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INTRODUCCIÓN AL ECUMENISMO

CEOP - 2021
Fr. Jorge A. Scampini, O.P.

LAS IGLESIAS ORIENTALES

El origen de una realidad rica y compleja


Para los cristianos católicos latinos las Iglesias orientales son prácticamente
desconocidas. Es verdad que los acontecimientos dramáticos de las últimas décadas nos
han permitido saber acerca de la existencia y sufrimientos de los maronitas en el
Líbano, o de los sirianos en Siria, de los asirios y caldeos en Iraq, y de diversos grupos
en Palestina. Pero esto no es suficiente para conocer su identidad más propia. La
presencia en nuestro país de comunidades armenias, sirias y ortodoxas (griegas, rusas,
sirias y serbias) no siempre ha significado un incentivo para superar ese
desconocimiento. Habituados a una Iglesia que por su extensión geográfica ha
alcanzado una realización prácticamente universal y ha sido modelada en los últimos
siglos por una única tradición litúrgica y canónica, nos resulta difícil imaginar la
diversidad y complejidad de las Iglesias orientales. Esto responde a razones culturales,
teológicas, históricas y políticas, prestándose todas ellas a diferentes interpretaciones.
Para una primera aproximación, con categorías contemporáneas, podríamos decir que la
diversidad del cristiano oriental es fruto de la “inculturación” de la única Iglesia en
distintos ámbitos geográficos o, en otras palabras, del arraigo del mismo Evangelio y de
la única Iglesia en diferentes contextos. Esto se explica por dos razones fundamentales:
en primer lugar, como expresión legítima y necesaria de la riqueza del don a asumir; y,
en segundo lugar, porque el cristianismo se ha difundido históricamente en un
movimiento complejo, en varias direcciones, siendo acogido por culturas y etnias muy
diferentes a la de su matriz judeo-palestinense. Este movimiento excedió pronto las
fronteras del Imperio romano. Un ejemplo es la Iglesia persa, nacida antes del 330, año
de la fundación de Constantinopla, en una nación cuya religión oficial era el culto de
Zoroastro. Esta Iglesia, inmersa más tarde en un contexto musulmán, no experimentó el
“giro constantiniano” vivido en el Imperio. Sin embargo, esta diversidad no significó un
motivo de división en los primeros siglos del cristianismo.
En el siglo V, en el momento previo a las rupturas que luego serán irremediables, se
encontraban en un avanzado estado de desarrollo las cinco familias rituales tradicionales
en Oriente. En la parte occidental de la jurisdicción de Antioquía, el rito antioqueno o
sirio; en la parte oriental, el rito caldeo. En Alejandría, con irradiación en el resto de su
jurisdicción africana, se configuró el rito alejandrino, más tarde llamado copto. El
traslado de la capital del Imperio a Constantinopla favoreció su florecimiento eclesial y
el desarrollo de un nuevo rito, el bizantino. La Iglesia armenia desarrolló, a partir de las
tradiciones siria y bizantina, un rito propio.
Los ritos no se reducen a la dimensión litúrgica; implican una visión eclesiológica. Así
entendido, el rito es más que lo que señalan las rúbricas de los libros litúrgicos acerca de
lo que se debe observar al celebrar los sacramentos. Esto es difícil de comprender desde
Occidente, donde se tiene la tendencia a afirmar una imagen más bien reductiva de los
ritos, acentuada por el predominio casi exclusivo del rito latino. El rito comprende la
liturgia, con lo que ésta expresa y encierra de verdad dogmática –lex orandi, lex
credendi-, las imágenes, el estilo de vida monástica, la disposición de las iglesias y el

