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PÉREZ CALVO, Alberto, El Estado Constitucional Español, Editorial Reus

(Colección de Derecho Constitucional), Madrid, 2009.

En su libro El Estado constitucional español, el profesor Alberto PÉREZ


CALVO nos da buena prueba de cuatro características que le singularizan no
solo en el mundo del Derecho, concretamente del Constitucional (es catedrá-
tico de esta materia en la Universidad Pública de Navarra), sino –y ello es más
importante- en la vida: cariño por las personas y los lugares, rigor jurídico, pro-
fundidad en el estudio, y compromiso con las ideas y los valores del ordena-
miento jurídico democrático. Cariño, esto es, humanidad, que aparece ya en
las primeras páginas: en la dedicatoria a sus padres, Andrés y Rosalía; en la
conclusión del prólogo, a su patria chica, Tudela, y a Navarra; al inicio de la
introducción, cuando cita lugares que para él forman parte de su memoria y de
su vida, como las cumbres nevadas del Moncayo, utilizando la cima de este
monte para hacernos entender la visual subjetiva con la que vemos las cosas,
para hacernos comprender que todo lo que miramos hacia adelante, nos
supone dejar de ver lo que uno tiene detrás de sí.
La segunda nota es el rigor jurídico, que deriva de su amplio conocimiento,
adquirido tras cuarenta años de experiencia: años en la Administración, donde
fue Director General de Cooperación entre el Estado y las Comunidades Autó-
nomas; en la Universidad, donde ha ejercido la docencia y la investigación,
sembrando los valores democráticos entre sus alumnos. El autor es uno de los
mejores catedráticos de Derecho Constitucional español; una autoridad con
relevancia europea, como lo acredita su título de Doctor Honoris Causa por la
prestigiosa Universidad de Nancy dos.
El rigor que emplea se traduce en sensatez, en método lógico, de tal modo
que a cada conclusión que afirma, llega por algo, por una razón histórica o sis-
temática. Lo podemos ver cuando analiza la categoría del Estado federal par-
tiendo de un texto concreto, el primero en la Historia: la Constitución de los
Estados Unidos de América, lejos de descripciones doctrinales preestablecidas
que tratan de comprender el federalismo como un concepto teórico preexis-
tente a su propia realidad histórica. Un rigor, que es en todo momento jurídico
y no político, que no está reñido con la sencillez en la expresión: el autor no uti-
liza palabras difíciles, quiere llegar directamente al lector; no escribe para
lucirse, sino para quien lee su libro. El resultado es un diálogo armónico entre
el lector y el autor, que facilita notablemente lo que enseña.
La tercera característica es profundidad. PÉREZ CALVO analiza “algo” tan
difícil como qué es el Estado, la organización política por la que hoy se rigen
las sociedades. En la primera parte del libro desentraña el origen y la evolución
del Estado, desde que nace en los siglos XIV y XV en Europa occidental. En la

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segunda parte, saca a la luz las notas distintivas del Estado constitucional espa-
ñol que surge con la Constitución de 197.
La cuarta característica del autor es, como se ha citado, su compromiso con
una determinada forma de organización política y con los valores que defiende
y la inspiran: el Estado de Derecho, democrático, social, autonómico o com-
plejo, europeo e internacional.
El Estado de Derecho, nacido a partir de las revoluciones liberales inglesa,
norteamericana y francesa, busca su razón de ser en servir al ciudadano y garan-
tizarle sus derechos frente a cualquier movimiento absolutista o despótico, y
para ello este Estado de las libertades (Estado liberal) acude a ideas y principios
tales como: el status de ciudadano (individuo libre, único e irrepetible), que sus-
tituye al concepto de súbdito; la soberanía del pueblo (en lugar de la soberanía
del rey); la separación de poderes, frente a la concentración del poder en una
sola persona (“el Estado soy yo”, que acuñara Luis XIV de francia); el imperio de
la ley como voluntad general, en contraste con el imperio de la voluntad monár-
quica; las declaraciones o tablas de derechos públicos de los ciudadanos frente
a las obligaciones de los súbditos hacia su monarca, etcétera.
El siguiente estadio en la evolución de este nuevo Estado es el Estado
democrático (que comienza a fraguarse a mediados de siglo XIX). El Estado
democrático parte de la defensa a ultranza del pluralismo (pluralismo social,
político, sindical, territorial, social, religioso, corporativo y un largo elenco de
formas) y de la participación del individuo y las asociaciones en la vida política
y social. En él se dará participación a todos los ciudadanos, cualquiera que sea
su economía, conocimiento intelectual, sexo, raza o credo.
El tercer gran paso del nuevo Estado constitucional es su carácter social,
iniciado teóricamente a comienzos del siglo XX, pero prácticamente desarro-
llado tras la II Guerra Mundial en la Europa libre. Un Estado que se preocupa
por sus ciudadanos, pero sobre todo por los más débiles, por luchar contra la
miseria y la pobreza, la incultura y, en definitiva, la desigualdad social. El tam-
bién llamado “Estado del bienestar social” es, en mi opinión, el segundo gran
invento de la humanidad que más vidas ha salvado (el primero es el Estado de
Derecho con sus garantías, cada vez mayores, para la vida y la integridad de los
detenidos y juzgados) y, sobre todo, el que más las ha mejorado, potenciando
la sanidad pública, la educación como función pública del Estado, la protec-
ción social en sus distintas formas (pensiones de la seguridad social, la renta
básica…), la Hacienda que recauda de cada uno según su capacidad econó-
mica...
El cuarto paso es el Estado autonómico o complejo (por no llamarlo direc-
tamente “federal”), que ha permitido que en España se constituyan diecisiete
Comunidades Autónomas, con autonomía política, y ha otorgado mayor auto-

