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Abstract
La teoría del cerebro social de Dunbar constituye una posición influyente entre las que
relacionan la evolución de la cognición y la evolución de la socialidad humana. En este
trabajo, tras presentar la teoría, así como las evidencias –comparadas, paleoantropológicas,
sociales- sobre las que se sostiene, señalamos algunas limitaciones que en nuestra opinión
la afectan. En especial, la dificultad para sostener la relación lineal pretendida entre tamaño
del grupo y tamaño relativo del neocórtex, cuando se toman en consideración las
capacidades mentales que hacen posible la vida social humana, y la diversidad de
estructuras sociales efectivas.
1. Introducción
Tras la sugerencia original de Humphrey acerca de “La función social del intelecto”
(Humphrey, 1974), diversas propuestas teóricas han desarrollado la hipótesis de que existe
una relación crucial entre la cognición y la socialidad humana, a la hora de entender su
evolución. Así, por ejemplo, la Hipótesis de la Inteligencia Maquiavélica (Byrne & Whiten,
1988), o la Hipótesis de la Inteligencia Vygotskiana (Moll & Tomasello, 2007), coinciden
en pretender explicar la existencia de ciertas capacidades cognitivas –para detectar
mentiras, o para establecer planes cooperativos- en los humanos, por su función evolutiva,
como soluciones adaptativas a las presiones selectivas introducidas por la complejidad
social creciente, que caracteriza el linaje humano. Es importante notar el doble nivel
explicativo involucrado en estos planteamientos evolutivos: por una parte, se trata de
mostrar primero que ciertas conductas sociales requieren de ciertas capacidades cognitivas
para poder tener lugar; y en segundo lugar, que tales capacidades cognitivas aparecieron en
el curso de la evolución precisamente para poder hacer frente a ese tipo de situaciones
sociales.
En este trabajo, nos proponemos revisar estas distintas líneas de evidencia, para
valorar de qué modo, y hasta qué punto, avalan la HCS de Dunbar. En nuestra opinión, los
puntos débiles de su planteamiento se derivan de la necesidad de ir matizando una
propuesta inicial demasiado simple, así como la metodología correlacional que utiliza
preferentemente, que le lleva a buscar relaciones lineales simples, ignorando la posibilidad
de interacciones complejas y múltiples factores. Estas debilidades se manifiestan
precisamente en la ambigüedad señalada entre la configuración social originaria y su
pretensión de seguir encontrándola en la diversidad de las sociedades humanas. Por ello,
resulta inevitable, en nuestra opinión, para que una teoría que vincula cognición y
socialidad resulte convincente, ir más allá de la mera consideración del tamaño del cerebro
(o del neocórtex), o del tamaño del grupo, y comprometerse con los mecanismos cognitivos
2
requeridos por las peculiaridades de la vida social humana, así como la consideración de los
diferentes tipos de redes sociales. Pues es a este nivel que podemos encontrar el
fundamento de los universales sociales, y no en un tamaño máximo de los grupos sociales.
En realidad, parece que los últimos trabajos de Dunbar, que se centran en la importancia de
la confianza a la hora de entender los diferentes tipos de redes sociales, indican un intento
de desarrollar la HCS precisamente en tal sentido.
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Figura 1. Tamaño del neocórtex relativo en primates antropoides respecto a (a) porcentaje de fruta en
la dieta y (b) tipos de forrajeo extractivo. En ninguno de los dos casos se aprecia una correlación.
(tomado de Dunbar, 1998, p. 183)
Figura 2. Correlación entre el tamaño de la camarilla de aseo media respecto al ratio medio del neocórtex para
géneros de primates individuales y una variedad de especies de monos antropoides como son L.catta, L.fulvus,
Propithecus, Indri, S.sciureus, C.apella, C.torquatus, A.geoffroyi, A.fusciceps, P.badius, P.entellus, P.pileata,
P.johnii, C.campbelli, C.diana, C.aethiops, C.mitis, E.patas, M.mulatta, M.fuscata, M.arctoides, M.sylvana,
M.radiata, P.anubis, P.ursinus, P.cynocephauls, P.hamadryas, T.gelada, P.troglodytes, P.paniscus. (Dunbar,
1998, p. 186).
