Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
«Son, pues, cinco las fuentes, como uno las podría llamar, más
productivas de la grandeza de estilo. Como base común a estas cinco formas
se halla el poder de expresión, sin el que no son absolutamente nada. La pri-
mera y más importante es el talento para concebir grandes pensamientos,
como lo hemos definido en nuestro trabajo sobre Jenofonte. La segunda es la
pasión vehemente y entusiasta. Pero estos dos elementos de lo sublime son, en
la mayoría de los casos, disposiciones innatas; las restantes, por el contrario, son
productos de un arte: cierta clase de formación de figuras (éstas son de dos
clases, figuras de pensamiento y figuras de dicción), y, junto a éstas, la noble
expresión, a la que pertenecen la elección de palabras y la dicción
metafórica y artística. La quinta causa de la grandeza de estilo y que
encierra todas las anteriores, es la composición digna y elevada. Pero vamos a
examinar el contenido de cada una de estas formas, anticipando sólo que de
las cinco hay algunas que Cecilio ha pasado por alto, como por ejemplo la
pasión, Si lo hizo porque le [...] pareció que los dos, lo sublime y lo patético,
son una y la misma cosa, que siempre existen y crecen unidas entre sí, está en
un error; pues existen pasiones que no tienen nada que ver con lo sublime y
que son insignificantes, como los lamentos, las tristezas y los temores; y, a
su vez, hay muchas veces sublimidad sin pasión. […]
De la misma forma en los oradores los encomios, los discursos festivos y los
de exhibición contienen siempre majestad y elevación, pero comúnmente
carecen de pasión, por lo que los oradores apasionados rara vez son
buenos en el encomio y los expertos en el encomio, a su vez, no suelen ser
apasionados. Y si Cecilio, además, no pensó en que la pasión en modo
alguno pudiera contribuir a veces [a] lo sublime y por ello no creyó que
fuera digna de mención, estaba de nuevo en un grave error. Yo me
atrevería a asegurar, sin temor alguno, que nada hay tan sublime como
una pasión noble, en el momento oportuno, que respira entusiasmo como
consecuencia de una locura y una inspiración especiales y que convierte
a las palabras en algo divino.
[...]
¿Qué vieron, entonces, aquellos espíritus divinos, que buscando lo más
excelso en el arte de escribir, despreciaron la exactitud en el detalle? Ellos
vieron, además de otras muchas cosas, esto: que la naturaleza no ha
elegido al hombre para un género de vida bajo e innoble, sino que
introduciéndonos en la vida y en el universo entero como en un gran festival,
para que seamos espectadores de todas sus pruebas y ardientes competi-
dores, hizo nacer en nuestras almas desde un principio un amor invencible
por lo que es siempre grande y, en relación con nosotros, sobrenatural. Por
1
esto, para el ímpetu de la contemplación y del pensamiento humano no es
suficiente el universo entero, sino que con harta frecuencia nuestros
pensamientos abandonan las fronteras del mundo que los rodea y, si uno
pudiera mirar en derredor la vida y ver cuan gran participación tiene en
todo lo extraordinario, lo grande y lo bello, sabría, en seguida, para qué
hemos nacido. De aquí que nosotros, llevados de un instinto natural, no
admiramos, por Zeus, los pequeños arroyos, aunque sean transparentes y úti-
les, sino el Nilo, el Danubio, el Rin y, mucho más, el Océano; ni esta pequeña
llama encendida aquí por nosotros nos sorprende más, porque conserva su
luz pura, que los cuerpos celestes, aunque muchas veces se obscurezcan. Ni
pensamos que haya algo más digno de admiración que los cráteres del Etna,
cuyas erupciones lanzan desde su abismo piedras y colinas enteras, y a
veces vierten por delante ríos de aquel fuego titánico y espontáneo. De todo
esto podríamos hacer el comentario de 5 que lo que es útil o también
necesario está al alcance del hombre, pero lo extraordinario es lo que
gana siempre su admiración.
Por lo tanto, cuando hablamos de los grandes genios de la literatura, en
los que la grandeza no es incompatible con el provecho y la utilidad,
tenemos que deducir de aquí que los tales genios, aunque están muy lejos
de una perfección sin faltas, sin embargo, sobrepasan todos el nivel
humano. Todas las demás cualidades prueban a aquellos que las poseen
que son hombres. Lo sublime, por el contrario, los eleva cerca de la grandeza
espiritual de la divinidad. »
2
verdes, los abetos y los nobles cedros, cuyas elevadas copas parecen in-
terminables en el cielo: bajo ellos el resto de los árboles parecen arbustos.
