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La hipótesis del cerebro social de Dunbar: una exposición crítica1

Cristina Acedo Carmona & Antoni Gomila Benejam

Grupo de Evolución y Cognición Humana


Universitat de les Illes Balears
Unidad asociada IFISC (CSIC-UIB)

Abstract

La teoría del cerebro social de Dunbar constituye una posición influyente entre las que
relacionan la evolución de la cognición y la evolución de la socialidad humana. En este
trabajo, tras presentar la teoría, así como las evidencias –comparadas, paleoantropológicas,
sociales- sobre las que se sostiene, señalamos algunas limitaciones que en nuestra opinión
la afectan. En especial, la dificultad para sostener la relación lineal pretendida entre tamaño
del grupo y tamaño relativo del neocórtex, cuando se toman en consideración las
capacidades mentales que hacen posible la vida social humana, y la diversidad de
estructuras sociales efectivas.

1. Introducción

Tras la sugerencia original de Humphrey acerca de “La función social del intelecto”
(Humphrey, 1974), diversas propuestas teóricas han desarrollado la hipótesis de que existe
una relación crucial entre la cognición y la socialidad humana, a la hora de entender su
evolución. Así, por ejemplo, la Hipótesis de la Inteligencia Maquiavélica (Byrne & Whiten,
1988), o la Hipótesis de la Inteligencia Vygotskiana (Moll & Tomasello, 2007), coinciden
en pretender explicar la existencia de ciertas capacidades cognitivas –para detectar
mentiras, o para establecer planes cooperativos- en los humanos, por su función evolutiva,
como soluciones adaptativas a las presiones selectivas introducidas por la complejidad
social creciente, que caracteriza el linaje humano. Es importante notar el doble nivel
explicativo involucrado en estos planteamientos evolutivos: por una parte, se trata de
mostrar primero que ciertas conductas sociales requieren de ciertas capacidades cognitivas
para poder tener lugar; y en segundo lugar, que tales capacidades cognitivas aparecieron en
el curso de la evolución precisamente para poder hacer frente a ese tipo de situaciones
sociales.

Esta doble dependencia explicativa resulta todavía más intrincada cuando


consideramos una de las propuestas más influentes en este esfuerzo por relacionar la
evolución cognitiva y social de nuestra especie: la Hipótesis del Cerebro Social (de ahora
1
Este trabajo ha recibido el apoyo del Ministerio de Economía y Competitividad, a través
del proyecto FFI2010-20759.
1
en adelante, HCS), de Dunbar (Dunbar, 1992; Dunbar 1998; Dunbar y Shultz, 2007; Shultz
y Dunbar, 2007; Dunbar 2010). En lugar de formularse directamente en términos de las
capacidades cognitivas necesarias para mantener el tipo de vida de grupo distintivamente
humano, se formula en relación al cerebro necesario para sostener tales funciones
cognitivas, dando por supuesto que éste es el nivel explicativo adecuado, pasando por alto
la diversidad de formas sociales humanas, con un cerebro semejante. La idea, de nuevo,
consiste en señalar la interdependencia entre el tipo de vida social y los requisitos, en este
caso neuronales, necesarios para proporcionar las funciones mentales necesarias para hacer
posible ese tipo de socialidad, junto con la afirmación de que las ventajas adaptativas
derivadas de ese tipo de organización social constituyeron las presiones selectivas que
explican los cambios producidos a lo largo del linaje humano. Encontramos así, de entrada,
una cierta ambigüedad entre la configuración social que pudo darse a lo largo del proceso
evolutivo homínido, y la diversidad contemporánea, que se trata de resolver concibiendo
que las circunstancias evolutivas restringen de algún modo la diversidad social humana
posible.

Sin duda, hay ventajas en la formulación de la hipótesis evolutiva en términos de


incremento del tamaño del cerebro, en lugar de comprometerse con funciones cognitivas
particulares. Desde el punto de vista del proceso de hominización, el incremento del
tamaño del cerebro se presenta como un hecho evidente, y al mismo tiempo enigmático
desde el punto de vista evolutivo: ¿qué ventajas se derivaron de este incremento, que
pudieron ser superiores a los costes metabólicos –de mayor consumo de energía, de riesgo
de sobrecalientamiento, de mayor exigencia en el bombeo de la sangre- que supuso? La
respuesta que propone la HCS, que las ventajas adaptativas se derivaron de los beneficios
de la vida social compleja que hizo posible, sugiere también una diversidad de ámbitos de
evidencia relevantes para poner a prueba la hipótesis. Así, por ejemplo, el planteamiento de
Dunbar puede ponerse a prueba considerando datos comparados de multitud de especies, en
condiciones evolutivas distintas, tanto para establecer una línea de continuidad evolutiva en
el linaje humano, como para descubrir convergencias en otras líneas, entre mayor cerebro y
mayor complejidad social; en particular, si quien dispone de mayor capacidad para
establecer y mantener relaciones sociales tiene mayor aptitud biológica. Igualmente, son
relevantes los datos paleontológicos, sobre nuestros antepasados, y los antropológicos, para
tratar de descubrir restricciones universales en la diversidad de culturas humanas. En
particular, la HCS predice que encontraremos restricciones universales a nuestra capacidad
de establecer relaciones sociales.

En este trabajo, nos proponemos revisar estas distintas líneas de evidencia, para
valorar de qué modo, y hasta qué punto, avalan la HCS de Dunbar. En nuestra opinión, los
puntos débiles de su planteamiento se derivan de la necesidad de ir matizando una
propuesta inicial demasiado simple, así como la metodología correlacional que utiliza
preferentemente, que le lleva a buscar relaciones lineales simples, ignorando la posibilidad
de interacciones complejas y múltiples factores. Estas debilidades se manifiestan
precisamente en la ambigüedad señalada entre la configuración social originaria y su
pretensión de seguir encontrándola en la diversidad de las sociedades humanas. Por ello,
resulta inevitable, en nuestra opinión, para que una teoría que vincula cognición y
socialidad resulte convincente, ir más allá de la mera consideración del tamaño del cerebro
(o del neocórtex), o del tamaño del grupo, y comprometerse con los mecanismos cognitivos
2
requeridos por las peculiaridades de la vida social humana, así como la consideración de los
diferentes tipos de redes sociales. Pues es a este nivel que podemos encontrar el
fundamento de los universales sociales, y no en un tamaño máximo de los grupos sociales.
En realidad, parece que los últimos trabajos de Dunbar, que se centran en la importancia de
la confianza a la hora de entender los diferentes tipos de redes sociales, indican un intento
de desarrollar la HCS precisamente en tal sentido.

