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Mi vida en mil pedazos

Hace mucho tiempo dejé atrás todo aquello que un día fui, muchas experiencias del
pasado marcaron mi vida para siempre. Me aislé, construyendo una pared casi
impenetrable entre mis sentimientos y el mundo. La verdad, no sé si queda algo de ellos
en mí. Nací en Minnesota y crecí en new Orleans en un barrio llamado Gentilly, bajo el
seno de una familia que ha trabajado duramente por construir la estabilidad que hoy en
día tenemos. Mi padre es un arquitecto calificado y contratado por una prestigiosa
empresa, la misma que lo mantiene lejos de casa para poder ayudarme con mis estudios
universitarios, que hace poco inicié.

Mi hermosa madre era una doctora de medicina general que entregaba arduamente su
vida por los demás, sin distinción alguna. Siempre fue mi ejemplo, ya que me daba todo
el amor del mundo sin ninguna condición. Recuerdo una vez, cuando era niña, en su
cumpleaños le dediqué una canción frente a todos. Ella sonreía con lágrimas, orgullosa
de lo que hacía por ella. Pero admito que soy pésima cantando, porque no tengo buena
afinación. En la actualidad, siempre lo hago dentro de mi habitación o en el baño para
liberar muchas cosas que llevo muy ocultas debido a mi personalidad introvertida.

Me visto de una manera muy anticuada, adoptando mucho el estilo oscuro del rock
pesado. Más bien parezco una loca vestida de negro 24/7, con un mechón rojo en un
lado de mi cabello y maquillando mi blanca cara para ocultar mis feas pecas que
literalmente he llegado a odiar. Normalmente uso un outfit muy emo con una
muñequera de púas, junto con mis suéteres de franjas. Mi favorito es el de franjas rojas
con negro. Muchos aman mi oscuro cabello por ser largo hasta la cintura, pero me está
perturbando muy a menudo y estoy considerando un cambio de look para no llamar
tanto la atención del público. Prefiero ser anónima para el mundo y adoro estar sola.
Los que me conocieron en el pasado aún se sorprenden del cambio tan radical que
ocurrió en mi vida, pero no me juzgan porque perdí mi vida hace años, mi todo, mi
adoración. "¿Mamá estás allí?" ¡Ay mierda! Aún recuerdo aquella pregunta que hice
cuando apenas tenía 8 años. Esas malditas palabras resuenan en mi cabeza, sollozando
lentamente hasta desaparecer en el vacío infinito.

"Mamá murió en un trágico accidente donde iba la pequeña Cloed, ¡sí! esa soy yo. Todo
empezó una tarde de abril cuando papá apenas se despedía de nosotras para tomar un
avión hasta Nueva York y finiquitar un proyecto que asignado por la empresa donde el
trabaja. Aquel cálido beso y abrazo que se dieron él y mi madre jamás se me olvidarán
en mi vida. Se amaban con el corazón, siendo mi madre aquella que lo impulsó a ser lo
que es. 'Era la luz de nuestras vidas'. Salimos después de aquella emotiva despedida,
mamá conversaba sobre cómo había conocido a mi padre para luego enamorarse de él,
cuando de repente vino un golpe y luego un silencio total. Nos embistió un camión de
carga al cual minutos antes le fallaron los frenos y perdió el control, topándose con
nuestro destino. ¡Qué destino tan maldito! Ella estaba ahí y yo aprisionada con fuerza
por el cinturón del asiento trasero, mareada por las vueltas que dimos al volcar el auto.
Recuerdo que estaba consciente y en ese momento una voz quebrada sin aliento me
preguntó:

"¿Cloed, estás bien?" - "Sí mamá", respondí muy asustada y confundida. De momento,
su voz se desvaneció y la miré ahí quieta, como si se hubiese dormido. En ese momento

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pregunté repetidas veces: "¿Mamá, estás allí?", presentía que algo estaba mal. Lloraba y
lloraba sin parar, gritando "Mamá, mamá" incontables veces, hasta que unos hombres
me sacaron de allí y me llevaron en una ambulancia al hospital. Ahí comprendí que algo
estaba mal. ¡Mi vida entera estaba apunto de irse para siempre!

Llegando al hospital, me encontraba en shock por todo lo que había sucedido minutos
atrás en el auto que mamá conducía. De repente, saqué un poco de fuerza para hablar y
preguntarle a los paramédicos qué había pasado con mamá. Uno de ellos me dijo:
“Cálmate, pequeña, trata de descansar un poco. Debes estar muy confundida en estos
momentos”. Tenía razón, parecía que yo estaba en otra dimensión como si no existiera.
Me preguntaba: ¿Será que estoy muerta? ¿Qué lugar es este? Tiene mucha turbulencia y
no comprendo el porqué. Los médicos me llevaron a una habitación para colocarme una
intravenosa. Al momento, vino una calma y me dispuse a descansar un rato. Solo quería
descansar en ese instante. “Quizás mamá también está descansando en otra habitación”,
exclamé con mucha calma.

Papá no sabía nada de lo sucedido hasta que aterrizó el avión en su destino. En ese
momento, al bajar del avión caminando rápido y riéndose de algunas anécdotas, recibió
una llamada que le borró la sonrisa de la cara. Su asistente personal llamado Frank le
preguntó: “¿Qué ocurre señor? ¿Alguna novedad?” Y él le respondió: “Tengo que
volver, es un tema familiar muy delicado”. Tomó un avión de regreso y como pudo
llegó hasta el hospital donde lo estaban esperando mis abuelos y algunos miembros de
mi familia. El ambiente se colmó de un silencio triste que literalmente paralizó el
tiempo. Un médico se acercó a él para darle detalles de la situación diciéndole: “Señor
Benner, su hija se encuentra estable y está siendo atendida, pero su esposa aún está en el
quirófano. Sus lesiones fueron graves y estamos haciendo lo posible por salvarle la vida
y recuperar la sangre que perdió en el accidente”. En ese momento, papá se desmoronó
como si las torres gemelas volvieran a caer al suelo. Su amada esposa se debatía entre la
vida y la muerte y yo, inocente de todo aquello, dormía tranquila como los ángeles del
cielo.