Y aquí un nuevo horror se apodera de nuestros viajeros al ver menguar el
día por las profundas sombras del inmenso bosque que, cerrándose
tupidamente por encima, difunde por debajo la sombra y la noche
eternas. La luz, débil y lóbrega, parece tan horrible como las sombras mismas,
y la profunda quietud de estos lugares impone silencio a los hombres,
conmovidos por los roncos ecos de todos los sonidos en la inmensa caverna
del bosque. Aquí el espacio asombra. El silencio mismo parece elocuente,
mientras que una fuerza desconocida trabaja en la mente y los borrosos
objetos conmocionan el despierto sentido. Se oyen o imaginan voces
misteriosas y diversas formas de deidad parecen presentarse y se
manifiestan de modo más claro en estos sagrados escenarios silvestres,
similares a aquellos antiguos que dieron origen a los templos y favorecieron
la religión del mundo antiguo. Incluso nosotros mismos, que podemos
alcanzar la Divinidad con toda claridad desde tantos lugares luminosos de la
tierra, preferimos estos sitios más oscuros para desgranar ese misterioso ser
que se muestra mejor a nuestros débiles ojos bajo un velo de nubes.
3
esta dispuesto imaginarse aprisionado, cuando la vista está contenida dentro
de un corto recinto, y acortada por todas partes por la cercanía de las
paredes o las montañas. Por el contrario un horizonte espacioso lleva consigo
la imagen de la libertad: los ojos tienen campo para espaciarse en la
inmensidad de las vistas, y para perderse en la variedad de objetos que se
presentan por sí mismos a su observación. Tan extensas e ilimitadas vistas son
tan agradables a la imaginación, como lo son al entendimiento las
especulaciones de la eternidad y del infinito. Mas si a esta grandeza se agrega
la belleza o singularidad, como en un Océano alterado, el cielo adornado de
estrellas y meteoros, o un terreno espacioso variado con [bosques, riscos,]
prados y arroyuelos, se aumenta el placer porque se reúnen sus fuentes o
principios.
Todo lo que resulta adecuado para excitar las ideas de dolor y peligro, es
decir, todo lo que es de algún modo terrible, o se relaciona con objetos terribles,
o actúa de manera análoga al terror, es una fuente de lo sublime; esto es,
produce la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir. Digo la
emoción más fuerte, porque estoy convencido de que las ideas de dolor son
mucho más poderosas que aquéllas que proceden del placer. Sin duda alguna,
los tormentos que tal vez nos veamos obligados a sufrir son mucho mayores por
cuanto a su efecto en el cuerpo y en la mente, que cualquier placer sugerido
por el voluptuoso más experto, o que pueda disfrutar la imaginación más viva y el
cuerpo más sano y de sensibilidad más exquisita. Ahora bien, dudo mucho que no
haya hombres que se pasen la vida con las mayores satisfacciones, aun al precio
de acabar en los tormentos que la justicia infligió en pocas horas al
desgraciado último rey de Francia. Pero, como el dolor es más fuerte al actuar
que el placer, la muerte en general es una idea que nos afecta mucho más que
el dolor; porque hay muy pocos dolores, por exquisitos que sean, que no se pre-
fieran a la muerte. Lo que hace de ordinario que el dolor sea más doloroso, si esto
puede decirse, es que se considera como un emisario del rey de los terrores.
Cuando el peligro o el dolor acosan demasiado, no pueden dar ningún deleite, y
son sencillamente terribles; pero, a ciertas distancias y con ligeras modificaciones,
pueden ser y son deliciosos, como experimentamos todos los días. Procuraré
investigar la causa de esto más adelante.
PARTE II
De la pasión causada por lo sublime
4
alto; los efectos inferiores son admiración, reverencia y respeto.
El temor
SECCIÓN VI
La privación
Todas las privaciones generales son grandes, porque todas son terribles; la
Vacuidad, la Oscuridad, la Soledad y el Silencio. Con qué imaginación fogosa,
aunque con qué juicio tan severo, acumuló Virgilio todas estas circunstancias,
allí donde cree que deberían unirse todas las imágenes de una inmensa
dignidad en la boca del infierno, y allí donde, antes de revelar los secretos de
las grandes profundidades, parece apoderarse de él un horror religioso, y que
se retira estupefacto ante la osadía de sus designios:
Dii quibus imperium est animarum, umbraeque silentes!
Et Chaos, et Phlegethon, loca nocte silentia late,
Sit mihi fas audita loqui; sit numine vestro,
Pandere res alta terra et caligine mersas.
