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LILLIAN HELLMAN Las Inocentes
LILLIAN HELLMAN Las Inocentes
LAS INOCENTES
ACTO PRIMERO
ESCENA I
(Al levantarse el telón, la señora Mortar está sentada en una
butaca, la cabeza inclinada y los ojos cerrados. Es una mujer de
unos 40 años... largos. Muy peripuesta y arreglada. Sus cabellos
están harto teñidos. La ropa no es lo sencilla que debiera ser en
una escuela. Seis señoritas de catorce a diez y seis años cosen,
zurcen, sin darle gran importancia a lo que hacen. Charlan,
murmuran. Una muchacha, Evelyna Mum se dedica a cortar los
cabellos a Rosalía con las tijeras de costura. Rosalía está inquieta
por el resultado del corte de pelo. En cambio, Evelyna se divierte
bastante. Peggy está sentada sobre el brazo del canapé en
segundo plano, lee en voz alta y se aburre con solemnidad; lee
maquinalmente)
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(Evelyna da un tirón en los cabellos de Rosalía. Esta ahoga un
grito. Peggy levanta los ojos).
ESCENA II
Los mismos y María
ESCENA III
Los mismos menos María
ESCENA IV
Los mismos y Karen
ESCENA VI
Karen, María y la señora Mortar
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(María espera con la espalda vuelta al público. Karen pone un
poco de orden en la habitación mientras habla).
ESCENA VII
Marta, luego Karen
ESCENA VIII
Las mismas y José Carvin, doctor.
ESCENA IX
Mortar, Marta, poco después Peggy y Evelyna
ESCENA X
Carvin, Marta y luego Karen
ESCENA XII
Carvin, María, Karen. Luego Evelyna y Peggy.
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(María abre la puerta de la derecha, entra terminándose de
abrochar el botón del cuello.)
ESCENA XIII
María, Evelyna y Peggy.
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(En cuanto la puerta se ha cerrado, María levanta la cabeza,
salta, agarro un almohadón y lo tira sobre la puerta.)
TELÓN
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ACTO SEGUNDO
CUADRO I
ESCENA I
Ágata y María
ESCENA II
María, sola. Luego la señora Tilford y Ágata.
ESCENA III
La señora Tilford y María
TELÓN
SEGUNDO CUADRO
La misma decoración. Unas horas más tarde.
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ESCENA I
María. Ágata, luego, entre cajas. Rosalía
ESCENA II
María, Rosalía, luego la señora Tilford
ESCENA III
Señora Tilford y Carvin
ESCENA IV
Los mismos y Karen y Marta
KAREN.— (Al ver a José). ¡José! ¿Qué haces aquí? ¿Se trata de
una broma?
MARTA.— (Violentamente a la señora Tilford). Hemos venido
para saber exactamente que es lo que pasa.
GARVÍN.— (A Karen). Pero ¿qué ocurre?
KAREN.— Está usted loca, señora. Pero ¿por qué nos ha hecho
usted eso?
CARVIN.— Pero ¿de qué habláis? ¿Que quieres decir?
Sra. TILFORD.— Pueden y deben ustedes retirarse. Aquí no
tienen ustedes nada que hacer.
CARVIN.— Pero, señor, ¿de qué se trata?.
KAREN.— He intentado telefonearte... ¿No te han dicho nada?
CARVIN.— Nadie me ha dicho nada... No escucho más que
palabras incoherentes. ¿Pero, qué pasa? (Se sobresalta, intenta
romper a hablar y hace signos de que no puede). Marta, hable
usted, ¿qué hay?
MARTA.— Todos se han vuelto locos. No sabemos nada.
CARVIN.— Pero ¿qué ha ocurrido?
KAREN.— No sabemos nada. Nadie ha querido decirnos la
verdad, nadie ha querido darnos una explicación...
