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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTA FE

FACULTAD DE ARQUITECTURA

ÁREA: PROYECTO Y PLANEAMIENTO

ASIGNATURA: URBANISMO

TÍTULO:

“LOS UMBRALES ESPACIALES DE LA


MODERNIDAD EN AMÉRICA LATINA”

AUTOR: FERNANDO ARIZPE


AÑO: 2011
Arizpe, Fernando
Los umbrales espaciales de la modernidad en América. - 1a ed. -
Santa Fe : Universidad Católica de Santa Fe, 2011.
32 p. ; 21x15 cm. - (Cuadernos)

ISBN 978-950-844-057-0

1. Arquitectura. I. Título

CDD 720

Fecha de catalogación: 10/08/2011


CONTENIDO

Introducción 5
1 - Los umbrales europeos en el Siglo XV 6
2 - Los umbrales en América Latina 8
3 - El umbral entre el fuerte y las funciones urbanas sucesivas 9
4 - Los umbrales entre el espíritu y la razón 11
5 - Los umbrales del absolutismo 14
6 - Los umbrales de la Modernidad entre ciudades argentinas y mexicanas 15
7 - Los umbrales del Movimiento Moderno en Europa, Norteamérica y Latinoamérica 19
8 - Los umbrales posmodernos 21
9 - Entre el umbral de exclusión y el espacio virtual globalizado 23
10 - El umbral entre la especificidad de la disciplina arquitectónica y la 25
interdisciplinaridad de la urbanística
LOS UMBRALES ESPACIALES DE LA MODERNIDAD EN AMÉRICA LATINA

“Si al árbol se le conoce por sus frutos,


por estos frutos podremos también identificar al árbol”
Ramón Gutiérrez

Introducción

En el presente trabajo se pretende, mediante un sintético abordaje histórico de la Modernidad


latinoamericana, promover la necesidad de generar nuevas modalidades de encuentros entre ins-
tituciones dedicadas a la enseñanza de la historia de la arquitectura y el urbanismo, así como entre
organismos colegiados y entidades gubernamentales municipales en diversas ciudades de América
Latina. La idea consiste en destacar ciertos componentes espaciales y culturales de nuestra estruc-
tura histórica que fundamentan la necesidad de reconocernos en lo común-diverso mediante la
profundización de microhistorias basadas en el diálogo entre umbrales urbanos de distintas ciuda-
des latinoamericanas, sin perder la referencia general de la historia cultural urbana.

La Modernidad sería una condición de la historia, que comienza a darse de manera conciente entre
los pensadores, entre los actores de esta historia en Europa, básicamente entre los siglos XVII y
XVIII1. Sin embargo, el tema propuesto, que incluye la presencia de América Latina con su propio
rol protagónico en la gestación de la Modernidad, merece la consideración de un punto fijo de
inflexión histórica: el 12 de Octubre de 1492, así como de un período de innovación cultural de
enorme valor para América Latina y el mundo, aunque esta condición pre moderna resulte trau-
mática para la misma Modernidad, cuya historia se ha tejido a través de una sucesión de traumas; el
primero de ellos, es el iniciado en 1492, tal como lo comenta Nathan Wachtel 2.

El tema de los espacios urbanos en relación con la arquitectura de la Modernidad, adquiere una
especial importancia porque posibilita, por un lado, desarrollar análisis valorativos de la necesaria
articulación evolutiva entre las disciplinas urbana y arquitectónica y, por el otro, nos permite contri-
buir a saldar la deuda mencionada por Ramón Gutiérrez; deuda que aún tenemos quienes queremos
reformular este tratado histórico, inexorable y lineal, que nos concibe como depósito de lo que se genera
en otra parte y nos admite únicamente como historicistas de la historia de otros 3. Esta visión, fue la
desarrollada desde el academicismo de la segunda mitad del siglo XIX, en los primeros intentos
historiográficos sobre la arquitectura americana.

El término “umbral”, según el diccionario de la Lengua, significa: Pieza o escalón que forma parte
inferior de una puerta; una viga que cubre el paso (en un sentido arquitectónico). Comienzo o
principio de un proceso o actividad (en un sentido figurado). Límite a partir del cual se percibe una
sensación o estímulo; intensidad mínima que debe alcanzar un estímulo para que se perciba (en un
sentido fisiológico). Accidente geográfico límite entre dos ecosistemas (Geografía) 4.

1
CASULLO Nicolás, Itinerarios de la modernidad. Corrientes del pensamiento y tradiciones intelectuales desde la ilustración
hasta la posmodernidad, Publicaciones CBC de la Universidad de Buenos Aires, 1997, p.10. ISBN 950-29-0312-9.
2
WACHTEL Nathan, Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570) en GUTIÉRREZ Ramón,
“La historiografía de la arquitectura americana. Entre el desconcierto y la dependencia cultural (1870/1985)” en Revista
de arquitectura, tecnología y diseño, Summa, N° 215, Agosto de 1985, p. 40. ISSN 0325-4615.
3
Ibídem.
4
Diccionario de la Lengua Española, Larousse, 2006.

5
Este término, precisamente por contar con una gran variedad de acepciones y sinónimos (límite,
frontera, borde, transición, interfaz, tránsito, paso, trauma, etc.), se acuña en el presente trabajo
para expresar, unitariamente, múltiples relaciones entre los componentes espaciales de una sola es-
tructura, –ya sea de escala arquitectónica, urbana, metropolitana o regional– entre varias estructu-
ras espaciales y entre éstas con sus homólogas de carácter no espacial pero sí histórico temporal.

Para una mayor precisión, se trata de la identificación y reflexión de aquellos espacios-umbrales


que le otorgan una especial significación a la producción urbano-arquitectónica de la Modernidad
en Latinoamérica. Umbrales que nos motivan a un reencuentro con nuestra identidad continental.
Para ello, será inevitable encontrarnos con ciertas posiciones polarizadas propias de los funda-
mentalismos, tanto los religiosos/pro-hispánicos como los anti-religiosos/anti-hispánicos apoyados
especialmente desde la historiografía academicista del siglo XIX.

La exacerbación de estas posiciones ha producido tantas divisiones entre académicos e intelectua-


les, que se suele evitar o superficializar el tema para no entrar en polémicas histórico-ideológicas.
Sin embargo, creo que es necesario abordar con madurez nuestra historia incluyendo y compren-
diendo estas mismas polarizaciones, no para hegemonizar ideológicamente ni obtener promedios
grisáceos, sino precisamente para evitar las medias verdades y conciliar visiones diversas.

Uno de los graves problemas, como Ramón Gutiérrez ya decía desde 1985, consiste en conocer lo
nuestro: lo americano. Algo que parece tan simple tiene, sin embargo, una prolongada y contradic-
toria historia, que lleva a que aun hoy haya Facultades de Arquitectura en la Argentina y en América
donde no se enseña Historia de la Arquitectura en la Argentina y en América, o que la enseñanza de
la misma ocupe apenas una tercera parte del programa general de Historia de la Arquitectura 5. Esta
preocupación sigue vigente en nuestros ambientes, independientemente de la labor de muchos in-
telectuales que, desde la década de 1990, han intensificado los abordajes historiográficos del tema.

Por otra parte, uno de los grandes debates que la Modernidad ha planteado es el referido al queha-
cer del arquitecto y su rol dentro de la disciplina urbanística. Desde mi punto de vista, el ámbito de
los umbrales es el ámbito de la relación disciplinar entre la arquitectura y el urbanismo que, aunque
no representa en su totalidad la relación compleja entre ambas escalas, si contribuye fundamental-
mente a visualizar y relacionar la importancia de la dimensión ampliada del espacio arquitectónico
y la importancia de la visión arquitectónica del espacio urbano. Es en este umbral histórico y es-
pacial, donde se presentan los grandes desafíos, ya que, independientemente de que los temas se
han abordado intensamente en los ámbitos intelectuales latinoamericanos, sus contenidos no han
tenido la repercusión ni la retroalimentación interinstitucional esperada en la formación y ejercicio
profesional de los arquitectos y urbanistas de América Latina.

1. Los umbrales europeos en el siglo XV

El fin de la edad media está marcado con el inicio de la primera mundialización histórica, ligada a la
aparición de economías mundiales capitalistas que Fernand Braudel representó según un modelo
ternario de ciudad –un centro, una periferia y una semiperiferia– y que tenía pues una dimensión
territorial. Esta primera mundialización adquiere fuerza con los descubrimientos del siglo XV y se
apoya en las ciudades mercantiles y marítimas que forman una red 6.

5
GUTIÉRREZ Ramón, op.cit., p. 40.
6
MONGUIN Olivier, La Condición Urbana: La ciudad a la hora de la mundialización, Paidós. Buenos Aires, 2006, p.174.
ISBN 950-12-6558-7.

6
Desde la óptica renacentista europea, la ciudad y la arquitectura medievales ya eran una es-
pecie de palimpsesto anónimo donde se tenía que montar la nueva espacialidad racionalizada,
humanizada, individualizada y desmitificada, contenida en círculos, cuadrados, cubos, esferas y
cilindros 7; concebidos con el desarrollo de la perspectiva que ofrece una nueva dimensión urbana
a través de la cual, los arquitectos descubren la posibilidad de concebir y proyectar el espacio pú-
blico. Por primera vez la calle, por ejemplo, se ve obligada a cumplir múltiples roles, entre ellos el
de admitir el tránsito rodado de mayor velocidad, demandando una sección mayor imposible para
la trama medieval que, en primera instancia, tuvo que soportar dicha carga, hasta la adaptación pe-
riférica y fragmentaria de las soluciones propiamente renacentistas como es el caso de la calle Strata
Nuova en Génova, proyectada con el propósito de que fuera la calle más magnífica 8 en Italia. Tenía
a sus costados enormes palacios, separados entre sí, con jardines en las laderas de la parte de atrás,
de dimensiones suficientes para albergar un ejército privado, y con habitaciones correlativamente
amplias. Pero esta nueva calle audaz, si bien es más ancha que los antiguos pasajes y callejas, con
todo solo tiene seis metros de ancho y menos de doscientos metros de largo 9.

Estas clarificaciones son fragmentarias; fundamentalmente en la calle recta de perspectiva rítmica


que invierte la jerarquía espacial con respecto a la calle medieval y que simplifica la movilidad en una
ciudad que adquiere un carácter plural y democrático, ciudad que ya no puede amurallarse, aunque
la llamada ciudad barroca, que es la experiencia totalizadora de la ciudad renacentista en Europa,
haya admitido la muralla, ésta fue pensada como ornato acompañando al conjunto de sendas –con
su nuevo carácter de avenidas– en una composición placentera que ignora la demanda funcional de
la nueva ciudad mundializada solo para satisfacer al observador de un plano, ya sea de Palma Nuova
o Vitry, este trazado se subordina a la decoración y no a las localizaciones.

