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Los capitanejos caníbales, Izq.

Pedro Vila, capitanejos Alberto Maripe, Hilario Castro, Juan


Carrillo. El policía de uniforme claro custodia a los detenidos. Foto de Caras y Caretas.

El inquietante caso fue conocido como “La matanza de los turcos”. De los
expedientes guardados en el Archivo Histórico de la Provincia de Río Negro, surge que
más de cien comerciantes trashumantes de origen sirio–libanés habrían sido
asesinados y canibalizados por indígenas mapuches. Una historia tenebrosa con un
trasfondo de intereses poderosos. (Podcast del artículo aquí)

Los “mercachifles”

A los vendedores trashumantes se les conoció como “mercachifles” debido a su


costumbre de anunciarse a las poblaciones o estancias donde llegaban haciendo sonar
una especie de silbato o chifle. “Eran libaneses apenas llegados al país, que salían
desde Neuquén y General Roca, en grupos de dos y tres, acompañados por algunos
peones y baquianos, con caballos o mulas cargados de ropa, telas y otros artículos”,
describe el escritor e historiador Elías Chucair, en reportaje de 2009.
Fotografía de un “mercachifle” con su carro cargado, generalmente apodado “turco” debido al
argentinismo de suplantar nacionalidades: “turco” por árabe; “ruso” por israelí, etc.

Partidas sin regreso

Las desapariciones de “turcos” (genérico en Argentina de todo ciudadano árabe


cualquiera sea su nacionalidad) ocurrieron entre 1905 y 1908, o quizás también durante
la primera mitad de 1909. La primera denuncia formal sobre desaparición de ciudadanos
sirios-libaneses en Patagonia fue presentada en abril de 1909 en el paraje El Cuy, de
apenas un centenar y medio de habitantes, por el comerciante Salomón El Dahuk (o
Eldahuk) ante la falta de noticias de José Elías, quien acompañado del peón también
árabe Kesen Ezen, se internara en la Patagonia unos meses antes.

El denunciante agregó que Elías había partido desde General Roca en agosto de 1908,
con mercadería suya y pactado que regresaría antes de noviembre. Era habitual que
sirios–libaneses ya instalados, ayudaran a sus “paisanos” recién llegados con
mercaderías en consignación a fin de que pudieran comenzar una actividad rentable.
Estos se internaban en la meseta ofreciendo productos en las poblaciones y estancias
alejadas, volviendo varios meses después. También informó el denunciante, que Elías y
su peón, habían sido vistos por última vez en octubre de 1908, en el paraje conocido
como “Lanza Niyeo”. Agregando que unas semanas después fueron vistas las dos mulas
y el caballo de Elías deambulando por la meseta. Por lo cual tenía la seria sospecha que
Elías y su peón podrían haber sido asesinados.
La punta de la madeja

Los rumores sobre “turcos” desaparecidos en Patagonia crecían. Llamaba


poderosamente la atención que desde 1905 no regresaba ninguno de los “mercachifles”
que se internaban en la meseta. De hecho, la firma El Dahuk o Eldahuk Hnos. tenía
registrado entre sus deudores a cincuenta y cinco vendedores ambulantes de origen
árabe que no habían regresado a regularizar su deuda, entre ellos a José Elías.

Por lo tanto, cuando el comerciante presentó la denuncia formal, el gobernador del


Territorio de Río Negro, Carlos Gallardo, ordenó de inmediato al jefe de policía
investigar lo que estaba sucediendo. Designaron al comisario José Torino, un estricto
funcionario que no dudaba en utilizar “mano dura” para castigar a vagos, maleantes y
forajidos. Torino conformó una partida de diez hombres curtidos en la bravura y clima
de la región.

En conocimiento que los “turcos” solían salir de General Roca hacia el sur y recorrían el
territorio en dos o tres meses, pasando luego por el paraje “Lanza Niyeo” y más tarde
por “Lagunitas”, realizó el mismo recorrido. Al principio se encontró con el silencio
obstinado de los pocos pobladores. Todos los habían visto pasar, pero no sabían nada
más.

