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LA EUTANASIA

Es un proceso que consiste en quitarle la vida a alguien mediante


ciertos procesos clínicos con el fin proporcionarle a una persona el fin de sus
sufrimiento con la muerte. De la Eutanasia se sabe que hay muchos tipos, pero
los dos principales son por “Acción” y por “Omisión“. La primera de estas
consiste en administrarle al paciente una serie de medicamentos a fin de que el
mismo muera sin sufrimiento alguno, sin que sienta un trauma por dejar la vida
atrás, en mucho casos, la eutanasia por acción se le proporciona a personas
sin remedios alguno y que deseas dejar de sufrir, es en casos en los que la
vida es sinónimo de dolor. La eutanasia por acción puede ser autorizada por
los familiares en los casos en los que el paciente se encuentre en un estado
vegetativo y que se sepa que no despertara jamás.

La eutanasia por omisión consiste en interrumpir el tratamiento establecido a un


paciente ya que se sabe que el mismo no tiene ninguna repercusión positiva en el
cuerpo del paciente, Los pacientes que reciben la eutanasia por omisión tienen
una enfermedad demasiada adelantada, por lo cual no vale la pena seguir intentando
mejorarlo. Existen personas que prefieren morir en sus casas, por lo que con
consentimiento de la familia y en ciertas ocasiones, del mismo paciente, se dispone de
un traslado para que fallezca en su hogar en la paz de sus aposentos. La eutanasia
mantiene en la sociedad moderna un constante debate moral y religioso muy agitado,
pues, existe un área de esta que considera que la decisión de morir corresponde
a Dios o cualquier ser divino, interrumpir la vida por cuestiones médicas y apropósitos
representa para algunos una especie de asesinato u homicidio.

Existen países que prohíben la práctica de la eutanasia, ya que las costumbres


morales impiden que se haga efectiva, pero al contrario de estos, existen países
con clínicas de eutanasia, los Países Bajos son un ejemplo, tienen una institución que
se dedica a quitarle la vida a sus pacientes, es un servicio que ofrecen a las personas
que quieren dejar de existir. Esto ha generado tanta controversia que se ha generado
una matriz de opinión muy negativa en torno al país que lo permitió, pues se considera
que las medidas que tienen ellos a favor de la muerte de su población son muy
diferentes.
¿Y en el Perú? En nuestro país no existe la figura de eutanasia; lo que existe
es la ley 29414 la cual permite que un paciente prescinda de un tratamiento o
de fármacos si así lo requiere con el fin de acelerar su defunción. Sin embargo,
si cualquier pariente o cercano a una persona enferma actúa a favor del
fallecimiento de este, aún con el consentimiento de la persona y con el único
objetivo de detener el sufrimiento, puede tener entre 6 meses hasta 3 años de
prisión; esto debido a que existe dentro del código penal la figura de “homicidio
por piedad”. El año pasado el congresista Roberto Angulo presentó un
Proyecto de Ley a la comisión de Salud del Congreso la cual buscaba
despenalizar el homicidio por piedad y permitir la eutanasia para aquellos
pacientes que sufran de una enfermedad terminal.

La legislación internacional es clara al destacar la supremacía al derecho a


la vida. Así, la Convención Americana de Derechos Humanos, en el artículo 3,
sostiene que toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este
derecho estará protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la
concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente. Por su parte, la
Declaración Universal de Derechos Humanos, en el artículo 3, establece: Todo
individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.
De igual forma, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en el
artículo 6.1: El derecho a la vida es inherente a la persona humana. Este
derecho estará protegido por la ley. Nadie podrá ser privado de la vida

