)
agravio(s) intolerable(s), estabilizándose más o menos de
inmediato como protesta social y económica[60]. Por eso
consideramos acertada la relación que establece el
contemporáneo y bien informado Diego de Valera entre
revuelta antiarzobispal y las "cosas asaz feas que este
arçobispo avía cometido", muy particularmente la toma
pública de la novia. Sólo una mentalidad justiciera muy
asentada pudo transformar en junio de 1458 la revuelta
nobiliaria en una revuelta popular y clerical[61],
cimentando en el sentimiento colectivo de agravio una
dispar, coyuntural pero triunfal alianza de caballeros,
ciudadanos y canónigos contra Rodrigo de Luna.
La condición eclesiástica de Don Rodrigo
intensificó con seguridad ante el pueblo cristiano la
representación agraviante de la práctica señorial de la
pernada. Por mucho menos pusieron el grito en el cielo, en
1456, los feligreses de las parroquias de Betanzos al
protestar porque las ofrendas que hacían los días festivos
para la "Redención de sus animas y de sus difuntos (...)
son osorpadas et apropiadas al uso et comunicacion de los
usos umanos", teniendo el arzobispo Rodrigo de Luna que
ceder a los párrocos su cobro: "para evitar el escándalo et
mormuracion entre los parrochianos et feligreses de las
dichas iglesias"[62]. Así de temible era el efecto del rumor
en aquellos tiempos. Imaginémonos ahora el escándalo
colectivo al conocer los parroquianos del arzobispado la
noticia de la "cosa asaz fea" que Valera recoge andando el
tiempo de viva voz en la Corte de Castilla. No es extraño
que los nobles, los ciudadanos del concejo y los canónigos
del cabildo (y después los enemigos de Don Rodrigo y de
su tío, recién ejecutado, en la Corte) consideraran que
había llegado la hora de actuar y de plantear cada uno sus
reivindicaciones pendientes aprovechándose de la
vulnerabilidad del otrora todopodoroso arzobispo.
La función del derecho de pernada como
detonante -agravio intolerable- de una revuelta social está
más clara todavía en la documentación del levantamiento
de Fuenteovejuna de 1476 contra su señor, el Comendador
de la Orden de Calatrava, monje y soldado, Fernán Gómez
de Guzmán: "hizo tantos y tan grandes agravios a los
vezinos de aquel pueblo, que no pudiendo ya sufrirlos ni
disimularlos, determinaron todos, de un consentimiento y
voluntad, alzarse contra él y matarle". El texto es de
Francisco Rades de Andrada, cronista de la Orden[63],
que es quién traslada con mayor fidelidad la realidad
histórica, y por tanto la tradición oral, de la revuelta a la
cultura escrita[64], dando lugar posteriomente a una
rutilante tradición literaria que tiene su máximo exponente
en la famosa comedia de Lope de Vega.
Ya en 1477 Alonso de Palencia había recogido
oralmente en su crónica real, con la clara intención de
defender al Comendador y de dar impulso a la tradición
contraria (tentativa fracasada a medio y largo plazo), la
sensación de intolerabilidad de los vecinos y el agravio
principal que la había provocado: "Para disculpar de algún
modo sus crímenes, acusaron al difunto de torpezas y
corrompidas costumbres; pidieron volver al señorío de
Córdoba y avisaron al Rey que los habían cometido por no
ser más tiempo víctimas de maldades que ningún hombre
libre podía tolerar"[65]. Es evidente que la parcialidad de
Palencia le coarta para explicitar el carácter sexual del
agravio -silencio cómplice-, con todo aporta matices que
apuntan hacia el derecho de pernada: corrompidas
costumbres que ningún hombre libre podía tolerar,
escriben trasmitiéndonos la opinión popular. Como el
bienintencionado clérigo Rui Vázquez en el caso de
Rodrigo de Luna, opone Palencia, a la motivación
justiciero-insurreccional, la reivindicación económica
antiseñorial -sin duda omnipresente- para explicar la
sublevación, siempre menos peligrosa que la temible
impugnación moral colectiva: "La única queja del
vecindario parecía ser el aumento de pechos por causa de
las rentas anuales. Y este fue el pretexto para la
conjuración"[66]. Se entiende que la justificación
antiagravio de los protagonistas es, según Palencia,
improvisada a posteriori. Y la verdad es que la formación
de mentalidad de revuelta en Fuenteobejuna es un caso
axiomático de la función detonante de los agravios en el
estallido de las revueltas medievales.
