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Titulo Original: In the Grim Darkness

Autor: Guy Haley


Traducido y Corregido: Valncar
Montaje y Revisión: Valncar
Más allá de las palabras
Todo el trabajo que se ha realizado en este libro, traducción, revisión y
maquetación esta realizado por admiradores de Warhammer con el
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Vinieron por Decimus minutos antes de que la lanzadera par era.
Los Dieciséis chicos ocupaban la bodega de tránsito, cuatro menos que la
capacidad total. Nunca había habido una graduación de clase completa, así
lo dijeron. Decimus no podía con ar en los rumores del dormitorio en la
schola de batalla. Fue sabio al no hacerlo. Los chicos crédulos rara vez
llegaban a esa nota, pero esa sonaba más verdadera que la mayoría.

La ingesta anual en la occluda schola era de quince mil niños. Algunos de


ellos morirían allí, porque, aunque el régimen se ocupaba de sus cargos, el
plan de estudios era duro, y los niños eran empujados hasta el límite de sus
capacidades.

De los miles de graduados cada año, la mayoría podía aspirar a puestos de


responsabilidad en Ultramar. Generales de la Auxilia Ultramarina,
administradores civiles del más alto grado, diplomá cos y embajadores,
algunos de los cuales podrían incluso algún día pisar los suelos
envenenados de Terra, ingenieros, gobernadores, jueces, economistas,
cardenales y potentados de todos los niveles.

Hasta veinte de esa cohorte de peso podrían, tal vez, llegar a la Legión de
los Marines Espaciales Ultramarines.

Nunca fueron los veinte completos. Nunca jamás. Los Ultramarines


tomaron sólo lo mejor de cada una de sus ins tuciones de reclutamiento.
Una vez, habían sido menos rigurosos, así que los susurros de la noche se
fueron. Las cosas habían cambiado después de la Gran Guerra de la
Herejía.

Si eso fuera cierto, el hecho de que Decimus Androdinus Félix fuera elegido
era aún más sorprendente.
Todavía no podía creerlo. No podía creerlo cuando su nombre había sido
pronunciado. No podía creerlo cuando se le entregó la despedida, y la
schola había saludado a esos pocos afortunados. Incluso mientras estaba
sentado en la inmaculada bodega de tránsito, parecía imposible. El brillo
de la luz brilló en todas las super cies del interior de plas acero blanco,
por lo que podría haber sido fabricado el día anterior. Y aunque las
paredes, el techo y el suelo nervado parecían ser los blancos más brillantes
que había, la Ul ma de la Legión blasonada en el mamparo que separaba
la bodega de tránsito de la cabina de mando parecía aún más blanca, tan
blanca que la luz de las suaves luminarias luchaba por de nir sus duros
bordes. El azul con el que estaba per lado era el azul más limpio y puro
que Félix había visto jamás. Blanco y azul, del mismo color que el uniforme
que llevaba ahora. El uniforme de un neó to de los Ultramarines.

Decimus no había querido nada más que ser legionario desde que era un
niño. Su padre le había dado lecciones sobre sus responsabilidades
familiares, él había escuchado sin comentarios y se había esforzado más en
sus estudios. Su madre le había suplicado que pensara en los hijos que
nunca tendría. A los siete años de edad, había respondido: -Entonces,
¿quién protegerá a los hijos de los demás, si yo no estoy allí para hacerlo?

Había sido un niño precoz. Sin sen do del humor, decían algunos. No
quería tocar, ni aprender su música, ni estudiar la ocupación familiar como
garantes de la pureza numismá ca. Quería ser un Marine Espacial.

Se permi ó una pequeña sonrisa, tan pequeña que apenas se notaba en su


cara. No estaría bien sonreír, no ahora. Los otros se sentaban en sus
arneses de aceleración, caras hacia adelante y expresiones severas como
estatuas viejas, tratando de crecer inmediatamente, y ser los guerreros en
los que un día se conver rían.

