Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cuando decimos retraso mental, todos estamos de acuerdo en los criterios que definen
esta nosología. Cuando decimos autismo, psicosis, los criterios diagnósticos varían de
acuerdo con el posicionamiento teórico de quien los diagnostica. Etiopatogenia: origen o
causa del desarrollo de una patología.
-Desde la neurología: actualmente establece que el autismo no es una enfermedad
producto de una única etiología definida, sino que se trata de un síndrome de disfunción
neurológica, que aparece en el área de la conducta.
Está asociado a distintos factores causales: condiciones prenatales, condiciones
perinatales, condiciones que se manifiestan en los 3 primeros años de vida.
Su diagnostico continua siendo clínico, basado en la observación conductual, ya que no
existen marcadores biológicos que puedan validarlo, mostrando una disfunción del
sistema nervioso.
En el DSM IV está incluido dentro de los TGD. Queda separado de las psicosis infantiles.
-Desde el psicoanálisis: Roger Misés desde una concepción pluricausal considera a la
debilidad mental como resultante de la imbricación de factores biológicos y relacionales.
Establece la noción de psicosis de expresión deficitaria para aquellos sujetos en los que
están presentes ambas vertientes: psicosis y retraso mental.
Mannoni descubre que en el interior del retraso mental se encuentra un abanico de
reacciones perversas, psicóticas, fóbicas que hacen pareja con la forma de relación
madre-hijo, en tanto la madre responde a las demandas del hijo desde sus propias
fantasías.
Piera Aulagnier en su trabajo abocado a la comprensión de las psicosis presenta a la
función materna como aquella capaz de inscribir al hijo en la trama discursiva,
garantizando su acceso a la cultura, al campo social. En las psicosis la función materna
impone, mediante un exceso de violencia, una verdad que no condice con el discurso del
conjunto y que se manifiesta en el sujeto a través de la idea delirante primaria.
Fallas en la constitución del pensamiento: ¿autismo, psicosis o retraso mental?
En el psicoanálisis los síntomas son tomados como indicios, como indicadores de la
estructura psíquica y no como la patología en sí misma.
Por ejemplo: hablamos de signos de desconexión y aislamiento que no equivalen a
diagnosticar autismo.
Plantea la cuestión diagnóstica en términos de estructuración psíquica. Para ello sostiene
la premisa de la inexistencia del inconsciente desde los orígenes, éste se funda como
producto de la cultura, de la relación sexualizante con el semejante y como producto de la
represión originaria. El inconsciente se maneja por la ley de “identidad de percepción”,
tiende a reencontrar y ligar lo ya conocido, lo idéntico.
La función materna funda la sexualidad e inscribe al niño en una estructura discursiva
histórico-familiar y social. La madre se anticipa a las demandas del niño e interpreta lo
que este necesita desde su propia estructura discursiva. El pensamiento tiene en principio
un carácter alucinatorio (el bebé que succiona en el vacío, alucina el pecho materno).
La función intelectual del juicio o la aparición del pensamiento se sustentan en la
existencia de 2 juicios: de atribución (se refiere a un tiempo mítico en el que se en el que
se atribuye o desatribuye una propiedad a una cosa, ej. quiero comer o quiero escupir
esto), de existencia (supone la representación de la cosa.
La función del pensamiento, en su génesis, supone un juego de las mociones pulsionales
primarias, esto es de la pulsión parcial, cuyo fin será la búsqueda de una descarga.
El Yo se rige por la lógica de la negación, siendo la negación un sustituto de la represión.
El diagnóstico de retraso mental en psicosis y autismo.
La importancia del diagnostico reside en que éste condicionará el abordaje terapéutico a
seguir. El sujeto con retraso mental por lo general no llega a la consulta psicológica. Las
posibilidades de que se sostenga un tratamiento son escasas, no porque el sujeto carezca
de posibilidades o interés, sino porque desde la dinámica familiar es obstruido.
En los casos de autismo o psicosis, frecuentemente el conflicto se evidencia para los
padres con el ingreso de los niños a la escuela. La escuela en tanto espacio de encuentro
con el semejante, con las diferencias, representará por excelencia la salida exogámica del
niño. Es el espacio de transición de lo íntimo, lo privado, lo conocido, a lo público, social.