Pero, al mismo tiempo y casi de manera imperceptible, las ciudades se fundan y crecen marcadas
con un formato que ha permanecido durante toda la Modernidad; el de la desigualdad, mediante la
cual, los umbrales adquieren una mayor tensión. Con esto no se quiere decir que la ciudad medieval
haya estado al margen de este problema, sin embargo, los feudos y los burgos tenían una estructura
piramidal establecida y asumida por el conjunto de la sociedad en cuya jerarquía de valores: lo social
se subordinaba a lo espiritual, generando umbrales espontáneos que tienden hacia una inevitable
estabilidad. Por el contrario, a partir del modelo barroco europeo hasta la actualidad, aquella so-
lidez empieza a fluir por un umbral donde se verifica la tendencia hacia la liquidez 10. La sociedad
urbana –la civitas– ha despertado y creado sus expectativas para moverse y fluir en torno a una an-
helada equidad en las oportunidades de desarrollo en un sistema democrático y, por consiguiente,
la ciudad física –la urbis– reacciona reflejando espacialmente el conflicto que adquiere varias formas
dependiendo de las diferentes condiciones de los grupos sociales.

El umbral entre la Edad Media y la Modernidad está barrido en varios siglos y su intensidad es dife-
rente en cada lugar. Es a finales del siglo XVII, cuando lo moderno ha adquirido cierta maduración,
sobretodo en la noción de lo público que supone una ampliación del espacio común y la atribución
de un valor normativo a cuanto es accesible a todos. En el umbral de lo público a lo privado, se lee
lo que será más tarde la característica de la democracia: la valoración del número de personas; el
complemento, en cierto modo, del principio de libertad.

7
FLEMING William, Arte, Música e Ideas, Interamericana, México, 1987, pp. 158-188. ISBN 968-25-0265-9.
8
Vasari, por Galeazzo Alessi de Perusa, en MUMFORD Lewis, La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y
perspectivas, Infinito, 2ª ed. en castellano, vol.1, p. 483. ISBN 978-84-937671-3-6.
9
Idem. p. 484.
10
Zygmunt Bauman identifica un proceso mediante el cual la Modernidad pasa de un estado sólido a uno líquido. BAU-
MAN Zygmunt, La modernidad líquida, FCE, Buenos Aires, 2010, pp. 7-17. ISBN 978-950-557-513-8.

7
Podemos considerar a Florencia como el eje geográfico de expansión del pensar y actuar de la
Modernidad y al 12 de Octubre de 1492, como el momento preciso de la mundialización de este
modo de pensar y actuar, porque la llegada al Nuevo Mundo, es un acto propio de la Modernidad,
es más, junto con Descartes y Cervantes 11, representa la inauguración de la misma.

Para entonces, el escolasticismo se había vuelto de hecho, cada vez más un ejercicio rígido y depu-
rado de gimnasia lógica, y con gran frecuencia sus formas desdeñaban el mundo real y los hechos
necesarios para dar validez y sustancia al pensamiento racional promovido por los Nominalistas 12.

Estas ideas condujeron a una nueva actitud experimental y a un nuevo concepto del espacio. Entre
el arte y la ciencia nació una íntima hermandad y los arquitectos se volvieron matemáticos, los es-
cultores anatomistas, los pintores geómetras y los músicos especialistas en acústica 13.

2. Los umbrales en América Latina

La primera mundialización histórica está marcada fundamentalmente por el encuentro cultural


entre Europa y América y, desde el punto de vista urbanístico, por las ordenanzas de Felipe II
que, más que imponerse, acompañaron a un modelo previo de ocupación territorial donde la
plaza y la calle aparecen como predeterminadas por un patrón tipológico y morfológico jerar-
quizado, que intenta responder primero a la necesidad de conquistar poblando y después a las
necesidades políticas, administrativas y productivas.

Si en Europa, la ciudad aparece históricamente como mercado de la producción de un área rural


generando una fuerza centrípeta, en la América española, el proceso de ocupación territorial
se da con un sentido diferente al conocido por los europeos de la época, quienes tuvieron que
aprender a conocer un mundo que poseía otra escala 14.

En este caso la ciudad ejerce una fuerza centrífuga sobre un territorio cuyos límites quedan ini-
cialmente definidos jurídica e institucionalmente y no como producto de una relación socioeco-
nómica espontánea entre un centro y su área de mercado a la manera europea. La forma inicial
de la ciudad, condicionada por un solo modelo, posibilitaba a concentrar todos los recursos con
el fin de afianzarse en el poder durante el proceso de conquista 15. En función de ello, es posi-
ble identificar umbrales entre componentes estructurales con distintas reinterpretaciones, por
ejemplo: entre el fuerte y las funciones de la ciudad, entre el espacio sagrado y el secular o entre
el centro y la periferia.

11
Para Álvaro Armero, el creador de la Modernidad no es solamente Descartes, sino también Cervantes…si es cierto
que la Filosofía y las ciencias han olvidado el ser del hombre, aún más evidente resulta que con Cervantes se ha creado un
gran arte europeo, que no es otra cosa que la exploración de este ser olvidado… ARMERO Álvaro, Visiones del Quijote,
Renacimiento, Madrid, 2005, pp. 339-340. ISBN 8484472-211-2.
12
En el lenguaje de los propios escolásticos, éstos razonaban a priori, en tanto que los nominalistas lo hacían a posteriori:
Estos sistemas esbozan la diferencia entre el pensar deductivo y el inductivo, de los cuales, el último sentó las bases del
método experimental de la ciencia moderna. FLEMING William, op.cit., p. 155.
13
Idem, p. 174.
14
ROMERO José Luis, op.cit., p. 46.
15
Ibídem.

8
3. El umbral entre el fuerte y las funciones urbanas sucesivas

Surgen así los primeros umbrales urbanos, particularizados por las condiciones antes dichas. Por
ejemplo el fuerte, de incuestionable inspiración medieval, se convierte en un elemento indispensable
de coexistencia pacífica. Para Ramón Gutiérrez esta arquitectura militar fue una de las transferencias
más rígidas de los programas europeos 16 . Sin embargo, en la ciudad medieval, el fuerte era el borde
infranqueable y separador entre un adentro (el espacio de la ciudad) y un afuera (la nada), ya sea que
se piense la ciudad refugio desde lo político o desde lo religioso. Es decir: como un espacio maldito
(Babel, Babilonia o Nínive) 17 o según la visión del medievalista Robert López como el jeroglífico que
representaba la ciudad en los tiempos de los faraones, con una cruz inscripta en un círculo, que equi-
vale a decir un cruce de caminos y un lugar cerrado 18.

En América, sin negar la obvia necesidad de apoyarse en la experiencia europea, la adaptación del
fuerte, además de estar afectada por condicionantes de asentamiento, tecnología, materiales, econo-
mía y capacitación de mano de obra, tenía que ser reinterpretado como otro umbral; con otro tipo
de relación entre el adentro (o espacio de la ciudad conquistada y conquistadora) y el afuera (que era
otro espacio a conquistar). La ciudad fuerte americana no podía permanecer enclaustrada porque
respondió a dos condiciones fundamentales: al nuevo pensamiento mundializado renacentista que
derribó las murallas de la ciudad europea, y al emprendimiento específico de conquistar poblando.

Prácticamente toda ciudad latinoamericana empezó siendo un fuerte; la defensa es la primera fun-
ción, independientemente de que después se le hayan impuesto otras. En algunos casos, el fuerte
desapareció sin llegar a ser ciudad, como el fuerte Navidad, construido con los restos de la Carabe-
la Santa María que encalló en la Isla La Española durante el primer viaje de Colón. Pero en muchos
casos la necesidad de que la ciudad asumiera nuevos roles, como los puertos de punto de llegada
y partida de las flotas metropolitanas, hizo que el fuerte acompañara y se adaptara al crecimiento
natural de las ciudades, es el caso de Santo Domingo, Portobelo, La Habana, Panamá, Veracrúz,
Cartagena, Salvador Bahía, Recife 19 , entre otras, dependiendo del grado de importancia estratégi-
ca de cada ciudad en la red de ciudades controlada desde España y Portugal.

En otros casos las ciudades cumplieron la función de substituir in situ el centro de poder prehispánico
por el hispánico, es el caso de la Capital del Virreinato de Nueva España (fundada en 1523 sobre la
antigua Tenochtitlan hoy Ciudad de México), cuya defensa dependió del Lago de Texcoco que fun-
cionaba como un umbral de contención; fuerte natural preexistente que, sin embargo, fue desapare-
ciendo paulatinamente o, más bien, se fue transformando en la clásica periferia segregada que funcio-
na, a veces imperceptiblemente, como un borde al servicio del contenido central consolidado.

Estas nuevas funciones impuestas, en un proceso de ocupación territorial totalmente novedoso


para el conquistador, no solamente por la escala del territorio a poblar, sino por el tiempo en que se
realizó, han dado como resultado una serie de estructuras tan particulares que es imposible leerlas
y entenderlas como simples transferencias culturales reducidas a productos deficientemente copia-
dos que dieron como resultado ciudades periféricas y ruralizadas donde prolifera la barbarie según
la visión de Sarmiento para contrastar las imágenes de Buenos Aires y Córdoba 20. Sin embargo,

16
GUTIÉRREZ Ramón, op.cit., p. 46.
17
MONGIN Olivier, op.cit., pp.120-121.
18
Ibídem.
19
ROMERO José Luis, op.cit., p. 49.
20
SARMIENTO Domingo F., en GORELIK Adrián, Miradas sobre Buenos Aires, historia cultural y crítica urbana, Siglo XXI,
Buenos Aires, 2004, p. 75. ISBN 987-1105-93-2.

9
como señala Gorelik, cuando Sarmiento escribió Facundo no conocía Buenos Aires 21, lo cual refleja
que la actitud iluminista de condenar el veneno español de los intelectuales europeos y criollos del
siglo XIX, les permitía elaborar juicios a priori.

Para analizar la estructura urbana latinoamericana, es necesario distinguir a la cultura barroca no


como una variedad degradada de la cultura europea, sino como una unidad de valor independiente
que, por su singularidad y riqueza expresiva, ofrece nuevas formas de entender la historia urbana
de América y de entendernos a nosotros mismos hoy y mañana. Nuestra cultura tiene aún mucho
que decirnos y que decirle a la historiografía universal.

Muchas ciudades no nacieron con fuerte, sin embargo de forma espontánea y bajo las exigencias de
la Modernidad, fueron construyendo su propio umbral periférico como en Puebla México, fundada
en 1531 por españoles y para españoles, para su erección requirió de mano de obra indígena, la que
provenía de diversas regiones y que por ordenanza real, no podía vivir en pueblos españoles, por lo
que se asentaron en los alrededores de la traza. Se sabe que en 1546, el Cabildo hizo extensivo los
privilegios de los vecinos a los indios que se habían ido asentando en la ciudad, eximiéndoles del pago
de tributo y dándoles solares, con la condición de residir durante cinco años y prestar algunos ser-
vicios. Años más tarde, en 1550, el Cabildo dispuso que los indígenas vivieran fuera, apartados de la
traza española y que se les otorgara “…algún sitio o solar para hacer sus casas” 22.