Tal vez fue esa sonrisa lo que lo condenó. Félix era muy capaz. Sabía que
sus talentos superaban a los de la mayoría de los demás chicos, tenía la
su ciente conciencia de sí mismo como para saber cómo la envidia podía
arraigar en los demás. Estaba demasiado concentrado en su obje vo como
para ser presumido de su habilidad, pero si no era cuidadoso, su ac tud
podía hacer que pareciese que se sen a superior.
Mató la sonrisa. Frenó su entusiasmo. Era demasiado tarde. La luz de listo
en la bodega se puso roja. Los chicos lo miraron confundidos.

-No se supone que haga eso, ¿verdad?- susurró uno.

La rampa de entrada se abrió con un siseo lento, revelando el desordenado


paisaje urbano de Pembria más allá del puerto espacial, una visión que
Decimus pensó que nunca volvería a ver en esta vida.

Tres hombres fueron silueteados en la puerta. Entraron y miraron


jamente a los niños, los niños parpadeaban nerviosamente, su pretensión
de ser adultos estaba destrozada.

Decimus no reconoció los uniformes. Gris pálido con paneles azules


oscuros. Sus brazos izquierdos llevaban una serie de insignias de tela desde
el hombro hasta la muñeca, una variante de la Machina Opus prominente
en la parte superior, pero no eran sacerdotes del Mechanicum. Sus manos
estaban cubiertas de guantes grises. Impecable. Era increíble cómo el
miedo arregla los pequeños detalles en la mente. Uno de los hombres miró
una placa de datos en su mano izquierda.

-¿Decimus Androdinus Félix?

Quince chicos miraron a Decimus. Decimus no dijo nada para con rmar su
iden dad. El hombre lo señaló de todos modos.

-Tú. Vendrás con nosotros- el hombre tenía una cara dura, gris bajo los
ojos. Rasgos pellizcados con una expresión calculadora.

-Lo siento- dijo Decimus.

-Tienes que venir con nosotros. "Ahora".

Los sombríos compañeros del hombre se acercaron a su lado, desac varon


su arnés de tránsito y lo sacaron a medio arrastrar de su asiento.

-¡Pero, pero tengo que ir a Macragge!- suplicó Decimus.


-Ya no- dijo uno de los hombres. El metal frío fue presionado en el cuello
de Decimus. Hubo un silbido más frío en su piel, y la conciencia huyó al
estrellamiento de los sueños rotos.

Tenía frío, mucho frío. Le dolía la cabeza. Lo que eso signi caba aún no
estaba claro, pero al menos sabía que estaba vivo. Había voces.

-Este es un buen espécimen. Sus tasas de prueba están muy por encima
de los parámetros aceptables. El Archimagos querrá a éste para el
mando- dijo uno, alto y nasal.

-Cuando conseguirá que la semilla trabaje- dijo un segundo,


desinteresadamente.

Escucho un estruendo de instrumentos metálicos en una placa de metal.

-No crees que lo hará- dijo el primero.

-No estoy diciendo eso- dijo el segundo. -Estoy diciendo cuándo. Cuando
podría estar muy lejos. Tiene que sobrevivir a la estasis primero.

Decimus se sentó lentamente. Por el sonido de las voces, juzgó que los
oradores estaban mirando hacia otro lado. Estaba en una mesa dura que
olía a an biología. Sus ojos le dolían ante la luz, aunque era baja y verdosa,
y apenas lo su cientemente brillante como para ver.

Dos hombres con trajes de protección estaban al otro lado de la


habitación, trazando el sueño de un torturador de herramientas. Sus
cabezas estaban ocultas por capuchas altas, rectangulares, que eran de una
pieza con los trajes, frontales de plastek claro y exible. Las tuberías de
oxígeno las conectaban a las paredes. Todo, excepto la mesa y las
herramientas, estaba cubierto de cubiertas blandas y transparentes. Era
como una morgue, o un quirófano, protegido contra la contaminación.
El corazón de Decimus se rompió. Se sen a tan débil en el pecho, como un
pájaro enjaulado golpeando contra sus delgadas cos llas de niño. Se
resbaló de la cama. Sus pies tocaron un piso congelado.

