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“AHORA QUE DE LUZ TU NIEBLA DORAS” REFLEXIONES ENTORNO A LA

CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO SEÑORIAL A COMIENZOS DEL SIGLO XVII.


JUAN LUIS CARRIAZO RUBIO. Universidad de Huelva.

En la conocidísima dedicatoria de la Fábula de Polifemo y Galatea (1612), Góngora


ofrece sus “rimas sonoras” al “excelso conde” de Niebla, don Manuel Alonso Pérez de Guzmán,
primogénito y heredero del VII duque de Medina Sidonia, y le insta a escucharlas “ahora que de
luz tu Niebla doras”, / […] / si ya los muros no te ven, de Huelva, / peinar el viento, fatigar la
selva”. El título condal de Niebla permite al poeta un juego de palabras que, más allá del símil
meteorológico, convierte la villa en un escenario dominado, poseído y, al mismo tiempo,
necesitado de la acción vivífica y beneficiosa del poder señorial. Bien es cierto que el topónimo
Niebla podría remitir no sólo a la población concreta, sino también al extenso condado que,
desde 1368, quedó vinculado al linaje de los señores de Sanlúcar de Barrameda. No obstante,
ya García de Salcedo Coronel, en 1629, explicaba cómo la luz del conde, convertido en sol,
“ilustraba aquella villa suya”; y Robert Jammes no duda en afirmar que “Góngora evoca ambas
residencias [Niebla y Huelva] en la dedicatoria del Polifemo.

