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Dr.

Ricardo Nieves
SD 07/03/2024

En este atardecer de la vida


En el canto tercero de su obra monumental, La Divina Comedia, Dante
(acompañado de Virgilio) bajo el dintel incandescente de la puerta infernal,
contempla la inscripción acusadora, clavada como sentencia apodíctica y
brutal: “¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! …” Seis
siglos después, la prosa penetrante y hermosa de Albert Camus, a manera
de paráfrasis, dejó gotear en El Mito de Sísifo que “el castigo más terrible
es el trabajo inútil y sin esperanza”.

Ambos genios examinaron la finitud y el misterio de la existencia. Camus,


solícito indagador, elabora la intermitencia de cada pregunta con franqueza
profunda, sentido crítico y severa honestidad.

Escoge a Sísifo, atribulado personaje de la mitología griega, astuto y audaz,


quien, con ardides y trampas retóricas pudo engañar dos veces a la muerte
(Tánatos). Pero una vez descubierto y sentenciado por los dioses del
Olimpo, fue llevado al inframundo donde recibiría el peor de los castigos,
convirtiendo su vida en una eterna y penitente jornada. En el valle lúgubre
y desolado, sin remedio, viviría ciego, conminado a levantar y empujar una
pesada roca que llevaría montaña arriba y que, antes de alcanzar la cima,
volvía a precipitarse imparablemente al suelo. Reanudaría una y otra vez su
acometida fastidiosa, hasta el cansancio. Sumido en aquel infortunio,
exhausto y jadeante, la eternidad se desplegaba ante él que apenas
sospechaba la oscuridad de la noche y los límites inexactos del valle
proverbial. El constante ascenso y descenso, seguido por el destino
inexorable de la caída, le ocasionaba castigo físico y cansancio espiritual en
el ciclo perpetuo de esperanza y desesperación.

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Dr. Ricardo Nieves
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Fino explorador de la condición humana, Camus encuentra en Sísifo la


personificación del ostracismo propio, el exilio interior del ser humano que,
asediado por la búsqueda de un significado del mundo, de la vida y de la
historia, claudica irremisiblemente debido a la fatiga que provoca la
redundancia monótona, la rutina insalvable. Donde todo objetivo y sustento
ideal, inteligible o totalitario de fe, ha caído.

Lejos de cualquier determinismo y certeza metafísica, queda a expensas de


la espera incierta y el abismo inabarcable. Su mundo, carente de propósitos
y significados preestablecidos, se revela con sentimiento de absurdidad: “el
absurdo surge de la constatación que representa el llamamiento
desesperado del ser humano y el silencio irremediable como respuesta
irracional del mundo”.

Si bien somos seres racionales y pensantes, flotamos entre imágenes y


azares de un mundo paradojal, en el paisaje remoto de nuestro destino
personal y en la vastísima desolación del espejo universal. Imperturbable,
el desespero es la inequívoca sensación de lo absurdo. Sea cual sea la
visión (filosófica, religiosa o trascendente) del mundo, no obliga al
universo con nosotros; no somos relevantes delante del significado de su
ciego acaecer y desmesurada indiferencia.

En el mundo de Sísifo, lo absurdo no libera, ata. Cada subida y bajada de la


piedra obstinada da equivalencia a la invariabilidad de sus actos repetitivos,
groseros e intratables. Aunque Sísifo tiene, en medio del agobiante trajín,
un pequeñísimo instante de sosiego, ligeramente dulce y liberador, desde la
hora en que, abrumado por la caída, levanta y vuelve a emprender, la faena
devendrá interminable. Tal vez sueñe, y hasta disfrute, ese mísero reposo
del espacio cerrado de su destino circular y empecinado. Nuestra necesidad
de significado cae rota ante la marcha indiferente del mundo. Aquí, el

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absurdo no es autónomo en sí, sino que se presenta en medio del abismo


que nos separa de él. Porque “buscar lo que es verdad no es buscar lo que
se desea”.

Entonces, ¿sopesar la posibilidad del suicidio? Ni mucho menos. Para


Camus el suicidio no es opción; sería rendirse por el absurdo que, en
cualquier caso, anularía toda rebelión frente a lo injusto y cerraría la única
puerta legitimante de reconocimiento a la dignidad. Nuestra tragedia
ordena cambiar la esperanza por la sapiencia y disfrutar los bienes de la
vida, pues, por sus pasiones como por su tormento, Sísifo es el héroe
absurdo de cada biografía arrojada a levantar la roca en la montaña
insuperable y rencorosa de la existencia.

¿Y la religión? Ha considerado estéril el debate, en vista de que dispone y


clausura las interrogantes con una posición de suyo inexpugnable: Dios
está a cargo de todo.

Camus defiende la libertad, la justicia y la justa rebelión. Rechaza el


dogmatismo tanto del cristianismo como del marxismo, y aunque no
aceptaba para sí mismo al primero (refuta la institución eclesial como juicio
moral), le reconoce un intento válido por significar al mundo. Convencido
de que “el hombre no puede vivir sin valores, porque el hecho de vivir
afirma el valor de que la vida vale la pena de ser vivida o puede hacerse
digna de ser vivida.”

Irvin Yalom, psicoterapeuta de Standford, existencialista, entiende también


lo aconsejable que es abandonar la pregunta por el sentido de la vida, pues,
la falta de significado es parte de la condición humana, y estamos mejor no
enfrentándola: la ausencia perpleja de significado es consustancial a la
existencia misma. De hecho, para Yalom, “cada persona debe elegir cuanta

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verdad puede aceptar”. “La angustia por la muerte es la madre de todas las
religiones que, de uno u otro modo, intentan atemperar la angustia de
nuestra finitud.”

En Sísifo, la nada implica ser dichoso. Pese a lo sofocante de su ominosa


carga y el regreso perenne de la pesadez, al pie de la montaña, puede juzgar
que incluso algo está bien...Un destino imaginado por él, bajo la mirada de
su memoria y, en poco tiempo, sellado por su muerte, mientras la roca
sigue rodando…

A paso lento pero firme, emprendo la marcha silenciosa de la vejez.


Indemnizado, más por la experiencia que por la sabiduría de mi creciente
longevidad. Entre alegrías y presagios, admitiré que no hay mejor momento
para replantearme la pregunta por la vida y el sentido existencial. Ahora
con humilde sensatez, labrada prudencia y desenfadada serenidad. Como
un náufrago sobreviviente, todavía desafiado, en medio del océano de la
filosofía y la literatura. En este atardecer de la existencia, pienso y me
atengo a las palabras Camus, en razón de que, no obstante, la roca, la
montaña y la caída, la vida siempre puede hacerse digna de ser vivida...

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