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nomía administrativa a sus ocho mil municipios. Las primeras pueden hacer
sus propias políticas adaptadas a la realidad de su territorio, y los segundos
gozan de un mayor ámbito competencial para fomentar la participación de los
vecinos en los asuntos que les incumben.
La quinta nota del Estado constitucional español es su carácter netamente
europeo. España se integra de pleno en Europa mediante su incorporación a la
Unión Europea y al Consejo de Europea. Y es en esa nueva Europa de paso
lento y, a veces para la mayoría, tan poco atractiva, donde está el verdadero des-
tino universal de España.
finalmente, el actual Estado constitucional es un Estado internacional, que
defiende, junto con otros Estados del mundo, europeos o no, los valores demo-
cráticos y el respeto de los derechos humanos, y busca, como regla general (tam-
bién hay algunas excepciones en momentos determinados), en el diálogo y en
la justicia internacional la forma de resolución de los conflictos internaciona-
les. Un Estado que ha vuelto jurídicamente a la escena internacional mediante
la firma de múltiples tratados internacionales, y es, geoestratégicamente, puente
de conexión entre Europa e Iberoamérica y el Mediterráneo sur y este.
Este Estado constitucional actual que tan bien describe PÉREZ CALVO, tras
su riguroso análisis, es decir, el Estado de derecho, democrático, social y con
vocación internacional es, a mi parecer, la mejor forma de organización política
que una civilización ha sabido construir en la historia. Los hombres alcanzan a
su amparo los ochenta años de media de edad y las mujeres incluso superan esa
media; los jóvenes estudian desde los tres hasta los dieciséis años gratuitamente;
todas las personas tienen asegurado el acceso a y la atención de la sanidad
pública; se han articulado pensiones y otras prestaciones de la seguridad social
para diversas contingencias vitales; existen rentas básicas de subsistencia; los
trabajadores tienen derecho al trabajo, a la huelga, a la negociación colectiva, a
vacaciones y días de descanso semanal; se da apoyo económico a los desem-
pleados frente al azote del paro; se protege a los discapacitados, a los menores y
a los mayores de edad; se garantiza el derecho al disfrute de una vivienda digna;
el medio ambiente aparece como una de las principales preocupaciones de los
poderes públicos y un derecho de los ciudadanos.
Indudablemente, no es un Estado perfecto. Como todo complicado invento
humano falla a veces y tiene sus defectos, algunos estructurales, que es preciso
corregir. Pero lo cierto es que el mecanismo anda y cuanto más funciona, los ciu-
dadanos más le exigen, porque, en el fondo, creen en él. Es un Estado mejorable
día a día, que tiene sus avances y también sus retrocesos según las circunstan-
cias económicas, políticas o sociales, pero es el presente y, sobre todo, es el
futuro. Es, si se me permite la comparación, nuestra vacuna contra los aspectos
negativos que también trae consigo la globalización; el antídoto frente al capi-

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talismo sin rostro humano, los totalitarismos asesinos de millones de personas,