Desde febrero de 1599 el conde de Niebla, recién casado con doña Juana de
Sandoval, hija mayor del marqués de Denia y conde –luego duque- de Lerma, residía en
Huelva. La villa y, especialmente, su viejo castillo medieval sufrieron significativas
transformaciones. Ya en 1594 tenemos documentados trabajos de restauración y
acondicionamiento en la fortaleza, que no hicieron sino intensificarse con la llegada de los
condes en 1599. Pocos años después, en 1605, comenzaron las obras del convento de la
Merced. Verdaderamente, la presencia efectiva del señor confería brillo a la población elegido
como residencia. ¿Cabe pues, la posibilidad de vincular la dorada Niebla de Góngora con
alguna acción concreta en la villa cabeza del condado?
La más clara evidencia material del dominio de los Guzmanes sobre Niebla era, sin
lugar a dudas, su alcázar señorial, construido hacia 1470 como expresión del poder de la casa
ducal. Góngora debió verlo en 1607, camino de Lepe. Aquella impresionante fortificación –una
de las mayores de Andalucía- no exhibía ya el orgullo de antaño. Como había ocurrido en
Huelva, el viejo castillo medieval precisaba de importantes trabajos de rehabilitación que, por lo
general, se iban demorando. Sabemos, por ejemplo, que en 1551 el sexto duque envió al
maestro mayor de las obras de Medina Sidonia a visitar la fortaleza de Niebla. Conservamos
también un documento de 1564 por el que la condesa de Niebla, madre del VII duque de
Medina Sidonia, ordena comprar piedra y cal, “a los más moderados precios que sea posible”,
para “la obra del muro de la fortaleza de la dicha villa”. La misma condesa encarga en 1568 la
sustitución de la solería “de ladrillo rebocado de la torre del omenaje e terrados de la fortaleza
de Niebla”. Casi una década más tarde, en 1577, encontramos de nuevo al “obrero mayor” de
la Casa de Medina Sidonia visitando la fortaleza iliplense para “ver si tenía neçesidad de
algunos reparos”. Tres años después, en el verano de 1580, el VII duque estuvo en Niebla,
aunque no tenemos constancias de que ordenara obras en la fortaleza por estas fechas. Ello
no quiere decir que encontrara el alcázar en buenas condiciones, pues pocos meses después,
en enero de 1581, envió a Niebla al “obrero mayor” de la Casa “a saber los reparos que a
menester la fortaleza”. Cuando Góngora escribe su Polifemo, la situación del castillo de Niebla,
verdadero emblema de la preeminencia de los Guzmanes andaluces, no habría cambiado
mucho. En todo caso, a peor, pues aún aguardaban al vetusto edificio varias décadas más de
deterioro.
Se admite que la composición del Polifemo “debió ocupar al poeta buena parte de 1612
y 1613”. Curiosamente tenemos constancia documental de que en verano de 1612 se
realizaron obras de relativa importancia en la fortaleza de Niebla. Por orden del duque de
Medina Sidonia, fechada el 7 de junio, el tesorero Bernardo de Novela entregó 100 reales al
“maestro mayor de las obras de la Casa de Su Excelencia” y a un carpintero “para su gasto a la
villa de Niebla, donde fueron a ver la fortaleza y alcáçardella para saber el reparo ques
menester”. La libranza del duque especifica que debían desplazarse a Niebla para ver “los
reparos que serán menester hacerse en la fortaleça de aquella villa y los materiales que para
ello se han de proveer”. Sabemos que ambos obedecieron la orden del duque porque el 15 de
junio se ordenó el pago de 27 reales a un “alquilador de mulas” en Sanlúcar, por “el alquilé de
dos mulas en que fueron Bartolomé Rodríguez, maestro mayor de las obras de la Casa de Su
Excelencia y Juan de Bonilla, carpintero, a la villa de Niebla a ver los reparos que son menester
en la fortaleza de aquella villa”. La libranza del duque no deja lugar a dudas sobre la realización
del desplazamiento, pues se refiere a las mulas en las que “fueron” a Niebla el maestro mayor
y el carpintero. Además especifica que en dicha visita “se ocuparon seis días”.
Paralelamente el maestro mayor debía seguir atendiendo las habituales tareas de
mantenimiento en el palacio ducal y en la villa, como prueba el pago que se le hizo en estos
mismos momentos para sufragar los gastos de los jornales de los trabajadores que repararon
“la cañería de la güerta de los laureles y de la fuente de la plaça de abaxo” de Sanlúcar. No
obstante, las cuentas del tesorero Bernardo de Novela dejan constancia de que el proyecto de
reparación del alcázar de Niebla siguió su curso. Por libranza del duque de 19 de junio, abonó
a un “trabajador de la playa” de Sanlúcar 30 reales para él y para varios compañeros suyos
“porque desembarcaron y llevaron desde la playa a la aduana treinta dozenas de tablas para
llevarlas a Niebla para el adereço de la fortaleza”. Si bien las obras de Niebla demandaban un
mayor aporte de materiales. El 23 de junio el duque mandó pagar a un aserrador 62 reales “por
la madera que él y sus compañeros aserraron en seis días para -------------
Por cinco días de trabajo; el 7 de julio 62 reales por 12 jornales y el 21 de julio, 12
reales por el trabajo de varios hombres durante una jornada. Todos los apuntes indican que las
tablas tenían como destino las obras de la fortaleza de Niebla, aunque en el último se añade
también la de Trigueros, que parece necesitada también de obras de mantenimiento. Además
de la madera sabemos también que el mismo 21 de julio se ordenó el pago de 60 reales por
tres mil clavos. En la libranza del duque se especifica que el destino de los clavos era “la obra y
reparos que mandé hazer en las fortalezas de mi villa de Niebla y Trigueros”. Dos días
después, el 23 de julio, se ordenó pagar 10600 maravedíes a un “herrero gitano” por “trezientos
nudos de gonçes que dio […] para la obra que se haze en la fortaleza de Niebla. Este último
testimonio resulta especialmente interesante, pues la obra se nos presenta como una realidad
en fase de ejecución.

