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Los cuatro períodos de la historia argentina

POR CLAUDIO CHAVES - 03.11.2019 - DIARIO LA PRENSA, 18 DE ABRIL DE 2020

Sin perjuicio de aceptar otras miradas, a mi buen entender, la historia de la


Argentina independiente puede dividirse en cuatro momentos. De 1810 a 1861. De
1861 a 1930. De 1930 a 1976. De 1976 en adelante.

El período que va de 1810 a 1861 puede definirse como el de la Organización


Nacional. Un tiempo de intensas luchas políticas centradas en la sanción de una
Constitución que dio organicidad a la Patria. El fuerte constitucionalismo que se
vivía en Europa llegó a nuestras playas y no fuimos ajenos a esa ola. Provincianos
y porteños al decir de Juan Bautista Alberdi fue la síntesis conflictiva de aquellos
años: ¨No son dos partidos, son dos países; no son los unitarios y federales, son
Buenos Aires y las provincias alimentando a Buenos Aires¨

De 1861 a 1930

Al triunfar el General Bartolomé Mitre en la batalla de Pavón se alcanzó la unión


nacional. Finalmente Buenos Aires se impuso a las provincias. El historiador H.
S. Ferns observó inteligentemente este desenlace: ¨Lo cierto es que la
Presidencia de Mitre, consecuencia directa de Pavón, fue la señal de una
fundamental decisión política de toda la argentina, la expansión económica y la
integración del país en los mercados internacionales.¨

De modo que la República Argentina devino en lo que dio en llamarse, a veces


despectivamente, el granero del mundo. Productores de alimentos para las
naciones europeas, principalmente Gran Bretaña. Nuestra política exterior
entonces se construyó vinculada a Europa y a Inglaterra. Dándole la espalda a
América. El general Mitre en discusión con Domingo Faustino Sarmiento lo
anoticiaba en 1865: ¨Ya es tiempo de abandonar esa mentira pueril de que éramos
hermanitos, y que como tales debíamos auxiliarnos. Las repúblicas americanas
son naciones soberanas e independientes, como tales pueden tratar sus negocios
según mejor les convenga o les dé la gana. Debemos dejar de jugar a las
muñecas de las hermanas.¨

Por su parte Carlos Pellegrini contribuía a la misma idea, en un discurso en 1905:


¨Todo nuestro porvenir, todos nuestros intereses morales y materiales, todo
nuestro progreso y engrandecimiento se relaciona solo con los pueblos que baña
el Atlántico, de allí nos viene la luz, y con ella el progreso y la grandeza futura…y
es la Gran Bretaña la Nación con la que mantenemos las más importantes y
valiosas relaciones comerciales.¨

LA POLITICA

Los partidos políticos del período fueron cinco. El mitrismo y el roquismo, el


primero heredero cultural del unitarismo porteño y el segundo del federalismo
provinciano. Ambos con fuertes raíces en la política del ciclo anterior, pero
remozados y actualizados a las nuevas circunstancias. Luego tres
formaciones nuevas, el radicalismo, la democracia progresista y el socialismo. El
radicalismo de origen bifronte: Hipólito Yrigoyen y Leandro N. Alem, con
tradiciones políticas diferentes. El primero con afinidades roquistas y Leandro
sesgado al mitrismo. Lo novedoso fue que incorporaron a su lucha política
cotidiana el espíritu de moda en Europa y los EE.UU., esto es, el derecho de las
masas a la vida política, mediante el voto universal.
La Democracia Progresista más afín al viejo mitrismo y el socialismo de Juan B.
Justo, variante criolla del marxismo europeo que hizo su aparición en 1896. No
obstante las diferencias todos estos agrupamiento políticos respetaron el modelo
de economía abierta, liberal, vinculada al mercado mundial y al capitalismo
europeo. Hubo luchas, desinteligencias, crímenes y muertes, pero el modelo no
se tocó. Hubo una excepción muy minoritaria surgida en 1921 como coletazo de la
Revolución Rusa, el Partido Comunista.

