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Sacramentos y tabúes
He aquí dos palabras técnicas nacidas en contextos distintos y que sirven para designar
los dos aspectos principales de lo sagrado, algo así como su anverso y su reverso. Se
trata de establecer los dos extremos de una categoría que queremos rescatar, en aras a
la Nueva Evangelización.
La primera tuvo su origen en el ámbito jurídico del mundo romano: un juramento al que se
unía una sacratio, esto es, el establecimiento de una pena especialmente gravosa para el
que incumplía el juramento. El incumplidor se convertía en sacer, su suerte quedaba
reservada a los dioses y se sustraía a la jurisdicción humana. Por esa razón, cualquiera
podía matarlo sin incurrir en delito. Este juramento que comportaba una consagración de
la persona se denominaba sacramento. El escritor cristiano que popularizó este término
para aplicarlo a los "misterios" cristianos fue Tertuliano. A partir de él, Ambrosio de Milán y
Agustín de Hipona desarrollarán ya una teología sacramentaria, aunque todavía
imprecisa. Especialmente, este último pasó a identificar lo específico del sacramento
como un signo sagrado: "el signo es una cosa que además de la imagen de sí que pone
en los sentidos, hace que de sí venga al pensamiento otra cosa distinta". Por este camino
ha seguido la teología sacramentaria posterior hasta llegar a nuestros tiempos.
Ya tenemos aquí la cara y la cruz de lo sagrado. Dos parámetros culturales que conviene
tener en cuenta en la Nueva Evangelización. De una parte, lo sagrado está unido a la
presencia de signos que manifiestan una trascendencia, es decir, pueden interpretarse
como hitos o señales indicadoras del camino de la vida; por otra, aparece más bien como
límite o prohibición.
Manifestaciones marcadas por signos que nos hacen visible la fuerza y la acción de Dios.
Los sacramentos y la liturgia que se organiza en torno a ellos, son los momentos en que
"actuamos" y captamos el sentido profundo de nuestra existencia, en especial de sus
momentos más decisivos. En este sentido, son la cumbre de una cultura cristiana, de toda
cultura cristiana; son la experiencia más viva de nuestra existencia; no son sólo una
reflexión, sino un actuar. Sin ellos, el resto se fragmenta y debilita: la fe se vuelve
demasiado subjetiva (vacía), la comunidad se vuelve más sociológica que fundada en la
iniciativa de Dios, en la caridad de Cristo, el enfoque de la vida, más ideológico que
místico.
Una característica particular de los sacramentos es que son "indelebles", es decir, "que no
se pueden borrar". Dicho en otras palabras, el sacramento que se ha recibido es una
gracia que queda permanentemente en nosotros, lo que no significa que nuestras
acciones sean siempre en conformidad con ella, sino que están permanentemente en
nosotros apuntando hacia nuestra verdadera vocación de hijos de Dios.
Cada uno de ellos se "viven" durante toda la vida, pero se reciben en momentos
adecuados. En este sentido, para recibir cada uno de ellos se ha de cumplir una
preparación especial que implica asumir el sacramento con real responsabilidad y
compromiso.
Ejemplo:
BAUTISMO
El Bautismo es el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma, que nos injerta como
miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Es el fundamento de toda la vida cristiana y la
puerta que abre el acceso a otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del
pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos
incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.
Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la
muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor
podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en
la comunión con Dios y con los hermanos.
Estamos llamados a vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad actual en nuestra
existencia. Si logramos seguir a Jesús y permanecer en la Iglesia, incluso con nuestros
límites, con nuestras fragilidades y nuestros pecados, es precisamente por el Sacramento
en el cual hemos sido convertidos en nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo.
