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Resumen-final-identidad
Después de observar el proceder real de la ciencia, los philosophes concluyeron que la síntesis de los
“positivo” y lo “racional” no era un ideal inalcanzable, sino plenamente realizable. Las ciencias de la
naturaleza estaban demostrando su propia validez: podía percibirse claramente su progreso como el
resultado de la marcha triunfal del nuevo método científico.
Newton llegó a la ley según la cual el Sol atrae a los planetas con una fuerza directamente proporcional
a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos. Luego pudo
demostrar que todos los cuerpos del universo adquirieron sus posiciones y su movimiento por la fuerza
de la gravitación. Esa ley regía en todo el universo. El universo finito se había convertido en una
máquina infinita, eternamente en movimiento, gracias a su energía y mecanismos propios. Esta
concepción ejerció una influencia incalculable sobre los intelectuales del Iluminismo. Era para ellos un
magnífico triunfo de la razón y la observación, del nuevo método que tomaba los hechos observados y
ofrecía una interpretación para explicar lo observado, de modo que si esta era correcta podía guiar a
los observadores en su búsqueda de nuevos hechos. Lo nuevo y lo original en el pensamiento del
Iluminismo es, pues, la adopción sin reticencias del modelo metodológico de la física de Newton; y lo
más importante es el hecho de que inmediatamente después de su adopción, su empleo se generalizó,
abarcando otros ámbitos, fuera de la matemática y la física. El método científico llegó a ser una
herramienta indispensable para el estudio de todos los fenómenos.
La concepción del siglo XVIII tomaba la razón en un sentido diferente y modesto. Ya no es la suma
total de las “ideas innatas” anterioresa toda experiencia y reveladoras de la esencia absoluta de las
cosas. Ahora se la considera más como una adquisición que como una herencia. No es el cofre de la
mente en el que se halla atesorada la verdad, como una moneda; es más bien la fuerza intelectual
original que guía el descubrimiento y la determinación de la verdad. Todo el siglo XVIII entiende la
razón en este sentido; no como un sólido conjunto de conocimientos, principios y verdades, sino com
una especie de energía, una fuerza que sólo es totalmente comprensible en su acción y en sus efectos.
La razón no se inclina ni ante lo meramente fáctico, los simples datos de la experiencia, ni ante las
“evidencias” de la revelación, la tradición o la autoridad. La razón, junto con la observación, es un
medio para el logro de la verdad.
Los pensadores del siglo XVIII conocían dos tendencias filosóficas e intelectuales del siglo anterior que
habían permanecido relativamente aisladas unas de otras y que, por ende, no se habían influido
recíprocamente de manera significativa: la filosofía racionalista por una parte, y la filosofía empirista,
por la otra. Una manera de considerar el aporte especial del Iluminismo es, pues, señalar su constante
esfuerzo por fundir esos enfoques filosóficos distintos, logrando así una metodología unificada. La
filosofía empirista tuvo un profundo ascendiente sobre el pensamiento de estos hombres; desde este
punto de vista, la influencia de John Locke fue casi tan importante como la de Newton.
Locke sostenía que las ideas no son innatas en la mente humana. Al nacer, la mente es una tábula
rasa, se halla en blanco y vacía; sólo a través de la experiencia penetran en ella las ideas. La función
de la mente es reunir las impresiones y los materiales que suministran los sentidos, por tanto, el papel
de la mente es esencialmente pasivo, con poca o ninguna función creadora u organizadora: sólo podía
aumentarse el conocimiento ampliando las experiencias de los sentidos. Posteriormente, la
epistemología de Locke condujo al idealismo y al escepticismo entre los filósofos ingleses,y al
materialismo entre los franceses.
En Inglaterra, David Hume dio un paso más: la mente no puede conocer nada fuera de sí misma, por lo
tanto, para el hombre todo conocimiento del mundo externo es imposible. Muchos filósofos francese,
en cambio, trasladaron las ideas de Locke al materialismo científico. Holbach rechazaba toda causa
espiritual y reducía la conciencia y el pensamiento al movimiento de moléculas del cuerpo material.
Condillac atribuye un cierto papel creador y activo a la menta: el conocimiento se obtiene de alguna
manera por medio de la mente y su capacidad de razonamiento.Una vez que se despierta en el hombre
la facultad de pensamiento y de razonamiento, deja de ser pasivo y de adaptarse simplemente al orden
existente. También declara que: “la sociología debe convertirse en una ciencia cuyo método consiste
en enseñarnos a reconocer en la sociedad un cuerpo artificial compuesto de partes que ejercen una
influencia recíproca.” Asigna un papel decisivo al juicio y a la razón aún en el acto de percepción más
simple.
Se hace evidente, pues, por qué el Iluminismo es el punto de partida más lógico para quien esté
interesado en los orígenes de la teoría sociológica. En este período, puede verse con más claridad, el
surgimiento del método científico. La razón, por sí sola, no nos proporciona un conocimiento de la
realidad; tampoco puede lograrse este a través del uso exclusivo de la observación o la
experimentación. El conocimiento de la realidad natural o social depende de la unidad de la razón y la
observación en el método científico. Estos pensadores eran “negativos” en cuanto mantenían siempre
una actitud crítica frente l orden existente, el cual, según opinaban, ahogaba las potencialidades del
hombre y no permitía que lo posible emergiera del “es.” Así, buena parte de la sociología occidental se
desarrolló como una reacción al Iluminismo.
2. Montesquieu (1689-1755)
Fue el primer pensadora de los tiempos modernos que intentó construir una filosofía de la sociedad y
de la historia. Fue un verdadero hijo de su época, pues se emancipó totalmente de la herencia
medieval. Buscaba las leyes del desarrollo social e histórico, y este era su propósito principal en el
estudio de los hechos sociales. No estudiaba los hechos por sí mismos, sino para descubrir las leyes
que se manifestaban a través de ellos. Fue el primer pensador que utilizó de manera consecuente, en
su análisis de la sociedad y la historia, la construcción teórica que hoy llamamos “tipos ideales”. Sus
obras y escritos son análisis basados en tipos políticos y sociológicos: se trataba de una herramienta
intelectual indispensable, capaz de dar sentido a lo que de otro modo parecía una maraña
incomprensible de hechos.
Expone que existen diversas formas de gobierno que reciben los nombres de república, aristocracia,
monarquía y despotismo, y que no constituyen agregados de propiedades adquiridas en forma
accidental, sino que son más bien la expresión de ciertas estructuras sociales subyacentes. Tales
estructuras permanecen ocultas mientras sólo observamos los fenómenos políticos y sociales, es decir,
los hechos. ¿Qué principios subyacentes tienes los tipos? La república se basa en la virtud cívica, la
monarquía se funda en el honor, y el despotismo en el temor. Se trata de tipos ideales; ninguna forma
política real refleja con exactitud sus cualidades ideales, pero son quizás estas cualidades las que nos
permiten estudiar las formas reales.
Montesquieu considera que todas las instituciones que constituyen una sociedad están en una relación
interdependiente y correlativa, y se hallan subordinadas a la forma del todo. La educación y la justicia,
las formas de matrimonio y la familia, y las instituciones políticas, no sólo ejercen una influencia
recíproca, sino que depende también de la forma básica del Estado; el carácter de este, a su vez,
descansa en estos aspectos de la sociedad. Si bien estos tipos ideales son formas estáticas utilizadas
en el estudio de estructuras sociales, de ningún modo duda acerca de su utilidad para el estudio de
procesos.
Con el término “espíritu”, Montesquieu alude al carácter distintivo de un sistema de leyes. La forma en
que éstas se relacionan entre sí y con otros aspectos de la vida de un pueblo diferencia a una sociedad
de otra. Aunque se interesa por los orígenes de las instituciones, considera este tema menos
importante que el de las funciones y consecuencias de las mismas, como resulta evidente en su tesis
acerca del ascenso y la caída de los romanos.
Su sociología del conocimiento ya anticipa mucho de los postulados principales acerca de una
sociedad y su conciencia. Existe una íntima relación entre estos aspectos de la vida de un pueblo,
entre el pensar y el actuar. La visión que tengamos de las costumbres y las ideas de una sociedad
depende de la posición social que ocupemos y, por ende, de la perspectiva cultural que hayamos
adoptado.
Atribuía al hombre una naturaleza constante y ubicua, modificada por cada cultura específica; además,
dentro de una sociedad y una cultura determinadas, la posición que cada uno ocupa en la división del
trabajo (ocupaciones y profesiones) tiene a determinar su carácter y su visión de la vida. Sin embargo,
Montesquieu no siempre es consecuente, pues en ocasiones habla de leyes de la naturaleza que
considera eternas y universales. Los hombres deben tratar de descubrir tales leyes y verdades, y lograr
la armonía entre ellas y su sociedad. Este es un ideal al que es posible aproximarse, pero que nunca
se alcanza, pues el hombre no puede reconocer estas verdades a causa del error y la ignorancia.
última instancia al bien común. También el honor se convierte en un incentivo importante en la vida
pública de una monarquía, pues los hombres tratan de elevar su status todo lo posible.
Tenemos, por último, el despotismo. El régimen se convierte en una “democracia” en la que todos,
excepto el gobernante, son iguales en cuanto su condición de servidumbre. Si la virtud es la base de la
participación en la república, y el honor lo es en la monarquía, el temor es la base de la sumisión a un
déspota.
Montesquieu comprendió que el aumento de complejidad de las estructuras económicas y sociales, el
acrecentamiento de las diferencias de riqueza, la aparición de estratos, etc, provocaba cambios en la
estructura política. Se percató que en una sociedad antigua, donde la propiedad privada se hallaba
poco se presentaría el mayor grado de solidaridad social; mientras que en una sociedad moderna,
caracterizada por una compleja división del trabajo y por la existencia de clases, se presenta un menor
grado de ella. En este caso, cada individuo establece una tajante distinción entre su persona y su grupo
especial de intereses por una parte, y la sociedad por otra. La solidaridad social en la sociedad
moderna, brota de una fuente distinta: ya no depende de la igualdad y la semejanza, sino precisamente
de la división del trabajo que crea interdependencia entre individuos y grupos.
contingente (la ignorancia y/o el error) el hombre concebiría leyes en total acuerdo con la naturaleza de
la sociedad, y en apariencia esto sería beneficioso.
Algunas leyes sociales de Montesquieu son, pues, como las leyes de la naturaleza, es decir, inherentes
a los fenómenos, pero otras no cumplen con este requisito. En el ámbito social, las leyes están a veces
por encima de los fenómenos, donde no se reconocen y son, en consecuencia, inoperantes.
Probablemente, la ambigüedad de la concepción de las “leyes” sustentada por Montesquieu deriva de
su reconocimiento de ciertos grados de libertad en el hombre. Los hombres también actúan sobre las
condiciones de su medio modificándolas. Este acto supone una interpretación de cuáles son esas
condiciones y, por consiguiente, ya que están sujetos a la ignorancia y el error, los hombres muy a
menudo crearán condiciones contrarias a su naturaleza.
Para resumir, Montesquieu parece haber pensado en dos clases de leyes (ambas “naturales”): una del
mundo físico y otra de la vida humana. La primera funciona de manera automática, naturalmente. La
segunda se refiere a las “leyes de la naturaleza de la vida humana” que deben regular las actividades
de los hombres. Pero en la práctica, resulta imposible actuar de acuerdo con estas leyes, a causa de
las perspectivas inevitablemente limitadas de los hombres en cada una de sus posiciones sociales, y
también por el hecho de que sus actos no se hallan totalmente determinados. Puede considerarse a
Montesquieu como un precursor importante del pensamiento sociológico, pues usó los conceptos de
tipo ideal y de ley con mayor coherencia que cualquiera de sus predecesores o contemporáneos,
comprendió la necesidad de los estudios comparativos y sostuvo la suposición de que los elementos de
una sociedad son funcionalmente interdependientes.
3. Rousseau (1712-1778)
Fue un típico pensador del Iluminismo y compartió con sus contemporáneos varias premisas e ideales
prerrevolucionarios. Para Rousseau, la libertad del hombre continuaba siendo un idea fundamental,
pero no se lo podía alcanzar mediante el rechazo de toda sociedad y civilización o volviendo a lo que
entonces se denominaba estado natural. La perfectibilidad del hombre, su libertad y su felicidad
dependían de una clara comprensión de las leyes de la naturaleza. Creía que la naturaleza y la
sociedad operaban de acuerdo con tales leyes, y que la sociedad puede apartarse de las exigencias de
sus leyes naturales. Los hombres actúan por sí mismos; son ellos quienes deben interpretar esas
leyes. Los seres humanos se equivocan, es decir, actúan de manera contraria a su naturaleza básica.
El principal objetivo de Rousseau era hallar un orden social cuyas leyes estuvieran en la máxima
armonía con las leyes fundamentales de la naturaleza.
Por lo tanto, para él, había dos condiciones, la natural y la social (doble aspecto del hombre). ¿Cómo
puede conocerse al “hombre natural” si en ninguna parte viven los hombres fuera de la sociedad? El
propósito de indagar esta cuestión fue lo que llevó a Rousseau a postular la noción del hombre en
“estado de naturaleza”. Se trataba de un esquema teórico hipotético, de un recurso heurístico mediante
el cual podía despojarse teóricamente al hombre de sus aspectos sociales y culturales. Esto brindaría
un concepto del hombre natural que podía servir como una especie de patrón para medir el grado de
represión impuesto por una sociedad específica. Si fuera posible determinar cómo los hombres se
apartaron de su condición natural y cómo se impusieron a sí mismos un orden social que estaba en
conflicto con esta condición, quizá sería posible saber cómo debe hacerse para cambiar ese orden y
reemplazarlo por otro mejor.
El estado de naturaleza
Es un estado “que ya no existe, que quizás nunca existió y que probablemente nunca existirá, pero del
cual es necesario tener ideas exactas para formarnos un juicio adecuado acerca de nuestro estado
actual.” El “hombre natural” no es más que el hombre despojado de todo lo que ha adquirido en
sociedad en una condición hipotética, ya que la especulación acerca del estado primitivo del hombre
puede arrojar alguna luz sobre su naturaleza básica.
Para ello, sugiere algunas técnicas alternativas mediante las cuales abordar el problema. Una de ellas
consiste en observar a los animales en su hábitat natural para enriquecer nuestra comprensión de la
conducta natural no influida por la sociedad. Otra, podemos estudiar a los pueblos primitivos, salvajes,
pero recordando siempre que éstos ya han adquirido un considerable patrimonio sociocultural. Por
último, podríamos descontar todos los factores creados por el posterior desarrollo social del hombre,
tales como el lenguaje, y apartarlos de nuestro pensamiento. Así, Rousseau buscaba un patrón
objetivo y no ideológico por medio del cual evaluar la sociedad. El método exigía, pues, que se restaran
todas las cualidades de origen sociocultural, hasta que sólo quedara el “fundamento” natural. Al
referirse al estado de naturaleza, Rousseau no describía una edad de oro perdida, más bien proponía
un recurso metodológico capaz de poner al desnudo los componentes de la estructura psicológica
básica del hombre. El “ser de la especie” (Feuerbach) se asemeja en algunos aspectos a la noción de
Rousseau de que existe un hombre natural y de que el mejor sistema social es aquel que le permite
realizar sus potencialidades al máximo. El hombre es perfectible y los sistemas sociales deben ser
juzgados en la medida en que contribuyen al perfeccionamiento.
¿De qué modo concibe Rousseau este estado ideal? Como un equilibro perfecto entre las necesidades
del hombre y los recursos de que dispone: sólo desea y necesita lo que se encuentra en su medio
físico inmediato. Al igual que otros animales, tiene únicamente sensaciones y carece de conocimiento y
lenguaje. Siendo el lenguaje producto de la sociedad, es posible concluir con certidumbre que el
hombre en estado de naturaleza no posee lenguaje ni conocimiento. Sus necesidades son muy simples
y puramente físicas. El hombre logra la armonía entre su naturaleza interna y la naturaleza externa
mediante la satisfacción de todas sus necesidades.
En el estado primitivo, natural, los hombres están aislados entre sí, y no se interesan por sus
congéneres. Carecen de vínculos morales o sentimientos de simpatía, cada cual vive para sí mismo y
lucha por la autoconservación. Aún sin conocimiento y sin lenguaje, el hombre tiene la capacidad de
colocarse en la situación de otro y experimentar sus sentimientos: puede simpatizar con otros y hasta
cierto punto experimentar sus penas. No existe la educación, el progreso o el lenguaje; las
generaciones se suceden unas a otras, pero los hijos no se diferencian de sus padres. Existe un
perfecto equilibrio entre el hombre y su medio físico. Pero sobrevienen cambios y el equilibrio se
rompe. Esto no es malo, pues revela ciertas potencialidades en el hombre que antes permanecían
ocultas. No es la necesidad en general lo que se opone a la naturaleza del hombre, sino cierto tipo de
sociedad que divide al hombre volviéndolo contra sí mismo.
El origen de la sociedad
El hombre nunca habría abandonado voluntariamente su perpetua primavera sobre la tierra, un paraíso
de abundancia y de sol. Probablemente, con el tiempo, dos procesos obligaron a los hombres a unirse
en sociedad.
(1) “En la proporción en que la raza humana se hizo más numerosa, aumentaron las preocupaciones
de los hombres”. Entonces los hombres se vieron forzados a unirse y coordinar sus esfuerzos: podían
hacerlo porque tenían la capacidad potencial de vivir en sociedad. Primero, se formaron familias, que
luego se unieron para formar sociedades; a medida que aprendieron a actuar de concierto, aprendieron
a hablar, y con el lenguaje adquirieron la capacidad de acumular conocimiento y transmitirlo a sus hijos.
El hombre había inventado la cultura. En esta etapa no había aún desigualdad social. Las
desigualdades se daban en el seno de las familias, no entre ellas (los niños dependían de sus padres
para la supervivencia). No se trataba de una dependencia perniciosa porque era natural y temporaria.
El hombre podía alimentar la vanidad y la envidia, pero también el amor, la lealtad y el deseo de
agradar.
(2) El cultivo de las plantas, la domesticación de animales, en general, la división del trabajo abrieron el
camino a todo género de desigualdades sociales, que surgieron entonces por primera vez. Algunos
hombres comenzaron a prosperar más que otros, a acumular riqueza y a transmitirla a sus hijos.
Cuando aparece la desigualdad, ésta crea mayores oportunidades para el rico que para el pobre.
Surgen los estratos y las clases; la sociedad, entonces, se divide y se vuelve contra sí misma. En estas
circunstancias, el rico concibe un recurso del que todos podrán beneficiarse, pero el rico más que el
pobre: se instituyen las leyes y surge la sociedad política.
Rousseau creía que el gobierno había surgido para proteger a la propiedad, en última instancia para
proteger al rico. Los derechos, las obligaciones y las normas de propiedad son productos de la
sociedad, en la medida en que por primera vez los hombres aprenden a actuar unos contra otros, a
atacarse. El hombre hace la guerra como miembro de una comunidad organizada, su propia
comunidad, contra otra. Se convierte en guerrero sólo después de convertirse en ciudadano. La
agresión y la guerra surgen dentro de la sociedad y son el resultados de desigualdades sociales. Con
el propósito de controlar la guerra se establece el Estado Civil.
El hombre es perfectible y esto lo distingue de otros animales. La perfectibilidad sólo se realiza por
medio de la vida social, pero el hombre ya la poseía potencialmente en el estado de naturaleza. Con la
sociedad, aparecen las desigualdades y surge el Estado Civil, el cual es incompatible con el hombre
natural porque, lejos de permitirle su autorrealización, lo reprime y deforma.
Rousseau concibe la sociedad de esta etapa como un nuevo tipo de entidad. Es un organismo único y
definido, distinto de los individuos que lo componen. Pero puesto que sólo el individuo es real y natural,
la sociedad constituye un producto de la interacción y la interdependencia. En lugar de unir
internamente sus voluntades individuales, los miembros se ven obligados a unirse en una sociedad que
es intrínsecamente inestable y desprovista de un fundamento ético. Para que la autoridad tenga un
valor moral, el individuo deberá someterse libremente a la voluntad general. Pero en la sociedad tal
como es actualmente, los hombres no están unidos por la razón en la libertad; sino que están divididos
por desigualdades artificiales y ligados por la fuerza. Las desigualdades sociales prevalecientes no
guardan relación directa con las diferencias naturales de edad, salud, fuerza física y capacidades
mentales.
Sin embargo, puesto que el hombre es razonable, quizá los males presentes puedan ser eliminados y
conducir a un nuevo nivel de perfección, superior aún a su estado original. Rousseau proponía, por
ello, emancipar al individuo, no liberándolo totalmente de la sociedad, cosa que consideraba imposible,
sino de una forma particular de la sociedad. El problema era hallar una forma de sociedad en la que
cada uno de sus miembros estuvieran protegidos por el poder unificado de toda la organización
política, y en la que cada individuo, aunque ligado a otros, permaneciera libre e igual a los demás, sin
obedecer a nadie más que a sí mismo.