De 1930 a 1976

La crisis de 1929 puso en jaque al sistema capitalista mundial. Naturalmente la


Argentina por su vinculación al mundo sufrió las consecuencias. Tanto se ha
escrito sobre este asunto que no ahondaremos en ello. Si diremos que la cultura
política dio vuelta como un guante. Los liberales, esto es, todos los partidos
políticos debieron rever sus postulados. Volver a pensar. Algunos antes, otros
después. El proteccionismo, la planificación estatal, el industrialismo y el
intervencionismo aparecieron como solución a los problemas nuevos. El
nacionalismo surgió como un cuerpo doctrinario de notable empuje permeando al
conjunto de los partidos políticos. Los viejos partidos se adaptaron a la novedad.

Los radicales antipersonalistas, los conservadores y un sector del socialismo bajo


la tutela de Justo lo hicieron primero. La Democracia Progresista con Lisandro de
la Torre, un poco después, se transformó de la noche a la mañana en un partido
progre y antiimperialista. El grueso de los radicales se actualizó en 1947 con el
programa de Avellaneda. Ninguno de sus postulados tenía que ver con el
radicalismo histórico, el de Yrigoyen. Las revoluciones radicales de 1890, 93 y
1905 ya no estaban en su imaginario político, la prudencia y la realidad obligaba a
olvidarlas. Sus tradiciones se hundían en otras efectividades conducentes.
La nueva realidad económica la definió con claridad el Ministro de Agricultura del
general Agustín P. Justo, Luis Duhau: ¨Ha concluido la etapa histórica de nuestro
prodigioso desenvolvimiento bajo el estímulo directo de la economía europea…La
argentina podía obtener en el pasado buena parte de las manufacturas que
requería ya sea produciéndolas u obteniéndolas en los países extranjeros
mediante el canje con sus productos agrarios. A la industria nacional le tocará
pues resarcir a la economía argentina de las pérdidas incalculables que provienen
de la brusca contracción de su comercio exterior.¨

LA POLITICA

Además de los viejos partidos remozados, uno nuevo surgió para dar respuesta
acabada a las novedosas realidades: el peronismo. En verdad iba en la dirección
de los gobiernos argentinos del 30 y de la política mundial: estado de bienestar,
industrialización y anticomunismo. El hecho de surgir de un golpe de estado, en el
marco de un nacionalismo vigoroso, con compañeros de ruta fácilmente
asimilables al nazismo, hizo de Perón y su candidatura, en 1946, la
representación de la derecha política. En 1946 era claro ese perfil que el
peronismo de hoy ha olvidado, como el radicalismo olvidó sus revoluciones.
Intelectuales emblemáticos que luego se hicieron peronistas no estuvieron con el
Coronel en febrero de 1946, como Arturo Jauretche u Homero Manzi por poner
algunos ejemplos.

A Perón lo enfrentaba toda la izquierda argentina, más la progresía cuasi


liberal que siempre existió en la patria. Tan cierto es esta aseveración que en la
Unión Democrática no pudieron estar los conservadores por decisión del Partido
Comunista. Perón era demasiado claro en sus discursos. Lo interesante de ese
momento fue ver como la clase obrera argentina se inclinaba por un candidato de
derecha, porque esa derecha, con apoyo militar y de la Iglesia Católica asumía la
responsabilidad de la justicia social. Una derecha popular y aunque le moleste a
los progres y liberales elitistas, también republicana. O por lo menos lo más
republicana posible en el contexto de un mundo plagado de dictaduras y de un
gobierno que encaraba una revolución social verdadera.

Es notable el esfuerzo y la indignación de historiadores de izquierda, a


excepción de Jorge Abelardo Ramos o Rodolfo Puiggros, que ya
estaban con el peronismo, al explicar la actitud de la izquierda en esos
años. Los conversos suelen exasperarse. En vez de entender las cosas como
fueron: la izquierda y los progresistas por un lado y Perón por otro, cargan las
tintas contra la izquierda porque no fueron de izquierda. Todo para redimir al
marxismo. Claro cincuenta años después. Un disparate.

