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DIÓCESIS DE IBARRA

CURSO BÁSICO PARA ACÓLITOS


II. TEOLOGÍA EUCARÍSTICA
VICARÍA EPISCOPAL DE LAICOS 2022

Tema 6. El culto a la Eucaristía

Tutor: diác. Adrián Paspuel


Candidato: Luis Pinzón Barriga
Parroquia: San Juan Diego

«Todo rito y culto que quiera llamarse cristiano debe integrar la fe y la vida.
Cualquier intento de convertir la celebración de la vida, muerte y
resurrección de Jesucristo en un acto de piedad individual al margen de la
vida personal, comunitaria y social se aleja del mandato “hagan esto es
memoria mía”»
(Lc 22; Mc 14; Mt 26; 1Co 11)

Para iniciar es necesario diferenciar el rito del culto, así el culto fundamenta al rito, pero
el rito no fundamenta al culto; "Hay al menos una característica que, en gran número
de casos, basta para diferenciar al mito religioso: su relación con el culto" (...) "un
culto está constituido por relaciones regulares entre lo profano y lo sagrado como tal".
Según Durkheim, la característica principal y distintiva del culto consiste en su carácter
periódico, esto es, su reiteración en fechas prefijadas en las que toda la comunidad se
reúne (cohesión social).

Un rito (a veces llamado ritual) es una ceremonia que se realiza de manera rígida y
reiterada, siempre de la misma manera, aunque en años o períodos de tiempo distintos, y
que tiene fines conmemorativos, religiosos, simbólicos o sociopolíticos. Generalmente,
los ritos se inscriben (y son dictados por) una iglesia o tradición religiosa específica.

Los ritos suelen consistir en la expresión de un contenido simbólico o narrativo,


usualmente de origen mitológico o religioso. Según lo dicte la tradición, pueden llevarse
a cabo a través de distintas acciones rituales, en el marco de festividades, celebraciones
o días específicos, y a menudo de la mano de sacerdotes o personas investidas de cierta
autoridad social o mística.

El culto se encuentra directamente relacionado a una acción realizada para adorar a una
determinada deidad, los ritos en cambio a pesar de que en ocasiones también se
vinculan a actividades dedicadas a deidades o actos religiosos no necesariamente se
encuentran vinculados a ellos, ya que un rito puede ser también un acto de iniciación o
un acto no religioso.
De modo que la diferencia concreta entre estos dos es que el culto se relaciona
directamente con una religión y el rito no se relaciona con religiones de forma
necesaria.

La Iglesia Católica marca los grandes momentos de nuestras vidas con oraciones y
rituales que traen la presencia de Dios a nuestra vida cotidiana y nos fortalecen con su
gracia. La Oficina para el Culto Divino ha preparado guías para algunas de estas
ceremonias con el fin de ayudar a los católicos a entender mejor esta parte de su
patrimonio de fe.

La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la creación (luz,


agua, fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de la salvación
(los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe y asumidos por la fuerza del
Espíritu Santo, estos elementos cósmicos, estos ritos humanos, estos gestos del recuerdo
de Dios se hacen portadores de la acción salvífica y santificadora de Cristo.

El término «cristiano», con el que se designa habitualmente a los miembros de la


comunidad originada por el Evangelio de Cristo no es frecuente ni común en la época
de sus orígenes. Por lo que respecta a su aparición en el Nuevo Testamento, el nombre
«cristiano» es usado únicamente en tres ocasiones (Hch 11, 26; 26, 28; 1 P 4, 16),
mientras que son otros los términos más frecuentes para significar a los que han elegido
el Evangelio como norma de vida. Éstos son llamados comúnmente «santos» (59 veces),
«hermanos» (109 veces, exceptuando las formas de vocativo), «discípulos» (usado hasta
29 veces sólo en los Hechos), o incluso «seguidores del camino» (Hch 9, 2). Así pues,
la denominación «cristiano» no es la más acostumbrada ni siquiera la primera en el
orden cronológico.

La noticia del nuevo nombre atribuido a los discípulos de Cristo la da san Lucas en el
contexto de la predicación a los paganos de Antioquía por parte de los discípulos del
Evangelio fugitivos de Jerusalén, con motivo de la persecución originada por los judíos.
El texto lucano dice expresamente: «Estuvieron juntos en aquella iglesia un año entero y
adoctrinaron a una gran muchedumbre. Fue en Antioquía donde los discípulos
recibieron por primera vez el nombre de cristianos» (Hch 11, 26).

