Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Más tarde, el advenimiento de la monarquía, dio paso a los Estados Nación, tal como
los conocemos hoy en día, aunque devenidos en organizaciones democráticas y
representativas.
Los estados nacionales evidencias numerosas tensiones que los han puesto en crisis.
No es necesario creer ingenuamente que estamos ante una nueva panacea, pero
hay indicios de que la reconstrucción de gobiernos subnacionales de raigambre
democráticos y con suficientes mecanismos de control puede mejorar las
oportunidades de una renovación del desarrollo económico y social.
Derivado de estos movimientos localistas, fue apareciendo con fuerza en casi todo
el mundo la descentralización para prestar servicios que, al diseñarse más a la
medida de lo local, permitieran mejorar la eficiencia, la calidad y la equidad. Por un
lado, sistemas tributarios y de reparto de las rentas estatales con mayor espacio
para la correspondencia fiscal, por el otro, un presupuesto que dejara de ser una
caja negra comprensible solo para un grupo de expertos.
Hay algunos aspectos políticos que son centrales para identificar las ventajas y
desventajas asociadas a distintos modos y grados de distribución de los recursos
escasos en el territorio. Los argumentos tradicionales de los optimistas sobre la
mayor soberanía política, económica y social de los ciudadanos y de sus gobiernos
en los sistemas descentralizados, así como sus positivos efectos económicos y
sociales, son cuestionados por los pesimistas, quienes subrayan sus falencias para
el manejo macroeconómico, resistencia las reformas en los gobiernos locales o el
riesgo moral asociado a la demanda de salvatajes por el gobierno central, todo lo
cual hace que, para su buen funcionamiento, sea necesario, al menos, crear las
condiciones para que existan restricciones presupuestarias fuertes.
De lo dicho hasta aquí surge que tanto el sistema centralizado de gobierno como el
descentralizado tienen ventajas e inconvenientes y, si algo hay de cierto al respecto,
es que no hay trajes de confección válidos urbi et orbi. El gobierno central es el
único dotado suficientemente para proveer bienes públicos nacionales tales como la
defensa nacional, la seguridad y la justicia frente a delitos complejos, grandes obras
de infraestructura que benefician a varias jurisdicciones, políticas de ciencia y
tecnología, campañas contra enfermedades contagiosas, preservación de algunas
dimensiones del medioambiente o la gestión de universidades y hospitales
complejos, realizar la política macroeconómica, recaudar impuestos nacionales,
gestionar el sistema previsional y desarrollar aquellas políticas de distribución del
ingreso. Los gobiernos subnacionales, por su parte, presentan claras ventajas en la
asignación de recursos mediante la provisión de bienes y servicios públicos tales
como la seguridad y la justicia (con las excepciones nacionales), la salud, la
educación y la asistencia nacional por programas. Esto es así porque a nivel
subnacional es mayor el control ciudadano que presiona hacia la eficiencia y porque
la mayor proximidad con los beneficiarios genera una mayor adecuación de los
programas a sus necesidades y deseos. Además, en un contexto de fuerte
apoderamiento de los gobiernos subnacionales en cuanto a potestades tributarias
ellos podrían perfectamente reemplazar muchas de las funciones hoy centralizadas
de recaudación y de redistribución del ingreso.
UN POCO DE HISTORIA
Ernesto Quesada (historiador, catedrático y jurista del siglo XIX) señalaba ya a fines
del mil ochocientos que la cuestión del tesoro es el eje de toda la política argentina
desde la emancipación. Las luchas civiles, las divisiones partidarias, las
complicaciones políticas, el enfrentamiento entre unitarios y federales, entre
porteños y provincianos, todo ha nacido de ahí y ha gravitado a su derredor.
Tal vez una de las primeras “grietas” de las tantas que hemos experimentado a lo
largo de la historia, sea la de unitarios y federales. El período que abarca el primer
grito de libertad (1810) hasta la sanción de la Constitución (1853) se caracterizó por
la puja entre provincias y puerto, la anarquía, guerras y pactos.
A medida que transcurría el siglo XIX las provincias norteñas, que habían sido las
principales, las más pobladas y las más ricas durante parte del Virreinato, fueron
perdiendo sus bases de sustento económico en consonancia con la paralela
decadencia del Alto Perú. Mientras tanto, al compás de la demanda externa creciente
por sus productos, lo que luego sería la pampa húmeda, se enriquecía por la
valorización de sus tierras, primero ganaderas y después agrícolas.
Una segunda etapa, comprende el período transcurrido entre la sanción de la
constitución nacional (1853) y la culminación de la organización nacional (1890). El
artículo 4 de la CN establecía claramente cuáles eran los recursos de la Nación: el
Gobierno Federal provee a los gastos de la Nación con los fondos del Tesoro
Nacional, formando producto de derechos de importación y exportación; del de la
venta o locación de tierras de propiedad nacional, de la renta de Correos, de las
demás contribuciones que equitativa y proporcionalmente a la población imponga el
Congreso General, y de los empréstitos y operaciones de crédito que decrete el
mismo Congreso para urgencias de la Nación, o para empresas de utilidad nacional.
La Ley 20221 (1973) resulta un hito en nuestro federalismo fiscal, la reforma fue
impulsada por los fuertes y crónicos déficits que venían experimentando los
gobiernos provinciales, lo que llevó a aumentar drásticamente la participación
provincial al 48,5% de los fondos coparticipables, más un 3% de un Fondo de
Desarrollo Regional. Se estableció, además, un sistema único para la distribución de
todos los impuestos nacionales coparticipables, la distribución automática de los
recursos, la distribución secundaria se fijó en un 65% por población, un 25% por
brecha de desarrollo y un 10% por dispersión de población, una limitación legal para
la asignación de ATN.
Si bien esta ley mejoró las arcas provinciales, en 1978 se produjo el traspaso de las
escuelas primarias nacionales a las provincias y ello ocasionó un desequilibrio de las
provincias en el reparto.
De efectos ambiguos para los fiscos provinciales fueron los pactos fiscales firmados
entre la nación y las provincias que reducían los impuestos que pesaban sobre la
producción, principalmente el de Ingresos Brutos, salvo en la etapa primaria, y el
Impuesto de Sellos, que afectaba la actividad de la construcción e inmobiliaria. Si
bien es cierto que ellos contribuyeron a reconstituir parcialmente la competitividad
de algunas producciones regionales dañadas por un tipo real de cambio
sobrevaluado, por otro lado, redujeron los ingresos de los fiscos provinciales. Hubo
por último una reforma destinada a mejorar las finanzas de la Provincia de Buenos
Aires, el Fondo del Conurbano Bonaerense en procura de reparar la baja
participación lograda por ella en la coparticipación secundaria establecida en 1988.
El FCB está compuesto por un 10% de la recaudación nacional del Impuesto a las
Ganancias para financiar obras públicas de carácter social, con un tope de 650
millones de pesos.