Ahí dormida recordé muchas cosas que viví en el pasado, entre aquellos relatos que me
contaba mi amada madre Charlotte sobre su vida personal, entre otras cosas.
Recordé que mamá me contaba mucho la historia de cómo se enamoró de mi padre. Ella
decía que lo odiaba y le caía pésimo desde la primera vez que se vieron. Él le jugó una
broma en primaria dibujando la palabra “fea” en su morral, pero en realidad le gustaba
mucho mamá y no sabía cómo llamar su atención. Cada intento de acercarse a ella lo
arruinaba con alguna estupidez, haciendo que ella lo detestara aún más. Un día, papá vio
que unos chicos de la escuela estaban acosando a mamá, haciéndole llorar en un rincón.
Él se metió a defenderla y recibió una golpiza. Mamá le tendió la mano en señal de
gratitud y le dio un beso en la frente. A partir de ese día, papá y mamá se hicieron
buenos amigos, compartieron secretos y fortalecieron su vínculo. Finalmente, en la
terraza de la escuela, papá le pidió a mamá que cerrara los ojos y le dio su primer beso
cuando estaban a punto de entrar a la secundaria.

Los años de secundaria fueron bastante difíciles para ellos. Mi padre estaba en una etapa
de cambios muy bruscos y consumía drogas, lo que le hizo perderse en un círculo social
que lo envolvió en una decadencia personal que arriesgó repetidas veces su relación con

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mamá. A pesar de sus actitudes machistas, mamá nunca se apartó de él y le ayudó a
cubrir sus tareas para que no terminara de destruir su futuro estudiantil.

Una noche de invierno, mi padre caminaba sobre hielo delgado bajo el efecto de las
drogas y el alcohol, cayendo en las heladas aguas de un pequeño lago. Mamá lo buscaba
desesperadamente y lo encontró gracias a sus gritos de ayuda. Con una rama larga, logró
sacarlo del agua y llamar al 911 para trasladarlo al centro médico más cercano. En ese
momento, mi padre comprendió que mamá daba más de lo que él merecía recibir.

Después de salir de la secundaria, mamá quedó embarazada de mí, pero eso no impidió
que continuara con su carrera de medicina general. Papá logró entrar a la universidad
para estudiar arquitectura y graduarse con honores. Al año de su graduación, mamá y
papá se casaron y tuve apenas 4 años de edad. Ambos me criaron con amor y eso nunca
faltó en casa.

Aquella pequeña niña de ojos azules, a quien mi abuela Natalie consentía en todos los
sentidos, se sentía como una verdadera princesa en el seno de nuestra familia. Sin
embargo, mi abuela no estaba del todo de acuerdo con la relación entre papá y mamá.
Desde que conoció a papá por primera vez, ella lo vio como una amenaza, ya que es
sobreprotectora con sus hijos, especialmente los más jóvenes. Mamá era la menor de
tres hermanos: Emely, Jhonny y Madison, quienes son excelentes profesionales y tienen
personalidades encantadoras debido a los valores inculcados por mi abuela durante su
crianza. Cuando mamá quedó embarazada, su primera reacción fue de shock. Aún vivía
en casa de mi abuela y estaba estudiando en la universidad. Según mamá, mi abuela se
desmayó por unos minutos y luego expresó su decepción con estas palabras: “¡Tanto
esfuerzo que he hecho para que te alejes de ese sinvergüenza y ahora me sales con esta
Charlotte! ¿Dónde has metido la poca inteligencia que tienes?”. Hubo una discusión
acalorada por un tiempo, pero finalmente las aguas se calmaron y solo quedó aceptar lo
sucedido y seguir adelante.

Cuando estaba en el vientre, mamá cursaba los últimos años de su carrera y papá estaba
a punto de defender su tesis y graduarse de arquitecto. Este motivo era suficiente para
que mi abuela se calmara y apoyara a mamá en todo lo posible para que pudiera
terminar su carrera de medicina general, ¡y así lo hizo! En la defensa de tesis de mi
padre, asistieron personas importantes y algunos empresarios, papá se desenvolvió con
mucha naturalidad, haciendo que todo pareciera fácil. Al terminar, un empresario se
levantó aplaudiendo enérgicamente, animando a los demás a hacer lo mismo. Durante la
celebración, ese hombre elegante que aplaudió el trabajo de papá se acercó y le dijo: “Te
felicito nuevamente por tu trabajo. Necesito jóvenes talentosos como tú en mi
empresa”. Le entregó una tarjeta con su número y mi padre respondió con una sonrisa:
“Gracias por valorar y reconocer mi potencial, señor”. Mamá no pudo asistir a ese
evento porque tenía muchas responsabilidades en la facultad de medicina. Había sido
admitida en el departamento de investigaciones y ese día tenía que prestar apoyo en un
proyecto en el que había estado trabajando durante dos años. Sin embargo, papá lo
entendió perfectamente y ambos se desearon buena suerte antes de despedirse con un
largo beso. Luego, papá se inclinó hacia el vientre de mamá para decir estas palabras:
“Lo de hoy es por ti, mi pequeña Cloed”.

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Mi abuelo falleció cuando mi mamá era solo una bebé. A mi abuela le tocó enfrentar un
proceso difícil de adaptación para criar a la familia por sí sola después de la muerte de
mi abuelo. Decían que era un hombre de carácter fuerte pero atento a las necesidades
del hogar, especialmente de sus hijos. Tenía tendencias machistas, comunes en esa
época, lo que se reflejaba en su crianza estricta hacia los hijos varones. Su muerte fue
repentina, sin tiempo para llevarlo al hospital, debido a un infarto agresivo que lo mató
instantáneamente. Mi abuela quedó viuda con varios hijos por criar. A pesar de esta
tragedia, las cosas no le fueron tan mal a mi abuela. El trabajo de mi abuelo le otorgó un
crédito y se le pagaron los años de servicio, lo que le permitió ayudarse durante un
tiempo considerable. A ella se le ocurrió la idea de comprar un establecimiento y abrir
una cafetería, donde tuvo éxito gracias a sus maravillosas galletas que preparaba y
ofrecía. Con el tiempo, remodeló el lugar varias veces para expandir el negocio y
ofrecer deliciosos desayunos al público. Contrató personal para hacer el trabajo más
sencillo y rentable. Cada día, el lugar se volvía más popular y los ingresos crecían, lo
que le permitió mantener a la familia y apoyar a mis tíos y a mi madre en su educación
y futura formación profesional. Mi abuela tuvo una buena dosis de suerte en esa época.
Desde la muerte de mi abuelo, ella decidió dedicarse por completo a su negocio y
descartó la idea de iniciar una nueva relación conyugal. Decía que eso no era necesario
en su vida y vivió el resto de sus días atendiendo su negocio y cuidando a sus hijos por
las tardes.

Siempre le pido fortaleza a mi abuelo por las noches. A pesar de que no lo conocí en
vida, sé bien que él nos cuida desde el reino de las estrellas. Ahí el tiempo no debe
existir y las cosas que aquí conocemos allá no hacen falta porque todo se impregna de
infinidad y belleza en aquel vacío sin límites.