El 4 de junio, el 17 de octubre y el 24 de febrero fueron las fechas claves del


peronismo y cada una tiene un sesgo diferente. Discernir sobre ellas aclara serias
confusiones modernas.

Al nuevo modelo correspondió una nueva política exterior. La autarquía económica


¿implicaba aislamiento internacional? En el caso del peronismo no. En su discurso
del 10 de junio de 1944 en la Universidad de La Plata sobre Defensa Nacional dijo
Perón: ¨Así, nuestra diplomacia, tiene ante sí una constante tarea que realizar con
los demás países del mundo en particular con los continentales y dentro de estos
con nuestros vecinos¨ Esta visión de la política exterior era coincidente con la de
Federico Pinedo que era partidario de una alianza con Brasil y los Estados
Unidos. Exactamente lo que luego intentaría Perón.
Otra formación política novedosa del período fue el Desarrollismo. Un sector del
radicalismo, afín al programa de Avellaneda, con Rogelio Frigerio, un hombre que
venía de la izquierda. Hasta el final del ciclo, en 1976, el proceso de sustitución de
importaciones continuó.

En cada uno de los ciclos vistos hubo continuidades y cambios. Se apelaba a


las tradiciones partidarias pero ya no eran lo mismo. Ni los conservadores, ni los
radicales, ni la izquierda pensaban y actuaban como siempre. Cada ciclo obligaba
a remozarse surgiendo actores nuevos como ya lo hemos visto. El peronismo en
su ciclo fue novedoso. No guardaba raíces con el pasado algo central en la vida
de los partidos políticos que pretenden representar sectores que tienen historia.
De modo que Perón buscó raíces en el Ejército y dentro de él a su figura central,
Don José de San Martín. Mientras los nacionalistas católicos y no tanto intentaban
construir un relato peronista, el perspicaz historiador Jorge Abelardo Ramos al
entender la orfandad histórico-cultural del peronismo escribió Historia Política del
Ejército Argentino con la clara intención de situar allí las raíces.

Finalmente el golpe del 24 de marzo de 1976 cerró el ciclo iniciado en 1930.


Ramos en uno de sus libros descubre la esencia del golpe, escondida en el
Bando Militar, allí las FF. AA. anoticiaban a la sociedad que no se trataba
solo de la caída de un gobierno sino el cierre definitivo de un ciclo histórico
y la apertura de uno nuevo. En otro artículo lo veremos.
Síntesis de la Historia Argentina
Felipe Pigna En El Historiador
https://www.elhistoriador.com.ar/sintesis-de-la-historia-argentina/

Independencia (1810-1820)
Las invasiones inglesas demostraron que España estaba seriamente
debilitada y que no podía ni abastecer correctamente ni defender a sus
colonias. La ocupación francesa de España por Napoleón, la captura de del
Rey Carlos IV y su hijo Fernando VII y la caída de la Junta Central de
Sevilla decidieron a los criollos a actuar. El 25 de mayo de 1810 se formó la
Primera Junta de gobierno presidida por Cornelio Saavedra, que puso fin al
período virreinal. Mariano Moreno, secretario de la Junta, llevó adelante
una política revolucionaria tendiente a fomentar el libre comercio y a sentar
las bases para una futura independencia.

Entre 1810 y 1820 se vive un clima de gran inestabilidad política. Se


suceden los gobiernos (Primera Junta (1810), Junta Grande (1811),
Triunviratos (1811-1814) y el Directorio (1814-1820) que no pueden
consolidar su poder y deben hacer frente a la guerra contra España. En
esta lucha se destacaron Manuel Belgrano, José de San Martín, llegado al
país en 1812, y Martín Miguel de Güemes. Las campañas sanmartinianas
terminaron, tras liberar a Chile, con el centro del poder español de Lima. El
9 de julio de 1816 un congreso de diputados de las Provincias Unidas
proclamó la independencia y en 1819 dictó una constitución centralista que
despertó el enojo de las provincias, celosas de su autonomía.

