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Índice

Parte 1: Introducción

• Las Momias y sus Categorías

Parte 2: La Momias de Venezuela

• Las Momias del Dr. Knoch


• Tres Momias de Origen Desconocido
• Momia Yukpa de la Región de Perijá
• Los Momias Piaroa del Orinoco

Parte 3: La Momia del Museo Arquidiocesano de Mérida

• Descripción de la Momia
• Sexo
• Edad
• Filiación Racial
• Estatura
• Patologías
• Costumbres Funerarias de Algunas Culturas Indígenas de los
Andes Venezolanos

Parte 4: Conclusiones

Parte 5: Anexos

Parte 6: Bibliografía
Parte 1: Introducción

Por mucho tiempo las momias fueron vistas en museos y


sitios históricos como “objetos curiosos o de arte”. En épocas
recientes, médicos y antropólogos se han percatado de que las
momias son un recurso científico de inestimable valor ya que
suministran valiosa información relacionada no solo con los
aspectos culturales, sino también con los aspectos biológicos de
poblaciones arqueológicas.

Al hacer mención del tema de las momias, casi


automáticamente se piensa en las momias del antiguo Egipto.
Quizás sea una sorpresa al saber que en América no solo existen
momias tan interesantes como las egipcias, sino que las hay más
antiguas, específicamente las de la cultura Chinchorro de Chile, de
las cuales hablaremos más adelante.

En Venezuela también existen momias. A pesar de que


algunas de ellas forman parte de las colecciones científicas de
nuestros museos desde hace muchos años, son muy pocas las
personas que saben de su existencia y es poco lo que se conoce
acerca de ellas.

Es posible que, para algunas personas, cualquier momia


pueda parecer menos importante comparadas con las de Egipto o
con las de la cultura Chinchorro. Sin embargo, las momias que se
encuentran en Venezuela, son tan interesantes como las más
conocidas y puede que sean tanto o más valiosas que estas para la
investigación científica de antiguas culturas.

El propósito de este artículo es dar a conocer las momias


venezolanas de nuestros museos, con la finalidad de que sean
apreciadas en su justo valor. También buscamos estimular la
preservación y el estudio de aquellas que puedan ser rescatadas en
un futuro o de las que se conservan en colecciones particulares.

Pero, antes de referirnos directamente a las momias


venezolanas, conviene definir brevemente lo que entendemos por
momia, las categorías de momias, y algunas de las razones por las
cuales ciertas culturas momifican los cadáveres de sus difuntos.

Las Momias y sus Categorías

Debido a que las investigaciones y las publicaciones


científicas realizadas sobre esta materia son muy escasas en el país,
es necesario definir brevemente algunos conceptos; por ejemplo,
¿Qué es una momia? ¿Cuántos tipos de momias existen? Según el
Diccionario de la Lengua Española, (1970), una momia “es un
cadáver que naturalmente o por preparación artificial se deseca con
el transcurso del tiempo sin entrar en putrefacción” No obstante esta
definición, es preciso acotar que el termino momia “no solo se aplica
a los cuerpos desecados sino a todo cadáver que se encuentra bien
preservado”.

El termino momia tiene origen en el persa “mummia” referido


a la amalgama o bitumen con que se embalsamaban a los cadáveres.
Antiguamente se llamaba “momia” a una especie de alquitrán, que
se extraía de una gruta descubierta en Persia en tiempos del rey
Feridaun (Grilletto, 1989). Pese a que el termino comenzó a usarse
para referirse a los cadáveres embalsamados, hoy día se aplica a
todo cuerpo humano o de animal que se encuentre conservado
natural o artificialmente.

Existen 3 categorías generales de momias: las naturales, las


artificiales y las intencionales (Micozzy y Sledzki, 1992).

En Venezuela, exceptuando las momias del Dr. Knoch y las de


otras personas que han practicado el embalsamamiento, con base
en los hallazgos arqueológicos y datos etnohistóricos que
poseemos, se puede afirmar que las momias encontradas hasta este
momento en el país son naturales y algunas intencionales.

Cuando hablamos de momias naturales o accidentales nos


referimos a aquellas que se han momificado de manera accidental o
espontanea, debido a condiciones ambientales que propician la
momificación, y también debido a condiciones ambientales que
propician la momificación, y también debido al efecto involuntario
de las practicas funerarias de algunas culturas en las que es
costumbre “ahumar” los cadáveres.

