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segunda parte, saca a la luz las notas distintivas del Estado constitucional espa-
ñol que surge con la Constitución de 197.
La cuarta característica del autor es, como se ha citado, su compromiso con
una determinada forma de organización política y con los valores que defiende
y la inspiran: el Estado de Derecho, democrático, social, autonómico o com-
plejo, europeo e internacional.
El Estado de Derecho, nacido a partir de las revoluciones liberales inglesa,
norteamericana y francesa, busca su razón de ser en servir al ciudadano y garan-
tizarle sus derechos frente a cualquier movimiento absolutista o despótico, y
para ello este Estado de las libertades (Estado liberal) acude a ideas y principios
tales como: el status de ciudadano (individuo libre, único e irrepetible), que sus-
tituye al concepto de súbdito; la soberanía del pueblo (en lugar de la soberanía
del rey); la separación de poderes, frente a la concentración del poder en una
sola persona (“el Estado soy yo”, que acuñara Luis XIV de francia); el imperio de
la ley como voluntad general, en contraste con el imperio de la voluntad monár-
quica; las declaraciones o tablas de derechos públicos de los ciudadanos frente
a las obligaciones de los súbditos hacia su monarca, etcétera.
El siguiente estadio en la evolución de este nuevo Estado es el Estado
democrático (que comienza a fraguarse a mediados de siglo XIX). El Estado
democrático parte de la defensa a ultranza del pluralismo (pluralismo social,
político, sindical, territorial, social, religioso, corporativo y un largo elenco de
formas) y de la participación del individuo y las asociaciones en la vida política
y social. En él se dará participación a todos los ciudadanos, cualquiera que sea
su economía, conocimiento intelectual, sexo, raza o credo.
El tercer gran paso del nuevo Estado constitucional es su carácter social,
iniciado teóricamente a comienzos del siglo XX, pero prácticamente desarro-
llado tras la II Guerra Mundial en la Europa libre. Un Estado que se preocupa
por sus ciudadanos, pero sobre todo por los más débiles, por luchar contra la
miseria y la pobreza, la incultura y, en definitiva, la desigualdad social. El tam-
bién llamado “Estado del bienestar social” es, en mi opinión, el segundo gran
invento de la humanidad que más vidas ha salvado (el primero es el Estado de
Derecho con sus garantías, cada vez mayores, para la vida y la integridad de los
detenidos y juzgados) y, sobre todo, el que más las ha mejorado, potenciando
la sanidad pública, la educación como función pública del Estado, la protec-
ción social en sus distintas formas (pensiones de la seguridad social, la renta
básica…), la Hacienda que recauda de cada uno según su capacidad econó-
mica...
El cuarto paso es el Estado autonómico o complejo (por no llamarlo direc-
tamente “federal”), que ha permitido que en España se constituyan diecisiete
Comunidades Autónomas, con autonomía política, y ha otorgado mayor auto-
nomía administrativa a sus ocho mil municipios. Las primeras pueden hacer
sus propias políticas adaptadas a la realidad de su territorio, y los segundos
gozan de un mayor ámbito competencial para fomentar la participación de los
vecinos en los asuntos que les incumben.
La quinta nota del Estado constitucional español es su carácter netamente
europeo. España se integra de pleno en Europa mediante su incorporación a la
Unión Europea y al Consejo de Europea. Y es en esa nueva Europa de paso
lento y, a veces para la mayoría, tan poco atractiva, donde está el verdadero des-
tino universal de España.
finalmente, el actual Estado constitucional es un Estado internacional, que
defiende, junto con otros Estados del mundo, europeos o no, los valores demo-
cráticos y el respeto de los derechos humanos, y busca, como regla general (tam-
bién hay algunas excepciones en momentos determinados), en el diálogo y en
la justicia internacional la forma de resolución de los conflictos internaciona-
les. Un Estado que ha vuelto jurídicamente a la escena internacional mediante
la firma de múltiples tratados internacionales, y es, geoestratégicamente, puente
de conexión entre Europa e Iberoamérica y el Mediterráneo sur y este.