A veces pienso que nuestra vida se prepara a lo largo de los años para darle comienzo a
otra en algún mundo paralelo, siendo la misma persona con la mente en blanco para
comenzar una nueva aventura en la oportunidad que se le dio, para llegar al fin de esta,
y cerrar el ciclo comenzando uno nuevo en algún otro lugar.

Un día le pregunté a mi abuela:


-¿Abuelita, qué pasa cuando un animalito se va al cielo? ¿Crees que pueda vivir de
nuevo?

Ella me respondió con una sonrisa:


-Debes estar en lo cierto, yo creo que todo lo que existe cuando llega a su final no lo
hace para irse para siempre sino para comenzar una nueva historia en algún lugar.

Yo respondí:
-Así como mi abuelito, él debe de estar viviendo una historia fantástica en este
momento.

Ella respondió:
-Exacto, mi Cloed, es así.

No hay respuesta alguna a este misterio que tanto se mete a mi cabeza para reflexionar
sobre la vida y el final de ella.

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La pequeña Cloed creció y creció en tamaño e inteligencia, normalmente me la pasaba
inmersa en muchas actividades, entre la escuela, la academia de ballet y el teatro.
Recuerdo que me inicié en el teatro dentro de la escuela en un grupo que creó el
profesor de actuación Mr Axel, ahí descubrí una vocación singular que llevaba dentro de
mí, actuaba con mucha naturalidad hasta llegar al punto de amar cada personaje que se
me asignaba interpretar. Mi madre me inscribió en una academia de ballet solo para
mantener unas horas de mis tardes ocupada, yo hacía bien las cosas pero no era una
disciplina que me llenaba completamente porque yo era más dinámica y alegre en
muchos sentidos de la palabra. En varias ocasiones la academia organizaba eventos para
demostrar lo aprendido durante meses, a mi mamá le gustaba asistir a cada cosa donde
iba incluida mi participación por eso existen muchas fotos de estos escenarios donde me
lucía tanto en el teatro como en el ballet. En todo esto se resume mi niñez porque salía
muy poco de casa y cuando salía era para jugar con mi mejor amiga llamada
Rocczabeth, ella es una linda persona con personalidad explosiva y muy sentimental. Lo
que nos mantiene unidas es que siempre estamos para apoyarnos en todos momentos y
compartir hasta el más mínimo detalle nuestras vidas. Nuestros sueños son muy
peculiares a veces nos comentábamos que de grandes teníamos que ir a conocer Venecia
y pasear por las calles de París tomando fotos por doquier, es uno de nuestros más
grandes ideales como amigas que somos; compartir esos momentos juntas entre otras
cosas importantes para las dos.

Rocczabeth fue la única persona que se atrevió a hablarme cuando comencé en el jardín
de niños de la primaria. Como todo niño, llegué tímida al lugar donde no acostumbraba
a quedarme sin mi mamá y me comunicaba poco con los demás. Rocczabeth se acercó a
donde estaba yo en el momento que nos permitían jugar. Con una sonrisa, me dijo:
Te presto mi muñeca. A ella le caíste muy bien y me dijo que quiere conocerte. Por eso
vine hasta aquí, porque te vemos muy solita. Pero ahora no lo estás, porque estamos
aquí contigo para que juguemos juntas las tres.

Yo le respondí:
Muy bien. ¿Cómo se llama tu muñeca?

Rocczabeth me respondió:
Tiffany. Además, le gustan mucho los chocolates y en mi bolso tengo varios de esos que
mamá mete para que meriende.

Yo le dije:
A mi mamá no le gusta que coma muchos dulces, por eso me prepara la lonchera con
sándwich y alguna fruta.

Rocczabeth me ofreció:
Si quieres, te doy uno de los míos y compartimos juntas en la hora de merendar.

Desde ese día nos hicimos amigas hasta la fecha. Ella nunca me ha dejado sola, porque
nuestra amistad es lo más fuerte del planeta. Rocczabeth es como una luz en el camino
que guía poco a poco mis pasos y siempre está ahí en mi día a día.

Cada año, cuando llegaban las navidades, visitaba la casa de Rocczabeth para celebrar
la noche buena con ella. Era nuestra tradición, nacida de la amistad que unía a nuestras

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madres, que se habían convertido en inseparables. Los sábados, la mamá de Rocczabeth
venía a visitarnos y se quedaba charlando con mi mamá de sus cosas, mientras nosotras
nos divertíamos en el jardín, meciéndonos en el columpio y contándonos nuestros
sueños. Siempre hablábamos de lo que haríamos después de terminar la secundaria, si
seguiríamos siendo amigas para siempre, pase lo que pase. Nos lo juramos mil veces,
con la inocencia de dos niñas que no sabían lo que les esperaba. Pero lo cierto es que el
mundo de los adultos no tiene nada que ver con el que imaginábamos entonces.

Mi papá solía viajar mucho y yo me quedaba en casa, furiosa y triste, deseando que se
quedara conmigo. Entre sollozos, le rogaba que no me abandonara, que no me hiciera
sentir tan sola. Aunque ya estaba acostumbrada a sus idas y venidas, cada vez que se
despedía de nosotras era como un puñetazo en el corazón, que me dejaba un eco de
dolor y nostalgia. Le susurraba al oído que lo quería mucho y que volviera pronto.

Cuando yo tenía solo dos años, mis padres decidieron mudarse a Gentilly, lejos de
nuestra familia, porque a mi mamá le habían ofrecido un trabajo allí. Ella acababa de
terminar su carrera de medicina y estaba muy ilusionada con ejercer su profesión. Mi
mamá era una supermamá, capaz de combinar su trabajo con su rol de madre, sin
descuidar ninguno de los dos. Ella decía que se había mudado a un lugar más tranquilo
para poder atenderme mejor y hacer lo que le gustaba. Mi abuela quería que nos
quedáramos cerca de ella, para ayudarnos en lo que hiciera falta, pero mi mamá le dijo
que no se preocupara, que ya nos había dado todo lo que podíamos pedirle y que la
queríamos mucho.

Cuando mi mamá tenía vacaciones, mi abuela venía a visitarnos y nos enseñaba a hacer
sus famosas galletas. Eran unas galletas deliciosas, que se deshacían en la boca y
llenaban el paladar de amor. Cada bocado era una muestra del cariño que nos tenía mi
abuela, que siempre estaba pendiente de nosotras.

