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La Edad Media
peninsular
Aproximaciones y problemas
J
EDiCionEs TrEa
Esta obra ha sido sometida a su evaluación científica
por pares externos.
d. l.: as 00261-2017
isbn: 978-84-17140-01-4
impreso en España. Printed in Spain
La Editorial, a los efectos previstos en el artículo 32.1 párrafo segundo del vigente
trlpi, se opone expresamente a que cualquiera de las páginas de esta obra o partes
de ella sean utilizadas para la realización de resúmenes de prensa.
Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
[José Ángel García de Cortázar]
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
[Diego Melo Carrasco y Ángel Gordo Molina]
Hace ya casi veinte años, en un prólogo que unos cuantos investigadores de la uni-
versidad del País Vasco me solicitaron para encabezar los resultados de un encuentro
científico, comparaba yo el oficio de historiador con el poder de los señores del antiguo
régimen. uno y otro mostraban como seña de identidad su carácter proteico, y, en el
caso de los historiadores, era fácil observar que, en general, conforme van ganando
años, conforme van madurando, generan sus rentas menos en el territorio de la inves-
tigación y más en el de la jurisdicción de la investigación hasta que llega el momento,
a menudo, coincidente con su jubilación, en que aquellas acaban siendo en exclusiva
rentas de representación de la investigación. algo así como el reflejo, el reconocimiento,
social de pretéritos estudios y quehaceres culminados con mayor o menor éxito. a esta
fase de mi biografía, más que a mi condición de hijo de un padre nacido en Valparaíso,
creo que responde mi aparición en estas páginas introductorias solicitadas por dos
medievalistas chilenos.
Medievalistas chilenos… nunca nos ha sorprendido a los estudiosos españoles de
la Edad Media toparnos con medievalistas estadounidenses, ni siquiera, gracias al es-
fuerzo de las discípulas de Claudio sánchez albornoz, encontrarnos con medievalistas
argentinos pero, como si la cordillera de los andes resultara un obstáculo casi insalva-
ble en las relaciones con Europa, solo poco a poco hemos ido aprendiendo que también
en aquellas tierras del confín del mundo fructifica el interés por la historia de lo que
sucedió a doce mil kilómetros y doce siglos de distancia. En una palabra, a falta, quizá,
de momento, de un medievalismo chileno, existen ya medievalistas en Chile. El libro
al que estas líneas sirven de presentación lo demuestra. Pero el conjunto de las nueve
colaboraciones reunidas aquí, producto de un encuentro científico, evidencia otras
cosas de las que me interesan menos las relacionadas con los temas tratados que las que
atañen a los formatos de creación y comunicación científicas.
El protagonista del volumen es la frontera, entendida con suficiente amplitud de
miras como para hacer de ella un vector de investigación en que caben con identidad
suficiente tanto el análisis de casos concretos referidos a distintos aspectos (espaciales,
económicos, sociales, políticos, culturales) como su articulación sintetizadora. Esta
segunda es precisamente la que, a la postre, permite distinguir en cada uno de aquellos
10 | La EDaD MEDia PEninsuLar. aProxiMaCionEs y ProBLEMas
a las investigaciones propias. se crean así cadenas de solidaridad horizontal —en el caso
presente, intercontinental— que, siempre enriquecedoras, cada uno puede aprovechar
en su medida y combinar con las cadenas de solidaridad vertical: las que se han cons-
truido en cada país a través de las correspondientes genealogías historiográficas. Esa es
la lección que en su conjunto proporcionan los nueve trabajos reunidos en el volumen
al reflejar distintas tonalidades del espectro que he tratado de sugerir en estos párrafos
introductorios. sus autores son conscientes de que, como decía Paul Valéry respecto al
poema, el relato histórico no termina nunca de crearse. Como mucho se interrumpe
temporalmente para facilitar el intercambio de perspectivas entre sus creadores, que,
con ellas en su mochila intelectual, volverán de nuevo sobre aquel y demostrarán que
el discurso histórico es también, o ante todo, historia.
introducción
Dr. Diego Melo Carrasco
Universidad Adolfo Ibáñez, Chile
ariel Guiance
conicet, Universidad Nacional de Córdoba (Argentina)
1
Me he ocupado del asunto en mi trabajo «Medio siglo de una polémica inconclusa: tolerancia e intoleran-
cia en la España medieval», Cuadernos de historia de España, núm. 85-86 (2011-2012), pp. 321-388 (al que me
permito remitir).
2
Fernando Baños Vallejos: «Moros y judíos en las leyendas de santos (hagiografía castellana medieval)», en
Eufemio Lorenzo sanz (coord.): Proyección histórica de España en sus tres culturas, Castilla y León, América y el
Mediterráneo, vol. ii, Valladolid: Junta de Castilla y León, 1993, pp. 253-260.
3
Ángeles García de la Borbolla: «La espiritualidad de los cautivos de santo Domingo en la obra de Pedro
Marín», en Varios autores: Estudios de frontera. Actividad y vida de frontera. Congreso celebrado en Alcalá la Real
del 19 al 22 de noviembre de 1997, Diputación provincial de Jaén, 1998, pp. 257-267 y «santo Domingo de silos y
las milagrosas redenciones de cautivos en tierras andalusíes (siglo xiii)», en Giulio Cipollone (ed.): La liberazione
dei ‘captivi’ tra cristianità e Islam. Oltre la crociata e il Gihad: tolleranza e servizio umanitario, Ciudad del Vaticano:
archivio segreto Vaticano, 2000, pp. 539-548 —entre muchos trabajos de esta autora—.
