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Curso 2018/19
Para llegar a la
situación de hoy en día tenemos que llevar la mirada atrás, al momento de la Conquista. Por lo
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tanto, tenemos que ir a 1492, el momento de llegada de las primeras flotas al nuevo mundo, y
tenemos que llegar hasta el final de ese periodo, 1898, cuatro siglos después. Cuatro siglos que
dan lugar a muchas variaciones.
Baudot (La vida cotidiana en la América española en tiempos de Felipe II. Siglo XVI,
México, FCE, 1981) hace una aportación; dice que tenemos cuatro siglos de confluencia cultural:
El imperio español de América se extiende por más de cuatro siglos (1492-1898) si lo
consideramos en su totalidad; desde el descubrimiento de América por Cristóbal Colón al
servicio de los Reyes Católicos, a partir del desembarco al alba del 12 de octubre de 1492
en la playa de Guanahaní, hasta la Paz de París que el 10 de diciembre de 1898 consagró la
independencia de Cuba, la pérdida de Filipinas y de Puerto Rico después de una guerra
desastrosa con los jóvenes Estados Unidos de América, y por consiguiente la retirada
definitiva de España de las tierras americanas.
pero dice:
(…) en realidad, en cuanto a la parte más significativa y sustancial de su presencia y su
historia, el gran imperio español de América subsistió más bien durante alrededor de tres
siglos (1516-1824). Desde el desembarco de Hernán Cortés en las costas de México en abril
de 1519, hasta el 27 de septiembre de 1821, el día de la Independencia de este mismo México
y de la entrada a su capital del ejército “trigante”, o hasta la victoria de Bolívar de Junín el 6
de agosto de 1824, o mejorar aún, hasta la decisiva victoria de Sucre en Ayacucho el 9 de
diciembre de 1824. Tres o cuatro siglos, pues, de la historia de los hombres, duración
imponente desplegada sobre territorios inmensos de más de tres millones de kilómetros
cuadrados, sobre más de ocho mil kilómetros de longitud, desde el trópico de Cáncer (e
incluso, en el siglo XVIII, desde los 38º de latitud norte de California) hasta los 42º de latitud
sur en Chile. Es a la vez el primer sistema de intercambio, la primera red de comunicaciones,
constituidos a la escala del mundo; pero también el primer proyecto político, espiritual y
misionero que se sitúa en una perspectiva planetaria.
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¿Qué es el español americano?
Primero tendríamos que ver los términos con los que nos referimos a América del Sur.
Incluso para la referencia al territorio de proyección neolatina encontramos VARIACIÓN.
Humberto López Morares (La aventura del español en América, págs. 141-142) lo delimita del
siguiente modo:
– “Hispanoamérica” hace referencia a todos esos países americanos que tiene el español
como lengua uno; se trata de una comunidad político-lingüística en la que nuestra lengua posee
rango nacional y oficial/cooficial.
– “Iberoamérica”: “se hace referencia a los países de aquel continente que hablan lenguas
ibero-románicas, como el portugués, de manera que se habla de Iberoamérica cuando se incluye
a Brasil”.
– “Latinoamérica”: “una palabra inventada por los franceses hace ya varias décadas y que
tiene un contenido semántico algo confuso. Se supone que va dirigida a las naciones de América
que hablan una lengua neolatina, francés incluido, naturalmente (…) La realidad es que no hace,
ni puede hacer, alusión al conjunto de todos los países situados al sur de los Estados Unidos, ya
que algunos de ellos, más cierto ‘territorios’, hablan lenguas con orígenes ajenos al latín:
holandés, inglés y una serie de criollos”.
Como apunta Juan Antonio Frago (“Dialectología e historia de la lengua” en Manuel Alvar,
Manual de dialectología hispánica. El español de España, pag 22):
convenga o no a ciertos planteamientos teóricos, la unidad se da junto a la diversidad
y la abstracción lingüística en modo alguno ha de ignorar que la lengua es más compleja y
menos homogénea de lo que a primera vista parece, y a partir de esta constatación no es
extraño un concepto como el de arcluisistema, o como el de diasistema, y otros semejantes
que últimamente han ido formulándose.
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en América’ podría reservarse para casos en que nos referimos a fenómenos históricos y a su
desarrollo en América.
No hay un único español en América, hay muchas variedades, y ni siquiera hay una
dependencia del español de América frente al de España.
Pero cuando hablamos del español de América hacemos referencia tanto al español que se
llevó a América, como al español que sigue sufriendo modificaciones en la actualidad, también
es el español que sufrió cambios desde la independencia de las colonias y el español que
evolucionó como entidad propia durante la conquista.