Comisario Torino y algunos de sus policías. Destaque a la der. Foto de Caras y Caretas.

La confesión

Todo cambió cuando detuvieron a unos mapuches que interrogados confesaron varios
crímenes, pero que no estaban relacionados con las desapariciones de “turcos”. Fue
entonces que el olfato de investigador del comisario Torino le guió directamente hasta
“Lagunitas”, donde procedió a detener a un menor llamado Juan Aburto. El joven
confesó enseguida que en el toldo (vivienda o choza) de Ramón Sañico, habían
matado algunos días atrás a tres sirios. También, que en otras oportunidades,
habían asaltado y matado a los “turcos” que llegaban hasta allí.
Con la suerte ahora de su lado, Torino llegó hasta el toldo de Ramón Sañico, quien ya
había huido pero pudo recuperar varios objetos robados. El rápido despliegue policial
permitió ir apresando a todos los integrantes de la banda y recolectar pruebas. No tardó
en localizar los toldos de Antonio Cuece, quien al parecer era mujer que vestía de
hombre y machi (bruja o curandera), conocida bajo el alias de “Macagua”.

Junto a ella estaba el huinca (hombre blanco) Pablo Berbránez, chileno, alto, rubio, de
ojos verdes y elegante vestir de negro -según le describe el historiador Elías Chucair-
cuya curiosa personalidad le llevaba a ser también Juez en Toltén, Chile. Ambos
ejercían el liderazgo sobre los capitanejos comandados por Pedro Villa, Bernardino
Aburto, Francisco Muñoz y Julián Benigno Muñoz, todos ellos con frondosos
prontuarios delictivos. Durante los cuatro meses que duró la investigación el comisario
Torino detuvo e interrogó a unas 80 personas.

La región donde se desarrollaron los hechos

En aquella época, las poblaciones más numerosas de la región eran “El Coy”, con un
centenar y medio de habitantes y “Lagunitas”, de apenas un centenar. En su gran
mayoría eran indígenas procedentes de Chile que se dedicaban a la crianza de ganado
lanar y yeguarizos, además de la cacería de avestruces y guanacos. Sin embargo, la
ausencia de control policial favorecía también la presencia de delincuentes dedicados al
robo, pillaje y todo tipo de crímenes. Eran tiempos en que lo habitual era el robo y
tráfico de ganado a Chile. Fue en ese lugar desierto y peligroso en que los mercachifles
se aventuraban con sus carros cargados de productos.

Violencia y sin razón

Según consta en las declaraciones, los capitanejos al recibir noticias de la llegada de


algún “mercachifle” a la región, reunían a sus secuaces e invitaban a los comerciantes
ambulantes con asado de cordero, vino y otras delicias. En cuanto se descuidaban los
mataban y procedían a robarles el dinero, ropa, alhajas y la mercadería que
transportaban. Luego, les extraían los corazones, el pene o los testículos, que según
entendían aquellos delincuentes, eran atributos que consumidos les dotarían de
virilidad y fortuna. Aquellas partes eran charqueadas, asadas y posteriormente
repartidas entre todos los participantes.

Según algunos autores: “Antes de comer un pedazo del corazón del turco José Elías,
Julián Muñoz les dijo a los presentes: “Antes, cuando era yo capitanejo y sabíamos
pelear con los huincas, sabíamos comer corazones de cristianos; pero de turco no he
probado nunca y ahora voy a saber qué gusto tiene”.

El resto de los cadáveres y pertenencias no robadas eran incinerados. Una vez


reducidos, los huesos eran molidos y guardado ya que según creían era un útil gualicho
(conjuro) para no ser descubiertos. En cuanto a la machi “Macagua”, otros detenidos la
señalaron como la encargada de extraer las vísceras para realizar con ellas “remedios”.
En su rancho se encontraron varios corazones y partes humanas desecadas.