94 | Las FronTEras y La OTREDAD PEninsuLar
prefiero proponer un muy breve análisis de textos procedentes de los primeros siglos de
la ocupación musulmana en la península. a través de ellos, trataré de poner de relieve
cómo estos documentos construyeron una imagen significativa del mundo islámico en
una época en la que este constituía el poder por excelencia de la región y en la cual la
fidelidad al cristianismo se veía permanentemente cuestionada por la actitud de mu-
chos hombres, que preferían abrazar la nueva religión islámica en pos de lograr una
mejor posición económica y social (sin descartar, por cierto, que algunos se hubieran
convertido auténticamente convencidos de las ventajas que suponía la fe de los recién
llegados). Por lo mismo, la imagen del musulmán que figura en esos documentos tem-
pranos no solo incluye un conjunto de notas distintivas —que de ahora en adelante
se transformarán en tópicos sobre este tema—, sino además las críticas que algunos
cristianos formulaban a otros correligionarios que preferían abandonar a los suyos.
Por tanto, se trata de una caracterización en donde se funden descripciones negativas
y advertencias severas en un mensaje indudablemente dirigido a los propios, mensaje
que hasta las jerarquías eclesiásticas ibéricas de esos tiempos no siempre compartieron
de buen grado. Este último punto me parece importante en particular, porque ello dará
como resultado un molde hagiográfico de contenido específico, parcialmente alejado de
otro tipo de producción que buscaba imponer imágenes de santos más bien universales,
válidos para toda la cristiandad. Los hagiógrafos hispanos sabían por el contrario que
retrataban santos hispanos cuya vida debía ser un ejemplo para los cristianos locales
en primer lugar (y eventualmente para todos aquellos que pudieran encontrarse en una
situación similar), santos que otros congéneres no aceptaron unánimemente y hasta se
encargaron de desacreditar. Por ende, si bien es cierto que toda la literatura hagiográfica
tiene un matiz propagandístico indudable, ese matiz constituye el elemento central de
nuestros relatos, que se concibieron como armas de lucha ideológica y social.
4
ambas obras han sido editadas por Juan Gil en su Corpus scriptorum muzarabicorum, Madrid: csic, 1973
—el Liber apologeticus figura en vol. ii, pp. 475-495, en tanto el Memoriale se encuentra en pp. 363-459 del mismo
volumen. Hay edición castellana de María Jesús aldana Garcia: Obras completas de san Eulogio: introducción,
traducción y notas, universidad de Córdoba (argentina), 1998.
5
igualmente editada por Juan Gil en su libro citado en nota anterior, vol. i, pp. 330-343.
Santos y musulmanes en la España medieval: la presencia del Otro islámico en las hagiografías… | 95
gerida por Juan Gil) conservamos la pasión de las santas nunilón y alodia,6 en tanto
del siglo x nos han llegados otras dos vidas y pasiones: la del mártir Pelayo y la de ar-
géntea y sus compañeros.7 También contamos con otros tres textos de este último siglo
consagrados a otros tantos mártires (acisclo y Victoria, el caso de Verísimo, Máxima y
Julia y el de Víctor de Cerezo), pero los dos primeros aluden a enfrentamientos con los
romanos, en tanto el tercero es un relato con una alta cuota de elementos imaginarios
que supone un martirio por parte de los judíos en algún momento indeterminado del
siglo ix.8 sea como sea, estos tres últimos ejemplos no aluden a enfrentamientos con
los musulmanes y por lo tanto no vamos a analizarlos en esta ocasión.9
En lo que atañe a las obras de Eulogio, estas narran la biografía de varios santos con-
temporáneos del escritor. Como bien señalara Valcárcel, «aunque se trata de mártires, la
narración, especialmente en los casos en que ésta es más desarrollada, tiene más de Vita
que de Passio: el autor se interesa por la vida entera del protagonista […] y no solo por
el momento del martirio».10 En cuanto al texto de Álvaro, este se caracteriza por contar
con «un hálito de impronta personal, alcanzando uno de los logros más sobresalientes
entre cuanto de escritura hagiográfica encontramos en Hispania medieval».11 a ellos
se añade, según indiqué, la pasión de san Pelayo, compuesta por el presbítero cordobés
raguel hacia 961-967 con una finalidad litúrgica. En este caso se trata de una passio a
la cual quiso agregarse una reseña de la vida del santo previa a su muerte (sin lograr
una unión adecuada, ya que el hagiógrafo ignoraba buena parte de esa trayectoria
personal). En cambio, el texto sobre argéntea, que también intentó esa combinación
entre ambas formas hagiográficas, tiene un perfil mucho más acabado (al punto que
«la parte dedicada a la vita ocupa incluso más extensión [que la correspondiente a la
passio])».12 redactado presumiblemente por otro mozárabe que habitaba la ciudad de
Córdoba en la segunda mitad del siglo x, se trata de una hagiografía escrita «en un latín
[que] no está libre de vulgarismos en medio de un estilo ampuloso».13 Cabe advertir
6
Juan Gil: «En torno a las santas nunilón y alodia», Revista de la Universidad de Madrid, núm. 19 (1970),
pp. 103-140.
7
La hagiografía de Pelayo fue objeto de una cuidadosa edición por parte de Celso rodríguez Fernández: La
pasión de san Pelayo: edición crítica, con traducción y comentarios, universidad de santiago de Compostela y uni-
versidad de Vigo, 1991. Por su parte, la de argéntea aparece en Ángel Fábrega Grau: Pasionario hispánico (siglos
vii-xi), Madrid/Barcelona: csic, 1955, t. ii, pp. 382-387 (con un estudio preliminar en t. i, p. 239, en el que supone
que esta passio fue escrita por un testigo del martirio de la santa). una edición más reciente es la de Pilar riesco
Chueca: Pasionario hispánico, universidad de sevilla, 1995, pp. 253-263.
8
La passio de acisclo y Victoria también fue editada por Ángel Fábrega Grau: o. cit., vol. ii, pp. 12-18, en tanto
que las de Verísimo y sus compañeras y Víctor de Cerezo figuran en Pilar riesco Chueca: o. cit., pp. 266-269 y
272-279, respectivamente.