Por eutanasia se entiende el hecho de provocar la muerte para beneficio de la


persona. Con el complemento indirecto se quiere excluir la justificación de la eutanasia
promovida por las políticas de “higiene racial” de regímenes racistas, como el del
nacionalsocialismo, que perseguían eliminar a los seres humanos indeseables para el
sistema. De esta manera se hace justicia al sentido etimológico de la palabra
eutanasia
TIPOS:
1.Eutanasia voluntaria (manifestación explícita del paciente de su deseo de morir).
2.Eutanasia involuntaria (falta de la manifestación explícita del deseo de morir por
parte del paciente).
3.Eutanasia activa (provocar la muerte por el agente).
4.Eutanasia pasiva (dejar morir al paciente).
A propósito de las dos últimas, existe la duda sobre si representan una auténtica
diferencia entre dos tipos de eutanasia (activa o pasiva), entre hacer morir o dejar
morir; porque en ambas se encuentra la misma intención de acabar con una vida, sea
por acción o por omisión deliberada. Por ello, es mejor hablar, antes que de
intencionalidad en la eutanasia activa/pasiva, de causa directa (activa) e indirecta
(pasiva) de la muerte. En la primera se provoca directamente la muerte, en la segunda
no se hace nada para mantener con vida a la persona (si bien desde la intención, con
ambas se desea el mismo resultado).

Si se reflexiona sobre las dos primeras formas de eutanasia, donde la voluntad es el


elemento distintivo, entonces surge la pregunta sobre si es posible respetar la voluntad
de una persona en toda situación. Con esto se tiene en mente la dificultad de distinguir
entre “creencia” y “hecho”, esto es: ¿cuándo se cree o se sabe con certeza que llegó
el momento de respetar la voluntad de muerte de una persona? Las opciones son las
siguientes:

1.¿Cuándo la medicina no puede hacer más por la vida del paciente?


2.¿Cuándo el dolor es insoportable para el paciente?
3.¿Cuándo no hay uso de las facultades mentales superiores (cerebro) y no se puede
hablar más de vida humana digna?
4.¿Cuándo los resultados del tratamiento médico alargan inútilmente la vida del
paciente, puesto que la muerte del paciente se presentará, irremediablemente, poco
tiempo más tarde?
Esta dificultad hace necesario explicitar anticipadamente, además del deseo, la
descripción de las circunstancias bajo las cuales la vida no tiene valor alguno para el
paciente.4 Sin embargo, en este punto cabe preguntar si es posible para cualquiera,
incluso para el especialista médico, describir con exactitud estas circunstancias.
Frente a los adelantos médicos parece imposible describir con exactitud las
circunstancias bajo las cuales una vida acusa irremediablemente falta de valor. Por
tanto, siempre habrá un rango de incertidumbre sobre cuándo se han presentado las
circunstancias que justifican la eutanasia o realización de la voluntad del paciente.

En el caso de la eutanasia involuntaria siempre faltará una exención de


responsabilidad de terceros. Si bien es cierto que la eutanasia pasiva se lleva a cabo
muchas veces por razones económicas (cuando los costos de manutención
hospitalaria son insolventables por los parientes o el Estado), resulta imposible, desde
el punto de vista legal y moral, justificar la eutanasia pasiva e involuntaria, a no ser que
se esgrima un humanismo incompatible con cualquier tipo de dolor o sufrimiento inútil
y que, por esta razón, anule el valor o dignidad de la vida.

Por ello, antes de siquiera plantear las 4 preguntas anteriores, debería responderse
aquélla sobre si se tiene derecho sobre la propia vida, en el sentido de decidir cuándo
debe finalizar ésta. Algunos pensarán que sólo Dios puede disponer sobre ella; lo que
deja abierto el problema del significado “mi propia vida” y “mi responsabilidad sobre la
misma”. Si cada cual no tiene derecho a su vida, sino sólo Dios, entonces la expresión
“mi vida” es inexacta y “mi responsabilidad sobre ella” reducida. Si hay una auténtica
exigencia de ofrecer razones a favor o en contra de la eutanasia, y, por ello, el
planteamiento ocurre fuera del contexto religioso, entonces es necesario aclarar en
qué sentido “mi vida” es mía. Existen 4 opciones:

1.¿En el sentido de propiedad privada (como poseer un auto, una casa, etcétera)?
2.¿En el sentido de que a nadie más le incumbe lo que ocurre con ella, excepción
hecha del individuo mismo?
3.¿En el sentido de actuar libremente, como se define libertad en el artículo sexto de la
declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, permitiendo hacer
todo aquello que no afecte a terceros?
4.¿En el sentido de tener capacidad de decidir sobre ella a discreción, porque vida y
libertad son valores simétricos, donde el derecho a la vida no está sobre el derecho a
la libertad?
No obstante, para resolver esta dificultad es necesario responder dos preguntas
fundamentales:

1.¿Es la vida siempre un bien?