Es en virtud del Bautismo, en efecto, que, liberados del pecado original, hemos sido
injertados en la relación de Jesús con Dios Padre; que somos portadores de una
esperanza nueva, porque el Bautismo nos da esta esperanza nueva: la esperanza de ir
por el camino de la salvación, toda la vida. Gracias al Bautismo somos capaces de
perdonar y amar incluso a quien nos ofende y nos causa el mal; logramos reconocer en
los últimos y en los pobres el rostro del Señor que nos visita y se hace cercano. El
Bautismo nos ayuda a reconocer en el rostro de las personas necesitadas, en los que
sufren, incluso de nuestro prójimo, el rostro de Jesús. Todo esto es posible gracias a la
fuerza del Bautismo.
CONFIRMACIÓN
Se infunde en nosotros su Espíritu Santo, cuya acción impregna a toda la persona y toda
la vida, nos da siete dones (Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y
temor de Dios). Cuando acogemos el Espíritu Santo en nuestro corazón y lo dejamos
obrar, Cristo mismo se hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida; a través
de nosotros, será Él, quien reza, perdona, infunde esperanza y consuelo, sirve a los
hermanos, se hace cercano a los necesitados y a los últimos, crea comunión, siembra
paz.
EUCARISTÍA
Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, la misa, nos hace ya
intuir lo que estamos por vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se
encuentra el altar, que es una mesa, cubierta por un mantel, y esto nos hace pensar en
un banquete. Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre ese altar se ofrece el
sacrificio de Cristo: es Él el alimento espiritual que allí se recibe, bajo los signos del pan y
del vino. Junto a la mesa está el ambón, es decir, el lugar desde el que se proclama la
Palabra de Dios: y esto indica que allí se reúnen para escuchar al Señor que habla
mediante las Sagradas Escrituras, y, por lo tanto, el alimento que se recibe es también su
Palabra.
RECONCILIACIÓN
El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu
Santo, que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia que brota
incesantemente del corazón abierto de par en par de Cristo crucificado y resucitado. En
segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el
Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en la paz. Y esto lo hemos
sentido todos en el corazón cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un
poco de tristeza; y cuando recibimos el perdón de Jesús estamos en paz, con esa paz del
alma tan bella que sólo Jesús puede dar, sólo Él.
El sacramento de la Unción de los enfermos tiene por fin conferir una gracia especial al
cristiano que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad grave o
vejez. Es un acto de reconciliación y aceptación de la voluntad de Dios, ponerse en sus
manos y esperar confiados en su voluntad, uniendo nuestro dolor y nuestro sufrimiento al
sufrimiento y al dolor de Cristo en la cruz, para ser liberados con Él en la plenitud de los
tiempos. Cada vez que celebramos ese sacramento, el Señor Jesús, en la persona del
sacerdote, se hace cercano a quien sufre y está gravemente enfermo, o es anciano.
Es Jesús mismo quien llega para aliviar al enfermo, para darle fuerza, para darle
esperanza, para ayudarle; también para perdonarle los pecados. Y esto es hermoso. No
hay que pensar que esto es un tabú, porque es siempre hermoso saber que en el
momento del dolor y de la enfermedad no estamos solos: el sacerdote y quienes están
presentes durante la Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comunidad
cristiana que, como un único cuerpo nos reúne alrededor de quien sufre y de los
familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza, y sosteniéndolos con la oración y el
calor fraterno. Pero el consuelo más grande deriva del hecho de que quien se hace
presente en el sacramento es el Señor Jesús mismo, que nos toma de la mano, nos
acaricia como hacía con los enfermos y nos recuerda que le pertenecemos y que nada
podrá jamás separarnos de Él.
ORDEN SACERDOTAL
Sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue siendo
ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio
apostólico en su triple dimensión de santificar, enseñar y gobernar. Comprende tres
grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado. El sacramento del Orden
Sacerdotal está al servicio de la comunidad y de la construcción del Reino. Sólo en ella,
en la comunidad, en el servicio a ella éste ministerio logra su plenitud.