Este Estado constitucional actual que tan bien describe PÉREZ CALVO, tras
su riguroso análisis, es decir, el Estado de derecho, democrático, social y con
vocación internacional es, a mi parecer, la mejor forma de organización política
que una civilización ha sabido construir en la historia. Los hombres alcanzan a
su amparo los ochenta años de media de edad y las mujeres incluso superan esa
media; los jóvenes estudian desde los tres hasta los dieciséis años gratuitamente;
todas las personas tienen asegurado el acceso a y la atención de la sanidad
pública; se han articulado pensiones y otras prestaciones de la seguridad social
para diversas contingencias vitales; existen rentas básicas de subsistencia; los
trabajadores tienen derecho al trabajo, a la huelga, a la negociación colectiva, a
vacaciones y días de descanso semanal; se da apoyo económico a los desem-
pleados frente al azote del paro; se protege a los discapacitados, a los menores y
a los mayores de edad; se garantiza el derecho al disfrute de una vivienda digna;
el medio ambiente aparece como una de las principales preocupaciones de los
poderes públicos y un derecho de los ciudadanos.
Indudablemente, no es un Estado perfecto. Como todo complicado invento
humano falla a veces y tiene sus defectos, algunos estructurales, que es preciso
corregir. Pero lo cierto es que el mecanismo anda y cuanto más funciona, los ciu-
dadanos más le exigen, porque, en el fondo, creen en él. Es un Estado mejorable
día a día, que tiene sus avances y también sus retrocesos según las circunstan-
cias económicas, políticas o sociales, pero es el presente y, sobre todo, es el
futuro. Es, si se me permite la comparación, nuestra vacuna contra los aspectos
negativos que también trae consigo la globalización; el antídoto frente al capi-
II. Acoso tópico y acoso psíquico: el acoso sobre al alma en el lugar de trabajo
La tesis de González Navarro es que la forma de acoso estudiada en el libro
trata de poseer el alma del acosado, sometiéndola a su dominio, y simultánea o
subsidiariamente, el deseo de destruir ese alma del acosado (págs. 12, 10 y 171).
Una vez que probado que el objeto principal del acoso es el alma –la psi-
que– del acosado, se establece como denominación que se ajusta a este tipo de
acoso la de «acoso psíquico» rechazando otras denominaciones como acoso
moral o psicológico, mobbing o bossing (aunque también acepta otras deno-
minaciones como las de acoso anímico o acoso mental) (pág. 91). Esta pro-
puesta no debe entenderse como mero nominalismo, sino como una nueva
forma de ver esta dramática y preocupante realidad que es el acoso psíquico en
el trabajo: es el alma, realmente, el objeto principal del acoso; lo que traducido
en términos jurídicos, significa que la salud psíquica del acosado es la que
resulta, en primer término, agredida por el acosador.
A partir de aquí, González Navarro analiza, con una metodología que fre-
cuentemente ha manejado en otros estudios suyos la estructura –estática y
dinámica– del acoso psíquico. En la estructura estática se hace referencia a sus
tres elementos: los sujetos del acoso: el acosador (que puede ser individual o
plural y que puede ser el superior jerárquico o no), el acosado y otros sujetos
que pueden verse implicados en la relación (compañeros del acosado, repre-
sentantes sindicales, dirigentes de la organización, familiares, etc.).
1. Este es el párrafo galdosiano en el que luce la citada expresión: “Por fin, tras una larga espera,
llegó el ejército del general Castaños, y al anochecer debía partir para El Carpio. Entre los pai-
sanos armados que se juntaron con Echevarri, existía un grupo compuesto de contraban-
distas de Sierra Morena, de Villamanrique y de Pozo Alcón, con los cuales confraternizaron
bien pronto, formando amistosa cuadrilla, los licenciados de Málaga, batallón que se formó
con alguna gente condenada por faltas, y que la Junta tuvo a bien indultar. Estos caballeros,
para cuya domesticación emplearon grandes rigores los jefes militares, tuvieron una reyerta
en Córdoba con los suizos de Reding…”.
hombre, entre ellos su propia dignidad, que la comunidad política no tiene que
conceder sino reconocer como universalmente válidos (págs. 1 y ss.).
Quien haya leído otras obras de González Navarro, habrá notado que este
autor atesora una vasta cultura y una desbordante erudición que se proyecta
en las frecuentes digresiones o excursos que suele introducir en sus trabajos.
