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La nueva Tenochtitlan

Siempre deseé que esta ciudad se reedificase, por la grandeza y


maravilloso asiento de ella.

Hernán Cortés

La conquista

Luego de 75 días de sitio, el 13 de agosto de 1521, la legendaria Tenochtitlan sucumbió ante el


embate de los españoles y los miles de indígenas que se unieron a los conquistadores para terminar
con el yugo del imperio azteca. No quedó piedra sobre piedra. Cortés avanzó con dificultades entre
los escombros de las casas señoriales y de los palacios que lo habían maravillado en noviembre de
1519. La muerte impregnaba el ambiente.

Cientos de cadáveres tapizaban las calles de tierra; las de agua estaban


anegadas. Conforme se fue desarrollando el sitio, los españoles tomaron
calle por calle y casa por casa. Destruyeron todo a su paso para crear
tierra firme en donde sólo corría agua. Un año antes, la tristemente
célebre "Noche Triste" había marcado a los españoles. En la retirada
muchos murieron ahogados en los canales al no encontrar caminos de
tierra firme por donde huir. Al iniciar el sitio, Cortés cuidó hasta el último
detalle y no olvidó la amarga experiencia: ordenó destruir las
construcciones tomadas y arrojar los escombros sobre las acequias para
garantizar una rápida retirada, sobre terreno sólido, en caso de que fuera
necesario.

El hedor era insoportable. Se llegó a decir que los indios habían decidido no sepultar a sus muertos
para utilizar la putrefacción de los cadáveres y sus fétidos olores como un arma contra los
españoles. El aspecto general de la ciudad era lamentable, difícil se hacía la respiración por el aire
contaminado, no había suministro de agua potable-el acueducto estaba destruido desde los primeros
días del sitio- ni alimentos, y en las pocas acequias, que todavía funcionaban en la ciudad en ruinas,
se combinaban agua y sangre. Aquel 13 de agosto de 1521, Tenochtitlan era prácticamente
inhabitable.

Hernán Cortés ordenó iniciar los trabajos de limpieza enterrando de inmediato los cadáveres para
prevenir una posible epidemia de peste. El trabajo se llevaría varios meses. Mientras abandonaba la
ciudad, en su cabeza surgió una nueva disyuntiva que debía meditar en los próximos días: ¿debía
fundar la ciudad capital del vasto reino recién conquistado sobre aquella isla o edificarla sobre tierra
firme?

Por lo pronto, el conquistador decidió establecerse en un pequeño pueblo que se encontraba en la


costa sur del extenso lago. "Parecióme por el presente -escribió Cortés al rey Carlos V- no ser bien
residir en ella [Tenochtitlan], por muchos inconvenientes que había y paséme con toda la gente a un
pueblo que se dice Cuyoacán".

Sobre las ruinas del imperio azteca

De acuerdo con las leyes españolas, antes de poblar una región, los conquistadores debían
constituir un Ayuntamiento cuya primera función era elegir un sitio adecuado para edificar. Al igual
que lo sucedido en la Villa Rica de la Vera Cruz, en 1519, Cortés organizó en Coyoacán el primer
Ayuntamiento del valle de Anáhuac, que se encargó de otorgar las mercedes reales, es decir, tierras,
a todos los conquistadores para garantizar el poblamiento de lo que sería la capital de la Nueva
España. En Coyoacán, la "amada villa" del conquistador, nació formalmente la noble y leal ciudad de
México.

Para fundar un poblado, el Ayuntamiento atendía a las condiciones naturales del entorno,
considerando que fuera sano, cómodo, ventilado y seguro, con agua potable, materiales de
construcción, pastizales para ganado y de fácil acceso. A finales de 1521, el Ayuntamiento todavía no
designaba el lugar donde se levantaría la ciudad española, pero había descartado casi por completo
hacerlo sobre la isla que servía de capital del imperio azteca. Aparentemente, el propio Cortés era
renuente a edificar sobre Tenochtitlan. Al menos eso hacía pensar a los miembros del Ayuntamiento
y a sus hombres. En su opinión, lo más conveniente era concluir los trabajos de limpieza de la isla,
despoblarla y castigar con la horca a los indios que se establecieran en ella. La nueva ciudad se
fundaría fuera de la isla, en tierra firme.

Conforme pasaban las semanas, la isla fue recobrando su dignidad. Por las acequias volvió a correr
el agua y el aire recobró su legendaria pureza. Aun así, los españoles sólo consideraban tres lugares
para fundar la ciudad española sobre tierra firme: Tacuba, Texcoco y Coyoacán, los tres sitios
reunían las condiciones adecuadas. Pero en los primeros meses de 1522, Cortés tomó la gran
decisión de fundar la capital de la Nueva España sobre los restos de México-Tenochtitlan, y el
conquistador profetizaba que llegaría a tener la majestad de otros tiempos, así lo hizo saber a Carlos
v en su tercera carta de relación, fechada en mayo de 1522:

De cuatro o cinco meses para acá, que la dicha ciudad de Temixtitan se


va reparando, está muy hermosa; y crea v.m. que cada día se irá
ennobleciendo en tal manera, que como antes fue principal y señora de
todas estas provincias, que lo será también de aquí adelante; y se hace
y hará de tal manera, que los españoles estén muy fuertes y seguros, y
muy señores de los naturales.