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espíritu que da vida a una determinada organización eclesial. El P. Dalmais, dominico
francés, gran conocedor de las iglesias orientales, ha afirmado que se debe: “captar la
diversidad de los ritos como la expresión hierática de toda una concepción de la vida
cristiana forjada en la experiencia secular de una comunidad consciente de guardar y
transmitir la tradición apostólica y la plenitud del mensaje de Cristo refractados a través
de su genio propio”. En otras palabras, los ritos expresan el genio de una iglesia o grupo
de iglesias, el modo en que éstas expresan de modo coherente y múltiple su fe, realizan
la Iglesia de Cristo y celebran los misterios.
Si de lo ritual pasamos a la comprensión intelectual de la fe, podemos afirmar que la
teología cristiana nace en un contexto de diversidad, donde las distinciones tienen una
gran importancia y son características de las escuelas de teología de Alejandría,
Antioquía, Edesa, Nisibe y de los centros culturales armenios y georgianos.
A mediados del siglo V, estos desarrollos en ámbito litúrgico y teológico expresan, en el
marco político del Imperio greco-romano, la importancia y el lugar de algunas sedes
episcopales como Antioquía, Alejandría y, más tarde, Constantinopla. Estas sedes junto
con Jerusalén -con mayor irradiación espiritual que eclesiástica- y Roma, formarán lo
que los griegos han denominado la “Pentarquía”: la organización eclesiástica basada en
las cinco sedes patriarcales, que agrupaba a todas las iglesias locales, conscientes de
formar parte de la misma comunión de fe y sacramentos. Más allá de las fronteras del
Imperio, manteniendo esa misma comunión, se erigían los Catolicados de Persia y de
Armenia, declarados ya autocéfalos.
Las divergencias doctrinales, suscitadas por los intentos de una mayor comprensión del
misterio de Cristo, agravadas por las rivalidades entre los titulares de las principales
sedes, los avatares políticos y las reivindicaciones nacionalistas, contribuyeron a que las
diferencias se convirtieran en los moldes en los que se cristalizaron las primeras
divisiones que aún perduran y que no han dejado de representar un papel en la
preparación del terreno favorable a la expansión del Islam. Las comunidades que
surgieron a partir de esas rupturas, en los siglos V y VI, se las conoce como “Iglesias
precalcedónicas”.
A mediados del siglo XI se produce una segunda fractura, esta vez entre el Patriarcado
de Constantinopla y la Iglesia de Roma. Aquí no entran en juego cuestiones doctrinales
–a lo sumo estas cuestiones se acentuarán más tarde para justificar la ruptura-, sino la
incapacidad de comprenderse, la falta de caridad y las pasiones humanas. Se constituyen
así, como un bloque separado de la Iglesia latina, las “Iglesias ortodoxas” o bizantinas.
A partir del siglo XVI, en esta realidad fragmentada y compleja aparece un nuevo
fenómeno: algunas iglesias locales en su integridad o pequeñas comunidades
provenientes de los dos grupos anteriores entraron, por caminos y en tiempos diferentes,
en comunión con la Iglesia de Roma. Aparecen entonces las llamadas “Iglesias católicas
orientales”.
Pasemos a la presentación de cada grupo.

Las Iglesias precalcedónicas


Estas iglesias procuran enseñar la fe tal como se formulaba antes del Concilio de
Calcedonia (451). Se trata de iglesias que cuentan actualmente con una población
relativamente reducida, muchas veces dispersa, y que han sufrido sucesivas