Era de Rivadavia (1820-1829)


A partir de 1819 en el país se fueron definiendo claramente dos tendencias
políticas: los federales, partidarios de las autonomías provinciales, y los
unitarios, partidarios del poder central de Buenos Aires. Estas disputas
políticas desembocaron en una larga guerra civil cuyo primer episodio fue la
batalla de Cepeda en febrero de 1820, cuando los caudillos federales de
Santa Fe, Estanislao López, y de Entre Ríos, Francisco Ramírez, derrocaron
al directorio. A partir de entonces, cada provincia se gobernó por su cuenta.
La principal beneficiada por la situación fue Buenos Aires, la provincia más
rica, que retuvo para sí las rentas de la Aduana y los negocios del puerto.

Época de Rosas (1829-1852)


En 1829 uno de los estancieros más poderosos de la provincia, Juan Manuel
de Rosas, asumió la gobernación de Buenos Aires y ejerció una enorme
influencia sobre todo el país. A partir de entonces y hasta su caída en 1852,
retuvo el poder en forma autoritaria, persiguiendo duramente a sus
opositores y censurando a la prensa, aunque contando con el apoyo de
amplios sectores del pueblo y de las clases altas porteñas. Durante el
rosismo creció enormemente la actividad ganadera bonaerense, las
exportaciones y algunas industrias del interior que fueron protegidas
gracias a la Ley de Aduanas. Rosas se opuso a la organización nacional y a
la sanción de una constitución, porque ello hubiera significado el reparto de
las rentas aduaneras al resto del país y la pérdida de la hegemonía porteña.

Buenos Aires y la Confederación (1852-1862)


Justo José de Urquiza era gobernador de Entre Ríos, una provincia
productora de ganado como Buenos Aires que se veía seriamente
perjudicada por la política de Rosas, que no permitía la libre navegación de
los ríos y frenaba el comercio y el desarrollo provinciales. En 1851, Urquiza
se pronunció contra Rosas y formó, con ayuda brasileña, el Ejercito Grande
con el que derrotó definitivamente a Rosas en Caseros el 3 de febrero de
1852. Urquiza convocó a un Congreso Constituyente en Santa Fe que en
mayo de 1853 sancionó la Constitución Nacional. Pero aunque ya no estaba
Rosas, los intereses de la clase alta porteña seguían siendo los mismos y
Bartolomé Mitre y Adolfo Alsina dieron un golpe de estado, conocido como
la «Revolución del 11 de Septiembre de 1852». A partir de entonces, el
país quedó por casi diez años dividido en dos: el Estado de Buenos Aires y
la Confederación (el resto de las provincias con capital en Paraná). La
separación duró casi diez años, hasta que en septiembre de 1861, el líder
porteño Bartolomé Mitre derrotó a Urquiza en Pavón y unificó al país bajo la
tutela porteña.

Organización nacional (1862-1880)


Luego de la batalla de Pavón se sucedieron los gobiernos de Bartolomé
Mitre (1862-68), Domingo F. Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda
(1874-1880), quienes concretaron la derrota de las oposiciones del interior,
la ocupación del todo el territorio nacional y la organización institucional del
país fomentando la educación, la agricultura, las comunicaciones, los
transportes, la inmigración y la incorporación de la Argentina al mercado
mundial como proveedora de materias primas y compradora de
manufacturas.

República liberal (1880-1916)


En 1880 llegó al poder el general Julio A. Roca, quien consolidó el modelo
económico agroexportador y el modelo político conservador basado en el
fraude electoral y la exclusión de la mayoría de la población de la vida
política. Se incrementaron notablemente las inversiones inglesas en
bancos, frigoríficos y ferrocarriles y creció nuestra deuda externa. En 1890
se produjo una grave crisis financiera en la que se cristalizaron distintas
oposiciones al régimen gobernante. Por el lado político, la Unión Cívica
Radical luchaba por la limpieza electoral y contra la corrupción, mientras
que, por el lado social, el movimiento obrero peleaba por la dignidad de los
trabajadores desde los gremios socialistas y anarquistas.

