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Imperio otomano
El levantamiento de los griegos contra el dominio turco
en 1821 dio paso a una década de lucha encarnizada,
con asedios, batallas y masacres que tuvieron en vilo a
toda Europa
10 de agosto de 2015 · 06:00 Actualizado a 14 de mayo de 2018 · 16:45
Lectura: 6 min
Foto: AKG / ALBUM
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Asedio de Missolonghi
Extenuados por largos meses de sitio en 1826, los combatientes griegos realizan una
salida a la desesperada para sacar de la ciudad a las mujeres y los niños. Óleo por
Theodoros Vryzakis. 1853. Galería Nacional, Atenas.
Stapleton Collection / Corbis / CORDON PRESS
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La batalla marítima
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Castillo de Bourtzi
Conquistado por los rebeldes griegos en 1822, les sirvió como trampolín para asaltar la
base de Nauplia.
A principios del siglo XIX, Grecia llevaba casi 500 años bajo dominio del Imperio
otomano. En ese largo período los griegos habían gozado de cierta autonomía gracias al
régimen turco de los millets, comunidades religiosas reconocidas legalmente. Sus élites,
además, habían logrado una posición de privilegio, especialmente los fanariotas, las
familias que vivían en el barrio de Fanar en Estambul. En las islas del Egeo, los grandes
mercaderes disfrutaban de notable prosperidad. En cambio, los habitantes de las
regiones montañosas de Grecia estaban sometidos a los caprichos de la administración
turca, corrupta y que castigaba con brutalidad cualquier amago de rebelión. Su
descontento, además, era avivado por el rico y poderoso clero ortodoxo, guardián de la
identidad nacional frente a los dominadores musulmanes.
Sin embargo, fue sólo en los años de la Revolución Francesa y de las guerras
napoleónicas cuando surgió por primera vez el plan de un alzamiento general contra el
Imperio turco para hacer de Grecia una nación independiente. En 1814, tres
comerciantes griegos residentes en la ciudad rusa de Odesa constituyeron la Filikí
Etería, o Sociedad de Compañeros. Pese a unos inicios difíciles, en 1819 esta sociedad
de estilo masónico contaba con 452 afiliados. Su plan consistía en lanzar una invasión
armada desde Rusia que desencadenara el levantamiento general.
El episodio más impactante tuvo lugar en Quíos. Los mercaderes griegos de la isla se
mostraron remisos a unirse a la revolución, pero cuando llegaron algunos destacamentos
de marina y de kleftes el sultán replicó con una represión que acabó en una masacre
general y la esclavización de los supervivientes.
En el Peloponeso, sin embargo, las fuerzas griegas lograron una victoria decisiva al
tomar el principal baluarte turco, Trípoli, tras un asedio de seis meses. Cuando la ciudad
cayó, miles de musulmanes fueron asesinados y sus riquezas saqueadas. El triunfo dio a
los griegos una base territorial donde asentar los cimientos del nuevo Estado
independiente. Una asamblea reunida en Epidauro adoptó una constitución que se
inspiraba casi palabra por palabra en los grandes textos de la revolución americana de
1776 y la francesa de 1789. Sin embargo, enseguida estallaron fuertes divisiones
internas, particularmente entre los políticos y los jefes militares. Los primeros, dirigidos
por Mavrokordatos, querían crear un régimen a la europea, mientras que Kolokotronis y
otros combatientes daban prioridad a la guerra y veían con suspicacia la ingerencia de
Francia e Inglaterra. De este modo, junto a la guerra contra los turcos se desarrolló entre
1823 y 1825 una guerra civil que sembró el desánimo entre muchos revolucionarios
entusiastas. Uno de éstos, Yannis Makriyannis, reconocía en sus memorias que «la
causa griega me empezó a dar asco» y clamaba que no habían tomado las armas contra
los turcos para terminar luchando contra griegos.
Los filhelenos
Frente a los éxitos militares griegos en la primera fase de la revolución, en 1825 las
tornas cambiaron. El sultán Mahmut II se alió con el pachá Mohamed Alí, señor de
Egipto, a quien convenció para que enviara a Grecia un poderoso ejército al mando de
su propio hijo, Ibrahim Pachá. Éste no tardó en conquistar las principales fortalezas
griegas –Navarino, Trípoli, Argos, Missolonghi, Atenas...–, tras asedios a veces
durísimos. En 1827 la insurrección en Grecia, reducida a ciertos puntos localizados,
parecía moribunda.
La intervención europea salvó en ese momento la causa griega. Con claras segundas
intenciones, las grandes potencias encontraron al final un acuerdo para liberar a los
griegos del yugo turco. Londres seguía estando ansiosa por controlar la zona del
Mediterráneo, vigilar el avance ruso y frenar a Francia, que también quería intervenir en
los asuntos griegos. Todas las potencias europeas, con la excepción de Austria, se
alinearon para acrecentar la presión sobre el sultán y obligarlo a firmar un armisticio y
conceder a los griegos al menos la autonomía. La derrota de la armada turca en
Navarino en 1827, la invasión anglofrancesa del Peloponeso en 1828 y la ofensiva rusa
en Adrianópolis, que amenazó incluso Constantinopla, forzaron la claudicación del
sultán.