Los materiales comprados y almacenados en Sanlúcar eran conducidos por mar hasta
San Juan del Puerto, en la margen derecha del río Tinto, y desde allí, por tierra, hasta Niebla.
El 9 de julio el duque mandó pagar 22 ducados a un “arráez” por el flete “en que llevó al
condado, a la villa de San Juan del Puerto, maderas y tablas aserradizas, para el adereço de
las fortalezas de Niebla y Trigueros”. Ese mismo día se concertó otro flete por idéntico importe
con otro “arráez”, por llevar “maderas de robre y tablas asseradizas y otras al vado de Mari
Suárez, para el adereço que se haze en las fortalezas de Niebla y Trigueros”. La última noticia
documental que tenemos constatada de estas obras corresponde al 12 de octubre. El duque
ordena al tesorero Novela que pague a un “mercader de madera residente en esta ciudad” de
Sanlúcar, 1695 reales por “çienterçiadas de madera de roble y castaño de veinte y dos y veinte
pies de largo, a quinze reales cada una, y quinze carros de madera para alfargías1, a treze
reales el carro, que se le compraron y llevaron a nuestras villas de Niebla y Trigueros para el
adereço de los castillos dellas”. La diversidad de maderas adquiridas, con medidas y formas
concretas, advierte sobre las necesidades puntuales de unos trabajos que debían continuar
tres meses después de la visita del maestro mayor. Ahora bien, al cabo de diez días, el 22 de
octubre, el duque ordenó al tesorero Novela que pagase “a los maestros mayores Juan de
Bonilla y Bartolomé Rodríguez” 50 reales “para su gasto, que van a Sevilla a ver los reparos
que an menester mis casas”. Comprobamos así que el carpintero Bonilla, que acompaño al
maestro mayor Bartolomé Rodríguez en su visita a Niebla en el mes de julio anterior, ha
ascendido de categoría. Tal vez la necesidad de atender obras en lugares distintos y distantes
de Sanlúcar aconsejara aumentar el número de maestros. No sabemos hasta qué punto la
atención que requería la residencia ducal en Sevilla, mermó los esfuerzos destinados a la

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Las alfarjías son maderos empleados para cercos de puertas y ventanas o para formar el armazón de
los techos apoyándose en las vigas.
fortaleza de Niebla, pero lo cierto es que no hemos localizado pagos relacionados con estos
trabajos durante las semanas y meses siguientes a octubre de 1612. Las obras en el alcázar
de Niebla debieron quedar interrumpidas o limitadas a su mínima expresión, a juzgar por el
aspecto que seguirá ofreciendo algunos años más tarde.