9
una aproximación al conjunto de la hagiografía del período puede verse en Vitalino Valcárcel: «Hagiografía
hispanolatina visigótica y medieval (s. vii-xii)», en Maurilio Pérez González (ed.): Actas del I Congreso Nacional de
Latín Medieval (León, 1-4 de diciembre de 1993), universidad de León, 1995, pp. 191-209 (en especial, pp. 194-197).
10
ibídem, p. 195.
11
Ídem..
12
ibídem, p. 197.
13
Ídem.
96 | Las FronTEras y La OTREDAD PEninsuLar
que en este análisis privilegiaremos los relatos de las citadas pasiones —la de nunilón y
alodia, argéntea y Pelayo— y eventualmente haremos referencia en un segundo plano
a las obras de Eulogio y Álvaro, autores cuya producción ha sido considerada en mayor
medida por la historiografía y la crítica literaria.
Pese a su volumen exiguo, estos textos nos brindan una caracterización particular
del mundo musulmán, escenario en el cual debieron convivir y enfrentarse los prota-
gonistas de nuestros relatos (al igual que lo hicieron sus respectivos biógrafos). Como
indicara antes, se trata de una época de plenitud territorial y de poder del islam en la
península y en donde la fidelidad a la religión cristiana fue puesta en entredicho por
ese mismo avance islámico. Por tal razón, todas esas narraciones hagiográficas (junto
con las apologéticas) constituyeron un adecuado canal de expresión de esos cristianos
subyugados «que tenían problemas no spñp con sus dominadores musulmanes sino
también internos».14 Tales problemas hacen que estas hagiografías se muevan en torno
a temas dominantes entre los que se cuentan el abandono de la fe, la preservación de
las virtudes cristianas, la necesidad de no caer en la tentación que suponía el islam (y
los beneficios que ello conllevaba) y la rebeldía ante una situación de complacencia
general de los cristianos (que tanto los mártires como los hagiógrafos veían multipli-
carse en sus pares). Este último punto resulta relevante en especial, ya que constituye el
núcleo de la acción: como ocurría en la producción hagiográfica previa, la rebeldía del
santo es el origen de su condena, muerte y posterior ascenso a los altares (dando lugar
a una situación tan paradigmática que no solo se aplicó a los mártires, sino incluso, a
los confesores).15
El musulmán y el demonio
14
ibídem, p. 194.
15
Véase Ángel Gómez Moreno: Claves hagiográficas de la literatura española (del Cantar del Mio Cid a Cer-
vantes), Madrid/Frankfurt: iberoamericana-Vervuert, 2008, p. 65 y ss.
16
Juan Gil: «En torno a las santas…», o. cit., p. 114: «… non fides, set error maior dicendus est».
Santos y musulmanes en la España medieval: la presencia del Otro islámico en las hagiografías… | 97
aproximadamente en el año 600 de la ascensión del señor [y] viendo la antigua serpiente, el
Diablo, que el evangelio de Cristo se propagaba por todo el mundo, […] temiendo el misera-
ble perder para siempre a todos los pueblos, volvió sobre sus viejas tretas y, transformándose
en ángel de luz, se apareció a un árabe muy astuto, de nombre Mahoma, con la falsa figura del
ángel Gabriel. [Este] le enseñó que honrara sólo al Dios único y verdadero, que no tiene igual
ni semejante ni parecido para que, bajo esta apariencia falsa, llamaran a Cristo sólo profeta y
no lo creyeran Dios ni Hijo de Dios […]. El pueblo árabe, de mala manera engañado mediante
este astuto ardid, se mantiene hasta hoy alejado y excluido de la fe de Cristo y, de acuerdo
con sus viejos ritos, celebran cada semana el día de Venus y, según una respetuosa costumbre
antigua, consideran la estrella de esa ramera como liberación del ayuno.18
17
ibídem: «Sarracenorum namque antiqua progenies multorum deorum dearumque, sicut et omnis mundus, cul-
turis inseruiebat, set speciali ritu Sarracenorum progenies deam Uenerem eiusque Luciferum propensius excolebat».
sigo la traducción propuesta por Pilar riesco Chueca: o. cit., p. 289, con ligeras modificaciones.
18
ibídem: «… anno ferme sexcentesimo post Domini ad celos ascensionem, uidens antiquissimus serpens diabolus
iam pene per omnem mundum Xpi Euangelium intonare et in fines orbis terre illius uerba resonare, timens miser ne
omnes gentes ipse penitus perderet, ad pristinam se artem conuertit et transformans se in angelum lucis ad quendam
Arabicum et uersutissimum hominem, nomine Mohomat, in Gabrielum se angelum mentitus accessit. Qui inter cetera
multa et nefanda preceptum hoc primum edocuit, utpote per angelum unum et uerum Deum solum colere docuit, non
habentem parem nec similem nec equalem, ut sub ista mendacii similitudine Xpm prophetam tantundem dicerent
et nec Deum nec Dei Filium crederent […]. Per hanc ergo callidam artem gens Arabica male decepta usque hodie a
fide Xpi aliena et exclusa perdurat, et sub antiqua consuetudine Ueneris diem per omnem ebdomadam exsequuntur
et stellam ipsius meretricis uenerationis usu antiquo ieiunii absolutionem respectant».
19
Véase ut supra, nota 4, pp. 483-486; y Dominique Millet-Gérard: Chrétiens mozarabes et culture islamique
dans l’Espagne des VIIIe-IXe siècles, París: Études augustiniennes, 1984, pp. 125-139 (con un cuidadoso análisis
de la narración y una traducción al francés de la misma).
98 | Las FronTEras y La OTREDAD PEninsuLar
conflicto religioso que supone el islam sino que presenta a este en términos políticos
(los musulmanes son los rebeldes que se alzaron contra el imperio bizantino). 20 Por
su parte, la llamada Crónica mozárabe de 754 hasta llega a ponderar positivamente
a algunos jefes islámicos. Como sea, en ninguna de ellas (como tampoco en nues-
tras hagiografías) parece haber voluntad, al menos en estos tiempos, «de crear un
estereotipo»21 del conquistador islámico, más allá de algunas notas que, lógicamente,
le fueran adjudicadas desde temprano.