Rades de Andrada habla con más transparencia del
"mal tratamiento a sus vasallos" que inflingía el señor de
Fuenteovejuna: "Ultra desto, el mismo Comendador
Mayor avía hecho grandes agravios y deshonras a los de la
villa, tomándoles por fuerza sus hijas y mujeres, e
robándoles sus haziendas para sustentar aquellos soldados
que tenía"[67]. Aunque no aporta detalles de cómo habían
tenido lugar las tomas de mujeres y hasta qué punto seguía
o no el señor de Fuenteovejuna el ritual tradicional de
tomar posesión de sus cuerpos en la primera noche de
casadas. Sin más datos, lo único que diferencia las
supuestas violaciones perpetradas por el Comendador de
las violaciones comunes es su identidad señorial y el
abuso de poder que supone, lo que no debía de ser poca
cosa: le costó la vida. Es el único caso de tardía aplicación
del derecho de pernada, de los que conocemos, en que la
contestación de los vasallos no para hasta lograr el
ajusticiamiento encarnizado del señor[68].
Cuatro circunstancias que concurren en la
Cataluña de la segunda mitad del siglo XV rompen el
acostumbrado silencio temeroso y cómplice sobre el
derecho de pernada que, durante el mismo periodo, hemos
detectado en Galicia y Castilla, y que nos ha obligado a
rastrear a la manera de los arqueólogos la
documentación savante en busca de los restos de un
derecho señorial consuetudinario de expresión oral.
Primero, la supervivencia en Cataluña de la
servidumbre personal ha provocado sin duda una mayor
vigencia en el tiempo y en el espacio del derecho feudal a
la primera noche de los recién casados.
Segundo, la experimentada organización
sindical y lucha de los payeses de remensa permiten
disponer de testimonios directos campesinos y de listas
elaboradas por ellos mismos con sus reivindicaciones.
Tercero, la tendencia negociadora y arbitral de la
monarquía (sentencia de Guadalupe de 1486) y aún de la
nobleza (proyecto de concordia de 1462), hace posible una
expresión legal y escrita, como parte del nuevo derecho
escrito y promulgado, del punto de vista campesino.
Cuarto, la abolición de las remensas, los malos
usos, del derecho de pernada y de otros los abusos
personales. Disponemos, gracias a esta victoria campesina,
de la más clara transcripción del ritual sexual señorial de
la noche de bodas.
Leemos en la sentencia de Guadalupe, 1486: "ni
tampoco puedan [los señores] la primera noche quel pages
prende mujer dormir con ella o en señal de senyoria la
noche de las bodas de que la mujer sera echada en la cama
pasar encima de aquella sobre la dicha mujer"[69]. La
primera parte es diáfana, ¿qué pretenden algunos señores
catalanes?[70]: ius primae noctis. El verbo "prender" en el
sentido de privar de libertad[71] connota el objetivo que
subyace en el acto matrimonial de sumisión de la mujer
(nombrada por su sexo) al hombre payés (nombrado por
su categoría social que lo ha elevado a interlecutor del
Rey), cuya realización el señor interrumpe
momentáneamente en el momento crucial para,
sustituyendo al marido, poner en evidencia la precedencia
de su poder. La prueba de que la importancia del
ceremonial consuetudinario es sobre todo simbólica, está
en la segunda parte, donde se desvela alternativamente una
variante moderada, sin penetración, que deja a salvo el
ritual de poder: se echa a la novia sobre la cama y el señor
pasa por "encima" de ella "en señal de senyoria"[72].