El contrato social
La nueva sociedad, o contrato social, permite la absorción del individuo, en la voluntad común, general,
sin perder su propia voluntad, porque al darse a esta voluntad común se da a una fuerza impersonal,
en realidad, casi a una fuerza de la naturaleza. El hombre es ahora miembro de una sociedad de
iguales; ha recuperado una igualdad que no es diferente de la que tenía en estado de naturaleza, pero
bajo una nueva forma y en un nivel superior. Ahora, la libertad y la igualdad no sólo están
resguardadas, sino que son más perfectas que en el estado de naturaleza.
En la nueva sociedad, la soberanía es inalienable e indivisible. El gobierno es una amenaza constante
para la libertad del hombre, pero es indispensable: es el elemento corruptor de la sociedad y
continuamente amaga socavar la soberanía del pueblo. La aristocracia podría ser la mejor forma de
gobierno. Debía ser un gobierno compuesto por una minoría elegida sobre la base de la edad y la
experiencia. Pero aún en este caso, la sabiduría y la paciencia divinas deberán guiar a los
gobernantes. Para que la legislación facilite la profunda transformación deseada, las personas a las
que está dirigida no deben ser demasiado jóvenes ni demasiado viejas, pues en el último caso se
aferran a sus costumbres y son inmunes al cambio, y si son demasiado jóvenes no están preparados
para los esfuerzo y la disciplina que se necesitan. Por lo tanto, la nación tampoco debe ser tan grande
que carezca de homogeneidad, pues cuando ésta se halla ausente es imposible el surgimiento de una
voluntad general. Tampoco debe ser tan pequeña que no pueda mantenerse. Debe aprovecharse el
momento crítico antes que pase. Rousseau ve el cambio social como un proceso deliberado y lento.
Para concluir, son varias las razones por las que puede considerarse a Rousseau como un precursor
de la sociología. Gracias a la atención que prestó al “hombre natural” y al recurso metodológico que
empleó para deducirlo, logró una exacta concepción de la cultura, de lo que el hombre adquiere en
sociedad, por ella y de ella. Asimismo, fue uno de los primeros en estudiar de manera relativamente
sistemática los orígenes, las formas y las consecuencias de la desigualdad social.
podrían darse en un hombre que estuviera solo en el mundo, lo mismo que se dan sus sensaciones y
pasiones. Son, aquellas, cualidades que se refieren al hombre en sociedad, no en estado solitario. Es
natural también, que en dicha condición no existan propiedad ni dominio, ni distinción entre tuyo y mío;
sólo pertenece a cada uno lo que puede tomar, y sólo en tanto puede conservarlo.
Las pasiones que inclinan a los hombres a la paz son el temor a la muerte, el deseo de las cosas que
son necesarias para una vida confortable, y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo. La razón
sugiere adecuadas normas de paz, a las cuales pueden llegar los hombres por mutuo consenso. Estas
normas son las que se llaman leyes de la naturaleza.
cuya fuerza no estriba en su propia naturaleza, sino en el temor de alguna mala consecuencia
resultante de la ruptura.
Cuando alguien transfiere su derecho o renuncia a él, lo hace en consideración a cierto derecho que
recíprocamente le ha sido transferido, o por algún otro bien que de ello espera. Se trata de un acto
voluntario, y el objeto de los actos voluntarios de cualquier hombres es algún bien para sí mismo.
Existen así, ciertos derechos que a nadie puede atribuirse haberlos abandonado o transferido por
medio de palabras u otros signos.
La mutua transferencia de derechos es lo que los hombres llaman contrato. Existe una diferencia entre
transferencia del derecho a la cosa y transferencia o tradición, es decir, entrega de la cosa misma. Por
otro lado, uno de los contratantes puede entregar la cosa convenida y dejar que el otro realice su
prestación después de transcurrido un tiempo determinado, durante el cual confía en él. Entonces,
respecto del primero, el contrato se llama pacto o convenio. Cuando la transferencia de derecho no es
mutua, sino que una de las partes transfiere, con la esperanza de ganar con ello la amistad o el servicio
de la otra, o con la esperanza de ganar reputación, o para liberar su ánimo de la pena de la compasión,
no se trata de un contrato, sino de donación, liberalidad o gracia. Los signos del contrato son o bien
expresos o por inferencia.
Decimos que quien cumple primero un contrato merece lo que ha de recibir en virtud del cumplimiento
del contrato por su partenario, recibiendo ese cumplimiento como algo debido. En el contrato yo
merezco en virtud de mi propia aptitud, y de la necesidad de los contratantes, mientras en el caso de la
liberalidad, mi mérito solamente deriva de la generosidad del donante.
Quien transfiere un derecho, transfiere los medios de disfrutar de él, mientras está bajo su dominio. La
materia u objeto de un pacto es siempre algo sometido a deliberación; así se comprende que sea
siempre algo venidero que se juzga posible de realizar por quien pacta. En consecuencia, prometer lo
que se sabe que es imposible, no es pacto. De dos maneras quedan los hombres liberados de sus
pactos: por cumplimiento o por remisión de los mismos. El cumplimiento es el fin natural de la
obligación, la remisión es la restitución de la libertad, puesto que consiste en una re-transferencia del
derecho en que la obligación consiste.
Todo cuanto puede hacerse entre dos hombres que no están sujetos al poder civil, es inducirse uno a
otro a jurar por el Dios que temen. Este juramento es una forma de expresión, agregada a una promesa
por medio de la cual quien promete significa que, en el caso de no cumplir, renuncia a la gracia de su
Dios, y pide que sobre él recaiga su venganza. De aquí se deduce que un juramento efectuado según
otra forma o rito, es vano para quien jura, y no es juramento. Y no puede jurarse cosa alguna si el que
jura no piensa en Dios. Jurar por Dios, innecesariamente, no es sino profanar su nombre, y jurar por
otras cosas, como los hombres hacen habitualmente en sus coloquios, no es jurar, sino practicar una
impía costumbre. De aquí se infiere que el juramento nada añade a la obligación. Cuando un pacto es
legal, obliga ante los ojos de Dios, lo mismo sin juramento que con él: cuando es ilegal, no obliga en
absoluto, aunque esté confirmado por un juramento.
particulares juicios y apetitos, no puede esperarse de ello defensa ni protección contra un enemigo
común ni contra las mutuas ofensas. Los individuos componentes de esa multitud no se ayudan, sino
que se obstaculizan mutuamente, y por esa oposición mutua reducen su fuerza a la nada.
Algunas personas desean inquirir por qué la humanidad no puede vivir de manera sociable como otras
criaturas vivas (abejas y hormigas), que no tienen otra dirección que sus particulares juicios que sus
particulares juicios y apetitos, ni poseen el uso de la palabra mediante la cual una puede significar a
otra lo que considera adecuado para el beneficio común. Primero: los hombres están en continua
pugna de honores y dignidad y las mencionadas criaturas, no. Segundo: el bien común no difiere del
individual, y aunque por naturaleza propenden a su beneficio privado, procuran a la vez el beneficio
común. Tercero: no teniendo esas criaturas uso de razón, no ven, ni piensan que ven ninguna falta en
la administración de su negocio común. Cuarto: aún cuando estas criaturas tienen voz y en cierto modo
pueden darse a entender unas a otras, necesitan este género de palabras por medio de las cuales los
hombres pueden manifestarse a otros. Quinto: como son criaturas irracionales, no pueden distinguir
entre injuria y daño, por lo tanto, mientras están a gusto no son ofendidas por sus semejantes.
El único camino para erigir semejante poder común es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o
asamblea de hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir su voluntad a una
voluntad. Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello en una y
en la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, como si cada uno dijera:
autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo,
con la condición de que vosotros transferirán a él vuestro derecho. Hecho esto, la multitud así unida en
una persona se denomina Estado, en latín, Civitas. Esta es la generación de aquel gran Leviatán, o
más bien, de aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y defensa.
En ello consiste la esencia del Estado: una persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos
mutuos, realizados entre sí, ha sido instituida por cada uno como autor, al objeto de que pueda utilizar
la fortaleza y medios de todos, como lo juzgue oportuno, para asegurar la paz y la defensa común. El
titular de esta persona se denomina soberano, y se dice que tiene poder soberano; cada uno de los
que le rodean es súbdito suyo. Este poder se puede alcanzar por dos conductos: uno por fuerza
natural, como cuando un hombre hace que sus hijos le estén sometidos; otro, por adquisición, cuando
los hombres se ponen de acuerdo entre sí para someterse a un hombre voluntariamente, en la
confianza de ser protegidos contra todos los demás.
El binomio “civilización-progreso”
La imagen “Civilización o Barbarie” constituye una metáfora más o menos recurrente del lenguaje
político. Esta función primera nos remite empero al lugar que el binomio”Civilización-Progreso” ocupa
en la historia de las ideas de la época moderna.
La palabra “civilización” tuvo un lugar eminente entre las ideas-imágenes que han atravesado la época
moderna. Por un lado, el concepto indicará el “movimiento” o proceso por el cual la humanidad había
salido de la barbarie original, dirigiéndose por la vía del perfeccionamiento colectivo e ininterrumpido.
Por otro lado, la noción apuntará a definir un “estado” de civilización, un “hecho actual” que era dable
observar en ciertas sociedades europeas. Ambas visiones confirmaban el nacimiento de una nueva
concepción de la historia, la idea de un dinamismo universal, de un progreso que unía al género
humano. Dicho concepto tuvo mayor fortuna asociado a otras ideas, como las de “perfectibilidad” y
“progreso”.
La idea de “progreso” implicará el pasaje de la trascendencia a la inmanencia, de la verticalidad a la
horizontalidad: la emancipación del devenir humano de todo imperativo trascendente, la disociación del
“orden de la cultura en relación al orden natural”. La noción fundará también una filosofía de la historia,
dentro de la cual el hombre era definido menos en términos de animal racional y más como animal
perfectible. Condensará la creencia en la perfectibilidad humana y en la unidad del género humano,
expresada en la idea de cooperación de los hombres. Como decía Guizot: “civilización significa
El rápido deslizamiento al plano político y social de la imagen de la barbarie, contrapuesta a los valores
del binomio “Progreso-Civilización”, fue configurando las funciones básicas de la oposición en el seno
mismo de las sociedades europeas, que hacen referencia a dos hitos mayores de la modernidad: la
Revolución Francesa y la Revolución Industrial. Así, para los revolucionarios de 1789, la barbarie era
un insulto que designaba tanto la tiranía como la ignorancia, la arbitrariedad y el no-saber,
características del Antiguo Régimen. Sin embargo, será contra la revolución francesa que se evocará
el recuerdo de la invasión de los bárbaros. Se descubre así, tras la lucha entre revolucionarios y
contrarrevolucionarios, un nuevo objetivo, la defensa de la civilización.
En efecto, para aquellos que criticaban la naciente revolución, el enemigo era definido sin equívocos:
se trataba de la inversión del orden, la violencia del populacho, los atentados en contra de la propiedad,
la religión y la cultura. Pero el punto de inflexión es más importante, pues no se trata solamente del
hecho de que la Revolución Francesa (según la mirada de la vieja Europa) introduce la idea de que la
barbarie se halla también en el interior del continente: no había ninguna duda de que ellos eran los
nuevos portadores de la Civilización. Se construye la imagen del “complot vándalo”, designado a los
bárbaros que desde el interior mismo y como fuerzas fraudulentas de la revolución intentan
desnaturalizar sus objetivos. Así, será función primordial de la burguesía que se consolida en el poder
autorrepresentarse como la única detentadora del Progreso: en tanto que “cada vez más el pueblo es
reducido a una sola función: legitimar la república y, por lo tanto, su poder.”
El siglo XIX confirma así un nuevo mecanismo de legitimación por parte de la burguesía: la burguesía
ascendente hablará de acuerdo a la acción que despliega en las sociedades modernas, en nombre del
progreso y de ciertos valores de civilización. La fuente del poder legítimo será la voluntad popular, pero
ello no impedirá establecer claramente las jerarquías y salvar con ello las diferencias, en un doble
movimiento a través del cual la burguesía se autoproclama como representante del pueblo y heredera
de las Luces, y se impone frente al pueblo una acción educativa a desarrollar.
Ahora bien, si la revolución francesa había confirmado para la Europa contrarrevolucionaria la
existencia de un bárbaro “interior”, los efectos de la revolución industrial van a otorgar un nuevo
impulso a este fantasma, manifiesto en el incipiente proletariado urbano. Lo que es indiscutible luego
de la revolución, y en especial, durante la convulsionada primera mitad del siglo XIX, es que la barbarie
se halla “dentro”, expresada en el naciente proletariado industrial, miserable y hambriento, como una
amenaza difícil de erradicar.
A lo largo del siglo XIX, dicho sentimiento de la burguesía hacia las clases populares se generaliza, y
frente a esta amenaza se impone la tarea de defender la nueva sociedad contra el pueblo excluido. La
prensa burguesa le añade nuevos epítetos: serán también “nómades” y “salvajes”, se habla por otra
parte del “populacho”, ligado tanto a los grupos criminales como a los estallidos populares. Sin
embargo, la burguesía expresa algo más que la sola voluntad de descalificar a un posible adversario.
Es indudable que aquí, el dicterio de “bárbaro” cumple una función reductora, al expresar un rechazo
por el reconocimiento de una conflictualidad social.
Así, tras el mito de la barbarie, que recorre la literatura de la época y se desliza en el plano social,
emerge también el fantasma de la disolución del nuevo orden social.
Progreso y civilización
El progreso fue la palabra mágica que marcó el centro de preocupaciones de los pensadores
latinoamericanos durante el siglo XIX. El vocablo encontraba un complejo eco en las acciones de las
nacientes repúblicas sudamericanas y evocaba los resultados concretos de una Europa que exhibía en
esta imagen la síntesis de un orden nacido al calor de sus distintas revoluciones.
El problema que se presentó ante las expectativas de los reformadores hispanoamericanos fue que el
progreso se enfrentaban con un pasado difícil de erradicar, que comprendía ciertas tradiciones y una
memoria social cuyos efectos eran nefastos en su encuentro con lo nuevo. Los pensadores de América
Hispana eran conscientes de ese riesgos. Aún más, gestaron su pensamiento no sólo al calor del clima
ideológico que se vivía en Europa y que deslizaba una permanente sospecha hacia los sectores
populares, sino también en consecuencia con sus propias expectativas políticas.
Este progreso prometido ofrecía matices más complejos luego de la reciente experiencia de la victoria
rosista por vía del sufragio. El dictamen se percibe con conflicto en el pensamiento latinoamericano de
la época: el futuro es Europa, y el modelo los Estado Unidos, pues ellos son la encarnación del
progreso que se expresa tanto en el desarrollo de la industria y el comercio, como en la consolidación
de las instituciones republicanas. El pasado debía ser la América española e indígena, manifiesta en
sus instituciones tiránicas, sus costumbres bárbaras y su desprecio por el progreso.
El pensamiento latinoamericano del siglo XIX vivió inmerso en esta tensión: la urgencia del progreso y
la necesidad de construir una nación con y desde los elementos que proporcionaba la misma realidad
latinoamericana. En Argentina, la tensión entre los dos polos no permitiría, desde la enunciación misma
del problema dentro de una lógica de guerra, posibilidad de conciliación alguna.
España había representado un primer paso en el proceso de civilización; pero luego de la
independencia ella no encarnaría sino el orden feudal. La civilización, no obstante, era privilegio en
estas latitudes de las clases “progresistas” que resumían su programa en la necesidad de la educación,
la libertad de comercio, la libre navegación de los ríos, la propulsión de la industria, las instituciones
republicanas.
pero la fuente de legitimación de ese poder no será ese pueblo contra el cual se ha luchado y que ella
ha estigmatizado como la barbarie. El progreso, la civilización prometida, serán la fuente de ese poder
así como el principio en nombre del cual se excluirá a la barbarie.
Todavía es más difícil presentir la suerte futura del nuevo mundo, establecer principios sobre su
política, y casi profetizar la naturaleza del gobierno que llegará a adoptar. Toda idea relativa al porvenir
de éste país me parece aventurada. ¿Se pudo preveer, cuando el género humano se hallaba en su
infancia, rodeado de tanta incertidumbre, ignorancia y error, cuál sería el régimen que abrazaría para
su conservación? En mi concepto, ésta es la imagen de nuestra situación. Somos un pequeño género
humano, poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las Artes y
Ciencias, aunque en cierto modo ya viejos en los usos de la sociedad civil.
Yo considero el estado actual de la América como cuando desplomado Imperio Romano, cada
desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses y situación, o siguiendo la
ambición particular de algunos jefes, familiares o corporaciones. Con la notable diferencia que aquellos
miembros dispersos volvían a restablecer sus antiguas naciones con las alteraciones que exigían las
cosas o los sucesos. Mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y
que por otra parte no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios
americanos por nacimientos y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por
nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país, que
mantenernos en él contra la opinión de los invasores: así nos hallamos en el caso más extraordinario y
complicado.
La posición de los moradores del hemisferio americano, ha sido, por siglos, puramente pasiva: su
existencia política era nula. Nosotros estábamos en un grado todavía más bajo de la servidumbre y, por
lo mismo con más dificultades para elevarnos al goce de libertad. La América no solamente estaba
privada de su libertad, sino también de la tiranía activa o dominante. Se nos vejaba con una conducta
que, además de privarnos de los derechos que nos correspondía, no dejaba en una especie de infancia
permanente con respecto a las transacciones públicas. Si hubiésemos siquiera manejado nuestros
asuntos domésticos en nuestra administración interior, conoceríamos el curso de los negocios públicos
y su mecanismo. No nos era permitido ejercer sus funciones.
Los americanos en el sistema español, que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no
ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más el de simples
consumidores. Estábamos abstraídos, y digámoslo así, ausentes del universo, en cuando es relativo a
la ciencia de gobierno y administración del Estados. Jamás éramos virreyes, ni gobernadores, sino por
causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos, nunca; militares sólo en
calidad de subalternos; nobles sin privilegios reales, no éramos en fin, ni magistrados ni financistas, y
casi ni aún comerciantes: todo en contravención directa de nuestras instituciones.
De cuanto he referido será fácil colegir, que la América no estaba preparada para desprenderse de la
Metrópoli, como súbitamente sucedió. Los americanos han subido de repente, sin los conocimientos
previos, y, lo que es más sensible, sin la práctica de los negocios públicos, a representar en la escena
del mundo, las eminentes dignidades de legisladores, magistrados, administradores del erario,
diplomáticos, generales, y cuantas autoridades supremas y subalternas forman la jerarquía de un
Estado, organizado con regularidad. Inciertos sobre nuestro destino futuro, y amenazados por la
Anarquía, a causa de la falta de un gobierno legítimo, justo y liberal, nos precipitamos en el caos de la
revolución. Sólo se cuidó de proveer a la seguridad interior, contra los enemigos que encerraba nuestro
seno, Luego se extendió a la seguridad exterior: se establecieron autoridades que sustituímos a las que
acabábamos de deponer, encargadas de dirigir el curso de nuestra revolución, y de aprovechar la
coyuntura feliz en que nos fuese posible fundar un gobierno constitucional, digno del presente siglo y
adecuado a nuestra situación. Todos los nuevos gobiernos marcaron sus primeros pasos con el
establecimiento de juntas populares Estas formaron en seguida reglamentos para la convocación de
congresos que produjeron alteraciones importantes.
Así como Venezuela ha sido la República Americana que más se ha adelantado en sus instituciones
políticas, también ha sido el más claro ejemplo de la ineficacia de la forma demócrata y federal para
nuestros nacientes estados. En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y virtudes
políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de
sernos favorables, temo que vengan a ser nuestra ruina. Desgraciadamente estas cualidades parecen
estar muy distantes de nosotros en el grado que se requiere, y por el contrario, estamos dominados de
los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española, que sólo ha sobresalido
en fiereza, ambición, venganza y codicia.
Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su
extensión y riquezas, que por su libertad y gloria. Aún que aspiró a la perfección del gobierno de mi
patria, no puedo persuadirme que el nuevo mundo sea por el momento regido por una gran república;
como es imposible no me atrevo a desearlo, y menos deseo aún una monarquía universal de América,
porque éste proyecto, sin ser útil, es también imposible. Para que un solo gobierno dé vida, anime,
ponga en acción todos los resortes de la prosperidad pública, corrija, ilustre y perfeccione al nuevo
mundo, sería necesario que tuviese las facultades de un dios, y cuando menos, las luces y virtudes de
todos los hombres.
