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IAN

La vida puede ser una completa mierda, al menos desde mi perspectiva. No encuentro mucha satisfacción
en ella, excepto cuando me sumerjo en el juego retorcido de mi cuenta falsa en una aplicación de citas.

Recuerdo claramente el día en que decidí sumergirme en el juego de las citas en línea.

Un día, mientras navegaba por Internet, me topé con un foro donde las personas compartían sus historias
sobre citas en línea. Me intrigó la idea de conocer a personas en línea, sin la necesidad de vernos, así que
decidí investigar más. Después de un poco de búsqueda, encontré un enlace para descargar una versión
modificada de una popular aplicación de citas. Sin pensarlo dos veces, descargué el archivo, lo instalé en
mi teléfono y creé un perfil.

Estuve hablando con una chica a través de la aplicación. Todo iba bien hasta que llegó el momento en el
que ella me pidió encontrarnos en persona. Ahí se desmoronó mi apacible mundo virtual. No tuve más
opción que aceptar, ya habíamos hablado lo suficiente como para sentir cierta conexión. Pero en el fondo,
la incertidumbre comenzó a atormentarme.

El día de la reunión, llegué temprano. Esperé ansiosamente en aquel café cercano a la universidad. La
expectación llenaba el aire, mientras me preguntaba si nuestras vidas se cruzarían más allá de este
encuentro casual. Observé a todas las personas que entraban, buscando desesperadamente reconocer a
esa persona especial.

Y entonces, finalmente llegó. Pero algo no encajaba, pasó a mi lado como si fuese un fantasma, ignorando
por completo mi existencia. En un instante, toda la fantasía se derrumbó. Me pregunté si revelarle mi
verdadera identidad sería una buena idea.

Ella era excepcionalmente hermosa, y dudé que alguien como ella pudiera ver algo en alguien como yo.
Mientras mordía nerviosamente mi uña. El pánico se apoderó de mis pensamientos, convenciéndome de
que era mejor desaparecer, dejarla en ese café con la ilusión de que el chico con el que había estado
hablando jamás aparecería.

La observé repetidamente, tratando de reunir coraje para acercarme a ella, pero cada vez parecía más
imposible. No quería arruinar el recuerdo que ella tenía de mí, sería grotesco y desagradable. Pensé que
era mejor irme, mientras esperaba pacientemente a que ella decidiera abandonar aquel lugar.

Pero el destino decidió jugar sus cartas de forma inesperada. Pasados veinte interminables minutos, la vi
levantarse abruptamente y acercarse a mí. Mi cuerpo quedó congelado, una mezcla de miedo y
anticipación llenando mi mente. ¿Se habrá dado cuenta?, fue lo primero que atravesó mis pensamientos.
No podía controlar mi respiración ni evitar que mi corazón se acelerara. Y entonces, ella golpeó mi mesa
con enojo.

—Oye, ¿qué te sucede? —exclamó casi gritando, su voz eclipsando cualquier sonido en el café—. Vas a
perforar mi rostro si sigues mirándome así. Eres desagradable. ¿Cómo es posible que dejen entrar a
personas como tú a este lugar? Ugh. Yo me voy de aquí. —Dijo ella, y luego con pasos rápidos se dirigió
hacia la puerta y se retiró del lugar.

Mis pensamientos entremezclados fueron reemplazados por un terrorífico silencio. Pero luego, una mezcla
de alivio y satisfacción comenzó a filtrarse en mi interior.

Así es como siempre ocurre, caras de miedo, rostros aterrados. Pero, ¿qué puedo hacer? Cuando ví su
reacción, no pude evitar la risa que escapaba de mí, pareciendo un loco en éxtasis.
Esto me trae recuerdos del pasado, solo que ahora estoy solo, no hay nadie que pueda decirme que lo
estoy haciendo mal, y me siento bien.

La mesera se vio sorprendida al ver mi rostro, pero era más que eso, también estaba asustada. Sonreí con
placer, ¿por qué ocultar esta expresión de deleite? Me sentí vivo, vívido y en control, aunque solo fuera
por un momento. Porque en este juego de citas falsas, sé que puedo ser quien era, incluso si el precio es la
completa soledad.

Y así, fue como empecé a engañar a las personas por esa aplicación para citas.

Sin embargo, esta vez parecía ser diferente. La persona con la que había planeado una cita estaba
tardando más de lo habitual. A medida que los minutos pasaban, la impaciencia comenzaba a apoderarse
de mí. Estaba a punto de rendirme y marcharme cuando la campanilla de la puerta sonó, anunciando la
llegada de alguien.

Era ella, la chica con la que había estado hablando. Al verla sentarse en el café con una expresión serena,
me pregunté cómo reaccionaría. Una leve sonrisa se dibujó en mi rostro mientras la observaba desde
lejos.

El tiempo pasó, exactamente una hora, y me sorprendí a mí mismo. Nunca antes había visto a alguien
esperar tanto tiempo para una cita. Durante todo ese tiempo, ella solo sacó su teléfono y lo miró, sin
enviar ningún mensaje preguntándome por qué no había llegado. Era extraño, diferente a lo que había
experimentado antes.

Finalmente, me rendí. No podía quedarme allí indefinidamente solo para presenciar su reacción. Me
levanté de mi asiento y me dirigí hacia la puerta. Sin embargo, al pasar junto a ella, algo llamó mi atención.
Vi cómo las lágrimas caían por su rostro y su rostro se volvía rojo de la tristeza.