la xenofobia, el racismo, la hambruna y la pobreza, la desigualdad entre hom-
bres y mujeres, los fetichismos y las imposiciones sectarias: En definitiva, a falta
de otra organización que la supere, es el remedio más efectivo contra todo lo
que suene a injusticia y discriminación.
No parece que vaya a haber, durante muchos siglos, otra forma de organi-
zación política más perfecta que el Estado de Derecho, democrático y social: ni
la tribu, ni la comuna, ni el líder indiscutible y “cuasidivino”, ni los imperios
arrogantes, ni el feudalismo (presente todavía en algunos emiratos), ni el
Estado absoluto, ni el despotismo ilustrado, ni las dictaduras, ni el neolibera-
lismo (tan alabado por tantos, pero que, en situaciones de apuro, apela rauda-
mente al intervencionismo del Estado), ni el comunismo (presente en varios
Estados, entre ellos el de mayor población actualmente), ni los fanatismos reli-
giosos del género que sean (otra forma de totalitarismo), ni tantos otros siste-
mas. El nuevo Estado que hemos creado por decantación histórica, tras grandes
fracasos y catástrofes humanitarias, es una forma de organizar la convivencia
en positivo que tan sólo tiene sesenta años de vida, treinta en España. Induda-
blemente, como en todo sistema democrático, se puede criticar abiertamente
lo que tenemos: sí, pero no para destruirlo, sino para mejorarlo. La tarea de
todos, instituciones, organizaciones y ciudadanía, cada uno desde su trabajo,
desde su ocio, es, en la medida de sus posibilidades, defenderlo frente a quie-
nes pretenden desmontarlo o dejarlo irreconocible y, si ya se puede, ambicio-
nar su expansión pacífica y beneficiosa para la gran mayoría de los pronto siete
mil millones habitantes del mundo.
Todo esto late en este nuevo libro de PÉREZ CALVO, quien, como catedrá-
tico y como ciudadano comprometido y experimentado, pretende convencer-
nos, no vencernos, proponernos, no imponernos, estas ideas. Por eso, más que
conveniente, resulta necesaria su lectura para quienes quieran entender el
Estado, saber cómo hemos llegado hasta aquí y reflexionar sobre su futuro;
futuro que pasa por defender los valores que sustentan el Estado constitucional
democrático: la dignidad de la persona, los derechos que le son irrenunciables
-la vida, la libertad y la igualdad (que no la uniformidad)-, la justicia y la soli-
daridad entre todos.

Francisco Javier Enériz Olaechea


Defensor del Pueblo de Navarra

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GONZÁLEZ NAVARRO, francisco, La dignidad del hombre y el acoso psíquico
en el trabajo que se presta en una Administración pública, ed. Civitas omson-
Reuters, Cizur Menor, 2009, 22 páginas.

I. Un nuevo libro sobre un dramático tema, por desgracia, de gran actualidad


Si la Historia Universal de la Infamia hubiera de re-escribirse no como el
genial ejercicio literario que nos ofreció Borges, sino como una historial real,
no cabe duda de que las últimas décadas del cruento y belicoso siglo XX apor-
tarían varios destacados capítulos como el terrorismo, la permisividad y el
fomento del aborto, la violencia doméstica o las muy variadas formas de acoso
en el trabajo.
Sobre una de ellas –el acoso psíquico en el trabajo– versa este libro que aquí
presento y que es el segundo que francisco González Navarro dedica al tema.
El primero fue publicado por la misma editorial en 2002 con el título Acoso psí-
quico en el trabajo (El alma, bien jurídico a proteger).
Las primeras páginas del libro se dedican a expresar las razones que han
llevado a González Navarro a escribir este nuevo libro. Porque, debe advertirse
que estamos ante un libro nuevo y distinto del anterior. En él se mantiene la
tesis fundamental del primero, pero añadiéndole contenidos procedentes de
nuevas aproximaciones y de las múltiples implicaciones que presenta el tema.
Esa explicación –más que justificación– del libro constituye un magnífico
relato de la pulsión investigadora: de cómo el investigador se topa con una cues-
tión de interés científico y cómo va desarrollando una reflexión en torno a la
misma, que se va plasmando en conferencias y escritos, que son continuamente
renovados por un pensar dialéctico que hace avanzar en distintas direcciones.
En el caso de González Navarro, el tema se le plantea cuando le corres-
pondió ser el ponente de la importante sentencia del Tribunal Supremo de 2
de julio de 2001, en la que, por vez primera, se condena a una Administración
pública a responder por los daños causados por acoso psíquico a un funciona-
rio. No fue entonces cuando se le ocurrió la hipótesis que preside su libro.
Como él mismo explica, fue más tarde, en la intervención que tuvo en una mesa
redonda en la antigua facultad de Medicina en la calle Atocha de Madrid
cuando “emergió” en él la hipótesis de que el bien jurídico dañado es el alma
del acosado (pág. 2). La hipótesis fue madurada y terminó por desarrollarse
en conferencias posteriores hasta convertirse en una sólida tesis en el libro
publicado en 2002. Una tesis que, como digo, se mantiene en este nuevo libro,
pero enriquecida con nuevas reflexiones surgidas del pensar dialéctico.
Tomando ideas de Ortega, explica González Navarro qué es el pensar dia-
léctico y qué le distingue del pensar analítico. En éste, “cada idea es continua-
ción o desarrollo de la precedente, pues está ya implícita en ésa que le es

