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Presentación

Los espacios públicos tienen siempre una gran importancia en la orde-


nación y en la vida de cualquier ciudad. Pero tanto sus magnitudes como
sus significados comunes varían según la función urbana preponderante y
el modelo o prototipo asumido desde su fundación, si es que la hubo.
La morfología y la función son, pues, las variables básicas para inter-
pretar las características de los espacios públicos urbanos.
En tal sentido, desde la antigüedad, y tanto en la Mesopotamia y el
Mediterráneo Oriental, como en el Medio y Lejano Oriente y en las cultu-
ras indo – americanas, las ciudades “refugio” tienen espacios públicos
mínimos mientras las ciudades “mercado” los generan con grandes dimen-
siones.
Porque las funciones propias de los espacios públicos (prescindiendo
de las redes de calles) son en principio mercantiles o ceremoniales, inclu-
yendo en esta última acepción usos diversos, como reuniones políticas,
regocijos públicos y/o liturgias religiosas. En ciertas culturas (como el
occidente europeo de la baja edad media) estos usos diferentes tendían a
separarse en plazuelas distintas: cada iglesia, por ejemplo, con la suya, el
palacio con la plaza señorial y, desde luego, el mercado en sitio propio.
Las culturas urbanas de la América prehispánica dieron a sus espacios
públicos dimensiones apropiadas para la celebración de liturgias especta-
culares. Esto es particularmente reconocible en las ciudades de Meso
América y el mundo andino, donde las composiciones urbanas alcanzaron
gran complejidad. Pero, aun allí, el tiangui mexicano aparece diferenciado
como en Tlatelolco respecto de Tenochtitlan.
En Europa, el Renacimiento italiano de los siglos XV y XVI, en sus
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especulaciones teóricas sobre la ciudad ideal, y en algunas intervenciones
sobre centros urbanos existentes (como Roma, Toledo, o Madrid) intentó
dar a los espacios públicos dimensiones algo menos modestas que en la
edad media. Pero siempre aparece esa discriminación entre ceremonias y
comercio.
Las primeras fundaciones españolas en el Caribe (1492 a 1519) son
prolongaciones de la praxis castellana del siglo XV. Recién en la primera
Panamá (1519) aparece una plaza mayor contenedora de todas las funcio-
nes y con el marco arquitectónico monumental de los grandes edificios
institucionales a su alrededor. Pero la traza de Panamá vieja era una retícu-
la bastante irregular aunque cuadrangular.
La traza nueva de México – Tenochtitlan, hecha demarcar por Hernán
Cortés (1521/1522) tiene en su plaza mayor – llamada “el Zócalo” – un
espacio público pequeño en comparación al centro ceremonial azteca,
pero a la vez enorme respecto de las plazas europeas de aquel tiempo.
El trazado de Lima (1535) logra el prototipo de la nueva ciudad hispa-
noamericana: la plaza mayor grande y equilátera, con el marco arquitectó-
nico monumental en su perímetro y todas las funciones urbanas (ceremo-
niales y mercantiles) combinadas sobre su propio espacio.
Por qué razón o razones prosperó tan rápido en la América española el
prototipo limeño no es fácil saberlo. Lo concreto ha sido la rapidez y la
contundencia de la adopción de este modelo en la mayoría de las funda-
ciones hispanoamericanas a partir de entonces.
La fundación de la ciudad argentina de Córdoba (1573) permite reco-
nocer un caso más de la aplicación del prototipo limeño. Sin perjuicio de
esto, dada la coincidencia del año con la promulgación de las famosas
“Ordenanzas” de nuevas poblaciones preparadas por Juan de Ovando y
sus colaboradores, y firmada por el rey Felipe II, y advertida también la cir-
cunstancia de haber sido mudada la ciudad algún tiempo después, queda
claro cómo la normativa urbanística contenida en estas “Ordenanzas”
careció de aplicación práctica en la América Española de aquel tiempo.
Al igual que otras ciudades hispanoamericanas, Córdoba de la Nueva
Andalucía ha representado la concreción de una idea y una voluntad: el
avance desde las alturas andinas hacia las llanuras del río de la Plata y la
costa atlántica, del mismo modo que los castellanos del siglo XIII avanza-
ron sobre la España musulmana desde la meseta de Castilla hacia el valle
del Guadalquivir y las costas del mar.
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La misma diferencia de tamaños entre el Plata y el Guadalquivir carac-
terizó entonces las magnitudes de este “nuevo mundo” donde todo (o casi
todo) resultaba más grande: no sólo las plazas, sino también las ciudades
y, especialmente, las distancias interurbanas. Esa contraposición de dimen-
siones en las escalas de la geografía, el urbanismo y, a veces, también la
arquitectura, forma el marco espacial de la génesis de la nueva cultura mes-
tiza creada en la América Española por esta combinación de acciones,
ideas, modos de vida y herencias de saberes y conceptos entre los pueblos
originarios y los españoles.
De esto da testimonio esta Córdoba de la “Nueva Andalucía” cuyos
espacios públicos retratan – a su modo – los rasgos dominantes de la
nueva sociedad con todos sus actores. Españoles y criollos, misioneros y
doctores, militares y trabajadores, y hasta comunidades originarias forman-
do el primer suburbio de Córdoba al cuidado de su primitiva infraestruc-
tura de servicio.
Es la historia del espacio. Porque el espacio también tiene historia. Sólo
que, sin la adecuada consideración del medio social, puede resultar posible
describirla, pero no descifrarla ni menos interpretarla. De ahí este análisis
conjunto de la evolución morfológica de esta ciudad en el marco referen-
cial de su sociedad con sus cambiantes requerimientos cotidianos y ocasio-
nes, de orden comercial, religioso, político, militar, o de regocijos… por-
que la vida humana también los necesita.
Es, en definitiva, una demostración de cómo ha sido esta relación de la
vida social con el espacio, en el particularísimo mundo hispano – sud –
americano del siglo XVI, con el modelo ideal, distante, pero eficaz de la
ciudad de Lima, también con su plaza mayor y su cuadrícula equilátera, sus
plazas menores, y sus suburbios indígenas integrados en la vida de nueva
sociedad en constante formación.

† Dr. Alberto de Paula


(Investigador Superior del CONICET)

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