A esto hay que unir que tales correlaciones se basan en datos desprovistos de todo el
contexto, complejidad social y ambiental propios de cada una de las especies incluidas e
incluso de las características propias de cada población de una misma especie. Un análisis
que profundice más en las relaciones entre individuos en situaciones y contextos diversos
puede ayudar a definir mejor qué elementos comunes a todas ellas pueden explicar la
contribución social al desarrollo cognitivo. Es por tanto necesario indagar más en las
características de las relaciones sociales, no tanto a nivel de tamaño del grupo, puesto que
son este tipo de relaciones las que pueden ayudarnos a entender los cambios en el cerebro.
Esto es algo de lo que recientemente Dunbar parece ser consciente, como veremos en la
sección 4.
Es, pues, este equilibrio entre costes y beneficios, capacidades cognitivas y tiempo
social disponible, el que determina el tamaño óptimo del grupo, que pueda mantenerse
cohesionado. Así pues, un aumento del neocórtex que implica una mayor capacidad
cognitiva, posibilita nuevos modos más efectivos de mantener la cohesión, y esto sirve a su
vez de fuerte impulso al crecimiento del grupo.
Sin embargo, ninguna de estas evidencias puede explicar la idea de la HCS de que
es el incremento en el tamaño del grupo el que conduce al incremento en el tamaño relativo
del cerebro (del neocórtex en concreto). Las ventajas de la actividad social y la necesidad
de mantener grupos cohesionados contribuyen al aumento del volumen del neocórtex por la
demanda de mayores competencias cognitivas; quien dispone de un modo más eficiente de
asegurar la cohesión, conseguirá poder crear grupos más grandes, por lo que su linaje
florecerá. Esto puede servir de impulso al desarrollo cognitivo a través de fuerzas
evolutivas como la selección natural pero no explica el origen primero de su aparición: no
todas las especies que se podrían beneficiar de una vida social compleja adquirieren tal
capacidad cognitiva, ni desarrollan cerebros más grandes. Desde este punto de vista, la
HCS ofrece una explicación funcional, no causal, del proceso de teleencefalización.
Además, es preciso darse cuenta que por esta vía llegamos a la misma observación que lo
que importa no es el tamaño absoluto del grupo, sino el tipo de estructura social que se da,
ya que el modo “cognitivo” de resolver el problema de la cohesión social transforma el tipo
de relaciones que se dan entre los miembros del grupo.
Figura 3. Tamaño relativo del cerebro en función del sistema social en (a) carnívoros, (b) ungulados, (c)
murciélagos y (d) aves, donde se aprecia la relación entre mayor tamaño relativo y establecimiento de parejas
estables (Shultz y Dunbar, 2007, p. 2432).
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Figura 4. La relación entre el tamaño del cerebro total y factores sociales y ecológicos: (a) los efectos
parciales de la socialidad sobre el tamaño del cerebro relativo en ungulados, (b) el efecto parcial de diferentes
sistemas sociales sobre el tamaño del cerebro y (c) la relación entre el uso del hábitat y el tamaño relativo del
cerebro (Shultz y Dunbar 2006, p. 212).
8
Figura 5. Tamaño relativo del cerebro en función del sistema social en primates (Dunbar 2007, pag. 2432).
9
Otro argumento utilizado por Dunbar (1998) para apoyar la HCS sostiene que el
tamaño relativo del neocórtex en primates correlaciona más con la duración del periodo
juvenil de aprendizaje social, que con el tiempo de gestación en el vientre materno. Pero de
esta correlación no se pueden sacar conclusiones en apoyo a la HCS sin más. Pues existe
otra hipótesis que puede explicarla: el largo periodo de desarrollo se debería, según esta
hipótesis alternativa, a la necesaria poca maduración del cerebro humano en el vientre
materno por la adquisición de la postura erecta, la cual origina una disminución del canal
pélvico de parto por el que el cráneo humano tiene que pasar, lo cual impide que el cerebro
pueda adquirir su configuración definitiva antes del nacimiento y hace necesario ampliar el
tiempo de crecimiento y maduración cerebral del individuo hasta pasada la época
adolescente. No obstante, no deja de tener interés la tendencia evolutiva que permite a los
humanos configurar nuestro cerebro en un largo proceso de influencia social y aprendizaje,
que nos distingue de otras especies. Existen múltiples trabajos que dan cuenta de la
plasticidad cerebral, y su contingencia a la adquisición de habilidades cognitivas durante la
ontogénesis de los individuos (Hutchinson y colaboradores, 2005).
