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La muñeca con una dona en la cabeza

-Abuelita, abuelita me encontré una muñeca.


-¿Con una dona en la cabeza?
-Sí, ¿cómo lo sabes si no la has visto?- Respondió Marcos.
-Pues, es sorprendente que hayas encontrado una muñeca con una dona en la cabeza, aún
recuerdo el día más feliz con mi muñeca favorita.
-¿Tenías una muñeca?
-Sí, cuando yo era niña vivía en un pueblo que estaba rodeado de muchas montañas, las casas
eran de madera y por la mañana se escuchaban a muchos pajaritos cantar. Ahí vivía con mis
padres, en una casita que estaba a la orilla de la calle.
Recuerdo que para mi cumpleaños número siete, mi abuelo me regaló una gran casa de
muñecas. Por la tarde mis amigas llegaron a visitarme y me invitaron a salir a jugar pero yo no
quise porque quería seguir jugando con mi nueva casa.
-Vamos Lupita, ven a jugar con nosotras- me decía.
-No, yo quiero estar jugando con mi nueva casa, vengan a verla. -Invité a mis vecinas a ver la
nueva casa y ellas se emocionaron tanto que aquella tarde no jugaron en la calle, lo que hicieron
fue salir corriendo en busca de sus muñecas de tuza y así jugamos durante toda la tarde.
Un día, mi abuela llegó y en sus manos llevaba la muñeca más linda que yo hubiera visto, su
trajecito verde, sus piernas largas, sus grandes trenzas de lana anaranjada y sus ojos negro
grandotes la hacía la muñeca más bonita del mundo.
Me encantaba jugar con ella y no dejaba que nadie la tocara, porque era mi apreciada muñeca,
los primeros días todas entendían que no podía tocarla pero poco a poco iba pasando el tiempo y
en una ocasión una de mis vecinas amigas agarró a mi muñeca y se puso a jugar. Me molesté
tanto que entre gritos le dije que se fueran todas y nunca más volvieran a mi casa. Así fue como
dejé de jugar con mis amigas por unos meses.
Las tardes se volvían aburridas y eternas, nadie pasaba enfrente de mi casa y cuando yo me
acercaba a jugar con mis amiguitas ellas salían corriendo. La pasé muy mal esos días, hasta que
le conté a mi abuela la historia de la muñeca y ella me hizo entender que debía aprender a
compartir también me contó una forma para recuperar a mis amigas y fue así como preparé mi
primera fiesta de té.

Esa misma tarde, hice un invitación para cada amiga y se las fui dejando de puerta en puerta para
que me acompañaran a la fiesta de té. A las tres de la tarde del siguiente día, varias vecinas
estaban sentadas alrededor de la mesa, entonces me acerqué a ellas y me disculpé diciéndoles
que había sido muy egoísta, pero que no era mi intención herirlas. Aquella fue la mejor fiesta de
té, porque me abuela me ayudó a hacerles una muñequita de trapo a todas mis amigas y así
pasamos toda la tarde jugando.
-¡Woo! Abuelita, ¿pero ¿cómo ha durado tantos años está muñequita?
-Pues, esa tarde, mi abuela me hizo otra muñequita de trapo con la que jugaba, así que dejé mi
muñeca favorita en la casita y ahí la guardé para siempre poder verla bonita.
-¡Es la muñequita más linda que yo he visto también!
-Bueno, querida Lucy, desde hoy en adelante, mi muñeca será tu muñeca.

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