La idea de un sarraceno víctima de la seducción demoníaca habrá de evolucionar,
en el caso de Eulogio y Álvaro, a toda una consideración de Mahoma como el anti-
cristo. En tal sentido, John Tolan demostró que ambos autores fueron los primeros
escritores hispanos que intentaron otorgar al islam un lugar en la historia divina.22
Por lo mismo, debieron asignar al profeta musulmán ese carácter particular, carácter
esbozado por Eulogio y luego definido por Álvaro. Este último llegó a afirmar en otra
de sus obras, el Indiculus luminosus, que la historia de la salvación tuvo y tiene muchos
anticristos (tales como nerón, Domiciano o antíoco) y Mahoma debe contarse entre
ellos.23 La lucha confesional, por tanto, se planteaba en términos de engaños y profetas,
más que como un conflicto estructurado de creencias antagónicas. así lo entendió el
presbítero raguel cuando señalaba, en la pasión de san Pelayo, que para lograr la con-
versión del joven el emir le insinuó que lo elevaría a altos cargos a cambio de «negar
a Cristo y afirmar que nuestro profeta es auténtico»24 —esto es, subrayando que los
sarracenos, por su parte, admiten a Jesús como un profeta más no le otorgan rango
divino—. El islam es por tanto una herejía y Mahoma el gran heresiarca (y como tal
un nuevo anticristo, a la manera en que lo serían Migecio o Elipando en la Hispania
de esos siglos viii y ix).25
si la musulmana es, entonces, una desviación diabólica, es muy lógico que los sarra-
cenos carguen con todos los defectos y artimañas que tiene el Diablo. La primera de ellas
es la que corresponde a su carácter de persuasor del mal y tentador de los hombres. De
hecho, la tentación es sin dudas el arma principal con que cuenta el islamita. así, este
usa «palabras zalameras» para convencer a las mencionadas nunilón y alodia de abju-
rar de su fe, prometiéndoles además que tendrían «honor y vida» y les darían «maridos
20
Véase ron Barkai: Cristianos y musulmanes en la España medieval (El enemigo en el espejo), Madrid: rialp,
1991, p. 22 y ss. y John Tolan: Saracens: Islam in the Medieval European imagination, nueva york: Columbia uni-
versity Press, 2002, p. 90 y ss.
21
ron Barkai: o. cit., p. 26.
22
John Tolan: «Mahomet et l’antéchrist dans l’Espagne du ixe siècle», Wodan. Greifswalder Beiträge zum Mit-
telalter, núm. 68 (1997), pp. 167-180 (en especial, p. 173). Véase también, del mismo autor, Saracens…, p. 78 y ss.
23
Álvaro: Indiculus luminosus —ed. de Juan Gil: Corpus scriptorum…, vol. i, p. 293—: «Si enim Domitium
Neronem pro inmanitate scelerum Antichristim aliqui firmavere et Antiocum eundem figurare dixere vel ceteras
pestes contra eclesiam insurgentes precursores ipsius nefande bestie doctores probatissime adstruxere, quid nos post
odie incongrue garrient posuisse qui neuum operibus aliorum conant imponere?».
24
Celso rodríguez Fernández: o. cit., p. 64: «Puer, grandis te honoris fascibus sublimabo, si Christum negare et
nostrum uolueris prophetam uerum esse dicere».
25
Para este tema, véase Dominique Millet-Gérard: o. cit., pp. 189-203.
Santos y musulmanes en la España medieval: la presencia del Otro islámico en las hagiografías… | 99
nobles para casaros y seréis ricas y honradas…».26 otro tanto se ofrece a san Pelayo, cuya
hermosura fue objeto de atracción del emir (planteándose un evidente paralelo con el
absalón veterotestamentario). Este último le hizo saber al futuro mártir que le daría
una gran cantidad de oro y plata, los mejores vestidos, adornos de gran valor. Tomarás tam-
bién al que quieras de [nuestros] pajes, que te servirá a tu gusto. Te regalaré también palacios
para vivir, caballos para montar, placeres para gozar. sacaré además de la cárcel a cuantos me
pidas y, si quieres, invitaré a venir a esta región a tus padres y les concederé grandes honores
—circunstancia esta última que responde al hecho de que Pelayo era un gallego entregado en
calidad de rehén por su tío, el obispo Ermogio—.27
Todo el discurso, como podemos ver, está explícitamente dirigido a los contempo-
ráneos cristianos, que podían dejarse convencer por esa posibilidad de obtener cuan-
tiosos bienes si se convertían al islamismo. recordemos, por lo demás, que el referido
relato sobre el origen de la fe musulmana giraba en torno al «astuto ardid» del Diablo,
ardid que sus seguidores intentaban aplicar para atraer a los hombres a su causa.
De tal manera, como vemos, el modelo hagiográfico nos habla de sarracenos que no
buscan imponer su fe sino hacer apostatar a los cristianos en función de su poder, su
riqueza y sus dotes de atracción. Ello explicaría una segunda constante de los relatos,
como es la paciencia y perseverancia que manifiesta el mismo musulmán para obtener
sus propósitos. De hecho, ante las proclamas públicas de los cristianos en defensa de su
religión, la primera actitud del invasor es perdonar tales afrentas y continuar la tarea de
atracción antes señalada o bien conseguir el mismo propósito tras la aplicación de cas-
tigos físicos. De cualquier forma, en ningún caso se procede a la ejecución del cristiano
en primera instancia. Por ejemplo, cuando el beato Vulfurán (compañero de martirio de
santa argéntea) hizo profesión de fe ante los musulmanes, estos decidieron «llevarlo en
empellones a la mazmorra de la cárcel para que, agotado por las penalidades, se apartara
por la fuerza de sus propósitos».28 Por su parte, nunilón y alodia, tras su primera cita
con el gobernador sarraceno, fueron devueltas a su casa «sin castigos», añadiéndose
que «puesto que eran jovencitas, no debía aplicárseles los rigores de la crueldad».29 Tras
perseverar en su actitud, ambas hermanas fueron separadas y entregadas a familias mu-
26
Juan Gil: En torno…, p. 117: «Sed potius ad fidem nostrum reuertite, ut nobiscum iugiter uiuatis: et dauimus
uobis uiros nobiles in matrimonio et eritis diuites et honorate sicut fideles nostri qui tenent fidem prophete nostri, et
non moriemini».