¿Cómo no lo había notado antes? ¿Por qué me emocionó tanto presenciar su dolor? Me invadió una
extraña sensación de satisfacción, aún peor que la que había experimentado la primera vez, sentí que las
tres horas que había esperado valieron la pena por completo.

Había presenciado muchas reacciones hasta ese momento, desde la ira hasta la tristeza. Pero nunca antes
había visto a alguien llegar tan lejos como para llorar por una simple estupidez. Mientras salía del café,
tapando mi sonrisa, me pregunté si ella se había dado cuenta.

Al llegar a casa, me tumbé en la cama y puse mis manos sobre mi rostro.

—¿Qué diablos me pasa? —Murmuro en voz alta, hablándome a mí mismo. —Debo estar loco.
Definitivamente debo estar loco. Esto no es normal. Ella estaba llorando, estaba triste. ¿Entonces por qué
siempre yo...?

Antes de terminar de hablar, fui interrumpido por el sonido agudo de mi celular. Era mi madre, no tuve
más opción que contestar.

—¡Ian! Hijo mío, ¿cómo has estado? No me has contactado en todo este tiempo desde que te fuiste.
Estaba preocupada, dijiste que me llamarías e incluso me visitarías, pero no lo has hecho. —Dijo ella con
voz entrecortada.

—Hola mamá. —respondí con un suspiro. —He estado bien, no te preocupes. Lo siento por no haberme
puesto en contacto contigo. He estado ocupado con la universidad y otras cosas...
Su preocupación no disminuyó. —Tu voz no suena bien. ¿Has estado comiendo adecuadamente? Ian,
sabes que no me gusta que te saltes las comidas. Por eso no me agradó la idea de que te fueras a vivir solo
por la universidad.

Traté de tranquilizarla. —Mamá, en serio, estoy bien. No me estoy saltando las comidas, puedes estar
tranquila.

Pero ella no se rindió. —Si Jena estuviera contigo como antes, podría estar tranquila, hijo. ¿No has
considerado...?

—¡Mamá, ya te dije que estoy bien! —la interrumpí con cierta frustración. —No hace falta mencionar a
alguien que ya no tiene nada que ver conmigo.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, antes de que ella suspirara resignada. —Ian...

Decidí terminar la conversación de una vez por todas. —Está bien mamá, iré a visitarte cuando comiencen
las vacaciones de verano, ya están cerca, así que espérame ese día. ¿está bien? Adiós.

La voz de mi madre se suavizó. —Está bien, preparé mucha comida, así que asegúrate de venir. Adiós.

Colgué el teléfono sintiendo un cúmulo de emociones. Justo cuando comenzaba a estar de buen humor,
esa llamada había arruinado mi estado de ánimo.

Miré distraídamente la pantalla de mi celular y noté una notificación de esa aplicación para citas. "Karen
quiere hablar contigo". Un suspiro escapó de mis labios y mi dedo instintivamente presionó el botón de
"aceptar".

***

Aunque me resultaba difícil admitirlo, cada vez que me sumergía en este juego retorcido de citas falsas,
sentía un nudo en el estómago. No era algo que realmente quisiera hacer, pero de alguna manera, sentía
una extraña satisfacción al manipular a las personas, pero al mismo tiempo, me invadía una profunda
tristeza y culpa.

¿Qué me pasa?

Una pregunta que siempre acecha en mi mente cada vez que me sumerjo en esto. Necesito parar. sé que
esto no es normal.

A pesar de toda mi reticencia, aquí estoy una vez más, esperando a una nueva víctima de mi estúpido
juego. Esta vez me encontraría con una chica llamada "Karen" en esta plaza, justo frente a la imponente
estatua que se alza frente a mí. Aunque aún no ha llegado ninguna chica, no puedo negar que la atmósfera
de esta plaza no es desagradable. Así que decidí quedarme.

De repente, un mensaje llegó a mi número personal desde un número desconocido.

—Sé que estás aquí.


Solté una risa nerviosa. ¿Es esto una broma? Miré furtivamente hacia la estatua, buscando algún indicio
de la chica que esperaba.

—¿Estás buscándome?

Maldición. No puede ser posible que esta persona sepa quién soy. Pero, en realidad, eso no importa. Estoy
harto de todo esto. Simplemente me levanté para irme de allí cuando recibí otro mensaje.

—¿Adónde vas?

—No es tu maldito problema.

Contesté con rabia, bloqueando el número que había estado enviando esos mensajes. Me alejé
rápidamente de la plaza, caminando con paso apresurado, tratando de dejar atrás toda esta locura. Sin
embargo, mi intento de escapar fue interrumpido cuando alguien me agarró bruscamente del brazo.

—¿Adónde vas, James? —dijo la persona, deteniéndome en seco. Mi piel se erizó del susto al darme
cuenta de que esta persona me llamó por el nombre falso que había utilizado en esa aplicación de citas.

Nervioso, miré a la persona que me tomó del brazo. Era imponente, con una altura que parecía tocar el
cielo. Su cabello negro caía en mechones desordenados sobre su frente, y sus penetrantes ojos azules
parecían atravesar mi alma. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda mientras me enfrentaba a su mirada
intensa.

Su agarre en mi brazo era firme, transmitiendo una sensación de poder y autoridad. Me sentí impotente y
vulnerable frente a su presencia dominante. Mientras sostenía mi mirada, su rostro mostraba una mezcla
de enfado y desafío, como si estuviera buscando respuestas que yo no estaba dispuesto a dar.

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