Fue así como surgieron los primeros barrios populares, distribuyéndose por etnias a los alrededores
de la traza de Puebla 23, segregados por un río que funcionaba y, aunque ahora ya no es río, sigue fun-
cionando como un umbral que separa tejidos y trazas contrastantes con respecto a la ciudad central.
Muchos de estos solares otorgados a los indígenas se localizaban en zonas bajas susceptibles de
inundación y/o con suelos inestables, aquí las calles no eran ordenadas como en el centro. No obs-
tante, los accidentes topográficos y la sencillez de sus recursos humanos y materiales produjeron
paisajes callejeros diversos. Por un lado la calle del barrio popular, llena de colorido más que por una
intención creativa, por una necesidad expresiva. Por otro lado, se destaca la calle sobria del centro,
jerarquizada así por toda la sociedad, ya que la diferente condición socioeconómica, como en la
vida medieval, no era motivo de tensión. El pensamiento propio de la Modernidad no había sido to-
talmente asimilado en los primeros años de la colonia. Se percibía una especie de continuidad gótica
donde la Modernidad no era la misma; ni siquiera una copia de la Modernidad europea, ya que más
que representar la puesta en práctica de ideas nuevas y originales, deriva más bien de unas ideas
que vuelven a ser vigentes. La aceptación del esquema y su invariable repetición en suelo americano
contribuyen a su perfeccionamiento 24. Esta situación generó umbrales urbanos diferenciados de los
europeos que, en su momento, debieron ser muy particulares: mientras todo umbral espacial euro-
peo del siglo XVI, era el mismo umbral medieval ocupado por una sociedad renacentista, las calles
de la misma época en Latinoamérica, eran ya umbrales espaciales renacentistas con una sociedad de
mentalidad medieval. El reencuentro de un umbral perdido en el viejo mundo medieval.

21
Ibídem.
22
TERAN José Antonio, El desarrollo de la fisonomía urbana del centro histórico de la ciudad de Puebla, 1531-1994, Univer-
sidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, 1996, p. 23. ISBN 10 968-66831-2-7.
23
Ibídem.
24
GASPARINI Graziano, “Manifestaciones culturales periféricas” en SEGRE Roberto, América Latina en su arquitectura,
Siglo XXI, 1996, México, p.148. ISBN 968-23-0273-0.

10
4. Los umbrales entre el espíritu y la razón

El espacio urbano arquitectónico también se involucra en el nuevo umbral dialéctico entre lo espiri-
tual y lo racional, lo deductivo y lo inductivo, lo dinámico y lo estático. Por ejemplo, si observamos
la estructura básica de la composición del conjunto urbano-arquitectónico de la Basílica y la Plaza
de San Pedro en Roma y la comparamos con la de Teotihuacán, es posible identificar en ambos mo-
delos un eje a través del cual, no sólo se desarrollan ambas composiciones, sino además, este eje
le imprime un sentido direccional a cada conjunto, aunque hay una diferencia fundamental porque,
en el caso de Teotihuacán, ciudad construida en el año 250 d.C. exclusivamente por motivos espiri-
tuales, en donde lo racional es únicamente la herramienta de un trazado físico perfecto, hay un eje
dominante (Calzada de los Muertos), que marca una direccionalidad hacia su objetivo o elemento
primario (Pirámide de la Luna), los pequeños ejes transversales son de mucho menor importancia
y por tanto sus centralidades también.

Este eje estructurante, a lo largo de la historia y en distintas geografías, gana o pierde fuerza pro-
tagónica, a veces, con el deseo de estabilidad y de cierta tendencia a la centralidad se contrarresta
con otro eje que lo cruza perpendicularmente, como en el Panteón de Roma. En otros casos, su
presencia se remarca por su gran proporción y continuidad, persuadiendo al movimiento direccio-
nal como la Catedral de Chartres.

En otros casos aparece otro foco para generar una segunda centralidad, es el caso del conjunto
de San Pedro, el eje estructurante se arma con más componentes, en donde el interior arquitec-
tónico pretende compensarse en su jerarquía con el exterior urbano, mediante la generación de
dos centralidades, la primera, al interior de la Basílica central sugerida inicialmente como única por
Bramante, coexiste con la adaptación al modelo basilical tradicional, a través del eje que se articula
con la segunda centralidad en el exterior, generada por la columnata de Bernini, a partir de la cual,
se organiza una composición que intenta, desde un proyecto donde la perspectiva se impone, equi-
librar, pero a la vez tensionar, tanto lo arquitectónico como lo urbano; el interior y el exterior; lo
espiritual y lo racional.

Teotihuacán, elige un solo eje estructurante, destacando su carácter teocéntrico, tal como lo eli-
ge también la catedral de Chartres, aunque esta última utiliza la direccionalidad hacia un interior
arquitectónico que intenta alejarse de lo terrenal e invita a los fieles a un encuentro con Dios. En
Teotihuacán, el eje no se introduce en el monumento, permanece en el exterior, enmarcado por
remates visuales jerarquizados que conducen la mirada hacia la cúpula celeste; la morada de los dio-
ses permanece impenetrable, tal y como sucede en la Grecia antigua, donde se privilegiaba “aquello
por lo cual para los hombres vale la pena vivir juntos”, es decir, compartir entre ellos y los dioses
palabras y actos. El ágora es una puesta en escena común que permite a cada ciudadano y también
a los dioses, elegir el papel protagónico de mayor gloria 25.

La primacía del espacio exterior tanto en Teotihuacán como en Atenas es característica fundamen-
tal de ambas culturas, aunque sus motivaciones sean diferentes. En Atenas el eje se tensiona entre
el Ágora y la Acrópolis, mientras que en Teotihuacán el eje direccional hacia la pirámide mayor no
presenta ninguna tensión; conduce inevitablemente la mirada hacia lo divino.

La primacía del espacio dinámico interior en las iglesias góticas, contrasta con el espacio reposado
de San Pedro con su doble centralidad urbano-arquitectónica.

25
ARENDT Hannah, Condition de l ´Homme Moderne, 1958, en MONGUIN Olivier, La condición urbana: La ciudad
urbana a la hora de la mundialización, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 101. ISBN: 950-12-6558-7.

11
La Capilla del Rosario en Puebla, obra representativa en la que se manifiesta en todo su esplendor
y madurez el arte barroco americano, presenta también el eje de tensión, pero a diferencia de San
Pedro, la centralidad de la decoración simbólica interior de la capilla gana la pulseada a la centralidad
del recinto urbano exterior; el eje parece acelerarse paulatinamente mientras cruzamos por la iglesia
de Santo Domingo, ingresamos a la Capilla cuya decoración simboliza integralmente a la escala de
Jacob (camino de elevación) pasando bajo la bóveda con las virtudes teologales, hasta rematar con la
mirada hacia el Espíritu Santo en lo alto de la cúpula central. Este umbral no tiene la misma tensión que
el de San Pedro ni el resto de los ejemplos anteriores. Su originalidad es incuestionable, independien-
temente de la reutilización y reinterpretación de elementos del acervo arquitectónico occidental.

Por un lado, es indudable que desde el inicio del siglo XVI, se ve reflejado nítidamente un sincretis-
mo religioso, independientemente de las intensidades y variantes interpretativas del mismo en todo
el continente. Los frailes mendicantes edificaron con la ayuda de la mano de obra indígena, de alta
creatividad y sensibilidad, los conjuntos conventuales desde el siglo XVI.

Sin duda, es posible notar, en estos conjuntos, la influencia de los antiguos conventos medievales.
Ramón Gutiérrez nos dice que las funciones externas (catequesis, liturgia, enseñanza, asistencia) y
las internas (producción agrícola y artesanal, formación espiritual) eran similares, pero los problemas
de escala y concepción cultural variaron las propias propuestas arquitectónicas. Estas variaciones se
pueden apreciar en la fortificación, el uso del atrio, las capillas abiertas y las capillas posas 26.

Este programa, impuesto por la necesidad de persuadir a los indígenas a transitar de la costumbre
del culto exterior al culto interior, presenta umbrales urbano-arquitectónicos de carácter muy par-
ticular, primero porque se visualiza el eje estructurante externo con su propia centralidad (la cruz
atrial) que, en la mayoría de las fundaciones mesoamericanas, funcionaba originalmente como el
elemento rector no solo del atrio, sino de toda la población porque, en el caso en que los conven-
tos se insertan en estructuras urbanas consolidadas (Oaxaca, Querétaro, Puebla, Guadalajara, etc.)
desaparecen los condicionantes defensivos y se modifican los espacios externos para insertarse
en los usos urbanos 27 aunque después, durante los procesos urbanos del siglo XVIII, el centro se
trasladó a otra plaza, o se transformó la preexistente para que coexistieran, con la misma jerarquía,
el poder religioso y el poder civil.

Pero volviendo la mirada hacia el atrio, se aprecia, además del eje que conduce al interior del tem-
plo con su propia centralidad, el conjunto de capillas posas, el portal de peregrinos y la capilla abier-
ta que, integran todo un sistema funcional urbano producto de un programa de necesidades 28 .
Esta exigencia en la composición urbana es totalmente contraria a las exigencias espaciales euro-
peas tanto medievales como renacentistas.

Durante los siglos XVI y XVII, mientras en América los fieles eran programadamente preparados
para ingresar al interior de la iglesia, en Europa es a la inversa; conforme se aceleraba la Moder-
nidad, se intentaba jerarquizar cada vez más al espacio exterior, siempre, a través de la mayor o
menor tensión del eje estructurante.

26
GUTIÉRREZ Ramón, Arquitectura y Urbanismo en Iberoamérica, Cátedra, Madrid, 1992, p. 29. ISBN 84-376-0442-7.
27
Idem, p. 37.
28
Las funciones del atrio están descritas en un grabado de Fray Diego de Valadés, en LIRA VÁSQUEZ Carlos, Para una
historia de la arquitectura mexicana, Tilde, Universidad Autónoma Metropolitana de Azcapotzalco, México, 1990, pp.
59-60. ISBN 968-6363-07-6.

12
En Sudamérica, aunque con otra intensidad, los invariantes de la nueva cultura Iberoamericana,
están presentes. Ya Chueca Goitia señalaba el sentido de la conquista de América donde España es
capaz de reducir un continente a la unidad de Idioma, Religión y Arquitectura sin alterar su propia
pluralidad regional. El mudejarismo andaluz, la idea de exteriorización del espacio sacro, una cierta
intemporalidad respecto a los estilos artísticos y la reiteración española de una arquitectura de
volúmenes enfatizada por efectos de silueta, son aportes que ciertamente se presentan con menor
intensidad en el sur del continente pero conocido es que el Río de la Plata tuvo este carácter (de
transculturación periférica) dentro del proceso de la conquista pues alejado del epicentro geopo-
lítico del Caribe y satelizado en cierta manera desde Lima, no pudo perfilar por razones de índole
económica un papel que trascendiera el simple abastecimiento de materias primas y un equilibrio
regional interno basado en la mera subsistencia 29.

Sin embargo, dentro de este carácter de transculturación periférica en donde tal parece que el
desarrollo formal de la arquitectura sudamericana de los siglos de la pre modernidad vive de présta-
mos, se distingue un invariante sustancial sobretodo en la relación –que nos ocupa– entre el espacio
urbano y el arquitectónico. Este umbral adquiere un carácter singular porque, ante la simpleza del
programa arquitectónico, se recurre al tratamiento ornamental concentrado en las portadas tanto
en iglesias como en edificios civiles, hecho que muestra también, aunque con menor profusión que
en Nueva España que se perfila en el siglo XVII hacia un barroco muy diferente al europeo, más que
una intención creativa, una necesidad expresiva. El umbral en América invita hacia el interior, mien-
tras que en la misma época, en Versalles, proyecto representativo del barroco absolutista europeo,
este espacio se convierte en un umbral sin intenciones persuasivas.

