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La identidad bretona

por Ronan Le Coadic

¡Buenos días, y bienvenido a esta página!


El 4 de marzo de 1997, en la Universidad de Bretaña Occidental, he defendido una tesis
doctoral en sociología (en lengua francesa) dedicada a “la identidad bretona”. Salida de
tres años de investigaciones, esta tesis comprende 483 páginas mecanografiadas y unas
cincuentena de ilustraciones. Me ha valido ser declarado “digno del título de Doctor en
Sociología con la calificación de Sobresaliente y las felicitaciones del tribunal por
unanimidad.” (¡Estoy aun muy emocionado por ello!). Este trabajo no está destinado a
acabar, cubierto de polvo, sobre el estante de una biblioteca universitaria, donde no sería
consultado más que por algunos sabios. Mi esperanza es que pueda alimentar la reflexión
de los bretones sobre si mismos y la de los no bretones sobre la cuestión – universal – de
la identidad. Es la razón por la que publico hoy esta página Web donde trato de dar en
algunas páginas un anticipo de mis trabajos. Y es también la razón por la que espero que
mi tesis será editada próximamente.

Introducción
I. Un mito vivo
II. De la sumisión a la distinción
III. ¿Repliegue tribal o vínculo social?
Conclusión
Los primeros segundos de las conversaciones

Introducción
“¿Qué es la identidad bretona?” Tal es la pregunta un poco ingenua que me he planteado
hace tres años y algunos meses. Sin embargo, muy deprisa ha parecido necesario
reflexionar sobre el concepto de identidad en general. Según la frase de Erik Erikson
– quien ha introducido la noción de identidad en las ciencias humanas -, ”cuanto más se
escribe sobre este tema, tanto más se erigen las palabras en límite alrededor de una
realidad tan insondable como invasora por todas partes” … No obstante, hay que
condensar bien un poco esta “realidad insondable”. Y propongo volverla a traer a la unión
de tres propiedades: unidad, permanencia y unicidad. En efecto, la identidad de un grupo
humano es el conjunto de los rasgos comunes a todo este grupo (unidad), que son
estables (permanencia), y le son propios (unicidad). Ahora bien, fuera de la República
Francesa, - ¡”una e indivisible”, como todos saben! – apenas existe en el mundo ejemplo
de colectividad que sea una, permanente y única. Así pues, hay que admitir que la
identidad no es una realidad concreta y material sino una representación social. Es
partiendo de esta constatación como he construido mi tesis; esto me ha llevado a elegir el
método de las conversaciones. Y en particular de las conversaciones semidirectivas, que
dejan a las personas entrevistadas la libertad de expresar sus representaciones. Además
de a una quincena de especialistas, he interrogado a una muestra de cuarenta y seis
personas, compuesta en lo esencial de bretones de unos cuarenta años: empresarios con
más de diez asalariados, marinos-pescadores y agricultores. Las entrevistas han sido
efectuadas en la región de habla bretona del Goello y en el cantón de Étables en la Alta
Bretaña. La muestra está compuesta aproximadamente de la misma proporción de alto
bretones que de bajo bretones. Parece que, aunque se publica cada año una cantidad
considerable de obras sobre Bretaña – muchas de las cuales son apasionantes -, lo que
falta hasta ahora es saber lo que los propios bretones piensan de su identidad hoy. Así
pues, es a esta falta a la que trato de responder a través de mi tesis. Y esto, según tres
perspectivas: la mía, por una parte; la de los bretones que he encontrado, por otra; y, por
último una perspectiva que se esfuerza en responder a las preguntas que se pueden
hacer personas externas a Bretaña. La tesis está dividida en tres partes que retoman
estos tres ángulos de visión. Sin embargo, se encuentran los diferentes puntos de vista en
el interior de cada una de las partes y de cada uno de los capítulos.

Primera parte: un mito vivo

La identidad es una construcción del espíritu

La identidad, en general, es una representación. Y, cuando se escucha a los bretones


hablar de su identidad particular, se experimenta la impresión de oír un relato mítico. Por
la formulación de las palabras, en primer lugar; en efecto, las personas interrogadas
emplean con gusto el presente de indicativo y la tercera persona del singular. Lo que da
frases del tipo: “el bretón es esto”, o “el bretón es aquello”. Estas palabras son muy
asertivas, lo mismo que el mito. Además, ciertos temas recurrentes de las conservaciones
son muestra igualmente del dominio mítico. Es así con “el alma bretona”, “el espíritu
bretón”, “la identidad eterna del bretón”, “el corazón”, etc. Por último, se encuentran
rasgos míticos en lo que, según las personas que he encontrado, determinaría las
especificidades del “espíritu bretón”. Son, en efecto, la celtitud – así pues la “raza”-, el
suelo y el clima. Este aspecto mítico de las palabras relativas a la identidad bretona no
excluye la emoción. Bien al contrario, resulta de todas las conversaciones una emoción
muy viva.