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emigraciones de sus lugares de origen. Este grupo presenta su propia complejidad,
siendo posible reconocer dos sub-grupos:
1. Las Antiguas iglesias orientales, así denominadas por tratarse de las iglesias de tres
naciones de cultura propia que, en reacción al Imperio greco-romano, no aceptaron la
definición de Calcedonia y asumieron la formulación cristológica “miafisita” –en Cristo
se reconoce una persona y una única naturaleza, la divina-. Hoy existe la clara
conciencia de que en realidad permanecían fieles a la teología propia de Cirilo de
Alejandría. Estas iglesias, también conocidas como “Iglesias ortodoxas orientales” o
“no calcedónicas”, según sus títulos oficiales y el orden de precedencia de los
patriarcados antiguos, son:
a) la Iglesia copta ortodoxa y sus derivadas, la Iglesia etíope y la Iglesia de
Eritrea;
b) la Iglesia siro-ortodoxa de Antioquía y su derivada, la Iglesia sirio-ortodoxa
malankar, en India;
c) la Iglesia apostólica armenia.
a) La Iglesia copta ortodoxa: El cristianismo llegó a Egipto desde los inicios de la
predicación apostólica. Según la tradición, San Marcos evangelizó las orillas del Nilo y
fue martirizado en Alejandría en el año 63. El Evangelio se predicó y tradujo a la lengua
egipcia (copto) ya en el siglo II. Egipto se convirtió así en una nación cristiana.
Alejandría, el primer patriarcado de Oriente, será más tarde un importante centro
eclesial y teológico y el desierto egipcio el testigo de la primera vida monástica
cristiana. Tras la celebración del Concilio de Calcedonia, la mayoría de los coptos o
cristianos egipcios abrazaron el ‘miafisismo’, fieles a las que creían eran las enseñanzas
de san Cirilo. Sin embargo, en esta opción no dejó de representar un papel la oposición
al dominio bizantino y la creciente rivalidad, a pesar de una santidad reconocida, entre
los titulares de las sedes de Alejandría y Constantinopla. Las persecuciones imperiales
contribuyeron a reafirmar las resistencias egipcias.
Desde los siglos V al VII, se vive un tiempo de alternancia de patriarcas egipcios
“monofisitas” y patriarcas griegos pro-calcedónicos. Los patriarcas coptos tenían su
sede en el Monasterio de San Macario, en el desierto; mientras que los patriarcas
griegos residían en Alejandría. Hasta que, finalmente, con la invasión árabe del 639, el
último patriarca griego pro-calcedónico huyó. Surge entonces, de modo definitivo, una
Iglesia copta, con su cristología, su tradición litúrgica desarrollada a partir del rito
griego alejandrino original y su lengua. En el siglo VIII, después del avance islámico, el
árabe reemplazó al copto como lengua oficial del país.
Esta Iglesia ha soportado catorce siglos de dominación musulmana. Incluso el Patriarca
Papa Shenouda III († enero de 2012) sufrió el confinamiento entre 1982 y 1985. Esta
situación que perdura ha contribuido por momentos a generar dificultades para la
comunicación con el mundo exterior. Actualmente la Iglesia copta, que representa la
comunidad cristiana más numerosa del mundo árabe (cerca de 8.000.000 de fieles), es
una minoría importante en un país oficialmente musulmán. En el siglo XX esta Iglesia
ha conocido una importante renovación de su vida, notablemente del monaquismo.
Debido a la emigración egipcia, hay presencias de esta Iglesia en Europa occidental,
América (América del Sur en Brasil y Bolivia) y Australia. La presencia en nuestro país
ha sido muy reducida y nunca alcanzó a la organización de estructuras eclesiásticas.
De esta Iglesia es hija la Iglesia etíope ortodoxa, unida a ella hasta 1959, que ha
asumido muchos elementos propios de la cultura africana. Esta Iglesia ha tenido que

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asumir el desafío del régimen marxista de Etiopía y soportar guerras y calamidades. De
la Iglesia etíope obtuvo su autocefalía la Iglesia de Eritrea, al declararse la
independencia de su país en 1991.
b) La Iglesia siriano-ortodoxa u ortodoxa siríaca de Antioquía: Tiene sus orígenes en
los tiempos apostólicos, siendo mencionada en los Hechos de los Apóstoles (11, 22-26;
13, 1-3). Desde esa época se manifiesta como una comunidad sin fronteras. La
separación originada en el Concilio de Calcedonia afectó a esta comunidad cristiana. La
definición conciliar, que había sido promulgada como ley y ejecutada por las
autoridades imperiales, suscitó luchas intestinas. La población rural rechazó la
imposición, mientras que la helenizada población urbana la aceptó. No obstante, en los
primeros tiempos se alternaron patriarcas del partido “monofisita” y patriarcas pro-
calcedónicos en la sede de Antioquía. Sólo las persecuciones imperiales a los
monofisitas, bajo Justino I (518-527) y su sucesor Justiniano I (527-565) provocaron la
abierta ruptura. Casi a punto de desaparecer el grupo monofisita, Jacobo Bar Addai
organiza esta Iglesia con el apoyo de la emperatriz Teodora, esposa de Justiniano. Por
eso ha sido calificada, impropiamente, de “jacobita”. Con la ordenación episcopal de
Jacobo (543), se da inicio a una cronología de patriarcas sirios ortodoxos de Antioquía.
Esta Iglesia, que desarrolló su propia liturgia y sus tradiciones, asumió como lengua el
siríaco, idioma de la población.
Actualmente, el medio millón de fieles congregados en esta Iglesia se encuentran
dispersos en Siria, Líbano, Turquía, Israel y la diáspora en Europa y América; ésta
incluye las comunidades sirio ortodoxas de Argentina. Además, de esta Iglesia se
derivó, en el siglo XVII, la Iglesia siro- ortodoxa del Oriente o Malankar, que es
independiente desde 1912.
c) La Iglesia apostólica armenia: Debe su origen a los apóstoles Bartolomé y Tadeo,
quienes evangelizaron Armenia. A inicios del siglo IV, gracias a la conversión del rey
Tiridates III, Gregorio el Iluminador organiza esta Iglesia, siendo Armenia la primera
nación que adoptó el cristianismo como su religión oficial. En el año 506, los obispos
armenios -que no habían participado en Calcedonia- reunidos en sínodo, rechazaron la
cristología ortodoxa, quizá por temor al nestorianismo de sus vecinos persas. Así el
monofisismo entró en Armenia. Esta Iglesia, como la nación en la que se ha hecho
carne, conoció invasiones y guerras, experimentando una fuerte emigración.
Esta Iglesia se encuentra presente hoy no sólo en la recientemente establecida República
de Armenia, sino también en una diáspora que alcanza a países de Asia, Africa, Europa,
Australia y América, incluso Argentina.
Las Iglesias copta, siríaca, y armenia se encuentran en plena comunión entre sí, en el
marco de un respeto total a sus respectivas autocefalías.