2.¿Es la muerte siempre un mal?
Una posible repuesta a la primera pregunta dice que la vida es “un valor en sí” desde
el momento en que constituye la condición de posibilidad de la libertad. Si opción de
elegir sólo es posible en vida, parece que siempre estará por encima de la libertad y,
en consecuencia, debe ser respetada y nunca se justifica atentar contra ella bajo el
supuesto valor o derecho a la libertad (y consecuentemente, siempre se justificaría
alargar indefinidamente la vida en completo sufrimiento, porque ésta es un bien para
cualquiera y bajo toda circunstancia).

Esta postura confunde el hecho de “ser un valor en sí” con el “ser condición de
posibilidad”. Ciertamente, la condición de posibilidad para elegir es estar con vida;
pero no por ello la vida es un valor en sí ni un valor superior al elegir. Análogamente, si
una condición de posibilidad para vivir es contar con un aparato respiratorio (nariz,
tráquea, pulmones) o un sistema digestivo (esófago, estomago, intestinos), esto no
implica que todo ello sea un valor superior a la vida o un valor absoluto.
Antes bien, se puede proponer que el supuesto valor absoluto de vivir depende de que
exista el valor de elegir: una vida sin libertad no es digna, como la vida de un esclavo.
En este sentido, es considerar al cerebro (o a la capacidad intelectiva para elegir)
como un valor absoluto que determina la vida humana, y por eso, cuando no hay
actividad cerebral se establece la muerte humana.5

Además, si fuera cierto que la vida es un valor en sí, nunca tendrían sentido
expresiones como “una mala vida” o “una vida plagada de males” o “una vida infeliz”, o
la diferenciación entre la vida de un criminal y la de un santo, porque la vida siempre
se considerará de suyo un bien con valor absoluto. Tampoco cabría pensar que la vida
tiene un fin frente al cual pudiera ser evaluada: toda vida sería lograda por el hecho de
estar con vida y no habría diferencia entre una vida bien lograda, exitosa o feliz, y otra
fracasada o infeliz, desde el momento que toda vida tiene el mismo valor absoluto.

Pero si se entiende que la vida es una condición de posibilidad para elegir, y se


distingue entre el valor de vivir y el valor de elegir (o ser libre); entonces, el hecho de
poder elegir (y el reconocimiento de su valor) no supone el valor absoluto de la vida.
Antes bien, puede decirse que sólo en la medida en que aquello que se elija sea un
bien (o beneficie la vida), devendrá la vida algo valioso. Porque se puede tener
capacidad racional para elegir la mejor opción y, sin embargo, no llevar a cabo
ninguna elección. O, si se tiene a disposición dos cosas a elegir, esto no implica que
por ello la vida sea buena, como tampoco que las opciones a elegir sean buenas. La
condición “estar vivo”, que ciertamente permite el ejercicio de la libertad, no excluye
que la vida misma pueda ser infame o carente de valor.

Por último, puede alegarse que, aun cuando se tome la vida como un bien absoluto,
esto no descalifica de tajo la eutanasia, porque puede alegarse que a una “buena vida”
corresponde una “buena muerte” (en sentido etimológico de eutanasia).