Así pues, mientras Castilla fue un puñado de condados o un reino entre los reinos
peninsulares, su romance, cuando se especificaba, se llamó casi únicamente castellano: el
romance de los castellanos, para distinguirlo de los romances leoneses, aragoneses, gallegos,
catalanes. Pero Castilla, saliendo de su casa, castellanizó el centro y sur de la Península, y
luego se unificó con los reinos de León, Navarra y Aragón, que adoptaron en común el hablar
de Castilla. Con el despertar renacentista de las conciencias nacionales, junto a los que
siguieron tradicionalmente llamando castellano al hablar de todos, hubo muchos que
empezaron a ver intencionadamente en el idioma una significación extrarregional y un
contenido histórico-cultural más rico que el estrictamente castellano. Y junto al arcaísmo
‘castellano’ empezó a cundir el nombre de ‘español’, ya usado algunas veces en la Edad
Media, pero que ahora tenía la fuerza interior de un neologismo oportuno.
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Andrés Bello, Gramática de
la lengua castellana, (1774):
Se llama lengua
castellana (con menos
propiedad española) la que
se habla en Castilla y que con
las armas y las leyes de los
castellanos pasó a la
América, y es hoy el idioma
común de los estados
hispano-americanos
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Las características comunes de una lengua de naturaleza a veces muy abstracta conforman
el sistema de la lengua. Las características menos abstractas y de menor alcance conforman las
normas de una lengua.
El sistema, según Coseriu, va a ser el conjunto de reglas esenciales de una lengua que
facilita poner en práctica la creatividad dentro de esa lengua. Aunque el sistema de una lengua
constituye un conjunto de límites a tal creatividad, es, al mismo tiempo, el conjunto de
posibilidades que permiten crear discursos siempre nuevos salvaguardando su inteligibilidad.
La norma, por otra parte, sería el
conjunto de convenciones, menos
abstractas que las del sistema, que
constituyen la forma de hablar normal o
habitual dentro de una comunidad. Las
normas de un idioma no son generales
para toda la lengua, como las pautas del
sistema. Podemos distinguir normas
geográficas (Buenos días/ Buen día) y
sociales (las mujeres españolas pueden
decir de un niño que le parece lindo, un
hombre, probablemente, no utilizaría ese
adjetivo).
El sistema tiene unas reglas
gramaticales como las de la conjugación
verbal, la formación del plural, la
oposición del plural, la oposición del
género masculino-femenino, orden de palabras, etc. Cuando hablamos de límites, hablamos por
ejemplo en la creación léxica o de nuevos verbos. Cuando hacemos eso, pensamos en las
posibilidades de nuestra lengua. Por ejemplo, un verbo de nueva creación sería “zapear”, el
hablante aplica las reglas del sistema de conjugación (yo zapeo, él zapea, etc). En cambio,
“jkgrfta” no constituye una palabra en español porque no respeta las reglas del sistema silábico
español. “Jorape” no existe como lexema, pero respeta los requisitos del sistema (jorapes).
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simplificación del sistema, una realidad más homogénea, realidades lingüísticas funcionales, y
así hablamos de variedades sintópicas (normas de zonas geográficas relativamente homogéneas),
sintráticas (normas de grupos sociales relativamente homogéneos) y sinfásicas (normas propias
de situaciones de comunicación relativamente homogéneas). Ya no estaríamos ante lenguas reales,
sino ante lenguas funcionales, constructos homogéneos a los que metodológicamente conviene
reducir la heterogeneidad lingüística para su estudio.
“Lengua” y “dialecto” se suelen presentar como realidades enfrentadas, pero lo cierto es
que los dialectos no se enfrentan a las lenguas, no tienen con ellas una relación excluyente, sino
que necesariamente están contenidos en las lenguas.
La mayoría de los teóricos que se han acercado a la diferencia entre dialecto y lengua han
pecado de intentar encajar las teorías a su realidad. Por eso, la definición más completa es la que
da Alvar. El castellano en el siglo XIII era tan dialecto como el leonés, el navarro, y como
cualquier otra variedad que se da en la Península, esa es la visión diacrónica. Pero no es suficiente,
para la definible plena de un dialecto nos tenemos que fijar también en como fue el comienzo de
esa realidad y cómo es el presente. Una variedad dialectal como es el castellano ha tenido la suerte
de que se ha ido convirtiendo en la lengua oficial de un territorio cada vez más largo, pero en el
momento de su origen era tan dialecto como los otros que había en la Península. Se debe tener en
cuenta toda la evolución de un dialecto o lengua. Para definir uno de estos dos conceptos hay que
tener en cuenta una serie de reglas.