Así pues, las cosas se complican para la HCS: la correlación de partida, que nos
llevó a considerar el tipo de relaciones sociales que se dan en el seno del grupo, como el
modo de mantener su cohesión, nos remitió a su vez a los requisitos cognitivos necesarios
para tales tipos de relación; la sorpresa para la HCS es que tales funciones cognitivas no
dependen exclusivamente del neocórtex, porque en el proceso de su expansión relativa debe
haber influido algún otro factor. Por ello, tal vez cabría replantearse la HCS incidiendo más
que en el volumen del neocórtex, en toda una serie de factores que intervienen en el
desarrollo cerebral que permiten pasar de la inmadurez cerebral a una adaptación compleja
de mecanismos mentales para vivir en sociedad durante la ontogénesis del individuo. Pero
ahí nos encontramos la ambigüedad señalada inicialmente, entre la configuración social
existente en el proceso de hominización, y la diversidad de configuraciones sociales
humanas. El modo en que la HCS trata de afrontar el problema consiste en tratar de buscar
universales sociales, originados en esa estructura social primitiva. Lo consideramos a
continuación.
Este aspecto de la HCS es quizá la que ha dado más fama a Dunbar. Fruto de sus
trabajos sobre la conexión entre capacidad cognitiva y socialidad que sirven de base a la
HCS, Dunbar infiere como evidencia una serie de restricciones universales en la vida social
humana. Tales restricciones se plantean con respecto al número y tipo de relaciones, como
con respecto al tiempo disponible para mantenerlas dada la mediación cognitiva de las
interacciones sociales:
La realidad social de hoy en día muestra que el ser humano ha conseguido crear y
mantener sociedades mucho más amplias. De hecho, actualmente muchos investigadores
analizan el fenómeno de la globalización, por ejemplo. Desde este punto de vista, el
número Dunbar sigue siendo cuestionable. Más bien, un acercamiento más
multidimensional y complejo a la realidad social puede mostrar qué recursos cognitivos
utiliza el ser humano para organizar las amplias estructuras sociales existentes, además de
investigar cómo encaja el pequeño grupo que identifican Roberts y cols., dentro de las
grandes sociedades. Es por ello, que la clasificación antes mencionada necesita de mayor
evidencia desde perspectivas tales como la psicología y la antropología social.
2. Respecto a las exigencias cognitivas y tiempo necesario para mantener las relaciones
sociales.
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Cada tipo de vínculo demanda según Dunbar distintos requisitos cognitivos para
mantenerse. Así, Roberts y colaboradores (2009) sostienen que los vínculos entre parientes
demandan menor dedicación en tiempo que otras relaciones, y que los grupos de individuos
más vinculados entre sí invierten más intensidad emocional en la relación y por ello
requieren de más dedicación para su mantenimiento, principalmente mayor comunicación
en tiempo real a través del teléfono o especialmente cara a cara (Mok et al. 2007, Utz
2007). El mayor requerimiento de tiempo para crear y mantener estos vínculos limita por
tanto su número, estableciendo, en opinión de Dunbar, un máximo. Sin embargo, las
relaciones fuera de estos grupos son más débiles, tienen menos carga emocional y requieren
menor dedicación personal. Es por ello que pueden incluir un número más numeroso de
individuos, porque la inversión en tiempo necesario para mantenerlas es mucho menor.
Del mismo modo, el lenguaje supone una habilidad cognitiva muy relacionada con
la actividad social según Dunbar (1993), que facilita y multiplica la complejidad social y
corre paralelo al desarrollo del neocórtex. El lenguaje sirve de sustituto en humanos al aseo
12
mutuo de los primates, multiplicando por 2,8 las posibilidades de relaciones respecto a
dicha actividad de aseo. Cohen (1971) refleja también las limitaciones cognitivas del
cerebro humano en el lenguaje cuando establece que existe un número máximo de 5
personas con las que se puede mantener una conversación a un nivel normal de voz. Esta
afirmación refuerza la idea de Dunbar (1993) de que esta limitación coincide con la
demanda cognitiva para mantener grupos cohesionados. Cuando se sobrepasa este número,
los grupos de conversación deben dividirse porque disminuye la capacidad de atención y de
escucha (Henzi y colaboradores, 2007).