A la segunda pregunta ¿es la muerte siempre un mal? se puede responder que la


muerte es siempre un mal sólo si se toma a la vida siempre como un bien, o como un
valor absoluto. Una vez más: ¿con qué fundamento se hace la afirmación “la vida
humana es un bien o un valor absoluto”? (con vida humana se le quiere distinguir de la
de animales y plantas). Primero, la afirmación teológica “la vida es un bien o tiene un
valor absoluto” admite que la vida tiene un fin frente al cual puede ser evaluada como
vida feliz, lograda, exitosa, digna, honesta, productiva, saludable, divinamente
redimida, etcétera. Pero entonces, sólo respecto del fin se puede sentenciar que sea o
no valiosa y también que tenga sentido elegir la muerte cuando ésta carezca de valor
o se aleje irremediablemente de su fin.6

Segundo; estas preguntas plantean el problema lógico sobre la equivalencia de los


términos vida y bien (muerte y mal). Si son lógicamente equivalentes, entonces no
tiene sentido hablar de mala vida o de vida nociva para la comunidad o vida dañina,
vida infeliz. Sin embargo, todas estas estimaciones verbales son posibles porque se
puede pensar la vida independientemente del bien o de aquello que sea para ella un
valor o beneficio.7

Ciertamente, el valor de la vida puede trascender las miserias que la aquejan, en el


sentido de que nadie que sufra en demasía esté dispuesto a suicidarse. Este sería el
caso, por ejemplo, de los prisioneros de guerra en campos de concentración que, pese
a su situación infeliz, no se dan la muerte. Pero la verdad de esto no establece un
vínculo lógico necesario entre los términos bien y vida a la manera que uno entrañe el
sentido del otro. Entonces, a ausencia de una conexión necesaria, tendrá relevancia
deliberar sobre el beneficio que tiene para cada individuo salvar su vida o propiciar su
muerte. El deseo de vivir de los prisioneros u enfermos terminales no determina de
suyo el valor de la vida, porque análogamente también puede haber un deseo de
muerte que reivindique el valor de la eutanasia. Entonces, sigue vigente el hecho de
que un criminal irredento sea, desde el derecho penal de algunos países, un hombre
que merezca la muerte, así como el que un enfermo terminal no encuentre
legítimamente sentido en salvar su vida (mediante un tratamiento que alargue su
tiempo de sufrimiento para horas más tarde morir).

El tipo de vínculo lógico existente entre vida y bien se pone de manifiesto si se


considera la vida de animales y plantas. En ellos lo relevante es la conservación de la
especie antes que la supervivencia del individuo; lo que significa que hacerle un bien a
una planta o a un animal significa hacérselo a su especie. De esta manera, respetar o
valorar la vida no significa conservar la vida del individuo: nadie pensaría hacerle un
bien a un animal extendiendo su vida con dolor incurable, ya que el dolor permanente
altera su calidad de vida normal, necesaria para su supervivencia. ¿Quién negaría con
fundamento que, en esta situación, lo mejor es la muerte?

Si se admite que el bien para la vida animal lo es para la especie antes que para el
individuo de la misma, y que por ello, bajo ciertas circunstancias, es preferible darle
muerte a uno de ellos que alargar su existencia sin su “calidad de vida normal”;
entonces, es claro que la vida no está inexorablemente vinculada con el bienestar de
los individuos de la especie, tomados por separado o individualmente. Si, por el
contrario, se piensa que sí lo está en el caso de los seres humanos, es porque la
valoración del individuo es independiente de la vida en sí, y relacionada con el hecho
de ser-humano antes que con el hecho de ser-hombre-vivo. Por ello tiene sentido, en
algunas morales religiosas, aquilatar el comportamiento de un mártir, que sacrifica su
vida por el bien de otro hombre, porque con ello destaca el valor de ser humano,
merecedor de sacrificios, antes que el valor de la vida individual sacrificada.

Si es posible destacar el valor individual del ser humano, entonces es necesario


destacar la importancia de la consideración particular sobre la propia vida. Es decir, es
necesario tomar en consideración el valor particular de cada individuo sobre su propia
vida para que ésta sea tenida por un bien. Este es un punto por demás relevante en el
caso de la eutanasia voluntaria, porque sólo cuando un individuo considera que su
vida no es para él valiosa, se presenta válidamente la disyuntiva entre optar o no por la
eutanasia. ¿Quién alegaría tener el derecho a prolongar la vida de un individuo,
cuando él mismo ha expresado no querer continuar con la misma bajo determinadas
circunstancias?8 Entonces, no es incompatible el valor de vida con el deseo de morir
en propio beneficio; o bien porque la vida puede perder su valor benéfico para el
individuo o porque la buena muerte forma parte de una buena vida.