La momificación de algunos cadáveres puede ocurrir de


manera natural: en lugares muy fríos, por congelación; en lugares
secos, como desiertos y cuevas, por deshidratación; sumergidos en
el agua, por saponificación, debido a la hidrolisis de los tejidos
grasos; en turberas, donde el ácido húmico y la ausencia de oxígeno
inhiben la proliferación de las bacterias que propician la
descomposición de los cadáveres. Las momias americanas son, en
general, naturales, con la notable excepción de algunas momias
peruanas y chilenas.

Un ejemplo de este tipo de momificación lo presenta el


Hombre del Tirol u Homo tiroliensis que fue rescatado a finales del
año 1991, en una montaña localizada en la frontera ítalo austriaca. El
Hombre del Tirol vivió a finales de la Edad de Piedra y su cuerpo se
conservó casi intacto congelado en los hielos por 5.300 años. Es
necesario señalar que algunas momias egipcias son tan antiguas
como esta, pero no tienen el mismo grado de conservación; porque
los embalsamadores egipcios removían los cerebros y otros órganos
vitales durante el proceso de momificación. El descubrimiento del
Hombre del Tirol es considerado por los especialistas, como el más
importante después del de Tutankamon (Lipperty Spindler, 1922).

Por su parte, las momias artificiales son el resultado de un


largo y complejo proceso mediante el cual el cadáver es
especialmente preparado para evitar su descomposición; es decir
embalsamado, palabra que se origina del latín y significa “poner
dentro de resinas aromáticas” (Andrews, 1990).

El embalsamamiento generalmente incluye la evisceración de


los cadáveres, así como tratamientos con arsénico, acido tánico,
bálsamos, parafinas, alcoholes y trementinas. En fin, una larga lista
de productos que también incluye miel, aceites, vinos y especies. Los
cadáveres embalsamados de los faraones son el ejemplo más
conocido de momias artificiales. Entre los productos usados con
mayor frecuencia por los embalsamadores egipcios figuran el uso
de natrón, cloruro de sodio, aceites y otros.

Finalmente, las momias intencionales son producto de la


manipulación deliberada del hombre para favorecer la efectividad de
los procesos naturales mencionados anteriormente. Estos procesos
involucran el uso del calor (exposición del cadáver al humo de la
hoguera), la utilización de ambientes secos para cementerios
(desiertos y abrigos rocosos). También el hombre ha hecho uso de
receptáculos y sarcófagos herméticamente sellados, donde la
carencia de oxígeno contribuye a la preservación intencional de los
cadáveres.

El ejemplo más interesante de este último método lo


constituye el de la Princesa Tai, quien murió en China durante la
Dinastía Hang hace 2100 años (Longxing, 1922). Su cuerpo fue
sepultado en un ataúd de grandes proporciones y enterrado en una
fosa a 16 metros de profundidad.

El enorme sarcófago estaba compuesto por una serie de seis


cajas herméticamente selladas y metidas una dentro de otra. Los
científicos que examinaron el contenido pudieron determinar que el
cuerpo estaba preservado de manera extraordinaria y que aún
conservaba la elasticidad de la piel y las articulaciones, lo que
permite flexionar la momia sin causarle danos aparentes (Cockburn,
1985).

Los estudios anatómico patológico revelaron que “sufría de


aterosclerosis general; aterosclerosis de la arteria coronaria;
colelitiasis múltiple; esquistosomiasis japónica, acumulación crónica
de plomo y mercurio… En el estómago y los intestinos delgado y
grueso, se descubrieron ciento treinta y ocho semillas y media de
melón amarillo, lo que parece indicar que la mujer murió de un
ataque agudo de colelitiasis y un ataque al corazón poco después de
comerse el melón” (Longxing 1922). El cuerpo de la princesa se
encontró sumergido en una solución de mercurio y sales, sin
embargo, su preservación se debió según los especialistas, a la
ausencia de oxígeno en la urna.
Parte 2: Las Momias de Venezuela

Las momias indígenas que se han encontrado en Venezuela


son naturales y ocurrieron accidentalmente; es decir, no fueron
embalsamadas ni preparadas especialmente para su preservación.
Mas bien se trata de cadáveres que se momificaron por el efecto de
condiciones naturales y por las practicas funerarias algunos grupos
indígenas. Las momias venezolanas conocidas se han encontrado en
grutas y cuevas funerarias. Los cuerpos se hallan generalmente
flexionados, en posición fetal y cuidadosamente envueltos en
mantas y esteras.