La diferencia entre el derecho de pernada y una
violación simple reside en que los gestos y su significado
son, en principio, más importantes para el rito de la
primera noche que el mismo acto sexual forzado. Pero
éste, además de lo que supone como desahogo sexual y
sensaciones de poder para el señor violador, no está exento
de su propio simbolismo. En los rituales feudales de toma
de posesión se suele colocar "encima" de lo poseído la
representación del poseedor, pero también, tratándose de
casas y fortalezas, entra y sale el poseedor en el edificio
poseído "en señal de señorío". Tenemos motivos para
pensar que la misogia de la época no tenía a la mujer en
mejor consideración que a los objetos materiales. El ritual
señorial más efectivo y pedagógico, en la noche de bodas,
sería pues: acostarse con la novia virgen. El derecho pleno
de pernada comprende entonces necesariamente la
violación de la recién casada por su señor feudal.
Conforme la promoción real e imaginaria de la mujer, y la
lucha general contra las prestaciones corporales y el
omnímodo poder señorial, avanza durante la Baja Edad
Media, ius primae noctis va malogrando su aceptación
como rito feudal, quedado poco a poco reducido en las
mentalidades colecticas a la violación que se perpetra en
cualquier momento y lugar contra mujeres doncellas,
casadas, viudas o religiosas. Entre la admisión del rito y la
resistencia a la violación trascurren varios siglos: los que
necesitan a menudo los hombres para desprenderse de la
cárcel de su imaginario social, fruto último -o primero,
según se mire- de sus condiciones de producción y
existencia.
Al final, el derecho de pernada, residual en su
aplicación, ya no interesa a nadie. Argumentan sobre su
"infructuosidad" los campesinos remensas, en 1462, para
convencer a los señores a que renuncien a dicha costumbre
ritual: "e com aço [ésto] sia infructuos al senyor e gran
subiugatio al pages, mal eximpli e occasio de mal"[73]. A
lo que contestan los nobles por partes: se ratifican en que
nada de eso está ya vigente en el Principado (reconocen
por consiguiente su carácter tradicional), lo cual
seguramente venían repitiendo una y otra vez frente a las
acusaciones campesinas[74], para contradecirse a
continuación y aceptar la anulación de la servidumbre de
la primera noche como sí fuese verdad lo contenido en la
demanda de los payeses: por ser cosa "molt iniusta e
desonesta"[75].
* Comunicación presentada en las Primeras Jornadas de Historia de las Mujeres,
Luján (Argentina) 28-29 de agosto de 1991; publicado, entre otros lugares, en “Rito y
violación: el derecho de pernada en la Edad Media”, Actas de las Primeras Jornadas de
Historia de las Mujeres, Universidad de Luján, 1991, pp. 306-323; “Rito y violación:
derecho de pernada en la Baja Edad Media”, Historia Social, UNED, Valencia, nº 16,
primavera-verano 1993, pp. 3-17. (Recensión crítica: Alain BOUREAU, Le droit de
cuissage. La fabrication d’un mythe, XIII-XX siècle, Anexo II: “Le droit de cuissage en
Espagne. Réponse à Carlos Barros”, París, Albin Michel, 1995, pp. 264-267).
“Dereito de pernada”, ¡Viva El-Rei! Ensaios medievais, Vigo, 1996, pp. 43-74.
[1] A. PORTEAU-BITKER, "La justice laïque et le viol au Moyen Age", Revue
historique de droit français et étranger, nº 3, 1988, pp. 499-504; B. S. ANDERSON, J.
P. ZINSSER, Historia de las mujeres: una historia propia, I, Barcelona, 1991, pp. 140-
142, 301, 462.
[2] C. BARROS, Mentalidad justiciera, pp. 204-205; A. PORTEAU-BITKER, op.
cit., p. 502.
[3] M. ALBISTUR, D. ARMOGATHE, Histoire du féminisme français, 1, Cher,
1977, p. 46.
[4] Esta falta de noticias legislativas ha alentado y alienta dudas, en nuestra opinión
infundadas, sobre su existencia real.