Muchas veces el diagnostico que se sostiene es el de retraso mental, sin que se aborde la
verdadera problemática en cuestión: fallas en la constitución psíquica. Los sujetos son
tratados y nominados como retrasados mentales, sin que se realicen un tratamiento
psicoterapéutico adecuado. Se continúa buscando una etiología genética.
¿Autismo o autismos?
Considero que las psicosis infantiles son trastornos severos en la constitución psíquica y
que el autismo muestra uno de los modos más primarios de estos trastornos, que se
refiere a fallas muy tempranas en la estructuración de la subjetivad, con un elemento
distintivo: la incapacidad para comprender el vínculo humano.
Más que autismo hay autismos, en tanto son muchas las diferencias que encontramos
entre los niños que son diagnosticados de este modo. La sintomatología es muy variable y
también la evolución a lo largo del tratamiento.
Denys Ribas realiza algunas reflexiones acerca del autismo planteando la relación entre el
autismo y la pulsión de muerte, al hablar de la dificultad para representar en el autismo.
Describe al autismo como automutilación psíquica. El niño autista no come libidinalmente
a su madre, sino que la corroe.
Si bien hay características generales (no hablan o tienen un lenguaje ecolalico, necesitan
que todo quede inmutable, no se conectan con otros, mirada vacía, ausencia de mímica y
gestos de llamada, insensibilidad a las estimulaciones auditivas, movimientos
estereotipados, no diferencia entre familiar y extraño), nos encontramos habitualmente
con un espectro muy amplio de niños a los que se define como autistas con múltiples
determinaciones.
Hay un encuentro fallido entre el funcionamiento del niño y el de aquel que cumple la
función materna, encuentro fallido que implica que allí donde debería haber un “plus” de
significación y de fantasía, hay un vacío. Cuando una madre “desvitaliza” a su bebé, la
propia vitalidad está en juego. Cuando ella esto ensimismada en su propia conflictiva, en
situación de duelo, cuando se ha retraído narcisisticamente y no puede conectarse con el
hijo, éste vivirá la ausencia, el vacío del otro como propio y a la vez generado dese él
mismo.
El dolor produce una estampida, pero cuando sobrepasa hasta la capacidad de huir
puede producirse un efecto de autoanestesia: no se siente.
Las psicosis infantiles
Nos encontramos con frecuencia con la violencia de la interpretación materna, con padres
que hace sobreinterpretaciones o interpretaciones delirantes del accionar del hijo. No hay
un vacío, sino un exceso en juego.
Es frecuente que estos niños, como lactantes, hayan sido ávidos y voraces y que no
puedan separarse de la madre necesitando un contacto corporal con ella. Es posible que
vivan la separación como si se les arrancase una parte de sí.
Hay niños que pueden sentir que los objetos animados cobran vida y se convierten en
terroríficos, lenguaje confuso y bizarro, predomina la desestimación, con agujeros
representacionales y los temores son a desintegrarse, a ser tragaos, a caer y a explotar,
una negación de la verdad biológica de los vínculos de parentesco, otras veces el
reconocimiento se hace suponiendo repeticiones lineales y absolutas.
En las consultas con niños que presentan dificultades importantes, los padres llegan con
discursos en lo que no aparecen interrogantes ni dudas.
Es un terreno en el que nos encontramos con una gran variedad de presentaciones y con
múltiples determinaciones. Importa destacar: la singularidad de cada caso, los llamados
TGD que incluyen generalmente autismos, psicosis infantiles y otras patologías, suelen
ser trastornos en la estructuración del psiquismo, las causas no son univocas, los
momentos tempranos de la estructuración psíquica van a estar en juego, son tratables
psicoanalíticamente, las intervenciones del analista son estructurantes.
Las patologías severas implican siempre a muchos participantes, que están
multideterminadas y que incluyen un espectro muy amplio de funcionamiento. La
generalización puede llevar a perder de vista la especificidad de cada caso.