En las colecciones venezolanas conocidas por la autora


figuran cinco momias. Tres, de origen desconocido, se conservan en
la Fundación Museo de Ciencias Naturales de Caracas; una momia
yukpa proveniente de la Sierra de Perijá, se conserva en la Fundación
La Salle de Ciencias Naturales; y una momia proveniente de una
zona cercana a la ciudad de Mérida, se conserva en el Museo
Arquidiocesano de la misma ciudad.

Las Momias del Dr. Knoch

Curiosamente, en Venezuela, al igual que en otras partes del


mundo, también se han dado prácticas de momificación artificial
hasta épocas relativamente recientes. En particular, debemos
mencionar el célebre medico germano, Dr. Gottfried Knoch (1813 –
1901) quien practicó el embalsamamiento de sus seres queridos y
hasta de su perro pastor alemán en un pequeño laboratorio
construido a pocos metros de su castillo, “Bella Vista”, situado en la
falda del picacho de Galipán, en El Ávila.

Allí, el Dr. Knoch se hizo construir un gran mausoleo con seis


criptas destinadas a los miembros de su familia. La primera cripta la
ocupo su hija Anna, en 1879; la quinta, la ocupo el cuerpo
momificado del propio Dr. Knoch, quien fue embalsado por la única
sobreviviente de la familia, la enfermera Amalie Weimman, quien
conocía las técnicas del Dr. Knoch. Amalie murió en 1926 y su cuerpo
sin embalsamar, fue colocado en el nicho que le correspondía.

Entre los casos más conocidos de embalsamamiento


practicado por el Dr. Knoch, figura el del cadáver del Dr. Tomas
Lander, destacado político y miembro del Partido Liberal quien, a
petición de la familia, fue momificado y “después lo vistieron y
sentaron ene le escritorio a la entrada de la casa…” (Schael, 1975).
El cadáver momificado del Dr. Lander permaneció en su despacho
por casi cuarenta años, hasta 1884, “cuando el presidente Guzmán
Blanco… (decidió) que sus restos fueran inhumados en el Panteón”
(Schael, 1975).

Se conoce poco acerca de las técnicas y de las motivaciones


de Dr. Knoch; sin embargo, no es de dudar que su interés era
fundamentalmente científico, como es el caso de la mayoría de las
personas que han practicado este oficio. Lamentablemente, las
momias del Dr. Knoch no se conservaron para la posteridad; ellas
fueron destruidas o sustraídas de sus nichos por personas
inescrupulosas que violentaron el mausoleo.

Tres Momias de Origen Desconocido

En el Museo de Ciencias Naturales de Caracas se conservan


los cuerpos momificados de dos niños y de un recién nacido.
Aunque no se dispone de registros relativos a estas momias, existen
razones para suponer que, por lo menos, dos de ellas son
venezolanas. Sin embargo, debido a sus orígenes, nos limitamos
solo a mencionar su existencia.
Momia Yukpa de la Región de Perijá

La momia yukpa es parte de las colecciones científicas de la


Fundación La Salle de Ciencias Naturales y fue colectada en una
cueva funeraria por los miembros de una expedición
multidisciplinaria organizada por el Hno. Ginés a la Sierra de Perijá
en 1947, conservándose en la colección osteológica de la fundación
desde 1948 (Ginés, 1953).

“Los Yukpa-Yuko son una tribu de filiación caribe que habita


zonas de la Sierra de Perijá, de la Serranía de los Motilones,
territorios que forman parte de la actual frontera colombo-
venezolana entre las latitudes 9° 40 y 10° 35 norte… En la literatura,
también se ha denominado a los yukpas como “motilones”,
especialmente *motilones mansos*” (Keneth & Wilbert, 1983), y
también como chaké.

La momia yukpa corresponde a una mujer de edad avanzada,


en cuyos huesos se observa el paso del tiempo. En efecto, estudios
radiológicos revelan desgaste en las articulaciones, y en los bordes
de las vértebras se aprecian osteofitos (excrecencias de hueso).
Además, para el momento de su muerte, esta anciana ya había
perdido todas las piezas dentales.

Junto al cráneo de la momia, a su lado izquierdo se encuentra


una banda de fibra tejida, fuertemente enrollada. Es la banda que,
suspendida de la cabeza, usan las mujeres yukpas para sostener las
grandes cestas en que transportan cargas pesadas; se supone que
se trata de una ofrenda funeraria. Las practicas funerarias de los
yukpas pueden conducir a la momificación de algunos cadáveres,
debido a la costumbre que tienen de “ahumar” el cuerpo de sus
difuntos.