[5] Fuero real, ed. de Azevedo Ferreira, Braga, 1982, p. 164.
[6] Ed. de J. A. ARIAS BONET, Valladolid, 1975, p. 89.
[7] En 1349 el adelantado mayor del rey pronunciara otra sentencia contra los
mismos campesinos, que no habían comparecido y se venían negando a acatar el señorío
de Sobrado y a pagarle las correspondientes rentas, publica M .C. PALLARES, el
monasterio de Sobrado: un ejemplo de protagonismo monástico en la Galicia medieval,
A Coruña, 1979, pp. 326-329.
[8] Publica B. VICETTO, Historia de Galicia, VI, Ferrol, 1872, p. 57.
[9] Ibidem, p. 62.
[10] Miembro seguramente de la comunidad religiosa de Sobrado, un monje o al
menos un hermano converso, véase M. C. PALLARES, op. cit., pp. 193-194.
[11] B. VICETTO, op. cit., p. 63.
[12] e que me pedian que yo que sopiese por los dichos previlegios o por
quantas partes pudiese, quales fueros eran tenidos a facer los dichos omes de
Aranga e que ellos los farian, idem, p. 57.
[13] ídem, p. 62.
[14] Mentalidad justiciera, p. 203.
[15] Archivo de Simancas, Registro General del Sello, II-1489, fol. 172.
[16] Cuando el violador es el agente señorial el temor es más físico, menos
complicado, y más sencillo el proceso de equiparación mental y legal a un malhechor
común por parte de la familia de la víctima.
[17] B. S. ANDERSON, J. P. ZINSSER, op. cit., p. 140; impotencia femenina
también frente al poder de los hombres de su familia que a buen seguro se avenían más
fácilmente que las víctimas a pagar sin rechistar el tributo corporal que ellas se
encargaban de satisfacer.
[18] La mayor parte de las denuncias por violación contra agentes señoriales que
hemos encontrado son colectivas.
[19] D. VALERA, Prosistas castellanos del siglo XV, I, BAE nº 116, Madrid,
1959, p. 9.
[20] También en los otros casos de nobles que vamos a estudiar, el Duque de Arjona
y Rodrigo de Luna, el final fue la muerte violenta, justificada, sobre todo en las
mentalidades colectivas, con esas acusaciones de violadores feudales, para quienes la
muerte era, en teoría al menos, pena obligada.
[21] ¿Non era el secreto medieval la compañía habitual de la mala conciencia y de
las malas obras?
[22] Chronología de los jueces de Castilla, BN ms. 19. 418, fol. 321.
[23] Plógole mucho la sciencia del trovar y gusto de tener en su casa grandes
trovadores (Marqués de Santillana), citado por A. LOPEZ FERREIRO, Historia de la
S. A. M Iglesia de Santiago, VII, Santiago, 1983, p. 44.
[24] Según información de testigos recogida en 1443, Archivo del Duque de Alba,
C-85-1.
[25] Mandó echar de torre abajo a un paje del que sospechaba -se demostró que sin
razón- dormia con las damas, 1480, información de hidalguía de López de
Marceo, Boletín del Museo Arqueológico de Orense, VI, 1950-1, p. 116.
[26] Testimonia un clérigo que el Duque derrocó la fortaleza de Marceo por dous
abades que lle durmian con las damas e acolléronse a la fortaleza, ídem, p. 118.
[27] Es perfectamente compatible desde la subjetividad del caballero contemplar
como legítima y hasta honesta, la relación sexual del señor con sus mujeres
dependientes (derecho de pernada) y como deshonesta si ellas hacen lo mismo con otros
hombres; el honor es cuestión de posesión.
[28] Chronologia de los jueces de Castilla, fol. 308.
[29] En 1426 el alcalde del Duque confirma una sentencia por homicidio dada por el
concejo de Ourense, publica X. FERRO COUSELO, A vida e a fala dos devanceiros, I,
Vigo, 1967, pp. 119-123.
