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El desarrollo de Salud Mental se sostiene en una ética que considera al sujeto del sufrimiento mental, su historia, su
sensibilidad, su experiencia y su memoria, como la dimensión conflictiva de toda existencia humana y propone al
sujeto una comprension conjunta del malestar psíquico, su participación en el proceso de atencion.
La consideración del trastorno como “enfermedad” por parte de la psiquiatría positivista prescinde del sujeto e ignora
el conflicto que expresa el síntoma, ya que este seria solamente el signo de un trastorno en sus equilibrios cerebrales
proponiéndose suprimirlo a través del medio artificial del medicamento.
Los psiquiatras se valen para esto de un nuevo valor cultural: actuar a través de drogas sobre la vida emocional, el
rendimiento físico, sexual, intelectual, agilizar la velocidad de lo encuentros sexuales, vencer a los malestares y las
impotencias de la existencia, que ha puesto 2 formas de consumo: los psicofármacos y las drogas ilícitas.
Esto es una producción de identidad social: del objeto al ser. Nos invitan por este medio a ser otro de lo que somos.
Pero también la dirección es inversa: del ser al objeto. De transformar al ser en un objeto mas de consumo. Todo el
consumo esta dirigido a generar la ilusión de que “podemos ser otro de lo que somos”. Esta es “la ilusión de no ser”.
El autor analiza como esta “ilusión de no ser” aloja en sus entrañas un principio de autodestrucción: pulsión de
muerte
Introducción
Este libro trata de avanzar hacia a definición de los fundamentos epistemológicos y metodológicos en los cuales se
basan los principios y criterios que orientan las practicas de la salud mental, establecer las razones en que se
sustentan sus acciones practicas. Esto constituye un desafio enorme dada la complejidad y heterogeneidad
constitutiva del campo de la salud mental y hace que las respuestas que el texto propone sean solo tentativas,
naturalmente incompletas.
Una cuestión esencial para el futuro de este campo es la relación, antagonica y contradictoria que surge entre las
propuestas de una comprension bio-psico-social de la salud mental y la actual utilización generalizada del
psicofármaco, junto a la explicación medica del trastorno psíquico, para su tratamiento.
Desde los inicios de las propuestas de salud mental, en la década de los 50, todo o casi todo ha cambiado: en la vida
social, en los procesos de la cultura y en el ingreso de nuevos factores de poder que compiten hoy por la definición
de los problemas del trastorno mental y su manera de abordarlo.
La fuerza que cobró la globalización de la economía, cuyo efecto mayor ha sido el ingreso del mercado y el consumo
como valores supremos para el desarrollo de las sociedades y de los nuevos parámetros para el devenir de la vida de
los individuos, hacia previsible que ningún sector de la vida socia y de la cultura pudiera permanecer indemne a estos
nuevos valores. Este cambio cultural es determinante para un cambio global de los conceptos y practicas de la salud
mental, también para la salud mental a secas, la de los situados como pacientes la de los profesiones del sufrimiento
mental.
entender el desarrollo humano bajo los únicos criterios del progreso de la economía, producen lo esencial sobre el
transcurrir de la vida de los individuos, y especialmente sobre la construcción de los significados y valores con que
estos orientan sus conductas practicas, cuestiones que no se limitan a lo económico. La integración de los individuos
a la sociedad depende del empleo y el ingreso económico, del conjunto de sus relaciones sociales y comunitarias, y
de los recursos simbólicos con que cuente y que le permitan interactuar en los intercambios de su cultura.
Tratar de establecer los fundamentos de Salud Mental supone dos propósitos.
En 1er lugar avanzar hacia una coherencia del campo de la salud mental, el cual se caracteriza en la actualidad por
una sumatoria, no integración, de diferentes disciplinas, diversos modos de comprender los trastornos mentales,
heterogeneidad en los modos de tratarlos y por la negación de las contradicciones que atraviesan al conjunto de sus
prácticas. Esta parte del desafio consiste en plantearse si es posible una coherencia epistemológica y metodológica
que integre los saberes y las prácticas en juego en salud mental. De esto depende el futuro del campo de la salud
mental, que no podrá sostenerse por mucho tiempo simplemente haciendo énfasis en los criterios prácticos, en las
recetas sanitarias, en los valores de la sola voluntad y el compromiso para dirigir racionalmente los cuidados de la
salud mental de los individuos
En 2do lugar, fundamentar el lugar y la función social de este campo, su situación respecto a los valores vigentes en
la cultura y la vida social, es incorporarla al terreno de la batalla simbólica, donde juegan diversos contendientes que
se disputan la definición de los problemas de la salud mental, su valoración, los modos en que debe ser tratado el
trastorno mental, y quienes son los profesionales habilitados para esto. Este es un espacio de "lucha simbólica" por
establecer el dominio y la hegemonía de las definiciones, de las interpretaciones y de los valores que están en juego
y del reconocimiento social y la legitimación de sus prácticas. Si como afirman los psiquiatras (apoyados con mucho
poder por la industria farmacéutica) los síntomas subjetivos del malestar psíquico son enfermedades como las
demás, los valores que se han propuesto desde Salud Mental perderían su sentido. Si esta ideología triunfa,
entonces estos malestares deberían ser atendidos por los médicos psiquiatras o neurólogos, no por equipos de
distintas disciplinas, con intervenciones de tipo psicosocial, y con participación de quienes padecen el trastorno, su
familia y la comunidad. Desde su implantación en los años 50, el desarrollo de Salud Mental se sostiene en una ética
que considera al sujeto del sufrimiento mental, su historia, su sensibilidad, su experiencia y su memoria, la dimensión
conflictiva de toda existencia humana y propone al sujeto una comprension conjunta del malestar psíquico, es su
participación en el proceso de atencion.
La consideración del trasfondo como enfermedad por parte de la psiquiatría positivista prescinde del sujeto, ignora el
conflicto que expresa el síntoma, ya que este seria solo signo de un trastorno en sus equilibrios cerebrales, y se
propone suprimirlo a través del medio artificial del medicamento.
El terreno en que debemos movernos para este analisis no es solamente el de las disciplinas establecidas, es
también el de los rasgos de la nueva cultura y del ingreso de poderes del mercado, no solo a través de productos
para la salud mental sino también como generados de valores subjetivos para ordenar el comportamiento de las
personas, de los consumidores. Nuevas alianzas de intereses entre profesionales y mercado, nuevas herramientas
para la producción de una subjetividad acorde a este consumo, nuevas herramientas de publicidad y marketing para
asegurar el poder y la hegemonía. Frente a esto, ciertos valores que se potenciaron con las propuestas de Salud
Mental, se encentrar acorralados por esta avanzada del mercado.
desde el conjunto de las ciencias sociales y las psicoterapias, se ha pensado el conflicto en todas las dimensiones de
la vida del hombre, en su funcionamiento mental, en las relaciones con el otro y en la vida social y la cultura. También
la presencia del conflicto, o la indicación de su presencia, eran el camino para comprender doblemente la existencia
individual y las contradicciones de la vida social.
Freud dice que es el conflicto el indicador de las fuerzas psíquicas que se juegan en el devenir del sujeto y que
desentrañar este juego de fuerzas es lo que permite comprender los síntomas de las neurosis y los malestares de la
existencia. No se trata de anular el conflicto o pretender resolverlo, se trata de dejarlo o hacerlo hablar, esto solo
hace que, si otro escucha, se restituya la dimensión del sujeto implicada en su existencia. Esto tiene 2 componentes:
el de la palabra y los significados y el de la relación con otro dispuesto a escuchar y comprender. Todo conflicto en el
plano social surge de determinadas necesidades, y de determinados deseos en la vida psíquica, y por lo mismo,
ambos pueden ser transformados de manera practica. Esto es que la realidad de la existencia puede ser afrontada
sin por ello remover sus contradicciones, pero que si pueden ser atravesadas y transformadas.
También el síntoma psíquico es un intento de curación, una "formación de compromiso" que trata de contener en
equilibrio a tendencias contradictorias silenciándolas, impidiéndoles su entrada a la conciencia y al pensamiento.
Se trata de la construcción de un sentido que restituya el mundo para el sujeto, imaginando que así se suprime el
conflicto con una realidad insoportable: imposibilitado de actuar sobre lo real, es decir de poder actuar sobre sus
contradicciones, construye una realidad sólo significativa para él. El síntoma psíquico surge de la imposibilidad del
sujeto para reconocer y enfrentar los conflictos de su existir, entre tendencias o deseos contradictorios o entre sus
anhelos y la realidad exterior. Intervenir para abrir las dimensiones del conflicto, reconocer sus fuerzas, hacer que se
exprese en las palabras y el pensamiento del mismo sujeto, no es simplemente exponer al sujeto a su sufrimiento
sino aceptar que si el conflicto o la contradicción hablan podemos escuchar sus razones; el pensamiento y la
reflexión es el medio por el cual el hombre puede asumir, sin sintomas, los avatares de sus deseos y de su existir
junto a los demás.