La arquitectura guaranítica y su urbanización también integran conjuntos jerarquizados en su com-


posición. La Plaza Mayor, equivalente al atrio del siglo XVI en México, funciona como un umbral
entre el exterior y el interior, entre lo secular y lo sacro, a través del eje estructurante que pasa
por el centro y penetra hasta el interior de la iglesia; y a la vez, organiza a todo el asentamiento
empezando por las casas de los caciques que rodean la Plaza y siguiendo con las casas de los indios
formando bloques alargados con galerías perimetrales que, aparte de su valor como espacio de
recorrido y umbral de transición entre el interior y la calle, constituía una útil protección climática
y un resguardo de la estructura de muros contra los agentes destructivos de la intemperie 30, esta
solución propia del siglo XVII en América del Sur, será distintiva en la tipología de los umbrales ur-
bano arquitectónicos de la región, tanto, que aún hoy sigue siendo motivo de elección.

Tanto el damero de origen romano, antes o después de las Ordenanzas de Felipe II, como la galería
guaranítica, la recova y/o el patio porticado de las casonas coloniales mexicanas, alcanzan niveles de
expresión particularizados en cada rincón de Latinoamérica, se trata de la cultura barroca america-
na, cuyo valor, no se reduce al simple tratamiento ornamental de estructuras, sino que se expresa
en la integración armónica de todo umbral urbano arquitectónico.

Tanto las estancias jesuíticas como los conventos de los frailes de las distintas ordenes, guardan
invariantes en la composición de sus umbrales, se reconoce claramente el eje que se dirige hacia su
centralidad interior. Los patios porticados de los conventos ubicados generalmente al costado de
la iglesia, forman los microambientes de doble herencia cultural, la romana y la árabe a través del
mudejarismo español y reinterpretado en múltiples versiones según la localidad, como por ejemplo
los umbrales derivados de las portadas Tequitqui en México, como también la evolución del apoyo

29
WAISMAN Marina (Coordinadora), GUTIÉRREZ Ramón, NICOLINI Alberto, DE PAULA Alberto. Documentos para
una historia de la arquitectura argentina, Summa, Buenos Aires, 1980, pp. 33-42.
30
Idem, p. 44.

13
barroco, desde el purista de fines del siglo XVI, pasando por el de estrías móviles, el tritóstilo, el
tableteado, el salomónico, el estípite, el losángico, hasta el neóstilo usado ya en el siglo XVIII 31, y
las manifestaciones diferenciadas entre el umbral del barroco urbano y el rural, el primero con el
predominio de elementos importados del repertorio europeo y el último con el predominio del
aporte local, donde es posible apreciar la proliferación de elementos decorativos barrocos sobre
estructuras sobrias del siglo XVI, lo que posibilita cierta transformación en el paisaje urbano de
ciudades como Oaxaca y Puebla.

Ésta, mal llamada, provincialización barroca con sus variantes e invariantes, surge, no de la impo-
sición estilística europea, sino de la libre reinterpretación de aportes europeos que, en la misma
época en Europa, se empleaban con intenciones totalmente diferentes.

5. Los umbrales del absolutismo

El siglo XVII, cuyos protagonistas principales no son Italia y España sino Francia e Inglaterra, traerá
consigo, una nueva forma de concebir los umbrales urbano-arquitectónicos. Versalles, el imponente
palacio de Luis XIV, integra un conjunto urbano en donde la tensión desaparece casi por completo.
Este siglo XVII y gran parte del XVIII, van a ser siglos de una nueva reformulación de las condiciones
de la historia, de la idea sobre la historia, de la conciencia en la historia, donde aparece lo que se va a
llamar la Querella, una disputa de pensadores, “antiguos” y los “modernos”32, en donde los “moder-
nos” imponen una relación diferente entre el espacio urbano y el arquitectónico. Versalles, no fue
tanto la vanidad de Luis XIV como un símbolo de la monarquía absoluta y el ejemplo sobresaliente
de la arquitectura barroca aristocrática. Representó un movimiento que se apartó del gobierno
descentralizado feudal, y se orientó al Estado centralizado moderno 33.

Como postuló Descartes en el siglo XVII, la verdad viene de adentro. Viene de ese sujeto racional.
Ya hemos dejado atrás la revelación, los misterios, lo bíblico, el diálogo de los hombres con los dio-
ses 34. Ahora el diálogo es entre los hombres y el poder absoluto del rey. El espacio vital, en el plano
barroco, era considerado como una inutilidad, pues la propia avenida determinaba la forma del lote
y la profundidad de la manzana 35.

El proyecto de Versalles, de Claude Perrault, quien desplazó a Bernini, es como el proyecto de


una población completa donde la centralidad espiritual desaparece por completo. Aquel eje es-
tructurante que tensa el umbral entre lo divino y lo secular, se convierte en varios ejes radiados,
sin tensión, en donde la mirada se dirige a escenarios que evocan el poder absoluto del rey cuyo
palacio permanece indiferente, sus umbrales bellísimos no tienen la necesidad de convocar, tan solo
el despótico interés de exhibir al edificio como inalcanzable. Éstas fueron las bases aceptadas para
el planeamiento de nuevas secciones del París del siglo XIX, y el plano urbano de Washington. Tal
vez cuando Fourier diseñó su Falansterio utópico tenía presente también el modelo de Versalles,
tal vez, como aquel sueño popular del siglo XIX, para alcanzar lo que antes era inalcanzable. Aún
en la actualidad, una de las condiciones proyectuales urbano arquitectónicas más recurridas tienen
su apoyo en este conjunto.

31
LIRA VÁZQUEZ Carlos, op.cit., pp. 88-96.
32
CASULLO Nicolás, op.cit., pp. 222-223.
33
FLEMING William, op.cit., p. 233.
34
CASULLO Nicolás, op.cit., p. 226.
35
MUMFORD Lewis, op.cit., p. 533.

14
Así, en el barroco europeo del siglo XVIII, el modo de entender la ciudad produce un cambio radi-
cal en el modo de entender el umbral. El espíritu de la ciudad-estado cerrada en si misma que de un
modo u otro había subyacido en la ciudad medieval y el renacimiento, desaparece para dar paso a la
ciudad capital del Estado. En estos umbrales, el espacio simbólico se concibe subordinado al poder
político, cuyo papel sobresaliente tratará de destacar la arquitectura urbana mediante un nuevo
planteamiento de perspectivas y distribución de espacios: El origen y el destino, condicionantes pri-
marios para la composición de la calle, estarán en función siempre de un punto fijo de referencia y
carácter público, ya sea un hito, una plaza, el palacio de los nobles o cualquier otro monumento que
represente el poder político del Estado. La calle que se somete a esta función primordial y acompa-
ña al trazado barroco, cumple la función adicional de exhibir las fachadas de la nueva burguesía. Este
hecho sumado al aumento de la población produce el fenómeno, ya citado, del modelo ternario de
la primera mundialización, fenómeno económico claramente vinculado con la ciudad mercantil que
en el plano político acompaña la aparición de las libertades comunales 36.

Con la aparición de las periferias, aparece una clasificación de lugares y flujos, por consiguiente, la
clasificación de las calles de la Modernidad, sin que esto quiera decir que esta clasificación corres-
ponda a la necesidad de ordenar funcionalmente a la ciudad, ni mucho menos para resolver los um-
brales entre el centro y la periferia, sino simplemente para embellecer la exhibición de los lejanos
umbrales del poder político.

6. Los umbrales de la Modernidad entre


las ciudades argentinas y mexicanas

Los hechos más significativos que aceleraron la incorporación del continente americano al proceso
de la Modernidad Europea, son, primero, la llegada de los reyes borbónicos a la Corona española
en 1700 y la expulsión de los jesuitas por Carlos III en 1763. Después de dos siglos y medio, el pro-
yecto barroco americano, es cambiado por un proyecto barroco ilustrado en donde se pretende
que los virreinatos se conviertan en, ahora sí, verdaderas colonias sujetas al poder borbónico. Acá
podríamos también hablar de transplantes y de retórica persuasiva, pero es más interesante verifi-
car las diferencias barrocas y neoclásicas entre Europa y América.

Desde el racionalismo de Descartes pasando por el romanticismo filosófico de Kant hasta el pensa-
miento revolucionario de Voltaire, Europa, fundamentalmente Francia, fue formando a los grandes
inspiradores de los movimientos en América. Así, el neoclasicismo penetró en España desde Fran-
cia, a través –especialmente– de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, inspiradora
de la Real Academia de San Carlos en México y del Real Cuerpo de Ingenieros Militares en el Río
de la Plata.

La nueva producción arquitectónica neoclásica se impone en el paisaje, intentando desbarroquizar-


lo para someterlo al canon académico de la expresividad estandarizada, en donde el umbral no solo
prescinde del ornato barroco, sino que se vuelca en su contra y lo expulsa porque, el academicismo
ilustrado veía en la expresión barroca, no únicamente la presencia de la Fe religiosa, sino la jerarquía
de ésta sobre la razón, amenaza intolerable para los intelectuales de la época.

Los retablos barrocos que, a pesar de la presencia borbónica, se siguieron construyendo en México
durante el siglo XVIII, en el XIX fueron quemados en su gran mayoría por la piqueta liberal mientras
se importaban los nuevos modelos de edificios gubernamentales que, aunque sin adornos barro-
cos, contenían toda la influencia versallesca porque fue el mismo poder despótico el que actuó,

36
MONGIN Olivier, op.cit., p. 175.

15
supuestamente, contra el mismo despotismo, aunque ahora ya desbarroquizado para justificar la
Revolución e inspirar a la corriente neoclásica. Bastaron 100 días para acabar con tesoros de arte y
frutos intelectuales que se habían acumulado durante trescientos años 37.

Tanto Miguel Hidalgo como Simón Bolívar, José de San Martín, Manuel Belgrano, con el debido
respeto e independientemente de sus admirables virtudes y logros, fueron herederos directos
del pensamiento de la revolución ilustrada. Particularmente Rivadavia en Argentina, ejemplificaba
la faceta de la negación histórica, la miopía barnizada de “progresismo” y del eficientismo de los
ilustrados 38 y propició una apresurada imposición de modelos culturales, que entre otras cosas,
suplantarán la tradición arquitectónica criolla 39.

En Buenos Aires, el nuevo modelo, dictado para crear la ciudad europea, “culta y civilizada” frente a
la “barbarie” expresada por las formas de vida tradicionales, requirió de la creación del Departa-
mento de Ingenieros y Arquitectos y el Departamento de Ingenieros Hidráulicos, en donde la ar-
quitectura y las “bellas artes” serán patrimonio del pensamiento francés, mientras el equipamiento
y la infraestructura, quedará a cargo de los británicos.

El contexto cultural correspondiente tanto a la Revolución de Mayo en Argentina como al mo-


vimiento independentista en México, se expresa con invariantes como la pirámide de Mayo en
Buenos Aires, o el obelisco conmemorativo de Carlos III en el zócalo de la ciudad de Puebla,
transformado después en monumento conmemorativo de la independencia, ambos documentan la
influencia del estilo “neo egipcio”, en boga al principio de la época bonapartista 40.

