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2.2 El culte renaixentista a la bellesa i recerca del bell en les teories clàssiques.

Fragments de L. B. Alberti, M. Ficino, Giovanni Pico della Mirandola i G. Bruno

Leon Battista ALBERTI (1401-1472), De la pintura (1435)

“Así todas estas cosas el pintor estudioso conocerá de la naturaleza, y con much afrecuencia las
examinará para ver cómo son y estará continuamente investigando y lo hace con los ojos y la
mente atentos. Observará el regazo de quien está sentado; observará cuán dulcemente cuelgan
las piernas del que está sentado, notará quién tiene erguido todo el cuerpo, y no habrá parte
alguna de la que no sepa su función y su medida. Y de todas las partes le gustará no solo
representar el parecido sinó además añadirles belleza, pero en la pintura la hermosura no es
menos grata que requerida.”

De Re Aedificatoria (1452, 1ª ed. 1485), Akal, Madrid, 1991, L. VI, Cap. II, p. 246.

“Pero qué son en sí la belleza y la ornamentación, o qué diferencias hay entre ellas, puede que lo
comprendamos en nuestro interior con mayor claridad de la que yo sea capaz de desplegar con
mis palabras. No obstante nosotros, por nuestra parte, y por mor de la brevedad, lo definiremos
del modo siguiente: la belleza es la armonía entre todas las partes del conjunto, conforme a una
norma determinada, de forma que no sea posible reducir o cambiar nada sin que el todo se vuelva
más imperfecto.”

Marsilio FICINO, Theologia Platónica, Lib. III, cap. 2; I, 117 i s.

“El alma alberga en sí las imágenes de las entidades divinas, de las que depende, como los
fundamentos y los prototipos de las cosas inferiores, que en cierto modo crea por su propia
cuenta. Es el centro del universo y en ella se citan y condensan las fuerza de todo. Se adentra en
todo, pero sin abandonar una parte cuando se dirige a otra, puesto que es el verdadero engarce
de las cosas. De aquí que podamos llamarla con razón el centro de la naturaleza, el foco del
universo, la cadena del mundo, la faz de todo y el nexo y vínculo de todas las cosas.

Toda cosa sensible tiende, por virtud de su propia naturaleza, a remontarse a su origen espiritual y
superior, pero esta reversión interior no puede operarse en las cosas mismas ni en las sustancias
espirituales que se hallan sobre nosotros o en torno nuestro, sino solamente en el alma del
hombre. Solamente ella puede empaparse plenamente con la consideración de lo concreto y lo
material sin dejarse aprisionar por ello; solamente ella puede elevar las mismas percepciones de
los sentidos al plano de lo general y lo espiritual.

“Y así, el rayo divino que se derrama sobre el mundo inferior vuelve a proyectarse, gracias
a ella, hacia las regiones más altas. Es el espíritu humano quien restaura el universo estremecido,
pues gracias a su actividad se depura y esclarece de continuo el mundo corpóreo, acercándose
diariamente más y más al mundo espiritual, del que en su día emanó.”

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Giovanni Pico della Mirandola, Oración por la Dignidad del Hombre,(1496)

“Estableció finalmente el óptimo Artífice que, a quien no le podía dar nada como propio, le fuese
común todo aquello que había asignado de manera singular a los demás. Por esto acogió al
hombre como obra de naturaleza indefinida y, poniéndolo en el corazón del mundo, le habló así:

«No te he dado, Adán, ni un puesto determinado, ni un aspecto tuyo propio, ni prerrogativa


alguna para que el lugar, el aspecto, las prerrogativas que tú desees, todo eso precisamente, según
tu deseo y tu consejo, lo obtengas y lo conserves. La naturaleza determinada de los demás está
contenida en las leyes prescritas por mí. Tú, en cambio, te la determinarás, sin ninguna barrera
que te constriña. Según tu arbitrio, a cuya potestad te entregué. Te puse en medio del mundo para
que desde ahí discernieras todo lo que está en él. No te hice ni celestial, ni terrenal, ni mortal ni
inmortal, para que tú mismo, casi libre y soberano artífice, te plasmases y te esculpieses a ti
mismo según la forma que hubieses elegido previamente. Podrás degenerar en las cosas
inferiores, que son los animales; podrás regenerarte, según tu voluntad, en las cosas superiores,
que son divinas.»

¿O suprema liberalidad de Dios Padre! ¿Oh suprema y admirable felicidad del hombre! A él se le
ha concedido obtener lo que desea, ser lo que quiere. Los brutos, al nacer, llevan consigo, como
dice Lucilio, del seno materno, todo lo que tendrán. Los espíritus superiores, ya desde el inicio o
desde muy poco después, fueron lo que serán por los siglos de los siglos. En el hombre naciente,
el padre coloca semillas de todas las especies y gérmenes de toda vida. Y, según como cada cual
las cultive, crecerán y darán en él sus frutos.”