Para comprobar si la motivación del origen del lenguaje es crear vínculos sociales,
se analizan las características de las conversaciones humanas (Dunbar y colaboradores,
1997). A este respecto, Dunbar (1993) concluye que un 60% de las conversaciones
humanas tratan sobre cotilleos sociales, y experimentos sobre la transmisión de la
información social en la transmisión cultural humana muestran que los cotilleos sociales se
transmiten en mayor número que otros temas sociales u otro tipo de temática (Mesoudi y
colaboradores, 2006) (Fig. 6).
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la Complejidad Social para explicar el paso de la comunicación al lenguaje en contextos
sociales más complejos. En un sentido parecido, se ha tratado de vincular la capacidad
metarepresentacional con el tamaño del grupo social (Henzi y colaboradores, 2007). Sin
embargo, todos estos argumentos que tratan de identificar mecanismos cognitivos como
posibles responsables de la limitación de ciertas prácticas sociales resultan insuficientes
para apoyar la HCS.
Si bien la clasificación que hace Dunbar sobre los tipos de relaciones no deja de ser
interesante, cabe reflexionar sobre si la estructura de las redes sociales humanas
mencionadas vienen limitadas en términos de habilidades cognitivas o pueden ser las
mismas prácticas sociales las que configuran estas limitaciones. En este sentido, puede
resultar de interés la perspectiva antropológica sobre prácticas sociales y la implicación que
la cultura tiene como gran configuradora de las redes sociales, incluso como impulsora de
redes cada vez mayores a través de recursos tales como la identidad, la simbología, las
creencias, las normas y la tecnología. Dunbar se centra exclusivamente en relaciones
interpersonales, pero la HCS debería tener en cuenta también otras formas de relación
social (endogrupo vs exogrupo, por ejemplo, u otros fenómenos de la psicología social),
que suponen la identificación del individuo con un grupo genérico. Este tipo de
consideraciones nos llevar a ver con cierto escepticismo la reciente línea de desarrollo de la
HCS sobre la influencia de internet en las relaciones sociales. Dunbar y su grupo han
intentado mostrar que, en contra de las apariencias, el mismo tipo de agrupaciones sociales,
se dan también en las nuevas redes sociales virtuales (Dunbar, 2012), pero sobre la base de
analogías que pasan por alto la diferente naturaleza de las relaciones virtuales.
Igualmente, puede decirse que la tipología de redes sociales planteada por Roberts y
colaboradores (2009) se puede explicar, no como resultado de limitaciones cognitivas al
número de relaciones que se puede establecer y mantener, sino más bien como el resultado
de un cierto modo de dar respuesta a necesidades básicas de filiación y vinculación del ser
humano. Así pues, el grupo de apoyo de como máximo 5 personas puede corresponder al
número de relaciones suficiente para cubrir las necesidades más básicas de ayuda,
cooperación, afectividad y seguridad del ser humano en momentos especialmente difíciles.
Estos vínculos se refuerzan por la mayor carga emocional que impulsa una mayor
implicación en momentos más difíciles sin necesidad de recurrir a ninguna otra explicación
cognitiva. Asimismo, la creación de redes más amplias y menos vinculadas
emocionalmente puede servir de respuesta a otro tipo de necesidades sociales en las que
sería suficiente una menor implicación, lo que llevaría a relaciones más débiles. Todo ello
hace que resulte cuestionable atribuir a una limitación cognitiva la existencia de un número
máximo de sujetos en los distintos tipos de relaciones sociales. Por otro lado, esos números
señalados requieren de un amplio apoyo empírico para su contrastación. Nada impide, por
ejemplo, que pueda encontrarse una sociedad en la que el grupo de apoyo sea de 10
individuos; de hecho, las familias extensas de las sociedades tradicionales pueden verse
como un contraejemplo a los tres niveles de Dunbar y sus correspondientes números
crecientes. Del mismo modo no queda clara esta compartimentación tan estricta de tipos de
relaciones, del número de componentes en cada uno de ellos, de los mecanismos
psicológicos de implicación en cada tipo de vínculo, ni tan siquiera de las condiciones
necesarias para el mantenimiento de cada tipo de vínculo. Estas cuestiones requieren de
mayor evidencia antropológica y psicológica.