En los primeros siglos de la Iglesia la identidad del cristiano, y también la


autoconciencia del verdadero cristianismo se define por la contraposición con los demás
contemporáneos, con los «otros». En el contexto de la cita lucana de los Hechos de los
Apóstoles se pueden distinguir tres clases de personas: los perseguidores que son los
judíos; los perseguidos, es decir los denominados cristianos, y aquellos a quienes se
dirige la predicación, o sea, los paganos.

Un cristiano es quien ha nacido de nuevo lo cual significa nacer en forma espiritual en


su bautismo, es una persona que ha puesto su fe y confianza en la persona de Jesucristo.
Que reconoce que Él murió en la cruz como pago por todos nuestros pecados y que

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resucitó al tercer día de entre los muertos y está sentado a la derecha a Dios Padre todo
poderoso.

Hay cristianos que sin culpa desconocen algunas verdades (eucaristía, confesión, etc.)
Pero quien desprecia las doctrinas que conoce se hace culpable. El cristiano debe
esforzarse por conocer la doctrina verdadera y completa (ortodoxia) y practicarla
(ortopraxis).

La palabra resurrección proviene del latín resurrectio, que quiere decir levantarse de
nuevo, resurgir o alzarse una vez más. Con esta palabra se designa a la acción y efecto
de resucitar, de volver a la vida derrotando a la muerte.

Para los creyentes, la resurrección confirma el origen divino de Jesús, pues en el marco
del pensamiento religioso, resucitar en un poder atribuido exclusivamente a Dios. Así,
el acto de la resurrección de Jesús es prueba de su naturaleza divina y es, al mismo
tiempo, promesa y esperanza para todos los cristianos.

La muerte y la resurrección de Jesús son los acontecimientos más importantes en la


teología cristiana. Ellos forman el punto en las Escrituras donde Jesús da su última
demostración de que él tiene poder sobre la vida y la muerte, por lo que tiene la
capacidad de dar a la gente la vida eterna.

«Jesús venció a la muerte y, con ello, abrió el camino para renacer a una vida nueva»,
agrega. San Pedro, en su Primera Carta, refiere: «Mediante la Resurrección de
Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una
herencia incorruptible, intachable e inmarcesible».

Existen teorías contrarias a la resurrección como: la teoría del desvanecimiento


de aquellos que afirman que Cristo no murió realmente en la cruz, que su supuesta
muerte fue un desvanecimiento temporal, y su resurrección simplemente un volver a la
conciencia.

Teoría de la Imposición, se dice que los discípulos robaron el cuerpo de Jesús de la


tumba, y luego proclamaron a los hombres que su Señor había resucitado.

Teoría de la Visión, el estado de mente de los discípulos era el de un gran entusiasmo;


atesoraban el recuerdo de Cristo con un afecto tal que les hacía casi imposible pensar
que se había ido. En breve, su estado de mente era tal que necesitaba la más mínima
chispa para encender una llamarada. La chispa la proveyó María Magdalena, y la llama
inmediatamente se propagó con la rapidez y la fuerza de una conflagración. Lo que ella
creyó haber visto, otros inmediatamente pensaron que tenían también que verlo.

La Eucaristía es verdaderamente fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia,


el camino de iniciación cristiana tiene como punto de referencia la posibilidad de

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acceder a este sacramento, nunca debemos olvidar que somos bautizados y confirmados
en orden a la Eucaristía. Esto requiere el esfuerzo de favorecer en la acción pastoral una
comprensión más unitaria del proceso de iniciación cristiana. El sacramento del
Bautismo, mediante el cual nos configuramos con Cristo, nos incorporamos a la Iglesia
y nos convertimos en hijos de Dios, es la puerta para todos los sacramentos. Con él se
nos integra en el único Cuerpo de Cristo, pueblo sacerdotal. Sin embargo, la
participación en el Sacrificio eucarístico perfecciona en nosotros lo que nos ha sido
dado en el Bautismo. Los dones del Espíritu se dan también para la edificación del
Cuerpo de Cristo y para un mayor testimonio evangélico en el mundo. Así pues, la
santísima Eucaristía lleva la iniciación cristiana a su plenitud y es como el centro y el
fin de toda la vida sacramental.

Se ha de tener siempre presente que toda la iniciación cristiana es un camino de


conversión, que se debe recorrer con la ayuda de Dios y en constante referencia a la
comunidad eclesial, ya sea cuando es el adulto mismo quien solicita entrar en la Iglesia,
como ocurre en los lugares de primera evangelización y en muchas zonas secularizadas,
o bien cuando son los padres los que piden los Sacramentos para sus hijos. A este
respecto, deseo llamar la atención de modo especial sobre la relación que hay entre
iniciación cristiana y familia. En la acción pastoral se tiene que asociar siempre la
familia cristiana al itinerario de iniciación. Recibir el Bautismo, la Confirmación y
acercarse por primera vez a la Eucaristía, son momentos decisivos no sólo para la
persona que los recibe sino también para toda la familia, la cual ha de ser ayudada en su
tarea educativa por la comunidad eclesial, con la participación de sus diversos
miembros.