MARTA.— Yo le explicaré. En el preciso momento en que íbamos
a sentarnos a la mesa para cenar, a la siete de esta tarde ha llegado
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el chófer de la señora Murn a decirnos que Evelyna debía regresar
inmediatamente a su casa. A las siete y media ha llegado la señora
Burton y nos ha dicho que se llevaba enseguida a su hija Helena y
que era necesario que le hicieran todo el equipaje; que esperaría en
la puerta con su hija pues no quería entrar de ninguna manera en
una casa semejante. Cinco minutos más tarde era el mayordomo de
la señora Wells la que llegaba en busca de Rosalía.
CARVIN.— ¿Y el motivo?
MARTA.— Nadie nos lo ha dicho. Parecía cosa de locos.
Entraban, salían, se empujaban... Metían rápidamente a los niños
en los autos y huían.
KAREN.— (Más tranquila, toma de la mano a Carvin y dice).
Escucha, la señora Rogers nos lo ha dicho. Una cosa innoble...
Parece que la señora Tilford nos ha levantado una calumnia
infame... que Marta y yo somos... (Su voz se ahoga. Carvin
atraviesa la escena y por último, interpela a su tía).
CARVIN.— Tú has dicho eso.
Sra. TILFORD.— Sí.
CARVIN.— ¿Estás loca?
Sra. TILFORD.— Bien sabes que no.
CARVIN.—Entonces por qué lo has dicho.
Sra. TILFORD.— Porque es verdad.
KAREN.— ¿Cómo? Pero, ¿puede usted creer semejante vileza?...
MARTA.— (Fuera de sí). Loca, miserable...
KAREN.— ¿Pero se da usted cuenta de lo qué dice?
Sra. TILFORD.— Me doy perfecta cuenta.
MARTA.— Usted no se da cuenta de nada. Usted no sabe lo que
dice... Usted está loca...
Sra. TILFORD.— Por eso pienso también que ustedes no debían
haber entrado jamás en esta casa. (Tranquila, mirando a Marta).
Yo no insulto jamás a nadie y no voy a permitir que se me insulte.
Acabemos. No voy a discutir con ustedes...
KAREN.— ¿Pero qué es lo que dice esta mujer, José? ¿Qué tiene
contra nosotras?
MARTA.— (Dulcemente, hallándose a sí misma). Es una
pesadilla; una verdadera pesadilla. (Se remueve ligeramente). ¡Es
horrible! Y estamos aquí con e! aire de aceptar mansamente este
crimen social que contra nosotras se comete... Pero ¿cree usted que
vamos a permitir que se nos injurie así como así. sin defendernos;
cree usted que dejaremos que sus injurias nos cubran de
vergüenza?
Sra. TILFORD.— Esta discusión es inútil tanto para ustedes, como
para mí, como para todos...
MARTA.— (Despreciándola). ¿Para todos? No... ¡Oídla!... Se cree
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que juega con muñecas de barracón que no se defienden de las
piedras que les tiran. Pues bien; se equivoca usted! ¿No
comprende usted que somos seres vivos? ¿Que tenemos sangre en
las venas para defendernos? Es nuestra vida, nuestro honor,
nuestro pan, lo que defendemos. No es una cosa baladí. ¿Es usted
capaz de comprenderlo?
Sra. TILFORD.— (Por primera ves irritada). Soy capaz de
comprender esto y otras muchas cosas, señorita. Son ustedes las
que no han sabido comprender nuestra bondad al confiarles a
nuestras hijas... Y por eso he intervenido. (Mas pausada). Yo sé
que lo que he hecho es grave para ustedes; pero también el mal
ejemplo de ustedes era grave para los demás.
CARVIN.— Me cuesta creer lo que dices...
Sra. TILFORD.— Yo he querido evitar esta entrevista porque no
ha de dar ningún resultado... Pero, en fin. si han venido ustedes
para cerciorarse de quien era la persona que les había denunciado
ya están ustedes enteradas. Dejemos las cosas aquí. Están ustedes
en mi casa contra mi voluntad. Salgan inmediatamente. Lamento
José que hayas de sufrir esta afrenta.
CARVIN.— Poco me importan sus lamentaciones...