Representaciones de la bretonidad

Las características de la bretonidad que resultan de las conversaciones son:


* la proximidad con la naturaleza;
* rasgos de personalidad: se supone que el bretón es salvaje, rudo, rebelde, serio,
trabajador, emotivo, intuitivo, etc.;
* prácticas: se presta de buena gana un “comportamiento arcaico” al bretón, lo mismo que
un espíritu de familia, etc.
He estudiado algunas obras de la literatura francesa del siglo XIX: Flaubert, Balzac y
Hugo, y las he comparado con obras de autores bretones de los siglos XIX y XX. Ahora
bien, en los unos como en los otros, se encuentran los mismos temas que en las
conversaciones. Los autores bretones, sin embargo, valorizan los rasgos atribuidos a los
bretones, mientras que los autores franceses los denigran. Por ejemplo, el “salvajismo”
es, para los autores bretones, una forma de pureza, mientras que, para los autores
franceses, raya en la majadería. Además, cuanto más nos remontamos en el tiempo, más
vigorosa se vuelve la oposición: en particular en la Edad Media, cuando Bretaña está en
conflicto con Francia.

Intento de interpretación

¿Cómo interpretar estas representaciones? Anotemos, en primer lugar, que existen


notables convergencias entre la imagen de los bretones, la de las mujeres, y la de los
negros. Para tomar el ejemplo de la negritud, resulta de las obras de Léopold Sedar
Senghor y otros autores que han trabajado sobre esta cuestión, que el Negro sería
emotivo, intuitivo, rebelde y cercano a la naturaleza. El guerrero negro sería de una
sensibilidad femenina, etc. Se encuentran, así pues, en la negritud los mismos elementos
que en la bretonidad. ¿Cómo puede explicarse esto? En estos tres casos tenemos que
ver con dominados. Ahora bien, en materia de identidad colectiva, para construir una
representación positiva de sí mismo, es útil – quizás incluso indispensable – distinguirse
de otro grupo, al que se atribuye una identidad negativa. Emito, así pues, la hipótesis de
que los rasgos de los bretones son aquellos que les han sido dejados por los autores
franceses como una especie de negativo de la condición de francés. Estos rasgos, a
continuación, han sido revalorizados por los autores bretones; lo mismo que el estereotipo
del negro, reverso de la europeidad, ha sido revalorizado por los autores de la negritud.
En cambio, los movimientos feministas, en lugar de revalorizar los estereotipos relativos a
las mujeres, los combaten. Para volver al caso bretón, ¿cómo se difunden las
representaciones y los estereotipos? ¿Cómo se hace que sean tan fuertes y que sean
admitidos por los propios bretones? Me parece que la socialización desempeña a este
respecto un papel absolutamente fundamental, sea familiar o escolar. He estudiado los
manuales de historia y geografía desde finales del siglo XIX hasta los años sesenta, y
resulta de ellos una gran constancia en la transmisión del estereotipo. Frente al
estereotipo, o a las representaciones – y a lo que puedan eventualmente tener de
negativo-, los bretones tienen la posibilidad de adoptar varios tipos de actitudes.

Segunda parte: De la sumisión a la distinción

La sumisión
Según una fuerte proporción de los entrevistados, “antaño hubo una identidad negativa,
los bretones han tenido vergüenza de si mismos, pero es pasado, se ha acabado.”
Generalmente son hombres quienes pronuncian este tipo de palabras., Varias mujeres, en
cambio, cuando abordan la cuestión, intentan decir lo mismo, pero dejan de modo
involuntario que se exprese su emoción. Por ejemplo, la persona a la que he bautizado
Hélène en las conversaciones, me dice, desde los primeros segundos: “¿El hecho de ser
bretona? Oh, eso no representa gran cosa, aparte de que tengo el acento bretón y me lo
reprochan con frecuencia.” Después se descubre, con el correr de la conversación, que su
acento la tortura. Como ella, cierto número de personas (de unos cuarenta años de edad
solamente hoy), han vivido una verdadera pesadilla sencillamente porque su lengua
materna era el bretón o porque tenían un fuerte acento. Este comportamiento de sumisión
simbólica puede igualmente estudiarse comparando la manera en la que son tratados los
tópicos difíciles de llevar, como la imagen del “bretón borracho” o la del “bretón testarudo”,
según el origen socioprofesional, el sexo, o el origen de las personas interrogadas. En lo
que se refiere al estereotipo de la embriaguez bretona, varios entrevistados lo rechazan
diciendo: “No, los bretones no son borrachos, son gente que sabe vivir bien, ¡son
juerguistas!” Otros, menos rebeldes, dicen que “el alcoholismo bretón quizás ha existido
antaño” o que “existe quizás en otras regiones de Bretaña.” Por último, algunos bretones
reconocen: “sí, es verdad, somos alcohólicos.” ¿Quién pronuncia estas palabras sumisas?
Son mujeres, agricultores y bajo bretones, y sucede lo mismo para la cabezonería: para
algunas personas interrogadas, “los bretones son gentes tenaces, pugnaces que van
hasta el final de lo que hacen.” Pero otros confiesan: “Sí, es verdad, somos tercos, somos
cortos.” Y son más bien agricultores, bajo bretones y mujeres. La identidad negativa
permanece, así pues, como un estrato en las conciencias. Sin embargo, actualmente – la
mayor parte de los entrevistados lo han dicho-, es más bien muestra del pasado.