Uno de los hombres se dio la vuelta, concentrado en la pantalla de un


auspex médico de mano.

-¡Oye!- dijo, mirando hacia arriba. Era el de la voz nasal. -¡Está despierto!

Decimus se agachó, movió las piernas en una larga patada, y barrió los pies
del hombre del suelo. Se hundió con un choque, esparciendo bisturíes,
picanas y otras cosas rebotando y n neando por todo el suelo. El
segundo hombre hizo una embes da por él. Decimus se levantó de las frías
baldosas, su puño empujo el cristal transparente del traje, y llevando al
hombre por la tráquea. Cayó de espaldas con un grito estrangulado.
Decimus corrió hacia la puerta, sumergiéndose para agarrar una a lada
sierra de huesos. Saltó sobre el estómago del primer hombre mientras
intentaba levantarse, y luego empujó una mesa y su voluminoso disposi vo
al suelo detrás de él mientras los hombres se agitaban, enredándose en sus
mangueras. Sacó una cubierta de polvo de otra mesa, haciendo sonar más
instrumentos, y luego salió por la puerta medio segundo antes de que uno
de los hombres lo golpeara por detrás.

Decimus estaba en un largo pasillo. Una furiosa luz roja parpadeó sobre la
puerta por la que había salido hacía un momento. Las alarmas sonaron.
Envolviendo la hoja de polvo de plastek a su alrededor, miró hacia arriba y
hacia abajo en el pasillo, tomó una dirección al azar y huyó.

Belisarius Cawl disfrutaba escuchando música mientras trabajaba. La


elección de ese día era una an gua composición de emocionante
complejidad cuyas notas evocaban deliciosamente las matemá cas de los
paquetes de intercambio de datos noosféricos en un intercambio múl ple
de información virtual de nueve dimensiones. Fue sin duda una completa
coincidencia, pues el hombre que lo había escrito había nacido decenas de
miles de años antes de que tales cosas exis eran. El arte era una cues ón
de disfrute subje vo. Habló más al consumidor que al ar sta que lo creó.
Por lo que Cawl sabía, el compositor había odiado la pieza, insa sfecho con
su forma acabada. Quizás no había estado a la altura de su diseño, o le
había decepcionado debido a algún defecto que empañaba su excelencia,
pero que era invisible para todos los demás.

A Cawl le encantó. Él mismo era un ar sta. Había una conexión allí, entre
él, la mente más grande del Imperio, y este compositor largamente
muerto.

Aún así, sus mentes eran incalculablemente diferentes. El compositor era


un genio en su forma limitada. El intelecto de Cawl superaba a todos los
que habían venido antes que él. Él lo sabía, porque había construido su
propia mente para ser excesivo en todos los aspectos.

Decir que Cawl era un simple sen mental no era cierto. Ya no más. Era una
colección de iteraciones de sí mismo. Crearlo le había llevado sobre la línea
de la blasfemia que había rodeado la mayor parte de su vida, pero no le
importaba. La duplicación de la psique equivalía a la mul plicación del
esfuerzo. Eran cosas limitadas, esas copias de sí mismo, pero inú les.
Media docena de sub-Cawls trabajaron en perfecta sincronización,
supervisados por la inteligencia central que era el Cawl original. Aunque
Cawl sólo lo diría en términos tan burdos si se viera obligado a hacerlo, era
como el director de la música que escuchaba, dirigiendo a una mul tud de
Cawls menores, todos tocando instrumentos diferentes.

