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Memoria de cristales

rotos
Ondas de radio

En algún momento lo escuchamos:

las centrales nucleares se desactivaron,

el magma atómico fue sepultado a kilómetros,

sus latidos aún vivos bajo rocas y líquidos.

Escuchamos que cerró la última escuela,

imaginamos aulas vacías

por las que entraba el sol de la mañana:

sentí escalofríos.

Escuchamos que buscaban la cura:

que anidaba en la raíz de un árbol,

en el veneno de los escorpiones,

en el repetir murmurante de un chamán.

Nada era cierto.

Escuchamos que la democracia debía persisitir,

también la libre empresa.

Escuchamos que, por entonces, era necesario el corte eléctrico,

que el servicio de agua seguiría.

Escuchamos de ataques aislados de los perros.

Escuchamos que los choferes de ambulancias

ya no se presentaron esos días,

sólo los enfermeros.

Escuchamos que Dios se había desperezado.

Escuchamos que la cuarentena no servía,


que sacáramos sábanas cuando alguien durmiera,

que cantáramos.

Escuchamos a una mujer que leía “Bodas en Tipasa”:

allí hay vestigios de Roma a pocos kilómetros del mar.

(26 de octubre-2027)
Cesar

Cuando comenzó nadie pudo comprender.

Una mujer, luego sus hijos, luego más, luego todos

durmieron. Sin fiebre, sin fallas en la música del órgano,

sin bacterias o virus, sin gérmenes ni hongos.

Inmunes en su sueño, delicados, aéreos.

Cuando se propagó nadie quiso acostarse, luchaban.

Y al despertar lloraban con alivio.

Pasaron ocho meses. El hedor era atroz, se decía

que los perros devoraban a sus dueños dormidos.

Casi todos al ver el día lloraban: no querían despertar.

Sólo uno, lo hizo, al cabo de semanas:

ya no fue más el mismo, habitaba el mundo

como quien sobrevive a su fusilamiento.

Durante días, semanas, las calles estuvieron vacías.

Las personas que quise han quedado en un sueño

del que siempre he despertado.

Me armé de armas, recorrí las calles y los pueblos,

busqué a los que hoy estamos:

quienes fueron amados no aceptan

que el amor se termine.

(14 de enero-2028)
El establo

Por la hendija en la puerta

una lonja de sol disimula

la brasa entre las cenizas,

marca el peregrinar

del polvo hacia las cosas

-un cardumen

que despierta a la luz-.

Por la grieta en la madera seca

descubro un árbol solo

que justifica al viento,

desde allí los cuerpos de los perros

se agigantan. Veo estrellas,

y las ranas y grillos atronan

a un universo inabarcable.

Por la hendija los escuché llegar.

Al abrirles la puerta, por instantes,

el mundo se redujo.

(27 de febrero-2028)
El árbol de Jonás

Me refugié en las ramas, a tres metros del suelo.

Como antes, perseguían sus colas, rodaban entre ellos.

Algunos, acurrucados, soñaban.

La jauría no piensa, sino apuesta:

esperan que resbale, que el otoño me hiele,

que el no dormir me anule. Han pasado dos días,

algunos van y vienen con algo entre los dientes,

a veces todos ladran, otras veces aúllan.

Yo, que pensé en rendirme cuando murieron todos,

me rehúyo. Cuando lo perdí todo

encontré en estas ramas el sosiego infinito

de ver la cordillera como una inmensa ola que remolca la noche.

Un perro gris, mestizo como todos, fue el que cayó primero.

Luego escuché disparos.

( 4 de mayo-2028)


La barricada de César

Para entonces, hacía frío.

Conseguimos maderas, combustible y acero,

las armas nos cuidaban.

Trabajamos semanas, no sé cuántas.

En agosto una joven durmió y la lloramos.

Desde lejos llegó un hombre mayor

que ayudó a levantar la barricada.

Quienes podían hacer, hacían.

Rodeados de alambradas encontramos sereno,

porque el cerco era inmenso.

Más allá, azules por el aire, el cerco de los cerros,

y alambrados, heridos, nuestros días.

Aquí dentro caminamos seguros.

Delante de la barricada encendimos el fuego:

rodeamos viejos sueños con campos de ceniza.

(3 de agosto -2030)
Bitácora de Anselmo

“Las barricadas mantienen la distancia:

deben ser altas, sin bordes,

ya que saltan y trepan.