Sra. TILFORD.— Está bien. De todas maneras ya sé que nada
puedo hacer y que nada quiero hacer...
CARVIN.— Bastante ha hecho usted señora...
Sra. TILFORD.— He actuado de acuerdo con mi conciencia. Lo
que ellas sean no le afecta más que a ellas. Pero la cosa es grave si
los niños pueden sufrir las consecuencias.
KAREN.— ¡Pero no es verdad! No hay una palabra verdadera en
todo esto... Usted no quiere comprender.
Sra. TILFORD.— No he de reclamar ninguna sanción contra
ustedes pero tampoco hay razón para buscar querella... Este
escándalo son ustedes las que lo han provocado. Salgan. Yo no
quiero comprender nada, en efecto... Salgan.
MARTA.— (Lentamente). Ya... Así, simplemente, sin
defendernos...
Sra. TILFORD.— No creo que sea lo mejor que puedan hacer.
MARTA.— Algún medio ha de haber para que usted pague el daño
que nos ha hecho; y ese medio lo hemos de conseguir.
Sra. TILFORD.— No me parece lo más prudente para ustedes.
KAREN.— Ni para usted... Por eso, tiene usted miedo...
Sra. TILFORD.— ¿Miedo yo? Yo no lo tengo, señorita...
CARVIN.— Tienes más de setenta años y ya no sabes lo que
dices...
Sra. TILFORD.— No es verdad, y no me ofenden tus palabras...
KAREN.— (Acercándose.) Es usted quien ha creado el escándalo.
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(La señora Tilford vuelve el rostro.) ¿Entiende usted? siento
náuseas... Todo esto no es más que una vil calumnia. No hay una
sola palabra de verdad en todo ello y no obstante tenemos que
defendernos. ¿Y contra qué? Contra una calumnia abominable.
Sra. TILFORD.— Lo siento pero no puedo creerlo...
CARVIN.— (Apasionado). Pero tú puedes creer esto: las dos han
trabajado durante ocho años, ahorrando moneda tras moneda para
poder comprar aquella granja y fundar una escuela. Ellas se han
privado de todo lo que no suelen privarse las jóvenes de su edad.
Tú no sabes los sacrificios que se han impuesto para lograrlo. La
escuela era su dignidad social; el pan cotidiano y el trabajo ho-
nesto. ¿ Sabes lo que es trabajar todos los días, sin cesar, para
lograr lo que uno se ha propuesto ?... Ellas dos lo saben bien. Y
cuando lo han obtenido, vas tú y de un soplo destruyes de una vez,
un pasado, un presente y un porvenir. Pero, por Dios, ¿por qué has
hecho eso?
Sra. TILFORD.— ¡Que le vamos a hacer! ¡Mi conciencia!.
CARVIN.— ¡Bonita cosa, tu conciencia!...
Sra. TILFORD.— ¡Oh! Te comprendo, José, y te perdono.
CARVIN.— Tú no comprendes nada...
Sra. TILFORD.— Te he querido como a uno de mis hijos, yo, en
este caso hubiera sido inflexible con ellos, como lo soy contigo.
MARTA.— (Con voz sorda). Pero, ¿qué es lo que podemos hacer?
Debe haber algo que la hiera... Alguna cosa que le haga sentir
nuestra verdad... Vea, señora, dice usted que no quiere saber nada
de este escándalo... Pues bien, en él estará usted metida. En mayor
o menor escala... ¿Usted mantiene cuanto ha dicho y está usted
dispuesta a repetirlo ante testigos?
Sra. TILFORD— Y, claro.
MARTA.— Muy bien. Pero no crea usted que ya a poderlo repetir
en voz baja. Es usted quien ha inventado la mentira infamante;
nosotros le obligaremos a que lo repita muy alto ante el mundo...
La llevaremos a los tribunales para que pruebe su injuria.
Sra. TILFORD.— Es una resolución bastante peligrosa...
KAREN.— Sí, para usted.