2. La relación entre el volumen relativo del neocórtex y el tamaño del grupo

Uno de los rasgos anatómicos más evidentes del proceso de hominización, si no el


que más, es el incremento del tamaño del cerebro. Muchos han sido los intentos de explicar
este aumento del cerebro en relación al tamaño del cuerpo en los homínidos, tantos en
términos del volumen cerebral global como de zonas cerebrales específicas en algunas
especies. En el caso primate, a diferencia de otros taxones, parece que el incremento del
tamaño del cerebro se produce sobre todo en el teleencéfalo: el neocórtex ocupa entre el
50% y el 80 % del volumen cerebral total dependiendo de la especie de que se trate.

Gran número de autores han destacado los problemas de supervivencia en el entorno


ecológico como la clave en el desarrollo del cerebro. La hipótesis ecológica (HE) afirma
que las presiones selectivas que tuvieron que afrontar nuestros antepasados, por el tipo de
recursos disponibles en la sabana, y por la falta de “armas” (garras, colmillos,...) y fuerza
bruta, favoreció un cerebro más grande, esto es, más inteligente. La diferencia entre la HCS
y la HE radica en que mientras la HE destaca el importante papel del aprendizaje individual
a través de ensayo y error como forma de enfrentarse a la presión del entorno ecológico, la
HCS sitúa en el grupo y en las presiones surgidas en el seno de las nuevas formas de
convivencia social surgidas, las fuerzas que impulsan el desarrollo cerebral y que crean una
ventaja adaptativa para enfrentarse al entorno a quienes disponen de cerebros mayores. Es
importante señalar que, en este punto, la HCS es neutral entre si estas nuevas condiciones
sociales favorecen más la cooperación (“inteligencia vigotskiana”) o la competición
(“inteligencia maquiavélica”), ya que su énfasis inicial es en el tamaño del grupo, y no en el
tipo de relaciones en el seno del grupo.

Como indicio en contra de la HE y a favor de la HCS, Dunbar hace hincapié en los


estudios de McNab & Esinberg (1989) que muestran que en los mamíferos el tamaño
relativo del cerebro correlaciona más directamente con los hábitos de estas especies que
con su ratio metabólico –cantidad de energía liberada en una unidad de tiempo dada-. Pero
además para poner a prueba la HE, Dunbar (2003) busca una correlación entre indicadores
ecológicos tales como la proporción de fruta consumida en la dieta, el estilo de forrajeo
(Fig. 1), o la longitud de los desplazamientos diarios, y el aumento del volumen relativo del
neocórtex – volumen del neocórtex respecto al volumen del resto del cerebro - en diversas
especies primates, sin resultado.

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Figura 1. Tamaño del neocórtex relativo en primates antropoides respecto a (a) porcentaje de fruta en
la dieta y (b) tipos de forrajeo extractivo. En ninguno de los dos casos se aprecia una correlación.
(tomado de Dunbar, 1998, p. 183)

Sin embargo, en los primates se encuentran correlaciones entre el tamaño relativo


del neocórtex y el número de individuos que conviven en el grupo (Dunbar, 1992; Dunbar
1995; Kudo y Dunbar 2001) (Fig. 2). De este modo, defiende el factor social como más
explicativo para el desarrollo cerebral, concretamente del neocórtex, que los factores
puramente ecológicos.

Figura 2. Correlación entre el tamaño de la camarilla de aseo media respecto al ratio medio del neocórtex para
géneros de primates individuales y una variedad de especies de monos antropoides como son L.catta, L.fulvus,
Propithecus, Indri, S.sciureus, C.apella, C.torquatus, A.geoffroyi, A.fusciceps, P.badius, P.entellus, P.pileata,
P.johnii, C.campbelli, C.diana, C.aethiops, C.mitis, E.patas, M.mulatta, M.fuscata, M.arctoides, M.sylvana,
M.radiata, P.anubis, P.ursinus, P.cynocephauls, P.hamadryas, T.gelada, P.troglodytes, P.paniscus. (Dunbar,
1998, p. 186).

Sin embargo, en su estudio comparativo entre mamíferos -primates, murciélagos,


artiodáctilos ungulados y carnívoros- y 135 especies de aves, observa que esta relación
encontrada en primates, no se da de la misma manera en todas estas otras especies, lo que
muestra que la explicación de la HCS debe ser más matizada. En particular, parece que no
es tanto el tamaño del grupo per se lo que importa, sino si se da algún tipo de relación
estable entre los individuos de un grupo. Así, por ejemplo, las especies que mantienen
relaciones sociales con vínculos de pareja estable son las que exhiben mayores cerebros que
4
los de otras especies con individuos más solitarios o que viven en grupos multi-macho
(Shultz y Dunbar, 2007).

Estas evidencias de evolución convergente, si bien destacan el elemento social como


factor relevante, indican que no basta con utilizar el tamaño del grupo per se para explicar
el desarrollo cerebral, sino que el nivel de complejidad de las relaciones sociales debe de
jugar también un importante papel. Es por esto por lo que la explicación de la HCS basada
en la relación lineal entre ratio de neocórtex y tamaño del grupo por sí misma no resulta
suficiente. La correlación de ambos factores, si bien es un indicador a considerar, no sirve
por sí mismo para establecer una relación causal y, por tanto, es un argumento débil para
apoyar la HCS.

A esto hay que unir que tales correlaciones se basan en datos desprovistos de todo el
contexto, complejidad social y ambiental propios de cada una de las especies incluidas e
incluso de las características propias de cada población de una misma especie. Un análisis
que profundice más en las relaciones entre individuos en situaciones y contextos diversos
puede ayudar a definir mejor qué elementos comunes a todas ellas pueden explicar la
contribución social al desarrollo cognitivo. Es por tanto necesario indagar más en las
características de las relaciones sociales, no tanto a nivel de tamaño del grupo, puesto que
son este tipo de relaciones las que pueden ayudarnos a entender los cambios en el cerebro.
Esto es algo de lo que recientemente Dunbar parece ser consciente, como veremos en la
sección 4.

3. Los costes y beneficios de la vida en grupo complejo

En cualquier caso, suponiendo la validez de la correlación entre el mayor tamaño


del grupo y la mayor proporción del cerebro en relación al cuerpo, aunque sea restringida a
los primates, queda la cuestión de cuál es la causa de la correlación. Pues la relación entre
mayores cerebros y agrupaciones mayores de individuos podría deberse a que el aumento
del tamaño grupal puede ser un mero subproducto de la adquisición de un cerebro mayor,
que sería debida a alguna otra presión selectiva. En contra de esta posibilidad, Van Schaik
(1983), Dunbar (1988) and Hill & Dunbar (1998), sostienen que es más parsimonioso
pensar que es el tamaño del grupo el que conduce al mayor tamaño del cerebro y no al
contrario, y que este mayor tamaño grupal responde en sí mismo a un problema ecológico.