Antes de 1700, los reyes de la casa Austria habían dirigido la conquista concentrándose en las re-
giones más pobladas del continente, así, la ocupación y aprovechamiento de grandes extensiones
territoriales era un objetivo secundario y subordinado a la evangelización. Por el contrario, los re-
yes borbónicos cambiaron esta visión, considerando más importante la extensión y riqueza de los
suelos productivos que en su mayor parte estaban en el sur. La creación del Virreinato del Río de la
Plata en 1776, aunque de corta duración, fue producto de esta visión estratégica.

Nueva España, Nueva Granada y Perú, fueron únicamente colonias sujetas al poder borbónico,
mientras que el Virreinato del Río de la Plata, merecía mayor atención porque ofrecía mayores
réditos para la Corona y ya se vislumbraba la amenaza de la invasión portuguesa.

Es realmente significativo que durante la independencia, en cada uno de los cuatro virreinatos ame-
ricanos, surgieron grupos en torno a dos posiciones: erigir una propia Junta Suprema (lo que equival-
dría a una independencia de facto), o bien someterse a la Junta de Cádiz (obviamente, enemiga de
cualquier intento de independencia). En el Virreinato del Río de la Plata, desde un principio, preva-
leció la primera 41. Este hecho, es reflejo de la diferente relación entre la Corona borbónica y cada
virreinato y marcará un destino diferente, sobretodo en el contrastante desarrollo de la región riopla-
tense con respecto a Nueva España donde, quienes sostenían la posición de formar la Junta Suprema
fueron neutralizados en 1808, lo que ocasionó que la guerra de independencia fuera más un proceso
conflictivo entre liberales afrancesados y conservadores españoles incluyendo al clero regalista, por el
simple interés de adueñarse de las colonias, más que por el anhelo de una república independiente.

37
SCHLARMAN Joseph, México Tierra de Volcanes, Porrúa, México, 1987, p. 365. ISBN 970-074-9460.
38
GUTIÉRREZ Ramón, op.cit., p. 391.
39
Ibídem.
40
WAISMAN Marina, op.cit., p. 57.
41
LOUVIER CALDERÓN Juan, Historia política de México, Trillas. México. 2004, p. 38. ISBN 968-24-7147-8.

16
En el México del siglo XIX se iniciará un camino en medio de ruinas ocasionadas por estas dis-
putas. Tras el fugaz Imperio de Iturbide, las logias masónicas se apoderaron de la autoridad civil,
sumiendo a México en una feroz anarquía. Las logias yorkinas formaron el partido americano (des-
pués llamado Partido Liberal), y propugnaban por el sistema republicano federal, mientras que las
logias escocesas formaron el núcleo del Partido Conservador y apoyaban al establecimiento del
sistema republicano centralista. De hecho, el Partido Conservador fue tan liberal como el de sus
adversarios. Sin embargo, las pugnas entre liberales y conservadores rompieron la unidad de los
mexicanos con el resultado de que, tan solo en los primeros cuarenta años de vida independiente,
la nación mexicana sufrió 240 rebeliones, 60 cambios de manos en la presidencia y la pérdida de la
mitad del territorio nacional 42. Así, el siglo XIX en México transcurrirá en medio de guerras y de
un obsesivo deseo de extranjerización radical, manifestado claramente en umbrales urbano arqui-
tectónicos academicistas que, sin embargo, tendrían que tolerar cierta incorporación de elementos
reinterpretados del barroco indígena como el color y las texturas mediante el empleo de materiales
de la región como el tezontle que sustituye a los sillares clásicos de cantera, o como también la
construcción de cimientos abovedados que permiten mayor estabilidad en un suelo errático como
el del Valle de México.

De esta época, destacan ejemplos del Neoclásico como el Palacio de Minería en la ciudad de Méxi-
co de Manuel Tolsá y la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, entre muchas otras expresiones
que, a pesar de la intención uniformadora del academicismo convivieron con los trazados urbanos
coloniales y contribuyeron a la construcción de tejidos con umbrales que afirman la resiliencia cul-
tural barroca ante las imposiciones de la modernidad europea.

Coincidente con el período liberal en Argentina (1880-1914), La paz porfiriana en México, llamada
así por su carácter de umbral entre las intervenciones extranjeras y la Revolución Mexicana, fue
un período de relativa oportunidad tanto para el crecimiento económico como para imitar a las
vanguardias francesas del momento. La ciudad de México, por ser la capital va a manifestar más cla-
ramente el proceso, las tendencias y condiciones dentro de las cuales se desarrolló la arquitectura
de esta singular época y que refleja las contradicciones de la sociedad porfiriana 43. El eclecticismo,
la permanencia de gustos y esquemas académicos provenientes de las Escuelas de Bellas Artes
europeas, que influyeron tanto durante el Neoclásico, la necesidad y el deseo de buena parte de la
sociedad por el revival, y al mismo tiempo su interés por integrarse a la modernidad del Nouveau,
junto con un deseo nacionalista basado en la interpretación de lo prehispánico, retratan claramen-
te, el desarrollo y evolución de una sociedad que con gusto, a cambio del “progreso” se sometía a
una dictadura 44. El proyecto haussmaniano de Paris fue el principal referente en cuanto a la moda
paisajística, pero no en cuanto a su motivación y justificación urbanística. Sin embargo, las interven-
ciones en materia de diseño urbano fueron muy limitadas y encapsuladas en pequeños fragmentos
(Paseo de la Reforma y sus parques en la ciudad de México, Av. Juárez y el Paseo Bravo en Puebla,
etc.), evidenciando un nulo intento por llegar a propuestas integrales, de hecho, si los umbrales
urbano arquitectónicos tuvieron alguna transformación, ésta dependió, casi en su totalidad, de la
nueva arquitectura ecléctica, la Nouveau, la neo prehispánica y la neocolonial. De este período se
destacan el Palacio de Bellas Artes de Adamo Boari, quien manifestó que las formas arquitectónicas
propias de un pueblo debían utilizarse en la arquitectura pero “renovadas y modernizadas”. En
congruencia con ese pensamiento utilizó elementos indígenas en dicha obra, Boari trató de hacer
un Art-Nouveau mexicanizado, por lo cual asoman en muchas partes cabezas de tigre y coyote y
unas poderosas serpientes ondulan en los arcos de las ventanas del primer piso. La ubicación de

42
LOUVIER CALDERÓN Juan, Cultura mexicana y globalización, Edamex, UPAEP. México.1995, p. 90. ISBN 968-409-815-4.
43
LIRA VÁSQUEZ Carlos, op.cit., p.141.
44
Ibídem.

17
esta obra permitió fusionar varias manzanas céntricas que se articulan con la Alameda Central. Sin
embargo, esta articulación queda prácticamente condicionada a la cuadrícula preexistente.

Mientras tanto, la Argentina del siglo XIX, se perfila como un país paralelo al desarrollo europeo, el
extenso suelo productivo, la creciente inmigración y la importante vocación agro exportadora ge-
neró la necesidad de múltiples asentamientos urbanos que, favorecidos por la topografía, admitían
al damero perfeccionado. Este proceso se ve coronado con un período de extraordinario empuje
en todos los ámbitos de la vida urbana; entre 1880 y 1910. Por ejemplo, la población urbana de
1869 a 1914 pasó del 28% al 53% 45.

La infraestructura ferroviaria atravesó las ciudades; sus estaciones marcaban los límites urbanos
procurando no interferir con las funciones de los centros históricos 46 (Puerto Madero y Rosario),
permitiendo que las estructuras urbanas se definieran por zonas autónomas y con una eficiente
vestibulación, o sistema de umbrales, como en Buenos Aires, único caso en Latinoamérica ya que
en ese entonces, solo Washington contaba con una estructura similar. El plano de Rosario consti-
tuyó un paso adelante en relación con el de Buenos Aires, y tomó como modelo la propuesta más
avanzada del momento –no europea sino americana– conocida el mismo año de la contratación de
Bouvard: el plan de Chicago, de Burnham y Bennet 47.

Buenos Aires fue una ciudad formalmente pensada como una ciudad ideal, delimitada, y una estruc-
tura zonificada. El proyecto elegido para el puerto es una muestra del deseo de no crecer más allá.
Sin embargo, el crecimiento fue inevitable y el proyecto de la ciudad de La Plata 48 como capital
posible, expresa claramente la intención de abarcar la totalidad del proyecto urbano intercalando
damero con diagonales. Intención no presente en las ciudades mexicanas. Pero además en Argen-
tina, como dice Liernur: el país urbano no se construyó exclusivamente en las grandes ciudades.
Con sus artefactos, sus demandas de nuevos consumos y, en consecuencia, con la expansión de los
sistemas industriales y extractivos, las ciudades ocuparon también, jalonándolo, el territorio no ur-
banizado. Se crearon de ese modo pueblos industriales, colonias agrícolas, instalaciones turísticas,
centros de salud 49.

En materia arquitectónica, tanto en Argentina como en México, se produjo el academicismo neoclá-


sico, el Art Nouveau y el Art Decó. Sus diferencias interpretativas en uno y otro lugar dependen
de varios factores como: materiales de cada región, capacidad portante del suelo, incorporación
de elementos prehispánicos (en el caso de México), incorporación de elementos italianizantes (en
el caso de Argentina). La única tipología fuertemente característica de la modernización argentina,
y poco frecuente en otros países, se produjo de manera anónima y espontánea: la casa popular de
patio lateral 50. En México, el patio porticado central quedará como definitivo tanto para la arqui-
tectura monumental como la residencial. Esta diferenciación de umbrales espaciales se debe a la
contrastante exigencia de ocupación del suelo en cuanto a la división de predios, en Argentina esta
exigencia fue mayor y más temprana que en las ciudades mexicanas, las cuales aún avanzado el siglo
XX siguieron respondiendo al fuerte arraigo por la tradición colonial.

45
LIERNUR Jorge Francisco, Arquitectura de la Argentina del siglo XX, Fondo Nacional de las Artes, p. 25. ISBN 978-987-
641-000-7.
46
Idem, p. 26.
47
Idem, p. 32.
48
Idem, p. 30.
49
Idem, p. 34.
50
Idem, p. 45.

18
7. Los umbrales del Movimiento Moderno en Europa,
Norteamérica y Latinoamérica

Según Peter Hall 51, se reconocen tres vías en la reacción de los arquitectos ante la producción
urbano arquitectónica del XIX: la primera basada en la capacidad de la estética, formada por las co-
rrientes academicistas, que se influirían recíprocamente. Es frecuente distinguir en este enfoque de
tipo compositivo, al menos dos líneas distintas: la que, en continuidad con la Ecole de Beaux Arts,
parece orientarse hacia el monumentalismo (Brinkman, el movimiento de la City Beautifull, He-
gemann, pero también Henard y Garnier); y la que desde posturas más empíricas, extrayendo sus
conclusiones de la ciudad existente, alcanza un enfoque decididamente compositivo (Sitte, Unwin
–al menos en sus primeras obras).