Qué instrumentos eran también. Cawl trabajó en el cuerpo desollado de un


sujeto de prueba fallido en toda su mul plicidad. Servidores conectados
duramente andaban a su alrededor, dirigidos por una persona menor. Otro
controlaba los servo cráneos que realizaban una miríada de tareas de
registro, obtención y análisis de datos. Un tercero mantenía transferencias
de datos sincrónicas entre la gran colmena de cogitadores que gobernaba
los subsistemas del Zar-Quaeistor. Un cuarto montó el espíritu de la
máquina de la nave gigante. Y así sucesivamente, cada uno asignó su
propia tarea, cada uno dis nto, cada uno una parte de Cawl en total.

Al igual que la orquesta, el conjunto colec vo que surgió de los esfuerzos


individuales fue mayor que las partes. Cawl era un mul plicador para sí
mismo.

Fue una parte de la gran conformación de Cawl la que se dio cuenta del
pequeño personaje que lo observaba desde un conducto de ven lación a
mitad del muro cerca de la puerta, y trajo la no cación de ello al ser que
había sido un hombre que estaba enterrado en lo profundo, en lo
profundo del marco mecánico del Archimagos Dominus.

Poco a poco, para no asustar a su invitado, Belisarius Cawl se alejó del


cadáver ensangrentado en la losa de disección y se elevó a su altura total e
impresionante. El cuerpo de Cawl estaba tan diseñado como su mente, y
tan capacitado. Era tres veces más alto que un hombre en pie, un motor de
descubrimiento en el que se había conver do y de guerra si era necesario,
porque no había ciencia de la creación o de la destrucción que estuviera
más allá de Belisarius Cawl.

Cawl tamizó sus ltros de personalidad. Era un ser complejo que disfrutaba
de la emoción por sí mismo, aunque había dejado mucho de su carne, y
como cualquier otro hombre tenía ropa que se ajustaba a su estado de
ánimo. En su caso, sus ropas eran cuidadosamente elaboradas, hechas con
propósitos especí cos en mente.

Revisó a través de sus seres como un hombre normal podría leer un libro.
Se cernía sobre una colección de rasgos que se ajustaban a la situación.

Amablemente. Cauteloso. Pedagógico.

Con eso bastaría.

Eligió una voz que iba con ello; cálida y humana, ligeramente irónica.

Una voz en desacuerdo con su monstruosa y mecánica apariencia. Y era un


monstruo a los ojos humanos, tan grande e imponente, tan alienígena que,
al parecer, un ser humano normal de un mundo atrasado no lo reconocería
como perteneciente a la misma especie. Ninguno de sus componentes
carnosos era visible. Tenía numerosos brazos extra y una forma que,
cuando se le despojaba de sus voluminosas túnicas rojas, no evocaba
precisamente nada de la forma básica de la humanidad.

-Hola- dijo Cawl. Sus sub-personas con nuaron con sus tareas, cortando y
aserrando, analizando y prediciendo. Los músculos fueron cuidadosamente
resecados y levantados del hueso cuando el sujeto muerto fue
diseccionado. El trabajo nunca se detuvo.

El niño miró a Cawl desde la ven lación. Sus ojos eran de formas azules en
una mancha de sombra. -¿Qué clase de cosas eres?

-Una muy buena pregunta. Soy un hombre, aunque me doy cuenta de


que eso puede ser di cil de creer. Hay un hombre aquí, en el fondo, en
algún lugar- golpeó su pecho de metal con dedos de metal.

-Pareces un monstruo.

-Supongo que así es. ¿Qué clase de cosa eres, y qué haces en mi
laboratorio?

-Soy un neó to de los Ultramarines. Tus amos me enen prisionero.

-¿Amos?- dijo Cawl. Una subru na menor de su mente mejorada detectó


una alarma general en las salas de examen. -¡Vaya!- dijo en voz alta. -Debo
haber estado muy ocupado para no haberte visto, pequeño. ¿Por qué no
bajas?