MATRIMONIO
La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima
comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el mismo
Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la
generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por
Cristo Señor a la dignidad de sacramento. El sacramento del matrimonio, recibido con las
debidas disposiciones, confiere la gracia de Jesucristo que ayudará a los esposos a
santificarse en todas las circunstancias de su vida conyugal, porque Dios no nos
abandona nunca en nuestra vocación, y el matrimonio es una vocación, un camino hacia
la santidad.
Los padres deben dar ejemplo con naturalidad de cómo vivir la vida y las tradiciones
cristianas. Los hijos deben saber que sus padres tratan a Dios todos los días, que
procuran recibir los sacramentos con frecuencia y asistir a la Santa Misa los domingos y
otras fiestas. Que veneran al Papa y a la jerarquía de la Iglesia. También evangelizarán
con su ejemplo y su palabra, transmitiendo los valores humanos y cristianos: el amor al
trabajo, el sentido de responsabilidad, el respeto a los mayores y al buen nombre de los
demás; el amor a la verdad, la sinceridad, la vida sencilla, austera y limpia; el saber
compartir con los demás los bienes que tenemos, el ser agradecidos con Dios por todo,
etc.: porque todas esas virtudes las vivió Jesucristo.
Los padres son los primeros iniciadores de la fe en sus hijos. Deben enseñarlos a rezar y
comenzar a explicarles las principales verdades contenidas en el Catecismo. La parroquia
o la escuela perfeccionarán más tarde esa enseñanza. Lo que los padres enseñan en la
infancia, tiene una gran importancia para la vida futura de los hijos.
Crear las disposiciones adecuadas para que sus hijos respondan generosamente
y reciban ese don de Dios.
Deben reconocer que es necesaria la gracia de Dios y los auxilios internos del
Espíritu Santo, porque la fe la da Dios, es un don gratuito que El da a quien se la
pide con rectitud de intención.
Los padres deben rezar por sus hijos.
Deben ayudarles a conocer a Dios y a tratarle como Padre.
Deben preparar y motivar a sus hijos para que por su propia iniciativa, relacionen
su vida cotidiana con Dios.
Deben conocer a sus hijos para ayudarles a superar los obstáculos que a nivel
humano dificulten su vida de fe.
Mantener a toda costa el vínculo familiar en orden a la procreación y a la
educación de los hijos, para ello cuenta con la fe, la oración y la vida virtuosa
consecuente con ellos mismos.
Dar a conocer a los hijos al Dios Amor, para ello la madre tiene que ser fuente de
ternura y seguridad y el padre fuente de autoridad que los proteja sin herirlos.
Educar a los hijos para que realmente sean hijos de Dios a través de Cristo,
porque los padres son el medio por el cual la Encarnación y la Redención pueden
prolongarse. Los medios pueden ser visitar al Santísimo junto con sus padres,
para que comprendan la actitud de éstos, que el mismo Señor está allí realmente
presente.
Enseñar a sus hijos a amar a Aquel que nos lo da todo y a venerar en El, el poder
que todo lo gobierna, apoyándonos en las necesidades que tiene el niño, pues
éste ama a quien provee de ellas con olvido de sí mismo y así cuando haya cosas
que no pueda realizar, porque no es el momento oportuno y para todo hay límites,
experimentaría la existencia de fuerzas invisibles que le harán acudir a Dios Padre
como al más poderoso.
Mantener en la familia la relación viva con Dios, mediante el rezo en común,
siendo éste uno de los momentos más sagrados e impresionantes y nunca
costumbre obligatoria y molesta.
BIBLIOGRAFÍA
http://www.parroquiacorral.com/sacramentos.htm
http://carlosaedo.files.wordpress.com/2008/06/89-vivir-los-sacramentos.pdf
http://www.vatican.va/news_services/liturgy/insegnamenti/documents/
ns_lit_doc_sacramenti-sacramentali-papa-francesco_sp.html
https://www.youtube.com/watch?v=6qnZXQkLPN0 sacramentos
http://www.aciprensa.com/Familia/familiaplandedios.htm
http://www.mercaba.org/FICHAS/Familia/los_hijos_y_la_vida_de_fe.htm