La segunda, estaría formada por los técnicos que, arrancando de las propuestas eficientes, buscaban
completarlas con otros aspectos necesarios para la correcta gestión de la ciudad, con aspiración
de autonomía frente a la arquitectura. Emergen aquí las actuaciones y textos de diversos autores
englobados bajo la denominación de “tratadística alemana” sobre la construcción de la ciudad (Stu-
bben, Beaumeister, Eberstadt), desde el exterior de la arquitectura y atentas a las cuestiones de
higiene, circulación y economía productiva.

La tercera estaría formada por las propuestas con un alto grado de intención social reformadora.
Su actitud no es nueva, coincide con las de los utopistas y con los higienistas del siglo XIX, pero se
distinguen claramente de unos y otros. Por una parte se apoyan en la realidad social y por otra, la
necesidad de un punto de partida más racional. Ambas posturas de esta tercera vía, requerían de
modelos nuevos, como lo fue, de hecho la Ciudad Jardín de Howard, único modelo que resistió a la
crítica del Movimiento Moderno, gracias a su preocupación social que coincidió con objetivos bási-
cos de los años primeros de ese siglo, especialmente en las administraciones social demócratas 52.

El nacimiento del urbanismo como disciplina formal, coincide prácticamente con la llegada sorpresi-
va del automóvil a la calle, complicando el rol social de la misma y acelerando la gestación del nuevo
urbanismo de la Carta de Atenas.

Durante la primera mitad del siglo XX, mientras la ciudad jardín, por un lado, encara tres grandes
desafíos: 1.- La articulación entre la residencia y el campo, 2.- La densidad habitacional y 3.- El
control de la plusvalía del suelo urbano. El movimiento moderno por el otro, prepara el giro deci-
sivo para imponer, a través de la Carta de Atenas, las cuatro categorías de análisis que simplifican
la experiencia urbana bajo las bases de un racionalismo estático. Dos modelos son suficientes para
sintetizar la realidad urbana de la primera mitad del siglo XX: la Ciudad Jardín y la Villa Radiante,
ambos marcan el valor del umbral residencia-campo de baja y alta densidad respectivamente, por
encima del valor de la calle como umbral urbano arquitectónico.

En Benjamín, particularmente, en más de un ensayo aparece esta idea de lo que él denomina el


carácter destructivo 53, que tiene una función prometeica, es decir constructiva: despejada, pide

51
Según Peter Hall, las respuestas al urbanismo que se dan en el siglo XIX, de mera expansión burguesa, se reducen a
cuatro: la ciudad monumental y academicista; la ciudad jardín y el contacto con el campo, donde se incluiría la ciudad
lineal de Soria; la derivación hacia la planificación racional; y la nueva ciudad planteada por el Movimiento Moderno. Sin
embargo, antes del siglo XX, este último no había hecho eclosión y, por tanto, se pueden reducir a las tres del presente
texto. ORDEIG CORSINI José María, Diseño urbano y pensamiento contemporáneo, Océano de México, 2004, p. 21. ISBN
970-651-870-3.
52
SICA Paolo, en ORDEIG CORSINI José María, op.cit., p. 22.
53
FORSTER Ricardo, en CASULLO Nicolás, op.cit., 144.

19
tabula rasa, mesa limpia para poder escribir, a dibujar, a pensar, precisamente porque está seguro, o
cree al menos estarlo, de que la época abre una nueva oportunidad, que allí donde el peligro, la di-
solución, la crisis, aparecen como propio del tiempo, también justamente en el interior del peligro,
de la crisis, de la disolución de las grandes ideas, surge la oportunidad 54.

La vivienda y el automóvil se convierten así en una especie de binomio cuyo múltiplo resuelve,
racional y funcionalmente, toda la estructura urbana, mientras que el corredor urbano quedó ais-
lado de sus múltiples funciones; por un lado fue reducido a simple circulación como las autopistas
y nodos elevados y por el otro, a un flujo privativo dentro de contenedores habitacionales, comer-
ciales o industriales de propiedad horizontal en condominio.

En la Carta de Atenas, el movimiento quedaba circunscrito a una de las cuatro grandes funciones
urbanas, junto a la vivienda, el trabajo y el ocio, la ciudad tenía que prever las zonas de transporte.
Era ciertamente, el reconocimiento de su importancia, pero seguía siendo objeto de un tratamiento
separado, sustantivo, que tendía a dejar en manos de los expertos en transporte la definición física
de esta función y su localización en zonas especializadas 55.

El funcionalismo predominante en el urbanismo moderno descalificó pronto el espacio público al


asignarle usos específicos. En unos casos se confundió con la vialidad, en otros se sometió a las
necesidades propias del Estado. En casos más afortunados se priorizó la monumentalidad, el “em-
bellecimiento urbano” 56.

El primer atentado grave contra la vitalidad del sencillo umbral constituido por la calle, avenidas,
plazas y los espacios parcelados públicos o privados, se produce durante las décadas de los 20 y 30,
mediante un nuevo modelo de ciudad donde el espacio público sería mucho más abundante.

Independientemente de que la intención de los arquitectos del movimiento moderno haya sido la
de percibir a la ciudad como una pieza de transición, una propuesta que probablemente conduzca
al restablecimiento de un entorno natural virgen, “los arquitectos vanguardistas de la primera época
del movimiento moderno, en lugar de cultivar la naturaleza, insertaron sus edificios en ella”. Al pre-
tender optimizar el espacio residencial, lo desvincularon del espacio público y, a su vez, este espacio
generó una separación forzada entre sus dos funciones principales: el lugar y el flujo. Este umbral se
presenta con pocas posibilidades de tránsito. El mismo Le Corbusier transformó el umbral tradicio-
nal porque decía que la naturaleza, con sus grandes extensiones verdes, podía penetrar con tan solo
ser vista a través de las ventanas bien orientadas del espacio interior optimizado y tipificado.

Durante los años veinte se percibe ya la necesidad de institucionalizar el urbanismo con el apoyo de
universidades y la realización de congresos y publicaciones de autores como Buchiazzo en Argenti-
na y Manuel Touisaint en México 57. Este hecho constituyó un impulso importante de inserción del
urbanismo latinoamericano en un ámbito internacional. Sin embargo, la mirada de Europa –centro–
hacia Latinoamérica –periferia– siguió siendo la misma a la del siglo XIX. La diferencia consistió en
una mayor presencia de intelectuales del urbanismo europeo que ejercieron su influencia para la

54
Ibídem.
55
SOLA MORALES Ignasi, Presente y futuros. La arquitectura en las ciudades. Comite d’Organitzacio del Congres UIA
Barcelona 96, Barcelona, 1996, p.14. ISBN 84-89698-03-1.
56
BORJA Jordi, “Ciudadanía y espacio público”. Revista del CLAD Reforma y Democracia, N°12, octubre 1998, pp. 25-45.
ISSN 1315-2378.
57
ALMANDOZ Arturo, Entre libros de historia urbana. Para una historiografía de la ciudad y el urbanismo en América Latina,
Equinoccio, Universidad Simón Bolívar, Caracas, 2008, pp. 146-147. ISBN 980-237-238-2.

20
formación de intelectuales del urbanismo locales, quienes pronto aprendieron a ver las formas de
sus propias ciudades periféricamente, así lo confirman las impresiones que, para Norteamérica,
recoge Violich entre 1941 y 1942 58.

En general Argentina fue un territorio más fértil para el Movimiento Moderno. En materia de ur-
banismo los planes reguladores de Salta y Rosario, de Guido, Della Paolera y Farengo, así como los
estudios de Werner Hegemann 59 que, aunque respondían generalmente a la tendencia del Moder-
no, adquirieron rasgos muy particulares, condicionados por la geografía pampeana. Bajo esta misma
visión la presencia de Le Corbusier y su influencia en los profesionales locales fue decisiva, tal es el
caso del Plan Regulador de Buenos Aires de Ferrari Hardoy y Juan Kurchan en 1947 y la remodela-
ción del Barrio Sur también de Buenos Aires de Antonio Bonet en 1956.

En el caso de México, la influencia del Movimiento Moderno es aún más limitada, fragmentaria y pe-
riférica, debido fundamentalmente a esa resistencia a la cultura moderna que, sin embargo, se ins-
tala tardíamente en la posguerra, ya que durante la primera mitad del siglo XX, aparece un modelo
de reclutamiento estatal de las vanguardias 60 por parte del estado revolucionario, no para pensar
en la ciudad y en el urbanismo, sino para pensar una arquitectura-símbolo de forzada y superficial
identidad, mediante el revival prehispánico o neo indigenista como se observa en las obras de Juan
O´gorman, Alberto Arai, Ignacio Marquina, Alberto Mendoza, entre muchos otros 61. Mientras
tanto, en el ámbito urbano, la Modernidad no alcanzó su influencia sobre la planificación estatal en
las ciudades, como sí lo hizo tempranamente en Argentina 62. En México las ciudades principales se
desbordaron sin planificación de ninguna especie y las provincianas simplemente se ruralizaron más
dentro de sus tradicionales trazados.

La influencia del Movimiento Moderno en México, se verifica en la década de 1950 y está liderada
exclusivamente por la arquitectura urbanísticamente descontextualizada, como ejemplo los pro-
yectos de Mario Pani, Enrique del Moral, Juan O´Gorman en su etapa funcionalista, José Villagrán
entre otros.

8. Los umbrales posmodernos

Los discursos y las realizaciones que contestan las propuestas de la Carta de Atenas, entre 1950
y 1980, intentaron la reivindicación de los umbrales mediante una visión estructural de la ciudad,
como los estudios de Leslie Martin sobre un damero ideal de zonas construidas y zonas libres
demostrando que la disposición construida formando grandes patios tiene ventajas evidentes –de
mayor cantidad de suelo aprovechable o de menor altura de edificación– frente a la disposición
construida con bloques o manzanas densas dejando calles o espacios intermedios continuos 63.

También las propuestas estructuralistas de Alison y Peter Smithson para la reconstrucción de Berlín
y la urbanización de Robin Hood Gardens y Goleen Lane en Londres, donde Smithson redescubre

58
Idem, p.149.
59
Idem. p.181.
60
GORELI Adrián, “Tentativas de comprender una ciudad moderna”, Revista BLOCK de Cultura de la Arquitectura, la
Ciudad y el Territorio, Centro de Estudios de Arquitectura Contemporánea, Universidad Torcuato Di Tella, n° 4, Buenos
Aires, diciembre de 1999, p. 25. ISSN 0329-6288.
61
LIRA VÁSQUEZ Carlos, op.cit., p.162.
62
Visión evolutiva de la ciudad introducida por Carlos María della Paolera (1932) y una “ciencia de los planes” en la relación
entre la forma de la ciudad y la evolución de su organismo de Randle (1977), en ALMANDOZ Arturo, op.cit., p.153.
63
ORDEIG CORSINI José María, op.cit, p. 68.

21
la concepción de la calle 64, o los desarrollos de Candilis en Francia y los de Bakema y Van den Broek
en Holanda. Todos estos proyectos estructuralistas, destacan por su originalidad en su diseño ar-
quitectónico y su deseo de contrarrestar las debilidades observadas del Movimiento Moderno en
cuanto al umbral entre lugares y flujos. Sin embargo, sus aportes no dejaron de ser una derivación
de la misma corriente racionalista, los flujos y los lugares continúan aislados, con la diferencia de que
ahora pertenecen a una composición estructural integrada mediante la yuxtaposición de las redes
de flujos a distintos niveles con los bloques residenciales y comerciales de cierta composición indivi-
dualizada. Pero el corredor sigue siendo monofuncional, y es precisamente esta monofuncionalidad
la que se acentuará en el camino utópico hacia el High Tech.