Desde luego, no podemos afirmar que Góngora conociera las obras que se habían
emprendido o que se iban a emprender en Niebla, pues ello no pasaría de ser una simple
conjetura difícil de sostener. Aun así, no podemos negar que dicha conjetura dotaría de un
sentido concreto y cronológico al “ahora” en que Góngora sitúa la acción benéfica del conde
sobre Niebla. Puestos a conjeturar, también podemos contemplar otra posibilidad: que Góngora
no tuviera conocimiento alguno de las obras cuando compuso las octavas iniciales del Polifemo
–lo más probable, por otra parte- pero que el maltratado castillo de Niebla sí se beneficiara, de
alguna forma, de los versos del poeta. Si aceptamos una fecha temprana para la redacción
inicial del texto, en la primera mitad de 1612, no sería descartable que su destinatario tuviera
pronto conocimiento de la composición. Aquel “ahora que de luz tu Niebla doras” podría haber
recordado al conde, e incluso al propio duque, la obligación tantas veces postergada de
acometer una rehabilitación completa del castillo de Niebla y de otros edificios que, como
aquel, acumulaban décadas de olvido y abandono, pese a ser la imagen más evidente del
poder señorial en muchas poblaciones.
De lo que no cabe duda es de que, azuzado o no por la dedicatoria gongorina, el conde
de Niebla será quien definitivamente afronte la restauración completa de la fortaleza, aunque
para ello tenga que esperar para convertirse en duque. El 25 de julio de 1615, en Sanlúcar de
Barrameda, moría el VII duque de Medina Sidonia y su primogénito, nuestro conde de Niebla,
le sucedía al frente de una de las principales casas nobiliarias del reino. Resulta muy
significativo que tan sólo un mes después de producirse la sucesión, el nuevo duque retomara
los trabajos en el castillo de Niebla. En efecto, el 1 de septiembre, desde Huelva, el VIII duque
ordenó a los licenciados Jorge Méndez Godínez, de su consejo, y Mesa de Escalante,
corregidor de Niebla, que, juntos y en compañía de “los alarifes que más esperiençia tengan
del arte y prática” visitasen “el dicho castillo, sus murallas, con particular atençión” y que
hiciesen una relación exhaustiva“ de lo que para su conserbaçionconbieneaderezalle y para su
adorno”. Y añade: “lo que pidiere preçissanezesidad de remedio para que no se cayga este
dicho edifiçio y castillo se me pondrá aparte, y esto sea luego por estar informado
quantocombiene el dicho reparo y requerido de que no me diescuide en mandar que se haga”.
Los alarifes elegidos fueron Pedro Gómez y Pedro Sánchez de Olvera maestros de albañilería.
El 14 de septiembre los cuatro hombres realizan la visita a la fortaleza de Niebla. Los albañiles
se comprometieron bajo juramento a “ver y declarar lo que la dicha fortaleza y sus torres y lo a
ella tocante tiene necesidad repararse y labrar, y lo que podrá costar, y de dar memoria y
relasiondello”. Dos días después, el 16 de septiembre, los albañiles comparecieron ante los
licenciados y especificaron pormenorizadamente las obras que debían acometerse. Para mayor
claridad, realizaron un dibujo de la planta de la fortaleza que posee un extraordinario interés
documental, al ser la representación gráfica más antigua conservada del edificio. La
declaración de los albañiles constituye igualmente un testimonio fundamental para conocer la
estructura interna y organización del alcázar iliplense, pues van enumerando y cuantificando
los trabajos necesarios en cada una de las estancias.