La inversión simbólica y sus trampas

Los bretones han tratado de transformar lo que, en la imagen de si mismos, les era
intolerable. Tomaremos dos ejemplos de esta lucha contra las representaciones
negativas: la agricultura y la lengua bretonas. Son, ciertamente, dos casos muy diferentes,
pero en cada uno de ellos hombres y mujeres combaten contra una imagen negativa, y en
cada uno de ellos, igualmente, están enfrentados a trampas.

Una agricultura moderna.


Las novelas francesas del siglo XIX daban una imagen negativa y arcaica de los
agricultores bretones. Desde la segunda guerra mundial, estos últimos se han esforzado
para llegar a aumentar su productividad y para hacer de alto rendimiento a la agricultura
bretona. La producción agrícola final en Bretaña ha efectuado, de los años sesenta a los
años noventa un salto hacia adelante impresionante, manteniendo una densidad rural
elevada y un tejido social sólido en los campos bretones. En el contexto de paro que
conocemos en la actualidad, es un triunfo precioso. Sin embargo, a pesar de estos
progresos considerables, que han subido a la agricultura bretona a la cabeza de la
agricultura europea, los agricultores bretones han sido cogidos en dos trampas. Por una
parte, se encuentran enfrentados con una crisis de superproducción europea y mundial
que les debilita, disminuye sus rentas y fragiliza sus explotaciones. Y, por otra parte, se
encuentran enfrentados con una crisis de naturaleza ecológica con, en particular, una
fuerte concentración de nitratos en las aguas de Bretaña. Así pues, al querer luchar por su
dignidad y para modernizar su instrumento de producción, los agricultores bretones se
han encontrado atrapados. Y tanto más cuanto que en la época en que eran presentados
como ”arcaicos”, el mito dominante era “la razón”, que se tenía tendencia a divinizar, ¡Y
ahora que se han presentado como productivistas, ya no se jura más que por la
naturaleza inmaculada! Así pues, los agricultores bretones están retrasados en una moda.

Una lengua moderna.


El combate llevado a cabo en favor de la lengua bretona – de manera comparable al
esfuerzo de modernización de la agricultura – ha dado resultados. Así, cuando en 1976
ningún niño bretón recibía formación bilingüe, en 1997 son 3.000 alumnos quienes se
benefician de tal formación, a los que conviene añadir 19.000 alumnos que reciben, fuera
de la rama bilingüe, cursos de bretón. Además, la lengua bretona gana en visibilidad
social: se colocan señales de tráfico en lengua bretona a la entrada y a la salida de las
ciudades. Se han efectuado, así pues, innegables progresos. Sin embargo, la práctica de
la lengua en la población continúa hundiéndose de un año para otro. Además, uno se da
cuenta de que los medios sociales que emplean habitualmente la lengua bretona
(agricultores, marinos, obreros), no meten a sus hijos en escuelas bilingües. Estas últimas
son frecuentadas, sobre todo, por hijos de ejecutivos o de clases medias, que no
practican tradicionalmente el bretón, pero lo aprenden a veces a título personal. Esto
prueba que se ha producido una especie de fractura; y las conversaciones a las que he
procedido lo confirman: a menudo, en efecto, los hablantes de bretón como lengua
materna no ven en absoluto por qué razón se ponen señales bilingües a la entrada y a la
salida de las ciudades. Tienen incluso dificultad en comprender la lengua que es
empleada por los nuevos hablantes de bretón, Así pues, ¡la paradoja es que las gentes
que han luchado por la lengua bretona corren el riesgo, al querer revalorizarla, de meter
aun más en sus complejos a los hablantes de bretón como lengua materna! He oído, en
efecto, más de una vez a buenos hablantes de bretón decirme: “Nosotros no
comprendemos bien las emisiones en bretón en la televisión, pero es porque debemos
hablar patois*.”

Así, el combate por la inversión simbólica está lleno de trampas. A pesar de éstas, sin
embargo, la identidad tiende a convertirse, desde hace algunos años, en un verdadero
recurso.
Nota del traductor:
Patois: Sistema lingüístico esencialmente oral, utilizado en un área reducida y en una
comunidad determinada (generalmente rural), y percibido por sus usuarios como inferior a
la lengua oficial (www.larousse.fr)

La identidad, ¿un recurso fecundo?