14
A este respecto, es preciso mencionar que en trabajos más recientes (Sutcliffe y
colaboradores, 2011), se empieza a reconocer la necesidad de añadir otras perspectivas de
la psicología a la perspectiva evolutiva, y de enriquecer el análisis incluyendo otros
mecanismos cognitivos de relevancia como el papel que juega la confianza a la hora de
explicar la creación y mantenimiento del entramado social, anteriormente olvidados, que
dejan entrever el simplismo de las explicaciones cognitivas utilizadas previamente. En este
mismo sentido, Dunbar (2012) empieza a recurrir a otros elementos en su explicación de la
HCS, como la importancia de la risa y su aporte de endorfinas, como posible mecanismo
útil para ampliar la actividad social.
La HCS también trata de ofrecer las bases para la reconstrucción del proceso de
hominización, como otro ámbito en el que encontrar apoyo para la hipótesis. Se trata de
interpolar las características de las especies fósiles del linaje hominino, dados los valores
conocidos de las especies vivientes: monos antropoides y humanos modernos. En una
primera fase, no obstante, la estrategia se limita a aplicar las consideraciones sobre tamaño
del grupo y tamaño relativo del neocórtex, lo que, como ya hemos señalado repetidamente,
acaba por resultar demasiado simplista. Más recientemente, la propuesta también se hace
más compleja en este ámbito.
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Figura 7. Tamaño del grupo social predicho para poblaciones de homínidos individuales usando la ecuación
de regresión para el tamaño del grupo sobre el ratio del neocórtex incluyendo el humano moderno (Dunbar
2003, p. 173).
De los cálculos previos sobre los tamaños grupales correspondientes a las diferentes
especies, estiman el tiempo máximo de dedicación social requerido para mantener el grupo
cohesionado. Partiendo de la idea de que los individuos no pueden dedicar más del 30% de
su tiempo diario a la actividad social para tener tiempo de atender al resto de sus
necesidades -se aumenta el porcentaje si se consideran mayores presiones selectivas
derivadas de mayores grupos-, calculan el número máximo de individuos al que se puede
dedicar tal porcentaje de tiempo. Así pues, una vez calculados los tamaños grupales de las
diferentes especies fósiles y el porcentaje de tiempo límite de dedicación social sin la
existencia de lenguaje, concluyen que es hace 0,5 millones de años cuando aparece el
lenguaje, ya que este es el elemento que puede disminuir el tiempo de dedicación social
para mantener tales tamaños grupales cohesionados. Este periodo coincide con la aparición
de los humanos arcaicos, con lo que el Neandertal ya podría haber poseído un habla social
según Dunbar (2003).
En una nueva reconsideración de la cuestión, Dunbar (2003) infiere que solo los
humanos modernos y los Neandertales son capaces del nivel 4 de intencionalidad (Fig. 8),
sobre la base de la comparación de los niveles de intencionalidad de los “carratinos” y su
volumen craneal. El nivel 4 es especialmente importante porque supuestamente es el
requerido para la aparición de la religión o la cultura simbólica en general. Esto encaja con
la evidencia arqueológica disponible, que sitúa su inicio en el Homo sapiens arcaico.
Figura 8. Nivel de intencionalidad alcanzable (o teoría de la mente avanzada) para poblaciones homininas
individuales, respecto al tiempo (Dunbar 2003, p. 178).
16
ni, en realidad, que la HCS permita anticiparla. Del mismo modo, pretender determinar la
fecha de aparición tanto del lenguaje como de una mayor capacidad cognitiva en los
homininos sobre tal base resulta arriesgado, y poco demostrativo.