Más específicamente, Dunbar (2003) afirma que la existencia de grandes grupos no


puede ser un subproducto de la posesión de grandes cerebros porque en tal caso quedaría
sin respuesta el problema de los costes de vivir en sociedad. Argumenta que el grupo
solamente se puede mantener cuando las ventajas que proporciona son superiores a sus
costes. Si no es así, el grupo se dispersa. En efecto, en su opinión, vivir en sociedad ofrece
grandes ventajas adaptativas: por ejemplo, a la hora de disminuir los riesgos de
depredación, de mejorar la defensa del territorio, y de compartir la crianza de la
descendencia. Pero también conlleva grandes costes, como una mayor competencia por el
acceso a los escasos recursos y al apareamiento entre los miembros del grupo, la
posibilidad de conflictos en el seno del grupo, la necesidad, en general, de encontrar alguna
solución al problema de la coordinación.
5
Mantener cohesionado un grupo supone unos costes en términos de tiempo invertido
en mantener unos vínculos estables y evitar los conflictos. Cuando mayor sea el grupo,
mayor será el tiempo necesario para ello. En el caso de los primates, Dunbar (1991)
describe el papel social del aseo mutuo para crear vínculos entre individuos y mantener la
cohesión grupal. En un trabajo posterior, se estima que el tiempo requerido en esta
actividad social no puede sobrepasar alrededor del 20 % del total del día, aunque puede
variar entre las especies en función de sus diferentes patrones de vida, sus hábitos, su
sistema social, la presión depredadora de su entorno, los recursos del hábitat, etc…
(Lehmann, Korstjens y Dunbar, 2007). Además del aseo mutuo, el tiempo social incluye
otras actividades como el juego, el cortejo y apareamiento, las interacciones agonísticas y el
comportamiento territorial (Dunbar, 1991). Todo ello requiere grandes inversiones de
tiempo, esfuerzo y unas capacidades cognitivas específicas, como recordar quién me aseó
antes, o con quién me peleé; o incluso, recordar tales relaciones no solo entre uno mismo y
los demás, sino también entre los demás: quien es aliado de quién, quién ayuda a quien en
caso de conflicto. Es por ello que cuando el tiempo y dichas capacidades cognitivas
necesarias para mantener tales vínculos sobrepasan determinados límites, aparece la
inestabilidad y la división, y el grupo se fisiona. Por este motivo, Lehmann y colaboradores
(2007) no encuentran correlación entre tamaño del grupo y aseo mutuo en los primates:
llegado a cierto nivel, el aseo no puede ser la única manera de mantener la cohesión.

Es, pues, este equilibrio entre costes y beneficios, capacidades cognitivas y tiempo
social disponible, el que determina el tamaño óptimo del grupo, que pueda mantenerse
cohesionado. Así pues, un aumento del neocórtex que implica una mayor capacidad
cognitiva, posibilita nuevos modos más efectivos de mantener la cohesión, y esto sirve a su
vez de fuerte impulso al crecimiento del grupo.

Sin embargo, ninguna de estas evidencias puede explicar la idea de la HCS de que
es el incremento en el tamaño del grupo el que conduce al incremento en el tamaño relativo
del cerebro (del neocórtex en concreto). Las ventajas de la actividad social y la necesidad
de mantener grupos cohesionados contribuyen al aumento del volumen del neocórtex por la
demanda de mayores competencias cognitivas; quien dispone de un modo más eficiente de
asegurar la cohesión, conseguirá poder crear grupos más grandes, por lo que su linaje
florecerá. Esto puede servir de impulso al desarrollo cognitivo a través de fuerzas
evolutivas como la selección natural pero no explica el origen primero de su aparición: no
todas las especies que se podrían beneficiar de una vida social compleja adquirieren tal
capacidad cognitiva, ni desarrollan cerebros más grandes. Desde este punto de vista, la
HCS ofrece una explicación funcional, no causal, del proceso de teleencefalización.
Además, es preciso darse cuenta que por esta vía llegamos a la misma observación que lo
que importa no es el tamaño absoluto del grupo, sino el tipo de estructura social que se da,
ya que el modo “cognitivo” de resolver el problema de la cohesión social transforma el tipo
de relaciones que se dan entre los miembros del grupo.

En definitiva, la explicación basada en la problemática de los costes de vivir en


sociedad no tiene suficiente peso por sí misma para descartar la hipótesis complementaria
de que la existencia de grupos mayores se deriva del proceso que lleva a tener cerebros
grandes. Pues es posible resolver el problema de coordinación que supone vivir en grupos
6
grandes sin seguir una estrategia de mayor capacidad cognitiva. De nuevo, hace falta
considerar el tipo de relaciones entre los miembros del grupo.

4. Incremento del neocórtex y vida social

En los últimos años, Dunbar ha reconocido la necesidad de profundizar en esta


cuestión del tipo de relaciones sociales. El estudio de Shultz y Dunbar (2007), en particular,
se centra en la relación entre el tamaño relativo del cerebro y el tipo de relaciones sociales
en el seno de grupo, al reconocer la necesidad de indagar en las relaciones individuales
dentro del grupo. A este respecto, se empiezan a tener en cuenta las características de los
distintos tipos de relaciones sociales que pueden requerir una mayor demanda cognitiva.
Observan que la configuración de diferentes tipos de vínculos sociales coincide con
diferentes tamaños relativos cerebrales. De ello infieren que el vínculo por parejas implica
una mayor demanda cerebral al requerir el mantenimiento de vínculos duraderos que
suponen un conflicto inevitable entre compañeros por acceder a los recursos y tomar
decisiones en inversión parental y presupuesto de tiempo, lo cual requiere habilidad para
resolver tales conflictos y una planificación para maximizar el éxito reproductivo. Por el
contrario, en los grupos multi-macho en las que las relaciones son inestables, no se
requieren grandes recursos cognitivos para reconocer y mantener las relaciones, catalogar
experiencias previas y manipular el comportamiento de otros individuos (Fig. 3).

Figura 3. Tamaño relativo del cerebro en función del sistema social en (a) carnívoros, (b) ungulados, (c)
murciélagos y (d) aves, donde se aprecia la relación entre mayor tamaño relativo y establecimiento de parejas
estables (Shultz y Dunbar, 2007, p. 2432).