La lucha radical, expresada en las revoluciones de 1893 y 1905, y el


creciente descontento social, expresado por innumerables huelgas, llevaron
a un sector de la clase dominante a impulsar una reforma electoral para
calmar los ánimos y trasladar la discusión política de las calles al
parlamento. En 1912, el presidente Roque Sáenz Peña logró la sanción de
la ley que lleva su nombre y que estableció el voto secreto y obligatorio.
Primeros gobiernos radicales (1916-1930)
La aplicación de la Ley Sáenz Peña hizo posible la llegada del radicalismo al
gobierno. Los radicales gobernaron el país entre 1916 y 1930 bajo las
presidencias de Hipólito Yrigoyen (1916-1922) (1928-1930) y Marcelo T. de
Alvear (1922-1928), e impulsaron importantes cambios tendientes a la
ampliación de la participación ciudadana, la democratización de la sociedad,
la nacionalización del petróleo y la difusión de la enseñanza universitaria. El
período no estuvo exento de conflictos sociales derivados de las graves
condiciones de vida de los trabajadores. Algunas de sus protestas, como la
de la Semana Trágica y la de la Patagonia, fueron duramente reprimidas
con miles de trabajadores detenidos y centenares de muertos.

Década infame (1930-1943)


El 6 de septiembre de 1930 los generales José Félix Uriburu y Agustín P.
Justo encabezaron un golpe de estado, apoyado por grupos políticos
conservadores, y expulsaron del gobierno a Yrigoyen, inaugurando un
período en el que volvió el fraude electoral y la exclusión política de las
mayorías. En 1933 se firmó el Pacto Roca-Runciman con Inglaterra, que
aumentó enormemente la dependencia Argentina con ese país. Se
sucedieron los gobiernos conservadores (el general Uriburu, entre 1930 y
1932; el general Justo, entre 1932 y 38; Roberto Ortiz, entre 1938 y 1942,
y Ramón Castillo, entre 1942 y 1943), que se desentendieron de los
padecimientos de los sectores populares y beneficiaron con sus políticas a
los grupos y familias más poderosas del país.

Ascenso y auge del peronismo (1943-1955)


En 1943 un grupo de militares nacionalistas dio un golpe de estado y
derrocó al presidente Castillo. Dentro de este grupo se destacó el coronel
Juan Domingo Perón, quien, desde la secretaría de Trabajo y Previsión,
llevó adelante un política tendiente a mejorar la legislación laboral y social
(vacaciones pagas, jubilaciones, tribunales de trabajo). El apoyo popular a
Perón lo condujo al gobierno en las elecciones de 1946. Durante sus dos
presidencias (1946-1952 y 1952-1955) Perón, que ejerció el poder
limitando el accionar de la oposición y censurando a la prensa, impulsó una
política que combinaba el impulso de la industria, el empleo, las
comunicaciones y los transportes, con la acción social desarrollada por Eva
Perón a través de la construcción de hospitales, escuelas, hogares para
niños y ancianos, y ayuda económica para los más pobres.

“Revolución libertadora” (1955-1958)


En 1955 un golpe militar con amplio apoyo político y social derrocó a Perón,
quien marchó al exilio. Tras el breve interregno de Lonardi, militar de corte
nacionalista y católico, un nuevo golpe de comando puso al Ejército,
representado por Pedro Eugenio Aramburu, y a la Marina, representada por
Isaac Rojas, a la cabeza de un gobierno, cuyo objetivo medular era eliminar
al peronismo de la vida nacional, apuntando fundamentalmente al
movimiento obrero. El decreto 4161 y los fusilamientos de junio de 1956,
máxima expresión de la reacción, se combinaron con la reforma de la
constitución (1957) y la implementación de un proyecto económico
liberal ideado por Raúl Prebisch, que buscaba desmontar el modelo
peronista y lograr la “estabilización” económica con el respaldo del FMI. En
este marco de violenta persecución, comenzó la denominada “resistencia
peronista”, que se extendió también a numerosos sectores populares no
peronistas. No sin oposición interna, el régimen militar concedió una
apertura electoral que creyó controlar y que dio paso al período de las
democracias condicionadas encabezadas por gobiernos radicales.