[30] Después de derrocar Marceo, so pretexto de que allí se había acogido los
monjes que se acostaran con sus damas, su agraviado dueño, foise queixar al Rey por
la fortaleza e logo el duque foi citado pra corte por aquelo e por al, Información de
hidalguía..., p. 117.
[31] Chronologia de los jueces de Castilla, fol. 321; sigue escribiendo nuestro autor
que en negoçio de haçiendas no se sabe las tomasse a nadie, como si este fuese el
delito que habría que considerar más que el de llevar mujeres casadas y sin casar,
siempre a posteriori susceptible de una disculpa donjuanesca: Don fadrique pasó a la
historia como un audaz galán conquistador de emblecas, es decir, de mujeres
casadas, J. GARCIA ORO, La nobleza gallega en la Baja Edad Media, Santiago, 1981,
p. 39.
[32] El mejor ejemplo gallego: la tradición oral en defensa del Mariscal Pardo de
Cela, ajusticiado en 1483 por el gobernador de los Reyes Católicos.
[33] Las raíces culturales del mito literario de Stevenson sobre el doctor Jeckyll y
míster Hide (1886) son más antiguas de lo que podría pensarse.
[34] Memorial de diversas hazañas, Madrid, 1941, pp. 52-53.
[35] La visibilidad, familiaridad y libertad para el sexo perduran hasta el siglo XVII,
según Michel FOUCAULT, Historia de la sexualidad, 1, Madrid, 1987, pp. 9ss.
[36] Documentos del arzobispo Rodrigo de Luna del Archivo Catedral de Santiago
publicados en A. LOPEZ FERREIRO, Historia de la S. A. M. Iglesia de Santiago, VII,
pp. 219ss, Apéndice pp. 115-123; Don Rodrigo de Luna, Santiago, 1884, pp. 31ss; y
cartas reales de Enrique IV de los años 1458-1460 en el Archivo Histórico Diocesano de
Santiago, leg. 21, fols. 45, 51, 60, 66, 72, 73, 73v, 78, 84, 86, 89, 93, 95, 96, 101, 103v,
107-109, 112-126, 134-135.
[37] A. LOPEZ FERREIRO, Historia, VII, p. 242, apénd. p. 129.
[38] No es intrinsicamente imposible que D. Rodrigo hubiese cometido las
torpezas que se le achacan y que hubiese tenido el fin que se supone, Don Rodrigo
de Luna, p. 6.
[39] ídem, p. 57.
[40] Alineado con los nobles que empezaban a conspirar contra Enrique IV, Diego
de Valera escribe al Rey en 1462 dándole consejos que en realidad son acusaciones: que
si concedía dignidades eclesiásticas a onbres indinos, no mirando servicios, virtudes,
linages, ciencias; que si muchas cosas se callaron por algunos grandes varones que
se dixeron por otros menores, silencio complice que el firmante no había secundado
en el caso de Rodrigo de Luna y que casi seguro contiene una velada amenaza a Enrique
IV, pues a continuación Valera, con toda la intención intimidatoria, pasa revista a los
reyes y papas que fueron depuestos y hasta muertos por manos de sus vasallos, por su
mala governación; termina la epístola así: conviene tomar los caminos contrarios de
los que fasta aquí llevastes, Prosistas castellanos del siglo XV, I, BAE nº 116, Madrid,
1959, pp. 8-9.
[41] Memorial, p. 53.
[42] S. COVARRUVIAS, Tesoro de la lengua castellana o española (1611),
Madrid, 1984, p. 951; A. PALENCIA, Universal vocabulario (1490), Madrid, 1957, p.
181.
[43] La violación en sí con probabilidad se produjo después, en los aposentos del
arzobispo.
[44] En la revuelta que siguió a estos hechos, los vasallos se negaron a pagarle nada
al arzobispo y se sustrajeron totalmente de su jurisdicción, AHDS, leg. 21, fols. 45-135.
[45] Memorial, p. 53; el cronista nos habla de dos embajadas a la Corte, una antes
de la rebelión (donde informan del deonesto vivir) y otra después.
