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¿Cómo construir una vida placentera?

Solo basta escoger entre la comodidad del engaño y la prosperidad de la incertidumbre


para construir nuestro destino. ¿Te arriesgas?

Para quienes la vida es un misterio que merece revelarse, una danza sagrada lista para
ser bailada, una potencia creativa que exige ser desplegada y, en fin, un continuo sentido
que busca su sitio en el centro del corazón, eso que la mayoría de nosotros llamamos
vida sólo es una cárcel cruel o un sueño profundo que confundimos con la realidad. Era
por eso que el maestro armenio George Gurdjieff decía que la mayoría de los hombres
viven y mueren sin alma, como los cerdos. Se refería, por supuesto, a quienes nos
solemos pasar la vida sobreviviendo.

Más todavía, no nos contentamos con el mínimo vital (sobrevivir), sino que damos
vueltas constantemente, como asnos tratando de morder una zanahoria pegada de la
propia cola: perseguimos una y otra vez deseos que no nos realizan, somos víctimas de
miedos que no nos defienden sino que nos inmovilizan, y nunca dejamos de agregarle
sustancia a la bruma de mentiras donde nos perdemos por escondernos. Todo el tiempo
aceleramos en neutro, gastando una inmensa cantidad de energía sin movernos, sin
conocernos, sin trascendernos, sin liberarnos, sin crearnos. Tal vez la vida que tantos
defienden con orgullo y ahínco, no sea más que una cárcel.

¿Pastilla roja o azul?

Pero a todos nos llega alguna vez un centímetro cúbico de la suerte, parafraseando a
Carlos Castaneda; una pequeña brecha de libertad. Morpheus, en la película Matrix,
ofreciendo las dos pastillitas, es un bello símbolo: la roja es el camino de la verdad
desgarradora y la azul, la tibia ignorancia. Nunca deja de asombrarme que la gran
mayoría, una y otra vez, escoja la píldora azul: se prefiere el dulce sueño al grito que
nos despierta, se prefiere el precio del bisturí a la arruga que nos invita a despedir la
belleza y celebrar la transitoriedad, se prefiere el «en-amor-a-miento» al amor que nos
transforma sin misericordia.

Pero, aceptémosla o no, a todos se nos ofrece la pastillita roja: una enfermedad, un
despecho, una quiebra, una guerra, una dulce iluminación, un maestro severo o
bondadoso, la vejez en el espejo, un nacimiento o una manzana que cae de un árbol
sobre nuestra cabeza. Hay mil maneras de que la burbuja fantasiosa con la que solemos
confundirnos se haga trizas. Pero muchos pasamos años volviendo a construir la burbuja
de nuestra cárcel y no miramos por un segundo cuánto espacio libre deja el derrumbe.

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