El chico mostro una hoja de metal que no era adecuada para pelear.

-No te haré daño- dijo Cawl.

El chico le devolvió la mirada.

-Lo prometo. Aquí estás a salvo. Te doy mi palabra.


El chico pensó un momento más y se deslizó por la abertura. Aterrizó
suavemente en el suelo era un niño de piel oscura, de no más de once años
terrícolas estándar, que se comportó con la con anza de un luchador. Cawl
estaba contento con éste. Podía ver que sus recolectores habían elegido
bien.

-Mejor dejar eso- dijo, apuntando con una garra subsidiaria a la sierra para
huesos. -No puedes hacerme daño con ella.

El chico miró hacia arriba, hacia el alto ciborg, y sus hombros caídos. La
sierra de huesos cayó de los dedos ojos.

Las personalidades estra cadas de Cawl resonaron en simpa a.

-Apareces como un guerrero el día de su derrota. Eso no servirá- Cawl se


adelantó, doblando su enorme cuerpo por la mitad para llevar su cabeza
robó ca con capucha al nivel del niño. -Cuando deberías estar celebrando
la victoria.

El chico no tenía miedo, y le devolvió la mirada.

-¿Qué victoria? Me llevaron el día en que me conver rían en Marine


Espacial. Yo era la mejor cali cada de mi clase, y eso signi ca que era la
mejor de toda la escuela. Me robaron mi futuro.

Cawl ladeó la cabeza de un lado. El archivo de datos del niño se deslizó


fácilmente en su memcore, cargado a través de un enredo cuán co que se
enmarañaba directamente en su cerebro. Su sub-persona se congeló un
momento.

-Ah, tú eras el mejor cali cado. El más alto de este año. Vaya, vaya.
Enhorabuena. Eres excepcional, incluso entre los que sobresalen.

-¿Felicitaciones?

-Por eso estás aquí- dijo Cawl. -Porque eres tan especial- se re ró, sus
muchos miembros retomaron sus danzas autónomas.
-Me encontrarán. Creo que le hice mucho daño al hombre.

Cawl se encogió de hombros. -Él es reemplazable, tú no lo eres. Ya has


cumplido tu promesa. ¡Un niño de once años que se escabulle de mis
recolectores! Notable. No te encontrarán.

-¿Qué es este lugar?

-Este es mi cogitario, mi hogar, si se quiere. Mi sanctórum más ín mo.

-¿Dónde está?

-A bordo de una nave, la más maravilloso, se llama el “Zar-Quaeistor”.

-¿Qué hay del capitán?- dijo el muchacho. -Me querrá muerto por herir a
sus hombres, si es que no quería matarme ya.

-Yo no me preocuparía por él- dijo Cawl. -Él no te matará.

-¿Por qué? ¿Sabe que estás aquí? Este lugar está enterrado tan profundo.

-Oh, él sabe que estoy aquí- dijo Cawl.

-¡Pero este lugar está escondido!

-Está oculto, incluso a mis asesores más cercanos- admi ó Cawl. -Me
gusta trabajar sin interrupciones, y los secretos aquí son tan profundos
que deben ser ocultados a todo el mundo.

-Entonces, ¿cómo sabe el capitán que estás aquí?

-Él lo sabe, porque es mi nave. ¡Yo soy el capitán! Sabes, deberías volver a
mis recolectores. Realmente sería lo mejor.

-Lucharé contra ellos. ¡Soy un Ultramarine! Me llevaron- dijo el muchacho


desa ante.

-Todavía no, no lo eres- dijo Cawl. -Oigo la bravuconería de un guerrero


que sale de los labios de un niño, pero tú sigues siendo un niño.
-Si no me dejas ir, pelearé con go también- miró al serrucho que estaba
en el suelo, lamentando que se le cayera.