Mi familia paterna siempre fue muy distante y desunida, pero yo tuve la suerte de
conocer y compartir con mis abuelos y tíos que vivían en Minnesota. Cada vez que
podíamos, viajábamos hasta ese estado y nos alojábamos en su casa, disfrutando de su
hospitalidad y cariño. Una vez, organizamos una gran reunión familiar para pasar las
vacaciones todos juntos. Allí, se preparaban deliciosos platos, como los dulces caseros,
los pasteles de la abuela y el asado al aire libre. Los hombres se entretenían con sus
juegos y bromas, mientras las mujeres nos reíamos y bebíamos algo para relajarnos. Los
niños nos juntábamos para bañarnos en la piscina y aprovechar el calor que nos ofrecía
el verano. Recuerdo que ese momento fue el más feliz y armonioso que viví con mi
familia, sin saber que dos años después perdería a lo que más quería.

El año antes de que mi mamá muriera, pasaron muchas cosas en nuestra vida. Mi papá
consiguió un ascenso a gerente de proyectos, lo que significaba que tendría que diseñar
y supervisar obras arquitectónicas para la empresa en la que trabajaba. Le asignaron un
equipo de trabajo calificado y un proyecto importante: construir un edificio enorme en
Nueva York, que sería una de las sedes principales de la empresa. El pago sería de
medio millón de dólares por el diseño de esta edificación. Mi mamá estaba muy
orgullosa de él y de su talento, era un hombre admirable y exitoso. Yo ya era más grande
y entendía la importancia de su trabajo para nuestro bienestar, pero no estaba preparada
para lo que vendría después.

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El año en que mi mamá murió, mi papá tuvo un mes de vacaciones en noviembre del
2010. Decidimos aprovechar ese tiempo para volver a Minnesota y visitar a nuestra
familia. Solo estaríamos una semana, porque yo tenía que regresar a clases. Fuimos a
ver a mis abuelos, mi abuela y mis tíos, pero la visita fue muy breve. Al volver, papá se
dedicaba a ayudar a mamá en lo que podía, y me llevaba a pasear en su auto con mi
amiga Rocczabeth. A ella le caía muy bien papá, por su amabilidad y tranquilidad. Ese
mes, participé en varios escenarios y tuve el privilegio de ver a mis dos padres
aplaudiéndome y emocionándose con lágrimas en los ojos. Me sentía la niña más feliz
del mundo, teniendo todo lo que más quería.

El mes se acabó pronto, y el invierno se acercaba con su frío implacable. A mi papá le


tocaba volver a trabajar, y esta vez estaría fuera por dos meses seguidos. Era el proyecto
más importante de su carrera: diseñar y construir un edificio enorme en Nueva York,
que sería una de las sedes principales de la empresa. El pago sería de medio millón de
dólares por el diseño de esta edificación. Mi mamá estaba muy orgullosa de él y de su
talento, era un hombre admirable y exitoso. Yo ya era más grande y entendía la
importancia de su trabajo para nuestro bienestar, pero no estaba preparada para lo que
vendría después.

La semana antes de que papá se fuera, mamá organizó su agenda para darle una grata
despedida a su amado esposo. Hicieron planes sencillos pero especiales, como salir
después del trabajo o abrazarse frente a la TV. Esa semana, mi papá cocinaba la cena, y
lo hacía muy bien. Yo lo abrazaba mucho, porque sabía que no lo vería por mucho
tiempo. Mamá también lo abrazaba mucho, demostrándole su amor y su apoyo. A veces
me ponía celosa, porque era una niña de nueve años que no sabía que a quien realmente
tenía que despedirme no era a mi papá. El día antes de que se fuera, mamá y papá
prepararon una cena sorpresa de despedida. Era un momento íntimo, pero a mi mamá se
le ocurrió invitar a la familia de Rocczabeth para compartir. Fue una noche muy
divertida, cantamos, reímos y nos dijimos palabras de agradecimiento en la mesa, que
yo llamaba la mesa redonda de amistad. Era como una escena de cuento de hadas,
donde todos éramos felices y nos queríamos mucho.

Al día siguiente nos levantamos contentos pero melancólicos, recordando el mes


maravilloso que habíamos pasado juntos. El invierno ya estaba aquí, y teníamos que
abrigarnos bien para salir. Mamá se levantó temprano para preparar el desayuno,
mientras papá dormía. Ese día nos deleitamos con unos panqueques y un chocolate
caliente. Papá se levantó y al rato yo también lo hice para salir con mamá. Nos
abrazamos un momento adentro para despedirnos y papá me dijo: “Volveré en menos de
lo que dura un rayo, mi pequeña Chloed. Todo esto lo hago por ustedes y por tu futuro,
mi pequeña princesa. No temas que papá estará bien y ustedes también lo van a estar”.
Lo abracé con todas mis fuerzas y mi madre nos miraba con lágrimas en los ojos.

No quiero recordar lo que pasó después, fue el infierno en la tierra. Yo estaba ahí,
tendida en una camilla, aislada de la realidad. No sabía lo que pasaba, solo sentía un
dolor insoportable que me consumía. El calmante me hizo retroceder al pasado, como si
viera una película en mi cabeza, donde recordaba los momentos felices de mi infancia.
Al despertar, me invadió la confusión y el miedo, hasta que recordé que mamá estaba en
el auto conmigo. Me pregunté por qué mi mamá me había traído a su lugar de trabajo.

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Grité su nombre, esperando que viniera a abrazarme. Pero quien entró a la habitación
fue mi abuela.
Le pregunté a mi abuela:
-¿Abuela, dónde estoy? ¿Por qué me tienen aquí encerrada?
Ella respondió:
-Tranquila, mi pequeña, todo va a estar bien. Ha pasado algo muy grave, pero te lo
explicaré más tarde.
Ella intentaba disimular, pero yo sabía que algo andaba mal en ese lugar. De repente, me
acordé del accidente que sufrimos y se lo conté todo a mi abuela. En ese momento, se le
rompió el alma y se echó a llorar sobre la camilla. Yo también lloré con ella y le
pregunté:
-¿Abuela, qué le ha pasado a mamá? Ella tomó valor y me dijo:
-Ella está en otra habitación, luchando por su vida. Los médicos están haciendo todo lo
posible para salvarla, pero está muy grave. Era una niña, pero no era tonta.