De hecho, ya en el trabajo de Shultz y Dunbar (2006) sobre ungulados, se sugiere


que los entornos más favorables para el desarrollo cerebral son los más sociales,
monógamos y los que llaman “mixtos” -ni cerrados ni ilimitados (Fig. 4).

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Figura 4. La relación entre el tamaño del cerebro total y factores sociales y ecológicos: (a) los efectos
parciales de la socialidad sobre el tamaño del cerebro relativo en ungulados, (b) el efecto parcial de diferentes
sistemas sociales sobre el tamaño del cerebro y (c) la relación entre el uso del hábitat y el tamaño relativo del
cerebro (Shultz y Dunbar 2006, p. 212).

Sin embargo, el caso de los primates es distinto. A diferencia de otros taxones, en


los primates se observa una clara correlación entre el tamaño del grupo y el tamaño relativo
del cerebro -concretamente la ratio del neocórtex en relación al tamaño del cuerpo-. En los
primates, esta relación es mucho más fuerte que la relación entre el tamaño del cerebro y
cualquier otro factor, incluido el sistema social o el vínculo por parejas. El caso primate es
especial, además, debido a la existencia de fuertes vínculos entre individuos, en particular,
los primates antropoides forman grupos sociales grandes con estructuras de relaciones
estables a menudo basadas en el parentesco matrilineal o patrilineal, y también coaliciones
y relaciones de aseo personal entre individuos no relacionados genéticamente. En las
especies primates, tanto los individuos del mismo sexo como los miembros de sexos
contrarios pueden formar intensas y focalizadas relaciones; en otros taxones estas
relaciones sólo se dan en las parejas reproductoras. Este hecho coincide con que a
diferencia de otros taxones, en los primates los sistemas sociales basados en el harén y los
sistemas multi-macho se correlacionan también con tamaños cerebrales relativos mayores
(Shultz y Dunbar, 2007) (Fig. 5).

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Figura 5. Tamaño relativo del cerebro en función del sistema social en primates (Dunbar 2007, pag. 2432).

Estos resultados apoyan la importancia del neocórtex en la actividad social de los


primates, según predice la HCS. También los trabajos de Croney & Newberry (2007) sirven
de apoyo a la HCS al sugerir que una mayor convivencia entre los miembros del grupo
incentiva el desarrollo cognitivo por la necesidad de reconocer a otros individuos, de
coordinar estrategias de supervivencia y dominación, de realizar intercambios y transmitir
información entre los individuos del grupo, de mejorar la atención social, además de por
las tácticas de engaño utilizadas, la manipulación y competencia entre los individuos,
etc....Estos argumentos concuerdan además con los trabajos de Fletcher y colaboradores
(1995) que identifican -mediante análisis PET- como habilidades situadas en el neocórtex
prefrontal la capacidad para reconocer e interpretar señales visuales y estados emocionales
en otros individuos, para identificar comportamientos, manipular y procesar información.
Asímismo, en los trabajos de Byrne (1995), el tamaño del neocórtex correlaciona también
con la frecuencia del engaño táctico.

Posteriormente, Lewis, Rezaie, Brown, Roberts y Dunbar (2011) realizan estudios


de neuroimagen en los cuales encuentran correlaciones entre el volumen de materia gris del
córtex prefrontal medio y el tamaño de la red social de los sujetos analizados. Una
correlación parecida la vuelven a encontrar en un nuevo análisis que hacen Powell y
colaboradores (2012), en este caso entre el volumen orbital del córtex prefrontal y el
tamaño del grupo social. Sin embargo, si bien el neocórtex, o concretamente estas regiones,
están vinculadas con el control atencional y conductual necesarios para la actividad social,
otros recursos también necesarios en la socialidad como la capacidad de resolución de
conflictos, el reconocimiento individual o la memoria de relaciones pasadas, no dependen
directamente del neocórtex. De este modo, la HCS, que encuentra su mayor apoyo en el
tamaño relativo del neocórtex, carece de recursos para dar cuenta de otras muchas
funciones mentales involucradas en la vida social, que tienen una base neuronal diferente, o
que incluso implican sistemas a nivel hormonal o endocrino, por la implicación del sistema
límbico. Falta además especificidad en la explicación de la HCS al no concretar, por
ejemplo, por qué el tipo de vida social humana requiere de tal tamaño de neocórtex.

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Otro argumento utilizado por Dunbar (1998) para apoyar la HCS sostiene que el
tamaño relativo del neocórtex en primates correlaciona más con la duración del periodo
juvenil de aprendizaje social, que con el tiempo de gestación en el vientre materno. Pero de
esta correlación no se pueden sacar conclusiones en apoyo a la HCS sin más. Pues existe
otra hipótesis que puede explicarla: el largo periodo de desarrollo se debería, según esta
hipótesis alternativa, a la necesaria poca maduración del cerebro humano en el vientre
materno por la adquisición de la postura erecta, la cual origina una disminución del canal
pélvico de parto por el que el cráneo humano tiene que pasar, lo cual impide que el cerebro
pueda adquirir su configuración definitiva antes del nacimiento y hace necesario ampliar el
tiempo de crecimiento y maduración cerebral del individuo hasta pasada la época
adolescente. No obstante, no deja de tener interés la tendencia evolutiva que permite a los
humanos configurar nuestro cerebro en un largo proceso de influencia social y aprendizaje,
que nos distingue de otras especies. Existen múltiples trabajos que dan cuenta de la
plasticidad cerebral, y su contingencia a la adquisición de habilidades cognitivas durante la
ontogénesis de los individuos (Hutchinson y colaboradores, 2005).

Así pues, las cosas se complican para la HCS: la correlación de partida, que nos
llevó a considerar el tipo de relaciones sociales que se dan en el seno del grupo, como el
modo de mantener su cohesión, nos remitió a su vez a los requisitos cognitivos necesarios
para tales tipos de relación; la sorpresa para la HCS es que tales funciones cognitivas no
dependen exclusivamente del neocórtex, porque en el proceso de su expansión relativa debe
haber influido algún otro factor. Por ello, tal vez cabría replantearse la HCS incidiendo más
que en el volumen del neocórtex, en toda una serie de factores que intervienen en el
desarrollo cerebral que permiten pasar de la inmadurez cerebral a una adaptación compleja
de mecanismos mentales para vivir en sociedad durante la ontogénesis del individuo. Pero
ahí nos encontramos la ambigüedad señalada inicialmente, entre la configuración social
existente en el proceso de hominización, y la diversidad de configuraciones sociales
humanas. El modo en que la HCS trata de afrontar el problema consiste en tratar de buscar
universales sociales, originados en esa estructura social primitiva. Lo consideramos a
continuación.

