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RECUERDOS DEL AYER

AUTORES: MARTEL AMOEDO, EUGENIA UMA MORELLA / AMOEDO NATALIA ANABELA

CONCURSO LITERARIO COLEGIO MADRE TERESA

JUNIO 2020

Miraba desde la ventana a mi mamá sentada en el jardín de la casa de mi abuela. La


miré unos minutos hasta que decidí acercarme a ella. Le pregunté que observaba, qué
pensaba. Me contesto que estaba mirando la palmera. Asombrada volví a preguntar por qué y
ella fue la que ahora me pregunto a mi si sabia cuanto tiempo tardaba en crecer tan alta, que
al subir la mirada para ver hasta donde llegaba, podías observar el cielo. Le conteste que no
sabía, que no tenía idea a que venia esa pregunta. Mi papá la plantó cuando era muy chiquita y
ya pasaron más de 40 años dijo. Y comenzó a contarme de sus recuerdos de la infancia, tan
distinta a la nuestra, donde las veredas y las calles estaban llenas de amigos del barrio que se
juntaban todas las tardes a jugar. Mi mamá vivió siempre en el mismo barrio, un lugar
tranquilo, el mismo donde se había criado mi abuelo cuando a los 6 años llegó de Wilde por el
año 1951.

Las calles eran de tierra, pero al no pasar casi autos por allí, eran perfectas para andar en
bicicleta. Otras tardes andaban en patines, muy diferentes a nuestros rollers que usamos hoy
en día. Hasta me mostró una cicatriz que todavía conservaba de una de las tantas caídas
tratando de hacer equilibrio. Jugaban a la mancha, al elástico, a un juego llamado cigarrillo 43.
En el verano llegaba la noche y todos los chicos del barrio seguían jugando en la calle.

Mamá y mis tíos tuvieron la suerte de vivir a media cuadra de su abuela, tíos y primos. A ella le
gustaba mucho visitar a mi bisabuela, compartir mates, y ayudarla con la quinta, o a darle de
comer a las gallinas y conejos que tenía en su casa. Las casas no tenían rejas ni las puertas se
cerraban con llave. Todos los vecinos se conocían, se ayudaban, se saludaban.

Estuvimos hablando un rato largo, hasta que me dijo si quería que la acompañara a comprar.
Caminando hacia el supermercado, iba mostrándome las casas dónde vivían sus amigos que
hoy en día ya se habían mudado a otros lugares. También al pisar una de las veredas realizada
en ladrillos muy antiguos me contó que las había hecho mi abuelo cuando tenía unos 12 años y
como pago recibía 5 pesos por metro.

Hablar con ella hacía que yo pudiera viajar en el tiempo, a esos años 80 donde fue una niña.
Donde la infancia duraba mucho y los juegos eran tan divertidos. Por medio de ella y de mis
abuelos, que después compartieron la charla con nosotras, conocí vecinos que ya no estaban,
anécdotas, travesuras que hoy serían tan insulsas y ellos las disfrutaban. Terminamos mirando
el álbum de la familia y cajas donde mi mama guardaba papeles de carta, de caramelos que ya
no hay, monedas, tarjetas de cumple, cartas del amigo invisible, figuritas de álbumes que
coleccionaba.

Y todo empezó por una simple pregunta, cuanto tiempo tardaba una palmera para llegar tan
alto. Y tarda mucho tiempo, muchos años, años que pasan volando, en un abrir y cerrar de ojos
abandonas la infancia para ser mayor y a veces no nos damos cuenta, y en todos esos años nos
pasan miles de cosas buenas y malas que nos dejan una enseñanza. Hoy aprendí que tengo
que disfrutar el día a día, el momento, los amigos, mi vida. Así cuando sea mayor voy a poder
contar también mi historia.

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