El psicofármaco actúa en sentido contrario (depende como se use). Aliviar, silenciar los afectos que acompañan al
conflicto y expresan el malestar del sujeto (la angustia, la ansiedad, el insomnio, la obsesión, la tristeza y el desgano
del depresivo). no es sólo silenciar el conflicto es también jugar a favor del sintoma y su permanencia, en tanto impide
al sujeto actuar con conciencia sobre las contradicciones de sus deseos o de su realidad. Para la mayor parte de los
individuos resulta tentadora la "solución" del medicamento para los dolores del malestar subjetivo: al entregarse al
saber y al poder del especialista, establecidos en el imaginario social como dominio médico del malestar, pueden
abandonar los esfuerzos por hacer inteligible su malestar y enfrentar las contradicciones de su vida.
La creencia en algún saber establecido es tranquilizadora, creer que el especialista cuenta con un saber para mi
sufrimiento, y por lo mismo conoce su remedio, me exime de cualquier esfuerzo y responsabilidad con mi malestar.
La oferta del medicamento es a la vez un ofrecimiento de desubjetivar el conflicto, atribuir su presencia a causas
exteriores al sujeto y por lo tanto eximirlo de cualquier responsabilidad a la hora de entenderlo o tratarlo.
¿Como es que esta tentadora "solución del medicamento se ha instalado en la sociedad? Se ha producido un
encuentro entre nuevos rasgos culturales y la oferta de la solución del mercado para los síntomas del malestar que
producen. A favor de la velocidad de la existencia, la inmediatez de toda experiencia, el dominio de la imagen y la
sensación sobre el pensamiento y la palabra, que desembocan en la figura del "consumidor", se está configurando
una nueva relación entre las pasiones y la razón, base de toda ética. Ya no se trata de la articulación entre las
pasiones y la razón, sino simplemente de anular esta relación y este debate, y con ello suprimir la dimensión ética de
la existencia y el comportamiento del hombre. Es sobre este "logro" del mercado y la consolidación del hombre como
consumidor, que fue posible la aparición de una oferta de medicamentos que intervienen como soluciones a los
sintomas que estos nuevos rasgos culturales producen.
Pero este encuentro entre el deseo operatorio de rapidez y eficacia sobre la vida emocional y los psicofarmacos, no
es espontáneo, ha sido acompañado de complejas estrategias de mercado para generar esta cultura y potenciar este
rasgo. Si bien los hombres desde todos los tiempos han alimentado la ilusión de alterar la conciencia de sí a través
de diferentes procedimientos o drogas, este proceder se vinculó a ciertos rituales festivos y colectivos. El alcohol,
ciertos alucinógenos, el tabaco, más tarde el opio, etc., formaron parte de la fiesta colectiva o del ritual. Su consumo
permitía suspender, por un tiempo de algarabía, el peso de la existencia cotidiana, sobrellevar los duelos, extraviarse
fuera de sí. Con frecuencia este consumo de la droga se nombraba como "el viaje", un irse fuera de la propia
existencia. No es de este consumo del que se trata ahora, el consumo ya no es ritual ni colectivo en el sentido
tradicional.
Se trata de muchos juntos que estar a la vez solos, su consumo está dirigido a alterar la conciencia pero sólo para
eliminar inhibiciones (en gran parte impuestas por la moral). potenciar el rendimiento sexual, eliminar la fatiga del
cuerpo, suspender el peso de la existencia cotidiana, olvidarse por un rato de quienes son, sentirse por una noche
que por medio de la droga han devenido un "otro", potente, sin fatiga, sin dolor.
Este anhelo de actuar a través de drogas sobre la vida emocional, el rendimiento fisico, sexual, intelectual, agilizar la
velocidad de los encuentros sexuales, vencer a los malestares y las impotencias de la existencia, ha puesto dos
formas de consumo que responden a las mismas coordenadas: Los psicofármacos y las drogas licitas
El consumo de ambas, aun cuando respondan a intenciones diferentes, sigue el mismo camino, están vinculadas a
este anhelo de alterar la conciencia y sus emociones, suspender el pensamiento, aligerar la carga del existir con los
otros. Quitarle, o al menos olvidar, las razones de la ansiedad que siente cada dia, los motivos de la angustia, la
imposibilidad de conciliar el sueño, desprenderlos de las condiciones de la existencia cotidiana y sus conflictos, es
poder enajenarse de uno mismo, eliminar esos síntomas afectivos y emocionales que nos hacen presente a la
conciencia de nuestro malestar en la vida que llevamos, es devenir otro de lo que se es. Ambos caminos suponen
también el anhelo de desubjetivación, de un existir eliminando el malestar de la vida que porta todo sujeto. A esto
denomina "la ilusión de no ser", ilusión de suspender la condición subjetiva que nos hace presente lo que somos y lo
que vivimos.
Esta relación entre la nueva figura (y nueva identidad social), del consumidor y el surgimiento de esta renegación
ética.
La coherencia con la propia historia, el permanecer idéntico a si mismos a través del paso del tiempo y las multiples
experiencias, representa el modelo ético de comportamiento propio del hombre de bien. Para la ética clásica, que es
o ha sido también nuestra ética, la del hombre moderno, ningun hombre bueno querria volverse o presentarse como
siendo otro de lo que es, la fidelidad a si mismo constituye el autentico fundamento del comportamiento ético. El
deseo de ser otro de lo que se es, es propio del malvado, de quien vacila entre ocultar sus deseos y presentarse
como siendo otro de lo que en verdad es.
Para la ética clásica el arrepentimiento del malvado no es síntoma de reconocimiento de su error, sino de su ulterior
maldad. Por el arrepentimiento, el malvado trata de sustraerse de si mismo de lo que en verdad es y esta
manifestando en su pasado. El arrepentimiento no es señal de un futuro diferente sino de un renegar del pasado en
tanto éste representa lo que su ser es. El hombre recto, quien actua bajo la ética del bien, es aquel capaz de
permanecer fiel a si mismo de manera inteligente, de asumir enteramente su ser y sus actos sin dividir su yo. La
integridad del ser, el ser integro, no es otra cosa que hacer presente para si mismo, en todo momento, todo lo que el
es. Ser coherentes con la propia historia, preservar la identidad a través de las experiencias de la vida, representa el
modelo ético en el cual desde la cultura clásica reconocemos al hombre de bien, al hombre recto. La identidad
personal constituye algo que “se hace” a través de las experiencias y los comportamientos con los otros, no es algo
que “se da” naturalmente, el ser integro es justamente el acumulado de los actos del pasado. El malvado se presenta
como siendo otro de lo que es con el fin de ocultar su pasado.
Si bien está claro que el cambio cultural y ético se extendió desde los paises centrales a casi todo Occidente,
entiendo que en el caso de Argentina existe una cierta continuidad entre la maldad de la dictadura y la cultura que le
sucedió. A la amnesia -amnistía que pretendieron imponer los represores-, se sucedieron vergonzosas leyes de
"obediencia debida" y "punto final", que naturalmente desembocaron en la idea generalizada de impunidad en los
años noventa. Se instaló así una cultura política en la cual el "parecer" es un valor dominante sobre el ser; es decir,
así como en la cultura se instaló la preocupación por parecer más joven, más delgado, más bello, "ser otro",
suplantando el valor del ser en la consistencia de la continuidad histórica de la identidad, en la política surgió el
dominio de la "imagen del candidato", ya no su pensamiento y su historia, sino aquello que se pretende vender como
verdadero pero construido por el engaño y la amnesia de lo realizado. Lo cual debe entenderse como revelador de la
fractura ética de la política que, como era de esperar, se extendió sobre el conjunto de nuestra sociedad. Este afán
de ser otro de lo que se es, no se limitó por cierto a la política, se extendió come rasgo central de la nueva cultura y
está en la base de lo que el mercado nos acostumbró a entender por consumidor".