Ante los ojos de sus compañeros y de los miembros del Ayuntamiento, la decisión de Cortés no
respondía a lógica alguna. Era una decisión descabellada, sin fundamento racional y tenía todos los
inconvenientes: era un islote con sólo tres accesos a tierra firme, con acequias que cruzaban la
ciudad por todos lados, con una fuente externa de agua potable, rodeada por un gran lago y
estratégicamente vulnerable -como lo demostró el propio Cortés durante el sitio. ¿Qué ventajas tenía
sobre Coyoacán o Texcoco? Durante el juicio de residencia que se llevó a cabo en 1529 contra el
conquistador, uno de los testigos declaró sobre tan controvertida decisión:
...edificó contra voluntad de todos por sobre agua y por el peligro que en
ella tienen de cada día los españoles que en ella moran por causa de los
indios y por las calzadas que podrían romper y tomar a todos los
hispanos en corral y hacer de ellos lo que quisiesen pudiendo hacer esta
ciudad en Coyoacán o en Texcoco que eran lugares en tierra firme
donde estuviera mejor y no dónde está.

Cortés había dado un paso audaz y temerario. No era la primera vez que lo hacía. Si en 1519 había
quemado sus naves para no dar marcha atrás en su expedición, en 1522 las quemaba de manera
simbólica, al rechazar tierra firme para fundar la capital de la Nueva España. De sus motivos destaca
uno: Esta ciudad en tiempo de los indios había sido señora de las otras provincias a ella
comarcanas, que también era razón que lo fuese en tiempo de los cristianos y que así mismo decía
que pues Dios Nuestro Señor en esta ciudad había sido ofendido con sacrificios y otras idolatrías,
que aquí fuese servido con que su santo nombre fuere honrado y ensalzado más que en otra parte
de la tierra.

Para un hombre práctico como Hernán Cortés, la motivación religiosa para fundar la ciudad sobre el
islote era esgrimida para convencer a sus compañeros, a los miembros del Ayuntamiento y sobre
todo al rey de España, y no necesariamente por una verdadera convicción. Era creyente y
respetuoso de su religión, en caso necesario sería su fiel defensor, como todos los españoles de la
época, pero en su carácter pesaban más las razones de lógica política y sentido común. Ante la
incertidumbre, Cortés solía tomar decisiones audaces y por lo general acertadas. Y al menos en esos
primeros años inmediatos a la conquista, la fundación de la ciudad de México fue una de ellas.

La visión que tenia el conquistador era muy clara. Tenochtitlan no había sido una simple ciudad, sino
el centro del universo en la cosmovisión azteca; todos los pueblos sabían de su existencia, y por
voluntad o fuerza la respetaban y rendían tributo a la capital imperial. Abandonar la isla podía
propiciar su transformación en un bastión moral de resistencia contra la presencia española, en un
mítico lugar donde los indígenas podrían encontrarse con sus deidades. Si se reedificaba sobre ella,
se consumaba la victoria de la razón española y la fe del único y verdadero Dios sobre el universo
azteca.

La Nueva España

Como el resto de los conquistadores, Alonso García Bravo tenía algo de aventurero y buscador de
fortunas. Pero a diferencia de otros españoles, que ávidos de riqueza se unieron a las expediciones
en el interior del continente americano, García Bravo poseía una cualidad que lo hacía diferente de
sus compañeros: por sus conocimientos en geometría y cálculo se convirtió en el alarife -maestro de
obras de la expedición de Hernán Cortés.

Alonso García Bravo tuvo su bautizo de fuego en la conquista del Pánuco, en 1518. Durante la
campaña en esa región construyó un sólido parapeto que sirvió de protección a los españoles. Los
avatares de la conquista lo llevaron a Veracruz, al tiempo que Cortés derrotaba a Pánfilo de Narváez.
Sus trabajos en la construcción de la fortaleza y proyectando la Villa Rica impresionaron gratamente
a Cortés, quien decidió llevarlo a México para encargarle la primera traza de la que sería la capital de
la Nueva España."
Mientras Cortés despachaba desde Coyoacán, Alonso García Bravo inició la tarea de levantar la
nueva ciudad sobre la isla, para lo cual encontró elementos arquitectónicos aztecas que facilitaron la
obra. La manera como estaba proyectada Tenochtitlan era semejante a muchas ciudades europeas:
una plaza central de forma cuadrangular, a donde llegaban calzadas principales, flanqueada en sus
cuatro lados por los edificios de mayor importancia -templos, palacios, casas señoriales y hacia atrás
de cada uno de los costados, construcciones menores.