No soy de la opinión de las monarquías americanas. He aquí mis razones. El interés bien entendido de
una República, se circunscribe en la esfera de su conservación, prosperidad y gloria. No ejerciendo la
libertad del imperio, por que es precisamente su opuesto, ningún estímulo excita a los republicanos a
extender los términos de su Nación. Ningún derecho adquieren, ninguna ventaja sacan venciéndolos, a
menos que los reduzcan a colonias, conquistas o aliados, siguiendo el ejemplo de Roma. Un estado
demasiado extenso en sí mismo o por sus dependencias, al cabo viene en decadencia, y convierte su
forma libre en otra tiránica; relaja los principios que deben conservarla, y ocurre por último al
despotismo. El distintivo de las pequeñas Repúblicas es la permanencia; el de las grandes es vario,
pero siempre se inclina al imperio.
No convengo en el sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado perfecto, y
exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros; por igual razón rehúso a la monarquía
mixta de aristocracia y democracia que tanta fortuna y esplendor ha procurado a la Inglaterra. No
siéndonos posible lograr entre las repúblicas y monarquías lo más perfecto y acabado, evitemos caer
en anarquías demagógicas o en tiranías monócratas: busquemos un medio entre extremos opuestos
que nos conducirán a los mismos escollos, a la infelicidad y al deshonor.
De todo lo expuesto podemos deducir estas consecuencias: las provincias americanas se hallan
lidiando por emanciparse, al fin obtendrán el suceso, algunas se constituirán de un modo regular en
Repúblicas federadas y centrales, se fundarán monarquías, casi inevitablemente, en las grandes
sesiones; y algunas serán tan infelices que devorarán sus elementos, ya en la actual, ya en las futuras
revoluciones; que una gran Monarquía, no será fácil consolidar, una gran República, imposible.
Es una idea grandiosa pretender formar de todo el nuevo mundo, una sola nación con un solo vínculo
que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una
religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno, que confederase los diferentes estados que
hayan de formarse, más o no es posible, porque climas remotos, situaciones adversas, intereses
opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá
fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! ¡Ojalá algún día tengamos la fortuna de
instalar allí un augusto Congreso de los Representantes de las Repúblicas, Reinos e Imperios a tratar y
discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del
mundo!
Seguramente la unión es lo que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin
embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles, formadas
generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más
numerosos, porque el Imperio de la costumbre, produce el efecto de la obediencia a las potestades
establecidas; los últimos son siempre menos numerosos, aunque más vehementes e ilustrados. Es la
unión, ciertamente; mas esa unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y
esfuerzos bien dirigidos.
Introducción
Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre
tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las
entrañas de un noble pueblo.
Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas;
en Rosas, su heredero, su complemento; su alma ha pasado en este otro molde más acabado, más
perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse, en Rosas, en sistema, efecto,
fin. Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos
Aires sin serlo él; falso corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión y organiza
lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo.
Necesítase, empero, para desatar este nudo que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente
las vueltas y revueltas de los hilos que lo forman, y buscar en los antecedentes nacionales, en la
fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares, los puntos que están pegados.
Este estudio, que nosotros no estamos aún en estado de hacer, por nuestra falta de instrucción
filosófica e histórica, hecho por observadores competentes, habría revelado a los ojos atónitos de la
Europa un mundo nuevo en política, una lucha ingenua, franca y primitiva entre los últimos progresos
del espíritu humano y los rudimentos de la vida salvaje, entre las ciudades populosas y los bosques
sombríos.
¿No merece estudio el espectáculo de la República Argentina, que después de veinte años de
convulsión interna, de ensayos de organización de todo género, produce, al fin, del fondo de sus
entrañas, de lo íntimo de su corazón, al mismo doctor Francia en la persona de Rosa, pero más
grande, más desenvuelto y más hostil, si se puede, a las ideas, costumbres y civilización de los
pueblos europeos? ¿No se descubre en él el mismo rencor contra el elemento extranjero, la misma
idea de la autoridad del gobierno, la misma insolencia para desafiar la reprobación del mundo, con más
su originalidad salvaje, su carácter fríamente feroz y su voluntad incontrastable, hasta el sacrificio de la
patria(...)?
Los pueblos americanos que, indiferentes e impasibles, miran esta lucha y estas alianzas de un partido
argentino con todo elemento europeo que venga a prestarle su apoyo, exclaman a su vez, llenos de
indignación: “¡Estos argentinos son muy amigos de los europeos!”. Y el tirano de la República se
encarga oficiosamente de completarles la frase, añadiendo: “¡Traidores a la causa americana!”.
¡Cierto!, dicen todo; traidores, ésta es la palabra. ¡Cierto!, decimos nosotros; ¡traidores a la causa
americana española, absolutista, bárbara! ¿No habéis oído la palabra salvaje, que anda revoloteando
sobre nuestras cabezas? De eso se trata: de ser o no ser salvaje. ¿Rosas, según esto, no es un hecho
aislado, una aberración, una monstruosidad? Es, por el contrario, una manifestación social; es una
fórmula de una manera de ser de un pueblo. ¿Para qué os obstináis en combatirlo, pues, si es fatal,
forzoso, natural y lógico?
¿Hemos de abandonar un suelo de los más privilegiados de la América, a las devastaciones de la
barbarie(...)? ¿Hemos de cerrar voluntariamente la puerta a la inmigración europea, que llama con
golpes repetidos para poblar nuestros desiertos, y hacernos, a la sombra de nuestro pabellón, pueblo
innumerable como las arenas del mar? Después de la Europa, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y
desierto que la América? ¿No queréis, en fin, que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro
auxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengan a sentarse en medio de nosotros, libre
la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción? ¡Este
porvenir no se renuncia así nomás! No se renuncia porque un ejército de veinte mil hombres guarde la
entrada de la patria. No se renuncia porque la fortuna haya favorecido a un tirano durante largo y
pesados años; la fortuna es ciega, y un día que no acierte (...), ¡adiós, tirano! (...) Es ley de la
humanidad que los intereses nuevos, las ideas fecundas, el progreso, triunfen, al fin, de las tradiciones
envejecidas, de los hábitos ignorantes y de las preocupaciones estacionarias. ¡No! No se renuncia a un
porvenir tan inmenso, a una misión tan elevada, por ese cúmulo de contradicciones y dificultades. ¡Las
dificultades se vencen: las contradicciones se acaban a fuerza de contradecirlas!
El que haya leído estas páginas que preceden, creerá que es mi ánimo trazar un cuadro apasionado de
los actos de barbarie que han deshonrado el nombre de don Juan Manuel de Rosas. Es de otro
personaje de quien debo ocuparme. Facundo Quiroga es el caudillo cuyos hechos quiero consignar en
el papel. Diez años ha que la tierra pesa sobre sus cenizas, y muy cruel y emponzoñada debiera
mostrarse la calumnia que fuera a cavar los sepulcros en busca de víctimas. He querido explicar la
Revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga, porque creo que él explica
suficientemente una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella
sociedad singular. Porque en Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación
de la vida argentina tal como lo han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno. Un caudillo
que encabeza un gran movimiento social no es más que el espejo en que se reflejan, en dimensiones
colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada
de su historia. Por esto nos es necesario detenernos en los detalles de la vida interior del pueblo
argentino para comprender su ideal, su personificación.
1825
Facundo posee La Rioja como árbitro y dueño absoluto; no hay más voz que la suya, más interés que
el suyo. Como no hay letras, no hay opiniones, y como no hay opiniones diversas, La Rioja es una
máquina de guerra que irá a donde la lleven. Pero un mundo de ideas, de intereses contradictorios, se
agitaba fuera de La Rioja, y el rumor lejano de las discusiones de la prensa y de los partidos llegaba
hasta su residencia en los Llanos.
Para mostrar a Quiroga saliendo ya de su provincia y proclamando un principio, una idea, y llevándola
a todas partes en la punta de las lanzas, necesito también trazar la carta geográfica de las ideas y de
los intereses que se agitaban en las ciudades. Para este fin, necesito examinar dos ciudades, en cada
una de las cuales predominaban ideas opuestas: Córdoba y Buenos Aires, tales como existían hasta
1825.
Córdoba
En la plaza principal está la magnífica catedral de orden gótico, con su enorme cúpula recortada en
arabescos, único modelo que yo sepa que haya en la América del Sur de la arquitectura de la Edad
Media. A una cuadra está el templo y convento de la Compañía de Jesús. En cada cuadra de la sucinta
ciudad hay un soberbio convento, un monasterio o una casa de beatas o ejercicios. Cada familia tenía
entonces un clérigo, un fraile, una monja o un corista; los pobres se contentaban con poder contrar
entre los suyos un betlemita, un motilón, un sacristán o un monacillo. Cada convento o monasterio
tenía una ranchería contigua, en que estaban reproduciéndose ochocientos esclavos de la Orden,
negros, zambos, mulatos y mulatillas de ojos azules, rubias, rozagantes.
Esta ciudad docta no ha tenido hasta hoy teatro público, no conoció la ópera, no tiene aún diarios, y la
imprenta es una industria que no ha podido arraigarse allí. El espíritu de Córdoba hasta 1829 es
monacal y escolástico; la conversación de los estrados rueda siempre sobre las procesiones, las fiestas
de los santos, sobre exámenes universitarios, profesión de monjas, recepción de las borlas del doctor.
La ciudad es un claustro encerrado entre barrancas; el paseo es un claustro de monjas o frailes; los
colegios son claustros; la legislación que se enseña, la teología, toda la ciencia escolástica de la Edad
Media, es un claustro en que se encierra y parapeta la inteligencia contra todo lo que salga del texto y
del comentario. Córdoba no sabe que existe en la tierra otra cosa que Córdoba; ha oído, es verdad,
decir que en Buenos Aires está por ahí, pero si lo cree, lo que no sucede siempre, pregunta: “¿Tiene
universidad? Pero será de ayer. Veamos: ¿cuántos conventos tiene? (...) ” Fijando la vista en el suelo,
y a corta distancia, vense asomar una, dos, tres, diez cruces seguidas de cúpulas y torres de los
muchos templos que decoran esta Pompeya de la España de la medida edad.
Hacia los años 1816, el ilustrado y liberal Deán Funes logró introducir en aquella antigua universidad
los estudios hasta entonces tan despreciados: matemáticas, idiomas vivos, derecho público, física,
dibujo y música. La juventud cordobesa empezó desde entonces a encaminar sus ideas por nuevas
vías, y no tardó mucho en sentirse los efectos. En Córdoba empezó Liniers a levantar ejércitos para
que fuesen a Buenos Aires a ajusticiar la revoluión; a Córdoba mandó la Junta uno de los suyos y sus
tropas a decapitar a la España. Córdoba, en fin, ofendida del ultraje, y esperando la venganza y
reparación, escribió con la mano docta de la universidad y en el idioma del breviario y los
comentadores, aquel célebre anagrama que señalaba al pasajero la tumba de los primeros realistas
sacrificados en los altares de la patria. Y así, preparada, llega Córdoba al año 25 en que se trata de
organizar la república y constituir la revolución y sus consecuencias.
Buenos Aires
Durante mucho tiempo lucha con los indígenas que la barren de la haz de la tierra; vuelve a levantarse,
cae enseguida, hasta que por los años 1620 se levanta ya en el mapa de los dominios españoles lo
suficiente para elevarla a Capitanía General, separándola de Paraguay.
En 1806 el ojo especulador de la Inglaterra recorre el mapa americano y sólo ve a Buenos Aires. En
1810, Buenos Aires pulula de revolucionarios avezados en todas las doctrinas anti-españolas,
francesas, europeas. La actividad del comercio había traído el espíritu y las ideas generales de Europa;
los buques que frecuentaban sus aguas traían libros de todas partes y noticias de todos los
acontecimientos políticos del mundo.
La guerra con los ingleses aceleró el movimiento de los ánimos hacia la emancipación y despertó el
sentimiento de la propia importancia. Buenos Aires es un niño que vence a un gigante: se infatúa, se
cree un héroe y se aventura a cosas mayores.
Pero Buenos Aires, en medio de todos estos vaivenes, muestra la fuerza revolucionaria de que está
dotada. El contacto con los europeos de todas las naciones es mayor aún desde los principios que en
ninguna parte del continente hispanoamericano: la desespañolización y la europeificación se efectúan
en diez años de un modo radical, sólo en Buenos Aires se entiende. No hay más que tomar una lista de
vecinos de Buenos Aires para ver cómo abundan en los hijos del país los apellidos ingleses, franceses,
alemanes, italianos.
El año 1820 se empieza a organizar la sociedad según las nuevas ideas de que está impregnada, y el
movimiento continúa hasta que Rivadavia se pone a la cabeza del gobierno. Buenos Aires, y por
supuesto, la República Argentina, decían, realizará lo que la Francia republicana no ha podido, lo que
la aristocracia inglesa no quiere, lo que la Europa despotizada echa de menos. Este era el pensamiento
general de la ciudad, era su espíritu y su tendencia. Buenos Aires confesaba y creía lo que el mundo
sabio de Europa creía y confesaba. Sólo después de la revolución de 1830 en Francia, y de sus
resultados incompletos, las ciencias sociales toman nueva dirección y se comienzan a desvanecer las
ilusiones. Desde entonces empiezan a llegarnos libros europeos que nos demuestran que Voltaire no
tenía mucha razón, que Rousseau era un sofista, que Mably y Raynal unos anárquicos, que no hay tres
poderes, ni contrato social, etc.
Así educado, mimado hasta entonces por la fortuna, Buenos Aires se entregó a la obra de constituirse
a sí y a la República, como se había entregado a la de libertarse a sí y a la América, con decisión sin
medios términos, sin contemporización con los obstáculos. Rivadavia era la encarnación viva de ese
espíritu poético, grandioso, que dominaba la sociedad entera. Todas sus creaciones administrativas
subsisten, salvo las que la barbarie de Rosas halló incómodas para sus atentados. Rivadavia nunca
derramó una gota de sangre ni destruyó la propiedad de nadie,descendiendo voluntariamente de la
presidencia fastuosa a la pobreza noble y humilde del proscrito. Rosas y Rivadavia son los dos
extremos de la República Argentina, que se liga a los salvajes por la pampa y a la Europa por el Plata.
No es el elogio, sino la apoteosis la que hago de Rivadavia y su partido, que han muerto para la
república, no obstante que Rosas se obstine en llamar unitarios a sus actuales enemigos. El unitario
tipo marcha derecho, la cabeza alta, no da vuelta, aunque sienta desplomarse un edificio; habla con
arrogancia; completa la frase con gestos desdeñosos y ademanes concluyentes; tiene ideas fijas,
invariables, y a la víspera de una batalla se ocupará todavía de discutir en toda forma un reglamento o
de establecer una nueva formalidad legal, porque las fórmulas legales son el culto exterior que rinde a
sus ídolos, la Constitución, las garantías individuales. Es imposible imaginarse una generación más
razonadora, más deductiva, más emprendedora, y que haya carecido en más alto grado de sentido
práctico.
mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Trincheras de ideas valen más que
trincheras de piedra.
Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos.
Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, han de encajar, de modo que sean una las
dos manos. Los que al amparo de una tradición criminal cercenaron la tierra del hermano, si no quieren
que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Ya no podemos ser pueblo de
hojas, que vive en el aire con la copa cargada de flor, ¡los árboles se han de poner en fila, para que no
pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida.
¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en
América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan de la
madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿el que
se queda con su madre, a curarle la enfermedad o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de
su sustento en las tierras podridas, maldiciendo el seno que lo cargó?
¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América,
levantadas sobre las masas mudas de los indios, al ruido de pelea del libro con el cirial? La
incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en
los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de
cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia.
Allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el
que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su
país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por método e instituciones nacidas del país
mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la
abundancia que la Naturaleza puso para todo en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden
con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. El
gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.
Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales
han vencido a los letrados autóctonos. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la
falsa erudición y la naturaleza. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer
los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos.
Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador.
Los incultos gobernarán, por hábito de agredir y resolver las dudas con la mano, allí donde los cultos
no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa y tímida en las cosas de la inteligencia,
y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han
de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo
rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de
América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir
un pueblo que no conocen. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que
resolver el problema sin conocerlos. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia
acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país.
Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de las tiranías.
Entrá a padecer la América, y padece, la fatiga de acomodación entre los elementos discordantes y
hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso, y las ideas y formas importadas que han
venido retardando, por su falta de realidad local, el gobierno lógico. El continente, descoyuntado
durante tres siglos por un mando que negaba el derecho del hombre al ejercicio de su razón, entró
desatendiendo o desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse, en un gobierno que
tenía por base la razón. El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio
de espíritu. Pero por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa, le está naciendo a
América, el hombre real.
Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de
Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor. El negro, oteado,
cantaba en la noche la música de su corazón. El campesino, se revolvía ciego de indignación, contra la
ciudad desdeñosa. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el
atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga, en desestancar al indio; en ajustar la libertad al
cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Ni el libro europeo ni el libro yanqui, daban la clave
del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del
odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el
campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o
inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor.
Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa y la levantan con la
levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la
palabra de pase de esta generación. Se entiende que las formas de gobierno de un país han de
acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma,
han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que
si la república no abre brazos a todos y adelanta con todos, muere la república.
En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos
americanos. Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la naturaleza. Leen para aplicar,
pero no para copiar.
De todos sus peligros se va salvando América. El deber urgente de nuestra América es enseñarse
como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante. El desdén del vecino
formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita
está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe.
No hay odio de razas, porque no hay razas. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en
forma y en color. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos
diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad
y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de
desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para
las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Ni se han de
esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el
estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime;
la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América
trabajadora(...)!
La universidad rizomática
Lyotard en su libro La condición posmoderna examina las dos versiones del relato moderno de
legitimación del saber y los vincula con su institucionalización en la universidad. Se trata de los dos
grandes relatos (o meta-relatos) que sirvieron para legitimar la producción y organización de los
conocimientos en la modernidad.
El primero es el de la educación del pueblo. Todas las naciones tienen derecho a gozar de las ventajas
de la ciencia y la tecnología, con el objetivo de “progresar” y mejorar las condiciones materiales de vida
para todos. En ese contexto, la universidad es llamada a proveer al “pueblo” de conocimientos que
impulsen el saber científico-tecnológico de la nación. Debe ser capaz de formar toda una serie de
personajes dotados de capacidades científico-técnicas para vincularse al progreso material de la
nación.
El segundo es el del progreso moral de la humanidad. La función de la universidad ya no sería tanto
formar profesionales, sino formar humanistas, sujetos capaces de “educar” moralmente al resto de la
sociedad; formar los líderes espirituales de la nación, porque su misión es favorecer la realización
empírica de la moralidad.
Voy a reflexionar sobre los elementos comunes que hay entre los dos relatos.
En primer lugar, identificar la estructura arbórea del conocimiento y de la universidad. Ambos modelos
favorecen la idea de que los conocimientos tienen unas jerarquías, unas especialidades, unos límites
que marcan la diferencia entre unos campos del saber y otros. El segundo elemento común es el
reconocimiento de la universidad como lugar privilegiado de la producción de conocimientos. Es vista
como un núcleo vigilante de ese legitimidad. Es concebida como una institución que establece las
fronteras entre el conocimiento útil y el inútil, entre el conocimiento legítimo y el conocimiento ilegítimo.
Estos dos elementos pertenecen a las herencias coloniales del conocimiento y se inscriben, por lo
tanto, en la estructura triangular de la colonialidad mencionadas anteriormente. Mi tesis será que tanto
la estructura arbórea disciplinar del conocimiento como la postulación de la universidad como ámbito
fiscalizador del saber reproducen un modelo epistémico moderno colonial que deseo llamar la “hybris
del punto cero”.
Con la formación del sistema-mundo capitalista y la expansión colonial de Europa, se impuso poco a
poco la idea de que la naturaleza y el hombre son ámbitos ontológicamente separados, y que la función
del conocimiento es ejercer un control racional sobre el mundo. El conocimiento ya no tiene como fin
último la compresión de las “conexiones ocultas” entre todas las cosas, sino la descomposición de la
realidad en fragmentos con el fin de dominarla.
A Descartes se le suele asociar con este nuevo paradigma filosófico. Él afirma que la certeza del
conocimiento sólo es posible en la medida en que produce una distancia entre el sujeto conocedor y el
objeto conocido. Entre mayor sea la distancia del sujeto frente al objeto, mayor será la objetividad. Por
ello, la certeza del conocimiento sólo es posible en la medida en que se asienta en un punto de
observación inobservado, previo a la experiencia.
La visión del universo como un todo orgánico, vivo y espiritual fue reemplazada por la concepción de
un mundo similar a una máquina. Por ello, Descartes privilegia el método de razonamiento analítico
como el único adecuado para entender la naturaleza. El análisis consiste en dividir el objeto en partes,
desmembrarlo, reducirlo al mayor número de fragmentos, para luego recomponerlo según un orden
lógico-matemático.