Las identidades sociales tradicionales han estado fuertemente ligadas al oficio, la profesión, al trabajo, a la filiación, al
territorio de nacimiento o de vida. El sujeto moderno es reconocido por su filiación (su nombre); su oficio (profesor,
metalúrgico, plomero, etc.); su historia y su lugar (de tal pueblo, de tal comunidad). Esta constitución de la identidad
ha entrado fuertemente en crisis en la vida urbana actual. Su reemplazo más notorio.es el consumo. De diversas
maneras todos los habitantes están situados y clasificados en base a su condición de consumidores. Los objetos de
consumo, las marcas de los objetos, su precio, etc definen socialmente el quien es cada cual. Si observamos la
publicidad actual se ve que la oferta de los productos esta acompañada con slogans que se dirigen al ser, a la
apariencia social que puede brindarle tal objeto, todo consiste en un llamado a “ser” eso que el objeto que posea lo
situa en una identidad social. El ser deviene idéntico al valor social del objeto que consuma
Esta es una dirección de producir identidad social: del objeto al ser. Nos invitan a ser otro de lo que somos. Pero
también la dirección es inversa: del ser al objeto, de transformar al ser en un objeto mas de consumo. Todos pueden
devenir un objeto para utilizar, comprar, desechar. Algunos hablan de “producirse” o de “venderse” bien, cuando en el
afán de algún éxito se muestran como siendo otros. El consumo de objetos y de otros se situa en la misma línea de
posibilidad. Todo el consumo esta ahora dirigido a generar la ilusión de que “podemos ser otro de lo que somos”.
Sin este profundo e inquietante cambio cultural y ético, no hubiera sido posible la recepción y la implantación a gran
escala del consumo de psicofármacos. Verdaderas campañas en los medios masivos, una hegemonía en las las
publicaciones científicas de esta perspectiva y esta propuesta, acompañaron una cooptación desenfadada de los
médicos psiquiatras y sus corporaciones por parte de la industria farmacéutica. Todo este esfuerzo es justamente
instalar el problema del malestar de la existencia y los síntomas del sufrimiento mental en las coordenadas del
mercado.
La difusión pública de las investigaciones de las neurociencias, en la llamada "década del cerebro", es presentada
bajo una articulación sutil: un conocimiento sobre el funcionamiento de las redes neuronales, los mecanismos
biológicos de la transmisión entre neuronas, se vincula con determinado malestar subjetivo (la obsesión, la memoria,
la hiperactividad y desatención de los niños, el deseo sexual, etc.) y se informa que determinados científicos han
descubierto una nueva molécula capaz de solucionar estos malestares actuando sobre los mecanismos cerebrales.
Casi siempre se trata de alguna sustancia, neurotransmisor, que esta de más o que falta,
Surge de allí que el remedio restablece el equilibrio del mecanismo biológico, inhibiendo la neurotransmisión,
bloqueando ciertos receptores, estimulando otros. Nunca es muy preciso si se trata de una sustancia que sobra o que
falta y eso produce el síntoma, o si bajo las condiciones emocionales del síntoma psíquico se produce la falta o la
sobra de dicha sustancia. La posibilidad abierta por estas moléculas de alterar o inhibir determinados procesos
neuronales, nada nos enseña acerca de las razones psíquicas, las causas del síntoma alterado o inhibido por este
medio artificial. La primera falla ética consiste justamente en presentar esta capacidad de actuar con el psicofármaco
sobre el cerebro como si se tratara de un conocimiento causal del origen del trastorno.
el efecto es beneficioso, la ansiedad se calma, se atenúa la angustia, se puede inducir el sueño, mejorar la astenia y
la tristeza depresiva, etc. A esto se agrega que la mayor parte de la investigación actual en neurobiología es
realizada por los laboratorios, en búsqueda de nuevas drogas. Cerca del 80% de la investigación es realizada por los
mismos laboratorios o es financiada por ellos a través de universidades y centros privados. Son la principal fuente
bibliográfica en las revistas y libros especializados que consultan los psiquiatras. Esta industria no sólo produce los
nuevos medicamentos sino que estas investigaciones son hoy la literatura principal de los psiquiatras. De allí que la
industria se haya constituido también en la financiadora de los congresos de estos especialistas, financia sus
publicaciones, organiza simposios, produce "líderes científicos" que avalan en conferencias o artículos programados
esta perspectiva.
Es a través del ingreso de esta perspectiva de la utilización de los conocimientos científicos de las neurociencias para
la producción de nuevos fármacos capaces de intervenir eficazmente en las manifestaciones de los trastornos
psíquicos, y su utilización ampliada por los psiquiatras, lo que está determinando una regresión de la psiquiatría a los
antiguos criterios del positivismo medico. También por el crecimiento de este consumo se produce un
desplazamiento, una sustitución, desde los criterios de las psicoterapias, la fenomenología y el psicoanálisis, por
estas nuevas soluciones.
En este texto se propuso revisar las antiguas relaciones de la psiquiatría con la razón moderna y el positivismo de
Auguste Comte, para comprender los procedimientos para hacer resurgir una definición medica del trastorno mental
como enfermedad. También se planteó la pregunta acerca de por qué medios estas definiciones médico-biológicas,
no obstante haber demostrado a lo largo de la historia su fracaso a través de múltiples intentos y de ser cuestionadas
desde el origen mismo de la psiquiatría, logran sin embargo implantarse en el imaginario social.
La psiquiatría, imposibilitada desde siempre de producir un conocimiento propio bajo los parámetros y métodos de la
ciencia, ha creído que la importación de conocimientos cientificos, como es el caso de la actual neurobiología, le
permite presentarse socialmente como basada en evidencias científicas. Toda su historia es una historia de
importaciones: del positivismo exitoso de la medicina general en el siglo XIX (la perspectiva anatomoclínica y su
escuela de la filosofia fenomenológica en el siglo XX (fundadora de las psicoterapias racionales): ahora de las
neurociencias. Comprender el funcionamiento social de esta disciplina y sus estrategias de reconocimiento, es
esencial para esto que el autor denomina la nueva "lucha simbólica" por las definiciones y el reconocimiento social de
la legitimidad de las prácticas.
Se hace necesario entender cómo es posible esta eliminación del sujeto en la comprensión y el tratamiento brindado
al trastorno psíquico. Las dos perspectivas que introducen en el siglo XX el tema de la subjetividad para una
comprensión del sujeto moderno, son el psicoanálisis y la fenomenología: desde diferentes perspectivas ambas
apuestan a una comprensión de las articulaciones entre los procesos subjetivos, la cultura y el funcionamiento de la
sociedad. Gran parte de la psiquiatría incorporó estas perspectivas a lo largo del siglo pasado. ¿Cómo es posible
este olvido, este retorno de la razón instrumental que se propone fundar un conocimiento biológico de los trastornos
psíquicos con la sola inclusión de los conocimientos de la psicofarmacología? Suprimir, olvidar, la dimensión
contradictoria de la realidad subjetiva, suspender el pensamiento y la reflexión, para dar lugar a una eficacia del
medicamento que justamente se produce por su capacidad de lograr este olvido y esta suspensión del sujeto.
Las drogas licitas y las ilícitas vehiculizan un antiguo deseo del hombre: poder suspender por un instante el peso de
la vida en común, interrumpir la conciencia, deshacerse del malestar de las emociones y los sentimientos. potenciar
las respuestas del cuerpo hasta el límite, eliminar la tristeza y el dolor del alma. Pero... esto sólo dura un tiempo: todo
lo que pretendemos silenciar retorna, a veces bajo formas más crueles y más dolorosas. Las crecientes
preocupaciones actuales de los hombres por su salud, por su envejecimiento, por las imposiciones de la biología que
asignan al cuerpo sus ritmos y posibilidades, reciben hoy una oferta amplia de nuevas ilusiones, nuevos remedios,
para vencer ya no sólo los dolores de la existencia sino también la vejez, los desfallecimientos del deseo, las
condiciones del cuerpo, los riesgos de la vida en común. Creo que no todo está perdido, la mayor parte de los
hombres y mujeres no se resignarán al solo apaciguamiento de los síntomas de malestares.
Intenta en este texto recuperar lo esencial de la comprensión para una acción transformadora sobre el sufrimiento
mental. Se trata de recuperar una razón basada en la relación con el semejante, quien pide nuestra ayuda, en la
intención de lograr una comprensión capaz de transformar sus síntomas y de habilitar potencialidades de autonomía
para actuar sobre su realidad. Los dos elementos, la comprensión en conjunto y la relación entre quien padece el
trastorno y quien lo ayuda, son complementarios y constituyen lo esencial del proceder terapéutico. La comprensión
arranca del reconocimiento inicial de un no saber que comparten ambos miembros de la relación, para proponerse
construirlo en conjunto. El no saber, el saber parcial, incompleto, abre perspectivas para la indagación en común a
través del trabajo del pensamiento, y evita lo habitual de una práctica basada en un supuesto saber del especialista
que impone nombres diagnósticos, clasifica los síntomas y actúa sobre ellos prescindiendo del sujeto que lo padece.