Incluso en los temas que puedan parecer menos propicios para ello –como el
procedimiento administrativo– sale el lector fortalecido con muchos más sabe-
res, sugerencias o informaciones que los que esperaba encontrar, quizá, para
la búsqueda de la solución a un problema concreto.
Más de una vez ha recordado González Navarro la ruta espiral que Ortega
recomienda seguir para acercarse a los problemas: dando vueltas alrededor
de ellos en círculos concéntricos de radio cada vez más reducido (pág. 1).
Pues bien, si en el primero de los libros que González Navarro dedicó al acoso
esa ruta espiral era más o menos concéntrica, en este segundo libro desapa-
rece esa tendencia. Aquí las líneas de aproximación se parecen más a las iso-
baras que nos muestran los “mapas del tiempo”: líneas ondulantes que, en
ocasiones, se aproximan y otras veces se alejan notablemente del núcleo del
Anticiclón o de la Borrasca, pero siempre orbitando en torno a ese centro de
altas o bajas presiones.
Y es que este libro es, en mi opinión, el que presenta reflexiones o infor-
maciones más variopintas y que, a primera vista, pudieran parecer alejadas del
objeto de estudio. Si el primer libro sobre el acoso psíquico era –como el mismo
autor reconoce– “de porte predominantemente filosófico” (pág. 1), pues tra-
taba de probar la existencia del alma como bien objeto de protección jurídica,
en este segundo libro se añaden excursos de muy diverso tipo. Algunos son de
carácter jurídico, como las relativas al concepto de derecho (pág. 9), a la legis-
lación penitenciaria (pág. 1 y ss.), a la incidencia que el Derecho romano está
teniendo en la jurisprudencia comunitaria, o el descubrimiento de un nuevo
tipo de acoso, el ejercido por los sicofantes, entendido este término con el sen-
tido que tenía en las obras de Terencio: los que habían convertido en profesión
la denuncia de las infracciones legales y se lucraban con el premio que podía
resultar de ello o con la coacción que ejercían sobre los infractores (pág. ).
Mucho más llamativas son otras digresiones filosóficas, psicológicas, lite-
rarias, e históricas sobre los más variados temas: el amor (pág. 12), el odio y
el narcisismo (pág. 19), los neuróticos (pág. 19), la construcción de la leyenda
negra española (pág. 21), la existencia de Europa como sistema cultural desde
el siglo XIII (pág. 11), las obras de Plauto y de Terencio (págs. 7 y ss.), las dife-
rencias entre la sensación, la percepción, la percatación y la apercepción (págs.
0 y ss); los sentidos del hombre (once según Ortega, quince según Santo
Tomás), entre los que se encuentra el sentido común (págs. 7 y ss.) y, en fin,
hasta del lapsus que tuvo Obama en el juramento público de su cargo como
Presidente de los Estados Unidos de América y que obligó a repetir la ceremo-
nia del juramento en privado en la Casa Blanca, se reflexiona en este libro
(págs. -).
Evidentemente, no puedo desarrollar las conexiones que establece Gonzá-
lez Navarro entre estas cuestiones –y otras que no he citado como el concepto
tomista de analogía, o el uso científico de la metáfora para probar realidades
cuya existencia no puede demostrarse experimentalmente– con el acoso psí-
quico, por lo que al lector curioso no le quedará otro remedio que leer el libro.
Y estoy seguro de que no se arrepentirá. Pues, no me cabe duda de que la
lectura de este libro –si se hace sin urgencia y siguiendo pausadamente las
líneas “isobáricas” que a mayor o menor distancia rodean el objeto central de
estudio, que es el acoso psíquico– resultará, más allá de la utilidad inmediata
que se pueda buscar, sumamente enriquecedora y provechosa.
sueños a los ángeles; estos ángeles tenían alas; no se servían de ellas, sin
embargo, para subir y bajar la escalera figurada en esta visión; sino que lo
hacían ordenadamente, peldaño a peldaño».
Y ésta es la enseñanza de Eugenio d´ORS, que aquella peripecia que nos
cuenta José Luis Meilán, me ha evocado: la escalera del saber hay que subirla
peldaño a peldaño… aunque se tengan alas –para el caso las de jurista- como
tenían aquellos ángeles que vio en sueños Jacob (cf. Génesis 2.12).