En conjunto, el panorama resulta desolador. En la torre del homenaje aconsejan


eliminar la merlatura decorativa de flores de lis, pues la mayoría “están caídas” y otras“ se
están caiendo y causan desygualdad y fealdad”. Es preciso arreglar los terrados o cubiertas,
pues en algunas salas el techo “ se está hundiendo”. Además hay que “cortar higueras”,
eliminar raíces y “linpiar caños”. En las salas hay que reponer vigas y ventanas. En la “sala
real”, por ejemplo, “se an de poner unas tavicas, questán caídas unas y otras avexigadas y
caiéndose, ques mucha fealdad para tan sala prinçipal y se podrá tener mayor daño si se
quedase así”. En la puerta de la sala de la media naranja, llamada así por la forma del
artesonado que la cubría y que la convertía en la estancia más noble del edificio, había que
restaurar la cúpula y en la puerta de acceso desde el patio, “poner los asulejosquestán
hundidos y causan mucha fealdad”. Además hay que “tapar unas hendeduras questán en los
arcos de yesería porque se puede seguir mayor daño”. Varios aposentos próximos necesitan
“dos saquisamíes y aderesar las puertas y ventanas y echar suelos de cal y arena y otros
reparos menudos”. En otros sitios “se an de haser los entresuelos questán desbaratados” para
que los aposentos “se puedan habitar”. En las cocinas es preciso “haser un entresuelo que se
quemó con el fuego de los hornos”. En el jardín hay que reparar la noria existente “para que los
naranjos se rieguen, porque d otra manera se van perdiendo, porquesto es lo peor y más
maltratado questá en el castillo”. No era mucho mejor el aspecto del puente levadizo que
separaba la zona privada del patio de armas. Los maestros albañiles advirtieron de que “el
paso que solía ser puente levadisa y agora está hecha de tablas naltratads y podridas tiene
nesesidad de un alcantarilla de alvañiría con sus pretiles”. En las caballerizas había que “echar
suelos”, arreglar los agujeros del tejado y “reparar todas las pesebreras”. Por si todo esto no
fuera poco, un cubo o torreón próximo a la torre del homenaje se había caído. En opinión de
los albañiles, esta reparación
es cosa presisa y no puede escusarse que se haga de nuevo, porque a la mesma torre
principal le viene mucho daño porque se le comunican las aguas por las concavidades
y se quedan en los simientos, demás de que se quita la correspondensia que ay de
unos cubos con otros y hase muy grande fealdad, y tanto más estando el dicho torreón
en el camino de Sevilla, ques paso de los que van y vienen.
El descuido y deterioro era, pues, fácilmente perceptible, y hubo de serlo también para
Góngora en 1607. Los maestros albañiles advierten de que “todas las murallas, torres y cubos,
y serca de afuera están llenas de higueras y otros ervasos muy gruesoscuiasraiseshasen
mucho perjuizio al deifiçio y mueven las piedras de sus asientos”. Además hay que “aderesar
todas las almenas que están desvaratadas y los cubos pequeños de las torres que están de la
mesmaformay su fealdad deshasen a los demás questán buenos”.
Los maestros que visitaron la fortaleza de Niebla en septiembre de 1615planteaban la
realización de unas obras tan necesarias como ambiciosas que, por esto mismo, no debieron
llevarse a cabo tampoco en esta ocasión. Tenemos que esperar hasta 1618 para encontrar
documentada una intervención de cierto calado en el edificio, aunque ni mucho menos tan
amplia y profunda como aconsejaron Pedro Gómez y pedro Sánchez de Olvera tres años
antes. Curiosamente, el 15 de septiembre de 1617, desde Almonte, el duque de Medina
Sidonia escribió a su tesorero Lorenzo Dávila ordenándole que llevara cierto documento a la
marquesa de Ayamonte. Dado que estaba informado de la necesidad de reparar “algunas
goteras” en “el portillo” de Niebla, lo cual “con poco se podía acomodar”, le dice que “cuando
estéis en aquella villa beréis esto y haréis que se repare muy bien”. La intervención debía
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limitarse a las goteras, pues “lo demás del castillo pide más espacio”.

Tenemos documentadas las obras desde enero de 1618, gracias a una “memoria del
gasto que se hacen en los reparos de por orden del señor don Lorenço Dávila y Estrada,
thesorero del duque mi señor, se gastan en el alcáçar y castillo que Su Excelencia tiene en
esta villa de Niebla”3. Sabemos que los días 22 y 23 de enero un peón de albañil estuvo
hirviendo cal y arena para la obra. Es la primera anotación de la “memoria”. Luego aparecen
otras sobre el acarreo de tejas y ladrillo, las cargas de arena, el alquiler de herramientas o la
compra de esportones, clavos, madera e incluso de una escoba “para barrer las torres y
azoteas” del alcázar. Se repararon las chimeneas, se cortaron las higueras que crecían en las
torres, se clavaron las tablas del puente levadizo y se adecentaron puertas y ventanas. Hubo
que traer a un “carpintero de lo blanco”, llamado Juan de Torres, para reparar los artesonados
de los techos con alfarjías transportadas desde San Juan del Puerto. No solían trabajar más de
seis albañiles, entre oficiales y peones, y dos carpinteros, contando a Torres y su ayudante, por
lo que las obras se prolongaron hasta el mes de septiembre. Para esta obra se compraron
1000 ladrillos, 500 tejas y maderas de distintos tipos y tamaños para reparar el puente levadizo,
las puertas, ventanas, techos y artesonados.