Llenar el vacío de la ignorancia sobre las determinaciones múltiples del sufrimiento del sujeto con supuestas causas
biológicas, no hace más que sancionar la impotencia de ambos, del paciente para actuar sobre su malestar, del
psiquiatra para entenderlo.
Pero también la definición de esta comprensión transformadora, como herramienta terapéutica propia de las
intervenciones en salud mental a través de la palabra, debe ser la herramienta para el debate y la relación entre las
disciplinas que actúan en el campo de la salud mental.
Se trata de establecer un eje en común entre las disciplinas, que responde sin contradicciones a la necesaria
coherencia entre lo que es el principio de la intervención terapéutica y lo que debe regir el dialogo entre los distintos
saberes y sus supuestos. El analisis de estas cuestiones forma parte de la necesidad de producir los fundamentos
epistemológicos y metodológicos para la definición y comprension de los trastornos mentales y las practicas reales,
que deben responder a esos fundamentos.
Si queremos comprender este giro de la medicalización, sus efectos sobre lo que constituyen las propuestas de salud
mental, la tentación por el remedio rápido y este fenómeno de desubjetivacion que expresan gran parte de los
trastornos psíquicos actuales, debemos interrogar a la nueva producción cultural. Lo social y lo cultural no existen por
fuera de las personas, la interioridad del sujeto es cultural y social, tanto como que lo que llamamos cultura y
sociedad no son mas que formas practicas de existencia de la subjetividad, productos de la construcción de los
hombres y mujeres cuya existencia se sostiene en la vida en común, en sociedades y esa vida social necesita de un
mundo simbolico (el lenguaje y la palabra). La subjetividad es trascendental porque habita al mismo tiempo en
nosotros mismos y fuera de nosotros.
El psicoanálisis esta en la actualidad fuertemente instalado, vivo y productivo, en casi todas las ciencias humanas,
quizás su parte mas detenida y relegada sea la experiencia analítica como terapia, pero esto involucra a la actividad y
a la producción de los psicoanalistas, no al psicoanálisis cuyo valor para la cultura se ha expandido.
Que una cultura como la actual se debilite al extremo de poner en cuestión el valor de la palabra y el pensamiento
para los procesos de la existencia, no significa por sí el debilitamiento del valor de la cultura para el hombre sino sólo
de ciertos medios expresivos de ese valor. La cultura, el mundo simbólico, es esencial al hombre, como lo muestra la
historia. Atraviesa las vicisitudes de cada época, ella refleja modos de construir significados y valores produciendo
rasgos subjetivos que deciden sobre los comportamientos prácticos de los individuos. Estos han sido siempre
efímeros en la historia humana. En ocasiones porque han sido solamente modas pasajeras, otras, como la actual,
porque responden a organizaciones de la vida social que tarde o temprano se muestran ajenas al sentir y a la
necesidad humana.
La actual medicalización, más allá de la responsabilidad de los psiquiatras, es congruente con ciertos significados y
valores de la sociedad de consumo v de la cultura que lo acompaña El lenguaje de esta cultura es un lenguaje
empobrecido, falto de palabras, impulsa a ritmo veloz a la pura sensación de las imágenes, las impresiones fugaces,
el pasaje al acto que evita la pausa que requiere el pensamiento y la reflexión. Este empobrecimiento ha dado lugar
al retorno de distintas antigüedades, entre ellas la de este positivismo médico psiquiátrico.
Este lenguaje empobrecido de la cultura actual no puede comprender y expresar la pluralidad contradictoria de lo
real. Podrá influir sobre la subjetividad desencadenando anhelos de velocidad, de ritmo, de imágenes y sensaciones
que faciliten un estar con los demás sin tener en cuenta a los demás, abstraídos en sus propias sensaciones,
suspender al sujeto de la razón, alejar de si la exigencia de la reflexión, permitirle “objetivar” al otro para hacer posible
u uso ocasional y efímero. Pero la subjetividad no esta abolida y paga con sus malestares y sus síntomas esta nueva
velocidad de la vida. Los más destacados de esta situación son los adictos y los depresivos: los adictos porque nadie
mejor que ellos muestra este anhelo de suspender la subjetividad, alterar la conciencia, para suprimir al sujeto de la
misma: el depresivo porque en su fragilidad muestra la imposibilidad de vivir sin ilusiones de futuro, haciéndose cargo
en lo cotidiano de la pérdida de aquello que se creía a salvo de las contingencias; su fragilidad y su tristeza son
también los sentimientos en la sociedad de un vivir en la inseguridad, sin un horizonte cierto.
una analogía: Sabemos cómo en Argentina, como en muchos otros países, periféricos o centrales, la inseguridad y el
miedo a la violencia lleva a muchos, en la búsqueda del resguardo, a retirarse a lugares que creen seguros. Imaginan
a estos lugares seguros y eficaces porque, rodeados por un cerco que deja afuera de su territorio, y de sus vidas, a la
violencia producida por la desintegración social, sus conflictos y contradicciones, la nueva relación entre pobreza y
delito, estarían a salvo de la expresión violenta de las mismas. Sin duda pueden saber que la integración social en
condiciones de mayor igualdad y equidad entre pobres y ricos, es lo que podría permitir construir una sociedad
pacífica, conjurar la violencia y asentar una vida con mayor seguridad en común, es decir, para todos y entre todos.
Pero ese camino es más complejo y tomarlo es poner en cuestión bienes y creencias. Se opta entonces por la
seguridad del territorio y la negación de las contradicciones y el conflicto social que ilusoriamente queda afuera del
mismo. La tentación del medicamento actúa de la misma forma, obedece a una misma ilusión. Con el medicamento
se espera asegurar la calma de la ansiedad, vivir sin angustia, poder dormir, aliviar la tristeza y el decaimiento,
creyendo que así se deja afuera y se liberan del conflicto y las contradicciones de la existencia. Muchos saben que
deberían intentar entender el porqué de sus síntomas, pero esto también pone en cuestión un pensamiento que
tendrá su consecuencia en afrontar la existencia, sus contradicciones y conflictos En ambos casos, se opta por la
ilusión de la seguridad y la eficacia del aislamiento. Pero el conflicto puede no expresarse y entonces no verse, pero
no desaparece, sigue acechando. Esta “ilusión de no ser” aloja en sus entrañas un principio de autodestrucción, que
Freud visualizó y denominó “pulsión de muerte”
CAPITULO 1: Fundamentos de la Psiquitría y Razón Moderna
La psiquiatría y una historia critica
Desde sus orígenes en el siglo XIX la psiquiatría no ha dejado de recibir críticas y denuncias. Ya en ese siglo el
movimiento llamado "Los psíquicos", formado en parte por psiquiatras que no trabajaban en los manicomios y
muchos intelectuales alineados en el romanticismo alemán, entre ellos el mismo Novalis y Shiller, cuestionaban los
fundamentos del pensamiento objetivista de la psiquiatría y especialmente sus métodos de tratamiento. Crítica a los
fundamentos sino también una denuncia sobre los métodos utilizados por los psiquiatras en los asilos. A comienzos
del siglo XX, el movimiento de Open Door en EE.UU. y luego la creación del movimiento de Higiene Mental, renuevan
y profundizan esa crítica a los aspectos de la psiquiatría que entienden irracionales e implementan distintas acciones
para lograr la apertura de los asilos, limitar las internaciones y cuestionar las prácticas de los psiquiatras. En 1913,
Karl Jaspers, visita durante un año un hospital psiquiátrico alemán y publica su Psicopatologia General, con el cual
comienza a surgir una corriente fenomenológica en la psiquiatría, quizás la crítica más profunda a su visión
positivista. En la inmediata posguerra, la similitud de las condiciones de encierro y los modos de funcionamiento de
los asilos con las que se conocieron en los campos de concentración del nazismo, genera numerosas denuncias y
movimientos que se propusieron diferentes reformas de estas instituciones. En 1953 la Asamblea de la Organización
Mundial de la Salud, propusiera el giro de los servicios psiquiátricos hacia lo que desde entonces denominaron una
"Política de Salud Mental". En 1963, EEUU, bajo la presidencia de Kennedy, y en el marco de la “Guerra contra la
pobreza”, a sancionar una ley de reforma de la atencion psiquiátrica en todos los estados de la Union.