2. La Iglesia asiria de Oriente: Esta Iglesia, considerada heredera de la época apostólica


por la actividad desarrollada por Santo Tomás, puede hacer remontar sus orígenes hasta
las comunidades cristianas radicadas en la parte superior de la Mesopotamia a mediados
del siglo II. Cuando esa región fue conquistada por los persas esta Iglesia incorpora
diferentes etnias, conservando un papel preponderante los asirios. Su primera
organización eclesiástica, en torno a un catolicós, se ubica hacia el año 300. En el siglo
V la Iglesia asiria asume la cristología antioquena de Teodoro de Mopsuestia. Al ser
depuesto Nestorio como arzobispo de Constantinopla y perseguidas sus ideas por el
Imperio bizantino, los miembros de esta Iglesia se organizaron en Persia, separándose

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tanto de Antioquía –su patriarcado de origen- como de Roma, y estableciendo su sede
propia en Seleucia-Ctesifonte. Las comunidades autóctonas se vieron fortalecidas por la
presencia de los nestorianos expulsados del Imperio romano. Las diferencias doctrinales
con la Iglesia del Imperio permitieron que estos cristianos pudieran sobrevivir en
territorio persa, ya que no eran sospechosos de colaboracionismo con el enemigo
político.
A pesar de que el Imperio persa sostenía el culto de Zoroastro, esta Iglesia alcanzó una
gran vitalidad que se manifestó en su empuje misionero, llevándola a evangelizar
grandes regiones de Asia. Así se estableció en China, Mongolia e India. Con el
surgimiento del Islam, en el siglo VII, esta Iglesia es perseguida por los árabes y su
patriarcado se traslada a Bagdad. Más tarde, estos cristianos lograron entenderse con los
árabes, quienes vieron en los grupos nestorianos a aliados seguros frente a los persas.
Esta vitalidad fue cruelmente detenida, en el siglo XIV, cuando poblaciones enteras
fueron masacradas por el avance de Tamerlán, quedando reducidos a una pequeña
comunidad de asirios en la parte oriental de la actual Turquía.
El aislamiento y la sumisión al poder musulmán hicieron que esta Iglesia experimentara
una gran decadencia. Quizá a esto se deban los primeros intentos de unión con Roma.
En el Concilio de Florencia, el arzobispo Timoteo de Tarso firma la unión con Roma, el
7 de agosto de 1445, mediante la bula Benedictus sit Deus, pero sin resultados
duraderos. Sin embargo, en 1681, se constituye una Iglesia católica caldea.
Durante la Primera Guerra Mundial, los asirios sufrieron nuevas deportaciones y
genocidios de manos de los turcos. La mayor parte de los sobrevivientes se vio obligada
a emigrar a Iraq, para recibir la protección británica. Esta tranquilidad durará tanto
como el protectorado británico. Las autoridades iraquíes expulsaron al Patriarca y lo
despojaron de su ciudadanía. Se preparó así un período de cisma en la Iglesia,
cristalizado en la elección de un contrapatriarca en Bagdad.
Esta Iglesia, de rito caldeo, celebra su liturgia en siríaco. Congrega a unos 315.000
fieles, que se encuentran presentes en Iraq, Irán, Siria, Líbano y, por movimientos
emigratorios, en los Estados Unidos y Australia. La sede del patriarca permaneció varias
décadas en Illinois, Estados Unidos. Solamente con la elección del actual Catolicós
Patriarca de la Iglesia de Oriente de los asirios, Mar Gewargis III, que ya residía en Iraq,
la sede volvió a ese convulsionado país. Cuenta, además, con presencias en Turquía,
Irán e India y en la diáspora (Líbano, América del Norte, Cercano Oriente, Oceanía y
Europa Occidental). Esta iglesia hha dado origen a la Iglesia Mar Thoma de Malabar de
India.