Fueron compañeros de los hombres.

Aprendieron junto a ellos

a pensar y anhelar.

Quizás el hambre los cambió,

quizás la conmoción del abandono:

volvieron en multitud a lo salvaje.

Mas no todo perdieron:

les queda de lo humano

el odio de los hombres.”

(14 de septiembre2030)
El ancla de Elisa

Nada construimos.

Habitamos espacios que aún construyen los muertos.

En el almuerzo, una mujer sencilla se permitió afirmar:

“Hoy tengo casa”.

Incómodas y honestas pronunció esas palabras.

Tomé suave su hombro para anclar esos dichos.

Ya muy pocos transitan las calles del pasado

-el pasado es un hueso que hiende la garganta-,

y el alivio que aborda mis oídos,

un diamante que brilla en el pantano.

(22 de julio-2031)
Un hueco en una puerta

Recuerdo en sus ojos oscuros, decididos,

enmarcados en un rostro aniñado,

la sabiduría de ignorar la muerte, y aceptarla.

Sólo dos despertaron del gran sueño:

Lucía, que creció, y Bastián, que cocinaba.

“El deseo se reconoce, no se conoce –dijo una tarde

en que volvió a caer agua del cielo-,

entonces nos dimos cuenta que sabíamos”.

Ella me enseñó esto.

La mañana de junio era soleada y tibia,

y la hoja de su daga, refulgía.

Abrió el portón, caminó hasta los pastos quemados,

donde las jaurías ya no suelen llegar, y continuó.

Nuestro miedo la siguió con los binoculares

que enfocaron también a doce perros:

se acercaron a ella, sinuosos y famélicos,

Lucía los miró como quien mira un hueco en una puerta:

Inentendiblemente, se alejaron.

Su silueta fue una cerilla oscura en poco tiempo.

(2 de junio-2035)
Temores de Anselmo

Al perderse el sol, llamamos por su nombre a los niños:

que no se disgregue el mundo, que no se resquebraje.

Deberán aprender todo de nuevo: un camino

que hoy nadie imagina. Lo dado por manos intangibles,

son quimeras que acumulan el polvo.

Los nietos de los niños mirarán una tarde como hoy,

estupefactos, a nuevos perros que devoran el día.

(3 de abril - 2036)
Topadora

Me sentí cobijado antes de abrir los ojos,

hasta que percibí cuerpos debajo de mí.

No sé si adormecida una niña reposaba en mí pecho.

Recuerdo que grité, mas no sonidos.

Salí del foso: en una topadora encendida

un hombre dormía ante los comandos

- por ese ruido los perros no llegaron-.

Hoy vigilo desde una terraza las barricadas,

cuido las alambradas. Delante de mí

el campo de cenizas.

Hace meses no veo sobrevivientes,

pero la niña baila entre perdigones de luna.

Quienes dormían, a lo ancho del campo duermen,

mi grito mudo es su canción de cuna.

(5 de junio 2036)
  Logaritmos del boticario

Calculamos los celos, pariciones,

cuántos caen por rabia, cuántos por el moquillo;

deducimos los hombres que seremos, en números ideales.

Poco saben los jóvenes de los últimos siglos,

poco inquieren:

los culpan por haber sido tantos,

por el obsceno espacio que ocupaban,

por el silencio con que cargan sus padres.

Yo también lo hago. Al resonar la ventisca

en las ventanas rotas nos sabemos anónimos.

(septiembre- 2037)
El llanto de Jonás

Hay quienes escriben cartas para nadie,

quienes resguardan en crónicas los días,

quienes murmuran sus cargas impagas,

quienes conjeturan desaciertos

y callan su dolor.

A veces los rostros se quedan sin palabras.

Escribo historias que deben terminar.

(9 de diciembre 2038)
Crisis del boticario en el balcón

En mí opinión sobre, sentir

qué mí saber, percibir más

allá, las teorías acerca

de cómo, no podía ser

de otro modo , las palmas

mojadas con saliva,

las palabras

asesinaron al mundo.

(3 de enero- 2038)
Inventario de César

Apenas lo modesto sobrevive: penicilina,

analgésicos, vacunas para tétanos y rabia.

Nada más. Hemos clavado estacas

en los tobillos de la modernidad.

Pero el brillo del astro, transparente,

recuperó morada en las retinas.

Y se ven pudorosas, como ninfas aladas,

esas extrañas naves en la noche.