27
Celso rodríguez Fernández: o. cit., p. 64: «… tibi numerosam auri uel argenti copiam, uestes obtimas, orna-
menta pretiosa. Sumes preterea, tibi qualem ex his tironunculis elegeris, qui tuis ad uotum moribus famuletur. Sed
et cortes preferam ad habitandum, equos ad utendum, delicias ad fruendum. Porro et de carcere quantos petieris
educam, et parentibus etiam tuis in hanc, si uolueris, regionem aduocatis, inmensam dignitates conferam».
28
Pilar riesco Chueca: o. cit., p. 260: «… angustiis carceris mancipandus truditur, ut iniuriis affectus, tándem
a propositi sui norma ui reuerteretur».
29
Juan Gil: «En torno…», p. 116: «… quotiens adulescentulas non debere eis sue crudelitates inferre». así figura
en los mss. de Madrid (bn, 822, del siglo xi) y El Escorial (b-i-4, del mismo siglo) editados por Gil. En cambio,
en el mucho más tardío Breviario de Leyre (igualmente consignado por el mismo especialista) se lee «dicens non
debere adulescentule sue crudelitatis violentiam inferri».
100 | Las FronTEras y La OTREDAD PEninsuLar
sulmanas a fin de que las trataran convenientemente («los guardianes no negaron a sus
huéspedes ni comida ni bebida»,30 señala el relato) y las instaran a convertirse haciendo
saber a cada una que la otra ya había abjurado. aun así, las mártires no renunciaron a
sus creencias pese a «los vientos desencadenados por las palabras (mejor dicho, por los
demonios), ni la lluvia de la tentación, ni el río de las amenazas…».31 otro tanto ocurre
con el mártir Pelayo, quien tras dirigirse al emir como «perro afeminado» fue perdonado,
ordenándose a varios pajes «que trataran de halagarlo con prácticas seductoras, por si
apostatando se acomodaba a los lujos reales».32 argéntea, por último, identificada como
hija de un caudillo musulmán, fue increpada por otros sarracenos qie le dijeron: «¿Es
que quieres unirte estúpidamente a la muerte de este criminal [aludiendo al mencionado
Vulfurán]?»,33 instándola a renegar de sus creencias. Cabe advertir, por cierto, que estas
continuas tentaciones no solo definen la actitud literaria del musulmán sino que también
sirven como recurso discursivo empleado por los hagiógrafos para demostrar la firmeza
y valentía del santo, incapaz de doblegarse cualquiera fuera la circunstancia. Más allá de
eso, nos encontramos ante un panorama de santidad que, como bien señalara Kenneth
Baxter Wolf, se caracteriza por presentar una serie de mártires que carecen de persegui-
dores.34 Esos mártires solo llegan a la muerte violenta tras incitar una y otra vez a los
sarracenos, que, como vemos, en esta época no veían a esos cristianos como potenciales
amenazas a su credo. Por el contrario, estos documentos los señalan como autores de
una política que buscaba en primera instancia una cierta convivencia y solo apelaban
a la pena de muerte tras varias amenazas y cuando la situación se tornaba insostenible.
Por otro lado, estas actitudes de seducción y búsqueda de una conversión más o menos
pacífica eran sin dudas las más temidas por los hagiógrafos (y por lo mismo las más criti-
cadas). El ejemplo más notorio es otro pasaje de la historia de nunilón y alodia, cuando
el emir decide recurrir a un nuevo recurso para quebrar la voluntad de estas hermanas
(el tercer intento, por lo demás). Para ello, entrega a ambas a «un hombre apóstata que,
después de abandonar su sacerdocio, renegó del Hijo de Dios y se convirtió espontánea-
mente al paganismo de ellos».35 Este dijo entonces a las mártires: «¿qué hacéis, joven-
citas? ¿Por qué corréis hacia la muerte prematuramente? Decid solo: seremos muladíes,
como ordena vuestra ley, y viviréis. yo, en efecto, fui sacerdote en mi tierra y me hice
muladí para poder vivir bien entre estos. ahora vosotras obrad de igual modo para vivir
30
ibídem, p. 117: «… nicil eis cibus aut potus custodes hospites denegauerunt…».
31
Ídem: «… nec flantes uenti uerborum, imo demoniorum, nec imber temtationis nec fluuius minarum a pro-
pósito sancte fidei eas potuit reuocari…».
32
Celso rodríguez Fernández: o. cit., p. 68: «Quem uero adhuc suaderi rex existimans, suis precepit tironibus
ut eum suasoribus delinirent lenociniis, si forte apostatando tantis adquiesceret regalibus pompis».
33
Pilar riesco Chueca: o. cit., p. 260: «Aut uis te neci huius sceleratoris stolide copulare?». argéntea era hija de
umar ibn Hafsun, tal como demostrara hace largo tiempo r. Dozy en su Historia de los musulmanes en España,
Madrid: Turner, 1988, libro ii, p. 421 (ed. original de 1861).
34
Kenneth Baxter Wolf: Christian martyrs in Muslim Spain, Cambridge university Press, 1988, p. 96 y ss.
35
Juan Gil: «En torno…», p. 119: «Tunc erat quidam uir apostate, qui relicto presbiterio negauit Dei Filium et
se in infidelitati illorum sponte conuertit».