En la década de los años 60 surge la denominada "antipsiquiatria", por una parte con Basaglia en Italia, con Lain y
Cooper en Inglaterra, poco después con T. Sasz y con un movimiento de denuncia que se extiende rápidamente por
los países de Europa y EE.UU. Estos movimientos pusieron en el debate social la cuestión de los manicomios, la
legislación sobre enfermos mentales que los legitimaba y las políticas de salud que los incluían administrativamente,
a la vez que se mantenía la atención psiquiátrica en un espacio diferencial, no integrada a la red de servicios de
salud. En Argentina, en esa década y hasta la llegada de la última dictadura militar, un movimiento que integró a
psiquiatras, psicoanalistas, psicólogos, terapistas ocupacionales de los hospitales psiquiátricos y colonias. liderados
de alguna manera por la Federación Argentina de Psiquiatras (FAP) y la Confederación de Psicólogos de la
República Argentina (COPRA), tomó muchas de las consignas de estas denuncias e impulsó una crítica profunda al
sistema de atención psiquiátrica del país, sus once colonias de alienados y más de cuarenta hospitales psiquiátricos.
Por entonces unos 30.000 pacientes permanecían internados en esas instituciones. En ese tiempo se publicó en
castellano la obra de M. Foucault, que tuvo repercusiones amplias no sólo en el campo de los psiquiatras sino en el
conjunto de las disciplinas sociales.
La crítica y la denuncia social a la psiquiatría tiene una historia y ha conocido diversas manifestaciones. La mayor
parte de esta critica, estuvo muy vinculada al reclamo y a la denuncia por la situacion de los hospitales psiquiátricos.
Este énfasis en la denuncia debilitó una critica mas rigurosa de los fundamentos epistemológicos y metodológicos de
la psiquiatría, paso esencial para establecer racionalmente los fundamentos de las practicas que se proponen en la
actualidad desde los criterios de Salud Mental. Esta critica a los fundamentos es esencial también para entender: por
una parte, las formas actuales del poder de la psiquiatría y el movimiento, sin duda regresivo, hacia el viejo
positivismo, y por otra parte su papel en la vida social, especialmente la aceptación social de la medicalización del
malestar subjetivo en las nuevas problemáticas del sufrimiento mental.
El problema de las disciplinas que, como la psiquiatría, son formadoras de imaginarios sociales específicos y se
articulan por lo tanto con los comportamientos practicos de las personas, la critica no solo debe estar dirigida a sus
fundamentos teóricos y a su relación con la practica, visualizando coherencias, contradicciones, usos del poder
disciplinario, sino que debe avanzar hacia la función social de la disciplina, sus formas de aceptación y
reconocimiento por la sociedad.
Hay una diferenciación entre la “critica interna”, dirigida a la construcción misma de los conceptos y categorías de una
disciplina y su valor epistemológico de la “critica externa”, que se proponía como un desentrañamiento del
funcionamiento social de la disciplina y su relación con otras perspectivas teóricas sobre el mismo objeto.
En el campo que nos ocupa, problematizar el pensamiento es reconocer la complejidad de los fenómenos humanos,
la critica es justamente fundar un modo de intervenir que reconozca esa complejidad.
Los fundamentos del conocer y el hacer de la psiquiatría y la salud mental, una posicion critica es necesariamente
interdisciplinaria. Los fenómenos de los cuales nos ocupamos en salud mental, y se ocupan los psiquiatras,
responden a relaciones complejas y a determinación multiples. Se hace necesarip superar las categorías simples de
causalidad para ampliar el campo en el cual podemos visualizar las relaciones complejas, y esto necesariamente
requiere de conocimientos ya establecidos por otras disciplinas (socio, antro, lingüística, psico). La producción de
nuevos conocimientos en nuestro campo es necesariamente un conocimiento superador de las disciplinas que
intervienen, lleva en el conocimiento a una integración de conceptos que las disciplinas tienden a separar y a repartir
entre ellas, separando y repartiendo aquello que en la realidad solo existe como unidad de la experiencia.
Lo que Foucault denominó "el gran encierro", previo a la llegada de Pinel y constitutivo de la nueva disciplina, no fue
un destino exclusivo para el loco, En toda Europa a partir del siglo XIX se crean instituciones de alojamiento
compulsivo y encierro para los "semejantes-diferentes”; las cárceles para los infractores a la ley; los parvularios para
los niños huerfanos; los hogares de menores para púberes y adolescentes desamparados (y por eso peligrosos);
institutos geriátricos para ancianos sin familia; institutos cerrados para tuberculosos, leprosarios, etc. Una misma
política y una misma razón, la exclusión y el control del diferente-semejante, del desigual, del extraño, que extiende
su acción construyendo un orden conceptual y práctico dirigido a afirmar esta razón sobre todas las regiones de lo
humano.
Esta razón no se privó de categorizar "como naturales" todos aquellos fenómenos que debía dominar: el loco como
enfermo; el delincuente como "degenerado"; la ausencia de familia como antinatural (los huérfanos y pobres); los
tuberculosos; los inmigrantes. Como parte de este desarrollo de la razón, el psiquiatra, los del comienzo y los de hoy,
no se sabe a sí mismo como constructor de un nuevo orden de significados, valores, y normas de comportamiento,
para la vida mental, su devenir y sus desvíos; se siente más bien alguien en la misión de "descubrir" las leyes
naturales que regulan el funcionamiento del cerebro, nunca como ahora confundido con el espíritu del hombre. Las
investigaciones de las neurociencias están contribuyendo en la actualidad a reforzar estas creencias y esta confusión
sobre lo natural, el conocimiento objetivo como valor para la experiencia de la enfermedad.
A partir de Einstein y la teoría de la relatividad, quedan cuestionados para el pensamiento científico la existencia de
esquemas abstractos para el conocimiento del mundo. Todo el conocimiento de la realidad comienza con la
experiencia y termina con ella. "Las conclusiones obtenidas por medios puramente racionales son, en lo que
concierne a la realidad, completamente vacías. Sin embargo, la razón moderna ha sostenido un ideal de totalidad que
puede considerarse pre-científica ya que justamente el desarrollo de la ciencia se orientó por la diferencia entre las
disciplinas y la especificidad de cada territorio del conocimiento.
No obstante se pretende que los modos de pensar cada objeto científico respondan a un mismo criterio intelectual.
Esta pretensión totalizante no ha sido ajena al deseo de neutralizar o excluir justamente aquello que es extraño,
diferente, lo que no se subordina al poder de la razón. Sólo se puede avanzar negando, excluyendo o aniquilando
toda otra forma de razón o conocimiento. La otredad, el extraño, no ha sido un desafío intelectual a la razón sino su
enemigo. Y todo enemigo, para justificar conceptualmente su aniquilación, debe ser malo: pensamiento primitivo (se
niega a la razón y a su progreso); irracional; mítico; inferior; salvaje. A esto se opone el proceso de conocimiento, que
encuentra sus garantías de "moderno" y actual en las supuestas estructuras objetivas de la realidad.
Muchas otras perspectivas de comprensibilidad humana del desvío de la locura o del sufrimiento mental, que
ubicaban sus razones en el contexto de su cultura local, en los modos de vida social o en las creencias de su época,
o en las tensiones entre asimilación y rechazo a los significados de su cultura, fueron así condenadas por la razón
moderna bajo la calificación del retraso o el oscurantismo. Especialmente al retraso, porque la racionalidad moderna
confía de manera absoluta en el tiempo del progreso, no entiende que el tiempo de una sociedad, y aun del individuo,
es también construido por el pensar y el actuar humano, no proviene de ningún desarrollo histórico que haya fijado
previamente la línea general del devenir.
Este afán de la psiquiatría por asimilarse a la idea de lo nuevo, del progreso de la razón, se mantiene desde sus
orígenes y, falto de fundamentos serios, lo utiliza como un arma para anular toda critica bajo la condena del atraso,
de ideas míticas, de lo falso por estar afuera de la legitimidad formal de la ciencia. Obviamente se trata solamente del
ejercicio de un poder, pertenecer a lo huevo, a lo último, equivale solo ilusoriamente a aniquilar, superar lo anterior,
sin razones ni argumentos. Se trata solo de legitimar una jerarquía de saberes y conceptos, la supremacía simbólica
de las representaciones que se pretenden constructoras de "un orden superador".
Desde un Kraepelin en los finales del siglo XIX, intentando hallar en sus cortes del cerebro de enfermos mentales las
leyes naturales que dieran cuenta del comportamiento anormal en vida (modelo "anatomoclínico", en el cual aun
algunos confian), hasta la utilización actual de las investigaciones de las neurociencias por la psiquiatria, su lógica
naturalista los aleja de la experiencia concreta, aquella en la que sólo es posible investigar, conocer y comprender el
sufrimiento mental, en el encuentro con quien lo sufre, el semejante con quien nos relacionamos y con quien
intentamos construir en común algún sentido para su trastorno. La posición objetivista hace que el conocimiento no
surja de este encuentro, de la experiencia concreta con el otro, sino del prejuicio de un campo natural, en una lógica
causal que no puede sino ser reduccionista.