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anterior”. En el pensar dialéctico “la idea alumbrada proyecta la atención del


investigador no ya sólo hacia delante, sino también hacia los lados”. Por eso,
mientras el pensar analítico “implica dar el siguiente paso, el pensar dialéctico
complica el avance, con lo que en aquél era progresión lineal se convierte en
avance multidireccional, ensanchando cada vez su horizonte” (pág. 0).
Estas ideas expresan muy bien las diferencias entre los dos libros dedica-
dos por González Navarro al acoso psíquico en el trabajo. En el primero, la
hipótesis va alumbrando el camino de la esforzada investigación hasta concluir
en la confirmación de la misma, llegando al final a la definición del acoso psí-
quico. En el segundo libro, el autor ya no tiene que convencer –ni a los demás,
ni a sí mismo– de la hipótesis planteada y, libre de los naturales titubeos ini-
ciales, avanza ahora con ese sentido multidireccional que es propio pensar dia-
léctico.
En definitiva, que a aquel primer libro austero y centrado en confirmar la
hipótesis inicial, le ha sucedido un frondoso libro que con sus numerosas rami-
ficaciones cubre las muy diversas implicaciones del acoso sobre el alma de los
trabajadores.

II. Acoso tópico y acoso psíquico: el acoso sobre al alma en el lugar de trabajo
La tesis de González Navarro es que la forma de acoso estudiada en el libro
trata de poseer el alma del acosado, sometiéndola a su dominio, y simultánea o
subsidiariamente, el deseo de destruir ese alma del acosado (págs. 12, 10 y 171).
Una vez que probado que el objeto principal del acoso es el alma –la psi-
que– del acosado, se establece como denominación que se ajusta a este tipo de
acoso la de «acoso psíquico» rechazando otras denominaciones como acoso
moral o psicológico, mobbing o bossing (aunque también acepta otras deno-
minaciones como las de acoso anímico o acoso mental) (pág. 91). Esta pro-
puesta no debe entenderse como mero nominalismo, sino como una nueva
forma de ver esta dramática y preocupante realidad que es el acoso psíquico en
el trabajo: es el alma, realmente, el objeto principal del acoso; lo que traducido
en términos jurídicos, significa que la salud psíquica del acosado es la que
resulta, en primer término, agredida por el acosador.
A partir de aquí, González Navarro analiza, con una metodología que fre-
cuentemente ha manejado en otros estudios suyos la estructura –estática y
dinámica– del acoso psíquico. En la estructura estática se hace referencia a sus
tres elementos: los sujetos del acoso: el acosador (que puede ser individual o
plural y que puede ser el superior jerárquico o no), el acosado y otros sujetos
que pueden verse implicados en la relación (compañeros del acosado, repre-
sentantes sindicales, dirigentes de la organización, familiares, etc.).

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En cuanto al objeto, se afirma, como ya se ha dicho, que es el alma del aco-


sado contra la que se dirige la conducta del acosado, para someterla a su domi-
nio y, en su caso, destruirla. El derecho al trabajo y el entorno familiar del
acosado son otros bienes que pueden verse afectados por el acoso y que, por
ello, han de ser objeto de la correspondiente protección.
El acaecimiento que pone en conexión a los sujetos y al objeto de la rela-
ción, integrándolos en una situación de interdependencia es doble: por un
lado, la exacerbación de la normal situación de conflicto entre el "yo" y el "otro";
y por otro, la génesis de unos sentimientos que hacen que los sujetos comien-
cen a verse con la nueva faceta de acosador y acosado.
Cabe destacar la advertencia que formula González Navarro sobre el pri-
mero de los elementos señalados del acaecimiento integrador de la relación
jurídica. Las relaciones interpersonales están presididas necesariamente por
el conflicto: «Mientras yo intento librarme del dominio del prójimo, el prójimo
intenta liberarse del mío; mientras procuro someter al prójimo, el prójimo
intenta someterme». Pues bien, lo que se da en el acoso psíquico es una exa-
cerbación de ese conflicto. Como dice González Navarro, debe tenerse presente
esa natural situación de conflicto para que no empecemos «a ver fantasmas en
cada lugar de trabajo y a calificar de acoso lo que, todo lo más, podría ser con-
siderado destemplanza o mala educación en el que manda, o debilidad de espí-
ritu en el obligado a obedecer. Pues bien, para que se produzca en el trabajo, y
con ocasión del mismo, la emersión de una relación de acoso tiene que haberse
producido, en esa normal, recíproca e inestable relación de conflicto entre el
"yo" y el "otro", un desequilibrio permanente en las relaciones interpersonales –
no hablo ahora de un posible desequilibrio mental– y de tal cariz que convierta
la vida laboral del acosado en un infierno, hasta el punto de que no vea otra
salida a su problema que la huida...» (pp. 129-10).
En la estructura dinámica de la relación, descubre González Navarro que
en el acoso se ejerce ilegítimamente una peculiar forma de poder que Michel
focault denominó poder conformador, poder domesticador o poder normali-
zador. Un poder que –por más que pueda escandalizar su denominación apli-
cada a seres humanos– persigue formar individuos dóciles y útiles y que es
ejercida de manera habitual y legítima en determinadas organizaciones como
la cárcel, los seminarios, la escuela, el hospital y, por supuesto, el ejército.
La casualidad ha hecho que al mismo tiempo que leía el libro de González
Navarro, estuviera yo releyendo una de las novelas de la primera serie de los
Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Pues bien, cien años antes de que
el filósofo francés desarrollara su tesis, el novelista canario ya utilizó esa con-
trovertida expresión de “domesticación” referida a personas. Lo hace cuando
está describiendo –en el capítulo XIII de Bailén– la composición del ejército