Santos y musulmanes en la España medieval: la presencia del Otro islámico en las hagiografías… | 101
ahora y ganar esta vida y después haréis lo que os venga en gana».36 inconmovibles en su
parecer, cuando todos estos santos son finalmente ejecutados, los hagiógrafos dejan bien
en claro que el principal crimen que han cometido, desde la óptica de los sarracenos, es
justamente su obstinación. así lo señala de manera expresa el gobernador islámico de
Córdoba cuando ordena que santa argéntea sea asesinada «por insolente rebelde y por
contumaz contra el culto sagrado y por menospreciar las recompensas del emir…».37
36
Ídem: «Quas quum in parte tulisset, ita cepit alloqui: Quid facitis, o iubenculas? Quare ante tempus mortem
incurritis? Dicite tantum quia erimus mollites sicut lex uestra dicit et uiuetis. Ego enim in terra mea presbiter fui
et propterea mollitem me feci, ut cum istos possim bene uiuere. Nunc autem uos similiter facite, ut modo uiuatis et
lucretis uitam istam; et postea facietis quos uobis placuerit».
37
Pilar riesco Chueca: o. cit., p. 262: «Argentea tamen insolentem rebellem sacroque ritui contumacem ac regalía
premia spernentem…».
38
Véase John Tolan: Saracens…, p. 94 (donde analiza las ideas de Eulogio y Álvaro respecto de la lujuria de
los musulmanes).
39
Véase María Jesús Lacarra: «De la disciplina en el reír; santos y diablos ante la risa», en José María soto
rábanos (coord.): Pensamiento medieval hispano. Homenaje a Horacio Santiago-Otero, Madrid: csic; Zamora:
Junta de Castilla y León y Diputación de Zamora, Madrid, 1998, pp. 377-391 (donde resalta que «la seriedad del
santo se contrapone con la risa diabólica».
40
Juan Gil: «En torno…», p. 119: «Si tu propter miserrimam uitam mentius est Xpo, ut carnaliter uiuas brebi
hic in tempore, nos tamen pro Xpo desideramus hic mori, ut in regno illo sine fine uiuamu». El tema de la oposición
entre carne material-carne espiritual fue analizado, entre otros, por Piero Camporessi en su libro The incorrupti-
ble flesh: bodily mutation and mortification in religión and folklore, Cambridge university Press, 1998, p. 25 y ss.
102 | Las FronTEras y La OTREDAD PEninsuLar
hecho de que muchos de estos mártires son muy jóvenes, lo que resalta esa contención
y mesura de su proceder, dando lugar a otro recurso típico del género hagiográfico
como es la imagen del puer-senex (los santos niños o jóvenes que se comportan como
ancianos sabios y experimentados).
Este desprecio por la carne conduce inevitablemente a una exacerbación de recursos
en lo que atañe al tratamiento del cuerpo de los mártires en los momentos de su eje-
cución. En este sentido, como es fácil apreciar, nuestros ejemplos no se apartan de la
línea hagiográfica tradicional respecto a este mismo tema (que se define por su espíritu
truculento y hasta sádico a la hora de narrar las circunstancias de la muerte de estos
personajes). De tal manera, los musulmanes (como antes los romanos) son señalados
como particularmente crueles con los santos y dispuestos a someterlos a los suplicios
más terribles. así, por ejemplo, argéntea es atravesada por una lanza «después de ser
golpeada con mil azotes y privada de la lengua»41 y el joven Pelayo es colgado en ga-
rruchas de hierro y tensados sus miembros hasta que uno de sus verdugos «le amputó
de un tajo un brazo, otro le cortó las piernas [y un tercero] no cesó de darle golpes en
la cabeza».42 una vez más, el caso paradigmático vuelve a presentarse en la pasión de
nunilón y alodia. ordenada finalmente su ejecución tras las frustradas tentativas por
convertirlas, nunilón ofreció su cuello al verdugo de manera desafiante, ordenándole:
«Da el golpe cuanto antes». Este «levantando la espada la hundió sobre ella, no en
medio de la cabeza sino en las mandíbulas, por lo que no logró totalmente cortar la
cabeza».43 En esas circunstancias, el hagiógrafo añade un episodio que reafirma esa
especial consideración con el cuerpo a la que me he referido. En efecto, al caer nuni-
lón al suelo, «quedaron un poco al descubierto sus piernas. Cuando su hermana vio
esto, rápidamente la cubrió estirando su vestido»44 (hecho que fue admirado por todos
los presentes). ante ello, el emir musulmán intentó nuevamente convencer a alodia
diciéndole: «¿qué ganarás, si mueres? Hazme caso y vivirás con nosotros con mucho
honor»45 (insinuación que, como era de esperar, fue rápidamente rechazada por la
santa). Esta, «cogiendo un lienzo fino de lino, con que se vestía, lo ató a sus rodillas en
tanto que, recogiendo sus cabellos, se enjuagó la cara y, doblando sus rodillas sobre el
cuerpo de su hermana, se ofreció al verdugo, que de un solo tajo le cortó la cabeza».46
41
Pilar riesco Chueca: o. cit., p. 262: «… post millenis cesa uerberibus hac organo priuata oris, spiculo iubemus
perimi».
42
Celso rodríguez Fernandez: o. cit., p. 74: «… nam alius brachium radicitus amputauit, alius tibias desecauit,
alius etiam ceruicem ferire non destitit».
43
Juan Gil: «En torno…», p. 120: «Et elevatum in altum gladium deposuit super eam, non in medio ceruicis loco,
set in mandibolas illut deposuit, unde nec penitus caput eius abscidit…».
44
Ídem: «… cadensque corpus in terra, paululum crura eius nudata sunt. Quod cernens soror eius festinans
contracta ueste contexuit».
45
Ídem: «Tunc ad sanctam Alodiam dixit: Quid prode erit tibi si moriaris? Consenti nobis et uiues nosbiscum
cum multo honor».
46
ibídem, pp. 120-121: «… adpreensam syndonem que uestiebat sibi in crure alligauit adpreensisque capillis
suis extersit faciem suam, et fixis genibus super corpus sororis sue prebuit se percussori. Et uno ictu amputatum est
caput eius».