(1 de julio- 2039) 
cables

:- “A lo largo de los cables de luz crecerán lirios del aire”, dijo;

después, Guadalupe no volvió a despertar – rememoró Bastián-,

quien, pareciera, todos los días busca el cielo.

(5 de septiembre-2039)

Anselmo

Camino -las manos a la espalda, como hace tanto tiempo-,

guardo en mí un ancla al delta que soy

y disimulo, para que no huya el alma:

la vereda, lejos; la calle, una nuez vacía.

Noviembre morderá, ya humea su fiebre densa,

la nube que crece sobre el cerro llegará a tormenta por la noche

-el cerro llevaba el nombre de un santo al que amaban las abejas-.

Las golondrinas giran en el azul que oculta el universo:

una mujer que ríe, y un faro descolorido en una playa argentina

se reflejan en la memoria de unos cristales rotos.

Sobre los autos y en las hendiduras del asfalto

los pastos se inclinan por el viento.

Jaurías esperan fuera de la ciudad.

(29 de marzo – 2040)


La hoguera

Anselmo enseña a los pequeños

junto a una joven de andar descolorido.

La peste negra del siglo XV apenas si la nombra:

camafeo de marfil, cuco de cuento:

susurro, frente al huracán que barrió el cielo.

¿cómo narrar la selva con la sequía en la mano,

sin el verde y los ríos, sin pájaros, sin bestias?

Anselmo reconstruye la selva de los hombres,

y los niños visitan un mundo que jamás existió.

No creen que los perros fueran amigos del hombre.

La joven guarda con cuidado y ternura las palabras,

las lleva a su boca como a trocitos de la última hogaza:

“la Gran Muralla, Voyager Six, San Telmo,

Laniakea, Olimpíadas, tiranosaurio rex.”

Cuando enciende la hoguera

las recita.

(15 de octubre -2040)


Escala de Ritcher

Antes de correr

vibraron los vidrios en las ventanas, luego las paredes.

“El anterior fue un octubre. Pensé que había pinchado la rueda de la moto.”

“Cuando era niña una anciana murió en una casa humilde.”

Los cables en los postes recobraron, vibrantes, su espacio en esta tierra.

“El del 19 rompió las copas en mi departamento”.

Los perros aullaban, más allá de los muros,

como si esperaran que volvieran sus dueños.

“Debe haber sido de 6, de 7 puntos Ritcher.”

En las veredas las personas se miraban el miedo:

un ruido permanente, sin lugar.

“No lo sentí. No lo sentí”- lloraba un niño que había quedado fuera

de sentir, como todos, de nuevo el mundo entero.

(23 de junio -2042)


  El jardinero

Cuida los jardines, hace semillar las flores,

prepara la tierra –les tira clavos viejos,

cáscaras, pellejos -, y ama los repollos.

Tiene un momento a solas cada día

-no sé si recuerda o si descansa-,

pero en su silencio cabe el mundo.

Los domingos arregla las veletas

que recupera de la ciudad vieja,

las hace revivir en el viento.

Enseña a los niños a disparar las carabinas

y a fundir nuevas balas.

Anoche se ha enfermado y hoy ha muerto.

Los viejos quieren enterrarlo entre azaleas,

los niños han construido una pira

para que el humo llegue a las alturas.

(12 de mayo -2043)


el tarot de Ana

Un paño carmesí cubre la mesa.

Sobre ella inquieren hombres y mujeres

el tarot de Marsella,

Aún cuando Marsella…¿Quién lo sabe?

más allá del Atlántico,

una bella canción tan olvidada.

Tenue en la penumbra de la sala

una dama de azul nos acompaña.

(14 de julio de 2043)


La Mañana de Elisa

Cerca de la ribera cuidamos el trigo y el maíz;

sobre la loma, naranjos y ciruelos.

El río fluye tan limpio:

han regresado a él los bagres y dorados.

Nuestro niño lee “Tom Sawyer”, y afirma:

“cuando ladran lejos , ladran desde la cueva”,

pero no teme ya.

Ana sonríe: espera nuestro segundo hijo;

cuando dormimos abrazadas, me recuerda

que en dos generaciones el cielo estará limpio

y los campos volverán a ser, como estos, verdes.

Murmura: “las naves silenciosas son ángeles, testigos”:

de ellos no preciso ninguna anunciación.

(29 de abril -2044)

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