Frondizi e Illia (1958-1966)


En 1958 el líder de la Unión Cívica Radical Intransigente, Arturo Frondizi,
llegó al gobierno tras sellar una alianza con Perón. Sin embargo, su política
desarrollista, llevada a cabo mediante la contratación de empresas
extranjeras para la extracción de petróleo y la gestión de un crédito del
FMI, condicionado a la implementación de medidas liberales, no tardaron
en granjearle la hostilidad del peronismo. Para hacer frente a las
manifestaciones de descontento, el gobierno puso en marcha el “plan
Conintes”, que otorgó al Ejército la facultad de arrestar, detener e
interrogar a gremialistas y opositores. Su política exterior y el triunfo del
peronismo en las elecciones de 1962 precipitaron un nuevo golpe de
estado. Procurando salvar la institucionalidad, asumió el presidente del
Senado, el radical José María Guido, cuyo gobierno estuvo tutelado desde
las filas castrenses. Las elecciones presidenciales de 1963, con proscripción
del peronismo, llevaron a la presidencia a Arturo Illia, de la Unión Cívica
Radical del Pueblo. La anulación de los contratos petroleros, la Ley de
Medicamentos y un aumento en la inversión en salud y educación
cosecharon hostilidad en el empresariado. El peronismo, especialmente su
base sindical, y la prensa llevaron adelante una fuerte campaña contra el
líder radical, dejando el terreno libre para que, una vez más las Fuerzas
Armadas, asestaran un nuevo golpe a la democracia. El 28 de junio de
1966, Juan Carlos Onganía asumió de facto el mando del país. Contaba,
una vez más, con amplio apoyo político y social.

La “Revolución argentina” (1966-1973)


El general Juan Carlos Onganía aplicó, con apoyo del FMI, un fuerte
programa liberal orientado a satisfacer los intereses de los grandes grupos
económicos, al tiempo que, bajo los auspicios de la Doctrina de la
Seguridad Nacional impulsada por Estados Unidos, convirtió la persecución
del peronismo en la del comunismo y de las guerrillas. Implantó una rígida
censura, que alcanzó a toda la prensa y a todas las manifestaciones
culturales, incluyendo la intervención de las universidades y la expulsión de
profesores opositores, que derivó en lo que se conoce como la “fuga de
cerebros”. Sin embargo, las movilizaciones estudiantiles, las insurrecciones
populares (como el Cordobazo) y la organización guerrillera debilitaron al
gobierno provocando un golpe interno. En junio de 1970 asumiría Roberto
Levingston, de corte nacionalista, que no lograría contener las protestas
populares y la actividad guerrillera. Una segunda manifestación popular en
Córdoba, conocida como el “Viborazo”, dio por tierra con este nuevo
gobierno. En marzo de 1971, asumió Alejandro Agustín Lanusse, quien
propugnó una política conciliatoria, a través del GAN (Gran Acuerdo
Nacional), permitiendo el regreso de Juan Domingo Perón y convocando a
elecciones nacionales sin proscripciones para el peronismo. En marzo de
1973, el triunfo sería para los candidatos de esa fuerza, Héctor Cámpora y
Vicente Solano Lima.

Vuelta de Perón (1973-1976)


Entre 1973 y 1976 gobernó nuevamente el peronismo con cuatro
presidentes (Cámpora, 1973; Lastiri, 1973; Perón, 1973-1974; e Isabel
Perón 1974-1976), quienes intentaron retomar algunas de las medidas
sociales del primer peronismo, como el impulso de la industria y la acción
social, el mejoramiento de los sueldos y el control de precios. Pero los
conflictos internos del movimiento peronista y la guerrilla, sumados a la
crisis económica mundial de 1973, complicaron la situación, que se agravó
aún más con la muerte de Perón en 1974 y la incapacidad de su sucesora,
Isabel Perón, de conducir el país. Esta crisis fue aprovechada para terminar
con el gobierno democrático y dar un nuevo golpe militar, que contó una
vez más con un amplio respaldo civil.