Es este tipo de modelo epistémico el que deseo denominar la hybris del punto cero. Podríamos
caracterizar este modelo utilizando la metáfora teológica del Deus Absconditus. Como Dios, el
observador observa el mundo desde una plataforma inobservada de observación, con el fin de generar
una observación veraz y fuera de toda duda. Como el Dios de la metáfora, la ciencia moderna
occidental se sitúa fuera del mundo (en el punto cero) para observar al mundo, pero a diferencia de
Dios, no consigue obtener una mirada orgánica sobre el mundo, sino tan sólo una mirada analítica. La
ciencia moderna pretende ubicarse en el punto cero de observación para ser como Dios, pero no logra
observar como Dios. Por eso hablamos de la hybris, del pecado de desmesura. Cuando los mortales
quieren ser como los dioses, pero sin tener capacidad para serlo, incurren en el pecado de la hybris, y
estos es, más o menos, lo que ocurre con la ciencia occidental de la modernidad. De hecho, la hybris
es el gran pecado de Occidente: pretende hacerse un punto de vista sobre todos los demás puntos de
vista, pero sin que ese punto de vista pueda tenerse como punto de vista.
¿Qué tiene que ver esto con la universidad? La universidad moderna encarna perfectamente la “hybris
del punto cero”, y que este modelo epistémico se refleja no sólo en la estructura disciplinaria de sus
epistemes, sino también en la estructura departamental de sus programas.
Las disciplinas son ámbitos que agrupan diversos tipos de conocimiento experto: materializan la idea
de que la realidad debe ser dividida en fragmentos y de que la certeza del conocimiento se alcanza en
la medida en que nos concentremos en el análisis de una de las partes, ignorando sus conexiones con
todas las demás. Básicamente, recorta un ámbito del conocimiento y traza líneas fronterizas con
respecto a otros ámbitos del conocimiento. De este modo, definen ciertos temas que son pertinentes
única y exclusivamente a la disciplina. Esto se traduce en la materialización de los cánones. En
prácticamente todos los currículos universitarios, las disciplinas tienen un canon propio que define
cuáles autores se deben leer, cuáles temas son pertinentes y qué cosas deben ser conocidas por un
estudiante que opta por estudiar esa disciplinas.
La hybris del punto cero también se refleja en la arborización de la estructura universitaria. La mayoría
de las universidades funcionan por “facultades”, que a su vez tienen “departamentos”, que a su vez
tienen “programas”. Las facultades funcionan como una especie de hogares de refugio de las
epistemes. Rara vez los profesores pueden moverse entre un departamento y otro, mucho menos entre
una facultad y otra, porque son como prisioneros de una estructura universitaria, esencialmente
fracturada.
La crisis de la universidad contemporánea está siendo vivida en una “condición posmoderna”. La
posmodernidad es caracterizada como el momento en que el sistema capitalista se torna planetario, y
en el que la universidad empieza a plegarse a los imperios del mercado global. Esto conduce a la
universidad a una crisis de legitimación. La planetarización de la economía capitalista hace que la
universidad no sea ya el lugar privilegiado para la producción de conocimientos. El saber que es
hegemónico es el que se produce en las empresas transnacionales. El conocimiento que es
hegemónico no lo produce ya la universidad bajo la guía del Estado, sino que lo produce el marcado
bajo la guía del mismo. Así las cosas, la universidad deja de ser el núcleo fiscalizador del saber; deja
de ser el ámbito en el cual el conocimiento reflexiona sobre sí mismo.
Entonces, la universidad se “factoriza”, se convierte en una universidad corporativa, en una empresa
capitalista que ya no sirve más al progreso material de la nación ni al progreso moral de la humanidad,
sino a la planetarización del capital. La Belle Epoque del profesor moderno, la era del “educador” y del
“maestro” parece haber llegado a su fin, pues la función de la universidad hoy en día ya no es educar
sino investigar, lo cual significa: producir conocimientos pertinentes. De este modo, las universidades
empiezan a convertirse en microempresas prestadoras de servicios.
Existen ya, en el ámbito de la ciencia, paradigmas de pensamiento alternativos que rompen con la
colonialidad del poder impulsada por la hybris del punto cero. La imagen del mundo como si fuera un
sistema mecánico compuesto de bloques elementales, la visión de la vida social como una lucha
competitiva por la existencia, la creencia en el progreso material ilimitado, están siendo desafiadas por
un paradigma emergente que empieza también a golpear las puertas de la universidad (paradigma del
pensamiento complejo). A mi juicio, el paradigma de la complejidad podría ser benéfico en la medida
en que promueva la transdisciplinariedad. La universidad sigue pensando un mundo complejo de forma
simple; continúa formando profesionales incapaces de intervenir en un mundo que funciona con una
lógica compleja. Para evitar esta parcelación del conocimiento y de la experiencia, la universidad
debiera tomarse muy en serio las prácticas articulatorias de la transdisciplinariedad. A diferencia de la
interdisciplinariedad, no se limita a intercambiar dato entre dos o más disciplinas, dejando intactos los
“fundamentos” de las mismas. Por el contrario, afecta el quehacer mismo de las disciplinas porque
incorpora el principio del tercero incluido. La transdisciplinariedad incorpora la idea de que una cosa
puede ser igual a su contrario, dependiendo del nivel de complejidad que estemos considerando.
Introduce un viejo principio ignorado por el pensamiento analítico de las disciplinas: la ley de la
coincidencia oppositorum. En el conocimiento, como en la vida, los contrarios no pueden separarse.
Ellos se complementan, se alimentan mutuamente; no puede existir el uno sin el otro, como quiso la
lógica excluyente de la ciencia occidental. En lugar de separar, la transdisciplinariedad nos permite ligar
los diversos elementos y formas del conocimiento, incluyendo, los conocimientos que la modernidad
había declarado como dóxicos.
Considero que el avance hacia una universidad transdisciplinaria lleva consigo el tránsito hacia una
universidad transcultural, en la que diferentes formas culturales de producción de conocimientos
puedan convivir sin quedar sometidos a la hegemonía única de la episteme de la ciencia occidental.
La universidad transcultural
Este tema se encuentra unido a otro asunto no menos importante: el diálogo de saberes. No se trata
sólo de que el conocimiento que proviene de una disciplina pueda articularse con el conocimiento
proveniente de otra. El aspecto más difícil y que todavía no da señales de vida, tiene que ver con la
posibilidad de que diferentes formas culturales de conocimiento puedan convivir en el mismo espacio
universitario. Diríamos entonces, que mientras que la primera consecuencia del paradigma del
pensamiento complejo sería la flexibilización transdisciplinaria del conocimiento, la segunda sería la
transculturación del conocimiento.
Sin embargo, el diálogo de saberes, así entendido, ha sido imposible hasta el momento, porque el
modelo epistémico del punto cero se ha encargado de impedirlo. Observados desde el punto cero, los
conocimientos que vienen ligados a los saberes ancestrales, o a tradiciones culturales lejanas o
exóticas, son vistos como doxa, es decir, un obstáculo epistemológico que debe ser superado. Los
demás conocimientos, son vistos como anecdóticos, superficiales, folklóricos, mitológicos, del pasado
de occidente. Ese colonialismo epistémico no es en absoluto gratuito. La hybris del punto cero se forma
en el momento en que Europa inicia su expansión colonial por el mundo, en los siglos XVI y XVII,
acompañando así las pretensiones imperialistas de occidente. El punto cero, sería entonces, la
dimensión epistémica del colonialismo, lo cual no debe entenderse como una simple prolongación
ideológica o “superestructural” del mismo, sino como un elemento perteneciente a su “infraestructura”,
como algo constitutivo.
¿Cómo es posible un diálogo de saberes? Sólo es posible a través de la decolonización del
conocimiento y la decolonización de las instituciones productoras o administradoras del conocimiento.
Esto significa descender del punto cero y hacer evidente el lugar desde el cual se produce el
conocimiento. Ya no es el alejamiento, sino el acercamiento el ideal que debe guiar al investigador de
los fenómenos sociales o naturales. El gran desafío que tienen ahora las ciencias humanas es realizar
una segunda ruptura epistemológica, pero ahora ya no con la doxa frente a la episteme, para bajar del
punto cero. El ideal ya no sería el de la pureza y el distanciamiento sino el de la contaminación y el
acercamiento.
Acercarse a la doxa implica que aquellos conocimiento que desde el punto cero eran visto como
“prehistoria de la ciencia” empiecen a ganar legitimidad y puedan ser tenidos como pares iguales en un
diálogo de saberes. En la universidad, la idea de que la diversidad pueda generar espacios en los que
distintas formas de producir conocimiento puedan coexistir, es, por ahora, una utopía, debido a que, de
acuerdo con la taxonomía del punto cero, ambos tipos de saberes no son contemporáneos en el
tiempo, aunque sean contemporáneos en el espacio.
Para finalizar, digamos entonces que “decolonizar la universidad” significa por lo menos dos cosas:
1- El favorecimiento de la transdisciplinariedad, que busca cambiar esta lógica exclusiva (de esto o
aquello) por una lógica inclusiva.
2- El favorecimiento de la transculturalidad. La universidad debería entablar diálogos y prácticas
articulatorias con aquellos conocimientos que fueron excluidos del mapa moderno de las epistemes por
habérseles considerado “míticos, orgánicos, supersticiosos y pre-racionales”. Cambiar las ideas y
prácticas, especialmente la imposición colonial de la visión occidental del mundo y de sus prácticas e
ideas económicas, políticas, sociales, culturales, educacionales y cognitivas.
La decolonización no conlleva una cruzada contra Occidente en nombre de algún tipo de autoctonismo
latinoamericanista, de culturalismos etnocéntricos y de nacionalismos populistas. Cuando decimos que
es necesario ir más allá de las categorías de análisis y de estas disciplinas modernas, no es porque
haya que negarlas, ni porque éstas tengan que ser “rebasadas” por algo mejor. Hablamos, más bien,
de una ampliación del campo de visibilidad abierto por la ciencia occidental moderna. No es entonces
la disyunción sino la conjunción epistémica lo que estamos pregonando. Un pensamiento integrativo en
el que la ciencia occidental pueda “enlazarse” con otras formas de producción de conocimientos.
popular ascendía a los estratos medios. Las cifras indican que el proceso de movilidad social
ascendente fue mucho más acentuado entre los extranjeros, que representaban en esa época entre
50% y 60% de los estratos medios.
Al finalizar el modelo agroexportador con la gran crisis mundial, sin embargo, se percibían ciertos
aspectos negativos en el sistema socioeconómico. El más importante era la persistencia de un régimen
de propiedad fundiaria que actuó como determinante fundamental del futuro desarrollo agropecuario.
Entre los segundos, encontramos el grado de dependencia externa en que se había situado la
economía argentina, fenómeno que se designa habitualmente con la expresión “vulnerabilidad
económica externa”. Porque una de las principales consecuencias de la crisis de 1930 fue la
modificación sustancial del sistema que había regido hasta entonces el comercio internacional.
En Argentina las consecuencias fueron inmediatas y se tradujeron en disminución de las exportaciones,
deterioro de la relación de intercambio entre los productos nacionales y los bienes de importación,
disminución de la entrada de capitales, aumento de los servicios de la deuda externa, ierre del país a la
inmigración, etc. Razones que explican el viraje sustancial de la orientación de los modelos de
desarrollo a partir de 1930.
Por otra parte, el Estado también extiende su campo de acción económica y social al nacionalizar o
crear importantes empresas de servicios públicos, y al acentuar su estrategia redistributiva a través de
la asignación creciente de recursos a la educación, la salud, la vivienda y la seguridad social.
La industria manufacturera asume el liderazgo de ese proceso, expandiéndose con un perfil interno
que, a pesar del predominio absoluto de las pequeñas empresas en el conjunto de las nuevas plantas
que entonces se establecen, favoreció netamente la creación de puestos asalariados tante de clase
obrera como de clase media. El rasgo más específico del modelo justicialista fue su superior capacidad
de creación de empleo industrial. También fue importante en este lapso la creación de empleo por
parte de los otros dos sectores no-agropecuarios.
En lo que concierne a la estructura social, las posiciones asalariadas representaban el 72% del empleo
global, un nivel definitivamente asimilable a países capitalistas relativamente desarrollados. La
dinámica del mercado de trabajo se traduce en un perfil de la estructura social urbana algo diferente al
de 1945, pero no en lo esencial. La composición interna de cada clase había cambiado muy poco
respecto al momento inicial
En lo que respecta a la movilidad social, los migrantes internos alimentaron principalmente la
expansión del estrato obrero asalariado, así como también el crecimiento de los pequeños propietarios
de la industria y el comercio, experimentando en todos estos casos movilidad ascendente de carácter
intrageneracional. Por otra parte, no se detecta en este momento empleo precario (no registrado) y
existe escaso empleo marginal (inestable de calificación nula). En suma, desde el punto de vista
ocupacional, el panorama conjunto durante el justicialismo es el de un proceso generalizado de
movilidad estructural ascendente.
Como visión global, puede decirse que el modelo justicialista favoreció la expansión cuantitativa de los
componentes sociales del bloque que le sirvió de apoyo para su surgimiento, al tiempo que fortaleció el
aumento cuantitativo de las capas medias asalariadas, sobre todo en el sector público. Además de su
carácter distributivo, podrían calificar los efectos de su estrategia sobre la estructura social los adjetivos
“relativamente modernizadora” e “incluyente”. El modelo justicialista no indujo un gran crecimiento
económico global ni una modernización destacable de la estructura social, pero tuvo el mérito de no
segmentar los mercados de trabajos ni excluir a franjas importantes de la población de los frutos del
desarrollo logrado.
Una serie de restricciones estructurales y coyunturales se conjugaron para interrumpir el crecimiento
industrial impulsado durante el período justicialista, entre ellas:
a- la acérrima oposición del sector agropecuario
b- la virulenta oposición de los grandes empresarios
c- el fracaso en la tentativa de obtener capitales externos que permitieran superar el estrangulamiento
exterior de la economía.
La falta de creación neta de empleo industrial determina que todo el crecimiento de la oferta de fuerza
de trabajo urbana deba ser absorbido por los otros dos sectores no-agropecuarios: la construcción y el
terciario experimentan por entonces su crecimiento más veloz. Por otra parte, aunque es cierto que la
creación de empleo urbano es más rápido que durante el justicialismo, el contexto ya no es de pleno
empleo.
Los efectos de la estrategia desarrollista sobre la estructura social son radicalmente diferentes a los del
período precedente. La expansión del empleo favoreció algo más al asalariado que al autónomo; por
otro lado, se acelera el crecimiento de la clase media por comparación al de la clase obrera, al tiempo
que se modifica profundamente la composición interna de ambos agregados. El balance final del
desarrollismo es una estructura social urbana en que la clase media representa alrededor del 45% al
igual que la clase obrera, con un más neto predominio del estrato asalariado dentro de la primera y con
un incipiente crecimiento del estrato autónomo dentro de la segunda. También hay un leve incremento
del estrato marginal.
Respecto de la movilidad social, el modelo desarrollista también muestra tendencias muy disímiles a
las precedentes. La clase media autónoma crece poco, lo cual refleja la compensación entre la
desaparición absoluta de pequeños industriales y el aumento absoluto de pequeños propietarios del
comercio y los servicios. La clase media asalariada alcanza durante esta etapa su ritmo más rápido de
expansión, con la particularidad de que ahora crecen más velozmente sus categorías ocupacionales de
mayor requerimiento educacional (profesionales y técnicos). Durante esta etapa comienza a
experimentarse una devaluación de las credenciales de nivel medio, atribuible a la rápida expansión de
la matrícula secundaria que comienza ya durante el justicialismo. También disminuye en términos
absolutos el número de obreros de la industria, razón por la cual este sector dejó de constituir un canal
de incorporación laboral para los migrantes recientes. El canal de movilidad laboral más importante fue
el empleo autónomo de clase obrera en el sector de servicios, que durante esta etapa aseguraba iguale
o mejores ingresos que muchas posiciones obreras asalariadas.
A la continuada y masiva transferencia de población desde el campo a la ciudad de compañan ahora
múltiples trasvasamientos dentro de la población urbana nativa o de antigua residencia citadina. Esta
estrategia parece caracterizarse por la coexistencia de fuerte flujos de movilidad estructural ascendente
y descendente, acompañados de importantes movimientos intersectoriales.
Si bien el desarrollismo indujo un elevado crecimiento económico global y una innegable modernización
de la estructura social, ambos elementos se lograron al precio de marginar a una parte considerable de
la población de los logros del desarrollo económico. Muchos de los fenómenos por los que sería
anatemizado el modelo aperturista, se inician en realidad durante la vigencia del desarrollismo.
El freno a este modelo estuvo dado por la convergencia de factores económicos y políticos de índole
adversa. Entre los primeros se cuenta la recurrencia de las crisis de la balanza de pagos, agravadas
por la remisión de utilidades y pagos por tecnología al capital extranjero. Entre los segundos, la
agudización del conflicto social, manifestado en las movilizaciones de protesta que en 1969 tradujeron
el rechazo de los sectores populares respecto a los objetivos del modelo desarrollista.
Para alcanzar estas metas se aplicaron medidas de distinta índole. En el plano económico, se
destacan:
- Reducción de los aranceles a la importación
- Subvaluación de la paridad cambiaria
- Reforma financiera inductora de un sustancial crecimiento en las tasas de interés real
- Supresión de antiguos créditos preferenciales a la industria
- Transferir parte de sus actividades a la esfera privada: desmantelar el Estado de bienestar que se
había organizado en nuestro país en la década de 1940.
En el lapso que va de 1976 a fines de siglo se sucedieron en el poder gobiernos de muy distinta
idiosincrasia, aunque, por la naturaleza de sus políticas económicas, todos puedan ser englobados
dentro del modelo aperturista.
subsistencia, posibilitar la acumulación de capital, diversificar las estructuras económicas y elevar los
niveles de ingreso.
Pero el horizonte económico era limitado. La incomunicación impuesta por las distancias reducía las
oportunidades de intercambio. También la tecnología disponible en la producción agrícola acotaba el
aumento de la productividad, ingresos y demandas.
La barrera infranqueable para el aumento sostenido y generalizado de la productividad del trabajo y del
ingreso era todavía el lento avance del progreso técnico. El conjunto de innovaciones técnicas que
comienzan a surgir a fines del siglo XVIII, conocidas como “Revolución Industrial”, iniciaron la ruptura
de aquella barrera y abrieron una frontera ilimitada al desarrollo económico.
El avance tecnológico se materializó en una serie de innovaciones y de mejoras organizativas en el
proceso productivo que permitieron aumentar sustancialmente el rendimiento del trabajo.
El aumento de la cantidad de bienes disponibles por este incremento de la productividad hizo posible
destinar proporciones crecientes de la mano de obra y otros recursos económicos a la producción de
maquinarias, equipos y otros bienes de inversión que permitían incorporar, en instrumentos de
producción, las mejoras técnicas alcanzadas.
En realidad, el progreso técnico es una forma específica de expansión del mercado, al aumentar los
ingresos y consecuentemente la demanda efectiva. Revoluciona las condiciones del desarrollo
económico, al permitir la expansión ilimitada del mercado dentro y fuera de las fronteras nacionales y
crear los incentivos para la inversión privada.
Una parte sustancial del ingreso total corresponde a los capitalistas y empresarios, y estos limita en la
medida que consuman o inviertan la totalidad de su ingreso. La variable económica fundamental
determinante del nivel de la demanda era la inversión. Las posibilidades de invertir estaban
condicionada por el crecimiento de la demanda interna de bienes de consumo e inversión, y también
por la expansión de la demanda externa, la demanda global. La ampliación del mercado mundial
aumentó las oportunidades de inversión en las actividades destinadas a la exportación.
En los países en que predominaba el espíritu capitalista, la desigualdad de distribución del ingreso fue
un factor que estimuló el crecimiento al ampliar el ahorro y la disponibilidad de recursos existentes para
la acumulación de capital. La fuerte expansión comercial fue consecuencia directa del progreso técnico,
fortaleció la capacidad del sistema de asimilar las innovaciones tecnológicas al abrir oportunidades
crecientes a la inversión.
El progreso técnico y la expansión consecuente del ingreso establecieron las bases para la
transformación de las estructuras productivas. A mayores niveles de ingresos, la demanda cambia de
composición: crece la importancia relativa de los artículos manufacturados y los servicios, y desciende
proporcionalmente la de alimentos y artículos esenciales para la vida.
El progreso técnico y el consecuente aumento de los ingresos y de la demanda efectiva dentro de cada
país posibilitaron la creación de mercados recíprocos, al tiempo que el flujo de capitales y población
integraba directamente en el plano de los procesos productivos los intereses de los países que
formaban parte del mercado.