Cawl se rió. -Vaya, sí que enes espíritu. ¿Cómo te llamas?- ya lo sabía,


por supuesto, pero no quería asustar al chico con la apariencia de poderes
extraños.

-Decimus. Decimus Androdinus Félix.

-Pues bien, Decimus Androdinus Félix, te haré un intercambio. Ven


conmigo. Tengo algo que mostrarte. Si no te gusta, te liberaré.

-¿Lo prometes?

-Absolutamente. Está en mi poder hacerlo. No me gusta men r; sólo


causa problemas más tarde.

El chico dudó. Cawl ofreció el aspecto más humano de sus manos. A


regañadientes, el chico se lo tomo.

-Muy bien- dijo Cawl. -¡Muy bien!- llevó al niño hacia una de las muchas
puertas secretas del cogitario. El chico se detuvo y levantó la vista.

-¿Qué es esta música?- preguntó el niño.

-Es de un an guo hombre de la Vieja Tierra, llamado Motz Artus.

El chico se arrugó la nariz. -Es terrible.

Decimus dejó que el monstruo lo guiara hacia la inmensa nave.


Caminaron tanto empo que dejó de intentar contar las horas. El monstruo
lo llevó a una cavernosa bodega de carga llena de formas humanoides. Sólo
cuando el monstruo invocó la luz vio lo que realmente eran.
-¡Esta es la armadura de los Marines Espaciales!- jadeó Decimus.

-Sí- dijo el monstruo.

-No se parece a ningún po que yo conozca- no lo era. Era más limpio en


diseño, más grande también, con un casco que recordaba al patrón
Maximus, y otras partes similares, pero muy diferentes, a las piezas de los
demás.

-Supongo que los conoces a todos, un niño listo como tú- dijo el
monstruo.

Decimus asin ó ferozmente. -Por supuesto que los conocía. Memoricé


todas las marcas y variantes mucho antes de que me aceptaran en la
escuela de batalla.

-¿Y cómo obtuviste esta información?- dijo el monstruo. Miró hacia abajo
con una serie de brillantes ojos de cristal, cada uno iluminado con su poder
interior. Un rostro así no debería haber sido capaz de transmi r ningún po
de emoción, pero sin duda se estaba burlando de él con suavidad, como un
o se burla de su sobrino. -Ese po de datos no está des nado a niños
pequeños.

-Lo encontré. Tomó mucho empo- dijo Félix.

-¿Lo hiciste?- el monstruo hizo un ruido chirriante en su pecho. -Éste,


entonces- dijo.

Un rayo de hololito se desprendió de un ojo, proyectando un Marine


Espacial en el aire a un cuarto de su tamaño. El proyector era
unidireccional, el más simple que había, pero la imagen que tejía era tan
sólida como si un pequeño legionario otara en la sombría bodega.

-Armadura de hierro Mark III, con un yelmo Demodian. Lleva una pistola
bólter Calixis IV. Su mochila ene una dispersión de chorro de
estabilización subóp ma.
-Oh, ¿entonces también sabes cómo funciona este disposi vo?- dijo el
monstruo suavemente. Decimus no fue engañado. Lo estaba probando.

-No. Sólo sé cuáles son los mejores en combate. Esto no es lo mejor- Félix
miró la armadura que forraba la enda en sus estantes.

-Supongo que lo que estás pensando. Esta armadura que ves aquí es la
mejor- dijo el monstruo con orgullo. -O, en todo caso, es mejor.

-¿Cómo se llama?

-Todavía no ene nombre- dijo el monstruo. -No está terminada. Si soy


honesto y trato de serlo infaliblemente, llevará empo perfeccionarla.

-¿Cuánto empo?

El monstruo volvió a reír.