En ese momento, ella me dijo que papá había regresado del viaje que tenía programado
y que estaba con el resto de la familia. Me dijo que él no quería decirme nada para no
angustiarme más. Traté de calmarme después de dejar de llorar, pero por dentro estaba
destrozada. Mi padre entró a la habitación y llorando me dijo:
-Me alegra verte despierta, no sé qué hubiera hecho si no volvía a ver esos hermosos
ojos abiertos. Mi Chloed, estoy aquí contigo, papá está contigo y no te va a dejar sola
nunca. Ahora solo falta tener a mamá de vuelta y estaremos juntos otra vez, mi princesa.
Le dije:
-Papá, cuídala también a ella, porque no sé qué haría si no despierta. ¿Cómo está mamá?
Papá me respondió:
-No te voy a mentir, ni nosotros sabemos nada. Los médicos van y vienen y ella sigue
en el quirófano, en medio de una cirugía. No nos dan respuestas concretas, solo que
están haciendo lo imposible para mantenerla estable.
Recuerdo que en ese momento me aferré tanto a Dios que solo le pedía que ayudara a
mi mamá a salir bien de su operación. Nuestras esperanzas estaban completamente en él
y presentía que necesitábamos un milagro en aquel preciso momento.

Pasé varias horas en esa camilla, descansando y preocupada a la vez. Solo quería
levantarme y estar con mi mamá, pero no sabía cómo estaba ni qué le habían hecho.
Todo parecía pasar muy lento, como cuando esperas algo con ansias y el tiempo se burla
de ti. En ese lugar no podíamos hacer nada más que esperar y rezar por un milagro. Mi
abuela me trajo algo de ropa y me dieron el alta porque solo tenía unos rasguños en la
piel. Me uní a la espera familiar en aquel hospital hasta que llegó Rocczabeth a verme.
Corrió como una loca por el pasillo gritando mi nombre hasta abrazarme con fuerza.
Rocczabeth lloró y lloró mientras yo la acompañaba en su llanto. No tengo palabras
para describir ese momento. Ella era como la hermana que nunca tuve porque yo era
hija única.

Rocczabeth preguntó:
-¿Cómo está tu mamá?

Le dije -No debe estar muy bien porque aún no sabemos nada de ella, pero mamá es
fuerte y sé que ella va a superar este obstáculo como siempre lo ha hecho.
Rocczabeth me respondió:

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-Estoy aquí contigo, hermana, porque siempre estamos en todas. Nunca te dejo sola y
mi mamá que nos acompaña tampoco. Somos una misma familia.

Ella hablaba con una seguridad que no le correspondía a su edad, pero sé que ella quería
animarme con sus palabras. Mi padre daba vueltas y vueltas como un loco y no paraba
de fumar. Cuando él fumaba era para calmar la ansiedad. Al fin salió el cirujano
diciendo que la operación había sido un éxito y que habían detenido la hemorragia. En
ese momento sentimos un alivio momentáneo, pero era solo una ilusión. Le iban a
transfundir sangre porque había perdido mucha por la lesión y así la iban a terminar de
estabilizar. El médico le explicó a papá que la lesión era muy severa y que le había
afectado algunos órganos de la zona abdominal. Ese proceso de recuperación iba a ser
muy largo y papá sabía que ese proyecto tenía que esperar. Llamó a su jefe y le explicó
la situación con detalles. Ellos acordaron que papá se iba a encargar de terminar los
planos en el tiempo que pudiera desde casa y se los mandaría al equipo evaluador para
adelantar y finiquitar algunas cosas.

Hasta que mamá no se estabilizara no podíamos entrar a verla, así que esperamos y
esperamos más tiempo. Mi abuela paterna me llevó a casa para que descansara un poco
y papá se quedó en el hospital pendiente de cualquier cosa. El resto de la familia se
quedó en nuestra casa descansando un rato y mi abuela paterna se fue a hacer unas
compras para volver al hospital y hacer turnos de descanso con mi padre. Así se acordó
en el momento antes de regresar a casa. Al día siguiente nos preparamos para ir al
hospital, sobre todo yo, para decirle a la abuela y a papá que regresaran un momento a
descansar. Mientras tanto, mis tías y un tío se quedarían en el lugar. Ese día fue el peor
día de mi vida, el día que todo se derrumbó. Cuando llegamos a la sala de espera, vimos
un caos. Médicos y enfermeros corrían hacia la sala de terapia intensiva. Papá estaba
agachado en el suelo con la cabeza entre las manos, llorando desconsoladamente. Mi
abuela estaba nerviosa y no paraba de caminar. La bolsa que llevaba en la mano con el
desayuno especial de papá cayó al suelo y yo me quedé paralizada. Mis tíos preguntaron
qué pasaba y mi abuela respondió: No lo sé, ha recaído y los médicos han salido
corriendo por eso. Mamá, todo va a salir bien, tranquila, ella va a recuperarse.

¿Noooooo, por qué a nosotros? Mi hija, exclamó mi abuela con un grito desgarrador.
Mamá, tranquila mamá, decían mis tíos intentando consolarla. Yo me senté al lado de mi
padre para darle un fuerte abrazo entre un mar de lágrimas. Mi pequeña Chloed, tu
madre es fuerte y tú eres fuerte como ella. Vamos a salir de esta juntos, hijita mía, me
susurró al oído.

Al cabo de 30 minutos, la sala de espera se quedó en silencio total. No se sabía nada


hasta que salió el médico de guardia, para darnos aquellas palabras que tanto odio. La
verdad es que odio esa noticia con todas mis fuerzas. Mi padre se acercó a él
preguntando inmediatamente qué ha pasado con Charlotte. El doctor bajó la mirada. Mi
papá se puso la mano en la cabeza y dijo: no, no, no, no lo creo. ¿Por qué mi Charlotte?
Mi abuela cayó desmayada y grité con todas mis fuerzas: ¡mamáaaaaaaa! Corrimos
hasta el cuarto de terapias intensivas y miré a mi mamá, a mi mamá. ¡Maldito sea aquel
momento! Con un brazo tendido al lado de la cama, grité: mamá, despierta. Te necesito.
No me dejes sola. Por favor, mamá, no te vayas.

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Todos lloramos en aquella habitación con la fuerza de dos huracanes llenando el espacio
con nuestro dolor y tristeza. No pude parar de llorar, no lo creía. ¿Qué carajo hacía yo
ahí en ese lugar? La realidad es que se había ido para siempre mi todo.

Al regresar a casa recordé cómo era mi vida antes de que todo esto pasara. Cómo me
despertaba cada mañana con el beso y el abrazo de mi mamá. Cómo me preparaba el
desayuno y me ayudaba con los deberes. Cómo me llevaba al colegio y me recogía por
la tarde. Cómo me contaba cuentos por la noche y me decía que me quería mucho.
Cómo reíamos juntas, jugábamos juntas y soñábamos juntas.