[46] No resiste la tentación de sacar el máximo provecho de la moraleja: De todos
los hombres, por grandes estados que sean, deven tomar exemplo, y guardarse de
fazer lo que no devan, confiando en su gran poder; acordándose ser Nuestro Señor
tan justo, que ni dexa mal sin pena ni bien sin galardón, ídem, p. 54.
[47] El propio Galíndez era hijo legitimado de un arcediano y de una doncella noble,
J. TORRES FONTES, Estudio sobre la "Crónica de Enrique IV" del Dr. Galíndez de
Carvajal, Murcia, 1946, p. 21.
[48] No dio en esto tanto remedio quanto dar se deviera, antes se creyo aver
avido plazer de los movimiento cometidos contra tan desonesto perlado, y por eso
tardo de proveer cosa alguna de lo que al arçobispo cumplia, ídem, p. 142.
[49] El 19 de marzo de 1458 se niegan los caballeros de la Tierra de Santiago, sus
vasallos, a seguir al arzobispo a la guerra de Granada, y el 7 de abril de 1458 firma el
Rey la primera carta ordenando que los caballeros en rebeldía abandonen la ciudad de
Santiago de la que se habían apoderado, A. LOPEZ FERREIRO, Don Rodrigo de Luna,
pp. 35-37; AHDS, leg. 21, fol. 45.
[50] Hacia 1455 cuenta el mismo Valera dos casos de servidores de Enrique IV, un
moro y un capitán, que tomaron por la fuerza a doncellas, y yendo los familiares y el
pueblo a pedir justicia al Rey, éste reacciona haciendo responsable por omisión a los
padres, por aver puesto muy mal recado es su casa y fija dexádola sola, amenazando
incluso con azotar a los demandantes, Memorial, pp. 28-29.
[51] Aunque también da por buena la versión de Valera de los raptos de doncellas
que Enrique IV dejara escandalosamente sin punición, J. TORRES
FONTES, Estudio..., pp. 109-110.
[52] Recordemos que por acostarse un clérigo con una casada virgen estaba prevista
como pena quitarle sus bienes y su oficio eclesiástico, Partidas I, 5, 35; los rebeldes
justicieros de Santiago y su Tierra no hicieron otra cosa, destronaron a Rodrigo de Luna
de la Mitra arzobispal y expropiaron sus beneficios terrenales en Galicia.
[53] Mucho antes de que los liberales del siglo XIX, por razones diversas, fustigaran
el derecho de pernada y otros usos feudales, lo hicieron a su modo los humanistas y los
reformistas católicos de los siglos XV, XVI y XVII.
[54] Remata nuestro clérigo historiador con una disquisición no exenta de valor
religioso-filosófico sobre las consecuencias de un instante de placer: Desta forma en
breve penó el breve gusto que tomó de aquella maldad con gravísimos y perpetuos
males, con que por justo juicio de Dios fué, como lo tenía bien merecido,
rigurosamente castigado, "Historia de España", Obras del Padre Juan de Mariana, II,
Madrid, 1854, p. 150.
[55] Teatro Eclesiastico, I, Madrid, 1645, p. 76; en efecto, Rodrigo de Luna fue
nombrado arzobispo a la edad no canónica de 24 años (siendo ya capellán mayor del rey
Juan II, tesorero de la Iglesia de León y notario apostólico), lo cual se resolvió
nombrándolo administrador apostólico, hasta que cumplió los 27 años y pudo ejercer
plenamente como arzobispo de Santiago, A. LOPEZ FERREIRO, Historia de la S. A.
M. Iglesia de Santiago, VII, pp. 187-193.
[56] Véase A. LOPEZ FERREIRO, Don Rodrigo de Alonso, p. 5 n 2.