La dominación incluyó asimismo el extraordinario fenómeno del imperialismo, que extendió la conquista
y la ocupación colonial a niveles sin precedentes. La ocupación territorial de las potencias europeas se
extendió en el resto del mundo.
los recursos naturales y en los otros sectores fundamentales, como la infraestructura y las redes
comerciales y financieras del mercado interno y de vinculación con el mundial.
La estratificación social y la concentración de la riqueza heredadas del régimen colonial no generaron
un escenario propicio a la formación de una densidad nacional consistente con la fundación de un
capitalismo nacional abierto al mundo y capaz de un desarrollo autosustentado.
Incluso, en la resolución de conflictos internos en la etapa de transición, tuvieron injerencia potencias
extranjeras. El dilema entre civilización y barbarie fue en definitiva planteado como la adhesión
incondicional a la cultura y los intereses europeos o el retorno de las formas primitivas de la dominación
del orden colonial.
Durante la etapa de transición y en la segunda mitad del siglo XIX, convergieron dos procesos que
resultarían decisivos para bloquear la formación de un capitalismo argentino consistente con la
formación de una economía diversificada y compleja (desarrollada): el acceso a la propiedad de la
tierra, y el temprano dominio de la inversión extranjera en el control de segmentos fundamentales de la
cadena de agregación de valor de la producción primaria.
2. La apropiación territorial
La matriz elitista y de exclusión heredada del pasado fue consolidada por la apropiación territorial
durante la etapa de transición y las últimas décadas del siglo XIX.
En Argentina, la ocupación territorial culminó finalmente con la llamada conquista del desierto bajo el
comando del General Julio A. Roca, en la década de 1870. La concentración de la propiedad de la
mayor parte de las mejores tierras de la región pampeana, previa al ingreso masivo de inmigrantes y de
la inserción del país en el mercado mundial, resultó decisiva para la evolución posterior del país. Para
1884, la totalidad de las tierras pampeanas ya tenía dueño. Desde entonces, el país no disponía de
más tierra agrícola que ofrecer a los inmigrantes europeos que comienzan a llegar en olas cada vez
más poderosas, atraídos por la perspectiva de hacerse una propiedad en las tierras vírgenes que la
Argentina acababa de incorporar al espacio nacional.
Estos hecho obstaculizaron el acceso a la propiedad de la tierra de los trabajadores rurales que se
incorporaban a la expansiva economía agropecuaria de la región pampeana y dieron origen a la
característica institucional básica de la misma: la explotación de una parte sustancial de la superficie
disponible por arrendatarios y de la otra parte en grandes latifundios. El elevado grado de
concentración de la propiedad territorial y de difusión del sistema de arrendamiento se reflejó en la
estructura social del sector agropecuario. El régimen de tenencia impidió que la producción
agropecuaria se apoyara básicamente en una poderosa clase de productores medios, con unidades de
explotación de dimensión tal que permitiera la utilización creciente de la técnica y la maquinaria
agrícola, con el consiguiente aumento de la productividad y los ingresos.
Las características del régimen de tenencia disminuyeron las posibilidades de crecimiento de la
producción rural. Por un lado, porque la falta de acceso a la tierra redujo la capacidad del campo de
absorber la corrientes migratorias del exterior. Por otro lado, la capacidad de capitalización del sector
se vio limitada por la falta de interés de los arrendatarios en realizar inversiones fijas permanentes en
tierras que no les pertenecían y por la alta inclinación de los grandes propietarios a destinar una
proporción de su ingreso al consumo de tipo suntuario dentro y fuera del país.
Finalmente, la concentración de la propiedad territorial en pocas manos, aglutinó la fuerza
representativa del sector rural en un grupo social que ejerció consecuentemente una poderosa
influencia en la vida nacional.
3. El capital extranjero
Desde la segunda mitad del siglo XIX, Argentina recibió una proporción importante de los capitales
exportados por los países industrializados, particularmente Inglaterra.
Del total de la inversión extranjera, aproximadamente el 75% estaba destinado a proporcionar el capital
básico de infraestructura en transportes y servicios públicos y, a través de la absorción de títulos del
gobierno, a articular política y económicamente al país mediante el financiamiento de la inversión y el
gasto público. El 25% restante estaba compuesto por inversiones en comercio e instituciones
financieras, y en actividades agropecuarias.
La producción agropecuaria exportable era el eje de la relación de la economía argentina con el
mercado mundial, y hacia adentro, la base de una cadena productiva que sustentaba la red de
transportes, la transformación industrial de la producción primaria, su financiamiento y
comercialización.
Mientras la propiedad de la tierra estaba mayoritariamente en manos de residentes argentinos, el resto
de la red era, en su mayor parte, propiedad de empresas extranjeras. Por ejemplo, la financiación de
las inversiones en ferrocarriles se realizó fundamentalmente con capital extranjero. Una parte
considerable de las ganancias de la cadena de agregación de valor a partir de la producción
agropecuaria era apropiado por filiales de empresas extranjeras.
4. La organización nacional
El régimen de autonomías provinciales anterior a la caída de Rosas y el posterior enfrentamiento entre
la provincia de Buenos Aires y la Confederación impedían el establecimiento de un clima de estabilidad
institucional, administrativa y política, indispensable para el desenvolvimiento de la nueva etapa.
La reincorporación de la provincia de Buenos Aires a la unión nacional en 1861 y la elección de Mitre
como presidente del país unificado en 1862 consuman, en el plano institucional, uno de los requisitos
básicos para el funcionamiento de la economía primaria exportadora. Faltaba, sin embargo, terminar de
resolver el lugar de la provincia de Buenos Aires en el seno de la nación. En 1880 culmina, así, el
proceso inaugurado con la derrota de Rosas en Caseros en 1852 y la adopción de la Constitución
nacional en 1853. La seguridad interior fue consolidada con la creación de una policía federal y policías
provinciales
En ese período, y en los años posteriores a 1880, hasta culminar con la reforma electoral del
presidente Sáenz Peña en 1912, se estableció el orden jurídico e institucional del país. Se adoptaron
los códigos de derecho civil y comercial; se promulgó la ley 1420 de educación laica, gratuita y
obligatoria; el Estado fue asumiendo funciones antes reservadas a la Iglesia (administración de
cementerios, matrimonio civil, etc).
La ocupación efectiva del territorio y la resolución de los problemas limítrofes pendientes era también
condición necesaria para establecer el marco de estabilidad indispensable para atraer inmigrantes y
capitales que sustentaron la formación de la economía primaria exportadora. Quedaba sin embargo,
pendiente la disputa con Chile, que abarcaba la soberanía sobre el territorio de la Patagonia. La
conquista del desierto y la ocupación efectiva de la frontera sur del país fueron decisivas para la
resolución de la disputa.
5. El régimen político
La política había sido un ejercicio reservado a las elites del puerto de Buenos Aires y a las oligarquías
provinciales, a los criollos que habían heredado las posiciones dominantes en la estratificación social
establecida durante la colonia. Las guerras civiles habían reflejado las disputas de las elites y su
capacidad relativa de movilizar el apoyo popular.
La construcción del país emergente se reflejó en el campo de las ideas. La restauración de los valores
tradiciones y la construcción nacional sobre esas bases, cuyo mayor exponente fue el gobernador de
Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, se enfrentaron con los jóvenes ilustrados herederos de las clases
altas del período colonial, lectores al día de las novedades literarias y políticas de Francia e Inglaterra.
Ellos propusieron la incorporación de inmigrantes y de sus ideas políticas liberales provenientes de
Europa. Este pensamiento político tuvo sus primeros exponentes en la llamada generación del 37,
liderada por Esteban Echeverría y culminó, en 1852, con la obra de Alberdi, que inspiró la redacción de
la Constitución Nacional.
Poco después, se consolidó la alianza entre los sectores internos dominantes que controlaban el
recurso fundamental, la tierra y el capital extranjero. Desde las últimas décadas del siglo XIX, el
librecambismo a ultranza y la apertura incondicional al capital extranjero constituyeron la visión del
mundo, el pensamiento único predominante, que sustentó la estrategia del modelo primario exportador:
comercio, inmigrantes y capitales.
El régimen aduanero, uno de los instrumentos esenciales de una política industrialista, reflejó la
oposición del orden conservador de la distribución de los ingresos. La ausencia de políticas crediticias
preferentes para las inversiones industriales y de otros instrumentos de las políticas activas de
transformación productiva, configuraron la política económica de la economía primaria exportadora.
La apropiación territorial y su concentración en pocas manos, y el predominio del capital extranjero
resultaron decisivos para la organización del régimen institucional y político de la etapa de la economía
primaria exportadora.
La república “restrictiva” del orden conservador, administrada por la elite tradicional y por los titulares
del poder económico del modelo primario exportador, fue suficiente para organizar el país necesario
dentro de la división internacional del trabajo de la época. Pero era insuficiente para incluir a los nuevos
contingentes de inmigrantes y sus descendientes, ya ciudadanos argentinos. Era incapaz de contener
las tensiones sociales emergentes de la transformación.
La crisis estalló dentro de la propia alianza del régimen y entre sus principales dirigentes: Roca, Mitre y
Pellegrini. La reforma política fue imparable. La revolución de 1890, coincidente con la mayor crisis
económica del modelo y la cesación de pagos de la deuda externa, anticipó que el régimen de la
república restringida estaba llegando a su fin. El cambio fue liderado por conservadores reformistas
(Pellegrini y Sáenz Peña), y culminó con la aprobación de la reforma electoral, que posibilitó el triunfo
de Hipólito Yrigoyen en 1916.
La transición del régimen de la república restringida a la república abierta parecía haberse consumado
entonces. Los hechos posteriores demostrarán lo contrario (virulenta oposición conservadora a
Yrigoyen, intolerancia recíproca de los principales actores políticos, tensiones sociales)
La etapa de la economía primaria exportadora tuvo así lugar mientra el régimen político transitaba entre
la presidencia de Mitre (1862-1868) y 1930, cuando el 6 de septiembre un golpe de Estado derrocó al
presidente Yrigoyen. La relativa estabilidad del régimen institucional y político en esa casi siete
décadas se sostenía sobre bases endebles: la concentración de la riqueza y del ingreso, la
vulnerabilidad externa y la ausencia de componentes esenciales de la densidad nacional.
6. La cultura
La transformación demográfica del país tuvo impacto hasta la primera mitad del siglo XIX, sobre los
patrones heredados del orden colonial. El país no sólo asimiló inmigrantes y capitales, sino también las
ideas que conmovían el escenario europeo. El romanticismo, el liberalismo, el modernismo literario, el
positivismo y el pensamiento revolucionario, incluido el marxismo, tuvieron cultores destacados en el
país. Protagonistas principales del orden conservador (Mitre, Pellegrini, Cané, Sarmiento) fueron
intelectuales de relieve por sus propios méritos.
Desde mediados del siglo XIX, la cultura argentina emergió como una síntesis original de la matriz
histórica y del aporte de las ideas de la cultura europea, en menor medida, de la norteamericana, pero
abierta también a las influencias de las grandes civilizaciones de Extremo y Medio Oriente y África. La
actividad editorial y la multiplicidad de expresiones de la cultura, incluyendo las artes gráficas, la
plástica, el periodismo, el teatro, la música, revelaron la creatividad de la civilización emergente en
estas latitudes del Nuevo Mundo.
La cultura emergente reveló pretensiones normativas sobre la base de valores de vigencia universal.
Buena parte de las creaciones de la cultura argentina provinieron de científicos, juristas y artistas,
pertenecientes a la elite y grupos de altos ingresos de la sociedad argentina. Pero la llamada cultura
popular, originaria de los grupos de menores ingresos, marginales y excluidos, reveló también una
notable creatividad. Expresiones como el tango y la música folklórica, se convirtieron en elemento
esenciales de la identidad argentina mundialmente conocidos.
Mientras en el plano de la economía y la política la densidad nacional resultó tan débil y vulnerable, el
de la cultura reveló una notable consistencia. En la cultura la creatividad se expresa libremente,
mientras que las políticas emergentes del sistema económico y político reflejan el sistema de poder y la
concentración de la riqueza.
destinada a abastecer al mercado mundial capitalista, explica que la oligarquía terrateniente por ella
sustentada se asimilara fácil y rápidamente a la mentalidad de la burguesía dominadora de la potencia
imperial.
Importa puntualizar las formas particulares que adquirió el liberalismo a través de nuestra oligarquía.
Su característica sobresaliente fue la ausencia de todo trascendentalismo, de toda preocupación ajena
a una concepción inmanentista, utilitarista y sensual de la vida. Su finalidad intrascendente se
concretaba en el goce inmediato de las riquezas, del poder y de la cultura.
La evolución política de Pellegrini patentiza la ductilidad oportunista de la oligarquía. El hombre fuerte,
había sostenido en su juventud que “la protección del gobierno es necesaria para el desarrollo de la
industria en la República Argentina”. Más tarde, ya hombre de gobierno, olvidó sus ideas juveniles y se
convirtió en el campeón del librecambio y de las inversiones extranjeras. En 1885, Roca envió a
Pellegrini a Europa con una misión ante Baring Brothers, y por los 15 años que siguieron, hasta 1901,
la oligarquía perdió su autoridad sobre una opinión pública que, en Buenos Aires, estaba alerta para
evitar que prosiguiera la colonización imperialista del país con las consecuencias sufridas bajo el
juarismo. El partido oficialista se dividió: una parte siguió a Roca, y el resto acompañó a Pellegrini,
quien entonces conmovió a la República, al retornar al proteccionismo de su juventud y propiciar la
implantación del sufragio electivo.
Ninguno de los prohombres de la oligarquía se pronunció tan categóricamente a favor de la libertad
electoral (lo que equivalía a abrir las puertas del poder al radicalismo) como Carlos Pellegrini en 1906,
al punto de proponer la organización de sociedades mixtas de patrones y obreros con iguales riesgos y
ganancias, cuestión que revelaba su preocupación por impulsar el progreso industrial y su inquietud por
solucionar los conflictos obreros.
La táctica del acuerdo obedecía a algo más que la intención de la oligarquía de quebrar al radicalismo;
respondía también a su tendencia a integrar en una gran fuerza política, bajo su comando, a los
grandes terratenientes, la burguesía intermediaria, la burguesía agropecuaria y la burguesía industrial.
Los oligarcas llegaron a la convicción de que sus privilegios no correrían peligro con Yrigoyen en el
gobierno. Renunciaban al ejercicio del poder por imposibilidad de dominar la fuerza expansiva de la
democracia, pero no eran suicidas como para renunciar a las fuentes del poder. Pellegrini repetía un
lugar común de la literatura oligárquica de la época: los radicales fracasarían por carecer de
condiciones de gobernantes, juicio peyorativo que traía implícita la afirmación de que ellos, los de la
minoría selecta, retornarían al poder, pues solamente ellos poseían la idoneidad requerida para
ejercerlo. La retirada táctica de la oligarquía tornaba superflua la intransigencia radical.
En contraste con la intelectualidad del 80 surgían políticos, científicos, escritores y artistas que se
solidarizaban con el descontento y combativo proletariado de las grandes concentraciones urbanas, y
contribuían a acelerar la decadencia ideológica de la oligarquía. La presión de las corrientes
democráticas emergentes de las masas populares también descomponían por dentro el gobierno
oligárquico.
En 1910 se propuso la candidatura de Roque Sáenz Peña, el progresista neutralizado por Roca en
1892, y el hombre-puente indicado para practicar la incruenta operación de ofrecer a los radicales
garantías de respeto a la voluntad de la mayoría. Éste confiaba que los radicales detuvieran el avance
del sindicalismo y del anarquismo o cagaran con las responsabilidades del fracaso. La idea de dos
partidos, turnándose en el gobierno, había ganado a los inversores extranjeros y al sector más lúcido
de la oligarquía. Tras 20 años de intransigencia radical, la oligarquía quebrada dio a la República la ley
general de elecciones o Ley Sáenz Peña, inspirada en la idea de establecer una democracia a la
europea, mediante la consagración práctica de los dos principios agitados por la causa: Constitución y
Sufragio Libre.
Con la entrada de los socialistas al Congreso, se inició la legislación social en la Argentina, inaugurada
por Alfredo Palacios con las leyes de impuesto a la herencia para allegar fondos destinados a la
educación popular, de descanso dominical, de reglamentación del trabajo de las mujeres y los niños,
etc. En el Senado se atrincheró la oligarquía a la espera de mejores tiempos. El sector oligárquico
antimodernista se alarmó por los rápidos cambios que generaba la libertad del sufragio y opuso a la
política de mano tendida y puertas abiertas de Roque Sáenz Peña, una intransigencia conservadora.
Su plan contrario al sufragio libre sería factible solamente si conseguían desalojar a Roque Sáenz Peña
de la primera magistratura. Confiaban en la fidelidad al régimen del vicepresidente Victorino de la Plaza
y en su contribución para que “el país vuelva a tomar con paso firme la senda de su grandeza y
prosperidad”. Después de los comicios de 1914 con el triunfo de socialistas y radicales, la oligarquía
comprendió que la ley Sáenz Peña sellaba su ruina política. No tuvieron más remedio que unir sus
fracciones dispersas (diarios y gobernadores provinciales como fuerzas de poder) y afrontar por
primera vez el veredicto popular.
masas, chocaba con un Estado liberal que no le correspondía ni por su origen, ni por su estructura, n
por su finalidad. Pero no se reducía a un movimiento de masas, y aunque éste influyera, presionara y
hasta cierto grado determinara a aquel, separaban a ambos diferencias cualitativas específicas. Al
renunciar a la intransigencia y aceptar la solución pacífica transaccional ofrecida por la oligarquía, al no
proceder al derrocamiento de todos los gobernadores y de todas las situaciones, Yrigoyen entró por un
camino que le haría imposible superar esa contradicción y que iría a parar en lo que no se atrevió, no
pudo o no quiso realizar con los oligarcas y éstos ejecutaron con él sin el menor escrúpulo legal: su
derrocamiento por la violencia.
La oligarquía del 80 aplicó al pie de la letra la doctrina alberdiana; fue liberal hasta la médula. La
situación cambió cuando la política liberal comenzó a dar sus frutos. Su libertad no hizo ricos a todos
los inmigrantes, ni siquiera regaló vienestar a la mayoría de ellos. Los sindicatos y las huelgas violaban
la legalidad liberal; el Estado liberal los prohibió y reprimió en nombre de una de las libertades más
pregonadas por la burguesía revolucionaria, la libertad que suprimió las opresivas corporaciones de
oficio del régimen feudal: la libertad individual de trabajo. También prohibió y reprimió la libertad de
pensamiento, de palabra y de reunión, cuando emanaba de la misma conciencia colectiva de los
intereses de clase. Ilegalizó las libertades colectivas para defender las libertades que le son
inmanentes, las libertades individuales abstractas.
Los cambios que la política liberal promovió en el país se volvieron contra el liberalismo. Setenta años
después, lo que Alberdi no sospechó estaba a la vista. Yrigoyen tenía que gobernar con los
instrumentos heredados de un Estado liberal, a una sociedad en la cual las formas típicas de la lucha
de clases del capitalismo se daban en un autodesarrollo nacional.; una sociedad que había cambiado
desde que se le dio ese estado.
Su acción reparadora se contrajo a intentar hacer del Estado el mediador en los crecientes conflictos
entre las clases y en los problemas derivados de las contradicciones entre el autodesarrollo nacional y
las exigencias del imperialismo extranjero. “La obra será poco eficiente si los intereses egoístas
persisten en prevalecer sobre las justas demandas que garantizan la tranquilidad de todos”.
La cuestión social asomaba por primera vez en el pensamiento de un presidente argentino. Acuciado
por la combatividad del movimento obrero, contribuyó a elevar las condiciones de vida del proletariado,
pero su pretendido equilibrio entre las clases, sueño de un idealista pequeño-burgués, se quebró bajo
la presión de los intereses dominantes en la sociedad y con la incomprensión sectaria de los
izquierdistas del todo o nada.
Para reprimir los movimientos de masas y evitar una revolución social como la de la Rusia se fundaron
la Asociación del Trabajo y la Liga Patriótica Argentina, organizaciones de provocadores y
rompehuelgas que se bautizaron durante la Semana Trágica de 1919. El gobierno yrigoyenista,
embarcado en esa campaña de miedo y odio, aplastó sin contemplaciones la huelga de los obreros de
los talleres de Vasena; fue instrumento del imperialismo, de la oligarquía y de la burguesía (en su
totalidad) para inmunizar al país, mediante el terror, del contagio de la revolución social.