Schön y Jam (1953), miembros de la expedición que colectó


la momia, relatan lo siguiente acerca de los ritos funerarios de los
yukpas: “Cuando muere una persona, se envuelve su cuerpo en
esteras o mantas, cruzándole previamente los brazos sobre el pecho
y doblándole las piernas de modo que las rodillas queden debajo del
mentón, los pies estirados siguiendo la dirección de las tibias, y el
pie izquierdo colocado sobre el derecho. Para mantener los
miembros en esta posición, se aseguran firmemente las mantas que
sirven de mortaja por medio de cuerdas. Alrededor del conjunto va
una estera que lo envuelve completamente.”

“Una vez preparado en esta forma, el cadáver se cuelga de las


ramas de un árbol, sobre una hoguera que debe permanecer
encendida durante la primera semana para secar el cuerpo” (Schön
& Jam, 1953).

El cuerpo permanece en el “sepulcro aéreo” durante un mes.


Cuando el cadáver está suficientemente seco, un grupo de indios,
ajenos a la familia, lo busca. Las mujeres entonces preparan una
fiesta en donde se consume abundante chicha. Cuando los hombres
están lo suficientemente borrachos, “cargan con el cadáver y lo
llevan al cementerio o shormu, una caverna o gruta situada en un
cerro escarpado…”

El efecto del calor de la hoguera propicia la deshidratación del


cadáver; y si las condiciones son favorables y la deshidratación
ocurre lo suficientemente rápido, el cuerpo se seca y de esta manera
se inhibe la proliferación de las bacterias y de los procesos
autolíticos que causan la descomposición d ellos cadáveres. De este
modo los cadáveres deshidratados adquieren un aspecto leñoso y
pueden durar por tiempo indefinido.

Las descripciones de los autores citados sobre las practicas


mortuorias de los yukpas, la confirman Ruddle y Wilbert (1983),
quienes dicen que: “…el cadáver se amarra en posición fetal, se
envuelve en esteras o en tela y se coloca una plataforma construida
en lo alto de un árbol cuyas ramas le sirven de cobijo… Meses más
tarde (lo llevan) al osario tribal, una cueva en las montañas…”.
Las Momias Piaroa del Orinoco

“Entre los grupos indígenas de Venezuela que practican la


momificación intencional, figuran los Piaroa y los Yukpa”
(Berrizbeitia, 1992). Los Piaroa (Wóthuha) son un grupo selvático…
que ocupa el bosque pluvial del escudo guayanés… Su territorio…
se sitúa a lo largo de las márgenes del curso medio del Orinoco, del
cuarto al séptimo paralelo norte, y se extiende por el este desde el
Orinoco hasta las cabeceras de sus afluentes” (Overing y Kaplan,
1988).

Tenemos conocimientos sobre las practicas funerarias


tradicionales y sobre la existencia de momias piaroa, por las visitas
efectuadas a las cuevas que existen en las márgenes del Orinoco por
Humboldt y otros naturalistas. Los datos dejados por esos visitantes
sobre el desecamiento intencional de los cadáveres, permiten inferir
que deben existir cuerpos momificados en las grutas y grietas de las
montañas del territorio habitado por estos indígenas, pese a que no
tenemos conocimiento de que exista algún ejemplar en las
colecciones de los museos del país.

Sobre las practicas funerarias y sobre la existencia de restos


momificados de este grupo indígena han escrito, entre otros,
Gumilla (1963), Crévaux (1883), Chaffanjon (1986), Marcano (1971),
Métraux (1947), Alvarado (1956), Wilbert (1958), Vráz (1992) y
Humboldt (1956).

Humboldt, en su viaje de regreso por el Orinoco (1800),


desembarcó para explorar la caverna de Ataruipe, una de las cuevas
funerarias que se encuentran en las márgenes del rio, y de lo que
observó escribe: “En esta tumba contamos en poco tiempo cerca de
600 esqueletos bien conservados… están tan enteros, que no les
falta ni una costilla, ni una falange… como verdaderas momias,
empapadas de resinas olorosas y envueltas en hojas de heliconia y
de plátano” (Humboldt, 1985).