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español del general de Castaños que se iba a enfrentar y derrotar, en la célebre


localidad jienense, al que mandaba el general Dupont, para explicar el difícil
adiestramiento militar de los voluntarios civiles, algunos de los cuales eran pre-
sos que fueron indultados para la ocasión1.
Pues bien, en el acoso psíquico ese poder domesticador se ejerce de
manera antijurídica para, precisamente, dominar el alma del acosado o, como
dice González Navarro, para «convertir al acosado en un individuo dócil y útil,
no ya a la organización sino al acosador» (págs. 12 y ss.).
Esta tesis y esta terminología ha dejado de ser ya una mera propuesta doc-
trinal desde el momento en que la hizo suya el Tribunal Supremo. En efecto, la
STS de 10 de febrero de 200 (sala de lo contencioso administrativo), ponente
González Rivas, utiliza expresiones como poder conformador y poder domes-
ticador para explicar que en el acoso moral lo que se pretende es dominar la
voluntad de la persona que lo sufre. Por ello, en el libro de González Navarro
esta sentencia es objeto de un detallado comentario (págs. 1 y ss.)

III. Un libro enriquecido y enriquecedor


Lo dicho hasta aquí debiera bastar para presentar este nuevo libro de Gon-
zález Navarro sobre el acoso psíquico. Un libro que, como ya he señalado, aun
manteniendo y confirmando la tesis del primero, presenta notables innova-
ciones. Una de ellas es el redescubrimiento de la sentencia del Tribunal
Supremo de  de noviembre de 1912, sala de lo civil, en la que por primera vez
se declara indeminizable el “daño moral” a pesar de la imposibilidad de cuan-
tificar el daño alegado.
Pero, la innovación más llamativa –aunque solo sea por haber saltado al
título del libro– es la incorporación de un importante estudio de la dignidad del
hombre como bien jurídico lesionado por el acoso.
Esta nueva tesis –el acoso psíquico, además del alma del acosado, también
lesiona la dignidad del hombre– le obliga a González Navarro como consecuen-
cia de su pensar dialéctico a ofrecernos todo un completísimo –aunque necesa-
riamente sintético– estudio de la obra y el pensamiento de francisco de Vitoria,
particularmente, sobre el conjunto de derechos poseídos naturalmente por el

1. Este es el párrafo galdosiano en el que luce la citada expresión: “Por fin, tras una larga espera,
llegó el ejército del general Castaños, y al anochecer debía partir para El Carpio. Entre los pai-
sanos armados que se juntaron con Echevarri, existía un grupo compuesto de contraban-
distas de Sierra Morena, de Villamanrique y de Pozo Alcón, con los cuales confraternizaron
bien pronto, formando amistosa cuadrilla, los licenciados de Málaga, batallón que se formó
con alguna gente condenada por faltas, y que la Junta tuvo a bien indultar. Estos caballeros,
para cuya domesticación emplearon grandes rigores los jefes militares, tuvieron una reyerta
en Córdoba con los suizos de Reding…”.

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hombre, entre ellos su propia dignidad, que la comunidad política no tiene que
conceder sino reconocer como universalmente válidos (págs. 1 y ss.).
Quien haya leído otras obras de González Navarro, habrá notado que este
autor atesora una vasta cultura y una desbordante erudición que se proyecta
en las frecuentes digresiones o excursos que suele introducir en sus trabajos.
Incluso en los temas que puedan parecer menos propicios para ello –como el
procedimiento administrativo– sale el lector fortalecido con muchos más sabe-
res, sugerencias o informaciones que los que esperaba encontrar, quizá, para
la búsqueda de la solución a un problema concreto.
Más de una vez ha recordado González Navarro la ruta espiral que Ortega
recomienda seguir para acercarse a los problemas: dando vueltas alrededor
de ellos en círculos concéntricos de radio cada vez más reducido (pág. 1).
Pues bien, si en el primero de los libros que González Navarro dedicó al acoso
esa ruta espiral era más o menos concéntrica, en este segundo libro desapa-
rece esa tendencia. Aquí las líneas de aproximación se parecen más a las iso-
baras que nos muestran los “mapas del tiempo”: líneas ondulantes que, en
ocasiones, se aproximan y otras veces se alejan notablemente del núcleo del
Anticiclón o de la Borrasca, pero siempre orbitando en torno a ese centro de
altas o bajas presiones.
Y es que este libro es, en mi opinión, el que presenta reflexiones o infor-
maciones más variopintas y que, a primera vista, pudieran parecer alejadas del
objeto de estudio. Si el primer libro sobre el acoso psíquico era –como el mismo
autor reconoce– “de porte predominantemente filosófico” (pág. 1), pues tra-
taba de probar la existencia del alma como bien objeto de protección jurídica,
en este segundo libro se añaden excursos de muy diverso tipo. Algunos son de
carácter jurídico, como las relativas al concepto de derecho (pág. 9), a la legis-
lación penitenciaria (pág. 1 y ss.), a la incidencia que el Derecho romano está
teniendo en la jurisprudencia comunitaria, o el descubrimiento de un nuevo
tipo de acoso, el ejercido por los sicofantes, entendido este término con el sen-
tido que tenía en las obras de Terencio: los que habían convertido en profesión
la denuncia de las infracciones legales y se lucraban con el premio que podía
resultar de ello o con la coacción que ejercían sobre los infractores (pág. ).
Mucho más llamativas son otras digresiones filosóficas, psicológicas, lite-
rarias, e históricas sobre los más variados temas: el amor (pág. 12), el odio y
el narcisismo (pág. 19), los neuróticos (pág. 19), la construcción de la leyenda
negra española (pág. 21), la existencia de Europa como sistema cultural desde
el siglo XIII (pág. 11), las obras de Plauto y de Terencio (págs. 7 y ss.), las dife-
rencias entre la sensación, la percepción, la percatación y la apercepción (págs.
0 y ss); los sentidos del hombre (once según Ortega, quince según Santo
Tomás), entre los que se encuentra el sentido común (págs. 7 y ss.) y, en fin,