En un contexto de crisis económica generalizada, de paro y de angustia, las personas que


he encontrado perciben el hecho de ser bretón como una ventaja comparativa. Ser bretón
quiere decir ser conocido. Los bretones saben que son conocidos en el mundo entero,
que tienen, más bien, una buena reputación (los sondeos lo confirman) y que sus propios
productos tienen buena reputación. Así pues, desde un punto de vista económico, la
identidad bretona se vuelve interesante: se convierte, para los empresarios, los
agricultores y los pescadores que he encontrado, en un medio de seducción. Se atrae la
mirada por etiquetas en los productos agrícolas o los productos de la pesca. Se trata de
agradar. Y se venden sus encantos. Es así como me ha explicado un responsable de una
unión de cooperativas: “Pagamos viajes a Bretaña a nuestros grandes clientes extranjeros
para que vengan a ver qué bellos son los paisajes bretones, y para que después nos
compren más productos; porque los asocian a los paisajes.” Esto puede desembocar en
nuevas alianzas. La patronal bretona está examinando seriamente la cultura y la identidad
bretonas. Sean la asociación de empresarios “Produit en Bretagne” (Producido en
Bretaña), el instituto de reflexión geoestratégica que la patronal ha instalado en un
pequeño pueblo del centro de Bretaña o el “Club de los Treinta”, que agrupa a los
mayores empresarios bretones en una asociación cuyo nombre hace referencia a la
independencia bretona, se siente que la patronal bretona experimenta mucho interés por
la cultura bretona. Esto, ¿puede ir más lejos? ¿Qué eco puede encontrar la patronal por
parte del movimiento cultural bretón, que está más bien compuesto de capas medias
asalariadas, de maestros de escuela y profesores, de tradición de izquierda? ¿Es posible
una estrategia a la catalana? En todo caso, es factible, Esa atracción generalizada por la
identidad bretona, sin embargo, ¿no es el signo de un encierro, de un repliegue tribal?

Tercera parte: ¿repliegue tribal o vínculo social?

Identidad bretona y encierro

En una parte del discurso de extrema derecha hoy se emplea la palabra “identidad” en
lugar de la palabra “raza”. Aparece un discurso racista soft. Así pues, a fin de ver si el
interés de los bretones por su identidad es muestra en parte de racismo, he retomado
todas las conversaciones que había efectuado y he señalado allí todas las menciones de
las palabras “raza”, “racismo” o “raíz”. (La palabra raíz, en efecto, puede expresar un
racismo velado: el “arraigado” se opone al que no tiene raíces, al apátrida …) Y,
desgraciadamente, he encontrado efectivamente rastros de racismo en las
conversaciones:
El 72 % de las personas interrogadas no mencionan nunca las palabras “raza”, “racismo”
ni “raíz.”
En el 6,5 % de las conversaciones, se constatan empleos benignos de la palabra “raza”,
es decir, que se emplea en lugar de “origen”; lo que se puede suponer que es una
torpeza.
En el 8,7 % de las conversaciones, aparece la temática de las raíces; se menciona la
palabra “apátrida”, en oposición a “raíces”.
Y, por último, en el 17,4 % de las personas interrogadas, se constata un racismo flagrante
anti-inmigrados, anti-extranjeros, etc.
Estas cifras (que no tienen pretensión estadística puesto que están basadas en una
muestra muy pequeña) pueden parecer bastante elevadas. No obstante, son muy
inferiores a la media francesa. Sin embargo, no son estas cifras las que son interesantes.
Importa saber quién emplea argumentos racistas. ¿Hay un vínculo entre la atracción por
la identidad bretona y el racismo? He construido un “índice de bretonidad aparente”
basado en numerosos indicadores de actitud (orgullo de ser bretón, etc.) y de
comportamiento (prácticas culturales, etc.). Después he buscado si existe un vínculo
estadístico entre este índice y la tendencia a pronunciar palabras racistas. Y la conclusión
es que no existe tal vínculo en las conversaciones a las que he procedido. No hay vínculo
estadístico, pero hay, a pesar de todo, un comienzo de relación entre las personas que
tienen la posición más vigorosamente nacionalista. Sin embargo, lo que está
verdaderamente correlacionado con el racismo no es el perfil bretón, es más bien un perfil
sociológico: cuanto más elevada es la edad tanto más fuerte es la tendencia al racismo;
cuanto más elevada es la intención de voto a la derecha tanto más fuerte es la tendencia
al racismo, etc. Allí hay una correlación estadística, atestiguada, por otra parte, en los
sondeos efectuados sobre el racismo.