Las Iglesias ortodoxas o bizantinas.


Se trata de iglesias autocéfalas que fundan su fe en los siete primeros Concilios
ecuménicos. Desde entonces no reconocen una nueva explicación del dato revelado.
Históricamente, estas iglesias se autodenominaron “ortodoxas” por considerarse
“conformes a la fe”, es decir, por haber sostenido la fe de Calcedonia. Como Iglesia de
la capital del Imperio, el lugar del Patriarcado de Constantinopla ha sido decisivo. El
mismo Concilio, en su cánon 28, le había otorgado una precedencia respecto a los otros
patriarcados de Oriente. Con Constantinopla se alinearon, además, las minorías fieles a
Calcedonia que vivían en territorios no estrictamente griegos –Egipto, Siria y Palestina-,
conservando éstos su ritos propios. En esas naciones, los no calcedónicos comenzaron a
llamar “melquitas” –fieles al “emperador” (mélek)-, a los cristianos pro-calcedónicos.

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En el siglo XII, los melquitas de rito antioqueno o alejandrino adoptaron el rito
bizantino, conservando su propia lengua. Se afirman de este modo los patriarcados
greco-melquitas de Alejandría, Antioquía y Jerusalén.
Como consecuencia de la expansión histórica de Bizancio en los Balcanes y en Europa
del este, nuevas iglesias ortodoxas surgieron en esos territorios. Algunas de éstas, con la
reaparición de antiguas naciones o la constitución de nuevas, alcanzan su autocefalía en
el siglo XX. Por último, los movimientos emigratorios -hacia Europa, América del
Norte y del Sur, Oceanía, Africa del Sur-, y las experiencias misioneras en China, Japón
y países africanos han contribuido a la presencia ortodoxa en otras latitudes en los dos
últimos siglos.
Las iglesias ortodoxas son las iglesias orientales más numerosas –suman
aproximadamente unos 200.000.000 de fieles. De estas iglesias, nueve revisten el
estatuto eclesiástico de patriarcados: a) El Patriarcado ecuménico de Constantinopla,
con muy pocos fieles en Turquía y jurisdicción teórica sobre los ortodoxos de la
diáspora; b) El Patriarcado ortodoxo griego de Alejandría, con jurisdicción sobre los
greco-ortodoxos de Egipto y toda Africa; c) El Patriarcado ortodoxo griego de
Antioquía, con jurisdicción sobre los greco-ortodoxos del Cercano Oriente y, de hecho,
sobre los sirios que viven en la diáspora; d) El Patriarcado ortodoxo griego de
Jerusalén; e) El Patriarcado de Moscú, cuyo territorio canónico es Rusia y reclama el
de las repúblicas de la antigua Unión Soviética; f) La Iglesia ortodoxa serbia, bajo el
Patriarcado de Belgrado; g) La Iglesia ortodoxa rumana, bajo el Patriarcado de
Bucarest; h) La Iglesia ortodoxa búlgara, bajo el Patriarcado de Sofía; i) La Iglesia
ortodoxa de Georgia; j) Y, recientemente, La Iglesia ortodoxa ucraniana, Patriarcado
de Kiev.
Las restantes iglesias autocéfalas están presididas por un arzobispo o un metropolita,
como es el caso de las Iglesias de Chipre, Grecia, Albania, Polonia, y la Iglesia
ortodoxa de las repúblicas Checa y Eslovaca y, más recientemente. Son iglesias
autónomas, pero en cierta relación con alguno de los patriarcados antes nombrados, las
Iglesias ortodoxas de Finlandia y Japón. Sin un estatuto canónico claro, se encuentran
las Iglesias ortodoxas en América –de origen ruso- y de Estonia.
Debido a las inmigraciones provenientes de Grecia, Siria, Rusia, Serbia y Ucrania, están
presentes en nuestro país el Patriarcado ecuménico de Constantinopla, la Iglesia
ortodoxa griega del Patriarcado de Antioquía y la Iglesia ortodoxa rusa –con tres
‘jurisdicciones’ diferentes-, la Iglesia ortodoxa serbia (Patriarcado de Belgrado), y la
Iglesia ortodoxa ucraniana autocéfala, en comunión canónica con el Patriarcado de
Constantinopla.