La psiquiatría se ha mantenido ajena a esta crisis de la ciencia, permanece más bien unida a la imagen tradicional de
intentar explicar los fenómenos que trata con esquemas de naturaleza lógica, como si las leyes del pensamiento
racional y las leyes de la naturaleza se reflejaran mutuamente, La experiencia del sufrimiento mental es compleja, se
extiende en redes de determinación que sobrepasan al individuo que lo padece, estas redes son su sistema de
referencia multiple. Nuestro encuentro con el sufriente es a la vez un encuentro con esta complejidad de referencias.
Sin duda su experiencia, y la nuestra, transitan y se somete a las condiciones del funcionamiento del cerebro. Sin
duda que podemos modificar o alterar este tránsito actuando sobre los mecanismos neurobiológicos a través de
sustancias que incorporamos. Pero sin duda también que, alterar o transformar la experiencia no equivale a
comprenderla y menos aún a construir un conocimiento racional de la misma. Esta ilusión positivista de objetividad
del conocimiento, no sólo nos aleja de la experiencia del sufrimiento, sino que también impide dirigirnos a la
construcción de un saber más fiel y respetuoso de la complejidad del fenómeno. Abandonamos lo ininteligible bajo la
idea de la eficacia de la droga para alterar la experiencia (el sueño, el dolor psíquico, la tristeza, la ansiedad, el
delirio, la agitación). pero renunciamos a la vez el verdadero desafío del conocimiento, cual es hacer inteligible lo
ininteligible.
La racionalidad psiquiátrica cree en la afirmación "No hay ningún efecto sin causa". Se lanza así a explicaciones
causales arbitrarias que la alejan de la complejidad de los fenómenos y sus determinaciones múltiples. La conexión
causal, que surgió del positivismo de la física clásica no es nunca una relación absoluta. Se trata de las
caracterizaciones e interpretaciones constructivas que los hombres atribuyen a los fenómenos que creen naturales.
El conocimiento de la psiquiatría se detiene allí: cree haber llevado a la conciencia del especialista solamente lo que
existía ya en la “naturaleza” de la enfermedad.
Si revisamos los escritos de los psiquiatras, al menos hasta la llegada de la fenomenología y el psicoanálisis, a veces
con la riqueza de sus descripciones clínicas de los síntomas, observaremos que responden a esta imagen de la
racionalidad clásica, que confía en los procedimientos del saber en términos descriptivos, porque cree que para
permanecer fiel a las leyes de la naturaleza, es la descripción y no la construcción la que responde al ideal de la
preexistencia natural de la enfermedad. El saber debe disciplinarse a una conducta intelectual que al identificar el
fenómeno y describir sus manifestaciones revelaria su verdad objetiva.
En el “pensamiento psiquiátrico”, la creencia inicial en la naturaleza de la enfermedad clausura toda posibilidad critica
o deconstructiva de su saber y sus supuestos. Todo pensamiento actual queda subordinado a esta creencia
fundadora, la cual actua por medio de un disciplinamiento del lenguaje a través de la exclusión, y aun de la
prohibición o la negación, de posibilidades alternativas de interpretación y conocimiento. La referencia a alguien
primero, el que “sentó las bases de la disciplina”, los maestros fundadores, etc, la clínica de sus descripciones y
taxonomía, genera una relación de subordinación a las conclusiones respecto de las premisas o los principios ya
establecidos por la disciplina. Las relaciones de causa y efecto constituyen en verdad relaciones de poder, de
dominio, su instalación en el lenguaje conceptual esta dirigido, y se sostiene en el disciplinamiento sociocultural de la
conducta de los hombres.
El imaginario social del sufrimiento mental deviene análogo al establecido por las creencias y los conceptos de la
disciplina y su autoridad, y es este imaginario instituido el que decide y orienta las conductas practicas. Sin este
imaginario, sin esta creencia social, no hubieran sido posibles las formas de encierro asilar del enfermo, los
tratamientos dispensados, arbitrarios y sin consentimiento, ni tampoco la complacencia y la fácil aceptación de
entender las manifestaciones del sufrimiento mental, o la miseria neurótica y el infortunio de la vida como una
enfermedad mas que debe combatirse.
Este proceder de la psiquiatría tampoco se debe enteramente a una autonomía de su pensamiento o de sus
supuestos. Asi han operado las disciplinas surgidas de la racionalidad moderna y del positivismo científico.
La psiquiatría ha querido construirse como ciencia positiva en el interior de la racionalidad moderna, ha creído que su
pertenencia a la medicina y la eficacia que en ella ha tenido el positivismo le sería extendida, más allá de lo dudoso
de la pertenencia de sus clasificaciones (su única teoría) y su práctica terapéutica, aun su funcionamiento
institucional a este terreno medico, La medicina, como arte de curar, ha recibido enormes aportes de las ciencias
físicas y biológicas, en esto ha cimentado sus avances. No ha ocurrido este progreso en el caso de la psiquiatría que,
salvo los aportes de la moderna psicofarmacología, no ha tenido beneficio alguno de su pretensión de pertenecer al
campo de las llamadas ciencias médicas.
Esto hace que inevitablemente la crisis de los fundamentos de la racionalidad moderna implique la crisis de este
modo disciplinario de entender el sufrimiento mental. Ha sido en el seno de esta crisis de los fundamentos, cuyo
punto mayor se sitúa en la inmediata posguerra, lo que dio lugar al surgimiento de la Salud Mental y sus principios
alternativos. a la atención psiquiátrica y su institución. Al igual que otras áreas disciplinarias, según los modelos del
positivismo comtiano, se trata de comprender y abandonar los modelos abstractos y absolutos del pensamiento
objetivo, redefinir bajo los criterios de la experiencia del hombre, mediante nuevos sistemas de referencia de tipo
relativista, respetuosos de la complejidad de los fenómenos y de su conocimiento relativo. La crisis de la racionalidad
clásica ha significado también una puesta en crisis de la racionalidad moral y social formalmente análoga al
procedimiento positivista en las ciencias sociales, que se habían sustraído de los sistemas de referencia éticos y
políticos de los individuos. En el caso de la psiquiatría definir valores como "verdadero", "falso", "justo", "cruel",
humano o inhumano, términos que impregnaron el lenguaje de la crisis y el giro hacia Salud Mental, no consiste más
que volver a situar al conocimiento más próximo a lo que los hombres sienten y juzgan en la forma de su vida.
Excepto en el caso de las psicosis toxicas, y en algunos trastornos neurológicos demostrables, en los cuales la
relacion entre daño cerebral y trastorno mental se hace evidente, seguimos en la ignorancia acerca de esta etiología
y esta patogenia medica prometida.
Del positivismo a la corporación médico-psiquiátrica
En casi todos los procesos de reforma de la atencion psiquiátrica hacia los criterios de Salud Mental, incluido en
Argentina, las organizaciones profesionales de los psiquiatras o se han opuesto o han sostenido reparos, en general
por temor a perder la hegemonía medica en la atencion, sin muchos fundamentos, que no tienen, salvo los de una
supuesta defensa de su profesión y su incumbencia. A poco de iniciarse la reforma en Inglaterra, y ya comenzado el
programa de cierre de los hospitales psiquiátricos y su reemplazo por servicios comunitarios, el Real Colegio de
Psiquiatras del Reino Unido presentó un conocido y extenso memorando en el cual fijaban su oposición a la reforma.
En el caso de Inglaterra, uno de los centros esenciales de la reforma consistió justamente en derivar muchos de los
trastornos que atendían los psiquiatras a los médicos de familia y los servicios de atencion primaria, con énfasis en la
atencion que prestaban en esos servicios los enfermeros psiquiátricos.
Las declaraciones que se oponían a este pasaje al campo amplio de Salud Mental, que inevitablemente reformula las
incumbencias profesionales pero también es lo que pone en marcha un proceso profundo de replanteo de los criterios
epistemológicos y metodológicos de la psiquiatría, muestra claramente que las figuras éticas y sociales no pueden
quedar afuera del discurso de la psiquiatría, es en ellas donde se confronta con los principios de la Salud Mental. Que
la psiquiatría se haya negado sistemáticamente a considerar estas cuestiones, simplemente negando las formas que
adquieren en sus practicas, no ha hecho mas que acentuar su valor y su relieve para la critica y para fundamentar la
invalidez de sus razonamientos y practicas reales.