-El empo que sea necesario. Diez años, diez mil años. Esa es la
verdadera virtud del descubrimiento, nunca se sabe cuánto empo te
llevará. El viaje es la alegría, como se dijo una vez, hace mucho, mucho
empo. Mis hermanos en el sacerdocio olvidan esto. No les gusta
innovar- dijo, haciendo hincapié en la palabra. Su voz se detuvo y ardió,
alargando la úl ma sílaba, como si la maquinaria que le permi a hablar se
revelara contra el concepto. -Ellos copian. Buscan otras cosas para copiar.
Cometen errores mientras copian. Rara vez en enden lo que replican y
nunca hacen nada nuevo- dijo con orgullo.

-Cualquier cosa puede ser mejorada, y si no es así, entonces deberías


hacer algo mejor. Este fue una vez el principal impulsor de la tecnología
humana. Mis colegas piensan que hemos olvidado mucho y que hemos
inver do todos nuestros esfuerzos en redescubrirlo, pero en realidad lo
más valioso que perdimos como especie no fueron las plan llas estándar
o las técnicas an guas, sino el espíritu de inves gación. Sin ella, no hay
ciencia. Ellos no ven esto, y me matarían por decirlo. Pero el Emperador
lo sabía. Ven. Hay más que ver.
Salieron de los pasillos de las armaduras hacia un cruce, cuyo techo se
perdió en la oscuridad de su altura imposible, mientras que bajo los
paneles del piso a la parrilla los motores ronroneaban y brillaban con luz
plásmica.

-Te ofreceré una opción en este momento. Podemos seguir adelante y ver
lo que pretendo para . Puede que no te guste, pero sabrás por qué estás
aquí- dijo el monstruo. -O puedes volver y marcharte. Todavía hay empo
para que regreses. Me temo que ya llevas aquí un empo, pero estoy
seguro de que la Legión aún te tendrá a .

Decimus entrecerró los ojos. Estaba asustado, muy asustado de una


manera que le parecía imposible. Eso no era lo que un Marine Espacial
sen ría. No conocían el miedo, y por eso decidió no hacerlo.

-¿Qué opción le servirá mejor al Emperador?- preguntó Decimus.

El monstruo caminaba a su alrededor, con garras mecánicas que hacían


ctac sobre los pies gigantescos que golpeaban su torso, y se movía tan
sinuosamente que parecía estar nadando por el aire, independientemente
de sus unidades motrices. -Eso depende- dijo el monstruo pensa vo. -
Tienes tu conocida forma de servicio, cuan cable, ardua, gloriosa. Te
ofrezco lo desconocido, peligroso, incierto, pero quizás superior.

-Entonces elijo el camino superior.

El monstruo asin ó con aprobación, y se volvió a levantar a toda su altura.

-Había una lengua an gua un poco gó ca, que se hablaba sobre todo en
Ultramar. ¿Sabes lo que signi ca tu nombre en esta lengua de la Vieja
Tierra?- preguntó el monstruo.

-Félix. Signi ca suerte- dijo Decimus.

-Sí, así es- dijo el monstruo. Colocó una de sus muchas manos de metal en
la espalda de Decimus y lo guio.
Dondequiera que fueran, las máquinas respondían a la presencia de su
maestro. Lúmenes ac vados. Las puertas se abrieron. Los servidores y los
cogitadores burbujeaban saludos e informes de servicio. Aún así, las ondas
de radio se animaron brevemente con el canto de múl ples disposi vos
mientras los sistemas silenciosos cobraban vida, y luego volvieron a
callarse una vez que el monstruo había pasado.

El monstruo llevó a Decimus a través de una esclusa de aire. Al otro lado de


la segunda puerta había un frío profundo y mortal, y una luz verde
subacuá ca. Había niños como él, miles de ellos, en frascos de congelación
individuales, con sus pequeños cuerpos sin vida colgando alegremente en
mares de methalón superenfriado. Vapores fríos ver dos desde la parte
superior de las unidades, caían por los costados, se acumulaban en el suelo
y hacían de él un mar de neblinas.