Yrigoyen ofreció a los oligarcas las flores marchitas de las libertades del liberalismo, salvadas por él de
ser tronchadas por la guadaña de la democracia proletaria. Pronto el caudillo volvió a encontrarse
como intruso en el estado liberal y a descubrir de nuevo que sin el contrapeso de las gentes humildes
sería fácilmente derribado por una minoría rica, experimentada y sin escrúpulos.
Nuestro régimen universitario -aún el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie de
derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él
muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar
contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente
democrático y sostiene el que demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio,
radica principalmente en los estudiantes. La autoridad en un hogar de estudiantes no se ejercita
mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que
enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda la educación es
una larga obra de amor a los que aprenden. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la
fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. La
única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una verdad o la del
que experimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de
Autoridad que en estas Casas en un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger
criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia.
Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de una orden que no discutimos, pero que nada tiene
que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y
embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado de la insurrección. Entonces, la única puerta
que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud.
La juventud siempre vive en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún
de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros. Ante los jóvenes no se
hace mérito adulando o comprando. Hay que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores,
seguros de que el acierto ha de coronar sus determinaciones.
La Federación Universitaria de Córdoba cree que debe hacer conocer al país y América la
circunstancia de orden moral y jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. El
confesar los ideales y principios que mueven a la juventud a esta hora única de su vida, quiere referir
los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la
opresión clerical. Los actos de violencia de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se
cumplían como en el ejercicios de puras ideas. Volteamos lo que representaba un alzamiento
anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas.
El espectáculo que ofrecía la Asamblea Universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de
captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, para
inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente
empeñada, en el compromiso de honor contraído por los intereses de la Universidad. Se había
obtenido una reforma liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado
una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. A la burla respondimos
con la revolución. La mayoría expresaba la suma de represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces
dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.
La sanción moral es nuestra. El derecho también. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico,
irrevocable y completo, nos apoderamos del Salón de Actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces
amedrentada, a la vera de los claustros. Que es cierto lo patentiza el hecho de haber sesionado en el
propio Salón de Actos la Federación Universitaria y de haber firmado mil estudiantes sobre el mismo
pupitre electoral, la declaración de huelga indefinida.
Los estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará en una sola sesión,
proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura de cada una de las boletas y aprobación
del acta respectiva. Afirmamos sin temor de ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el
acta no fue aprobada, que el rector no fue proclamado, y que por consiguiente, para la ley, no existe
aún rector de esta universidad.
La Juventud Universitaria de Córdoba (...) se levantó contra un régimen administrativo, contra un
método docente, contra un concepto de autoridad. Los métodos docentes estaban viciados de un
estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener la Universidad apartada de la Ciencia y de las
acción lo que sólo habíamos llevado como idea y nutrieron el movimiento naciente con la base social,
que es imprescindible.
La acción de FORJA era sólo permeable a los estratos sociales de clase media, en la inmadurez del
proletariado, que en ese momento aún sólo se expresaba por un sindicalismo y partidos de importación
correspondiente exclusivamente a la estructura urbana e inmigratoria de la época anterior.
No teníamos un programa ideológico. El movimiento aspiraba a “establecer” la justicia social, en
progresión ascendente con el desarrollo económico logrado a medida que la liberación nacional creaba
las condiciones de producción y distribución de la riqueza; es decir, lograr los más altos niveles
sociales dentro del mundo a que pertenecemos tal como las condiciones nacionales lo permiten en
cuanto se remueven los obstáculos a nuestro desarrollo, y dirigir los beneficios de ese progreso en el
sentido de la sociedad.
la nación pone en conflicto el molde con el país cada vez que esté expresaba la necesidad de
soluciones imprevistas por los teóricos. La democracia tenía formas de expresión que desbordaban las
previsiones de los institucionalistas, conflicto que se repite cada vez que la democracia real, presencia
del pueblo en el Estado, se pone en contradicción con la democracia formal de nuestros titulados
demócratas.
Del mismo modo, la aparente izquierda, rechazaba las formas de expresión y las soluciones de la
democracia real. Tenía de común con la oligarquía liberal las premisas ideológicas de importación y
sólo aceptaba la presencia del pueblo en el Estado cuando aquél se condicionaba a sus esquemas
ideológicos, tan ajenos unos como otros a toda idea de desarrollo en función del pueblo.
El radicalismo poseía la aptitud, como creación auténtica del pueblo de expresar la realidad viva del
país, y en función de ella aportaba soluciones correspondientes a la misma. Como el viejo partido
federal, expresaba confusos sentimientos e ideas, comunes a sectores contradictorios entre sí en
muchos aspectos, pero conglomerados en un sentido propio del destino y de los medios de realizar la
nación.
La “intelligentzia” y el coloniaje
(La “intelligentzia” es una clase social compuesta por personas involucradas en complejas actividades
mentales o creativas, orientadas al desarrollo y diseminación de la cultura, incluyendo intelectual y
grupos sociales cercanos a ellos. Es la “elite intelectual”.)
La política inglesa buscó la balcanización (fragmentación, división) del Río de la Plata para el
cumplimiento de sus objetivos, lo cual coincidía con el pensamiento de las “minorías ilustradas” cuyo
presupuesto teórico era formar Europa en el Río de la Plata. Sólo interesa señalar la coincidencia entre
la ideología de las “minorías ilustradas” y aquella política imperial británica. Estas dos políticas debían
coincidir porque el pensamiento llevaba fatalmente a eso: al achicamiento del hinterland geográfico
(zona de influencia terrestre de un puerto, o la existente alrededor de una ciudad o de una
infraestructura logística) para facilitar la desnaturalización del resto destinado a crear un país nuevo de
trasplante.
La caída del partido federal es la desaparición de la presencia del pueblo en el estado, en el orden
político y la victoria de los hombres de Buenos Aires importa el establecimiento de una oligarquía que
cumplirá la política del progreso sin la incómoda presencia de las demandas populares, sumergidas
junto con el país real. La lucha termina en Caseros con la victoria de los unitarios, y el país real es
sepultado, y con él su pueblo.
Este resultado se conforma a las condiciones mundiales del siglo XIX y el liberalismo, y conforme a él
se desarrolla nuestra economía y sociedad. El país fue adscripto al liberalismo económico cosmopolita,
fundado en la división internacional del trabajo, en que a nosotros nos tocaba cumplir las condiciones
de granja queridas por Gran Bretaña. De ahí provino la característica de nuestro “progresismo”
parcializado en una sola dirección, el desarrollo sólo agrícola-ganadero, que contrasta con el
“progresismo” de Estados Unidos, que, como punto de partida básico en su política económica liberal
enfrenta la división internacional del trabajo, no acepta constituirse en un país suministrador exclusivo
de materias primas y emprende su desarrollo integral.
El Progreso se cumplió bajo la dependencia rural del capitalismo británico. Durante el largo periodo del
régimen el país progresó. Progresó en la dirección querida por Gran Bretaña. Se limitó constantemente
la posibilidad de un desarrollo integral, la diversificación de la producción agropecuaria y, desde luego,
todo proceso industrial. El comercio libre destruyó las industrias artesanales del interior y la dirección
imperial de nuestra política económica y financiera estrangularon toda tentativa de desarrollo capitalista
propio que no estuviera dirigido a la función abastecedora imperial. Una política económica de esta
naturaleza concurría a asegurar el mercado de exportación y un reducido consumo interno para los
productos agropecuarios; un reducido poder de compra interno para que este mercado no incidiera en
el precio de las exportaciones. Así, se llamaban “saldos exportables” a los faltantes del consumo
popular. Era el paraíso de la divisa fuerte y el pueblo débil, y 1910 es su momento cumbre, la euforia
de la granja constituida como nación.
El yrigoyenismo
Entretanto, el país ha crecido en población y los descendientes de los inmigrantes que suplantaron a
los nativos se multiplican, con los restos del criollaje, en los sin trabajo, que ya no tienen cabida en la
sociedad agropecuaria, llegada a su nivel tope, mientras también piden su papel en el Estado los de las
clases intermedias, necesarias a la economía de granja, y que quieren consolidarse.
El radicalismo expresa una nueva forma de la realidad nacional con la conciencia intuitiva de lo que le
conviene y no le conviene. En Yrigoyen encuentra su conductor; él no es un teórico, pero intuye las
demandas sociales, económicas y culturales de esa realidad.
Este desarrollo apareja la necesidad de una política social de ascenso popular que el gobierno estimula
y la apertura del país hacia una forma de pensar nacional que da sus frutos en la política externa y que
intenta la conquista de los instrumentos de cultura, uno de cuyos episodios es la Reforma Universitaria.
Necesidad de FORJA
Veníamos coincidiendo parcialmente y paralelamente con los restos del yrigoyenismo se respondieron
más tarde a la denominación genérica de “intransigencia”. En el momento inicial, nuestra tentativa se
limita al propósito de reencauzar el radicalismo para devolverlo a su sentido nacional y enfrentamiento
de fondo con la oligarquía gobernante y el sistema de dependencia colonial. Pero esto exigía una
nueva estrategia y nuevas tácticas porque ya el radicalismo, después del levantamiento de la
abstención, se ha convertido en una fuerza colaborante de la tarea que cumple el justismo en el
gobierno. Esto nos llevó a no participar en las luchas internas del partido y dirigirnos al país por encima
y más allá de los radicales.
Así hay un nutrido sector de forjistas que retornan a las luchas internas del radicalismo y quedan
militando en sus sectores intransigentes. A través de ellos se ejercerá la acción de pensamiento de
FORJA en el seno del viejo partido, pues si han dejado de constituir parte activa de la misma han de
continuar siendo vehículos de nuestro pensamiento en el campo de las ideas. Lo que podíamos influir
en el radicalismo ya estaba logrado en vastos sectores de la intransigencia, pero su aferramiento a la
forma política, a las luchas internas de comités y a la disputa de posiciones le impedía toda acción
coherente con lo que FORJA representaba como estrategia política. La denominación “radical” había
dejado de ser un vehículo de contacto con el pueblo al desnaturalizarse su significación y quedar como
expresión formal. En este alejamiento de sectores radicales está contenido el fracaso de la tentativa de
FORJA, para realizarse a través del radicalismo.
FORJA fue una construcción hecha sobre la marcha sólo una tentativa para aportar los elementos de
una futura doctrina nacional, pero que esencialmente su tarea fue construir hacia afuera y hacia dentro
una visión nacional de los problemas con carácter dinámico y adecuado a las demandas cambiantes de
la realidad. Percibimos que lo que hay que enfrentar son los modos de la “intelligentzia”: lo que FORJA
aportará a la formación de las ideas argentinas no es una ideología o doctrina, es esencialmente un
modo, una manera, un método para encarar nuestros problemas. Y ese método es simplemente ver la
Argentina desde la Argentina, en función de su realidad y de sus necesidades inmediatas y no desde
afuera y en función de doctrinas abstractas, de ideologías transferidas desde el exterior en función de
realidades y necesidades ajenas.
El problema no era un problema parcial, se trataba de una política integral destinada a limitar el
desarrollo del país, mantenerlo como monoproductor, restringir sus posibilidades de comerciar en el
exterior con libre competencia, e impedir el ascenso social de las masas. Era necesario descubrir la
verdad oculta de nuestra historia de ayer para entender la clave de lo que pasaba hoy.
Toda la difusión de nuestra acción, hecha con precarios medios, trascendió de manera que puedo
considerar casi milagrosa. Terminábamos cada acto con una verdadera multitud, porque nuestros
temas y nuestros puntos de vista atraían y retenían al transeúnte, y los de los grandes partidos
terminaban apenas con el público inicial.
Por debajo de las superestructuras culturales había ya un nuevo pensamiento en marcha, con el que
no coordinaban las viejas fuerzas políticas. Si contribuimos a la formación de ese pensamiento, nuestra
tarea fue sólo orientarlo y encauzarlo, Sólo éramos la primera manifestación de una conciencia
argentina que se estaba creando, como consecuencia de las transformaciones del país y la urgencia de
soluciones realistas que venía contenida en ellas. Habíamos contribuido a la maduración de un
pensamiento nacional que sólo esperaba el momento histórico y su conducción para manifestarse.
Recapitulando
Fuera de las manifestaciones más intuitivas y espontáneas del radicalismo yrigoyenista, todos los
planteos políticos se hacían en función de las opuestas ideologías, con una visión del país de afuera
hacia adentro. Se era liberal, se era marxista o se era nacionalista partiendo del supuesto que el país
debía adoptar el liberalismo, el socialismo o el nacionalismo y adaptarse a él, partiendo del supuesto
doctrinario importado, reproduciéndolo y forzando a la naturaleza acondicionarse a él.
La tarea de FORJA fue contribuir a una comprensión en que el proceso fuera inverso y que las ideas
universales se tomarán solo en su valor universal pero según las necesidades del país y según su
momento histórico las reclamasen, utilizar las doctrinas y las ideologías y no ser utilizado; hacer del
pensamiento político un instrumento de creación propia desde la Argentina y para la Argentina.
De ahí su trascendencia y la influencia que ha tenido en el pensamiento político y por qué los que ya
hace años dejamos cumplida esa tarea consideramos nuestra labor realizada. tampoco fuimos
antiimperialistas por razones doctrinarias de carácter universal, sino porque comprobábamos el hecho
imperial que se oponía al desarrollo de nuestro país y a la felicidad de nuestro pueblo.
También era elemental graduar la significación de los hechos en función de lo propio y no de su
magnitud exterior, pues los acontecimientos exteriores tenían entonces más resonancia e influencia en
la opinión que los internos y así nuestra “intelligentzia” postergaba todas las reclamaciones argentinas
a los reclamos que venían de afuera.
Creo que FORJA hizo desde el punto de vista histórico, el análisis acertado de la dinámica de nuestra
historia y puso en evidencia lo que Scalabrini Ortiz llamaba “la política invisible” y la mano extranjera
que manejaba sus hilos; dio a la política argentina un lenguaje y un método esclarecedor que a su vez
hizo coherente en pensamiento nacional y lo delimitó en dos campos, reales y locales; no elaboró una
doctrina porque entendió que está tenía que realizarse desde la realidad y por el conocimiento de la
misma. Y porque cumplió esa tarea la semilla que sembró trascendió de su pequeña fuerza política al
movimiento de 1945, que la expresó más acabadamente, y gravita en la formación mental de vastos
sectores de ciudadanos que desde todos los sectores políticos se acercan a la comprensión del hecho
primario y elemental, que es la necesidad de ver los problemas del país como tales y no en función de
las doctrinas e ideologías, que son simples abalorios destinados a sacarnos de nuestros objetivos
concretos.
FORJA fue frontalmente al encuentro de una superestructura cultural de base colonialista, que
desviaba la visión y el planteo de los problemas argentinos; creó la necesidad de analizar
nacionalmente la validez y la eficacia de las doctrinas y soluciones importadas; contribuyó a dotar a los
movimientos populares de masa de una conciencia más clara de sus objetivos, y para hacerlo tuvo que
ir creando sobre la marcha, como se ha dicho, atisbos, rumbos y sobre un método y hasta un
vocabulario y un estilo.
Introducción
La guerra de 1982, si bien fundamentalmente ideológica en un reclamo territorial, tuvo entonces, y tiene
hoy, para muchos un sentido mucho más amplio que ese. Este es el eje de este libro: explorar las
relaciones entre la experiencia de los actores, protagonistas y testigos voluntarios o involuntarios de
una guerra y sus consecuencias.
No es una historia de la guerra en las Islas Malvinas, sino de las distintas formas en que ésta fue
vivida, y de sus consecuencias, como una forma de pensar las relaciones entre la cultura y política
argentina y el archipiélago emblema.
La guerra de Malvinas es un episodio emblemático de un proceso mucho más amplio: aquel mediante
el cual la sociedad argentina se relaciona con sus jóvenes, les otorga y vive su protagonismo y los
disciplina. Es en consecuencia una aproximación al lugar de las juventudes en la política. malvina
sobre todo significa un puñado de jóvenes y familias que actuaron con sus cuerpos el drama de
numerosas derrotas colectivas e individuales; el reclamo de reconocimiento de los más afectados
choca con las voluntades de olvido y las simplificaciones de quienes, conmovidos o incómodos por la
presencia de Malvinas aportaron a la posibilidad del cambio y la regeneración antes, durante y después
de la guerra.
¿Cuál fue el lugar de los protagonistas más directos de la guerra en la construcción de tales
emblemas? El retorno de los jóvenes soldados derrotados se mezcló con la aparición de fantasmas en
cada esquina en los cinco años entre la derrota en el archipiélago y Semana Santa de 1987.
Predominó un proceso de asunción de responsabilidades sociales en relación con la dictadura; fueron
cinco años en los que campeó con fuerza la imagen de los jóvenes como víctimas de la violencia
ejercida, sobre todo desde el Estado; cinco años en los que el lugar tradicional de las Fuerzas Armadas
fue duramente cuestionado y su relación como protectoras de la ciudadanía y de los sagrados valores
de la Patria, también. Ellos habían combatido por la soberanía al mismo tiempo que eran “víctimas del
Estado”.
Aludir a Malvinas excede sobradamente la idea del reclamo territorial, refiere a la única guerra
convencional librada por la Argentina en el siglo XX, pero también a la historia argentina reciente.
Surge una disonancia la Argentina: es un país donde la voz de los testigos y actores ha desempeñado
un lugar central en la construcción de los relatos acerca de la historia reciente. Dicha sobreabundancia
refuerza una ausencia: la de aquellos hombres y mujeres afectados más directamente por la
experiencia de la guerra, los soldados y sus familiares. Destacar esta asimetría no surge de una mirada
conspirativa, sino de la preocupación ante las construcciones simbólicas que se traducen en las
posibilidades para miles de compatriotas de acceder o no a la consideración pública, al reconocimiento
y a la reparación.
Más allá de silencios y apropiaciones, bajo las más diversas formas, Malvinas late en toda la extensión
del territorio argentino. Aquí hay un buen motivo para explicar la voluntad que orienta este libro: la
convicción de que un silencio que se traduce en muerte, es básicamente una injusticia.
1. Jóvenes en armas
Cuando el 2 de abril los argentinos amanecieron con la noticia del desembarco en Malvinas, el país
llevaba seis años bajo el gobierno militar. El gobierno de facto, cuestionado en forma creciente tanto
por su política económica como por las violaciones a los derechos humanos se ponía al frente de una
reivindicación que tenía un fuerte respaldo popular, que lo tendría durante la Guerra, y que sería
deslegitimada con posterioridad a la derrota. Las Islas Malvinas se habían transformado desde
principios del siglo XX en un emblema de la nacionalidad. Para comenzar a adentrarnos en la
experiencia bélica y posbélica de 1982, deberemos preguntarnos en primer lugar cuál era el lugar de la
juventud en la política argentina de la segunda mitad del siglo XX.
Colimbas
Desde 1973, al llegar a sus 18 años miles de jóvenes varones argentinos fueron sorteados para
realizar la conscripción en alguna de las tres fuerzas, pero sobre todo en el Ejército. Popularmente
conocido como colimba (corre-limpia-barre), el servicio militar obligatorio era visto como un proceso
bajo el cual los jóvenes “maduraban” gracias a la disciplina castrense.
Mediante la implementación del servicio militar obligatorio se buscó dar cohesión a la nueva república,
reforzar el papel del Estado e inculcar una serie de valores nacionales y sociales a los jóvenes. Desde
el punto de vista simbólico, estos ciudadanos soldados eran herederos y actores de una religión cívica
que construía una escala de valores en base a las virtudes militares, por ejemplo, a través de biografías
de los guerreros de la independencia. Estos “cultos laicos” cumplían una función pedagógica, en tanto
celebrar aquellos ciudadanos que habían cumplido con su deber era exhortar a otros a cumplir con el
suyo.
El servicio militar representaba una dura prueba para muchos de los que debieron hacerlo. Los
colimbas participaban de controles, apoyo a operativos y custodia en fábricas. Además de la amenaza
latente de los ataques de la guerrilla, convivían con indicios más o menos claros de la represión ilegal.
“Existían campos de detención que con el tiempo se calificarían de “clandestinos”, donde alojaban a los
que después se denominarían detenidos-desaparecidos, y que un sitio tan macabro se hallaba a
menos de 2 kilómetros de donde estábamos”. Todo lo veían los chicos del servicio militar, una mezcla
de impunidad e impericia.
Asociados a la experiencia de la colimba había una gran cantidad de episodios vinculados a las
prácticas militares de disciplina y formación, que muchas veces adquirían la forma de tratos
humillantes. “Vi que en vez de servir a la Patria terminabas siendo sirviendo de los oficiales o
suboficiales de turno.” “Fui un buen soldado, y en la colimba no hay que ser bueno: hay que ser vivo.
Yo servía a las estructuras de ellos, era dócil. Ellos tenían unas soberbias de poder absoluta y total.”