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hasta del lapsus que tuvo Obama en el juramento público de su cargo como
Presidente de los Estados Unidos de América y que obligó a repetir la ceremo-
nia del juramento en privado en la Casa Blanca, se reflexiona en este libro
(págs. -).
Evidentemente, no puedo desarrollar las conexiones que establece Gonzá-
lez Navarro entre estas cuestiones –y otras que no he citado como el concepto
tomista de analogía, o el uso científico de la metáfora para probar realidades
cuya existencia no puede demostrarse experimentalmente– con el acoso psí-
quico, por lo que al lector curioso no le quedará otro remedio que leer el libro.
Y estoy seguro de que no se arrepentirá. Pues, no me cabe duda de que la
lectura de este libro –si se hace sin urgencia y siguiendo pausadamente las
líneas “isobáricas” que a mayor o menor distancia rodean el objeto central de
estudio, que es el acoso psíquico– resultará, más allá de la utilidad inmediata
que se pueda buscar, sumamente enriquecedora y provechosa.

José Francisco Alenza García

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292 ISSN: 0213-5795. Julio-Diciembre 2009. Nº 48. Páginas 287-292
MEILÁN GIL, José Luis, La estructura de los contratos públicos-Norma, acto y
contrato, Iustel, Madrid, 200, 2 páginas.

1. Si se ha podido decir –y el dicente parece lo fue Shopenhauer- que con-


viene no confundir al filósofo con el profesor de filosofía, convicción que pre-
supone una distribución de tareas en la que trasparece aquella otra proveniente
del mundo de la física según la cual en situación de entropía máxima –esto es,
de igualdad total- un sistema se paraliza, con no menos certeza puede afir-
marse también que no debe identificarse al jurista con el profesor de derecho,
por más que uno y otro pertenezcan a la misma comunidad científica. Y ello
porque, cada uno en sus respectivos dominios, tanto el filósofo como el jurista,
pertenecen a esa clase de hombre –el intelectual- que ha venido al mundo a
hacerse problema de todo. De esa madera está hecho José Luis Meilán.
En la embocadura de este libro suyo nos cuenta el origen del mismo o, por
mejor decir, cómo su pensamiento sobre el problema que en él se analiza ha
ido adquiriendo la forma en que ahora se expone, a través de sucesivas elabo-
raciones que vieron la luz en 197 (La distinción entre norma y acto adminis-
trativo, ENAP, bajo el impulso inicial del profesor José Luis Villar Palasí), en
19 (en la disertación para participar en las pruebas para acceder a la cátedra
universitaria, bajo el título «La actuación de la Administración pública por vía
de acto y de contrato») y en 192 (en que una parte de esa disertación se
publica en el número 99 de la RAP, con el título de «La actuación contractual
de la Administración Pública española, una perspectiva histórica»).
Esta progresión en el saber me ha recordado aquella imagen bíblica que
Eugenio D´Ors evocaba en la «Introducción» a ese originalísimo libro suyo en
que trata de desvelar El secreto de la filosofía, Editorial Iberia, Barcelona, 197,
07 páginas, un libro escrito para ayudar a pensar, que es una de las formas de
enseñar a todos a vivir (pág. 12), y en el que la palabra filosofía se toma con el
significado de orden de conocimiento distinto y separado, como orden de saber
aparte (pág. 2, en relación con la 2). Por precisar el significado de estos deci-
res añadiré lo que en el apéndice de ese libro, que titula La Filosofía en 500
palabras, apéndice famoso, traducido a varios idiomas, transcribo esta frase
sobre el dominio de la filosofía que en el mismo se contiene: Soberana de la
realidad entera la Filosofía, de ningún campo es propietaria. Donde termina el
secano de la ciencia, tiéndese el delta de la vida.
Y digo que aquella narración que hace José Luis Meilán de las sucesivas
reelaboraciones de su pensamiento sobre el objeto del libro que suscita este
comentario mío, me ha recordado el libro del elegante filósofo español que he
citado, porque éste sostiene que el aprendizaje es siempre sucesivo, y «no
puede sustituirse por ningún recurso a una repentina intuición… Jacob vio en