Giordano Bruno, Los Heroicos Furores, (1585), Tecnos, Madrid, 1987, p. 57-58, 182-183.

Diálogo primero

Interlocutores: Tansillo, Cicada

TANSILLO- Los furores, pues, más dignos de ser aquí considerados y colocados en primer lugar son
estos que te presento según el orden a mi juicio más conveniente.

CICADA- Y bien, comenzad a leerlos.

TANSILLO-
Musas que tantas veces rechazara,
Importunas corréis a mis dolores;
Solas a consolarme en mis miserias
Con tales versos, rimas y furores,

Como jamás a otros revelarais,


Que de mirtos se jactan y laureles.
Sea pues, mi aura, ancla y puerto junto a vos
Si no me es lícito en otra parte hallar solaz.

Oh, monte, oh diosas, oh fuente,


Donde habito, converso y me alimento,
Donde reposo hallo, sapiencia y hermosura.

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Mi espíritu avivo, alzo mi corazón y orno mi frente:
Muerte, cipreses, infiernos,
Transformad en vida, laureles, en astros eternales.
Es de suponer que las rechazase varias veces por varias razones, entre las cuales podrían
hallarse las siguientes: primeramente, por no haber podido estar ocioso, como debe estarlo el
sacerdote de las musas, pues no puede hallarse el ocio allí donde se combate contra los ministros
y siervos de la envidia, ignorancia y malignidad. En segundo lugar, por no haberle asistido dignos
protectores y defensores que le ofreciesen seguridad, “juxta” aquello:
“No faltarán, oh, Flaco, los Marones
Si penuria no existe de Mecenas”
Además, por hallarse obligado a la contemplación y a los estudios de filosofía, los cuales si bien
no les aventajan en madurez, deben, sin embargo, ser –como padres de las Musas-predecesores
de aquellas. Por otra parte, porque habiéndole atraído con su canto la trágica Melpómene (con
más materia que inspiración) por un lado, y la cómica Talía (con más inspiración que materia) por
el otro, ocurría que, hurtándolo la una a la otra, permaneciese él en medio, más bien neutral y
desocupado que pluralmente activo. Y, finalmente, a causa de la autoridad de los censores,
quienes, desviándole de cosas más altas y dignas –a las cuales era naturalmente inclinado-
trababan su ingenio, de tal forma que, siendo como era libre bajo el dictado de la virtud,
tornábanlo cautivo bajo el de una vilísima y necia hipocresía. Al fin, sin embargo, sumido en el
hastío más intenso y no teniendo donde consolarse, aceptó la invitación de aquellas de quienes se
ha dicho anteriormente que le embriagaron con tales versos, rimas y furores, con los que a ningún
otro habíanse mostrado; de ahí que más reluzca en esta obra de invención que de imitación.

CICADA-Decid, ¡qué entiende por aquellos que se jactan de mirtos y laureles?

TANSILLO- Se jactan y pueden jactarse de mirtos aquellos que cantan de amores; a ellos –si
noblemente se comportan- corresponde esta planta consagrada a Venus y por la que se reconoce
el furor. De laureles pueden vanagloriarse aquellos que cantan dignamente las cosas heroicas,
instruyendo a los espíritus heroicos mediante la filosofía especulativa y moral, o bien elogiándolos
y presentándolos a las actividades políticas y civiles cual ejemplar espejo.

CICADA- Así pues, ¿existen varias especies de poetas y de coronas?

TANSILLO-No solamente tantas cuantas son las musas, sino en mucho mayor número, pues
aunque pueden se diferenciados ciertos géneros, no podrían ser determinadas las diversas
especies y modos de los humanos ingenios.

CICADA- Existen ciertos hacedores de reglas poéticas que a duras penas admiten a Homero como
poeta, relegando a Virgilio, Ovidio, Marcial, Hesíodo, Lucrecia y otros muchos al número de los
versificadores, tras haberles examinado según las reglas de la poética de Aristóteles.

TANSILLO- Ten por cierto, hermano mío, que éstos son verdaderas bestias, pues no consideran
que esas reglas deben servir principalmente como manifestación de la poesía homérica (u otra
semejante) en particular y que están ahí para mostrar de vez en cuando un poeta heroico cual
fuera Homero, y no para formar a otros que –con diferentes inspiraciones, artes y furores- podrían
ser iguales, semejantes y hasta más grandes en géneros diferentes.