Las calzadas de Tlacopan (Tacuba al oeste), Iztapalapa (Tlalpan al sur) y Tepeyac (al norte), junto
con otra pequeña, que corría del centro hacia el este y conducía al embarcadero de la Laguna de
México, fueron utilizadas por García Bravo como ejes para la construcción de la ciudad española. A
partir de ellas trazó líneas paralelas con respecto a las calzadas de Iztapalapa y Tepeyac, y
perpendiculares en relación con Tacuba y la que corría hacia el embarcadero. La primera traza
formaba un gran cuadrado y tenía una superficie un poco menor que las 145 hectáreas de la antigua
ciudad indígena."

El lado norte de la ciudad española estaba limitado por la actual calle de Colombia; el lado sur, por
San Jerónimo; el este, por la calle La Santísima; y el oeste, por el actual Eje Central. Las acequias
impidieron el amullaramiento de la ciudad, mas se dispuso que en ella sólo habitaran los españoles.
Los indios se agruparon en barrios -como en los viejos tiempos-, detrás de las acequias, que
funcionaban como linderos naturales de la primera traza.

Antes de cambiar su residencia y la del Ayuntamiento a la ciudad que se construía en el islote,


Cortés tomó sus providencias para garantizar la seguridad de los españoles en la nueva ciudad.
Mandó construir la fortaleza de las atarazanas -cerca del mercado de la Merced-, que contaba con
un embarcadero donde atracó los 13 bergantines utilizados durante el sitio de Tenochtitlan. La
construcción guardaba los pertrechos propios de los bergantines y las piezas de artillería, además de
funcionar como arsenal. En caso de una revuelta indígena, los españoles podían refugiarse en las
atarazanas y, en el peor de los casos, huir de la isla en los bergantines. Cortés explicó a Carlos v el
objeto de tan importante construcción:

Puse luego por obra, como esta ciudad se ganó, de hacer en ella una
fuerza en el agua, a una parte de esta ciudad en que pudiese tener los
bergantines seguros, y desde ella ofender a toda la ciudad si en algo se
pudiese, y estuviese en mi mano la salida y entrada cada vez que yo
quisiese, e hízose.

Hacia 1523, una vez terminada la construcción de las atarazanas, Cortés y sus hombres dejaron
Coyoacán para trasladarse a la isla donde quedaría asentada definitivamente la capital de la Nueva
España. A efectos de poblar la ciudad, inició la repartición de tierras como recompensa por los
servicios prestados. Cada conquistador recibió dos solares dentro de los límites de la traza, uno por
haber participado en la conquista y otro por ser vecino, lo cual implicaba que debía establecer su
residencia y permanecer en ella cuando menos durante diez años.

A pesar de las medidas de seguridad tomadas por Cortés - como favorecer cacicazgos indígenas
para garantizar la lealtad a la corona-, los habitantes de la nueva ciudad difícilmente pudieron vivir
con absoluta tranquilidad en los años inmediatos a la conquista. Una rebelión de indios era factible y,
siendo superiores en número, las posibilidades de supervivencia de los españoles eran mínimas. Las
primeras construcciones de la traza reflejaron el temor español, "según su solidez -escribió
Cervantes de Salazar años más tarde cualquiera diría que no eran casas sino fortalezas... Así
convino hacerlas al principio, cuando eran muchos los enemigos, ya que no se podía resguardar la
ciudad, ciñéndola de torre y murallas"."

Las primeras casonas fueron construidas con piedra de tezontle y materiales extraídos de los restos
de palacios y templos indígenas. Siguiendo una lógica defensiva, varias propiedades se erigieron
flanqueando la calzada Tacuba, lo cual, en una situación extrema, proporcionaba una salida a tierra
firme protegida por las propias casas de los conquistadores.

A pesar de los temores, en poco tiempo la ciudad comenzó a mostrar visos de normalidad. Cortés se
asignó las llamadas Casas Nuevas, donde se levantaba el palacio de Moctezuma (en donde hoy
está el Palacio Nacional). También tomó las Casas Viejas, lugar que albergó al Palacio de Axayácatl
(actualmente ocupado por el edificio del Monte de Piedad). Hacia el lado sur de la plaza se construyó
el edificio del Ayuntamiento (sede del gobierno del Distrito Federal); en su parte posterior se
encontraba la fundición y la carnicería. Una pequeña iglesia se levantó en el lado norte de la plaza
en 1524, cuando llegaron a Nueva España los primeros 12 franciscanos.

Miles de indígenas de los pueblos cercanos a la isla participaron en la construcción de la capital


novohispana. Fray Toribio Benavente "Motolinía" escribió que la edificación de la gran ciudad de
México requirió más hombres que los utilizados para erigir el templo de Jerusalén en tiempos del rey
Salomón. La ciudad que llegaría a ser la capital del más grande virreinato de América nacía de las
entrañas de la antigua ciudad imperial y centro del universo azteca. Su futuro era promisorio y en su
origen se escribía su destino: la grandeza de México se extinguiría sólo con la consumación de los
tiempos.

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