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ISSN: 0213-5795. Julio-Diciembre 2009, Nº 48. Páginas 293-307 29
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sueños a los ángeles; estos ángeles tenían alas; no se servían de ellas, sin
embargo, para subir y bajar la escalera figurada en esta visión; sino que lo
hacían ordenadamente, peldaño a peldaño».
Y ésta es la enseñanza de Eugenio d´ORS, que aquella peripecia que nos
cuenta José Luis Meilán, me ha evocado: la escalera del saber hay que subirla
peldaño a peldaño… aunque se tengan alas –para el caso las de jurista- como
tenían aquellos ángeles que vio en sueños Jacob (cf. Génesis 2.12).
2. En este libro que estoy noticiando José Luis Meilán asciende un peldaño
más en su saber acerca de la estructura de los contratos públicos, pues en él
analiza las consecuencias derivadas para los Estados miembros de la Unión
Europea –España entre ellos- de las Directivas 200/117/CE y 200/11/CE
sobre contratos públicos y su transposición.
Nótese que digo –y el autor se cuida de advertirlo muy claramente: cfr. pág.
102- que en este libro no trata de hacer un análisis del contenido de estas Direc-
tivas sino de verificar la importancia de los actos dentro del contrato y de las
consecuencias que tiene el que la transposición se haya hecho, o no, en plazo,
o de que haya sido hecha, o no, correctamente.
Como recuerda nuestro autor en la embocadura misma de este nuevo libro
suyo, el Derecho comunitario sobre contratos públicos ha obligado a una revi-
sión profunda de la legislación española. Pero tal vez porque nuestra doctrina
y legislación tradicional en esta materia ha venido estando influenciada, de
tiempo atrás, y en primer lugar, por el Derecho francés, y porque, en segundo
lugar, el Derecho civil español sobre contratos choca frontalmente con esta
peculiarísima unidad jurídica que es el contrato administrativo, donde una de
las partes –el poder público- ostenta prerrogativas de las que carece la otra
parte contratante –tanto si ésta es un particular como si es otro poder público-
, es lo cierto que las respuestas que nuestro Derecho administrativo sobre con-
tratos ha venido dando a los problemas derivados de la integración en esa
organización supraestatal –exorbitancia, identidad sustancial, matización o
modulación, etc.- han evidenciado ser manifiestamente insuficientes para
explicar su funcionamiento en un ordenamiento jurídico, como lo es el de la
Unión Europea, que obliga a respetar los principios de igualdad de trato, de no
discriminación, de reconocimiento mutuo, de proporcionalidad y trasparen-
cia, que sirven de fundamento al Tratado de la Unión y que son indispensables
para la existencia y funcionamiento eficaz de un mercado único.
Verdad es que el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea no conte-
nía ningún precepto específicamente dedicado a los contratos administrativos,
pero la importancia de los contratos públicos para la realización de los fines
que actuaron como causa eficiente de esa organización supraestatal se hace
evidente con solo tener en cuenta que –como nos ilustra el autor, cfr. pág. 9- el