5. Restricciones universales en la vida social humana

Este aspecto de la HCS es quizá la que ha dado más fama a Dunbar. Fruto de sus
trabajos sobre la conexión entre capacidad cognitiva y socialidad que sirven de base a la
HCS, Dunbar infiere como evidencia una serie de restricciones universales en la vida social
humana. Tales restricciones se plantean con respecto al número y tipo de relaciones, como
con respecto al tiempo disponible para mantenerlas dada la mediación cognitiva de las
interacciones sociales:

1. Respecto al número y tipo de relaciones.

Una de estas restricciones es el famoso número de Dunbar (1993), que señala el


número máximo de relaciones sociales que el ser humano puede mantener: unas 150 según
Dunbar. Este número proviene de la observación de distintos grupos humanos que
mantuvieron relaciones estables a lo largo de la historia, además de los propios cálculos
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fruto de las correlaciones que encuentra entre tamaño relativo del neocórtex y de grupo
entre especies: dado el tamaño del neocórtex humano, se estima cuál debió ser el tamaño
correspondiente del grupo. Sin embargo, pronto se da cuenta Dunbar que no es el número
lo que importa, sino el tipo de relaciones que se establecen entre los miembros del grupo
social, tal como ya señalamos antes.

Respecto al tipo de relaciones, Roberts y colaboradores (2009) encuentran patrones


generales en la configuración de la estructura de las redes sociales humanas en las
sociedades contemporáneas. Identifican distintos tipos de relaciones en ellas como: el
“grupo de apoyo”, aquellos individuos más próximos emocionalmente, a los que se acude
en búsqueda de ayuda o consejo en momentos de necesidad más críticos, que consta de
alrededor de 5 personas; el “grupo de simpatía” al que pertenece el principal círculo de
amigos con al menos un contacto al mes, que abarca una media de entre 12 y 15 personas; y
el resto de individuos con el que se mantiene un contacto esporádico, al que pertenecen
otras personas con las que se tiene un contacto más irregular. Estos tipos de relaciones
también van acompañadas de un grado de emocionalidad diferente (Roberts y Dunbar,
2010), lo cual influye en los costes de mantenimiento de cada uno de ellos.

Aunque existen factores que influyen de distinta manera en la formación y


estructura de las redes sociales, como el estatus socio-económico, la edad, la educación
recibida, el estado civil o la configuración familiar de los individuos (McPherson et al.
2006), Hill y Dunbar (2003) afirman que el número de personas implicadas en cada uno de
estos tipos de relaciones están limitadas por restricciones cognitivas universales, derivadas
de la estrategia humana para el mantenimiento de la cohesión social, que requiere de
interacción y seguimiento individualizado. Así, por ejemplo, Roberts y cols. (2009)
vinculan las relaciones más esporádicas con una forma de capital social, definiendo este
concepto como inversión en relaciones sociales de las que se espera un beneficio (Lin,
1999). Además de la clasificación de grupos antes mencionada, identifican agrupaciones de
entre 30 y 50 individuos -bandas-; de 500 individuos -mega-bandas-, y de entre 1000 y
2000 -tribus-, que coinciden con clasificaciones hechas en otros estudios antropológicos, de
nuevo tratando de buscar patrones universales en la diversidad social humana, que remitan
a esa estructura homínida inicial.

La realidad social de hoy en día muestra que el ser humano ha conseguido crear y
mantener sociedades mucho más amplias. De hecho, actualmente muchos investigadores
analizan el fenómeno de la globalización, por ejemplo. Desde este punto de vista, el
número Dunbar sigue siendo cuestionable. Más bien, un acercamiento más
multidimensional y complejo a la realidad social puede mostrar qué recursos cognitivos
utiliza el ser humano para organizar las amplias estructuras sociales existentes, además de
investigar cómo encaja el pequeño grupo que identifican Roberts y cols., dentro de las
grandes sociedades. Es por ello, que la clasificación antes mencionada necesita de mayor
evidencia desde perspectivas tales como la psicología y la antropología social.

2. Respecto a las exigencias cognitivas y tiempo necesario para mantener las relaciones
sociales.

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Cada tipo de vínculo demanda según Dunbar distintos requisitos cognitivos para
mantenerse. Así, Roberts y colaboradores (2009) sostienen que los vínculos entre parientes
demandan menor dedicación en tiempo que otras relaciones, y que los grupos de individuos
más vinculados entre sí invierten más intensidad emocional en la relación y por ello
requieren de más dedicación para su mantenimiento, principalmente mayor comunicación
en tiempo real a través del teléfono o especialmente cara a cara (Mok et al. 2007, Utz
2007). El mayor requerimiento de tiempo para crear y mantener estos vínculos limita por
tanto su número, estableciendo, en opinión de Dunbar, un máximo. Sin embargo, las
relaciones fuera de estos grupos son más débiles, tienen menos carga emocional y requieren
menor dedicación personal. Es por ello que pueden incluir un número más numeroso de
individuos, porque la inversión en tiempo necesario para mantenerlas es mucho menor.

Zhou y colaboradores (2005) determinan además que, tanto en humanos como en


primates, existe una secuencia numérica fija en los tipos de relaciones sociales de entre 3-5
–grupo de apoyo-, 9-15 –grupo de simpatía- y 30-50 sujetos –tamaño típico de las bandas
como la de cazadores-recolectores, que son más inestables pero que forman parte de los
miembros que conforman el grupo de los 150 individuos-; esta secuencia coincide de este
modo con una escala estable cercana a 3, que aumenta geométricamente y que podría ser
universal. Según Dunbar, esta secuencia en el procesamiento jerárquico de la cercanía
social está relacionada con dichas limitaciones cognitivas ya que cuando se sobrepasan
tales limitaciones se reduce la estabilidad de las relaciones que conllevan la fisión del
grupo. En este mismo sentido, Stiller y Dunbar (2007) establecen los fundamentos
cognitivos que limitan en número los tipos de relaciones que pueden mantenerse
simultáneamente. Sugieren que es la cognición social individual relacionada con la teoría
de la mente la que mejor explica el tamaño del grupo de apoyo. Sin embargo, atribuyen a la
capacidad de memoria la explicación del tamaño del grupo de simpatía. A este respecto,
Kinderman y colaboradores (1998) encuentran que existe un límite natural en el número de
niveles de intencionalidad que los humanos pueden atribuir a otros (“Juan cree que Pedro
quiere que María piense que...”). Stiller y Dunbar (2007) afirman que los humanos fallan a
la hora de retener más de 5 niveles de intencionalidad, y que este número corresponde con
el tamaño del grupo de apoyo. Sin embargo, la limitación en el tamaño de los grupos de
simpatía, donde sus miembros tienen menor contacto habitual entre ellos, correlaciona
según Dunbar con la capacidad de memoria a corto plazo (el famoso número 7+/-2 de
Miller (1956), lo que tendría que ver, en su opinión, con que esta capacidad de memoria
sería más relevante en este caso, en el que hay menos contacto presencial y es preciso
retener información sobre las relaciones que se mantienen (Barrett y colaboradores, 2003).