CICADA- De manera que Homero en su género no fue poeta que dependiese de reglas, sino que,
por el contrario, él es el origen de estas reglas que sirven a quienes son más aptos para imitar que
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para inventar; reglas que has sido recopiladas por quien no era poeta de ninguna clase de poesía,
sino que supo simplemente recopilar las reglas de uno de los tipos de poesía, a saber, la homérica,
en provecho de cualquiera que quisiera convertirse, no en un poeta diferente sino en uno como lo
fue Homero.”

Libro I. Diálogo Tercero

TANSILLO- […] Más vengamos ahora a nuestro propósito. Estos furores acerca de los cuales
razonamos y cuyos efectos advertimos en nuestro discurso, no son olvido, sino memoria, no son
negligencia de uno mismo, sino amor y anhelo de lo bello y bueno, con los que se procura alcanzar
la perfección, transformándose y asemejándose a lo perfecto. No son embeleso en los lazos de las
afecciones ferinas, bajos las leyes de una indigna fatalidad, sino un ímpetu racional que persigue la
aprehensión intelectual de lo bello y bueno que conoce, y a lo cual querría complacer tratando de
conformársele, de manera tal que se inflama en su nobleza y su luz, y viene a revestirse de
cualidad y condición que le hagan aparecer ilustre y digno. Por el contacto intelectual con ese
objeto divino, se vuelve un dios; a nada atiende que no sean las cosas divinas, mostrándose
insensible e impasible ante esas cosas que por lo común son consideradas las más principales y por
las cuales otros tanto se atormentan; nada teme, y desprecia por amor a la divinidad el resto de
los placeres, sin tener cuidado alguno de la vida.

Libro II, Diálogo Segundo

MARICONDO- [...] Esta verdad es buscada como cosa inaccesible, como objeto mudable a la vez
que incomprensible. Pero a nadie le parece posible ver el Sol, al universal Apolo, luz absoluta como
especie suprema y excelentísima que es; pero sí ve su sombra, su Diana, el mundo, el universo, la
naturaleza, que está en las cosas, así como la luz que está en la opacidad de la materia, esto es, la
luz en tanto que resplandece entre las tinieblas. De modo que, entre los muchos (...) que en esta
selva desierta discurren, poquísimos son los que consiguen llegar a la fuente de Diana. Son muchos
los que se quedan contentos con dar caza a las fieras salvajes y menos ilustres, mientras que la
mayor parte no puede llegar a comprender, pues lanza sus redes al viento, con lo que se
encuentra con las manos llenas de moscas. Son rarísimos, digo, los Acteones, aquellos a los que les
es concedido poder ver a Diana desnuda y que invadidos de tal modo por la bella disposición del
cuerpo de la naturaleza y absortos de tal modo por aquellas dos luces del genuino esplendor que
son la bondad y la belleza divinas, llegan hasta el punto de ser convertidos en ciervo, de tal modo
que no sean ya cazadores sino caza. Pues el fin ultimo y final de esta montería consiste en llegar a
atrapar aquella presa selvática y fugaz por la cual el predador se convierte él mismo en presa, y el
cazador se convierte en caza.
Pues en todas las demás especies de montería, la que se hace respecto de las cosas
particulares, el cazador consigue apresar para sí las demás cosas, absorbiéndolas con la boca de la
propia inteligencia. Pero en aquella caza divina y universal llega a apresar de tal modo, que
necesariamente él queda prendido, absorto, unido. Y así, vulgar, ordinario, civil, popular como era,
deviene ahora selvático cual ciervo morador de los desiertos; vive divinamente en las
frondosidades de la selva, en los aposentos nada artificiales de los cavernosos montes, admirando
las fuentes de donde manan los grandes ríos y vegetando intacto y purificado de ordinarios
apetitos; conversa allí libremente con la divinidad, a la cual aspiraran tantos hombres que en la
tierra quisieron gozar de celeste vida, y que como una sola voz dijeran: “Ecce elongavi fugiens, et
mansi in solitudine” (Salmos, 54, 8: “He aquí que me alejé huyendo e hice mansión en la soledad.)
Entonces los canes, pensamientos de cosas divinas, devoran a este Acteón, haciendo que muera
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para el vulgo, para la multitud, liberado de las trabas de los sentidos perturbados, libre de la carnal
prisión de la materia; no verá más a su Diana como a través de orificios y ventanas, es todo ojos a
la vista del horizonte entero. De esta suerte contempla ahora todo como uno, sin ver ya por
distinciones y números, los cuales, según los diversos sentidos ─como a través de otras tantas
figuras─, no permiten ver y aprehender sino confusamente. […]
Tal es Diana, ese uno que es el ente mismo, ese ente que es la misma verdad, esa verdad que es la
naturaleza comprensible, en la que influye el sol y el resplandor de la naturaleza superior, según
que la unidad sea distinguida en generada y generadora, o produciente y producida.

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