Ahora todo eso se había acabado. Ahora solo me quedaba el vacío, el dolor y la soledad.

Al meterme a la ducha, me miré al espejo y observé tanta destrucción en una niña que
sería algo difícil de explicar en palabras, pero lo que sé es que en mi habitación tuve una
pequeña discusión con Dios por no ayudar a mi madre en su agonía. Le dije muchas
veces: ¿Por qué eres tan malo conmigo? ¿Por qué te llevaste a mi mamá? ¿Qué te
hicimos nosotros? ¿Qué te hice yo para merecer este castigo tan inmerecido?

Mi abuela me regaló un crucifijo que colgaba en una repisa. Lo tomé lleno de rabia para
tirarlo por la ventana. En ese momento, hice a Jesús de un lado para nunca más volver a
mencionar su nombre en mi vida. No te necesito, dije mientras desechaba la cruz por la
ventana. Tú eres malo y abandonas a la gente buena. Me recosté para recordar a mi
mamá y tenerla cerca mientras mis lágrimas mojaban mi almohada.

¿Mamá estás ahí? Te necesito, decía la pequeña Chloed, toda una niña inocente viviendo
una agonía lenta y dolorosa.

Mamá te amo. Salúdame desde el lugar que estés, ¿porque me dejaste sola?, no fui tan
buena hija, mamá. Yo te amo. Te necesito recostada de mi lado. Todas estas cosas dije
mientras el cansancio me derrotaba y adormecía mis párpados hinchados, hasta que
finalmente me quedé dormida en mi cama.

La casa estaba sumida en el silencio y el dolor al despuntar el día. Solo se escuchaba un


sollozo desde la sala, que resonaba por las escaleras hasta las habitaciones de arriba. Era
el llanto de mi abuelita, que no podía consolarse. Mi papá conversaba con uno de mis
tíos sobre los detalles del sepelio y el lugar donde se velaría el cuerpo. Yo grité que no,
que no había ningún sepelio porque mamá no se había ido, que estaba viva. Mi papá me
dijo Chloed, pero yo salí furiosa de ese ambiente opresivo y me fui al jardín a mecerme
en el columpio. Otra vez oí que me llamaba Chloed, ven hija, te comprendo, pero
tenemos que arreglarnos, me decía con lágrimas en los ojos. Yo le respondí que
necesitaba estar sola, con una voz muy alta. Esa niña no entendía ni aceptaba aquella
pérdida. Qué acto más cruel aceptar la muerte de una madre.

Pasados unos minutos, me calmé un poco y subí a lavarme la cara y a seguir con aquella
tragedia despiadada. Me puse un vestido que mamá me había regalado, era blanco como
la nieve, pues me negaba a vestir de negro aunque me lo impusieran. Seguro que
rompería la ropa que me hubieran escogido para la ocasión. Bajé hasta la sala donde
todos estaban reunidos, con unas caras que parecían una noche sin estrellas que cubre
con su oscuridad todo el cielo de la tierra. Les dije en voz alta que si no usaban el color

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que yo llevaba puesto los odiaría a todos con todas mis fuerzas. Mi abuela me dijo que
esa no era forma de expresarse en ese momento, que Chloed, entendía mi sufrimiento
pero que entendiera el de ellos también. Yo insistí y dije que si no, no los acompañaría a
ninguna parte y los odiaría a todos, que ya estaba bastante enfadada para ver un montón
de familiares con trajes negros, que no quería, que era mi mamá y que tenía el mismo
derecho que ellos de elegir. Ella no hubiera querido verlos así, dije llorando fuertemente
hasta correr a mi habitación.

Mi padre comunicó a toda la familia y a los invitados que debíamos vestir de blanco en
honor a la pureza de mi madre. Contactó con la funeraria y les solicitó que colocaran su
cuerpo en un ataúd blanco y la vistieran del mismo color, para que todos fuéramos
acordes al funeral y al entierro de mamá. Al cabo de una hora, mi padre subió a la
habitación y me dijo que era hora de partir, que había respetado mi petición. Al bajar, vi
que todos estaban vestidos de blanco y abracé con fuerza a mis dos abuelas y al resto de
la familia, entre sollozos y el dolor que me desgarraba el corazón. Pensé que debía ser
fuerte como mamá, con esa mirada sombría que se iba dibujando en mi rostro,
marcando el nacimiento de la nueva persona que soy ahora. Llegamos a la capilla y el
resto de los amigos se iban sumando, algunos vestidos de blanco y otros no, pero no le
di importancia porque mi mente estaba centrada en ser fuerte como mamá. Vi aquel
féretro y no lo podía creer, tragué saliva y mi abuela se derrumbó otra vez en llanto,
papá lloraba diciendo mi amor, mi vida, mi todo, ¿por qué?. Nos sentamos alrededor del
féretro cerrado y muchos se acercaron a dar el pésame, lloraba y lloraba sin cesar
mientras apretaba mis puños con fuerza, empezando a aceptar esa maldita realidad.
¿Cómo era posible que mi madre un día estuviera bien y al otro estuviera muerta?
Estaba tan confundida en aquel lugar mientras el cielo estaba oscuro, mi alma se
oscurecía cada vez más y sentía que no quedaba nada dentro de mí, que el dolor se
concentraba en mi pecho como si quisiera acabar conmigo en esa agonía. Muchas
personas se levantaron a decir unas palabras en el micrófono y al recordar las cosas que
hizo mamá, algunos llorando y otros no pudieron terminar su discurso porque el llanto
no los dejaba. Una de mis tías, muy devota, se levantó y dijo esas palabras que me
enfurecieron e hicieron hervir la sangre: Dios sabe el porqué de las cosas y ahora le dio
un lugar entre los ángeles del cielo. Me levanté gritando al frente y le dije: Dios no me
quiere, no está aquí, ¿por qué permitió que esto pasara?, ¿por qué se llevó a mi mamá?,
¿no podía esperar? Mi padre me dijo: ven aquí Chloed, siéntate por favor hija. Me
calmé y me senté. Aquel lugar se quedó en silencio cuando me escuchó decir esas
palabras, mi tía no supo qué decir en ese momento.