Roberts y colaboradores (2008), por su parte, analizan incluso la influencia de la


personalidad en las relaciones sociales pero encuentran poca influencia de este factor:
apenas de la extraversión en los grupos de apoyo y a la hora de crear nuevas relaciones ante
un cambio de circunstancias o lugares en la vida de los individuos, y ninguna influencia del
neuroticismo en dichas relaciones. Así pues, en la explicación de las relaciones sociales
priorizan los factores cognitivos respecto a factores psicológicos como la personalidad.

Del mismo modo, el lenguaje supone una habilidad cognitiva muy relacionada con
la actividad social según Dunbar (1993), que facilita y multiplica la complejidad social y
corre paralelo al desarrollo del neocórtex. El lenguaje sirve de sustituto en humanos al aseo
12
mutuo de los primates, multiplicando por 2,8 las posibilidades de relaciones respecto a
dicha actividad de aseo. Cohen (1971) refleja también las limitaciones cognitivas del
cerebro humano en el lenguaje cuando establece que existe un número máximo de 5
personas con las que se puede mantener una conversación a un nivel normal de voz. Esta
afirmación refuerza la idea de Dunbar (1993) de que esta limitación coincide con la
demanda cognitiva para mantener grupos cohesionados. Cuando se sobrepasa este número,
los grupos de conversación deben dividirse porque disminuye la capacidad de atención y de
escucha (Henzi y colaboradores, 2007).

Para comprobar si la motivación del origen del lenguaje es crear vínculos sociales,
se analizan las características de las conversaciones humanas (Dunbar y colaboradores,
1997). A este respecto, Dunbar (1993) concluye que un 60% de las conversaciones
humanas tratan sobre cotilleos sociales, y experimentos sobre la transmisión de la
información social en la transmisión cultural humana muestran que los cotilleos sociales se
transmiten en mayor número que otros temas sociales u otro tipo de temática (Mesoudi y
colaboradores, 2006) (Fig. 6).

Figura 6. Número total de proposiciones recordadas en cada transmisión, independientemente de la precisión


de las mismas (Mesoudi y colaboradores, 2006, p. 412).

Dunbar y colaboradores (1997) sostienen además que la mayor parte de las


conversaciones informales tratan tanto de compartir información sobre uno mismo como
acerca de otros, actividades meramente sociales. Con estos trabajos se intenta dar apoyo a
la HCS al destacar la influencia social para una habilidad cognitiva como es la capacidad
lingüística, que requiere según Dunbar (2009) al menos el nivel 4 en capacidad de
atribución intencional en otros individuos. No obstante, el porcentaje mencionado de
cotilleos constituye un débil argumento para extrapolar el origen social del lenguaje
humano basándolo en un dato que proviene del estudio de un número reducido de
participantes que conviven además en contextos sociales muy concretos. Esta es una
muestra más del uso de Dunbar de relaciones lineales simples para apoyar la HCS. De
hecho, recientemente Freeberg y colaboradores (2012) comienzan a utilizar la Hipótesis de

13
la Complejidad Social para explicar el paso de la comunicación al lenguaje en contextos
sociales más complejos. En un sentido parecido, se ha tratado de vincular la capacidad
metarepresentacional con el tamaño del grupo social (Henzi y colaboradores, 2007). Sin
embargo, todos estos argumentos que tratan de identificar mecanismos cognitivos como
posibles responsables de la limitación de ciertas prácticas sociales resultan insuficientes
para apoyar la HCS.

Si bien la clasificación que hace Dunbar sobre los tipos de relaciones no deja de ser
interesante, cabe reflexionar sobre si la estructura de las redes sociales humanas
mencionadas vienen limitadas en términos de habilidades cognitivas o pueden ser las
mismas prácticas sociales las que configuran estas limitaciones. En este sentido, puede
resultar de interés la perspectiva antropológica sobre prácticas sociales y la implicación que
la cultura tiene como gran configuradora de las redes sociales, incluso como impulsora de
redes cada vez mayores a través de recursos tales como la identidad, la simbología, las
creencias, las normas y la tecnología. Dunbar se centra exclusivamente en relaciones
interpersonales, pero la HCS debería tener en cuenta también otras formas de relación
social (endogrupo vs exogrupo, por ejemplo, u otros fenómenos de la psicología social),
que suponen la identificación del individuo con un grupo genérico. Este tipo de
consideraciones nos llevar a ver con cierto escepticismo la reciente línea de desarrollo de la
HCS sobre la influencia de internet en las relaciones sociales. Dunbar y su grupo han
intentado mostrar que, en contra de las apariencias, el mismo tipo de agrupaciones sociales,
se dan también en las nuevas redes sociales virtuales (Dunbar, 2012), pero sobre la base de
analogías que pasan por alto la diferente naturaleza de las relaciones virtuales.

Igualmente, puede decirse que la tipología de redes sociales planteada por Roberts y
colaboradores (2009) se puede explicar, no como resultado de limitaciones cognitivas al
número de relaciones que se puede establecer y mantener, sino más bien como el resultado
de un cierto modo de dar respuesta a necesidades básicas de filiación y vinculación del ser
humano. Así pues, el grupo de apoyo de como máximo 5 personas puede corresponder al
número de relaciones suficiente para cubrir las necesidades más básicas de ayuda,
cooperación, afectividad y seguridad del ser humano en momentos especialmente difíciles.
Estos vínculos se refuerzan por la mayor carga emocional que impulsa una mayor
implicación en momentos más difíciles sin necesidad de recurrir a ninguna otra explicación
cognitiva. Asimismo, la creación de redes más amplias y menos vinculadas
emocionalmente puede servir de respuesta a otro tipo de necesidades sociales en las que
sería suficiente una menor implicación, lo que llevaría a relaciones más débiles. Todo ello
hace que resulte cuestionable atribuir a una limitación cognitiva la existencia de un número
máximo de sujetos en los distintos tipos de relaciones sociales. Por otro lado, esos números
señalados requieren de un amplio apoyo empírico para su contrastación. Nada impide, por
ejemplo, que pueda encontrarse una sociedad en la que el grupo de apoyo sea de 10
individuos; de hecho, las familias extensas de las sociedades tradicionales pueden verse
como un contraejemplo a los tres niveles de Dunbar y sus correspondientes números
crecientes. Del mismo modo no queda clara esta compartimentación tan estricta de tipos de
relaciones, del número de componentes en cada uno de ellos, de los mecanismos
psicológicos de implicación en cada tipo de vínculo, ni tan siquiera de las condiciones
necesarias para el mantenimiento de cada tipo de vínculo. Estas cuestiones requieren de
mayor evidencia antropológica y psicológica.
14
A este respecto, es preciso mencionar que en trabajos más recientes (Sutcliffe y
colaboradores, 2011), se empieza a reconocer la necesidad de añadir otras perspectivas de
la psicología a la perspectiva evolutiva, y de enriquecer el análisis incluyendo otros
mecanismos cognitivos de relevancia como el papel que juega la confianza a la hora de
explicar la creación y mantenimiento del entramado social, anteriormente olvidados, que
dejan entrever el simplismo de las explicaciones cognitivas utilizadas previamente. En este
mismo sentido, Dunbar (2012) empieza a recurrir a otros elementos en su explicación de la
HCS, como la importancia de la risa y su aporte de endorfinas, como posible mecanismo
útil para ampliar la actividad social.