Dictadura (1976-1983)
La dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983 contó con el
decisivo respaldo de los grandes grupos económicos nacionales y el
financiamiento permanente de los grandes bancos internacionales y los
organismos internacionales de crédito, como el Banco Mundial y el FMI. El
saldo de su gestión fue el de miles de muertos y desaparecidos, centenares
de miles de exiliados, la derrota del Ejército argentino en Malvinas, la
multiplicación de la deuda externa por cinco, la destrucción de gran parte
del aparato productivo nacional y la quiebra y el vaciamiento de la totalidad
de las empresas públicas a causa de la corrupción de sus directivos y de la
implementación de una política económica que beneficiaba a los grupos
económicos locales y extranjeros.

Raúl Alfonsín (1983-1989)


El 10 de diciembre de 1983, después de casi veinte años, el radicalismo
volvía al gobierno tras el triunfo de Raúl Alfonsín. Empujado por la fuerza
de los organismos de derechos humanos que nacían tras la feroz represión
militar, el líder radical abrió las puertas a las denuncias y a una primera
investigación sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la
dictadura, que se reflejó en el informe de la CONADEP y que permitió que
fueran juzgadas las cúpulas militares en el Juicio a las Juntas. Aunque
insuficiente para algunos organismos, la política de derechos humanos de
Alfonsín fue severamente atacada por amplios sectores militares, que
produjeron el movimiento carapintada, los retrocesos hacia las Leyes de
Obediencia Debida y Punto Final, y el último intento guerrillero que culminó
en la masacre de La Tablada. Pero lo que había cambiado sustancialmente
eran las bases económicas. Con el creciente poderío de los grupos
financieros y un mecanismo de endeudamiento externo incontrolable,
Alfonsín cedió ante las recetas liberales y no logró reencauzar una
economía desindustrializada y anémica. Con escaso apoyo social, frente a
un peronismo conspirativo y con los grupos económicos en contra, la
hiperinflación obligó a Alfonsín a renunciar antes de tiempo. Vendría el
tiempo del “menemato”.

Carlos Menem (1989-1999)


La caída del Muro de Berlín y el fin de la era del mundo bipolar se
combinaron con el avance de Estados Unidos hacia la región
latinoamericana, cuya formulación más emblemática en materia económica
fue el Consenso de Washington, una serie de medidas que establecían la
aplicación en América Latina de un proyecto de corte neoliberal. Carlos
Menem, el candidato peronista que accedió a la presidencia en 1989,
procedió paradójicamente a implementar este programa, que se encontraba
en las antípodas de su prédica electoral y de los postulados históricos del
peronismo. La privatización de empresas estatales, como YPF, Aerolíneas
Argentinas, Entel, Gas del Estado, entre otras, fue acompañada por una
apertura indiscriminada del mercado a los productos y capitales extranjeros
y por una política de “relaciones carnales” con los Estados Unidos. El
proyecto se completó con el Plan de Convertibilidad monetaria impulsado
por Domingo Cavallo y las renegociaciones de la deuda externa, que
provocaron una mayor dependencia y endeudamiento. El modelo suscitó el
apoyo de los sectores medios, que inicialmente se vieron beneficiados por
la política monetaria y de importación. Pero pronto comenzaron a hacerse
visibles los efectos devastadores en términos sociales y culturales, con una
explosión de la desocupación y de la pobreza, y con la visibilidad e
impunidad de la corrupción a gran escala. A ello se sumaba una política de
“reconciliación” plasmada con los indultos a las cúpulas militares que
implementaron el Terrorismo de Estado y también a las guerrilleras. El
descontento social no se hizo esperar y algunos estallidos populares
(Santiagueñazo y piqueteros en CutralCó y General Mosconi) fueron
acompañados por la convergencia política de amplios sectores en lo que
terminaría conformando el crítico y progresista espacio del FREPASO y la
posterior moderada Alianza en 1997, que con Fernando de la Rúa a la
cabeza, pondría fin al gobierno menemista en 1999, pero no al modelo
neoliberal implementado.

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