Identidad bretona y Estado francés

¿Cuál es la relación de los bretones con el Estado? He intentado saberlo por dos rodeos.
En primer lugar, estudiando lo que las personas que he encontrado dicen de los
autonomistas, pues estos últimos son los adversarios del Estado francés. En este plano,
se puede decir que la palabra “autonomistas” es más bien percibida negativamente por la
población bretona, puesto que:
* el 8,7 % de las personas que he encontrado no comprenden el término “autonomista”;
sea responden la pregunta saliéndose del tema, sea se excusan por no saber lo que
significa la palabra;
* el 10,9 % de las personas interrogadas experimentan una benevolencia relativa hacia
los autonomistas;
* el 28,3 % temen que los autonomistas sean extremistas;
* el 39,1 % los consideran violentos y rechazan la violencia;
* el 58,7 % temen que la autonomía conduzca a la autarquía.
Esto prueba que el mensaje de los autonomistas no ha pasado a la población bretona. Es
lo que decía el cantante bretón Glenmor durante la entrevista que me concedió. Según él,
“los militantes bretones, en lugar de reunirse de veinte en veinte, de treinta en treinta en
sus capillas, harían mejor en ir a ver al pueblo,” tienen una mala comunicación. Sin
embargo, si los autonomistas no “aprueban” ante las personas que he encontrado, ¿qué
dicen estas últimas de Francia? Es el segundo rodeo por el que he intentado medir la
relación de los bretones con el Estado francés. He buscado todas las menciones de las
palabras “Francia” y “francés” en las conversaciones, y esto lleva a un resultado muy
distinto del precedente. Puestas aparte las declaraciones fuera del tema, donde se
menciona a Francia sin identificación de la persona que las expresa ni relación ninguna
con Bretaña (21,2 %), aparecen cinco categorías de declaración: la declaración que se
encuentra la mayoría de las veces (38 % de las citas), es de tipo particularista. Consiste
en decir “Bretaña es una región aparte en Francia.” Es Francia, pero es, a pesar de todo,
particular.
Segunda declaración más frecuente (31,4 % de las citas), la declaración francesa. La
persona interrogada sitúa a Bretaña en el conjunto francés y razona como francesa.
Vienen después las declaraciones que he bautizado separatistas (26 % de las citas). Una
pequeña proporción de gente dice: “tengo un pasaporte bretón”, o “soy más bretón que
francés” o “no me siento francés”. Pero, sobre todo, el 36 % de las personas encontradas
cometen lapsus que colocan involuntariamente a Bretaña fuera de Francia. Si esto no se
produjera más que una vez o dos, no tendría apenas sentido, pero, cuando esto concierne
a más del tercio de la muestra, parece que eso significa algo. Tanto más cuanto se tiene
que ver con frecuencia con lapsus de repetición. Por ejemplo: “Nosotros, en el país gallo,
estamos ya un poquito más cerca de Francia … eh, discúlpeme, le hago sufrir … eh, le
hago sonreír.” Se experimenta así el sentimiento de que quiere salir una declaración, pero
que el hablante no se autoriza a expresarla.
Por fin, la última categoría es la de la superación. Concierne al 4,6 % de las citas y
consiste en decir: “Bretaña se ha acabado, Francia se ha acabado, lo que cuenta, ahora,
es Europa”, o incluso eventualmente: “Europa se ha acabado, lo que cuenta, ahora, es el
mundo.”