-Soy el guardián de los niños- dijo el monstruo. -¿Eso te da miedo?- se


alzó amenazadoramente, extendiendo su abundancia de miembros
mecánicos.

-No- dijo Decimus, y quiso que fuera verdad.

-Bien- el monstruo giró, barriendo los brazos a su izquierda para mostrar


un frasco de suspensión vacío.

-Eso es para mí- dijo Decimus. A pesar de sus mejores esfuerzos, su voz
tembló de miedo y del frío.

-Puede ser- dijo el monstruo. -Está des nado a serlo, si lo deseas. A


ninguno de estos otros chicos se les ofreció una opción. Duermen, sin
saber por qué se los llevaron, o qué les pasará. A , te lo diré, porque
estás aquí.

El monstruo se detuvo expectante. -Es un experimento interesante en


psicología.

-¿Qué me va a pasar?- dijo Decimus. Estaba a punto de huir. -¿Cómo


puede estar esto al servicio del Emperador? ¡Iba a ser un Marine
Espacial!
El monstruo soltó la mano de Decimus y se dobló dos veces, su espalda
blindada sobresalió de forma poco natural en su exible columna
vertebral. Los dedos de metal de sus brazos superiores giraban hacia
delante de su cara y se golpeaban entre sí. -¡Ves, ves, ves! Serás un Marine
Espacial de un po que aún no se ha soñado aquí afuera.

-Con otra mano, el monstruo golpeó su cráneo metálico. Eso es lo que


estoy creando aquí, ¡por orden del propio Roboute Guilliman!

-El Primarca- dijo con asombro Decimus.

El monstruo asin ó. -Serás mejor, más fuerte y más poderoso que


cualquier otro Marine Espacial que haya venido antes. Los superarás en
todos los sen dos. Salvarás la galaxia, hijo mío, a y a tus hermanos que
ahora duermen a tu alrededor.

-¿Cómo sé que no me desmembrarás como el cuerpo en tu laboratorio?

-Tú no, pero yo no lo haré. Ese falló. Hubo algunas complicaciones. Te


aseguro que han sido atendidos. Tienes grandes cosas por delante.

-¿Seré un Ultramarine?- dijo Decimus.

-Ya has dicho que lo eres, así que yo diría que tal vez. No veas este frasco
como una prisión. Si no como una puerta.

Decimus miró la cápsula con dudas. No parecía una puerta. -¿Qué hay a
través de esta puerta?

-¡Oh, hijo mío!- dijo el monstruo. Sumergió mecadendritas en las ruedas


de interfaz que se colocaron en la cápsula. Datarods rotaron en las
cerraduras. El gas brotó de las rejillas de ven lación, y el vaso de la cápsula
se levantó. El aire helado se elevó desde su interior. La cara metálica del
monstruo hizo una expresión que no se parecía en nada a una sonrisa,
pero que no podía ser otra cosa que: -El futuro. El futuro está al otro lado
de esta puerta del sueño- dijo. -¿Pasarás a través de él? ¿Servirás al
Emperador como ningún otro chico como tú lo ha hecho nunca? Eres
especial, Decimus Androdinus Félix. No estás condenado.

El monstruo habló suavemente. -¡Bendito seas!

Félix miró a los otros niños, perdidos entre la vida y la muerte en sus
trompas. Había bas dores y bas dores de ellos. Miles.

Pensó en la avanzada armadura de las bahías de carga, esperando a sus


portadores.

Había un panel de datos sobre los instrumentos operados por Cawl. Leyó
su nombre en él. Había palabras debajo que decían: Comprobación de
integridad. Y había citas.

El monstruo tenía razón. Decimus era un chico listo.

Ya había estado en esa cápsula antes.

Al nal, no parecía haber muchas opciones. Si hubiera salido una vez,


volvería a salir. Si el monstruo estuviera min endo, escaparía.

-Por el Emperador, acepto el futuro- dijo Decimus, y entró en la cápsula.

FIN

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