El problema de juzgar la decisión por la eutanasia, y la valoración individual de la


propia vida, viene de la mano del hecho de ligársele con distintos estados psicológicos
—desde el suicida patológico, pasando por el depresivo crónico y el cuadripléjico
incurable, hasta el estoico convencido—. Por ello, tiene sentido plantearse el problema
de la eutanasia como el problema de determinar cuándo la vida es un bien y cuándo
no.

Ya se hizo referencia a la consideración de la vida como valor absoluto que


establecería una correspondencia lógica entre los términos bien y vida, donde de ser
el caso, no tendría sentido decir que “alguien ha tenido una mala vida” o que “su vida
no vale nada”, y por tanto, donde no fuera posible desvirtuarla por el sufrimiento de un
dolor crónico, una enfermedad incurable o la ausencia de las facultades mentales. Si,
por otro lado, se toman ambos términos como lógicamente independientes, entonces
sí es posible pensar que una vida no valga la pena y por ello se justifique eliminarla.
En este caso debe ser posible responder a las siguientes preguntas:9

1.¿Qué constituye una vida humana buena o digna de ser vivida?


2.¿Es posible hallar un criterio funcional de vida para decidir si en algunos casos se
justifica la eutanasia?
3.¿Es posible pensar en un conjunto de beneficios que aclaren el significado de “vida
humana digna” o siquiera “vida humana normal”?
Este problema se complica si no se descarta la perspectiva individual sobre la propia
vida y, con ello, la posibilidad de que alguien lleve una vida “plagada de males o dolor”
y, sin embargo, desee seguir viviendo de esa manera (incluso cuando se aduzca que
este juicio es producto de alguna enfermedad mental).

Con respecto a las tres peguntas enunciadas, puede decirse que el mínimo de bienes
humanos que debe acusar una vida son aquellos consignados en la Carta Universal
de los Derechos Humanos, como los derechos civiles y políticos, económicos y
sociales. Si se acepta que el valor de vida lo otorga el ejercicio de estos derechos
fundamentales, entonces una vida sin libertad, en miseria y sin socialización, sería
carente de valor, como el caso de la vida de prisioneros, enfermos incurables o
ancianos moribundos.

Ciertamente, toda vida humana presenta, por lo general, un mínimo de bienes


fundamentales, y, en el caso de que todos estén ausentes, esto —como se dijo— no la
convierte ipso facto en un mal ni en algo indeseable; porque o bien se cree que los
males son pasajeros o porque no se cree que esto constituya una condición suficiente
para optar por la muerte. Entonces, el problema de la eutanasia se debe
complementar con el siguiente planteamiento: por un lado, el problema no versa
solamente sobre si la vida es buena o mala, sino sobre si existe un derecho inalienable
a elegir cuándo ya no se desea vivir, de la misma forma que hay un derecho a vivir. Y,
por otro lado, el problema tampoco reside sobre si algunos actos de eutanasia son
justificables, sino en el problema de legislar para todos los casos posibles de
prisioneros (carecen de libertad), enfermos (carecen de salud), ancianos (carecen de
perspectivas futuras), o de todos aquellos que valoren su vida como un mal antes que
como un bien y deseen terminar con ella.

Como hacen ver muchos especialistas, el problema de una legislación sobre la


eutanasia reside no sólo en el cambio de tratamiento respecto de enfermos incurables,
ancianos incapacitados y prisioneros irredentos, sino en la transformación de la actitud
social general frente a ellos. Es posible que la legalización de la eutanasia generalice
la percepción social sobre la vida sin valor de vida y conduzca a justificar su supresión
o a ejercer presión social para reducir su manutención. Por ello, la reflexión sobre la
eutanasia debe guiarse por la idea de proporcionar un beneficio para el paciente. Con
ello se distingue la eutanasia de todo otro acto criminal o de justicia penal o de abuso
social.