Si tomamos los tiempos de la estructuración psíquica:
1. La constitución de las zonas erógenas.
2. La articulación de las zonas erógenas para la constitución del yo.
3. Los ritmos.
4. Defensas.
5. El vacio del sentido. Todo es igual.
6. La capacidad para procesar la información.
El juego implica el armado de un espacio psíquico y en el jugar mismo se construye este
espacio. Supone la separación del otro, el registro de la ausencia y la posibilidad de
recrearla.
La constitución del psiquismo: constitución del universo sensorial de la diferenciación
adentro-afuera y de las zonas erógenas como articuladas entre sí, el yo, el preconsciente,
defensas, el padre, yo-ideal. Falla en la identificación constitutiva del yo, tres elementos:
no poder pensarse a sí mismo cambiando en el tiempo, no poder estar solo, no jugar.
La falla en la identificación se hace evidente en las nociones de tiempo y espacio.
Las intervenciones
Apelar a la creatividad y producir ese acto particular que es la intervención analítica.
Intervención que en estos casos implicará muchas veces crear las condiciones para que
el aparato psíquico se constituya, marcado por los deseos y la represión.
Intervenir no significa solo hablar. Muchas veces, accionar, dibujar, modelar, jugar son
modos privilegiados en los que se puede posibilitar la creación de un espacio psíquico. La
estabilidad del encuadre temporal y espacial es fundamental.
Con los niños autistas estamos comprometidos con las zonas profundas de nuestro yo
corporal y grupal.
La meta consiste en trabajar con el paciente en una operación doble: dar un continente a
sus contenidos y dar un contenido a su continente, pero sin olvidar nunca la movilidad de
los limites y la polivalencia de las significaciones, al menos en la mente de un analista.
Las intervenciones del analista tienen un valor estructurarte cuando éste: sostiene el
vínculo a pesar de la desconexión del otro, arma ritmos a partir de ruidos o golpes,
posibilita el registro de sus propios afectos a través de un funcionamiento empático, va
estableciendo diferencias yo-no yo y sosteniéndolas, abre un mundo fantasmático,
armando un espacio lúdico en el que se puedan ir anudando metáforas, no sólo construye
una historia, sino que funda un código compartido.
Todo niño tiene algún momento en el que emerge otro tipo de investidura, de conexión
con el otro.
Cuando el analista no se anticipa a darle al niño lo que supone que quiere y espera que lo
pida, está aireando el vínculo y posibilitando la palabra.
En todos los casos al tratamiento individual del niño hay que sumarle el trabajo
psicoanalítico con los padres.
Con los niños en los que predominan las producciones bizarras el analista no debería
paralizarse frente a las producciones alucinatorias o delirantes del niño y darle un espacio,
ayudar a diferenciar fantasía y realidad.
Hay veces que de lo que se trata no es del desciframiento o por lo menos no con el niño
mismo. En estos casos, no hay una historia a develar, sino una a construir. Es ahí que las
intervenciones son estructurantes, motorizan la estructuración psíquica.
Cada una de las intervenciones puede implementarse con diferentes recursos.
Con los padres se hace imprescindible trabajar, escuchando el sufrimiento que los
desborda.
La pulsión de vida, el deseo de curar, debe ser sostenida por un analista que se siente
solo, desamparado frente al abismo.
Con respecto a las determinaciones en un niño con perturbaciones severas se trata más
bien de matices, de funcionamientos psíquicos, maternos y paternos, que implican toda la
complejidad y las contradicciones del psiquismo.
La urgencia de todo niño en crecimiento y de una historia a escribir-inscribir nos exige
afinar nuestras intervenciones, comprometernos con las transformaciones posibles y pone
en juego el deseo de curar.
Vasen
Bipolaridad en adultos.
La bipolaridad es una categoría heredada de la psiquiatría de adultos en la que se
describe un cuadro que clásicamente se llamaba psicosis maníaco depresiva.
En el espectro de los trastornos del ánimo o del humor que plantea el DSM para los
adultos se incluyen los desordenes depresivos o maníacos (mono polares) y los bipolares
(se combinan episodios que van de la euforia maníaca al talante depresivo, que tiene
cierta duración y que se presentan con una típica alternancia cíclica).