Identidad bretona y vínculo social

He tratado de ver si los bretones admiten la posibilidad para los no bretones de integrarse
en la bretonidad. Y he constatado en sus declaraciones un vivo apego a lo que uno de los
entrevistados expresa en algunas palabras: “el derecho del corazón”. En otras palabras,
se reconoce la posibilidad de llegar a ser bretón a cualquiera que ame a Bretaña, sus
paisajes, su población o su cultura. Se puede llegar a ser bretón a condición de amar, lo
que implica, desde luego, un esfuerzo muy grande de semejanza con los otros bretones.
Por otra parte, me ha parecido a través del estudio de las conversaciones que el vínculo
social era sólido en Bretaña. Es algo que se puede percibir, a contrario, por el estudio del
voto al Frente Nacional, puesto que se admite generalmente que éste corresponde a
situaciones de desesperanza social. El voto al Frente Nacional es claramente inferior en
Bretaña a la media francesa. Se puede, pues, suponer que el malestar social es
relativamente menos fuerte en Bretaña que en el conjunto de Francia. Por otra parte, en
las conversaciones, las personas interrogadas proclaman a menudo su felicidad.
Expresan, ciertamente, angustia, un malestar ligado al paro, etc. Pero cuando hablan del
hecho de vivir en Bretaña, dicen: “¡Ah! en Bretaña se está bien, no querría ir a vivir a otra
parte.” He tratado, pues, de ver lo que podía permitir una cierta solidez del vínculo social.
Y me ha parecido que, paradójicamente, entre los elementos más importantes se
encontraban la ruralidad y la presencia del bocage*. El bocage ha sido presentado mucho
tiempo como un factor de aislamiento. Pero si es cierto que corta geográfica y
materialmente a unas gentes de otras, obliga también a la sociedad a reunir a sus
miembros y a reforzar los vínculos entre ellos. Así pues, los hábitos sociales de encuentro
y de comunicación se han reforzado más bien en el transcurso de estos últimos años,
marcados por la movilidad geográfica, mientras que en los países de hábitat agrupado,
donde se tenía la costumbre de vivir los unos sobre los otros y las reglas sociales tendían
a aislar a los individuos para garantizar una vida privada, la movilidad ha contribuido a
reforzar el aislamiento entre las personas. Es una tesis que retomo a Hervé Le Bras. La
persistencia de ciertos valores parece igualmente desempeñar un papel favorable al
vínculo social. Son valores tradicionales, como el trabajo, la voluntad, la familia, la
ambición, la fidelidad, la justicia y la honradez. Son favorables a la cohesión social y
parecen vinculados al cristianismo. Así pues, me parece que las reminiscencias del
cristianismo que están aún presentes en la sociedad bretona desempeñan un papel de
cohesión social. Bretaña, en el movimiento europeo de paso de un “modelo católico
confesante” a un “modelo humanista secular”, estaría un poco retrasada. Pero ¿qué va a
pasar cuando alcance a las otras regiones, las más descristianizadas? ¿La cultura y la
identidad bretonas están indisolublemente vinculadas a estos rastros de catolicismo? Así
pues, ¿todo se va a derrumbar? ¿U otra ideología va a sustituir a la religión católica? Y,
eventualmente, ¿un regionalismo, un autonomismo o un nacionalismo bretón podría
desempeñar el papel de cohesión social que era hasta ahora el de la religión católica?