En un sencillo análisis, Jane Jacobs repasa lo que se podría considerar como un conjunto de detalles
de diseño que favorecen o entorpecen la vitalidad urbana. Por ejemplo, la distinción del contac-
to vecinal natural frente al contacto obligado que algunas agrupaciones residenciales tipológicas
modernas creaban 65. O también, la necesidad de la mezcla de usos que garantiza la presencia
de personas en todo momento y con ella la seguridad del sitio. La densidad urbana, el rediseño
de vacíos fronterizos dados por la independencia de los barrios o por los bordes con actividades
industriales.

David Harvey, refiriéndose al postmodernismo en las ciudades, afirma que si los modernistas
planifican la estructura del espacio, los posmodernos diseñan, en una época en que los ideales
de igualdad del movimiento moderno son sustituidos por una descarada jerarquización del mer-
cado 66. Nunca como antes, la injusta renta privada del suelo había dañado tanto la estructura social
y por consiguiente al espacio público.

Confluye en esta escena del presente que vivimos, como primer elemento, lo que se dio en llamar
la crisis del sistema capitalista, que por supuesto no es una crisis como la que pensaba el marxis-
mo o la revolución, cincuenta años atrás, una crisis terminal, que es una crisis de reformulación. A
mediados de la década del 70 tiene su fin la onda expansiva de un desarrollo sostenido del capita-
lismo, que se iniciará en la segunda posguerra, y la lenta hegemonía a partir de esta crisis (que se
va a emblematizar, a mediados de los 70, con la famosa crisis del petróleo), del capital especulativo
financiero por sobre el clásico capital de inversión industrial 67.

Las reformulaciones del modernismo, que surgen automáticamente desde el mismo momento
en que la segregación funcional y la serialización de la vivienda intentan imponerse en diversos
lugares del mundo, conducen a considerar que, aunque la arquitectura edificatoria sigue teniendo
un protagonismo absoluto, se abandona la fría y repetitiva seriación de las fachadas y se adoptan
nuevos lenguajes, más personales e individualizados, tratando –no precisamente con éxito– de
contextualizarlos.

En Argentina, durante la década del 60, la inversión pública rebasó a la privada y, a la vez, ante las
nuevas influencias europeas del Team X, se crearon condiciones de inversión, escala y relación
estado/empresa/proyectista, permitiendo que, inspirada en los objetivos e inquietudes sociales que
hemos analizado, una parte de la matrícula experimentará en los grandes conjuntos nuevas solucio-
nes de mayores valencias existenciales 68.

64
ROSSI Aldo, La arquitectura de la ciudad, Gustavo Gili, Barcelona, 1971, p. 154. ISBN 84-252-0615-4.
65
ORDEIG CORSINI José María, op.cit, p. 143.
66
HARVEY David, La condición de la posmodernidad, Amorrortu, Buenos Aires, 1990, pp. 56-85. ISBN 950-618-652-5.
67
CASULLO Nicolás, op.cit, p. 196.
68
LIERNUR Jorge Francisco, op.cit., p. 353.

22
En Europa estas reformulaciones generan un espacio urbano con formas expresivas, sobretodo
en aquellos proyectos del “mixed development”, como los Barrios Hansa en Berlín y el World´s
End en Chelsea Londres, donde se evita la regularidad, el paralelismo y la igualdad; pero se mueve
dentro de los parámetros anteriores: continúa quedando como el negativo, el vacío dejado por
los edificios. Como consecuencia sin ningún espacio intermedio que haga de transición de escala,
los lugares de esparcimiento y representación son de tamaño desproporcionado. Esto es, porque
el módulo residencial sigue condicionando, no únicamente al conjunto de viviendas en cuestión,
sino a la ciudad toda, por más que ahora se intente recuperar la manzana y la calle, como en el
caso del barrio Centenario en Santa Fe Argentina, de Baudizzone, Díaz, Ervin, Lestard, Varas, en
donde tanto la calle como la manzana y sus vacíos interiores no dejan de permanecer ajenos al
conjunto residencial.

Otros ejemplos de este tipo de reformulaciones proyectuales, los podemos reconocer en las
propuestas del estudio Manteola, Sánchez Gómez, Santos, Solsona, Viñoly, como las viviendas de
ALUAR, en Puerto Madryn. O el conjunto habitacional Villa Soldati, de Bielus, Goldemberg, Wains-
tein, Krasuk, en Buenos Aires; que dejan de manifiesto la búsqueda de nuevos umbrales de transi-
ción entre la residencia, el espacio común, la manzana y la vía pública.

Esta búsqueda continúa hasta nuestros días, aunque ahora, se acumulan otros problemas con otros
retos: los que plantea la tercera mundialización.

9. Entre el umbral de exclusión y el espacio virtual globalizado

La tercera mundialización, producto, entre otros factores, de las nuevas tecnologías y de la revo-
lución económica iniciada ya en la década de 1960, al fusionar las “economías mundo” en una sola
“economía mundo”, inaugura rupturas históricas cualitativas 69.

En primer término, el Estado deja de desempeñar una función central porque ya no es el motor de
una política industrial 70.

Gracias al fenómeno de la globalización económica, sello indiscutible de esta tercera mundializa-


ción, tanto la cultura, la política, el carácter migratorio, la visión territorial y los marcos jurídicos de
las ciudades, responden fielmente a los dictados del mercado internacional que, a través de la elec-
trónica (Internet), monitorean sus intereses desde los grandes centros internacionales usurpadores
del poder del Estado, o cómplices de éste.

Ante este fenómeno de carácter mundial, surge entre otros, el fenómeno de la deslocalización de
la industria que se intensificará durante las últimas tres décadas del siglo XX. Mientras la segunda
mundialización se caracterizaba por la capitalización de la industria, la tercera opta por la indus-
trialización del capital, es decir, la financierización del capital y la importancia de la cotización en
Bolsa; la ciudad se transforma porque la industria ya no requiere de localización de lugares, sino
simplemente de flujos no localizados, se busca el no lugar. La calle pierde, aún más, su carácter es-
tructurador. Surgen así, dos tipos de comunicación, la que remite a lo “virtual puro” y la que remite
a lo “real” degradado.

Jean Toussaint Desanti, ha señalado que, si bien ese desfase entre lo real y lo virtual cambia la forma
de nuestra realidad en el mundo, no anula por ello lo real, sino que lo desvaloriza en comparación

69
MONGUIN Olivier, op.cit., p.175.
70
Idem, p.176.

23
con lo que nos ofrece lo puramente virtual 71. Entonces la calle y la plaza se desvalorizan también
al convertirse en flujo y centralidad degradados, ya sea por el abandono o por adquirir un carácter
monofuncional: lugar de tránsito vehicular, foco de violencia e inseguridad o borde entre enclaves
fragmentados.

En Argentina, durante las dos últimas décadas del siglo XX, posteriores a la dictadura militar, con
un Estado desorganizado y una economía colapsada, se inicia una época en la que el capitalismo, a
través de esta tercera mundialización, o globalización económica, estrena una nueva faceta. Según
Manuel Castels, a partir de los 80´ se ha operado un pasaje de lo que él denomina modo de desa-
rrollo industrial al modo de desarrollo informacional 72. En estas dos décadas la concentración de la
riqueza ha alcanzado en la Argentina un nivel desconocido hasta entonces 73.

Ya desde 1972, Jorge E. Hardoy, señalaba que en la ciudad latinoamericana se renuevan pautas de
vida rurales por parte de una creciente masa de población marginada de los programas básicos de la
comunidad. Y aseguraba que esa población constituiría en pocos años el porcentaje numéricamente
más importante de las metrópolis latinoamericanas y ocuparía una superficie sustancial de los futu-
ros territorios urbanos y suburbanos, y añadía que: su participación en las decisiones, en la medida
en que un proceso democrático de gobierno lo permita, será cada vez más fuerte y su contribución
al desarrollo económico de cada país será fundamental 74.

En la actualidad, lo que Hardoy señalaba, sigue vigente, con la aclaración de que: países como
Argentina y México, lejos de haber permitido que los procesos democráticos generen espacios
participativos, simplemente han permanecido ausentes, incentivando con ello la segregación socio-
espacial a través de la formación de guetificaciones, gentrificaciones y suburbanizaciones, en las
cuales, los umbrales urbano arquitectónicos tienden a degradarse o a privatizarse.

Las ciudades contemporáneas, en Europa y América, se han desarrollado, bajo esta condición dual
que, independientemente de que haya permitido el crecimiento macroeconómico de los países, las
provincias y ciudades; sus efectos negativos son más notorios porque las microeconomías tienen
oportunidades desiguales de desarrollo y amenazan con revertirse, incluso, en contra de quienes
las han producido. Cada día hay más población con menos y menos población con más. Esta ten-
dencia hace que el espacio público pierda su carácter integrador de la estructura urbana y, por un
lado, responda fragmentariamente a intereses particulares, o, por el otro, sea ignorado tanto por
el Estado como por la sociedad.

Como Liernur señala, siguiendo la definición de Derrida, la frivolidad se hace presente en dos senti-
dos: por un lado, como producto de la separación entre el significado y el significante, y por el otro
como una manifestación que se asocia al despilfarro de recursos, al prestigio de los asuntos banales o
al goce hedonista, indiferente a las miserias propias o circundantes 75. Curiosamente, este estado de
frivolidad, estuvo también presente en México desde el inicio de la década de los 80´, cuando el sueño
de la abundancia petrolífera, durante el gobierno de López Portillo, produjo gastos y endeudamientos
excesivos para un país que empezaba a experimentar el inicio de la caída de la llamada dictadura per-
fecta del PRI, pero que al mismo tiempo aceptaba las reglas de una nueva economía de mercado.

71
MONGUIN Olivier, op.cit., p. 185.
72
CASTELS Manuel en LIERNUR Jorge Francisco. Arquitectura de la Argentina del siglo XX, p. 359.
73
Idem, p. 361.
74
HARDOY Jorge Enrique, Las Ciudades en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 1972. p. 68. ISBN 847-1004-887.
75
LIERNUR Jorge Francisco, op.cit., p. 359.

24
En este sentido, la cultura urbana y arquitectónica a nivel mundial, aceptó e incluso auspició la inter-
cambiabilidad y el flujo de significantes sin significado alguno. Con el uso de los nuevos materiales
y técnicas constructivos, se trata ya no de dar respuesta a nada sino simplemente de sembrar la
emergencia arquitectónica a través de la manifestación generalizada de la concepción de la ciudad
por partes, cuyo inicio en Argentina se produjo en 1986 con el concurso “20 ideas para Buenos
Aires” con las consignas de recuperar la identidad urbana, mejorar la calidad de los espacios pú-
blicos y evitar la dispersión. Aunque las intenciones eran incuestionables, surgió el problema de la
desvinculación de la Arquitectura con la problemática urbana, ya que estas ideas podían prescindir
de la participación del arquitecto.
He hablado fundamentalmente de ciudades en Argentina y México, por tratarse de mis experiencias
directas y personales, pero estoy seguro que en todas y cada una de las ciudades latinoamericanas,
se verifican diferentes formas de asimilación de esta modernidad urbana en los ámbitos estatales,
académicos y del ejercicio de la profesión. Esta es una realidad muy poco abordada interinstitu-
cionalmente a nivel internacional, principalmente debido a esa visión uniforme que, desde finales
del siglo XIX, ha estado vigente en todo el mundo. No creo que debamos ser promotores de la
asimilación uniforme de la modernidad urbana en Latinoamérica, pero estoy convencido de que
el reconocimiento de lo común-diverso, nos ayudaría, no solo a entendernos mejor, sino a trazar
caminos también común-diversos en nuestros ámbitos estatales, académicos y del ejercicio profe-
sional para los arquitectos y los urbanistas.