Para considerar un trastorno bipolar en un adulto se requiere que la perturbación del
ánimo sea, además de cíclica, primaria.
Dentro del trastorno se describen algunas variantes.
-Tipo I: se trata de un cuadro en el que se ha presentado al menos un episodio maníaco o
mixto de una semana de duración como mínimo y que ha requerido de una hospitalización
(brote psicótico con componentes claramente maniacos).
-Tipo II: episodio hipomaníaco, una exaltación que no llega al desborde psicótico. Estos
rasgos se presentan de una manera atenuada y sin alterar profundamente el juicio.
-Ciclotimia: el cuadro presenta fluctuaciones de ánimo más suaves.
-Distimia: suele reservarse para cuadros de depresión leve.
-Episodio mixto: se caracteriza por la combinación de fases en casi todos los días,
durante una semana, que genera deterioro de actividades sociales, ocupacionales, lazos.
Un cuadro propiamente bipolar para ser considerado como tal, debería incluir la
alternancia cíclica de momentos maniacos y depresivos diferenciado y separados en el
tiempo, por breve que este lapso sea. La ciclación es lo prioritario.
Se aplica a quienes superan, en general, los 18 años.
En los últimos años predomina un criterio que hace de la manía lo central. Quienes lo
padecen se sienten irritables, enojados, celosos, resentidos, ansiosos, evitativos,
temerosos, inadecuados y confusos. Además de las variaciones del ánimo, experimentan
variaciones en la actividad, energía, el peso, el metabolismo, el ciclo de sueño y vigilia.
Son esos síntomas secundarios, no típicos sino atípicos, los que toman la delantera en las
descripciones del cuadro en la infancia.
La mal llamada bipolaridad infantil.
Este síndrome es introducido entre los niños de un modo forzado, ya que carece a esas
edades de un perfil propio que justifique seriamente su consideración como cuadro de la
infancia.
Construir un conjunto sobre la base de un rasgo y después pretender incluir en él a
quienes carecen de dicho rasgo es algo paradójico. La bipolaridad en los niños es un
conjunto vacío.
Esta lógica clasificatoria no se contenta con generar estos dos conjuntos disjuntos sino
que además, profetiza. Dice que los niños irritables que aún no presentan la bipolaridad
como rasgo, la van a tener más adelante.
La cronicidad de la serie sintomática, la predominancia depresiva/heterogénea y los
cambios sintomáticos post-puberales.
Los síntomas a los que se alude para configurar el TBPI son muy inespecíficos.
El mal llamado TBPI se caracteriza en este grupo etáreo por su atipicidad, prevaleciendo
la cronicidad sobre los ciclos y la irritabilidad, el malhumor, la hiperactividad, la
impulsividad, a veces la tristeza o bien la cólera y exigencias desmesuradas e intolerancia
y beligerancia.
Papolos: la bipolaridad infantil reunía 4 características diferenciales con respecto al
cuadro adulto, pese a lo cual los mantienen como variantes de la misma especie: en
chicos el trastorno es crónico y no episódico, se acompaña de disforia e irritabilidad,
presenta rasgos de oposicionamiento y manifiesta crisis de furia, caprichos y rabietas.
Estas descripciones ponen de relieve el peor inconveniente clínico del TBPI como
categoría: esto es que reúne y homogeniza a chicos con problemáticas y formaciones
clínicas de muy diferente nivel de gravedad.
En los últimos años trasladan el nucleo sintomático desde los cambios cíclicos del humor
y la manía, casi inexistentes en niños, hacia considerar que el núcleo del TBPI es ahora la
agresión, la ansiedad, trastornos del ritmo de sueño/vigilia, trastornos de la atención (ADD
y ODD).
Este cambio corresponde a la nueva aproximación dimensional, que en contraste con una
categórica, no exige cuadros recortados con precisión. Pretende estar más cerca de lo
que los niños experimentan pero sólo en función de encontrar lo antes posible los
sustratos neuro-bio-genéticos.