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volumen de contratos públicos, que significaba en 199 el 11 por 100 del PIB
de la Unión, había alcanzado, en 200, el 1´ por 100, según la información
oficial disponible en ese año.
. Bueno me parece, antes de seguir adelante, dejar claro lo que he preten-
dido hacer con estos decires míos a los que he calificado, ab initio y con expre-
sión intencionadamente imprecisa, de “noticia”.
Lo que aquí ofrezco ni es un resumen del libro que me ha enviado el autor,
solicitándome una recensión del mismo, ni es tampoco una recensión en sen-
tido verdadero y propio (caso de que lo tuviera, lo cual es algo de lo que no
estoy muy seguro, como ahora se verá).
Un tiempo hubo (estoy refiriéndome a las décadas de los sesenta y setenta
del siglo pasado, que es el XX) en que me serví del resumen como técnica para
allegar información que me sirviera a mí, y también a los demás. Esta técnica –
cuyo empleo me sugirió los excelentes resúmenes que, de libros de actualidad,
publicaba el Readers Digest que mensualmente recibía yo en su edición en
español- la utilicé en colaboraciones para la Revista Documentación Adminis-
trativa, previo acuerdo tomado por el Consejo de Redacción de dicha Revista.
El mito de la Administración Prusiana, de Alejandro Nieto, fue uno de los tra-
bajos que di a conocer utilizando esta técnica.
Tampoco puedo decir que lo que aquí he hecho sea una recensión, que
entre nosotros los que cultivamos la Ciencia del Derecho se ha convertido en
una técnica multiuso, especie de “bonne à tout faire, que lo mismo vale para
un roto que para un descosido”. Soy consciente que al aplicar esta frase que
acabo de trascribir estoy repitiéndome, pues la he utilizado en más de una oca-
sión para referirme al uso, sin ton ni son, que se hace con tanta frecuencia, del
significante “coordinación”.
Es cierto: me repito, aunque sea a otros efectos. Me cubriré por ello con el
escudo de Pío Baroja que, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la
Lengua, dejó escrito esto: «Se repite uno; ¿pero qué va a hacer el viejo sino repe-
tirse? Renovarse es una fantasía. No hay posibilidad de renovación preconce-
bida.» Admirable don Pío, la lectura de cuyas Obras completas inicié en la
edición de Biblioteca Nueva y he continuado luego en la de Círculo de Lectores.
Un escritor al estudio de cuya obra, de una parte de la misma al menos, Ortega
dedica la mitad aproximadamente del tomo I de El Espectador, y al que dedica
lo que califica de «un ensayo donde se habla de un hombre libre y puro que no
quiere servir a nadie ni pedir a nadie nada». Un novelista del que en el mismo
ensayo nuestro filósofo cuenta que cuando alguien le invitó a firmar en el
álbum de un establecimiento público, un álbum en cuyas páginas se amonto-
naban títulos nobiliarios, académicos y administrativos, tomó la pluma y escri-
bió la siguiente definición de sí mismo: Pío Baroja, hombre humilde y errante.

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Pues bien: si resumen no es, y una recensión no puedo decir que lo sea,
porque no estoy seguro de saber lo que es una recensión, ¿qué es lo que estoy
queriendo hacer con estos decires míos? Sencillamente esto, que no es poco,
como se verá, ni tampoco fácil: capturar la ruta aérea de unos pocos de los pája-
ros interiores- Ortega dixit- que levantan en bandadas su vuelo cuando un libro
que lo es en verdad –ya sea en soporte papel, ya sea en soporte electrónico,
como las nuevas tecnologías permiten-, un libro escrito por quien es capaz de
pensar pensamientos nuevos, cae en manos de un lector cuyo ámbito de pre-
ocupaciones intelectuales se siente afectado, positiva o negativamente, inquie-
tándole, bien sea porque le provoque dudas que le lleven a experimentar
sensación de naufragio en el mar de convicciones en que hasta ese momento
navegaba, bien sea porque le aporten datos nuevos que le faltaban para con-
vertir en tesis la hipótesis que orientaba su discurso.
Es esto lo que me ha acontecido con la lectura del libro del que estoy
hablando, si bien debo todavía hacer una advertencia para que se entienda por
qué, de un libro de tan apretado cuanto sugerente contenido, sólo un reducido
número de las cuestiones que apunta van a ser objeto de atención aquí.
Yo, que sin haber pensado nunca escribir mis Memorias contemplo el
mundo «desde la última vuelta del camino», y que, cuando todavía me hallaba
en activo, comprendí que una cosa es ser profesor de Derecho Administrativo
y otra muy distinta ser jurista, di en estudiar filosofía, y también historia, y por
llegar a saber del mundo en que estoy, geopolítica, y hasta la matemática y la
física. Y mil cosas más que estudié en el bachillerato volví a frecuentarlas, el
latín, por ejemplo, y también la lingüística, mediante la que llegué a incorporar
al lenguaje jurídico el concepto de unidad jurídica que hoy está en la jurispru-
dencia.
Desde el miradero más amplio que ofrece este arsenal de preocupaciones
metajurídicas es como he leído este libro de José Luis Meilán, y es ahí donde
un hipotético lector de estos decires míos puede hallar la clave para entender
el criterio empleado para seleccionar aquellos aspectos del mismo a los que
aquí he prestado atención.
Pues bien, de cuanto en este libro se contiene lo primero que llama la aten-
ción es la habilidad con que el autor maneja la pertinente jurisprudencia tanto
europea como española, así como la doctrina del Consejo de Estado y los infor-
mes de la Junta Consultiva de Contratación.
Pero lo que con más fuerza evocadora ha operado sobre mí ha sido el estu-
dio que sobre los supuestos de alternancia de acto y contrato en el Derecho
Español nos cuenta en las páginas 2 a 2, así como lo que sobre los límites del
ámbito contractual nos describe en las páginas 11 a 12. Lo primero, porque
los datos que proporciona sobre el contrato de suministro sirven para empe-

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