[57] y estando en ella, mientras le dava la regla y forma de bien vivir, el Conde
de Tastamara Per Alvarez Ossorio, y otros Cavalleros le tomaron sus villas, y
fortalezas, las quales mientras vivio no las pudo cobrar. Murio desterrado de su
Iglesia, ídem, p. 77; en fin, en la versión del Padre Mariana, los caballeros rebeldes
semejan instrumentos divinos, y Enrique IV Moisés entregando las tablas de la ley,
imagen que desde luego no es propia del Padre Mariana, crítico feroz de dicho rey, sino
probablemente de los textos un poco más moderados de Valera y Galíndez.
[58] Publica Colección Diplomática de Galicia Histórica, Santiago, 1901, p. 26.
[59] Hemos estudiado en concreto el rol de los agravios en los levantamientos
gallegos de la segunda mitad del siglo XV en Mentalidad justiciera de los irmandiños,
Madrid, 1990.
[60] En 1468, el clérigo Rui Vázquez describe la revuelta popular contra Rodrigo de
Luna como una lucha antiseñorial: Por lo qual indo a mandado de noso señor el Rey,
se levantaronse contra él, non lle querendo obedescer por señor, et esto por los
pedidos grandes que el deitara ena çidade et villas et lugares desasperaron
dél, Crónica de Santa María de Iria, Santiago, 1951, p. 44; difícil sería encontrar aquí
la acusación contra Rodrigo de Luna por forzamiento, en general Rui Vázquez pasa por
alto cualquier crítica que pueda afectar a la Iglesia y a los señores prelados, el mismo
escribe su crónica por encargo de un canónigo de Santiago, y concentra toda su
hostilidad milenarista contra el mal vivir de los caballeros de Galicia que Dios había
castigado enviando a los irmandiños.
[61] El cabildo se divide; los minoritarios partidarios de Don Rodrigo huyen de
Compostela y se refugian durante dos años en Padrón, A. LOPEZ
FERREIRO, Historia, VII, p. 226.
[62] A. LOPEZ FERREIRO, Historia, VII, p. 208.
[63] Chrónica de las Tres Ordenes y Cavallerías de Santiago, Calatrava y
Alcántara (1572), Barcelona, 1976, fol. 79-80.
[64] R. GARCIA AGUILERA, M. HERNANDEZ OSSORNO, Revuelta y litigios
de los villanos de la encomienda de Fuenteobejuna (1476), Madrid, 1975, p. 124; E.
CABRERA, A. MOROS, Fuenteovejuna. La violencia antiseñorial en el siglo XV,
Barcelona, 1991, p. 148.
[65] Crónica de Enrique IV, BAE nº 258, pp. 286-287.
[66] íbidem.
[67] Chrónica, fol. 80.
[68] En plena refriega el Comendador quiere pactar: y les preguntó la causa de
tanta saña, o si deseaban la restitucion de las rentas que habia cobrado (Crónica de
Enrique IV, p. 286); pero se muestran irreductibles -prueba que la cuestión de los
tributos no estaba a primer plano- y continúan la lucha hasta darle cruda muerte, para
aplacar así su cólera justiciera y lavar el honor mancillado por los forzamientos.
[69] J. VICENS VIVES, Historia de los remensas (en el siglo XV), Barcelona, 1978,
p. 342.
[70] La formulación en el proyecto de concordia de 1462 es semejante con el matiz
de la relatividad: Que lo senyor no puxe dormir la primera nit ab la muller del
pages. Item pretenen alguns senyores, que com lo pages pren muller, lo senyor ha a
dormir la primera nit ab ella, E. HINOJOSA, El régimen señorial y la cuestión
agraria en Cataluña durante la Edad Media, Madrid, 1905, apéndice, p. 8.
[71] Vale asir, pero comúnmente se toma por llevar a la cárcel, S.
COBARRUVIAS, Tesoro de la lengua, p. 880.
[72] Se suele traducir "derecho de pernada" como el rito feudal de poner la pierna
del señor sobre el lecho de los vasallos la noche de la boda; todavía más moderado
como ritual de apropiación simbólica.
[73] E. HINOJOSA, loc. cit.
[74] Responen los dits senyors que no saben ne crehen que tal servitut sia en lo
present principat ni sia may per algun senyor exhigida, loc. cit.
[75] loc. cit.

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