Este discurso psiquiátrico ha entrado en crisis, su pretensión totalizante del sufrimiento mental a la vez que supresión
real del sujeto de ese sufrimiento, de su palabra y de su experiencia, la ha puesto claramente a espaldas de las
experiencias socioculturales que desmienten sus criterios, ven lo falso de su objetividad, desvelan lo esencial de su
ética y la moralidad real de sus prácticas. La ilusión de objetividad en este campo se apoya en un malentendido,
ignora que lo objetivo y la objetividad como cualidad del pensamiento, son construcciones del hombre. Es necesario
superar las figuras abstractas del saber y del lenguaje institucionalizado de la psiquiatría, encontrar un contacto más
directo con la experiencia del encuentro con el sufriente, abrir los enigmas, aceptar el no saber, el del paciente acerca
de las razones de su malestar y el nuestro sobre lo mismo, para crear las condiciones que hagan más posible esta
construcción de un conocimiento, cuyo pasaje es siempre de la ininteligible a lo inteligible, de lo incomprensible para
el lenguaje a la comprensión.
La relación del paciente con su medico incide en el resultado, la eficacia o el fracaso de lo prescrito, dejarla afuera del
conocimiento porque no es fácilmente mensurable ¿no es para los mismos criterios positivistas falsear los datos, la
evaluación del resultado sobre el medicamento indicado? Lo mismo puede decirse sobre los afectos del especialista
hacia el paciente, y los intereses practicos de éste; en tanto forman parte de la subjetividad del mismo no son
cuantificables a la hora de evaluar los resultados de una prescripción. No es posible excluir al sujeto de la experiencia
en la evaluación objetiva de sus resultados. Sin embargo, tanto la experiencia emocional, afectiva, del paciente y sus
propias significaciones, como la comprensión subjetiva del psiquiatra, no entran sin embargo en el conocimiento
formal.
Erving Goffman utilizando principios del interaccionismo simbólico, desarrolló su conocido estudio ya clásico, del
hospital psiquiátrico como una "institución total". Mostró con evidencias precisas sobre la vida institucional los
conceptos de "ceremonia de la degradación" y el de "carrera moral al asilo". Describe de manera muy clara y
convincente las presiones cognitivas sobre los pacientes internados, además de las físicas sobre sus cuerpos a
disposición absoluta de los cuidadores, a través de lo cual lograban mantener a los pacientes en ese lugar. Sin duda,
habíamos superado ya el control con las cadenas, las ataduras y el chaleco de fuerza, para pasar al control y
disciplinamiento simbólico del comportamiento. Desde antes sabíamos que el hospital psiquiátrico tradicional no era
un lugar adecuado para "curarse" o mejorarse. Pero desde las investigaciones de Goffman y de otros que siguieron
su camino, abundaron los estudios y las pruebas concretas del papel de instituyente de la subjetividad de alienado
que cumplen estas instituciones. Los alienistas del siglo XIX pretendían demostrar con sus crueles tratamientos
disciplinarios la prueba de que la causa de los trastornos radicada en el cerebro enfermo.
Los psicofármacos actuales no constituyen tampoco prueba alguna sobre la causa del trastorno. Aun si éste
obedeciera a razones biológicas, será aceptable un conocimiento que nos ayudará a comprender el papel de lo físico
en la producción y sostén de la dolencia, ya que ningún trastorno mental obedece a una sola causa sino a una red
compleja de determinaciones. Algunos psiquiatras pretenden, apoyados en informacion de la propia industria
farmacéutica, demostrar a la eficacia de los psicofármacos como “prueba· de la causa cerebral del trastorno. El valor
de un argumento semejante, de estas pruebas de eficacia farmacológica, no pasa de ser básicamente un valor
retorico: se trata de convencer de la causa cerebral porque en verdad es el único medio sobre el cual se actua,
alterando la vivencia compleja de la enfermedad.
Los fenómenos de la vida psíquica, como los sociales, son siempre complejos y sus determinaciones
interactúan para hacer que los resultados, los efectos, sean siempre variables y azarosos. Tampoco se trata de pasar
de una causa biológica a una multicausalidad inespecífica que opera por sumatoria de causas concebidas, cada una,
al modo positivista de factores que se agregan para causar tal fenómeno. No se trata de "explicar" agregando
factores orgánicos, psíquicos, medioambientales, sociales o culturales, como si éstos fueran separables en la
experiencia del sujeto. Lo que está en juego es abandonar la idea positivista de causalidad, que ha confundido por
dos siglos a la psiquiatría, para entender una red compleja de determinaciones, que solo podemos conocer
ateniéndonos a la experiencia del paciente y su valoración, al afecto y la emoción que nos vincula en la experiencia
de comprender, remitido a la historia vivencial en la que sólo el relato del paciente da cuenta de las razones que
pueden llevarnos a una "verdad histórica".
La existencia humana consiste en una relación con el mundo; el sujeto y los objetos que constituyen el mundo son los
términos de esta relación. La fenomenología tanto como el psicoanálisis comparte un ruptura con la fe ingenua en la
existencia objetiva de una realidad exterior a la conciencia. La subjetividad es parte esencial de la experiencia de la
realidad y el ser de los objetos, la realidad dicha objetiva, deviene al menos problemática. Lo único indubitable
respecto a ella son los datos subjetivos en los cuales nos aparece. La fenomenología y el psicoanálisis surgen de la
superación de la tendencia natural, objetivista, del hombre, desplazando hacia la subjetividad el ámbito dentro del
cual se debe ver y pensar todo lo objetivo. Tenemos conocimiento de los objetos solo en su forma cambiante de
aparición subjetiva. Los objetos son lo que son para nosotros, su ser no es un “en si” sino un ser para el sujeto. El
campo de la experiencia de lo objetivo de la realidad es la subjetividad, carece de sentido hablar de “objetos” fuera de
la experiencia subjetiva de los mismos. El único campo en que puede resolverse el problema de la existencia del
mundo objetivo es el de la subjetividad.
Husserl desarrolla su Método Fenomenológico, mostrando los pasos de la reducción del mundo trascendente a la
subjetividad trascendental. Esta subjetividad es el fundamento del ser y de la explicación de todos los objetos, sin
excluir los objetos ideales. Baso esta reflexión un tanto en Husserl por dos razones.
1ro) en él se basa el primer giro de la psiquiatria positivista hacia una fundamentación fenomenologica de la misma;
2do) en esta filosofía esta contenida lo esencial de lo que hoy entendemos por subjetividad.
Elevarse desde el yo empírico, abierto al mundo de la experiencia, hacia el yo trascendental, crítico y reflexivo, es el
núcleo de una psicología fenomenológica basada en Husserl. Con trascendental Husserl quiere significar que la
subjetividad no es "interior" ni "exterior", supera esas categorías en las cuales estuvo encerrada la relación filosófica
de un sujeto enfrentado al objeto, en la cual según se propuso la psiquiatría basar su conocimiento. El lenguaje nos
hace salir de la subjetividad privada de un individuo. Por él contamos con la certeza de que los demás sujetos
piensan en la misma lógica con la cual yo pienso, ven y oyen como yo, actúan de acuerdo a normas que nos son
comunes, me permiten esperar que sus sentimientos sean como los que yo siento. Es decir, percibimos y actuamos
frente al otro como un semejante.
Los pasos de esta psicología basada en la fenomenología. El yo que percibe se pierde en el mismo acto de la
percepción, ya que sólo se trata de la simple presencia sensible de los objetos del mundo. Para conocer se requiere
de un segundo paso: la auto percepción, "yo percibo tal objeto", es decir, el yo se percibe a sí mismo como
percibiendo. Esta reflexión constituye ya una escisión entre el "yo objeto" (percepción pura) y un "yo sujeto", reflexivo.
El yo se hace así presente para la reflexión. Husserl llama a este segundo paso "reflexión natural" dado que el yo
sigue unido a su percepción. Se trata de un yo reflejante, no de un yo inmanente, porque continúa unido a su
percepción y reflexión sobre lo percibido. Un tercer momento es preciso para la reflexión fenomenológica, se hace
necesario un apartamento de la experiencia sensible del mundo (objetos): el yo percibe, se escinde entre lo percibido
y el propio yo que percibe, volviendo sobre sí mismo ya no contempla sino que autoreflexiona sobre el objeto yo y
sobre el yo sujeto que percibe. Es decir, examina el acto de percibir, pone al objeto entre paréntesis (epoje), y pone
todo el interés en los actos o vivencias del yo, reflexiona sobre ellas.