7. Conclusión
Ciertamente, los trabajos de los últimos años de Dunbar van en la línea de reconocer
esta complejidad, y la necesidad de ir más allá de las correlaciones simples. Así, por
ejemplo, encontramos algunos análisis desde una perspectiva neurobiológica sobre las áreas
del cerebro implicadas en determinadas aptitudes sociales (Dunbar, 2010; Lewis, Rezaie,
Brown, Roberts y Dunbar, 2011) y revisiones sobre las bases neuroquímicas implicadas
(Machin y Dunbar, 2011). Del mismo modo, también se interesa por las topologías de las
redes sociales, y no solo en el tamaño de los grupos (Dunbar y Shultz, 2007). Todo ello
confirma la simplicidad de los argumentos previamente utilizados para apoyar la HCS,
basados simplemente en el tamaño del neocórtex. Sin embargo, también es cierto que esta
mayor complejidad en la formulación de la HCS, implica el cuestonamiento de algunos de
los supuestos nucleares, como la importancia atribuida al incremento relativo del neocórtex,
frente a otras estructuras cerebrales, por ejemplo, dado que las capacidades cognitivas
17
involucradas en la socialidad humana no dependen exclusivamente del neocórtex. Y del
mismo modo, al desplazar el foco del tamaño del grupo al tipo de relaciones sociales, y a la
estructura de las redes implicadas, se pone igualmente en cuestión el núcleo central de la
hipótesis primitiva. En efecto, la mayor dificultad de la HCS, tal como está formulada, es
que resulta insatisfactoria por su falta de atención la gran diversidad de configuraciones
humanas existentes, en su intento de encontrar sus “números mágicos” (5-15-50-150) en las
configuraciones sociales efectivas. El poder explicativo de una hipótesis que vincule mente
y sociedad difícilmente va a permitir encontrar universales sociales en la diversidad de
formas sociales efectivas; su fuerza radica en identificar los mecanismos psicológicos
universales que hacen posible la vida social humana, en su diversidad y variabilidad, en su
sensibilidad al contexto y a la historia.
Por otra parte, aunque la HCS aporta elementos muy importantes sobre los que
seguir trabajando, resulta finalmente insatisfactoria por no distinguir suficientemente entre
su explicación funcionalista del incremento del tamaño relativo del cerebro (por la ventaja
selectiva de vivir en grupos mayores) y la explicación causal de cómo se produjo, pues tal
como se formula la hipótesis, plantea como inevitable la solución adaptativa hominina,
cuando en realidad, carece de necesidad biológica: muchas otras especies, ante una
situación parecida, optaron por seguir otras vías adaptivas, que no implicaron un
incremento cerebral parecido al nuestro. Ejemplos de esta dificultad se encuentran todavía
en trabajos recientes; por ejemplo: “los cerebros grandes han aumentado a lo largo de la
evolución como respuesta a los conflictos sociales y ecológicos inherentes a la vida en
grupo” (Shultz y Dunbar, 2007). O: “los primates desarrollaron grandes cerebros para
manejar su inusualmente complicado sistema social” (Dunbar, 2009). Este tipo de
afirmación no tiene en cuenta que otras especies altamente sociales no han desarrollado
tales cuotas de desarrollo cerebral y cognitivo. Dicho de otro modo, la vía de una mayor
teleencefalización pudo ser beneficiosa para muchas especies, pero no la siguieron. Hay
especies que soportan fuertes presiones ambientales y que tienen que desplazarse largas
distancias para alimentarse, como algunos ungulados, pero esas presiones no les hicieron
crear sistemas sociales más complejos para afrontar esos retos del entorno, ni para asegurar
la reproducción, ni siquiera para ayudar a proteger la descendencia.
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En definitiva, del análisis y revisión de los trabajos de Dunbar, podemos concluir
que, si bien no consiguen establecer la HCS de forma contundente, ayudan a abrir un
amplio camino para el estudio de la evolución de la socialidad humana y de los
mecanismos cognitivos que la hacen posible, sobre los que vale la pena indagar más a
fondo. En particular, el trabajo de Dunbar se desprende la importancia de investigar las
sociedades humanas de pequeña escala para compararlas con las grandes aglomeraciones
sociales en que viven los humanos hoy en día, para tratar de entender si las bases que
estructuran y mantienen las relaciones sociales dentro de estos grandes grupos son las
mismas de las sociedades de pequeña escala, dado que son los mejores ejemplos del
contexto en el que los antepasados humanos han vivido. En otras palabras, se trata de
verificar si, tal como se sigue de los planteamientos de Dunbar, se pueden encontrar redes
sociales en las sociedades contemporáneas que funcionan como sociedades de pequeña
escala, o si la cohesión social en tal contexto depende de otros mecanismos.
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