En épocas más recientes, Overing Kaplan (1988) ha escrito


sobre los ritos funerarios de este grupo y transcribe los versos de
una canción fúnebre piaroa que canta el chaman mientras envía al
difunto a “su sitio de creación”: “Con este fin cantare sobre la resina.
Y con este humo, y su perfume, el ave de rapina y los insectos no
devorarán tu carne…” Estos versos no solo revelan que existe una
práctica de preservación intencional de los cadáveres por parte de
los piaroa, sino que apoyan además las observaciones de los autores
citados.
Parte 3: La Momia del Museo
Arquidiocesano de Mérida

Desde 1923 se conserva, en el Museo Arquidiocesano de


Mérida, el cuerpo momificado de un hombre joven. Esta momia fue
colectada por el presbítero Héctor Morales en una gruta funeraria,
“La Cueva del Alumbre”, localizada en la peña “El Feo” (2.000
msnm), una gran roca escarpada situada en la aldea La Ovejera, a 50
km al sur de la ciudad de Mérida.

En un esfuerzo por obtener información relativa a la momia,


en 1923 las autoridades eclesiásticas decidieron efectuar una serie
de entrevistas entre personas del pueblo quienes decían haber visto
la momia algunos años antes. Entre los entrevistados figura el Sr.
José de las Nieves Márquez quien narro lo siguiente: “andando en
busca de alumbre… llegué a una cueva, donde encontré un cadáver
completamente seco e incorrupto… dicho cadáver estaba a flor de
tierra… en cuclillas, y arrecostado un poco a las paredes de la
cueva… en el tiempo en que encontré el cadáver, éste conservaba
todo el cabello en la cabeza, bastante largo y suelto sobre el pecho
y las espaladas… Junto al cadáver y esparcidos por el suelo,
encontré pedazos de tela que me pareció ser de alguna manta, y
restos de cabuya, como de algún chinchorro… no sin gran dificultad
se puede llegar a dicha cueva, pues no hay camino, ni siquiera
indicios de camino… y que tanto en esta ocasión como en las otras
que he subido allá, ha sido con gran trabajo y hasta con peligro de
rodar hasta el abismo.” (Parra, 1925).

No obstante, esta y otras descripciones compiladas por el


Presbítero Parra en su publicación, preferimos hacer una más
detallada que refleja el estado actual de la momia.

El cuerpo se encuentra flexionado, con las rodillas debajo del


mentón, en la espalda se observa una ligera rotación de las vértebras
hacia el lado izquierdo y la cabeza desprendida a nivel de las
vértebras cervicales, esta inclinada hacia el mismo lado. El brazo
derecho se encuentra flexionado sobre el abdomen y la mano
cerrada. El brazo izquierdo se conserva en mejores condiciones que
el derecho; descansa sobre el abdomen con la mano sobre el pubis;
el húmero esta casi desprovisto de piel, lo que permite ver los
músculos, la articulación del hombro y sus ligamentos. La muñeca
de esta mano esta flexionada y los dedos hiperextendidos; esta
postura probablemente obedece a cambios ocurridos post-mortem
(rigor mortis). Esta última apreciación coincide con la expresada por
los Drs. Arellano Parra y Rengel de Lacruz.

En general la piel de la momia es dura, acartonada y de color


marrón rojizo. En algunas regiones se observan fuertes improntas
dejadas por los textiles que envolvían el cadáver: En los hombros,
en la cara interna del muslo derecho, sobre las costillas del lado
izquierdo, y en los fragmentos remanentes de piel de los brazos y en
la espalda.

Las piernas presentan perdidas considerables de piel que


dejan al descubierto remanentes de fibras musculares. En la región
perineal, según los Drs. Arellano Parra y Rengel de Lacruz, se
conservan restos del escroto, y la retracción de los tejidos deja al
descubierto las ramas ascendentes del pubis. El fémur derecho esta
desarticulado a nivel de la coxofemoral. El hueso innominado
izquierdo se encuentra desprovisto de tejidos blandos. Se observa la
perdida post-mortem del pie derecho, el cual aparentemente le fue
arrancado en 1904 por un campesino que subió a la cueva en busca
de alumbre y al ver la momia trato de sacarla halándola por el pie
(Parra 1924). El pie izquierdo se encuentra bien conservado y por la
rotación medial del mismo se infiere que se encontraban cruzados.