Lo fundamental es ver que dialecto y lengua no son realidades excluyentes, por lo cual
comparten mucho. Y son condiciones extralingüísticas las que hacen que los dialectos y lenguas
sean variedades distintas. Los factores de variación afectan a las lenguas teniendo en cuenta dos
polos, el de la distancia comunicativa (en estas situaciones nos obligamos a acercarnos a una
variedad supradialectal, en la que no mostramos ni coloquialismos ni vulgarismos) y el de la
proximidad comunicativa (los hablantes pueden utilizar todas las variaciones de la lengua, no
modificamos nuestra forma de hablar y no mostramos rasgos ni diafáticos ni diastráticos)
En el uso, lo que se opone no son la lengua por una parte y los dialectos por otra, sino la
norma ejemplar de la lengua, una especie de norma común o modo de habla supra-dialectal (que
no equivale, obviamente, a la totalidad de la lengua) frente al resto de normas (diatópicas,
diastráticas o diafásicas) que no son modélicas para la distancia comunicativa.
Según Manuel Alvar, una lengua está formada por
un sistema o conjunto de reglas nucleares esenciales, que
se llevan a cabo mediante convenciones normales o
habituales en ciertas zonas, en ciertos grupos sociales y
en ciertas situaciones. Los dialectos, por lo cual, carecen
de características marcadas diatópica, diastrática o
diafásicamente.
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Además, todas las lenguas están diferenciadas unas de otras, y tienen un alto grado de
nivelación, es decir, el hecho de que una lengua posee normas establecidas mediante gramáticas,
ortográficas y difundidas mediante la enseñanza y los medios de comunicación. La lengua
también se destaca por su imposición en la diacronía (es decir, en el transcurso del tiempo), frente
a otros sistemas (como fue el caso del castellano en su conversión a español). El hecho de que
lengua y nación no son realidades equivalentes, puesto que un mismo sistema lingüístico puede
ser común a varios pueblos o naciones.
Por lo cual, un dialecto no es una realidad enfrentada a una lengua, sino un sistema
lingüístico derivado de otro, con una limitación geográfica bastante clara, pero sin diferenciación
suficiente frente a otros de origen común. Además, del dialecto se destaca su carencia de difusión
culta y su limitación geográfica (esto es, su reducción a la inmediatez comunicativa), también su
similitud con otras variedades (puesto que comparte con ellas el mismo sistema). En los dialectos
se destaca la ausencia de elaboración normativa (o de una norma ejemplar, adecuada para la
distancia comunicativa). Y por supuesto hay una convivencia (y reparto de funciones) entre un
dialecto y una lengua (mejor sería decir con otras modalidades de la misma lengua, en particular
con la norma ejemplar, que asume las funciones propias de la distancia comunicativa, dejando
para el dialecto la zona de la inmediatez).
Nos encontraríamos con dos tipos de dialectos: los dialectos históricos/primarios y los
dialectos secundarios. Los históricos/primarios son los dialectos derivados del latín que no han
llegado a alcanzar la categoría de lenguas, como el aragonés y el leonés. Las circunstancias
sociopolíticas y culturales les impidieron alcanzar un uso culto que les diera categoría de lengua;
retrocedieron frente al castellano, que desempeñó el papel de lengua culta. Por otra parte, los
dialectos secundarios son aquellas variedades que no derivan directamente del latón, sino del
castellano, como el andaluz, el canario, el murciano, el extremeño.
Llegados a este punto, nos separamos un poco de esta teoría coseriana. Ahora no vamos a
hablar de la definición de Coseriu de habla, sino una definición más asociada a una realidad más
diatópica. Nos referimos a habla como “variedades restringidas que pueden venir de un dialecto
fragmentado o que nunca pasaron de ser locales, sin llegar a la relativa unidad del dialecto. Suele
tener menos cohesión que un dialecto y variar de pueblo a pueblo” (DRAE). La definición de
“habla” que establecemos ahora se relaciona con la variación diatópica, no es la definición del
término “habla” que establecíamos por oposición de dialecto y lengua.
Hoy en día tenemos una realidad en cuanto al estándar bastante más rica, en el sentido de
que hoy en día consideramos que dentro de una lengua no hay una única lengua ejemplar, no
tenemos una visión monocéntrica sobre las lenguas, sino pluricéntrica, en las lenguas puede haber
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más de un foco de irradiación de una norma ejemplar. Una norma ejemplar-estándar es una
variedad que carece de marcas diatópicas, en la medida en que se constituye el punto de referencia
para el resto de variedades.