2. En este libro que estoy noticiando José Luis Meilán asciende un peldaño
más en su saber acerca de la estructura de los contratos públicos, pues en él
analiza las consecuencias derivadas para los Estados miembros de la Unión
Europea –España entre ellos- de las Directivas 200/117/CE y 200/11/CE
sobre contratos públicos y su transposición.
Nótese que digo –y el autor se cuida de advertirlo muy claramente: cfr. pág.
102- que en este libro no trata de hacer un análisis del contenido de estas Direc-
tivas sino de verificar la importancia de los actos dentro del contrato y de las
consecuencias que tiene el que la transposición se haya hecho, o no, en plazo,
o de que haya sido hecha, o no, correctamente.
Como recuerda nuestro autor en la embocadura misma de este nuevo libro
suyo, el Derecho comunitario sobre contratos públicos ha obligado a una revi-
sión profunda de la legislación española. Pero tal vez porque nuestra doctrina
y legislación tradicional en esta materia ha venido estando influenciada, de
tiempo atrás, y en primer lugar, por el Derecho francés, y porque, en segundo
lugar, el Derecho civil español sobre contratos choca frontalmente con esta
peculiarísima unidad jurídica que es el contrato administrativo, donde una de
las partes –el poder público- ostenta prerrogativas de las que carece la otra
parte contratante –tanto si ésta es un particular como si es otro poder público-
, es lo cierto que las respuestas que nuestro Derecho administrativo sobre con-
tratos ha venido dando a los problemas derivados de la integración en esa
organización supraestatal –exorbitancia, identidad sustancial, matización o
modulación, etc.- han evidenciado ser manifiestamente insuficientes para
explicar su funcionamiento en un ordenamiento jurídico, como lo es el de la
Unión Europea, que obliga a respetar los principios de igualdad de trato, de no
discriminación, de reconocimiento mutuo, de proporcionalidad y trasparen-
cia, que sirven de fundamento al Tratado de la Unión y que son indispensables
para la existencia y funcionamiento eficaz de un mercado único.
Verdad es que el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea no conte-
nía ningún precepto específicamente dedicado a los contratos administrativos,
pero la importancia de los contratos públicos para la realización de los fines
que actuaron como causa eficiente de esa organización supraestatal se hace
evidente con solo tener en cuenta que –como nos ilustra el autor, cfr. pág. 9- el
volumen de contratos públicos, que significaba en 199 el 11 por 100 del PIB
de la Unión, había alcanzado, en 200, el 1´ por 100, según la información
oficial disponible en ese año.
. Bueno me parece, antes de seguir adelante, dejar claro lo que he preten-
dido hacer con estos decires míos a los que he calificado, ab initio y con expre-
sión intencionadamente imprecisa, de “noticia”.
Lo que aquí ofrezco ni es un resumen del libro que me ha enviado el autor,
solicitándome una recensión del mismo, ni es tampoco una recensión en sen-
tido verdadero y propio (caso de que lo tuviera, lo cual es algo de lo que no
estoy muy seguro, como ahora se verá).
Un tiempo hubo (estoy refiriéndome a las décadas de los sesenta y setenta
del siglo pasado, que es el XX) en que me serví del resumen como técnica para
allegar información que me sirviera a mí, y también a los demás. Esta técnica –
cuyo empleo me sugirió los excelentes resúmenes que, de libros de actualidad,
publicaba el Readers Digest que mensualmente recibía yo en su edición en
español- la utilicé en colaboraciones para la Revista Documentación Adminis-
trativa, previo acuerdo tomado por el Consejo de Redacción de dicha Revista.
El mito de la Administración Prusiana, de Alejandro Nieto, fue uno de los tra-
bajos que di a conocer utilizando esta técnica.
Tampoco puedo decir que lo que aquí he hecho sea una recensión, que
entre nosotros los que cultivamos la Ciencia del Derecho se ha convertido en
una técnica multiuso, especie de “bonne à tout faire, que lo mismo vale para
un roto que para un descosido”. Soy consciente que al aplicar esta frase que
acabo de trascribir estoy repitiéndome, pues la he utilizado en más de una oca-
sión para referirme al uso, sin ton ni son, que se hace con tanta frecuencia, del
significante “coordinación”.