Aún así muchos valoran positivamente el servicio militar porque “ fue una experiencia copada desde lo
físico, una experiencia de supervivencia, desde lo moral y desde lo físico”.
La disciplina tenía mucho librado a la arbitrariedad e imaginación de los encargados de hacerla cumplir.
Los castigos físicos, las exhibiciones ridículas, eran parte del repertorio de la “justicia militar” ante faltas
a la disciplina. Aún en este contexto, para muchos jóvenes el servicio militar obligatorio representaba
una posibilidad real de inclusión social.
Revolucionarios
Algunos jóvenes comenzaron a participar en organizaciones políticas que le disputaron el monopolio de
la fuerza al Estado, y que en ese proceso se apropiaron o resignificaron muchos de sus símbolos. La
radicalización de la juventud fue un fenómeno que conmovió profundamente a las Fuerzas Armadas,
encargada tanto de “formarla” como de combatirla en sus aspectos más extremos. “Pese a su juventud,
no temen pasar varios años entre rejas, pues creen que su causa es más justa, y que están
colaborando en algo netamente argentinista”. “Pertenecen a una generación que asume sin titubeos la
responsabilidad de mantener bien alto el pabellón azul y blanco de los argentinos y que prefiere los
hechos a las palabras”
Las organizaciones armadas surgidas en la década del 60 y 70, por sus mismas características
operativas, destinaron un lugar central a la formación militar, y a la vez se nutrieron estimular a los
aspectos propagandísticos vinculados a las virtudes militares leídas en clave revolucionaria.
Vísperas
Tres de las películas que abrieron la dictadura militar como tema de debate al gran público durante los
años de la transición a la democracia tuvieron un espacio privilegiado en la escuela, con una mirada
muy crítica a las aulas pero enfatizando en los tres casos el carácter represivo y pseudomilitar del
sistema educativo. La escuela secundaria vivió una experiencia teñida por el hecho de que el gobierno
de facto veía en los jóvenes tanto posibles subversivos como el futuro de la Nación.
Es importante destacar el clima cultural en relación con la juventud en el que crecieron. a finales del
siglo XIX, sectores de la elites “preocupados por la formación de la nacionalidad” asignaron a la
escuela un lugar central en este proceso, puesto que “para ellos la defensa de la integridad de la patria
se convertía en una demanda fundamental de modo que los lazos que ligaban a los individuos debían
asentarse en una moral patriótica”.
Los testimonios acerca de un sentimiento de algún tipo en relación con las Islas Malvinas antes de
1982 son recurrentes: pasan por la reivindicación territorial, y el espacio central de su construcción fue
la escuela.
En resumen, la sociedad argentina de los años 70 y 80, además de tener incorporada la guerra en su
vocabulario cotidiano, era un colectivo habituado a la muerte y a la violencia política, que a la vez
tenían a los jóvenes como uno de sus actores principales. Una visión dominante establecía que esta
última estaba originada en la “subversión” y el “terrorismo”, pero frente a estos hechos desatados por
“jovenes descarriados”, la propaganda oficial podía imponer otra juventud como modelo, que en gran
medida se nutría de virtudes militares, con la posibilidad de imaginar una Argentina unida.
Frente a la escalada bélica, era posible imaginar la apelación a los valores presentes en algunos
sectores de la juventud, aquellos orientados por los valores patrióticos. La inminencia de la guerra
podía ser vista como una posibilidad de renegación y reencuentro. “Nuestro deber ahora es despertarla
y enseñarle los problemas que nos afligen. No queremos encontrarnos frente a frente en los campos de
batalla, sino juntos. No queremos enfrentarnos en los combates sangrientos, sino encontrarnos en el
ágora de la defensa de los derechos humanos.”
En la arenga aparecen sintetizados los elementos que hemos venido describiendo: un fuerte imaginario
patriótico, el lugar central que la sociedad asignaba a la juventud, y la noción de que el verdadero
conflicto es el ideológico materializado en el enfrentamiento.
Con el desembarco en las Islas Malvinas la sociedad argentina, en el otoño de 1982, recibió una nueva
posibilidad de unirse frente a un objetivo común. los protagonistas serían los jóvenes argentinos bajo
bandera, los mismos que habían participado en la “lucha contra la subversión” y qué estaban “haciendo
guardia para que usted y su familia puedan celebrar en paz”. Otra vez sonaba la hora de la juventud.
2. Movilizaciones
Reacciones
El fracaso en la guerra, el descrédito de la Junta Militar y sus crímenes bastaron para reducir la
explicación del amplio respaldo que tuvo el episodio a dos cuestiones principales y que permitirían
agotar la especificidad de Malvinas como objeto de análisis: un reclamo territorial fuertemente
arraigado a lo largo de generaciones de argentinos escolarizados, combinado con la necesidad política
de crear consenso por parte de una dictadura militar desprestigiada.
¿Qué otras cuestiones puso en juego el operativo militar del 2 de abril? Probablemente arroje algo de
luz analizar los recuerdos y reacciones de actores que, en aquellos años, se opusieron a la guerra.
“Uno de los principales motivos de nuestra presencia era tomar las direcciones de sus familias para
escribir en su nombre comentando que habíamos visto a su hijo, que estaba bien. Yo era contraria a la
guerra, me parecía una locura; además, me repugnaba ese nacionalismo oportunista que rozaba el
exitismo. Sin embargo, a pesar de nuestro rechazo hacíamos esa tarea porque creíamos humanitaria y
escribíamos cartas.”
En los años de la dictadura los espacios para el disenso nunca habían sido mucho, y al mismo tiempo,
el episodio, anclado en una reivindicación territorial y nacional, llamaba a otras sensibilidades y
trayectorias. “Éramos muchos los que queríamos llegar a Buenos Aires e ir a pelear. Queríamos ir a
malvinas. Había otros que decían que era una locura. Yo creo que todos sabíamos que era una locura,
que se había desafiado a una de las potencias más poderosas del mundo y que no estábamos en
condiciones de enfrentarlo. Pero había algo que vos decías… querías ir.” Este testimonio inserta la
guerra en ciernes en el marco más amplio de las luchas contra el imperialismo. A la luz de los
acontecimientos posteriores, el apoyo a Malvinas sí, pero la dictadura no, generó en muchos una
dificultad para pensar en ese problema.
Si algo distingue a las posiciones del exilio es el hecho de que no solo separaban, efectivamente, la
guerra en las islas de la dictadura, sino que podían pensar ambas cosas a la vez, cosa que a juzgar por
muchas de las manifestaciones del público en la Argentina, no era posible.
El peso simbólico de Malvinas, su presencia en determinadas tradiciones partidarias fue, a la vez, un
elemento decisivo a la hora del posicionamiento ante la guerra. “ lo retorcido de nuestra suerte, la
desgraciada paradoja, reside en que los asesinos de nuestros hermanos, los más sistemáticos
entregadores de la soberanía y la dignidad argentinas, sean los que ejecutaron la ocupación de las
Malvinas.”
El conflicto de Malvinas sintetizó la posibilidad de dos acciones completas que claramente funcionaron
como un elemento movilizador: la oportunidad de volver a hacer política públicamente y la de una
regeneración nacional de clase.
Los militantes políticos presos también se dieron con mayor por el episodio: “Siempre vimos Malvinas
como parte de lo que es nuestra lucha nacional. Teníamos que ver de qué manera no permanecíamos
ajenos a la gesta de Malvinas.”
El desembarco en Malvinas y el desarrollo del conflicto tuvieron, paradójicamente, el efecto de dar una
dimensión pública a uno de los fenómenos culturales juveniles más ricos en Argentina. El rock se
convirtió en la banda de sonido de una guerra. El 16 de marzo de 1982 se realizó el Festival de la
Solidaridad Latinoamericana con tres objetivos centrales: exigir la paz en Malvinas, recaudar víveres y
ropa para los combatientes y agradecer la solidaridad de los países latinoamericanos. El concierto fue
transmitido en directo por TV, algo inédito para el rock argentino que no sonaba en los medios masivos
de comunicación. “El título del festival aludía al apoyo que la mayoría de los países de América Latina
le habían confiado a la Argentina en relación con el conflicto. pero también hacía referencia a la mirada
continental que el rock había empezado a tener.”
La regeneración
Si situaciones como éstas fueron posibles se debe tanto a las características del nacionalismo como al
hecho de que la guerra de Malvinas excedió está causalidad, al ser vista por diversos sectores, aún
antagónicos, como una posibilidad de regeneración o refundación social. Más allá del resultado del
conflicto, ya nada sería igual. Para algunos, la guerra fue la posibilidad de volver a salir a las calles a
hacer política. Para otros, se trataba de realizar acciones solidarias en el marco de una tradición
patriótica.
Miles de argentinos en distintas edades y situaciones reaccionaron ante los hechos de Malvinas como
ante la circunstancia histórica más trascendente de sus vidas, orientándola claramente en una
dirección de futuro, en posibilidad de transformación y protagonismo tras décadas de frustraciones.
“¿Te das cuenta que con tu valentía y tus temores, con tu arrogancia frente al usurpador y tu fusil me
has enseñado la mayor lección de historia de toda mi vida?”
Para otros, el desembarco abrió la posibilidad de comenzar a ser una República, a partir del
reencuentro entre los dictadores y su pueblo: “La recuperación de nuestras Islas australes abre la
perspectiva de una reorganización nacional por que despeja la atmósfera irrespirable del encono
crónico. Las Fuerzas Armadas argentinas cumplieron con su labor al restituir las malvinas al cuerpo
geográfico y cultural de la nación.” “Las fuerzas armadas argentinas tomaron las Malvinas cumpliendo
los sueños infantiles y juveniles de varias generaciones de argentinos, y el país advirtió con júbilo que
aún tenía patria,orgullo y dignidad.”
Cuando esté capítulo de nuestra historia se cierre, el gobierno militar deberá comprender que al país
que acudió al llamado sin duda ni condiciones, no se le puede negar por más tiempo el legítimo
derecho a la misma vida que estuvo dispuesto a ofrendar en apoyo y defensa de una decisión para la
cual no fue consultado.
Desde el primer momento, la guerra por las Islas Malvinas trascendió su circunstancia de conflicto
bélico y reivindicación territorial: muchos, más allá de los directamente involucrados, vieron en las islas
perdidas en junio de 1982 una posibilidad de regeneración de salida y de futuro.
Movilizados
Para miles de argentinos, sin embargo, el futuro tenía un rostro y un nombre concreto. Los soldados
movilizados, sus padres, familiares y amigos vivieron la guerra de un modo diferente y mucho más
directo, acaso sin tantas posibilidades de imaginar un país distinto tras la victoria. En todo caso, para
los conscriptos bajo bandera o vuelto a convocar, más allá de sus convicciones, había una cuestión
legal: no presentarse los transformaría en desertores. Distintos factores coadyuvaban a que muchos
estuvieran de acuerdo y consideraran su deber de ir. Muchos soldados sencillamente respondieron de
acuerdo a sus valores y a su educación: “La verdad es que no se me ocurrió que no podía ir. Nos
habían educado para que no se nos ocurriera la posibilidad de negarnos a obedecer.”
Para muchos jefes, el inicio de las operaciones en Malvinas significó enfrentarse a cantidad de
imprevistos que deberían resolver sobre la marcha. “Nos preguntaron si estábamos de acuerdo. Pero
en el medio del agua, ¿qué íbamos a decir?
3. La guerra en casa
Abril-junio de 1982: la guerra, la “malvinización”
La mayoría de los argentinos tuvieron el principal contacto con la guerra a través de la
prensa.Siguieron las noticias en las particulares condiciones de unos medios restringidos, “ cuando no
acostumbrados”, a las pautas informativas de la dictadura militar.
El grueso de las tropas destinadas a malvinas eran soldados conscriptos: mayoritariamente jóvenes de
entre 18 y 20 años de edad, en general de las clases 1962 y 1963.
La propaganda oficial y los medios asignaron a la recuperación militar una trascendencia inédita:
“Acaso esta sea la última oportunidad de ser mejores, de ser más unidos, de tener un objetivo común y
de pensar en un país en serio.” Una publicidad oficial mostraba un pulgar en alto y llamaba a los
¡Argentinos, a vencer! En los jóvenes que aguardaban el ataque del británico durante abril de 1982 se
concentraron imágenes de Patria e ideales de nación y de futuro. El conflicto fue visto como un
momento de prueba para el pueblo argentino, una posibilidad de cambio precisamente porque los
protagonistas eran los jóvenes. “Importa el símbolo: esas caras, esos gestos, esa madurez, nos obligan
hoy, sin más palabras, a ser mejores.”
Al cumplir con su deber militar de ciudadanos, los conscriptos en Malvinas iban a estar habilitados para
reclamar participación en la organización de la vida política argentina. En la batalla, se encontrarían los
elementos para recuperar un sentido de proyecto colectivo perdido. “Nos están diciendo a todos los
argentinos que las cosas que uno quiere se defienden de una sola manera: con el ejemplo.”
La junta militar llamaba filas a la clase 1962, recientemente dada de baja, mientras que un mes
después sería convocada a la clase 1961. La clase 1963, también participante en el conflicto, estaba
constituida por ciudadanos recientemente incorporados, en algunos casos con menos de 2 meses de
instrucción. Pero esta situación no parece haber sido un elemento de alerta en los primeros días del
conflicto. El traslado a las islas, en tanto no habían comenzado las operaciones, fue visto como una
simple prolongación del servicio militar, aunque la eventualidad de la batalla estaba presente.
Los conscriptos, en ese momento previo a la batalla, tenían en su juventud un elemento que realizaba
su compromiso, su condición de vanguardia para un cambio, y no, como sucedería tras la derrota, una
causal de su fracaso.
Los medios de comunicación encontraron en la historia toda una serie de emblemas para caracterizar
el conflicto. Argentina era una nación joven cuyo soldados, jóvenes como ella, enfrentaban a un poder
anticuado y decadente. El conflicto, de este modo, se inscribía y asociada con algunos hitos de fuerte
presencia simbólica en el imaginario público Argentino, y más específicamente en el relato histórico
que era patrimonio de sectores nacionalistas que iban desde la más rancia derecha a la izquierda
revolucionaria, que paradójicamente había sido un blanco preferencial de la represión ilegal.
A la decadencia de los británicos, la propaganda oficial argentina agregaba la falta de convicción de
sus soldados. Los combatientes argentinos, por el contrario, conocían la legitimidad de su reclamo y
esto alimentaria su convicción en la batalla.
Guerra
El 1° de mayo de 1982, la guerra se transformó en una realidad: aviones británicos bombardearon la
pista de Puerto Argentino. Mientras los diarios informaban de estos acontecimientos, fijaban también
una posición. La muerte generaba un nuevo compromiso: “en estos días, la gente sencilla ha
contribuido con alimentos o abrigos, ha escrito a los soldados, ha enseñado a sus hijos el valor de las
Malvinas.”
Los ataques de la Aviación Argentina a la flota británica constituyeron el nudo central de las
informaciones de guerra hasta fines de mayo. Se pintó un enfrentamiento desigual entre el coraje y las
convicciones por un lado y el desarrollo tecnológico o por el otro.
El 27 de mayo, con el desembarco británico en el Estrecho de San Carlo, los infantes recobraron el
protagonismo. La captura de Puerto Darwin por los paracaidistas ingleses, tras una cruenta batalla,
arrojó el resultado de centenares de prisioneros argentinos y la ominosa certeza del avance sobre
Puerto Argentino. La suerte de la batalla que se desarrollará en Puerto Argentino definirá el perfil
político de la Argentina que comenzó a dibujarse el 2 de abril pasado con la reconquista de las Islas
Malvinas.
Al haber sido conducidos a la guerra, puede suceder que el espíritu de esta entrega se han
malversado: “y pese al sufrimiento, a la dureza del esfuerzo, a la vecindad de la muerte y a la crueldad
de la guerra, no le escapan al destino. Por el contrario, están orgullosos.”
Cuatro días después, las fuerzas argentinas en las Islas Malvinas se rindieron. La guerra había
terminado y 649 argentinos habían muerto. Cerca de 10.000 emprendían el regreso como prisioneros
al continente.
informaciones que mostraban las condiciones en muchos casos patéticas en las que los soldados
habían tenido que vivir y combatir durante la defensa del archipiélago, los esfuerzos por parte del
gobierno militar por mantener controlada la situación y restringida la información.
Los soldados que consiguen hablar con la prensa, explicaron que estaban sorprendidos por el
recibimiento popular ya que les habían dicho que no iban a tener contacto con los habitantes de
Madryn porque los iban a apedrear. Sin embargo, la población rompió los cordones de seguridad para
acercarse a los soldados. Las muestras de solidaridad y cariño se evidenciaron una vez más y esta vez
con más razón al poder tenerlos en persona, abrazarlos y besarlos entre lágrimas incontenibles. Era
imposible explicarles en ese momento que un rígido e inexplicable operativo les impediría tomar
contacto con la población que ansiosamente los aguardaba para brindarles un calor argentino que ellos
seguramente ansiaban.
Todas estas acciones, restringidas a los local, faltaron o no fueron conocidas a escala nacional. Del
mismo modo en que había procedido en la represión de su propio pueblo, el gobierno militar
comenzaba a disponer de los despojos de la guerra de malvinas: de los muertos y de los vivos. La
Patagonia vivió la guerra como los padres de los combatientes, conviviendo con el entusiasmo y la
preocupación.
b) El secreto impuesto a la operación inicial llevó al empleo de tropas y abastecimientos sin una
planificación mínima adecuada.
Los argentinos carecían la capacitación y el equipo necesarios para combatir en el ambiente geográfico
de las Islas Malvinas. Ni la fuerza, ni el país contaron con los medios necesarios para modificar su
equipamiento en lapsos cortos.
En estas condiciones, las tropas argentinas fueron dispuestas en una línea de defensa estática que
cubría el anillo de cerros que rodean el puerto. En promedio, hasta el 11 de junio los soldados
argentinos permanecieron 55 días en posiciones que, salvo excepciones, fueron penetradas por el
agua durante los días de lluvia, o inundadas por la filtración de napas a través del terreno.
guerra”; es decir, a arbitrar los medios, entre otras, cosas para preservar las vidas de sus hombres lo
más posible.
La guarnición en las islas vivió bajo la constante amenaza de incursiones por parte de las fuerzas
británicas, lo que se transformó en otro elemento de desgaste. Sin embargo, salvo éstas amenazas, la
vida cotidiana en las posiciones, hasta los ataques finales, era monótono y rutinario. La posición, el
pozo que se compartía con dos o tres muchachos se transformó en el espacio central de la vida de los
infantes, y el grupo que se conformaba a partir de éste, en su micro-mundo.
Las posiciones de la Infantería eran batidas regularmente por la artillería y la aviación británica (durante
el día) y por la artillería naval durante la noche, en algunos casos con mucha intensidad, sobre todo en
las zonas como el aeropuerto o los cerros.
Los grupos funcionaron como espacios de apoyo mutuo en los momentos de flaqueza y depresión, y
también para la solución de problemas básicos como la comida. Con el paso de los días, la situación
debida al bloqueo británico se fue agravando. La búsqueda de comida (la “caza” de corderos y
avutardas) es una experiencia recurrente. Quienes pudieron, arriesgándose al castigo subsecuente,
inclusive entraron a robar a las casas de algunos isleños o en los galpones del puerto. Las deficiencias
logísticas generaron un gigantesco mercado negro, que funcionó en la zona de Puerto Argentino, pero
que llegó aún a las posiciones avanzadas. Desde el punto de vista de la estructura militar, este tipo de
redes afectaron notablemente la disciplina.
Desde el punto de vista de los soldados argentinos, la guerra en las islas guarda numerosas similitudes
con la guerra de trincheras característica del frente occidental en la Primera Guerra Mundial. En
algunos casos, la tensión y las condiciones llevaron a que algunos soldados se hirieran a sí mismos,
para producir de ese modo su retorno al continente. “La gran cantidad de heridos de bala lo fueron por
accidentes o autoinflingidos”.
El sostén de los compañeros fue central para sobrellevar esas condiciones tan duras del aislamiento.
Las deficiencias alimentarias, el agotamiento y las malas condiciones de vida generaron un serio déficit
en la capacidad combativa de los soldados argentinos. La inminencia del asalto británicos llevó a este
tipo de dudas y planteos. Si llevar armas es siempre un anuncio de la posibilidad de matar o morir, los
preliminares de la batalla exacerbaron estos pensamientos. “No es que se pierda la convicción de la
causa por la cual se luchaba, pero al soldado se lo entrena físicamente para que sea un hombre
confiado en su capacidades. Cuando ese hombre empieza a perder kilos, empieza a perder su
resistencia y ese desgaste conduce fatalmente al deterioro espiritual.”
En general, se trató de enfrentamientos nocturnos, porque los británicos buscaron sacar la máxima
ventaja de su superioridad tecnológica y el elemento sorpresa, y contaron con una abrumadora
superioridad numérica y de concentración de fuego.