Las Iglesias católicas orientales


Se trata de comunidades cristianas procedentes de los grupos anteriores, pertenecientes
a las cinco familias rituales antes mencionadas, que se han unido a Roma en un
determinado momento histórico y reconocido al Papa como cabeza visible de la Iglesia.
Como provenientes de las Iglesias precalcedónicas se deben mencionar: a) De rito
copto: la Iglesia católica copta, reconocida en 1741 y erigida en patriarcado en 1899; la
Iglesia etíope católica, de fines del siglo XIX; separada de ésta la Iglesia de Eritrea,
recientemente constituida en sui iuris (2015); b) De rito sirio: la Iglesia católica siríaca,
unida a Roma en 1662, fue provista de un patriarca en 1781; y la Iglesia católica siro-
malankar de India, cuya organización eclesiástica proviene de 1930; c) De rito armenio:

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la Iglesia católica armenia, cuyo erección data de la unión de 1740, cuenta con un
patriarca desde 1742; d) De rito caldeo: la Iglesia católica caldea, procedente de la
Iglesia asiria y unida a Roma en 1553, cuenta con un patriarca desde 1830; su derivada
de India, la Iglesia católica siro-malabar, después de intentos de unión en el siglo XVII,
se organizó eclesiásticamente en 1886.
El segundo grupo lo forman las Iglesias “católicas bizantinas” o “católicas griegas”,
que eran parte originariamente de la Iglesia ortodoxa. Estas iglesias son: a) La Iglesia
católica melquita, en los antiguos territorios de los patriarcados de Antioquía,
Alejandría y Jerusalén, que tiene su jerarquía propia, bajo un patriarca, desde 1724; b)
La Iglesia católica ucraniana, cuya unión con Roma remonta a fines del siglo XVI; c)
La Iglesia católica rumana; d) La Iglesia católica griega; f) Y minorías católicas de rito
bizantino en varios países balcánicos y eslavos, que han sufrido transformaciones por
los avatares políticos del siglo XX.
Entre la Iglesias católicas orientales, la Iglesia maronita y la Iglesia católica italo-
albanesa representan un caso especial ya que siempre han estado en comunión con la
Iglesia de Roma.
En nuestro país contamos con la presencia de varias iglesias católicas orientales: las
eparquías de las iglesias maronita, católica armenia y ucraniana, cuya sede es Buenos
Aires, y el exarcado de la Iglesia católica melquita, con sede en Córdoba. Otras
minorías tienen como ordinario al arzobispo de Buenos Aires. Por estar en la plena
comunión de la Iglesia católica, estas iglesias no serán objeto de una ulterior
consideración.

Aprender a conocer y valorar lo propio de cada comunidad


El panorama trazado ayuda a percibir la complejidad y diversidad de las Iglesias
orientales; se trata sólo una primera etapa antes de considerar, un modo de poner en
práctica lo propuesto por Juan Pablo II: “(…) dado que creemos que la venerable y
antigua tradición de las Iglesias orientales forma parte integrante del patrimonio de la
Iglesia de Cristo, la primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocerla
para poderse alimentar de ella y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades,
el proceso de la unidad” (Carta Orientale lumen, 1).

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