Aunque en las radiografías no se observan órganos internos,


no existe ningún elemento de juicio para pensar que el cadáver haya
sido eviscerado. Es preciso señalar que hasta el momento no se
conocen momias evisceradas en Venezuela (2000). Según Peña
(com. pers.) “un examen macroscópico del tórax y de la cavidad
abdominal revelo que sobre los cuerpos de las vértebras dorsales se
observan restos de aorta, corazón y pulmones; también restos del
diafragma y del tubo digestivo. Los mencionados restos se
encuentran reducidos a láminas u hojas”. Adicionalmente un
estudio tomográfico del cráneo de la momia realizado por la Dra.
Sonia Vásquez, del Hospital Universitario de Los Andes, reveló
imágenes laminares que se interpretan como restos de envolturas
meníngeas”.

En un intento para determinar si el cuerpo había sido tratado


con resinas se sometió a fuego un pequeño fragmento de piel y solo
despidió el clásico olor a queratina quemada.

Sexo

La momia es de sexo masculino, lo que se determinó por la


observación del ángulo sub-pubico agudo y de los rasgos
morfológicos del cráneo. Este presenta apófisis mastoides bien
desarrolladas, occipital prominente, bordes orbitales romos, arcos
supraorbitales pronunciados, mandíbula robusta con ángulos
goniales agudos y mentón cuadrado.

Quizás haya sido el cabello largo de la momia lo que trastorno


la apreciación del presbítero Guillermo Parra quien, en 1925, publico
una descripción del ejemplar donde afirmo categóricamente que era
femenino, haciendo caso omiso de la presencia, claramente visible,
de sus órganos masculinos, a los cuales se refirió como una
“deformación de la región suprabiana, en donde se percibe un
abultamiento de apariencia ósea…” El cabello de esta momia
también dio motivo para que en algún momento la voz popular la
llamara “La india mechuda de Mérida”.

Edad

La edad biológica del ejemplar se estima en 21 +/- años. La


estimación se realizó con la base en la observación de la dentadura
y de las superficies articulares. Este estudio macroscópico fue
confirmado con el estudio radiológico efectuado por el Dr. Jesús
Romero Urdaneta, Jefe del Departamento de Radiodiagnóstico de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Los Andes, quien dice:
“La textura esquelética de la columna dorsal y lumbar y la jaula
costal presentan el tenor del paciente joven, con trabeculado
conservado… Radiológicamente podemos concluir que se trata de
un cadáver… entre 19 y 24 años de edad”.

Filiación Racial

La momia pertenece a un individuo del grupo mongoloide. La


determinación se basó en la observación de la morfología del
cráneo, el cual presenta características asociadas a ese grupo:
malares pronunciados, apretura nasal mediana e “incisivos en forma
de pala” (García Sivoli, 1991). Adicionalmente el contexto
arqueológico que involucra la forma de enterramiento, los textiles
asociados y el cordón de fibras con cuentas de conchas que sostenía
la mano derecha (descrito por Peña es esta publicación), indican que
se trata de un indígena americano.

Estatura

La estatura se estima en 1.40 +/- 3.417 cms. Para su


determinación, se usó la longitud del fémur y se aplicó la tabla
propuesta por Genovés para poblaciones indígenas
mesoamericanas (Genovés, 1967). Es preciso señalar sin embargo
que la estimación es aproximada debido a que los huesos se
encuentran articulados, lo que no permite su medición precisa.
Patologías

En las radiografías puede observarse un acentuado


engrosamiento de la porción anterior y media de la cortical de la tibia
izquierda. Esto ocasiona una deformación a la llamada tibia en sable,
la que se asocia con lesiones causadas por enfermedades
infecciosas como la treponematosis, entre ellas la frambuesa o buba
(Mann y Murphy, 1990). El peroné del mismo lado presenta un
aspecto denso. Además, se observan líneas de Harris o de detención
del crecimiento las cuales se asocian con varias enfermedades y con
carencias nutricionales.

En los incisivos, caninos, y premolares se observa hipoplasia


dental, la cual no puede ser asociada con una enfermedad especifica
debido a que se ha determinado que puede vincularse con la sífilis
congénita, la tuberculosis, los desórdenes endocrinos y metabólicos,
y el raquitismo (Ortner y Putschar, 1981). En el espacio intercostal
entre D7 y D8 hay un agujero de bordes bien definidos cuyas
dimensiones son: 2.7 x 1cm, lo que se interpreta como un cambio
post-mortem. Hasta el momento no se han encontrado patologías o
traumatismos que sugieran la causa de la muerte de este individuo.

