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Las comunidades cristianas, cuando nacieron, eran islas en medio del mar del
paganismo. La circunstancia de haber nacido y de tener que vivir rodeadas por un medio
pagano que era a menudo hostil, favoreció ese sentido de fuerte cohesión interna que,
durante los primeros siglos, tuvieron la vida y la organización de la Iglesia universal y
de cada una de las Iglesias locales.
2. Obispos
Al desaparecer los apóstoles y sus auxiliares, las comunidades locales necesitaban
asegurar cierta indispensable unidad de dirección y a tal fin de entre ellas se destacaba
un personaje revestido de autoridad, siendo éstos los que sucedieron a los apóstoles.
Desde el siglo II la cristiandad ha tenido un obispo que era el jefe de la Iglesia local,
quien se encargaba de resguardar el contenido de la fe de sus fieles.
3. El Primado romano
Todas las comunidades locales no se creían ni autosuficientes ni aisladas, sino que se
sentían integradas en una misma Iglesia universal. Pedro ejercía la primacía entre los
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apóstoles. Pedro estuvo en Antioquía y finalmente fijó su residencia en la capital del
Imperio. Fue el primer obispo de Roma y allí sufrió el martirio. La Iglesia romana fue
desde entonces centro de unidad de la Iglesia universal y de sus obispos, sucesores
suyos en el ejercicio del Primado.
Así, en la Iglesia, más allá de los límites temporales del apóstol Pedro, su Primado
permanece en vigencia, manteniendo la unidad de la Iglesia y su trascendencia en la
institución desde siempre y para siempre de Jesús en Pedro.
4. El clero
Aparece como un estamento diferenciado en las comunidades cristianas:
4.1. Los obispos: sus funciones principales consistían en enseñar, celebrar la
eucaristía, administrar el bautismo. Le competía el derecho de admitir al
catecumenado y expulsar de la Iglesia a los indignos (excomunión).
4.2. Los sacerdotes: estaban sometidos al obispo. Ejercían su ministerio por
encargo o delegación del obispo, presidian la eucaristía y administraban los
sacramentos. Una categoría especial tenían los corepíscopos que son
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obispos de la campiña; generalmente eran sacerdotes, designados para los
pueblos.
4.3. Diáconos: asistían al obispo en la administración de la eucaristía y el
bautismo. Distribuían las limosnas y la administración de los bienes
temporales de la comunidad, pero siempre bajo la vigilancia del obispo. En
un inicio se eligieron siete varones y en memoria de ellos se mantuvo esta
tradición.
4.4. Diaconisas: desde el tiempo de los apóstoles existían diaconisas, atendían
a las mujeres en las obras de misericordia, en los ágapes, y en la
administración del bautismo. Desaparecen en el siglo IV.
4.5. Clérigos menores: se dividen en subdiáconos, acólitos, lectores,
exorcistas y ostiarios o porteros.
5. Siglo IV
5.1. Oriente y Occidente
La organización de la Iglesia estaba diseñada en los orígenes para pequeñas
multitudes. En el siglo IV, ante la libertad del ejercicio del cristianismo, la Iglesia tuvo
que reconstruir su organización, pues resultaba insuficiente para atender las necesidades
que traían los nuevos tiempos.
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El siglo IV es una época crítica de la historia antigua porque fue cuando se cristalizó
la diferenciación entre Oriente y Occidente, como expresión de dos culturas, de dos
Imperios y de dos destinos. El Imperio romano occidental sucumbió frente a los reinos
germánicos, en Occidente ya no existía el emperador.
En el siglo V la crisis del poder civil romano originó un gran vacío en la sociedad,
que tan sólo los obispos fueron capaces de llenar. La administración pública se
desintegraba gradualmente y magistrados o funcionarios abandonaban misiones y
responsabilidades que hasta entonces habían sido siempre suyas. Los obispos se vieron
obligados a intervenir en la vida de los pueblos asumiendo una función de suplencia,
que les vino impuesta por las circunstancias. De un modo especial les correspondió la
protección de las gentes socialmente débiles incapaces de defenderse por sí mismas y de
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los huérfanos. De este modo, en Occidente los obispos se convirtieron en los jefes
naturales de las poblaciones romanas, sometidas a los nuevos señores germánicos que
tenían en sus manos el poder militar.
5.3.2. Patriarcado
En el siglo IV, en la Iglesia encontramos sedes episcopales singularmente
prestigiosas, cuya importancia superaba la de las simples capitales de una provincia
eclesiástica. Los obispos residentes en la capital de la diócesis civil que tenían iglesias
de fundación apostólica, se fueron constituyendo, poco a poco, en patriarcas. El concilio
de Nicea (325) reconoció estos privilegios patriarcales a Roma, Alejandría, Antioquía y
Éfeso. Se le reconoce un honor especial a Jerusalén por ser la Iglesia madre;
posteriormente llegará a constituirse también en patriarcado.
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Constantinopla no sólo fue reconocida como Iglesia patriarcal, sino que se le
reconocieron unos derechos de supremacía sobre todo el Oriente, con detrimento de los
derechos y privilegios de la Iglesia alejandrina.
5.3.3. Diócesis
Toda la superficie del mundo cristianizado fue dividida en diócesis, y nació entonces
una geografía eclesiástica, puesto que se hizo preciso establecer el perímetro de cada
una de ellas y fijar los límites que separaban a las diócesis que eran vecinas entre sí. En
cada ciudad había un obispo que tenía pleno dominio sobre todas las parroquias
existentes en la misma ciudad y en la campiña circundante. En el concilio de Nicea se
prohíben las intromisiones de un obispo en la jurisdicción de otro, así como la traslación
del obispo de una diócesis a otra.
Desde el siglo IV, los pontífices romanos ejercieron su primacía sobre las Iglesias de
Occidente. Fueron muy numerosos los asuntos planteados ante la Sede romana y que los
papas resolvieron por medio de “epístolas decretales”. Frecuente fue, también, el envió
por el papa de delegados, presbíteros o diáconos de la Iglesia romana, para hacer llegar
eficazmente la autoridad pontificia a las diversas Iglesias.