Cuando se plantea el problema de la eutanasia, entendida como optar por la muerte


en beneficio del paciente, se puede ver un conflicto de derechos, a saber: entre el
derecho a decidir y el derecho a vivir. Aquí el término “derecho a” acepta dos
interpretaciones distintas, mas no excluyentes: en un caso, la derivada del concepto
moral de bondad y, en otro caso, la derivada del concepto jurídico de justicia. A la
justicia atañen los derechos y obligaciones mínimos que cada hombre debe respetar
en su actitud frente a otro hombre. Estos derechos y obligaciones mínimos son
enunciados en forma de leyes que permiten la redacción de contratos, cuyo debido
cumplimiento queda a cargo de los respectivos tribunales. Hacer justicia no implica
necesariamente que siempre se derive un beneficio individual, porque el derecho se
dirige al bienestar general; sea que se trate de la justicia redistributiva, a través del
sistema tributario, que quita para dar; sea que se trate de la justicia correctiva, a través
del sistema penal, que castiga para reparar.

La bondad, por otro lado, es una virtud moral que nos une al prójimo, favoreciendo su
bienestar individual y sin buscar contraprestación alguna. La relevancia de la bondad
deviene de la incompletud de todo sistema jurídico y, por tanto, de la posibilidad de
que haya algo no exigido por la ley pero necesario para la convivencia humana.
Ejemplos de esto sería el deber de los padres de amar a sus hijos, o el deber de una
persona de ayudar a otra (excepción de cuerpos profesionales), de expresar
misericordia frente al desvalido, de ejercitar la magnanimidad frente al menesteroso,
etcétera.

Jurídicamente, la prohibición del asesinato se encuentra legalmente prescrita; el amor,


la ayuda, la misericordia, la magnanimidad, no. Sin embargo, todas son necesarias
para una auténtica convivencia humana. Esta distinción entre dos posibles
interpretaciones de la expresión “derecho a” —una correspondiente al sistema jurídico
y otra al sistema moral—, es por demás relevante para la caracterización y justificación
de la eutanasia voluntaria, teniendo en cuenta que el derecho defiende la vida
prohibiendo matar, pero no prohibiendo disponer voluntariamente de la propia vida en
circunstancias determinadas. Quien explícitamente declara no querer vivir sus últimos
días con dolor o en un estado inhumano puede esperar, apelando a la bondad del
prójimo, que alguien termine con su vida (en el entendido que la distinción entre
eutanasia activa o pasiva no es una distinción exhaustiva o de fondo).

La solución al problema de la eutanasia voluntaria, con ayuda del derecho y la moral,


considera la diferencia entre respetar y ejercer un derecho en sentido de la justicia y la
bondad. La justicia está inexorablemente conectada con las leyes, en el sentido de
que cuando se actúa injustamente se infringe una ley y sobreviene un castigo. Como
se dijo, el derecho no vela por el bien individual, sino colectivo; por ello no vela por las
expectativas de calidad de vida de cada persona. Sin embargo, puede en el caso del
derecho a la vida imponer el deber general de no matar y conceder el derecho a
disponer de la propia vida en circunstancias determinadas, como:

1.Manifestación anticipada y voluntaria de no desear continuar con vida bajo


circunstancias determinadas. Estas pueden ser: a.Padecer una enfermedad incurable,
dolorosa, que provoque sólo sufrimiento.
b.Encontrarse en estado terminal.
c.Considerar a la propia vida como un mal antes que un bien.
Si bien el derecho no obliga a nadie a terminar con la vida indeseada, puede permitir,
apelando a la bondad de alguien, atender a las expectativas de calidad de vida de una
persona en particular y procurar su finalización. Así se resolvería el conflicto de
derecho a la vida (sentido jurídico) y derecho a elegir sobre la vida (sentido moral)

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