10. El umbral entre la especificidad de la disciplina arquitectónica y la


interdisciplinariedad de la urbanística

Como ya se ha dicho, desde principios del siglo XX, cuando se empezaba a cuestionar la labor
academicista de los técnicos en el campo de la arquitectura y el urbanismo, los arquitectos surgen
como los profesionales que deben asumir la total responsabilidad del diseño de las ciudades.
Los arquitectos se expresaban en los cuatro niveles de la creación proyectual: el técnico, el tipoló-
gico, el compositivo y el de carácter 76. Sin embargo, estos niveles corresponden a una multiplicidad
de disciplinas que no necesariamente tienen que entrar en competencia unas con otras.

Así mismo, la fuerte tendencia polarizada a pensar, por un lado al urbanismo y la arquitectura como
disciplinas separadas, y por el otro a considerarlas como iguales, ha producido una confusión en el
rol del arquitecto, tendiendo por un lado a la invasión naturalizada de campos disciplinares tanto
dentro de la industria de la construcción, como en los ámbitos culturales y políticos y, por el otro,
llegando a la misma negación de su especificidad disciplinar. En la década de 1970, era común afir-
mar que el arquitecto como artista, reclama el aplauso del público para su obra, sigue buscando el
personificarse en ella y en singularizarla, que sea única, para ello no omita esfuerzo y así debe ser.
Esto es antitético al trabajo en equipo del urbanismo según García Ramos 77.

Una de las consignas del Movimiento Moderno era que el arquitecto asumiera un papel no solo
protagónico, sino rector del desarrollo urbano a través de la elaboración planes directores, pro-
gramas y proyectos de ciudad en donde se establecían los principios de organización espacial, a
los cuales, tenían que ajustarse los planes de urbanismo para que la realidad futura se acoplara a
lo predefinido espacialmente. Sin embargo, esta tendencia fue desapareciendo durante la segunda
mitad del siglo XX ante las nuevas corrientes posmodernistas las cuales, no solo desplazaron al
arquitecto-urbanista, sino que llegaron al extremo de negarle prácticamente su participación en la
planificación estatal del siglo XXI.

76
LIERNUR Jorge Francisco, op.cit., p.40.
77
GARCÍA RAMOS Domingo, Iniciación al Urbanismo, UNAM. México, 1978, p. 23. ISBN 968-58-0687.

25
La historia de la arquitectura urbana de los últimos cincuenta años es la historia de un deseo: hacer
la ciudad desde la arquitectura 78 ; desde esa intimidad disciplinar en donde cada arquitecto paga el
precio de aquel deseo protagónico moderno resolviendo fragmentariamente sus propios micro-
espacios con la ilusión de impactar positivamente en el macro-espacio metropolitano.

Ahora, el urbanismo del siglo XXI, se apoya en una gestión más reflexiva, adaptada a una realidad
compleja y a un futuro incierto 79. La gestión estratégica considera, sin abandonar la necesidad de
reducir incertidumbres, como propia la posibilidad de fallos y enmiendas, aunque sí, impone como
premisa la participación social y la interdisciplinariedad; y, en esta última, el arquitecto debe descu-
brir su propio rol.

En este sentido, es necesario reconocer que el arquitecto, genéricamente hablando; el que se


vislumbra desde un programa académico de grado, tiene un rol fundamental que está dejando de
ejercer en Latinoamérica. Un rol que le es específico, independientemente de que después busque
otras especialidades a través de los posgrados que, en todo caso, deben enriquecer la especifici-
dad original y no desplazarla. De lo contrario, sucede lo que ha estado sucediendo. Al arquitecto
se le confunde a veces con cualquier técnico, lo peor de todo, no con un buen técnico sino con
uno barato y sobre todo mediocre. Esto es porque su preparación no es que sea insuficiente, sino
simplemente otra.

Desafortunadamente la sociedad con los arquitectos incluidos en ella, en la mayoría de las veces,
no reconoce la función principal de su disciplina. Actualmente en Latinoamérica, no es común que
alguien busque a un arquitecto para elaborar un proyecto espacial arquitectónico o urbano, salvo
que se trate de un arquitecto de mucho renombre y el cliente tenga gran solvencia económica
para destacar y valorar la importancia de un proyecto arquitectónico por sí mismo. Es más común
buscarlo para que construya una obra, o para resolver problemas técnicos que, como no tiene la
preparación suficiente para resolverlos como un técnico, o los resuelve mal, o se convierte en un
intermediario con responsabilidad indefinida.

Indicadores derivados de importantes estudios, son evidentes al señalar que la superficie construida por
arquitecto en Argentina había bajado de su promedio de 1.000 m2 anuales para el período 1910/1968 a
164 m2 anuales en el quinquenio 1979/1983; y esta situación parecía estar empeorando aún más 80.

Existe una relación inversamente proporcional entre el paulatino decrecimiento de la demanda de


servicios del arquitecto con respecto al creciente número de egresados de las facultades de Arqui-
tectura. Por ejemplo, en Argentina (1994) hay un alumno de arquitectura cada 1.235 habitantes,
en Dinamarca 1/2.577, en Brasil 1/6.992, en Bélgica 1/25.885, en China 1/92.086. Considerada en
el área metropolitana, la relación es aún más alarmante: 1/426 y, peor aún, en la Capital Federal
–donde se concentran 17.401 de los arquitectos matriculados– la proporción alcanza un valor de
gravedad extrema: hay allí un arquitecto por cada 170 habitantes 81.

Según los estudios de Bekinstein y de San Sebastián, el resultado de estas condiciones es que, sin te-
ner en cuenta qué tipo de tareas realizan ni en qué nivel de responsabilidad, menos del 60% de los
matriculados se encuentra trabajando como arquitecto. Del total, y no considerando el volumen de
los emprendimientos, apenas un minoritario 23,5% de la totalidad de egresados realiza las tareas

78
SOLA MORALES Ignasi, en ORDEIG CORSINI José María, op.cit., p.15.
79
ASCHER Francois, Los nuevos principios del urbanismo, Alianza, Madrid. 2004, p. 72. ISBN 84-206-4198-7.
80
LIERNUR Jorge Francisco, op.cit., p. 383.
81
Ibídem.

26
de proyecto y dirección de obras 82. Más aún, falta por identificar en este estudio un dato funda-
mental: cuántos de ellos jerarquizan el proyecto espacial y la dirección arquitectónica de las obras
por sobre el proyecto estructural, el de instalaciones, la administración y la conducción técnica; ya
que estas últimas tareas no son ni exclusivas del arquitecto, ni de su absoluta responsabilidad. Sin
embargo, legalmente está obligado inexplicablemente a asumirla si quiere vivir de su profesión.

Ciertamente, en ocasiones se valora bien la actividad proyectual del arquitecto; de hecho, esta acti-
vidad ocupó el lugar central de los programas de enseñanza, pero se corre el riesgo de desvirtuarla
al carecer de un desarrollo igualmente importante e integrado de los estudios tecnológicos, de las
formas de gerenciamiento, de las teorías y de las humanidades, sin interconexiones activas con las
artes, el proyecto quedó confinado a su condición de técnica operativa. Técnica que, no debería
confundirse con la Arquitectura misma 83.

Por un lado, hay sectores de la sociedad que ven la disciplina desde un punto de vista técnico pero
revestido accesoriamente de carácter estético. En otros casos, resulta lo mismo buscar a un arqui-
tecto o a un ingeniero o incluso a un maestro mayor de obras; de cualquier forma el objetivo es
construir; y el proyecto (a veces reducido a dibujito) es accesorio. En otros casos; desafortunada-
mente en muchos, hay un descrédito en la actividad arquitectónica; la sospecha de la charlatanería.

Pero hay algo que agrava más el problema de la indefinición del rol del arquitecto, es la actitud del
Estado que, a través de la legislación vigente, promueve aún más esta confusión. Para el gobierno,
se puede prescindir del arquitecto en proyectos de hasta 4 pisos. El 85% del parque construido
en Argentina, es levantado por ingenieros y, sobre todo, por maestros mayores de obras 84. Pero
habría que agregar que no solo es levantado por estos profesionales, sino además, proyectado
espacialmente por ellos, en una clara muestra de la incomprensión de la tarea arquitectónica por
parte del mismo Gobierno. Tan impensable y absurdo como que: a un médico cirujano, por ley,
se le permitiera practicar una endodoncia, o que a un odontólogo se le habilitara para atender una
peritonitis, o que a un arquitecto se le permita edificar (como de hecho sucede) sin el apoyo de la
preparación y responsabilidad de técnicos, administradores, o de otros profesionales que necesa-
riamente deben participar en una industria de la construcción que cada día se orienta más por el
mercantilismo que por el bien común de la sociedad.

La experiencia espacial, especificidad del arquitecto tanto en el ámbito de su formación como en


su ejercicio profesional, se presenta como una extraordinaria síntesis de los más diversos estímu-
los, cada uno de los cuales, no solamente puede presentar un complejo sistema de información,
sino que además su mensaje se encuentra influido por los factores culturales del grupo a que per-
tenece el individuo 85. Resulta por consiguiente el estudio del uso que de sus aparatos sensorios
hace la gente en sus distintos estados emocionales, durante diferentes actividades, relaciones,
lugares y contextos.

De un modo especial el espacio construido, el espacio que ha de albergar las acciones de un par-
ticular estilo de vida, se estructura a partir de esta dimensión. Porque el hombre, dotado por su
mundo perceptual, sus patrones culturales y su pasado, no se contenta con vivenciar el espacio sino
que en su evolución, deja de confeccionar sus artefactos con la materia utilitaria, para comenzar a

82
Idem, p. 384.
83
Idem, p. 385.
84
Idem, p. 384.
85
BULGHERONI Raúl, Ciumanidad, Diana, México, 1985, p. 63. ISBN 968-13-1647-9.

27
estructurar su microcosmos con un material inasible y cargado de esencialidad 86 como lo es el um-
bral entre el espacio expresivo y el tiempo. Gracias a esta consigna histórica, la arquitectura existe
y necesita evolucionar como disciplina encontrando su propio espacio en la compleja relación in-
terdisciplinaria de la urbanística y la construcción.

Ante dichas premisas, surge la necesidad de reivindicar la especificidad del proyecto del espacio
como eje rector de la carrera de arquitecto. A partir de esta jerarquía disciplinar será posible armar
una estructura curricular lo suficientemente flexible para la adaptación de la carrera de arquitecto
a las demandas actuales de nuestros umbrales latinoamericanos.

86
Ibídem.

28

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