Era la tarde del 30 de noviembre y el cielo nublado y oscuro cubría el paisaje con un
velo gris. Todos estábamos ahí, con la mirada perdida en el suelo, abrumados por la
tristeza que nos invadía. Yo estaba en la parte trasera de un auto, camino al cementerio,
para darle el último adiós al cuerpo de mamá. El corazón se me encogía a cada minuto,
el pecho me dolía como si me clavaran mil agujas, las lágrimas se me habían secado y
parecía que no tenía más fuerzas para llorar. Pasamos por el hospital donde mi madre
trabajaba y murió, para rendirle un homenaje antes de llevarla a su destino final.
Muchos médicos y enfermeras salieron con sus batas blancas y el director del hospital y
otras personas se acercaron a la furgoneta con una bandera que llevaba el símbolo de la
medicina. Todos ellos eran los que estaban de guardia ese día y no podían asistir al
sepelio de mamá. Cantaron el himno nacional para honrar su memoria y luego el
director dio un breve pero emotivo discurso, que decía así: El trabajo que hacemos aquí

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es el signo de que hay esperanza en un mundo lleno de sufrimiento. Nosotros somos un
puente de salvación para la vida de muchas personas y Charlotte fue el puente de
muchos pacientes que llegaron a nuestro hospital; lamentablemente a veces nuestro
conocimiento y capacidad no son suficientes para lograr ese objetivo y la vida termina
su ciclo en la tierra, pero de lo que estamos seguros es que dejamos huellas en el camino
de muchas personas, así como nuestra colega y amiga lo hizo durante años, eligiendo
partir de su tierra natal hasta nuestro distrito, sirviendo con amor al prójimo. Esto no es
un adiós para siempre Charlotte, sino un hasta pronto querida compañera de trabajo. Al
escuchar ese discurso tan hermoso, se me escaparon las lágrimas otra vez, de verdad que
mamá hizo lo mejor en el East Jefferson General Hospital, dejó huellas ahí como decía
aquel discurso.

Terminado aquel homenaje nos dirigimos al Magnolia Cemetery de New Orleans para
enterrar el cuerpo de mi madre. El frío nos envolvía porque se acercaba la temporada
del invierno, mientras que una leve llovizna empezaba a caer, haciéndose más intensa
con el paso de los minutos. Todos bajamos de los autos y unos compañeros de trabajo de
mi madre se pusieron sus largas batas de médico para colocar la insignia de la medicina
sobre el ataúd. Solo se escuchaba un silencio como el vacío infinito del espacio exterior,
no había nada para mí, solo silencio. Mi corazón se callaba y se callaba, aceptando esa
maldita realidad.

No sé que pasó en ese momento al llegar al hoyo que se tragaría para siempre a la
imagen de mamá, me desplomé cara al suelo al lado del hoyo negro que se llevaría a mi
alma y a mi corazón. La lluvia caía sobre nosotros, todos llorábamos y llorábamos, mi
padre intentó levantarme pero le dije que no, que me dejara quieta. A pesar de estar
destrozado, estaba pendiente de mi estado personal. Con la cara en el suelo, entre
lágrimas ocultas por la llovizna, me levanté poco a poco con ayuda de Rocczabeth, solté
un llanto desgarrador y me dirigí al ataúd abierto con una mano apretando mi pecho. Me
armé de valor para ver el cuerpo de mamá porque ni en el velatorio me atreví a tanto. La
vi ahí, su cara como si estuviera dormida y grité: ¡Mamáaaaaaaa! Entre llantos de
locura, mi corazón se había roto completamente. Entre sollozos le dije al cuerpo inerte
de mamá: Te amaré por siempre. Mi padre y mis abuelas me abrazaron con fuerza para
darme consuelo y consolarse ellos mismos. Hasta que finalmente se cerró el ataúd y
empezó a descender en aquel hoyo. Mi corazón se había ido con él, ya no quedaba nada
en mí, solo un vacío indescriptible que no se puede expresar con ninguna palabra.

Fue un momento fugaz pero se me grabó en la memoria como una escena que me
desgarra el alma, ya no hay alma en mí.

Llegando a casa encontré la soledad en que se hundía el lugar, trataba de no pensar tanto
en aquel suceso como si eso sirviera de algo mi padre me atendió de mil formas para
que me sintiera un poco mejor, el ocultaba su dolor de muchas formas para que yo no
me abandonara a la tristeza. Cuando llegaba a mi habitación era otra cosa, aquellas
cuatros paredes me obligaban a recordar y recordar cosas que no quería, y luchaba
incansablemente para no llorar no fue fácil para mí a esa edad, pero al tiempo ya como
que te acostumbra a esa situación hasta que casi desaparece de nuestras vidas.

Al cabo de unos días me encontraba en mi habitación sola y llegó Rocczabeth imagino


que para animarme un poco; sin preguntar nada me dijo: vine hasta aquí porque te

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extraño y a darte muchos abrazos, ella procedió a darme el abrazo y solo la miré de
reojos sin decir ni una palabra. Recuerdo que al transcurrir los días no decía ni una
palabra o me atrevía a hacerlo, solo sentía aquel vacío que ni mi mejor amiga sería
capaz de llenar. Ella se entristecía siempre porque estaba acostumbrada a compartir y
hablar conmigo sin ningún problema pero esta vez no era así, ya todo había cambiado al
menos para la niña que dejó su personalidad en el pasado y que seguro no volvería a
demostrar su luz a nadie en la vida. Esa seriedad y apatía me envolvía diariamente solo
para hablar ella y no mi boca, mi padre no me presionaba porque más que nadie el
comprendía el vinculo existente de una madre con sus hijos porque el sentía lo mismo
por ser padre, sabía bien que ese vinculo paterno nunca se compara con el materno. El
solo hablaba conmigo para decirme que no debía pasarme la vida encerrada en unas
cuatros paredes, que viviera mi niñez como tal, la verdad que eso solo eran palabras
para mí.

Cada vez que dormía era un tormento feroz que me asechaba por las noches, mi sucia
mente solo recordaba el trágico accidente y tenía muchas pesadillas por las madrugada,
la verdad como evitaba aquello si mi mente solo jugaba conmigo y creaba escenas que
destruyen la poca niñez que me quedaba. Al levantar se notaba mi cara de insomnio
haciendo que mi padre se cargara de estrés y preocupación por mi estado mental, el
trataba que las cosas fluyeran de manera natural por lo reciente de la situación, sin
embargo no me dejaba sola para abrazarme y darme su amor para sentirme que eso no
me hacía falta permitiéndoselo porque entendía que eso lo calmaba un poco logrando
que continuara con su trabajo desde casa, le hizo mucha falta y no debía ser egoísta
centrando toda su atención en una niña gruñona y malcriada.