“Todos pa’dentro”, dicen que repetía el comisario Torino, asqueado ante aquellos
asesinos mientras los ataban con tientos a sus cabalgaduras para partir en caravana
destino a General Roca, a 22 días de distancia. Antes de arribar con los 45 hombres y 8
mujeres detenidos, la ciudad solicitó refuerzos policiales ante la conmoción general que
produjo el descubrimiento de hechos tan repulsivos.

Personal policial de la partida del comisario Torino. A la derecha, los menores detenidos, entre
ellos Juan Aburto.

Cosas raras, injusticias y complicidades

Quizás habrá sido por sus poderes mágicos, no se sabe, pero la machi nunca fue
arrestada. El comisario Torino la describió como una mujer vieja y moribunda, postrada
en una cama con tuberculosis avanzada y sífilis, y que por eso no la llevó con el resto de
los detenidos. Sin embargo, unas semanas después le llegó información sobre que la
machi había sido vista vagando por el desierto. Envió una comisión policial pero la
toldería estaba desierta. Lo curioso, es que sobre una mesa habían dejado un papel
firmado por un poderoso patrón de estancia de la zona que le pedía al comisario
dejar a la mujer tranquila “porque era una buena persona y no le hace mal a
nadie”. Misterio.
Mujeres detenidas. A la derecha Vicenta Guaichanas en cuya casa se habría cometido
antropofagia.

Las acusaciones por abuso de autoridad y procedimientos ilegales para obtener las
declaraciones de los detenidos llevó a que el comisario Torino y sus hombres fueron
encarcelados y suspendidos. El juicio duró cuatro años y ninguno retornó a la
institución policial. Sin embargo, la mayoría de los procesados recuperaron su
libertad al poco tiempo. Resulta extraño que ningún funcionario saliera en defensa del
eficiente comisario Torino, quien sufriera diversos vejámenes durante su detención.
Apenas la pequeña comunidad sirio-libanesa fue la que se acercó y pago un abogado
que le defendiera.

¿Por qué?

Todo parece indicar que Torino desarmó un mecanismo de comercio ilegal que
excedía a los capitanejos detenidos. Al parecer, los mapuches eran la mano de obra de
ignotos poderosos de la política que manejaban una organización dedicada al
comercio en Chile de productos robados en Argentina.

También llama la atención del silencio cómplice de los comerciantes de la región.


Una vez ultimados los trashumantes, los asesinos procedían a repartirse el botín. Los
capitanejos se quedaban con la mejor parte y el resto acudía a las pulperías o almacenes
de ramos generales para cambiar su parte del botín por alcohol, tabaco, yerba mate, ropa
y comestibles. El comerciante local no podía desconocer el origen de la mercadería ya
que los “turcos” también se las ofrecían a ellos. Sin embargo, por dos monedas las
obtenían de los asesinos, manchadas de sangre, pero mucho más baratas.

Ese mismo año, 1909, los registros indican que se esfumaron 50.000 ovejas del recuento
durante la esquila. Se presume que fueron comercializadas en Chile al igual que buena
parte de los botines obtenidos de los sacrificados “mercachifles”. Era un negocio grande
y Torino se había metido para encarcelar la mano de obra barata y útil de mapuches
necesitados.

Una historia más de la Patagonia feroz y sangrienta. Esta vez, el desierto se devoró a
inmigrantes que con su media lengua e inocencia creían en la buena fe y caían en la
trampa de delincuentes. Nunca se supo cuantos sirios-libaneses fueron asesinados
debido que su escasa documentación personal fue quemada junto a sus cuerpos. Según
los datos recogidos por el comisario Torino, unos 130 hombres.
Fuentes:

-Chucair, Elías: Partidas sin regreso de árabes en la Patagonia.

-Archivo Histórico de la Provincia de Río Negro.

-Documentación histórica de la Provincia de Río Negro.

-Historias y Leyendas de Río Negro y La Patagonia de Marcos Vignolo.

-Tiempo de violencia en la Patagonia: bandidos, policías y jueces (1890-1940), Gabriel


Rafart.

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