Santos y musulmanes en la España medieval: la presencia del Otro islámico en las hagiografías… | 103
ahora bien, este desprecio por el cuerpo terrenal exteriorizado por los propios már-
tires se opone radicalmente a la voluntad de recuperación y conservación de tales cuer-
pos manifestado por los cristianos. nos encontramos en este caso con otro tema clásico
de la producción hagiográfica, como es el controvertido asunto de las reliquias de los
santos. Ellas darán lugar a un nuevo contrapunto literario que subraya, por un lado,
la voluntad de los musulmanes por deshacerse de todo vestigio del ejecutado y, por el
otro, el deseo de los fieles de preservar esos restos. De tal manera, el mismo narrador
de la pasión de nunilón y alodia añade:
[…] no debe pasarse en silencio lo que los impíos (impii) hicieron con sus cuerpos muer-
tos. sus cadáveres, en efecto, fueron abandonados dentro de la ciudad a las aves y a los perros
para que [estos últimos], como es costumbre, devoraran al instante los restos de las mártires.
Pero, ¡oh, maravilla! al punto llegaron y ni siquiera las lamieron, ni las moscas se posaron en
sus ojos ni en ninguna parte del cuerpo por la ayuda del poder de Dios.47
Ese prodigio hizo que los sarracenos sacaran los despojos de la ciudad sobre un
jumento, abandonándolos en un paraje «para que las distintas aves devoraran [a las
jóvenes] a su gusto».48 una vez más, los cuervos no osaron posarse sobre esos restos,
siendo espantados por dos buitres que actuaron como garantías de esa inviolabilidad.
Finalmente, los cristianos obtuvieron autorización para enterrar a las dos hermanas. El
periplo de esos cadáveres, sin embargo, no terminó allí, ya que por la noche luces ma-
ravillosas dieron cuenta del lugar exacto donde descansaban las mártires. Esto motivó
que algunos sacerdotes cristianos quisieran apoderarse de ellas «con menos precau-
ción que piedad», acotación que se revela como una velada crítica a la desesperación
ya vigente por obtener reliquias. La situación obligó a las autoridades a desenterrar
los cuerpos y trasladarlos nuevamente a la ciudad, siendo inhumados esta vez en una
profunda fosa cubierta por piedras y custodiada por centinelas. Ese traslado permitió
verificar que tanto nunilón como alodia no presentaban «ningún amoratamiento, nin-
guna mancha, ningún desagarramiento del cuerpo…»49 (otro claro signo de santidad,
lo mismo que los olores perfumados que suelen acompañar los viajes de este tipo de
personajes aunque estos últimos no están presentes en nuestro caso).
Para terminar, la misma pasión nos introduce otro tema que también diera lugar a
una importante polémica en esos tiempos con respecto al valor del martirio de estos
seres. En efecto, así como vimos que nuestros mártires llegan a serlo sin contar con
perseguidores (ya que los musulmanes, como señalamos, se esfuerzan por todos los
medios de evitar los ajusticiamientos y sólo recurren a ellos cuando agotaron muchas
47
ibídem, p. 121: «Set illut, ut reor, silentio preteriti non debet, quod in earum extincta corpora impii peregerunt,
siquidem intra ciuitatem earundem corpora auibus et canibus derelicta. Statimque consueti canes trucidatorum
cadabera deuorare —set statum mira uirtus!— uenerunt simul nec lingere potuerunt, nec ipse musce oculis earum
uel qualiuet parte corporis, diuina obbitulante uirtute, insidere minime potuerunt».
48
Ídem: «… et diuersibus auibus, ut licentius deuorarentur, proiectas dimiserunt».
49
ibídem, p. 122. «… nulla macula nullaque corporis diuaricatio inuisa est…».
104 | Las FronTEras y La OTREDAD PEninsuLar
instancias previas), tampoco ofrecen el otro gran recurso hagiográfico que verifica la
santidad de estos supuestos elegidos: no obran milagros. De ello se deriva el gran in-
conveniente (como adecuadamente señalara Wolf) de caracterizar como santo a quien
no cumplía las dos condiciones tradicionales del género. En estas circunstancias vuelve
a intervenir la imagen del musulmán, en este caso justificando lo inexistente. En efecto,
el mismo autor de la pasión de nunilón y alodia (evidentemente preocupado por las
críticas e impugnaciones que podía suponer, entre la comunidad cristiana, esa ausencia
de hechos sobrenaturales) se ocupó de subrayar que
si alguien de corazón sencillo y piadoso se pregunta: Dios, que en las pasiones de muchas
vírgenes muestra muchos y distintos milagros, ¿qué causa hubo para que en la muerte de
éstas [i.e., de ambas hermanas] no manifestara señal alguna de milagro? sin duda —hay que
creerlo sin vacilación—, Dios no quiso manifestar ninguna maravilla en estas porque ningún
infiel (infidelium) de ese tiempo merecía ser llamado a la fe de Cristo. El discreto lector, sin
embargo, advierta y piense que Dios realizó mayores y más grandes signos, por medio de
ellas, cuando mayor número de infieles mereció ser recogido y atraído a la fe de Cristo.50
En otras palabras, la cita deja en claro que había razones históricas evidentes (Dios
no buscaba la conversión de los musulmanes en la época de los martirios) para que no
se produjeran tales milagros. Este será un tema álgido también para Eulogio, quien en la
misma línea de nuestra fuente subrayó que santidad y milagros no van necesariamente
de la mano y ello por dos razones: en primer término, «porque la iglesia, firmemente
establecida en el mundo, no precisa de signos empíricos que representaran un papel
tan importante en el pasado».51 En segundo término (y de manera coincidente con lo
que indica nuestra passio), «solo los pueblos originalmente llamados «convertibles»
por el Espíritu santo pueden esperar que los signos divinos atestigüen la verdad del
mensaje cristiano. Eulogio consideró que grupos como los asiáticos y, por extensión, los
musulmanes andalusíes, son casos desesperados en los cuales Dios no gastaría sus pre-
ciosos signos».52 Como vemos, se trata del mismo mensaje incluido en nuestra fuente,
lo que revela un contacto directo entre esta y la obra de Eulogio o, al menos, demuestra
que ambas están insertas en idéntico ambiente ideológico y cultural. Por cierto, cabe
advertir que, pese a esa ausencia de hechos milagrosos, los textos refieren algunos
portentos que podrían ser interpretados como señales de la aprobación divina hacia
estos mártires. De hecho, las mencionadas luces que identificaron los distintos lugares
50
Ídem: «Si quis uero simplici corde religionis querat: «Deus, qui in multarum uirginum et pasiones multa et
diuersa offendi miracula, quid causa extitit ut in istarum mortis exitio nullius miraculi ediderit signum» set credi
oportet absque ambiguitate, certe ideo nullum ibidem Deus uoluit demonstrare miraculum, quia nullus infidelium eo
tempore ad fidem Xpi erat dignus uocari. Hoc tamen prudens lector aduertat et recolat, quia illarum Deus ampliora
et magna perpetrauerit signa, ubi plura ad fidem Xpi infidelium erat colligenda et retinenda gentilitas». a juicio de
Gil, la frase «set credi oportet absque ambiguitate» es un añadido de «un lector piadoso».