Costumbres Funerarias de Algunas


Culturas Indígenas de los Andes Venezolanos

Se conoce muy poco acerca de las practicas funerarias de los


indígenas que habitaron los Andes Venezolanos. Sin embargo, Jahn
(1973), Lares (1952), Salas (1956), y Marcano (1971) coinciden en que
los grupos indígenas ene se región tenían dos maneras de disponer
de los cadáveres: una, colocándolos generalmente flexionados, en
sepulcros artificiales excavados en la tierra (mintoy), que son
cámaras subterráneas con una abertura superior o lateral por la cual
introducían los cadáveres; otra, depositándolos en cavernas y grutas
de las altas montañas.
No tenemos noción de que se haya encontrado ningún cuerpo
momificado dentro de los “mintoy”; solo conocemos de la existencia
de momias en grutas funerarias. Sin embargo, hasta el momento se
desconocen los detalles relacionados con los métodos usados por
esos grupos indígenas para desecar los cadáveres.

En la región andina venezolana existe una gran cantidad de


grutas funerarias, muchas de las cuales contienen restos
momificados. Desde 1989, un equipo de investigación del Museo
Arqueológico de la Universidad de Los Andes, bajo la dirección de
la Dra. Jacqueline Clara de Briceño, ha venido realizando trabajos de
prospección arqueológica en la zona, logrando identificar varias
grutas funerarias en las cuales se conservan restos momificados. De
estas grutas se han recuperado fragmentos de textiles de diversas
fibras naturales, incluyendo algunos confeccionados en algodón.
Estos textiles permitirán, en un futuro, establecer relaciones entre las
momias y posiblemente ayudarán a datar los sitios.

En los textiles y en la piel de la momia del Museo


Arquidiocesano se encontraron restos de carbón que fueron
detectados mediante el análisis ultraestructural de los tejidos
momificados, realizados por el Dr. Palacios Prü. Estos estudios
revelaron “la presencia de un material electrondenso, amorfo,
semejante al carbón particulado, sobre la superficie de los textiles
asociados al cadáver y en los tejidos expuestos como la piel.

Esto sugiere que el cadáver estuvo expuesto al hollín en


repetidas oportunidades”. Tales resultados hacen pensar que
probablemente este cadáver fue ahumado para su preservación. No
obstante, hasta el momento no disponemos de información
suficiente como para afirmar contundentemente al respecto. Sin
embargo, la probable exposición del cuerpo al humo y su
enterramiento en una cueva, por lógica consecuencia, insinúan la
posibilidad de que algunos grupos andinos hayan practicado ritos
funerarios similares a los de los piaroas y los yukpas, con el fin de
conservar intencionalmente los cadáveres.
Parte 4: Conclusiones

En base a la información disponible, se puede afirmar que las


momias indígenas venezolanas son naturales y que la momificación
ha ocurrido accidentalmente. Sin embargo, no podemos dejar de
presumir que exista cierta intención de preservación de los
cadáveres entre algunos indígenas venezolanos, quienes, en sus
ritos funerarios, utilizan resinas aromáticas que, como vimos
anteriormente, son usadas para embalsamar.

Del uso de resinas en los ritos funerarios nos da testimonio


una canción fúnebre piaroa: “cuando alguien fallece, el chaman
debe enviar el alma… a su hogar de creación…” y, quemando
resinas junto al cadáver, entona canciones fúnebres, tales como:
“Con este fin cantare sobre la resina. Y con este humo, y su perfume,
el ave de rapina y los insectos no devorarán tu carne…” (Overing,
1987).

El estudio de restos momificados, al igual que de restos óseos,


puede proveer de una gran cantidad de información relativa a la vida
de los individuos y a las costumbres de las culturas del pasado. Estos
restos guardan la historia de experiencias y dolencias cuya utilidad
puede trascender al presente. En efecto, las momias permiten
efectuar estudios comparativos entre poblaciones actuales y las del
pasado, para determinar, por ejemplo, el origen, la frecuencia y la
evolución de algunas enfermedades.

En Egipto, estudios paleopatológicos realizados en momias


han permitido determinar que, hoy día, la bilharziasis sigue siendo
tan frecuente (afecta a un 50% de la población) como lo era en el
Valle del Nilo en la época de los faraones (Brothwell, 1967).

Estudios realizados en las momias de la cultura chinchorro


también han arrojado valiosa información acerca de las pautas
culturas de ese pueblo, así como de las enfermedades que lo
afectaron. Allison (1986) ha diagnosticado enfermedades que tienen
una larga historia en la vida del hombre: artritis, osteomielitis,
tumores óseos en el canal auditivo -enfermedad estrechamente
relacionada con las actividades subacuáticas desarrolladas por los
hombres de esa comunidad (Kennedy, 1986)- así como osteoporosis,
carcinomas y lesiones similares a las dejadas por la tuberculosis.