Sin duda, la situación límite que encontraron fue aquella que los colocaba en la disyuntiva de matar, es
decir, romper una de las prohibiciones más antiguas de la cultura. Y la guerra no era solamente la
posibilidad de matar a otro sino la de morir, o que murieran los compañeros y los amigos, o la de
quedar mutilados por las heridas o el frío congelante. El miedo al frío en los pies estaba fundamentado,
en tanto que una de las lesiones más comunes que padecieron los soldados argentinos en las Malvinas
fue una producida por el frío y la humedad conocida como “pie de trinchera”.
Los que sobrevivieron tras la derrota debieron comenzar a dar un sentido a la cantidad de experiencias
inéditas y decisivas en su vida que habían comenzado a portar desde el primer día de su llegada a las
Islas Malvinas, a las características particularísimas que tenía lo que para muchos de ellos había sido
su paso a la adultez, a la posibilidad de discutir un espacio de intervención en la sociedad por la que
habían combatido.
Introducción
La globalización está en boca de todos. todos entienden que es el destino ineluctable del mundo, un
proceso Irreversible que afecta de la misma manera y en idéntica medida a la totalidad de las
personas. me pone demostrar que el fenómeno de la globalización es más profundo de lo que salta a la
vista; al revelar las raíces y las consecuencias sociales del proceso globalizador, tratará de disipar algo
de la niebla que rodea a un término supuestamente clarificador de la actual condición humana.
La frase “compresión tiempo/espacio” engloba la continua transformación multifacética de los
parámetros de la condición humana. Los usos del tiempo y el espacio son tan diferenciados como
diferenciadores. La globalización divide en la misma medida que une: las causas de la división son las
mismas que promueven la uniformidad del globo. Con las dimensiones planetarias emergentes de los
negocios, las finanzas, el comercio y el flujo de información, se pone en marcha un proceso
“localizador” de fijación del espacio. Lo que para algunos aparece como globalización, es localización
para otros. La movilidad asciende al primer lugar entre los valores codiciados; la libertad de
movimientos, una mercancía siempre escasa y distribuida de manera desigual, se convierte
rápidamente en el factor de estratificación en nuestra época moderna tardía o posmoderna.
Nos guste o no, por acción u omisión, todos estamos en movimiento. la inmovilidad no es una opción
realista en un mundo de cambio permanente. Algunos nos volvemos plena y verdaderamente
“globales”; otros quedan detenidos en su “localidad”. Ser local en un mundo globalizado es una señal
de penuria y degradación social.
Los procesos globalizadores incluyen una segregación, separación y marginación social progresiva. En
la actualidad, los centros de producción de significados y valores extraterritoriales están emancipados
de las restricciones locales.
En el primer capítulo se analiza el vínculo entre la naturaleza históricamente variable en el tiempo y el
espacio, por una parte, y el patrón y escala de la organización social por otra; y sobre todo, los efectos
de la actual compresión espacio/tiempo sobre la estructuración de las sociedades y comunidades
territoriales y planetarias. Uno de los efectos que se analizan es la nueva versión de la “propiedad
absentista”: la reciente independencia de las elites globales con respecto a las unidades
territorialmente ilimitadas del poder político y cultural con la consiguiente pérdida de poder de estas
últimas.
1. Tiempo y clase
“La empresa pertenece a las personas que invierten en ella: no a sus empleados, sus proveedores ni la
localidad donde está situada.” De esta manera, Albert Dunlap, famoso racionalizador de la empresa
moderna, resumió su credo. Desde luego, no se refería a “pertenecer” en el sentido puramente legal de
la propiedad. El autor tenía en mente lo que implica el resto de la frase: que los empleados,
proveedores y voceros de la comunidad no tiene voz en las decisiones que puedan tomar las “personas
que invierten”; que los inversores, los verdaderos tomadores de decisiones tienen derecho de descartar
sin más, de declarar inoportunos y viciados de nulidad los postulados que puedan formular esas
personas con respecto a su forma de dirigir la empresa.
Los empleados provienen de la población local, y retenidos por los deberes familiares, propiedad de la
vivienda y otros factores afines, difícilmente puedan seguir a la empresa cuando se traslada a otra
parte. Los proveedores deben entregar su mercadería y el bajo coste del transporte le da a los locales
una ventaja que desaparece apenas la empresa se traslada. En cuanto a la localidad, es evidente que
se quedará donde está, difícilmente seguirá a la empresa a su nueva dirección. Sólo las “personas que
invierten” no están en absoluto sujetos al espacio; pueden comprar acciones en cualquier bolsa y a
cualquier agente bursátil, y la proximidad o distancia geográfica de la empresa será probablemente la
menor de sus consideraciones al tomar la decisión de comprar o vender.
En principio, no hay determinación espacial en la dispersión de los accionistas; son el único factor
auténticamente libre de ella. La empresa “pertenece” a ellos y sólo a ellos. La empresa tiene libertad
para trasladarse, las consecuencias no pueden sino permanecer en el lugar. Quien tenga libertad para
escapar de la localidad, la tiene para huir de las consecuencias. Este es el botín más importante de la
victoriosa guerra por el espacio.
denominada “comunidad local” nace de esta oposición entre el “aquí” y el “allá afuera”, entre el “cerca”
y el “lejos”.
Un factor técnico de la movilidad al que le cupo una función particularmente importante fue el
transporte de la información: un tipo de comunicación que requiere poco o ningún desplazamiento de
cuerpos físicos. Así mismo, constantemente se crearon nuevos medios técnicos para permitir que la
información se desplazará independientemente de sus transportadores corpóreos, así como de los
objetos sobre los cuales se informaba. Estos medios liberaron a los “significantes” de la garra de sus
“significados”. al final la aparición de la World Wide Web puso fin al concepto de “desplazamiento”: la
información está disponible instantáneamente en todo el globo.
Los resultados globales de este último vance son tremendos. Se han descrito con gran detalle sus
efectos sobre la interacción social de asociación/disociación. La llamada “comunidad estrecha” de
antaño nacía y se conservaba con vida gracias a la brecha entre la comunicación casi instantánea con
e la colectividad en pequeña escala, y la magnitud del tiempo y el coste necesarios para
el interior d
transmitir información entre localidades.
La capacidad de olvidar y lo baratos de las comunicaciones son dos aspectos de la misma condición: la
comunicación barata significa tanto el veloz desborde, asfixia o desplazamiento de la información
adquirida, como el arribo veloz de las noticias. Las comunicaciones baratas inundan y ahogan la
memoria en lugar de alimentarla y estabilizarla.
“La espacialidad de las sociedades tradicionales se organizan en torno de las aptitudes generalmente
no mediatizadas de los cuerpos humanos corrientes.” Esta situación cambió radicalmente con el
progreso de medios que permiten extender el conflicto, la solidaridad, el combate y la administración de
justicia lejos del alcance del ojo y los brazos humanos. El espacio se emancipó de las restricciones
naturales del cuerpo humano. A partir de entonces, el espacio es organizado por la capacidad de los
factores técnicos, la velocidad de su acción y el coste de su uso. El espacio proyectado por estos
factores técnicos es radicalmente distinto: creado por la ingeniería humana en lugar de la Providencia
divina, artificial en lugar de natural, mediado por la herramienta en lugar de inmediato al cuerpo,
racionalizado en lugar de comunal, nacional en lugar de local.
El surgimiento de la red global de información ha impuesto un tercer espacio cibernético al mundo
humano: los elementos del espacio no están provistos de dimensiones espaciales si no inscritos en la
temporalidad singular de una difusión instantánea. Con la interfaz de las terminales de los ordenadores
y los monitores de video las distinciones entre aquí y allá pierden todos significado. Esta interfaz ha
afectado de muy diversa forma la suerte de distintas clases de personas. Y lo cierto es que sí se puede
separar a algunas personas por medio de “obstáculos físicos o distancias temporales”; ésta separación
es más implacable y sus consecuencias psicológicas son más profundas que nunca.
materiales. Lo que necesitan es estar aislados de la localidad, que al ser despojada de un significado
social transplantado al ciberespacio, ha quedado reducida a un mero terreno físico. También necesitan
la seguridad de ese aislamiento: inmunidad de las intromisiones locales, un aislamiento infalible,
invulnerable. Por consiguiente, la desterritorialización del poder va de la mano con la estructuración
cada vez más estricta del territorio.
La construcción de espacios prohibitorios para las áreas urbanas, no tiene más finalidad que convertir
la extraterritorialidad social de la nueva el elite supralocal en aislamiento físico, corporal, de la
localidad. Las elites aseguran su extraterritorialidad de la manera más material: la inaccesibilidad física
a cualquiera que no esté provisto del permiso de ingreso.
“Los espacios públicos tradicionales son reemplazados por entidades privadas, destinados a la
congregación administrada del público, es decir, espacios para el consumo; el acceso depende de la
capacidad de pagar.” Las elites han optado por el aislamiento, pagan por él generosamente y de buen
grado. El resto de la población se encuentra excluida y obligada a pagar el fuerte precio cultural,
psicológico y político del nuevo aislamiento.
Algunos elementos siempre triunfarán: la nueva fragmentación del espacio urbano, la disminución y
desaparición del espacio público, la disgregación de la comunidad urbana, la separación, la
segregación, y sobre todo, la extraterritorialidad de la nueva elite con la territorialidad forzada del resto.
En el nuevo mundo de la alta velocidad, la localidad no es la misma que en la época cuando la
información se desplazaba solamente con el cuerpo del transportador.
Los líderes de opinión locales, quienes filtran, evalúan y elabora para los demás residentes locales los
mensajes que llegan desde afuera a través de los medios de comunicación debían hacerse oír por la
localidad. El punto de partida de las conversaciones generalmente era un hecho o una situación
concretos. Se los describía, comparaba con sucesos similares del pasado y evaluaba. Era un proceso
de creación de normas, un ejemplo clásico de justicia igualitaria. Actualmente los inmensos centros de
compras brindan algunas oportunidades para los encuentros, pero son demasiado grandes para
permitir la creación de justicia horizontal; nunca permiten las pláticas prolongadas, necesarias para
sentar patrones de conducta. los centros comerciales no alientan a la gente a detenerse, mirarse,
conversar, pensar, ponderar y debatir algo distinto de los objetos en exhibición, a pasar el tiempo en
actividades desprovistas de valor comercial.
Los lugares de encuentro eran sitios donde se creaban normas y se las aplicaba de manera horizontal,
con lo cual los conversadores se constituían en una comunidad. Un territorio despojado de espacio
público brinda escasas oportunidades para debatir normas, confrontar valores, debatir y negociar. Los
fallos son inapelables, ya que es imposible dirigir preguntas significativas a los jueces y estos no han
dejado dirección alguna, y nadie sabe con certeza donde viven. No hay lugar para los líderes de
opinión locales, ni siquiera para la opinión local como tal. Aunque los fallos tengan poco o nada que ver
con la vida local, no existe la intención de que se los ponga a prueba a la luz de las vivencias de la
gente, a pesar de que rigen su conducta.
Los originales extraterritoriales entran a la vida anclada a la localidad sólo como caricaturas; de paso,
expropian los poderes éticos de los locales y los privan de los medios para reducir los daños.
compañeros argumentaban que el nuevo igualitarismo de este período, promovido por el Estado de
Bienestar, destruye a la libertad de los ciudadanos y la vitalidad de la competencia de la cual dependía
la prosperidad de todos. Argumentaban que la desigualdad era un valor positivo que mucho precisaban
las sociedades occidentales.
Con la llegada de la gran crisis del modelo económico de posguerra en 1973, el mundo capitalista
avanzado cayó en una larga y profunda recesión. A partir de ahí las ideas neoliberales pasaron a ganar
terreno. Las raíces de la crisis, afirmaba Hayek y sus compañeros, estaban localizadas en el poder
excesivo y nefasto de los sindicatos, y de manera más general, del movimiento obrero, que había
socavado las bases de la acumulación privada con sus presiones reivindicativa sobre los salarios y con
su presión parasitaria, para que el Estado aumentase cada vez más los gastos sociales.
Estos dos procesos desencadenaron procesos inflacionarios. El remedio, entonces, era mantener un
estado fuerte en su capacidad de quebrar el poder de los sindicatos y en el control del dinero, pero
limitado en lo referido a los gastos sociales y a las intervenciones económicas. La estabilidad monetaria
debería ser la meta suprema, y para eso era necesaria una disciplina presupuestaria, con la contención
de gasto social y la restauración de una tasa natural de desempleo. Eran imprescindibles reformas
fiscales para incentivar a los agentes económicos; ésto significaba reducciones de impuestos sobre las
ganancias más altas y sobre las rentas. Así, una nueva y saludable desigualdad volvería a dinamizar
las economías avanzadas. el crecimiento retornaría cuando la estabilidad monetaria y los incentivos
esenciales hubiesen sido restituidos.
La prioridad más inmediata del neoliberalismo fue detener la inflación de los años 70. En este aspecto,
su éxito ha sido innegable. La deflación, a su vez, debía ser la condición para la recuperación de las
ganancias; también en este sentido el neoliberalismo obtuvo éxitos reales. La recuperación de la tasa
de ganancia en la industria fue impresionante: la razón principal de esta transformación fue sin duda la
derrota del movimiento sindical expresada en la caída dramática del número de huelgas Durante los
años 80 y en la notable contención de los salarios. El tercer éxito del neoliberalismo fue el crecimiento
de las tasas de desempleo, concebido como un mecanismo natural y necesario de cualquier economía
de mercado eficiente. Finalmente, el grado de desigualdad aumentó significativamente en el conjunto
de los países.
En todos estos aspectos,podemos decir que el programa neoliberal se mostró realista y obtuvo éxito.
Pero a final de cuentas, todas estas medidas habían sido concebidas como medios para alcanzar un fin
histórico: la reanimación del capitalismo avanzado mundial, restaurando altas tasas de crecimiento
estables. En este aspecto, el cuadro se mostró sumamente decepcionante. Entre los años 70 y 80 no
hubo ningún cambio significativo en la tasa media de crecimiento. ¿Cuál es la razón? Sin duda, el
hecho de que la tasa de acumulación, o sea, la efectiva inversión en el parque de equipamientos
productivos apenas creció en los años 80 y cayó en relación a sus niveles de los años 70.
Cabe preguntarse aún por qué la recuperación de las ganancias no condujo a una recuperación de la
inversión. Puede decirse porque la desregulación financiera creó condiciones mucho más propicias
para la inversión especulativa que la productiva. Por otro lado, el peso del Estado de Bienestar no
disminuyó mucho (el fracaso del neoliberalismo), a pesar de todas las medidas tomadas para contener
los gastos sociales. Esto puede explicarse por el aumento de los gastos sociales con el desempleo y el
aumento demográfico de los jubilados.
Cuando el capitalismo avanzado entró de nuevo en una profunda recesión, en 1991, la deuda pública
de casi todos los países occidentales comenzó a reasumir dimensiones alarmantes. En estas
condiciones de crisis tan aguda, por extraño que parezca, el neoliberalismo ganó un segundo aliento
por lo menos en su tierra natal, Europa.
mundo, bajo la dictadura de Pinochet en Chile; este régimen tiene el mérito de haber sido el verdadero
pionero del ciclo neoliberal en la historia contemporánea. Los programas de Pinochet comprendían de
forma drástica y decidida: desregulación, desempleo masivo, represión sindical, redistribución de la
renta en favor de los ricos y privatización de los bienes públicos. Todo esto comenzó casi una década
antes que el experimento thatcheriano. El neoliberalismo chileno bien entendido presuponía la abolición
de la democracia y la instalación de una de las más crueles dictaduras de posguerra. Sin embargo,
debemos recordar que la democracia en sí misma jamás había sido un valor central del neoliberalismo.
La libertad y la democracia, explicaba Hayek, podían tornarse fácilmente incompatibles si la mayoría
democrática decidiese interferir en los derechos incondicionales de cada agente económico para
disponer de su renta y sus propiedades a su antojo.
De las cuatro experiencias vividas en la década del 90, podemos decir que 3 registraron éxitos
impresionantes a corto plazo: México, Argentina y Perú, y una fracasó: Venezuela. La diferencia es
significativa: la condición política que garantizó la deflación, la desregulación, el desempleo y la
privatización de las economías mexicana, argentina y peruana fue una concentración formidable del
poder ejecutivo y alguna dosis de autoritarismo político. Ninguno de estos gobernante confesó al
pueblo, antes de ser electo, lo que efectivamente hizo después. Prometieron exactamente lo opuesto a
las políticas radicalmente antipopulistas que implementaron en los año 90.
Un balance provisorio
La región del capitalismo mundial te presenta más éxitos en los últimos 20 años es también la menos
neoliberal, o sea, las economías de extremo oriente como Japón, Corea, Taiwán, Singapur y Malasia.
económicamente el neoliberalismo fracasó: no consiguió ninguna revitalización básica de capitalismo
avanzado. Socialmente, por el contrario ha logrado muchos de sus objetivos creando sociedades
marcadamente más desiguales, aunque no tan desestatizadas como se lo había propuesto. Política e
ideológicamente, ha logrado un grado de éxito quizás jamás soñado por sus fundadores. Desde
principios de siglo, ninguna sabiduría convencional consiguió un predominio de carácter tan abarcativo
como hoy lo ha hecho el neoliberalismo. Este fenómeno se llama hegemonía, aunque naturalmente
millones de personas no crean en sus promesas y resistan cotidianamente a sus terribles efectos.
Estamos ante un nuevo sistema político, donde se están reconfigurando cinco aspectos:
- Las características clasistas y culturales del nuevo bloque de poder estatal
- Las nuevas fuerzas políticas duraderas del país
- Los nuevos liderazgos generacionales
- La distribución territorial del poder estatal
- El nuevo sistema de ideas antagonizables a corto y mediano plazo.
- Mecanismo de estabilización del poder y de mando: un ámbito importante de estabilización
temporal del nuevo bloque ha sido la firmeza de las estructuras de coerción del Estado (Fuerzas
Armadas y Policía Nacional). En la medida en que el Estado tiene como núcleo fundamental los
ámbitos de coerción, estos son los que también reclaman más inmediatamente un nivel de
previsibilidad y de certidumbre, que garantice la perdurabilidad el núcleo estatal primario. Lo que más
ha contribuido a este apoyo de las fuerzas de coerción legítima ha sido que el actual gobierno ha
definido de manera rápida un objetivo, un norte estratégico en lo que se refiere al papel de las Fuerzas
Armadas en democracia.
Esto va a dar lugar a un extraordinario ensamble entre fuerzas sociales
indígenas-campesinas-populares y Fuerzas Armadas que ahora tendrán liderazgo moral e intelectual
de sectores indígenas populares. La capacidad de convertir esta adhesión inicial en una función
estructural y duradera, dependerá de la rapidez del nuevo liderazgo político para interiorizar los nuevos
roles militares de carácter desarrollista en la doctrina y espíritu del cuerpo estatal de las Fuerzas
Armadas.
Un segundo momento es el ejercicio del poder ejecutor, fundamentalmente, a partir de sus resortes de
inversión pública. La principal fuente de inversión en el país es el Estado. Esta modificación de la
capacidad de acción del país en el contexto global no hubiera sido posible sin una transformación de la
estructura del poder económico nacional y de los bloques dirigentes de esa estructura económica.
Esta posición privilegiada en la producción y control del excedente económico nacional está
permitiendo al Estado desplegar una estrategia de alianzas productivas con la inmensa mayoría de
pequeños y medianos productores de la ciudad y el campo. Esta apuesta al fortalecimiento de la
producción está permitiendo consolidar un bloque de poder estatal entre pequeños y medianos
productores y el Estado, con suficiente materialidad económica para encauzar las decisiones
económicas de la sociedad.
La consolidación formal de un nuevo horizonte estratégico se ve obstaculizado por un conjunto de
lastres que ralentizan la consolidación definitiva de la nueva composición estatal; en este caso, el
sistema judicial, las rutinas y esquemas de transmisión de conocimientos del sistema escolar, las
estrategias matrimoniales
que devuelva la certidumbre a las estructuras de dominación y conducción política. A este momento
histórico específico y fechable lo denominamos punto de bifurcación.
Tiene varias características:
- Es un momento de fuerza donde tienen que exhibirse desnudamente las fuerzas de la sociedad en
pugna, tienen que medirse las capacidades.
- Es un momento en el cual las antiguas fuerzas asumen su condición de derrota, o donde las nuevas
fuerzas ascendentes asumen su imposibilidad de triunfo y se repliegan. No hay espacio para equilibro.
- En un momento en el cual la situación de todo se dirime con base en el puro despliegue de
correlación de fuerzas sin mediación alguna: fuerzas materiales, simbólicas y económicas.