La navidad llegó muy rápido ese año y casi todo el mundo se preparaba para dicha
celebración menos mi familia que seguía de luto, mi papá me sacó en su auto para
comprar algunas cosas en la calle y solo veía aquellos colores adornando todo a su paso
con luz y alegría menos yo que no le daba importancia a la navidad en ningún aspecto.
Entramos en un centro comercial y vi un santa sentado recibiendo niños y era inevitable
pasar por allí, así que pasamos cerca de él y para mi mala suerte me llamó: Ven acá niña
bonita, y solo lo observé con una cara que no dibujaba ninguna sonrisa, volvió a insistir:
¿que sucede me tienes miedo?, para no recibir respuesta alguna de mi persona hasta que
mi padre me dijo: Ven Chloed, deberías ser un poco amable al menos, me dijo mi padre
con un tono de voz muy bajo. Regresando a casa nos encontramos la sorpresa de que mi
abuela apenas llegaba de Minnesota sin aviso alguno, mi padre exclamó que grata
sorpresa Natalie.

-Mi abuela respondió:

Si, vine a ver como se encontraban y visitar a mi pequeña Chloed.

-Pasemos a la casa dijo Papá.

-¿Como han estado los por aquí?, pregunto mi abuela.

-Mi padre respondió:

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Todo marcha bien a pesar de las cosas. Me estoy acostumbrando un poco a la nueva
Chloed.

-!Wooo¡ a que te refieres dijo mi abuela.

-Ella no ha mencionado ni una sola palabra desde aquel instante y la verdad he


intentado de todo pero no la quiero presionar, dijo mi padre.

-Ya veo, estas haciendo bien, ella es una niña y le puede ser mas díficil asimilar ciertas
situaciones. Le respondió mi abuela.

Mi abuela se acercó a mi y se sentó a mi lado para decirme lo siguiente: Se que no


ocuparé el lugar de charlotte en tu vida pero aquí estaré para ti siempre mi amor, quiero
que sepas que te amo mucho porque eres como una hija para mí desde pequeña y te
siento parte de mi. No me veas como tu abuela si no como una amiga a quien puedes
buscar siempre que necesites un apoyo a algún consejo de vida, ven aquí me pequeña y
me acarició el cabello por un par de minutos hasta que logró recibir un abrazo de mi
parte, dándome ella un abrazo también, pues que mas se iba esperar, ella es como mi
segunda madre después de todo.

Cuando se acercó la 6 pm de la tarde Rocczabeth me visitó después de algunos días


ausente, en el fondo yo sabía que de algún modo le incomodaba mi actitud fría y
distante, sin embargo por ser mi amiga de infancia estaba acostumbrada a ir a mi casa
en las navidades pasando algunas horas conmigo o todas las noches, cuando llegó
Rocczabeth yo estaba en el columpio mirando el cielo sin pensar en nada sintiendo una
extraña sensación de vacío.

Rocczabeth me vio ahí y me dijo:

-Sabía que te encontraría en este lugar, aquí te traje unas golosinas y chocolates que mi
mamá compró.

-Chloed me gustaría que hablaras conmigo en algún momento y te extraño de verdad.

En ese momento deje de mirar al cielo y la vi fijamente a la cara y me digné a decirle


algo.

-Muchas gracias Rocczabeth te entiendo. Le dije con una voz quebrada porque tenía la
mayor parte del mes sin hablar, no quería hablar con nadie y estar sola.

-Dijiste algo, hablaste, hablaste dijo Rocczabeth con una sonrisa de felicidad. Solo la
observé pero no reí por eso, extrañamente verla así no me causaba ninguna emoción.

Pasaron algunos minutos desde aquella primera iteración después de lo sucedido y le


pregunté a mi mejor amiga.

-¿Como han estado tus días?

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Rocczabeth me respondió:

-Normales porque es raro no tenerte cerca sabes, no tengo con quien jugar si quieres
vamos a caminar un rato por los alrededores.

-No, no quiero porque tengo ganas de moverme de aquí. Le dije a Rocczabeth.

Rocczabeth se molestó por aquella respuesta y me dijo te dejo porque debo ayudar a mi
mamá a preparar la cena de hoy, si te provoca puedes venir un rato a mi casa y jugamos
con muñecas o salimos con mamá. Ella no comprendía mucho mi estado emocional por
ser una niña de 10 años en aquel entonces, solo pensaba en el compartir como amigas y
esas cosas que hacíamos siempre pero no en lo que podría yo sentir.

La navidad para mí pasó a ser un día más del calendario, el simple hecho de ser un día
que simboliza la unión familiar ya era como demasiado para mi cabeza soportar aquella
idea tan inútil en mi vida. Lo que mas significaba para mí de aquella ocasión era la
alegría que transmitía mi vida entera que ya no está conmigo y se fue para siempre,
comprendí muchas cosas en ese momento que ubicarlas alfabéticamente sería un
rotundo pesar. Me pareció mejor opacar esa emoción con la navidad para no sentirme
triste en el día, al principio fue difícil porque en la primera noche buena sin ella no pude
evitar llorar en mi habitación, pero luego de un par de navidades la cosa cambiaba
radicalmente.

No le encuentro sentido en inventar fechas que te van entristecer por la perdida de un


ser amado. Todo esto marca un sentido hipócrita de la misma humanidad para
comercializar la alegría por unos días que acaban muy rápido, noche buena, año nuevo,
san Valentín entre otras festividades vienen siendo la misma cosa de siempre un motivo
para gastar dinero en cosas que son básicamente innecesarias.

Pasada la navidad llegó el año nuevo mientras mi padre organizaba algunas cosas del
proyecto que le asignaron, el mismo que debía estar listo para febrero, solo lo miraba
pasar horas y horas sentado en un escritorio calculando las medidas de su diseño
arquitectónico, haciendo video conferencias con su equipo de trabajo estando al día con
todo. Sabía que el se concentraba mucho en lo que estaba haciendo para no pensar tanto
en mamá y no entristecerse, le debía pasar igual que a mí en su habitación; mi abuela lo
estaba ayudando en los que haceres de la casa relajando un poco su carga laboral

El 31 de diciembre de ese año no celebramos nada guardando el luto a mi difunta


madre, me encontraba recostada en mi alcoba con aptitud pesimista y una visión de la
vida tan trastornada y distorsionada que se compara con los tiempos de guerra. Aquel
silencio expresaba con mucha exactitud el vacío interno que tenía en ese momento, le
dije a papá que nos durmiéramos temprano en ese día solo para que la hora venidera de
la celebración mundial se opacara un poco y nos mantuviéramos en tranquilidad como
si fuera un día común de verano donde el calor sofocante obligaba a las personas estar
quieta.

Aquella noche pasó muy rápido permitiendo olvidarme de lo que estaba ocurriendo en
mi alrededor.

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