Este debate pone sobre el tapete que con este nuevo perfil, muchos de los mal llamados
niños bipolares se parecen sospechosamente a los que tradicionalmente describíamos
como psicosis infantiles, desalojadas del DSM.
Las psicosis de la infancia no son pensadas como un cuadro diagnostico, sino sólo como
un síntoma. Los síntomas de psicosis pueden aparecer bajo la forma de rasgos de
megalomanía en los jóvenes. En los niños es rarísimo encontrarlos así como tampoco es
frecuente hallar delirios o alucinaciones por debajo de los 12 años. Lo que sí es posible
detectar es la prepotencia y desinhibición, alimentadas puberalmente.
Por contraste con este nivel de inespecificidad los criterios para que un adulto sea
clasificado como padeciendo un TBP son bastante específicos.
El TBPI es un trastorno “otro” del humor, una condición diferente que el TBP tipo 1 o 2 de
los adultos, no su variante prodrómica o infantil.
El traje bipolar remendado se ha convertido en disfraz y eso es lo grave.
Dos novedades. Es altamente probable que en el DSM V encontremos 2 nuevos cuadros
que están en una órbita cercana.
El primero trastorno mixto de ansiedad y depresión (síntomas inespecíficos). El segundo
trastorno de desregulación del temperamento con disforia (síntoma básico: un ánimo
negativista persistente con frecuentes crisis de ira).
¿Mitogenética?
El llamado TBPI está siendo planteado como un trastorno neurobiológico del cerebro que
tendría bases genéticas y por ende hereditarias. Afectadas por el entorno, pero causado
por estas anomalías. Se parte de la premisa de que se trata de un trastorno
genéticamente heredado por lo que su genotipo puede expresarse o permanecer latente.
Desde esta perspectiva el supuesto funciona como profecía autocumplida. Una verdadera
hipoteca.
Hay otros factores que inciden y no están sólo en los genes. Hasta ahora no se han
descubierto genes que puedan considerarse productores de depresión o bipolaridad.
-Algunas reflexiones sobre psicofármacos y TBPI
Están liderados por las sales de litio y el valproato de sodio, cuya función es la de
estabilizar y la carbamazepina que actúa del mismo modo y se le supone una acción
antiagresiva, se le suman los anti psicóticos y antidepresivos.
Los síntomas de la mal llamada bipolaridad infantil no son principalmente los ciclos
inestables del humor, sino un desestabilizador conjunto heterogéneo de síntomas
intensos. Síntomas demasiados diversos para un solo diagnostico o a veces para un solo
fármaco.
Los criterios generales para el empleo de psicofármacos se aplican para los síntomas de
niños clasificados como TBPI. En primer lugar los medicamentes actúan sobre síntomas
exclusivamente, no son curativos pero pueden contribuir a abordar esos síntomas. En
segundo lugar deben emplearse sólo cuando no hay más remedio, agotadas otras
modalidades de intervención. Por último no puede esperarse de ellos ninguna ganancia
subjetiva, ningún aprendizaje.
A pesar de la publicidad de la industria farmacéutica, los resultados del tratamiento
farmacológico del TBPI no han sido demasiado estimulantes. No obstante la
farmacoterapia es considerada como el principal pilar en el tratamiento del TBPI.
El criterio más lógico sería medicar los síntomas que son los que desestabilizan y
desorganizan, y no pretender una estabilidad artificiosa a través de estabilizantes. Hay
medicamentos que deberían ser lisa y llanamente evitados en los niños.
La sintomatología agrupada bajo el nombre TBPI es inespecífica, producto de que
corresponde a diversos cuadros clínicos y diagnósticos que son en general de cierta
gravedad.
La medicación debe apuntar a los síntomas más graves cuando estos adquieren
intensidad o persistencia.
Nunca el tratamiento de una problemática severa puede ser abordado con psicofármacos
únicamente. Hacerlo es iatrogénico.
El TBPI se parece cada vez más a un producto de marketing farmacéutico.
La bipolaridad infantil es el nombre impropio de un disfraz al que se le está cayendo la
careta.