51
Kenneth Wolf: o. cit., p. 83. Véase Memoriale sanctorum¸p. 380 de la ed. cit.
52
ibídem, p. 85.
Santos y musulmanes en la España medieval: la presencia del Otro islámico en las hagiografías… | 105
de enterramiento de nunilón y alodia, los animales que no tocaron sus cuerpos, los
enfermos que son sanados cuando visitan los sepulcros de argéntea y sus compañe-
ros y una supuesta paloma que habría visto alodia (en representación de su hermana
muerta) deberían ser consignados en este sentido. no obstante, todo ello no son más
que acotaciones marginales que, como dijimos, no eluden el problema principal (la
referida falta de milagros obrados por estos mártires).
En síntesis, como podemos ver pese a lo acotado del repertorio, los textos dan cuenta
de una imagen particular del musulmán, que tiene en la literatura hagiográfica un sen-
tido preciso. si bien este figura caracterizado con algunas notas distintivas (es el infiel,
seductor, engañador por excelencia), su presencia en nuestros relatos está directamente
determinada por el hecho de que es el instrumento de la apoteosis del santo (de igual
manera que, en la documentación profana de ciertas áreas de la Península ibérica, es el
instrumento de la apoteosis nacional).53 Es decir, pareciera más un recurso funcional
que un paradigma. Todo su accionar queda definido por los efectos que ejerce sobre
la vida y la persona del mártir. Por lo mismo, estos relatos tempranos se diferenciarían
de las hagiografías bajomedievales, en las cuales sí hay caracterizaciones modélicas del
otro islámico, al punto de convertirlo en un retrato idealizado más que en un personaje
histórico. Por el contrario, ambos conjuntos literarios (los de comienzos y fines de la
Edad Media) parecen coincidir en el hecho de que los musulmanes no siempre están
retratados «del peor modo. si bien en ocasiones actúan con crueldad, en otras son dibu-
jados con cierta dignidad».54 En nuestro caso, ellos no importan tanto como enemigos
de la fe (ya que no eran presentados como tales) cuanto como agentes del Demonio,
cegados por su mentira. si seguimos esa idea, también queda claro que estos textos
solo pueden interpretarse en el marco de la polémica estrictamente cristiana relativa a
la sumisión al poder musulmán. sus autores hablan para un público poco propenso a
levantarse contra tal dominio, más bien dispuesto a sobrevivir con cierta comodidad
en ese esquema y crítico de sus congéneres que buscaban rebelarse ante esta situación.
De hecho, si en algo confluyen los cristianos sumisos y estos impugnadores es en la
comprobación de que el islam local tiene gran poder y estaba extendiendo su área de
influencia cada vez más. si parafraseamos el conocido libro de ron Barkai, los sarra-
cenos de la hagiografía ibérica de tiempos inmediatamente posteriores a la invasión
musulmana no serían los «enemigos en el espejo» de los que él habla sino las «debilida-
des en el espejo» (más peligrosas y cautivantes para los cristianos complacientes).55 su
accionar es la contrapartida exacta del santo cristiano, en un esquema de adecuación
metonímica de los castigos y las faltas. siglos después, esta idea cambiará de forma
significativa para dar lugar al estereotipo del sarraceno cruel, feroz y destructor, con la
53
Véase Michel Zimmermann: «L’image du musulman et son utilisation en Catalogne du ixe au xii siècle»,
en Varios autores:, Minorités et marginaux en France méridionale et dans la Péninsule Ibérique (Actes du colloque de
Pau, 27-29 mai 1984), París: Centre national de la recherche scientifique, 1986, pp. 471-495 (en especial, p. 487).
54
Fernando Bañoz Vallejo: o. cit., p. 260.
55
ron Barkai: o. cit.
106 | Las FronTEras y La OTREDAD PEninsuLar
salvedad de que, aun en ese entonces, este sigue siendo un actor secundario del relato
hagiográfico y solo importa en la medida en que él incide en los «enemigos internos del
cristianismo»56 —que en esos tiempos bajomedievales ya no serán los fieles dispuestos
a vivir bajo el yugo islámico, sino los herejes y traidores—. Como sea, tal cambio de-
penderá de las sucesivas oleadas de ortodoxia musulmana que afecten a la península y
de la propia dinámica de la recuperación territorial cristiana.
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Lacarra, María Jesús: «De la disciplina en el reír; santos y diablos ante la risa», en José
María soto rábanos (coord.): Pensamiento medieval hispano: homenaje a Horacio San-
56
La expresión es de Fernando Baños Vallejo: o. cit., p. 259.
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