6. Reconstrucción del marco evolutivo humano

La HCS también trata de ofrecer las bases para la reconstrucción del proceso de
hominización, como otro ámbito en el que encontrar apoyo para la hipótesis. Se trata de
interpolar las características de las especies fósiles del linaje hominino, dados los valores
conocidos de las especies vivientes: monos antropoides y humanos modernos. En una
primera fase, no obstante, la estrategia se limita a aplicar las consideraciones sobre tamaño
del grupo y tamaño relativo del neocórtex, lo que, como ya hemos señalado repetidamente,
acaba por resultar demasiado simplista. Más recientemente, la propuesta también se hace
más compleja en este ámbito.

Así, en una primera aproximación, Aiello y Dunbar (1993) parten de la relación


entre volumen del neocórtex y tamaño del grupo. Para ello, hacen una estimación de los
volúmenes de neocórtex de fósiles de distintas especies, a partir de su volumen craneal,
usando la escala identificada por Finlay y Darlington (1995). A partir del cálculo de estos
volúmenes neocorticales estiman los tamaños grupales de estas especies basándose en la
correlación inicialmente encontrada entre ambos parámetros. De este modo, sitúan en el
periodo de Homo erectus el inicio de la transición clave hacia el mayor incremento de
volumen cerebral y tamaño del grupo respecto a los grandes simios (Fig. 7).

15
Figura 7. Tamaño del grupo social predicho para poblaciones de homínidos individuales usando la ecuación
de regresión para el tamaño del grupo sobre el ratio del neocórtex incluyendo el humano moderno (Dunbar
2003, p. 173).

De los cálculos previos sobre los tamaños grupales correspondientes a las diferentes
especies, estiman el tiempo máximo de dedicación social requerido para mantener el grupo
cohesionado. Partiendo de la idea de que los individuos no pueden dedicar más del 30% de
su tiempo diario a la actividad social para tener tiempo de atender al resto de sus
necesidades -se aumenta el porcentaje si se consideran mayores presiones selectivas
derivadas de mayores grupos-, calculan el número máximo de individuos al que se puede
dedicar tal porcentaje de tiempo. Así pues, una vez calculados los tamaños grupales de las
diferentes especies fósiles y el porcentaje de tiempo límite de dedicación social sin la
existencia de lenguaje, concluyen que es hace 0,5 millones de años cuando aparece el
lenguaje, ya que este es el elemento que puede disminuir el tiempo de dedicación social
para mantener tales tamaños grupales cohesionados. Este periodo coincide con la aparición
de los humanos arcaicos, con lo que el Neandertal ya podría haber poseído un habla social
según Dunbar (2003).

En una nueva reconsideración de la cuestión, Dunbar (2003) infiere que solo los
humanos modernos y los Neandertales son capaces del nivel 4 de intencionalidad (Fig. 8),
sobre la base de la comparación de los niveles de intencionalidad de los “carratinos” y su
volumen craneal. El nivel 4 es especialmente importante porque supuestamente es el
requerido para la aparición de la religión o la cultura simbólica en general. Esto encaja con
la evidencia arqueológica disponible, que sitúa su inicio en el Homo sapiens arcaico.

Figura 8. Nivel de intencionalidad alcanzable (o teoría de la mente avanzada) para poblaciones homininas
individuales, respecto al tiempo (Dunbar 2003, p. 178).

No obstante, fundamentar toda una explicación del proceso evolutivo hominino en


una hipótesis simplificada y no validada en su totalidad supone unos riesgos que implican
la misma debilidad de sus conclusiones. Es cierto que la evidencia fósil muestra tal relación
entre el mayor crecimiento cerebral y una mayor complejidad cognitiva a lo largo del
proceso de hominización, como lo ilustra, por ejemplo, los cambios técnicos en la cultura
material. Pero no es cierto que la HCS sea la única posible para dar cuenta de tal evidencia,

16
ni, en realidad, que la HCS permita anticiparla. Del mismo modo, pretender determinar la
fecha de aparición tanto del lenguaje como de una mayor capacidad cognitiva en los
homininos sobre tal base resulta arriesgado, y poco demostrativo.

Recientemente, Shultz y colaboradores (2012), tras reconocer que el tamaño del


grupo no basta para explicar la evolución del cerebro en los homínidos, revisan sus
anteriores trabajos e intentan añadir otros factores en sus análisis estadísticos. Incorporan
elementos tales como el clima, las presiones predatorias, la socialidad y la evolución del
lenguaje. Este análisis pretende descartar la HE a favor de la HCS, aunque buscando una
explicación social algo más compleja. Concluyen la existencia de fuerzas diferentes en el
proceso evolutivo del cerebro, con periodos de crecimiento cerebral gradual y momentos de
grandes saltos evolutivos que no concuerdan con grandes cambios climáticos, ni coinciden
en África y Europa. Pero su conclusión pretende ser la misma:, descartar la HE y apoyar a
la HCS.. Sin duda, es un paso adelante reconocer que el tamaño del grupo difícilmente
puede depender de una única variable, y que los factores ecológicos (recursos disponibles,
nivel de competencia, clima...), interactivos (fertilidad, ratio sexual,...) o incluso
abiertamente sociales (como el lenguaje, o las normas sobre reproducción y organización
familiar), pueden tener algo que ver en su determinación. Pero lo coherente, tras ese
reconocimiento, sería abandonar la pretensión de encontrar una relación lineal al respecto.