Nota del traductor


Bocage: Combinación de parcelas (campos o praderas), de formas irregulares y de
dimensiones desiguales, limitadas y cerradas por setos vivos que bordean caminos
encajonados. (Antaño dominante en el oeste de Francia, ha retrocedido allí con la
extensión de la concentración parcelaria) (www.laroussse.fr)

Conclusión
No es solamente por su historia, incluso muy contemporánea, que la cuestión bretona es
universal: se inscribe en un contexto mundial de crisis de la modernidad fundada en la
Razón universal, y de reflexión sobre el futuro. Francia, uno de los países del mundo que
ha ido más lejos en la negación de las tradiciones y las minorías, constata hoy que su
modelo de integración republicana está en un callejón sin salida: “El modelo republicano,”
escribe Alain Touraine, “no empuja ya a los países hacia un futuro escogido por todos en
nombre de los valores de libertad, igualdad y solidaridad; defiende los intereses
adquiridos y, sobre todo, el poder exorbitante de los gestores administrativos y, a veces,
sindicales que defienden, en nombre de las reglas generales, las categorías más
centrales …” Ahora bien, es interesante observar que en Bretaña, a pesar de la
aculturación forzada que este modelo de integración ha producido durante siglos, sigue
persistiendo una originalidad. Por una parte, la lengua bretona es hablada aún por varios
cientos de miles de personas, aunque su huella se difumine rápidamente. Por otra parte,
una minoría activa no despreciable produce una cultura (lingüística, musical, coreográfica,
etc.) renovada y adaptada a la vida contemporánea. Y, sobre todo, la mayoría de los
bretones están de ahora en adelante orgullosos de su diferencia, aunque esta última sea
muestra ahora más de la imagen mental o de una creación constante que de la tradición
inmemorial. Por último, la originalidad bretona se expresa de manera pacífica, sin rastro
de odio o de voluntad de ruptura: los bretones no están crispados por su identidad.
Sucede de otro modo en una parte de la intelligentsia francesa que soporta mal que su
cultura no constituya ya un modelo universal. Frente al mundo anglosajón, se retrae sobre
la defensa de su “identidad” cultura, que dice excepcional. Y frente a las culturas que
viven en su territorio, está recorrida de sobresaltos: “las pasiones”, escribe, en efecto
Michel Wieviorka, “explotan entre los intelectuales, tan pronto como se pronuncian
palabras tales como ‘diferencia cultural’, ‘multiculturalismo’, ‘minorías’…” Francia es,
añade, “un país al que asusta la idea [de un empuje de las identidades particulares] y que,
de manera más general, se siente amenazado en su lugar cultural en el mundo…” Para
evitar el ascenso de los peligros – ya se trate del populismo, del repliegue de las
comunidades sobre si mismas, o de un neo-liberalismo desmedido, convendría, sin
embargo, dar pruebas de buena fe: no es cierto que Europa y Francia tengan que escoger
entre el universalismo y el retorno a las tribus. Como escribe Alain Touraine, “el
multiculturalismo no es el adversario del universalismo europeo; es la otra cara.” Y más
bien que cada uno defienda con uñas y dientes su “identidad”, ¿no sería preferible abogar
por el respeto a la alteridad? No es simplemente un cambio de palabra: la identidad no es
más que una ficción, lo hemos visto; ahora bien, toda sociedad fundada sobre una ficción
recurre a la mentira. Es, por lo demás, lo que escribe Renan: “El olvido, y yo diría incluso
el error histórico, son un factor esencial de la creación de una nación, y es así como el
progreso de los estudios históricos es, con frecuencia, un peligro para la nacionalidad. La
investigación historiográfica, en efecto, vuelve a sacar a la luz los hechos de violencia que
han pasado en el origen de todas las formaciones políticas, incluso de aquellas cuyas
consecuencias han sido más beneficiosas.” La alteridad, en cambio, no es una ficción. Al
contrario, como escribe Paul Ricoeur, es “inherente a la idea misma de pluralidad
humana”. La alteridad es “lo que es distinto que uno mismo […] En este sentido, la
alteridad es más una relación que un concepto propiamente dicho.” Se sabe bien que las
luchas de liberación nacional que están basadas en el principio de identidad no son,
desgraciadamente, liberadoras más que hasta a lo que conducen. Después, conforme al
principio que las anima (defender la identidad es promover lo Mismo), se vuelven
opresivas para con el Otro interior. No queda dicho, desde luego, que un combate llevado
a cabo en nombre de la alteridad no conduciría a tales fenómenos de dominación. No
obstante, esta última entraría en contradicción con el principio de alteridad. Actuar y
razonar en términos de alteridad implica, sin embargo, soluciones políticas diferentes a las
estatales. Ahora bien, ¿no es esto precisamente lo que exige el contexto contemporáneo?
Edgar Morin muestra en Terre-Patrie (Tierra Patria) que, en todas partes en el mundo,
existe hoy una verdadera toma de conciencia de la comunidad de destino terrestre. No
podemos más que felicitarnos por ello. SI Francia y los otros Estados que se dicen
naciones aceptaran – imaginémoslo por el espacio de un instante – descrisparse un poco
y reconocer verdaderos derechos colectivos a sus minorías; mejor aún, si instancias
supranacionales – tales como Europa – llegaran a ejercer una soberanía política y
reconocieran tales derechos fundados en el respeto a la alteridad, ¿no se puede
considerar que las minorías se contenten – como lo hace la Cataluña española, por
ejemplo – con disfrutar de la plenitud de sus derechos, sin necesariamente procurar
combatir a los Estados, o crear nuevos Estados? Se ve bien que esto llevaría hacia una
forma de federalismo contraria a las costumbres francesas. Francia, sin embargo, escribe
Jean-Louis Quermonne, “no puede permanecer sorda a las transformaciones que se
operan en su territorio. Ahora bien, ya no encontrará en la caja de herramientas de la
descentralización los medios de responder a ellas.” Los bretones, que no se dicen
siquiera autonomistas, no parecen, ciertamente, constituir un peligro para el Estado
francés hoy. Pero esperan más consideración para su singularidad cultural y más
prerrogativas económicas. Ahora bien, escribe Ismail Kadare, “los pueblos no esperan
nunca en vano, como esperan aquellos que se quedan soñando sobre el escalón de su
puerta. Cuando un pueblo espera algo, está formando lo que espera.”

Los primeros segundos de las conversaciones


Las conversaciones han durado una hora por término medio. He aquí los primeros
segundos de cada una de ellas. Mi pregunta era: “¿Qué representa en su vida personal el
hecho de ser bretón?