A partir de las afirmaciones fundamentales del Concilio Vaticano II, se ha subrayado


varias veces la importancia de la participación activa de los fieles en el Sacrificio
eucarístico. Para favorecerla se pueden permitir algunas adaptaciones apropiadas a los
diversos contextos y culturas. Sin duda, la plena participación en la Eucaristía se da
cuando nos acercamos también personalmente al altar para recibir la Comunión. No
obstante, se ha de poner atención para que esta afirmación correcta no induzca a un
cierto automatismo entre los fieles, como si por el solo hecho de encontrarse en la
iglesia durante la liturgia se tenga ya el derecho o quizás incluso el deber de acercarse a
la Mesa eucarística. Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la
participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa.
En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo,
practicando, por ejemplo, la comunión espiritual, recordada por Juan Pablo II y
recomendada por los Santos maestros de la vida espiritual.

Debido al gran desarrollo de los medios de comunicación social, la palabra


«participación » ha adquirido en las últimas décadas un sentido más amplio que en el
pasado. Todos reconocemos con satisfacción que estos instrumentos ofrecen también
nuevas posibilidades en lo que se refiere a la Celebración eucarística. Eso exige a los
agentes pastorales del sector una preparación específica y un acentuado sentido de

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responsabilidad. En efecto, la santa Misa que se transmite por televisión adquiere
inevitablemente una cierta ejemplaridad. Por tanto, se ha de poner una especial atención
en que la celebración, además de hacerse en lugares dignos y bien preparados, respete
las normas litúrgicas.

Por lo que se refiere al valor de la participación en la santa Misa que los medios de
comunicación hacen posible, quien ve y oye dichas transmisiones ha de saber que, en
condiciones normales, no cumple con el precepto dominical. En efecto, el lenguaje de la
imagen representa la realidad, pero no la reproduce en sí misma. Si es loable que
ancianos y enfermos participen en la santa Misa festiva a través de las transmisiones
radiotelevisivas, no puede decirse lo mismo de quien, mediante tales transmisiones,
quisiera dispensarse de ir al templo para la celebración eucarística en la asamblea de la
Iglesia viva.

El nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola: «Cuando
comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios». El
cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios.
Participar en la asamblea litúrgica dominical, junto con todos los hermanos y hermanas
con los que se forma un solo cuerpo en Jesucristo, es algo que la conciencia cristiana
reclama y que al mismo tiempo la forma. Perder el sentido del domingo, como día del
Señor para santificar, es síntoma de una pérdida del sentido auténtico de la libertad
cristiana, la libertad de los hijos de Dios.

Por eso, convienes que en el día del Señor los grupos eclesiales organicen en torno a la
Celebración eucarística dominical manifestaciones propias de la comunidad cristiana:
encuentros de amistad, iniciativas para formar la fe de niños, jóvenes y adultos,
peregrinaciones, obras de caridad y diversos momentos de oración. Ante estos valores
tan importantes —aun cuando el sábado por la tarde, desde las primeras Vísperas, ya
pertenezca al domingo y esté permitido cumplir el precepto dominical— es preciso
recordar que el domingo merece ser santificado en sí mismo, para que no termine siendo
un día «vacío de Dios».

La forma eucarística de la vida cristiana es sin duda una forma eclesial y comunitaria. El
modo concreto en que cada fiel puede experimentar su pertenencia al Cuerpo de Cristo
se realiza a través de la diócesis y las parroquias, como estructuras fundamentales de la
Iglesia en un territorio particular. Las asociaciones, los movimientos eclesiales y las
nuevas comunidades —con la vitalidad de sus carismas concedidos por el Espíritu Santo
para nuestro tiempo—, así como también los Institutos de vida consagrada, tienen el
deber de dar su contribución específica para favorecer en los fieles la percepción de
pertenecer al Señor (cf. Rm 14,8). El fenómeno de la secularización, que comporta
aspectos marcadamente individualistas, ocasiona sus efectos deletéreos sobre todo en
las personas que se aíslan, y por el escaso sentido de pertenencia. El cristianismo, desde
sus comienzos, supone siempre una compañía, una red de relaciones vivificadas

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continuamente por la escucha de la Palabra, la Celebración eucarística y animadas por el
Espíritu Santo.

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