En relación a la última de las enfermedades mencionadas, en


Venezuela se realizó un estudio de gran importancia que merece un
comentario especial. Se trata del trabajo del médico e investigador
venezolano, Dr. Antonio Requena, quien, en 1945, diagnosticó
tuberculosis en huesos secos y vaticinó que “en aquellas zonas
arqueológicas que contengan momias se podrá diagnosticas…
bacterias en sus partes blandas” (Requena, 1945)

El mérito de esta publicación radica no solo en haber sido una


de las primeras que sobre este tema se escribió en el continente
americano, sino también en que el tiempo y la ciencia convalidarían
la afirmación del Dr. Requena, así como la hipótesis indicada en el
título de su trabajo. En efecto, ambas se verían confirmadas en 1973,
cuando estudios realizados en los tejidos rehidratados de un niño
peruano momificado, datado en 700 DC, comprobarían la existencia,
tan cuestionada, de tuberculosis en la América precolombina
(Allison et al., 1973).

Mortui viventes docent


Parte 5: Anexos

Momia de un infante de origen desconocido.


Colección de la Fundación Museo de Ciencias. Foto: Eduardo Martínez
Momia de un infante de origen desconocido.
Colección de la Fundación Museo de Ciencias. Foto: Eduardo Martínez
Momia natural de una mujer yukpa. Colección científica de
Fundación La Salle de Ciencia Naturales. Foto: Eduardo Martínez
Momia natural de un individuo juvenil de origen desconocido.
Colección de la Fundación Museo de Ciencias. Foto: Eduardo Martínez
Momia natural de un hombre joven de Los Andes venezolanos.
Colección del Museo Arquidiocesano de Mérida. Foto: Eduardo Martínez
Parte 6: Bibliografía

1) Academia Española. (1970) Diccionario de la Lengua Española.


Decimonovena edición. Editorial Espasa, Madrid.

2) Allison, M.J. (1986) Secrets of the Mummies. Discover, oct.:72-83.


New York.

3) Allison, M. J. et al. (1973) Documentation of a case of tuberculosis


in precolumbian America. Amer. Rev. Resp. Dis., 107:985-991.

4) Andrews, C. (1990) Egyptian Mummies. Harvard University Press,


Cambridge, Mass.

5) Murse, Dan. (1967) Tuberculosis. En Diseases in Antiquity.


Brothwell, D. & A. T. Sandsion (eds). Charles C. Thomas, Springfied.

6) Campbell, B. G. (1982) Humankind Emerging. Tercera edición,


Little Brown, Boston, Toronto.

7) Ginés, Hno. (1953) La Región Perijá y sus habitantes. Publicaciones


de la Universidad del Zulia. Sociedad de Ciencias Naturales La Salle,
Caracas.

8) Grilletto, R. (1989) Las Momias. Editorial EDAR, Madrid.

9) Humboldt, A. Von (1985) Viaje a las Regiones Equinocciales. Vol


IV. Monte Avila Editores, Caracas. (Primera edicion, en frances, Paris,
1824).

10) Henschen, F. (1966) The Human Skull. Frederick A. Praeger. New


York, Washington.

11) Kennedy, G. E. (1986) The Relationship between auditory


exostoses and cold wáter: a latitudinal análisis. Am J. Phys.
Anthropol, 71:401-415.

12) Kenneth, R. y J. Wilbert (1953) Los Yukpa. En Los Aborígenes de


Venezuela. Vol II. Fundación La Salle de Ciencias Naturales, Caracas.
13) Overing, J. y M. R. Kaplan (1985) Los Wothuha (Piaroa). En los
Aborígenes de Venezuela. Vol. III. Fundación La Salle de Ciencias
Naturales. Monte Ávila Editores, Caracas.

14) Parra, G. (1925) La Momia. Imprenta Arquidiocesana, pp. 21-35,


Mérida.

15) Requena, A. (1945) Evidencia de Tuberculosis en América


precolombina, Acta Venezolana, 1 Nro. 2:141-160, Caracas.

16) Schael, G. (1975) Las Momias de Knoch en el Avila. Lineas 218:12-


15, Caracas.

17) Schön, M. y P. Jam (1953) Carácter y costumbres. En La Región


de Perijá y sus Habitantes. Publicaciones de la Universidad del Zulia.
Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, Caracas.

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