IMPORTANTE: determinados rasgos del español americano no pueden ser tratados como
diatópicos, precisamente porque, en su radio de acción, constituyen verdaderos estándares
americanos y no variedades diatópicas de español peninsular, en tanto en cuanto la norma europea
ya no es un punto de referencia para ellos.
Todo esto hablaría a favor de admitir que, en caso del español, no nos enfrentamos con una
única norma ejemplar, sino que estaríamos ante una lengua pluricéntrica. Nos encontramos en
una situación pluricéntrica estable, en la que la intercomprensión es posible debido a que cada
vez más hispanohablantes conocen y respetan como legítimos los rasgos propios de estándares
ajenos.
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caracteres comunes a los veinte países del Nuevo Continente donde hoy se habla. En el momento
presente el español atlántico es la variedad más extendida de nuestra lengua: lo usa el 90 por 100
de los hispanohablantes” […] “El español atlántico no es […] uniforme, pero sus numerosas
variedades tienen unos cuantos rasgos comunes que los distinguen del español peninsular de otras
regiones; y esos rasgos han tenido en la Andalucía occidental su punto de partida, con seguridad
en unos casos, muy probablemente en otros”
Se entiende español atlántico como todas las variedades meridionales de la Península que
están en contacto con el atlántico, los puertos de donde salieron los españoles para llegar a
América: Canarias, América Latina y Andalucía occidental.
SALVADOR, Gregorio, “Discordancias dialectales…”, pág. 354: “Creo, pues, que con el
nombre de español atlántico lo que se indica es una diversidad, y esto hay que tenerlo muy
presente. De hecho yo prefiero hablar de tendencia evolutiva y tendencia conservadora en las
variedades dialectales del español actual. […] En casi cada país americano se reproduce entre el
litoral y el interior una relación dialectal análoga a la existente entre sur y norte de la Península”
Esta división entre conservador e innovador es la que se establece en la mayoría de los
territorios americanos entre tierras exteriores e interiores.
2.3. DIFERENCIACIÓN →
INTERNA
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tanto si son dialectos; los préstamos e influencias entre lenguas son más fuertes y traen mayores
consecuencias que entre dialectos.
– Otro tipo de situación es la diglosia, una situación lingüística estable que se da en una
sociedad en la que existen dos lenguas, o dos variedades, con funciones comunicativas y prestigio
social diferenciado. Charles Ferguson definió la diglosia como la situación en la que, sobre la
variedad primaria de una lengua, utilizada en la conversación diaria, existe otra variedad
superpuesta, muy codificada y con gramática compleja, que tiene una importante tradición
literaria y que se aprende en la enseñanza formal. El rasgo más importante de esta situación
diglósica es la especialización funcional de cada variedad: según la situación comunicativa, solo
es aceptable el uso de una u otra, en función del lugar, el nivel social y cultural de los
interlocutores o el tipo de mensaje transmitido. Una variedad popular, la baja (B) y otra
variedad, la alta (A) sobreimpuesta, culta, adquirida por las élites mediante procesos de
escolarización.
- 2 estadios históricamente diferenciados: árabe clásico/árabe popular
- 1 variedad regional desarrollada tras un periodo de aislamiento: alemán/germanosuizo
- 1 lengua estándar y 1 criolla procedente de aquella: francés/Créole de Haití
Una lengua pidgin es una lengua que está creada, simplificada, que es entendida por una
comunidad y tiene rasgos de una y otra variedad.
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caracterización lingüística (por ejemplo, no podemos comentar igual una parte narrativa
que una parte dialogada)
- Caracterización del fenómeno: prácticamente todos los rasgos de un texto afectan
a más de un apartado de nuestro esquema, pero hay que ver en cuál tiene más peso
específico y en los demás podremos remitir a aquel en que ha sido estudiado.
- Valoración: si hay pocos o muchos ejemplos no es lo más importante, sino valorar
su número en función del tipo de texto, distribución que en él ocupa, nivel sociolingüístico
del hablante, lugar de procedencia, etc.
Hay que distinguir entre fenómenos inherentes al tipo de texto y fenómenos propios
del autor/hablante: →
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- Establecer el nivel o el estilo de lengua que refleja: registro sociolingüístico, sexo,
generación, lenguaje formal o informal, etc.
4. No hay una receta para hacer buenos comentarios: Los conocimientos teóricos y la
práctica son los únicos aliados para obtener resultados satisfactorios.
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