Aline, 34 años. Agricultora en Plounez: “Se habría podido nacer en otra parte.”
Annaïck, 42 años. Maestra de escuela, esposa de marino-pescador en St-Quay-Portrieux:
“Estoy apegada a ello. No lo reivindico, pero estoy contenta de ello.”
Bernard, 53 años. Agricultor en Binic: “Se es bretón, pero se podría ser de otra región,
sería lo mismo.”
Briec, 32 años. Marino-pescador en Plouézec: “¡Mi razón de vivir!”
Christian, 48 años. Agricultor en Plourhan: “Estoy orgulloso de ser bretón, pero pienso
que, si hubiera nacido en Córcega o en Irlanda, sería parecido.”
Claude, 55 años. Marino-pescador en Loguivy: “Una identidad especial de fuerza, de
carácter.”
Daniel, 41 años. Marino-pescador en Loguivy. “Vivir en una región a la que se ama.”
Édith, 39 años. Esposa de marino-pescador en Loguivy: “El orgullo de las raíces.”
Fañch, 40 años. Marino-pescador en Loguivy. “Bretón, sí, pero sin más.”
Françoise, 33 años. Esposa de agricultor; acaba de dejar de trabajar en la explotación;
busca un empleo de ingeniero en Ploubazlanec: “Para mí, es una raíz, es un país al que
amo.”
Gaël, 63 años. Marino-pescador jubilado en Paimpol: “Estoy muy orgulloso de ello.”
Gérard, 55 años. Empresario en St-Quay-Portrieux: “¡Esto representa que vivir en
Bretaña es formidable!
Hèlène, 42 años. Esposa de marino-pescador; regenta habitaciones para huéspedes en
Loguivy: “Eso no cambia gran cosa, aparte de que tengo acento bretón.”
Hervé, 34 años. Agricultor en Plourhan: “Nada especial a priori. Es, sobre todo, frente
al exterior.”
Isabelle, 35 años. Agricultora en Plounez: “Se está orgulloso, primero, de ser bretón.”
Jacques, 48 años. Empresario en Paimpol: “Para mí es algo esencial.”
Jean, 20 años. Estudiante del BTS (Brevet de technicien supérieur = Diploma de técnico
superior) agrícola en Paimpol: “Para mi, ¡es un plus¡”
Joël, 46 años. Marino-pescador en Étables-sur-Mer: « Yo he trabajado mucho tiempo
en el extranjero. El hecho de ser bretón ha aportado algo.”
Laurent, 55 años. Empresario en Paimpol: “Allí donde he estado con frecuencia
orgulloso de ser bretón es porque he viajado mucho.”
Loïc, 57 años. Empresario en Paimpol: “Soy feliz de ser bretón y allí se para eso.”
Louise, 49 años. Agricultora en Lantic: “¡Tengo la impresión de … estar bien!”
Marie, 46 años. Empresaria en Kerfot: “Es una cuestión muy importante, porque son
mis raíces.”
Martin, 52 años. Antiguo marino-pescador. Empresario en Binic: “He sido bretón, soy
bretón de nacimiento, pero, debido a mis responsabilidades, debo mirar al exterior.“
Maryvonne, 38 años. Agricultora en Yvias: “En nuestro ambiente, uno se contenta con
ello.”
Mathieu, 41 años. Marino-pescador en Binic: “No cambia gran cosa que sea bretón o
normando”.
Maurice, 46 años. Marino-pescador en St-Quay-Portrieux: “Es mi región, la amo, pero
eso es todo, ahí se para.”
Michel, 53 años. Agricultor en Étables-sur-Mer : “Personalmente, en mi vida de todos
los días, eso no me marca.“
Monique, 48 años. Esposa de marido-pescador; vende el pescado capturado por su
marido en St-Quay-Portrieux: “Es una región un poquitín aparte.”
Nicolas, 41 años. Agricultor en Plounez: “¡Es un orgullo! Porque ser bretón quiere
decir tener cosas detrás nuestro.”
Nicole, 34 años. Esposa de marino-pescador; vende el pescado capturado por su marido
en Loguivy: “Se está orgulloso de serlo, y es un placer vivir en Bretaña:”
Odile, 29 años. Esposa de marino-pescador: vende el pescado capturado por su marido
en Loguivy: “No he pensado nunca en eso. Eso no me molesta.”
Pascale, 47 años. Esposa de marino-pescador; en el hogar en Étables-sur-Mer: “’¡Nada!”
Patrick, 47 años. Marino-pescador en St-Quay-Portrieux: “Yo no sé si eso representa
algo.”
Paul, 38 años. Agricultor en Plounez: “Yo me sitúo más bien francés que …”
Pauline, 54 años. Agricultora en Plourhan: “Es una cosa natural. Soy bretona, es un
hecho.”
Philippe, 54 años. Empresario en Paiimpol: “Es verdad que soy bretón antes que
francés. Es cierto.”
Pierre, 46 años. Agricultor en Plounez. “Es ya sentirse un poquitín diferente de los
demás. El hecho de ser bretón solamente existe porque se quiere.”
Renée, 47 años. Pescadora, esposa de marino-pescador en St-Quay-Portrieux: “No
pienso que eso represente algo diferente que …”
Roger, 47 años. Empresario en Étables-sur-Mer: “Es bonito, se es un poco diferente de
los demás, se tiene una sangre que es más pura, ¡si se puede decir!”
Solange, 48 años. Agricultora que regenta una casa de turismo rural en Plélo: “No sé
siquiera si eso representa algo.”
Sylvie, 47 años. Agricultora en Plourhan: “A pesar de todo, se está orgullosos de
Bretaña, es cierto.”
Tanguy, 65 años. Empresario en St-Quay-Portrieux: “Es sentirse pertenecer a unas
raíces; es que uno puede volver a sus raíces profundas.”
Thierry, 41 años. Empresario en Pordic: “Estoy muy contento de ser bretón, pero esa
es una cuestión geográfica y no cultural.”
Thomas, 45 años. Empresario en Binic: -
Yves, 50, años. Empresario en Binic: “Vivo en Bretaña. ¿Bretón? No, no más que eso,
no, absolutamente no.”
Yann, 58 años. Empresario en Paimpol: “Siempre he sido bretón y no me imagino no
ser bretón. Pero no he pensado nunca en ello.”

Traducido del francés al español por Lorenzo Arroyo Plaza

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