Sra. TILFORD.— No. Para ustedes. Es por ustedes por quien
siento miedo. Ustedes han tenido el descaro de negar aquí y van
ustedes a atreverse a negar en público? Se equivocan ustedes. Es
una anciana la que se lo dice... Soy vieja y he visto a mucha gente
actuar por orgullo y el orgullo las ha perdido...
MARTA.— ¡Ah, ya! ¿Y cree usted que su edad va a preservarla de
nuestros ataques?
Sra. TILFORD.— No es eso lo que quiero decir y ustedes lo
saben.
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CARVIN.— (Que estaba absorto, junto a la ventana, dice rápido).
Pero; es imposible! (Mira a su tía. Pausa. No puede creer que lo
que acaba de pensar pueda ser verdad). Un chisme de la niña no
puede haberte sido suficiente para...
MARTA.— (Sorprendida). Ah, sí... Eso ha sido.
KAREN.— ¿Quién? ¿María? Vamos, vamos... Pero si es una
niña...
MARTA.— No, Karen, no... No es una niña...
KAREN.— Puede ser... Esa pequeña nos ha odiado siempre.
Nunca lo hemos comprendido, nunca hemos podido saber por
qué...
MARTA.— No tenía razón alguna. María odia a todo el mundo.
KAREN.— Su nieta, señora, es una niña rara, su maldad es
incomprensible... Nos ha dado miedo siempre...
Sra. TILFORD.— Ya esperaba yo que ustedes dijeran todo eso.
KAREN.— Yo no digo más que la verdad... Hacía tiempo que
debíamos habérselo dicho. (Pausa, suspira). Pero, ¿qué pasa?
MARTA.— ¿Dónde está María? Que venga. Tenemos el derecho
de oiría...
Sra. TILFORD.—No permitiré que las vea a ustedes.
CARVIN.— ¿Dónde está?
Sra. TILFORD.— No insistas, José...
CARVIN.— Me encargo yo de hablarla...
Sra. TILFORD.— (Subrayando sus palabras). No toleraré que se
le haga repetir ciertos horrores... (A Marta y Karen) Dicen ustedes
que no es verdad. Acaso están ustedes en su derecho pero yo sé
que es verdad lo que he afirmado. No he querido más que una
cosa: alejar a los niños de un peligro. Esto lo he logrado. Ahora
creo que han permanecido en mi casa demasiado tiempo. ¡Salgan!
(Karen se levanta. Ella y Marta van a salir).
CARVIN.— ¡Esperad! (A la señora Tilford). ¡Cuando un acusado
no tiene más un medio de probar su inocencia, negárselo es
cometer una mala acción.
Sra. TILFORD.— Jamás la he cometido.
GARVÍN.— Entonces ¿dónde está María? (Al cabo de un
momento la señora Tilford hace un gesto con la cabeza para
indicar la izquierda. Carvin se dirige a la puerta, la abre y grita).
¡María! ¡María, ven! (María aparece. Permanece dudosa en el
dintel. Está nerviosa e impresionada).
ESCENA V
Los mismos y María
ESCENA VI
Los mismos y Rosalía.
TELÓN
ACTO TERCERO
ESCENA I
Marta y Karen
ESCENA II
ESCENA III
Marta y Karen
ESCENA IV
Los mismos y la señora Mortar. Poco después el doctor Carvin.
ESCENA V
Todos menos la señora Mortar
ESCENA VI
Carvin y Karen
ESCENA VII
Karen y luego Marta
ESCENA VIII
Karen sola; luego la señora Mortar
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(Al salir Marta. Karen se ha quedado sentada sin hacer un
movimiento. La casa está llena de silencio. Unos momentos
después suena una detonación. No se oye muy fuerte. Karen
inmóvil todavía algunos segundos. Luego se levanta de un salto y
se dirige a la puerta derecha abriéndola bruscamente. Al mismo
tiempo se oyen pasos en la escalera).
ESCENA IX
Karen, Señora Mortar y Ágata
ESCENA X
Karen, la señora Tilford y María
Y cae el
TELÓN
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