2
AGFCMS, leg. 2956.
3
Ibid., de aquí proceden también las notas siguientes.
Aunque esta vez sí se trabajó de manera efectiva y continuada en el edificio, no se
resolvieron los problemas estructurales que presentaba. Pocos años después, en 1621, hubo
que intervenir de nuevo. Se conserva una prolija memoria del “gasto que se hace e los reparos
del castillo de Niebla” en estos momentos. El documento alcanza casi las cien páginas, en las
que se anotan detalladamente los pagos realizados. El primero de ellos está fechado el 26 de
mayo de 1621y tiene por beneficiarios a dos caleros de Niebla por “veinte cahices de cal biba
que de su horno se truxeron para el aderezo y reparos del alcázar y castillo que en esta villa
tiene Su Excelencia el duque4”. A finales de diciembre de aquel año el tesorero Lorenzo Dávila
escribía al duque que “las fortalezas de Niebla y Trigueros an tenido reparos tan encubiertos
que donde juzgamos ay un día de obra se hallan quatro5”. Las causas eran el mal estado de las
vigas, “que milagrosamente se an sustentado hasta ahora”. El tesorero comenta las dificultades
que tiene para encontrar vigas de la suficiente longitud, y pide que se le envíen maderas a tal
efecto por mar desde Sanlúcar hasta el puerto de San Juan del Puerto. El duque, por su parte,
le responde el 8 de enero de 1622 prometiéndole la madera y solicitando rapidez en la
ejecución: “daréis prisa en que esto se concluya”. Dos meses después, el tesorero Dávila
confiesa que “la obra de la fortaleza de Niebla a quinse días que prosigue”, pues “estavan tan
podridas las más de las [vigas] y tan solapadas que se alarga y gasto más de lo que yo
quisiera”. A lo cual responde el duque, con fecha 18 de marzo, de manera muy expresiva:
Estas obras de la fortaleza se dilatan y gastase en ellas más de lo que yo quisiera. Por vuestra
vida que procuréis que se acaven ya, no haçiendo más de lo que presçissamenteayan
menester”. Aun así, los trabajos en el alcázar iliplense no concluirían hasta junio de 1622. El
día 4 de este mes Lorenzo Dávila escribe de nuevo al duque anunciándole la inminente
finalización de la obra, “que ha sido un aderezo muy grande y de mucho gasto, en que
empezamos por poco pero, como he avisado a Vuestra Excelencia, estaba tan solapado que
ha sido milagrossacossa que salas y asoteas no se ayan venido avajo6”. También se había
trabajado en el castillo de Trigueros y se seguía haciéndolo en el de Huelva. Solamente las de
Niebla ascendían a 331061 maravedíes, o lo que es lo mismo, 9737 reales.

El duque don Manuel Alonso seguirá al frente de la casa de Medina Sidonia durante 14
años más, hasta 1636, y todavía tendrá que afrontar nuevas intervenciones en el castillo de
Niebla. En abril de 1634 da órdenes al respecto 7. Un albañil, vecino de San Juan del Puerto,
recibe 4814 reales por sus servicios en esta tarea. En Sanlúcar de Barrameda se pagan 1140
reales por la madera que se envió “para el adereço de los castillos de huelva y Niebla”8. Y las
obras debieron continuar. Unas cuentas fechadas en febrero de 1636dejan constancia del pago
de 30995 reales en materiales y otros 8227 en jornales9. En total 39222 reales, una suma
bastante elevada que da idea de la atención que el duque prestó a la fortaleza de Niebla
durante los años que estuvo al frente de la Casa, al término de los cuales, sin lugar a dudas, el
viejo alcázar señorial presentaba un aspecto mucho mejor que el que pudo ver Góngora en
1607, o el que seguía teniendo en 1612, cuando eran los versos nuevos del Polifemo y no las
piedras de los antepasados los que intentaban captar la atención de un conde cada vez menos
joven y más consciente de las obligaciones que habría de asumir como cabeza de uno de los
linajes más antiguos y poderosos del reino.

4
AGFCMS, leg. 2990
5
AGFCMS,leg. 3006
6
AGFCMS, leg. 2990
7
AGFCMS, leg. 3100
8
AGFCMS, leg. 3110
9
AGFCMS, leg. 3111

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