7. Conclusión

Sobre la base de la discusión de las evidencias aportadas por Dunbar y su equipo,


cabe concluir que la HCS se enfrenta a una situación paradójica. En su formulación
original, supone una primera aproximación fructífera, pero demasiado genérica, necesitada
de mayor sutileza; pero cuando se profundiza en esa dirección de mayor profundidad y
detalle, sea a través de la consideración de las capacidades cognitivas implicadas (y no solo
la proporción relativa del neocórtex), sea a través de la consideración de los tipos de redes
sociales (y no solo del tamaño del grupo), esa relación simple entre socialidad y cognición
se ve amenazada (como reconoce, por ejemplo, Dunbar, 2007). El tamaño medio de un
grupo social humano, por ejemplo, es un promedio, compatible con una gran dispersión de
las valores de las agrupaciones efectivas, del mismo modo que hay gran variabilidad de
tamaños.

Ciertamente, los trabajos de los últimos años de Dunbar van en la línea de reconocer
esta complejidad, y la necesidad de ir más allá de las correlaciones simples. Así, por
ejemplo, encontramos algunos análisis desde una perspectiva neurobiológica sobre las áreas
del cerebro implicadas en determinadas aptitudes sociales (Dunbar, 2010; Lewis, Rezaie,
Brown, Roberts y Dunbar, 2011) y revisiones sobre las bases neuroquímicas implicadas
(Machin y Dunbar, 2011). Del mismo modo, también se interesa por las topologías de las
redes sociales, y no solo en el tamaño de los grupos (Dunbar y Shultz, 2007). Todo ello
confirma la simplicidad de los argumentos previamente utilizados para apoyar la HCS,
basados simplemente en el tamaño del neocórtex. Sin embargo, también es cierto que esta
mayor complejidad en la formulación de la HCS, implica el cuestonamiento de algunos de
los supuestos nucleares, como la importancia atribuida al incremento relativo del neocórtex,
frente a otras estructuras cerebrales, por ejemplo, dado que las capacidades cognitivas
17
involucradas en la socialidad humana no dependen exclusivamente del neocórtex. Y del
mismo modo, al desplazar el foco del tamaño del grupo al tipo de relaciones sociales, y a la
estructura de las redes implicadas, se pone igualmente en cuestión el núcleo central de la
hipótesis primitiva. En efecto, la mayor dificultad de la HCS, tal como está formulada, es
que resulta insatisfactoria por su falta de atención la gran diversidad de configuraciones
humanas existentes, en su intento de encontrar sus “números mágicos” (5-15-50-150) en las
configuraciones sociales efectivas. El poder explicativo de una hipótesis que vincule mente
y sociedad difícilmente va a permitir encontrar universales sociales en la diversidad de
formas sociales efectivas; su fuerza radica en identificar los mecanismos psicológicos
universales que hacen posible la vida social humana, en su diversidad y variabilidad, en su
sensibilidad al contexto y a la historia.

En gran parte, nos parece que las limitaciones de la HCS provienen de su


preferencia por la metodología del análisis correlacional, con su búsqueda de relaciones
lineales. También en este punto es preciso reconocer que los últimos trabajos de Dunbar
conceden la necesidad de usar análisis más complejos, y de incorporar nuevas
metodologías. En nuestra opinión, la vía más prometedora pasa por el interés creciente en
mecanismos psicológicos universales, como la confianza, que condicionan la vida en grupo,
así como el análisis más sofisticado de las redes sociales efectivas. Conjuntamente,
convierten en prioritario el estudio de las redes de confianza entre sujetos en diferentes
sociedades. En este sentido, Dunbar (2012), Curry y Dunbar (2011), y David-Barrett y
Dunbar (2012) señalan el interés de usar el análisis de redes sociales, a pesar que, de nuevo,
la pretensión de encontrar “constantes grupales” puede verse probablemente en entredicho.
El estudio de las redes de confianza, además, puede arrojar luz sobre las habilidades
cognitivas necesarias para la cohesión grupal.

Por otra parte, aunque la HCS aporta elementos muy importantes sobre los que
seguir trabajando, resulta finalmente insatisfactoria por no distinguir suficientemente entre
su explicación funcionalista del incremento del tamaño relativo del cerebro (por la ventaja
selectiva de vivir en grupos mayores) y la explicación causal de cómo se produjo, pues tal
como se formula la hipótesis, plantea como inevitable la solución adaptativa hominina,
cuando en realidad, carece de necesidad biológica: muchas otras especies, ante una
situación parecida, optaron por seguir otras vías adaptivas, que no implicaron un
incremento cerebral parecido al nuestro. Ejemplos de esta dificultad se encuentran todavía
en trabajos recientes; por ejemplo: “los cerebros grandes han aumentado a lo largo de la
evolución como respuesta a los conflictos sociales y ecológicos inherentes a la vida en
grupo” (Shultz y Dunbar, 2007). O: “los primates desarrollaron grandes cerebros para
manejar su inusualmente complicado sistema social” (Dunbar, 2009). Este tipo de
afirmación no tiene en cuenta que otras especies altamente sociales no han desarrollado
tales cuotas de desarrollo cerebral y cognitivo. Dicho de otro modo, la vía de una mayor
teleencefalización pudo ser beneficiosa para muchas especies, pero no la siguieron. Hay
especies que soportan fuertes presiones ambientales y que tienen que desplazarse largas
distancias para alimentarse, como algunos ungulados, pero esas presiones no les hicieron
crear sistemas sociales más complejos para afrontar esos retos del entorno, ni para asegurar
la reproducción, ni siquiera para ayudar a proteger la descendencia.

18
En definitiva, del análisis y revisión de los trabajos de Dunbar, podemos concluir
que, si bien no consiguen establecer la HCS de forma contundente, ayudan a abrir un
amplio camino para el estudio de la evolución de la socialidad humana y de los
mecanismos cognitivos que la hacen posible, sobre los que vale la pena indagar más a
fondo. En particular, el trabajo de Dunbar se desprende la importancia de investigar las
sociedades humanas de pequeña escala para compararlas con las grandes aglomeraciones
sociales en que viven los humanos hoy en día, para tratar de entender si las bases que
estructuran y mantienen las relaciones sociales dentro de estos grandes grupos son las
mismas de las sociedades de pequeña escala, dado que son los mejores ejemplos del
contexto en el que los antepasados humanos han vivido. En otras palabras, se trata de
verificar si, tal como se sigue de los planteamientos de Dunbar, se pueden encontrar redes
sociales en las sociedades contemporáneas que funcionan como sociedades de pequeña
escala, o si la cohesión social en tal contexto depende de otros mecanismos.

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