Es cierto: me repito, aunque sea a otros efectos. Me cubriré por ello con el
escudo de Pío Baroja que, en su discurso de ingreso en la Real Academia de la
Lengua, dejó escrito esto: «Se repite uno; ¿pero qué va a hacer el viejo sino repe-
tirse? Renovarse es una fantasía. No hay posibilidad de renovación preconce-
bida.» Admirable don Pío, la lectura de cuyas Obras completas inicié en la
edición de Biblioteca Nueva y he continuado luego en la de Círculo de Lectores.
Un escritor al estudio de cuya obra, de una parte de la misma al menos, Ortega
dedica la mitad aproximadamente del tomo I de El Espectador, y al que dedica
lo que califica de «un ensayo donde se habla de un hombre libre y puro que no
quiere servir a nadie ni pedir a nadie nada». Un novelista del que en el mismo
ensayo nuestro filósofo cuenta que cuando alguien le invitó a firmar en el
álbum de un establecimiento público, un álbum en cuyas páginas se amonto-
naban títulos nobiliarios, académicos y administrativos, tomó la pluma y escri-
bió la siguiente definición de sí mismo: Pío Baroja, hombre humilde y errante.
Pues bien: si resumen no es, y una recensión no puedo decir que lo sea,
porque no estoy seguro de saber lo que es una recensión, ¿qué es lo que estoy
queriendo hacer con estos decires míos? Sencillamente esto, que no es poco,
como se verá, ni tampoco fácil: capturar la ruta aérea de unos pocos de los pája-
ros interiores- Ortega dixit- que levantan en bandadas su vuelo cuando un libro
que lo es en verdad –ya sea en soporte papel, ya sea en soporte electrónico,
como las nuevas tecnologías permiten-, un libro escrito por quien es capaz de
pensar pensamientos nuevos, cae en manos de un lector cuyo ámbito de pre-
ocupaciones intelectuales se siente afectado, positiva o negativamente, inquie-
tándole, bien sea porque le provoque dudas que le lleven a experimentar
sensación de naufragio en el mar de convicciones en que hasta ese momento
navegaba, bien sea porque le aporten datos nuevos que le faltaban para con-
vertir en tesis la hipótesis que orientaba su discurso.
Es esto lo que me ha acontecido con la lectura del libro del que estoy
hablando, si bien debo todavía hacer una advertencia para que se entienda por
qué, de un libro de tan apretado cuanto sugerente contenido, sólo un reducido
número de las cuestiones que apunta van a ser objeto de atención aquí.
Yo, que sin haber pensado nunca escribir mis Memorias contemplo el
mundo «desde la última vuelta del camino», y que, cuando todavía me hallaba
en activo, comprendí que una cosa es ser profesor de Derecho Administrativo
y otra muy distinta ser jurista, di en estudiar filosofía, y también historia, y por
llegar a saber del mundo en que estoy, geopolítica, y hasta la matemática y la
física. Y mil cosas más que estudié en el bachillerato volví a frecuentarlas, el
latín, por ejemplo, y también la lingüística, mediante la que llegué a incorporar
al lenguaje jurídico el concepto de unidad jurídica que hoy está en la jurispru-
dencia.
Desde el miradero más amplio que ofrece este arsenal de preocupaciones
metajurídicas es como he leído este libro de José Luis Meilán, y es ahí donde
un hipotético lector de estos decires míos puede hallar la clave para entender
el criterio empleado para seleccionar aquellos aspectos del mismo a los que
aquí he prestado atención.
Pues bien, de cuanto en este libro se contiene lo primero que llama la aten-
ción es la habilidad con que el autor maneja la pertinente jurisprudencia tanto
europea como española, así como la doctrina del Consejo de Estado y los infor-
mes de la Junta Consultiva de Contratación.
Pero lo que con más fuerza evocadora ha operado sobre mí ha sido el estu-
dio que sobre los supuestos de alternancia de acto y contrato en el Derecho
Español nos cuenta en las páginas 2 a 2, así como lo que sobre los límites del
ámbito contractual nos describe en las páginas 11 a 12. Lo primero, porque
los datos que proporciona sobre el contrato de suministro sirven para empe-