Ibant obscuri, sola sub nocte, per umbram,
Perque domos Ditis vacuas, et inania regna1
SECCIÓN VII
La vastedad
La Grandeza de dimensiones es una causa poderosa de lo sublime. Esto es
demasiado evidente, y la observación demasiado común, para necesitar
ilustración: no es tan común considerar de qué manera la grandeza de
1
¡Dioses que tenéis el mando de las almas, sombras silenciosas, / Caos y Flegetonte, lugares muy silenciosos de
noche! / ¡Qué me sea lícito contar lo escuchado; que pueda, con vuestro acuerdo, referir los misterios ocultos en la
profunda tierra y las tinieblas! / Marchaban en la oscuridad por la noche solitaria, atravesando la sombra / y las vacías
mansiones y solitarios reinos de Plutón.
5
dimensiones, y la vastedad de extensión o cantidad, provoca el efecto más
sorprendente. Pues, ciertamente, hay maneras y modos, por los que la misma
cantidad de extensión producirá efectos mayores de los que se ve que
provoca en otros. La extensión se aplica tanto a la longitud, como a la altura y
a la profundidad. La longitud es la que menos sorprende; cien metros de suelo
nunca provocarán un efecto similar al de una torre de cien metros de alto, o
de una roca o montaña de la misma altura. Tiendo a imaginar que la altura,
por consiguiente, es menos grandiosa que la profundidad; que nos sorprende
más mirar hacia abajo, desde un precipicio, que mirar hacia arriba a un objeto
de la misma altura; aunque de esto no estoy muy seguro. Una perpendicular
tiene más fuerza para formar lo sublime, que un plano inclinado; y los efectos
de una superficie rugosa y quebrada parecen más fuertes que los de una lisa y
pulida. Nos desviaría mucho de lo nuestro entrar aquí en la causa de estas
apariencias; pero, es cierto que éstas procuran un campo amplio y fructífero
para la especulación. Sin embargo, tal vez no sea oportuno agregar a estas
observaciones sobre la magnitud, que, en la medida en que el gran extremo
de la dimensión es sublime, el último extremo de la pequeñez también es en
cierto modo sublime: cuando nos detenemos en la infinita divisibilidad de la
materia, y cuando buscamos la vida animal en seres excesivamente
pequeños, aunque organizados, que escapan a la más minuciosa
investigación de los sentidos; y cuando llevamos nuestros descubrimientos más
lejos, y consideramos aquellas criaturas pertenecientes a grados inferiores, al
igual que la escala de la existencia aún en disminución, en cuyo seguimiento
se pierden la imaginación y los sentidos; nos asombran y confunde los
prodigios de lo diminuto, y no podemos distinguir los efectos de la extrema
pequeñez desde la misma vastedad. Pues, la división tiene que ser infinita al
igual que la adición, porque la idea de una unidad perfecta no se puede
alcanzar mejor que la de un todo completo, al que nada puede añadirse.
SECCIÓN VIII
La infinidad
Otra fuente de lo sublime es la infinidad; si ésta no pertenece más bien a lo
último. La infinidad tiene una tendencia a llenar la mente con aquella especie
de horror delicioso que es el efecto más genuino y la prueba más verdadera
de lo sublime. Pocas son las cosas que puedan convertirse en objeto de
nuestros sentidos, y que realmente son infinitas por su naturaleza. Pero, ya que
nuestros ojos no son capaces de percibir los límites de muchas cosas, éstas
parecen ser infinitas, y producen los mismos efectos que si realmente lo fueran.
Nos engañamos igualmente si las partes de un objeto amplio se prolongan
indefinidamente, de manera que la imaginación no encuentra obstáculo que
pueda impedir que éstas se extiendan a placer.
6
Immanuel KANT, Crítica de la facultat de jutjar, Ed. 62, Barcelona, p. 210, 215,
227-28.
LLIBRE SEGON
Analítica del sublim
7
sublimitat únicament en l’ànim de l'emissor de judicis, no en l'objecte de la
natura; és gracies a l'apreciació de l'objecte que es produeix aquesta
disposició de l'esperit. Qui voldria designar com a sublim masses muntanyoses
sense cap figura concreta, apilonades l'una sobre l'altra en un desordre
salvatge, amb les seves piràmides de gel, o la mar tètrica i enfuriada, etc.?
Però, en la seva pròpia apreciació, l’ànim se sent elevat quan, en contemplar
aquests elements, sense consideració de la seva forma, s'abandona a la
imaginació i a una raó unida a ella — que procedeix sense cap fi determinat i
només per eixamplar-la — i, tanmateix, constata que tot l'abast de la
imaginació és inadequat a les idees de la raó.