En el método empírico, cartesiano, la reflexión está atada a la causalidad física. Lo psíquico queda explicado por la
causalidad física, las vivencias no serían más que productos de causas exteriores sobre el sujeto. Esta causalidad
nos envia siempre al mundo objetivo y su representación "clara y distinta", lo subjetivo puro como campo de la
psicología requiere entender, un yo trascendental, en la vivencia y la reflexión se comprende al mundo objetivo y al
propio yo en un solo paso. Pero, si nos quedáramos solamente en la vivencia retirándonos del mundo objetivo,
caemos en los errores de la psicologia idealista, para la cual el mundo objetivo no tiene consideración Esta es la
tarea de Husserl: es necesario ir hacia una depuración, una reducción de los hechos psíquicos. En lo primero el
mundo objetivo se reduce al hecho psíquico, a esto Husserl lo llama "reducción psicológica". Lo segundo es la
"reducción eidética fenomenologica" se reduce lo psíquico, como hecho fáctico individual y temporal a su eidos, es
decir, a aquello que es común a todas las percepciones y a todas las vivencias. De este modo se comprende que los
hechos psíquicos ya no son fácticos sino eidéticos, es decir, desde el punto de vista de las esencias, que constituyen
el reino de lo universal, intemporal. Este último movimiento es lo que Husserl denominara "psicología
fenomenológica", "pura o "eidética", la cual está lejos y diferenciada de toda psicología empírica.
Un primer salto es pasar de lo puramente objetivo a lo subjetivo, el segundo es saltar de la subjetividad singular a la
"subjetividad trascendental", lo eidético. La subjetividad se comprende así no como lo opuesto a lo objetivo, ya que lo
incluye, los propios hechos psíquicos son objetivos, aun cuando no "mundanos", es decir, no son nunca "objetos
objetivos. No existe así una experiencia "natural" de las cosas, los objetos del mundo, independientes del yo, poseen
un ser en sí real. En Ta actitud psicológica se vuelve sobre el yo que percibe, se limita a un movimiento de reflexión
del mundo sobre el yo. En la reducción fenomenológica lo subjetivo se independiza del mundo natural, y hace que
esencial al conocimiento y a la experiencia sea siempre lo subjetivo. Esta "reducción trascendental" husserliana es a
la vez el campo de la unión del yo y el mundo, purificado de todo lo trascendente, es decir, de "lo objetivo" más allá
del yo.
La metafísica moderna, cartesiana, identifica la cosa con el objeto y su ser, realista, se identifica con la objetividad.
De este modo la pregunta por el ser del ente se convierte en la pregunta por la objetividad del objeto. Certeza y
verdad quedan identificadas con la objetividad, el yo deviene en Descartes, y en todo el positivismo, en el
“subjectum", en el fundamento del conocimiento a través de la representación. Dentro de la tradición fenomenológica,
se dirá que del hombre “no se puede decir que es el hombre”, pretensión de todo el objetivismo positivista. Porque el
hombre no tiene como las cosas un contenido invariable. Solo se puede decir “quien es”, como ha llegado a ser, no
“que es” sino “como es”.
La “epoje” fenomenológica pone entre paréntesis todo lo mundano en su existencia fáctica trascendente,
reduciéndolo a datos subjetivos puros. Este proceder hace que el yo empírico, el de la experiencia, quede también
entre paréntesis, ya que es también un “dato subjetivo”. Las vivencias del yo empírico fluyen constantemente, son
cambiantes, pero en la base de ellas hay algo que permanece, que las sustenta, un substrato que no es vivencia,
este es el “subjectum” para Husserl, que da permanencia e identidad al yo, pero no, como en Descartes, confundido
en el cogito con el sujeto mismo.
El problema de la psiquiatría basada en la fenomenología, y el de las psicoterapias derivadas de esta perspectiva, es
que entienden a la subjetividad en una relación intersubjetiva, por lo tanto presa de la construcción del sentido, de
dos sujetos de conciencia que producen sentido. Es controvertible, y no atribuirle a Husserl sino al modo en que la
psicología fenomenológica interpretó sus enseñanzas, que la fenomenología con Husserl rompe con el sujeto
cartesiano a través del desarrollo y la postulación de una subjetividad trascendental, pero a la vez no va mas alla de
una psicología de la conciencia, recae por lo tanto en una psicología que permanece centrada en el yo o en la
conciencia. La psiquiatría fenomenológica solo pudo pensar el inconsciente como parte escindida de la conciencia o
del yo.
Esta es la configuración de la psiquiatría positivista del siglo XIX, cuyos postulados se conservan y extienden hasta la actualidad.
Un ideal médico de conocimiento causal, etiopátogénico; el forzamiento de los diagnósticos diferenciales; un cartesianismo
objetivista de fondo que les hace pensar en la "objetividad" de lo que postulan; finalmente un mecanicismo que se fue sofisticando
a medida que la biología, especialmente la molecular, fue alumbrando los mecanismos biológicos del cerebro. No más misticismo
proclaman: se trata de teorías médicas. No más posibilidades de la conciencia o extravíos de la razón: se trata de enfermedades.
No más tema de reflexión filosófica o interpretaciones religiosas: está la disciplina médica legitimada para conocerlas. No más
practicas míticas, religiosas o culturales: se trata de asunto de incumbencia de los médicos. No más que la familia, la comunidad o
la sociedad se ocupe de convivir con la locura: para esa tarea esta el hospital psiquiátrico.
Naturalmente era lógico esperar que por este camino la psiquiatría no se limitara a incorporar solamente a la locura como
enfermedad, sus postulados y su anhelo de legislar sobre la normalidad y la anormalidad, lo sano y la enfermedad psíquica,
avanzó hacia la conducta y el sentir de los individuos
El tercer momento está dado por una verdadera crisis del pensamiento psiquiátrico positivista, cuyo liderazgo mayor por entonces
lo ostentaba Kraepelin. Este momento, que denomino "la influencia de la psicopatologia" por la importancia que tuvo la
aparición del texto de K. Jaspers en 1913, "Psicopatología General", inaugural de la fenomenología en psiquiatría y de la
comprensibilidad, es a su vez complejo y resultado de una serie de hechos que coincidían en cuestionar desde diferentes ángulos
los criterios y las prácticas de la psiquiatría. Se trató de la primera crisis del pensamiento psiquiátrico y del mecanicismo médico,
con la llegada de otras perspectivas sobre el trastorno mental, que solo parcialmente modificaron los criterios de la psiquiatría
positivista.
La denuncia y la conmoción producida en las prácticas de la psiquiatría como determinante de este giro en sus teorías. Ya a
finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, los estudios de Kraepelin, que habían sido presentados como auspiciosos para
confirmar la teoría positivista de la causalidad, se muestran decepcionantes e incrementan la disputa con los neurólogos que
competían por su incumbencia en los trastornos psiquiátricos. Las clasificaciones muestran que no pueden cumplir con el
postulado de ser etiológicas como en la medicina general, en definitiva lo que está en cuestión es que la patología psíquica no se
logra vincular con la anatomía del cerebro, más allá del valor para la neurología de la relación del daño de la estructura como
causa de determinados trastornos neurológicos. Se difunde todo un movimiento que plantea por primera vez la atención de los
enfermos mentales por fuera de la institución manicomial. Por el surgimiento de las psicoterapias de la Higiene Mental con Clifford
Beers en EE.UU.; el texto de J. Janet sobre las "Medicaciones Psicológicas"; el movimiento de Open Door y el Cristian Sciencie,
con Clover, Patterson y Eddy. Y por el peso del texto de Jaspers y el crecimiento del psicoanalisis
La conmoción en las prácticas de la psiquiatría, sobre la cual los psiquiatras no exponían ningún argumento que las justificara,
especialmente las asilares, surge como efecto de múltiples denuncias y propuestas de un cambio sobre la situación del
internamiento asilar. En su conjunto, todos estos intentos de reforma se centran en el manicomio y constituyen un llamado
optimista a poner fin a la situación del internamiento del paciente, la reintegración del mismo a la sociedad, el reconocimiento del
carácter humano de la locura. En su programa práctico coinciden con las propuestas teóricas de la nueva psicopatología y
provocan un estallido de las nosografías positivistas abriendo un abanico de teorías comprensivas de la locura. Se puede afirmar
que la Higiene Mental, el Open Door y el ingreso de las psicoterapias, forman un solo bloque de cuestionamiento a las prácticas
psiquiátricas instituidas, y se basan en los principios de cuestionamiento del manicomio como dispositivo de encierro y control, del
reconocimiento de la locura no como enfermedad crónica sino como parte de la condición humana, y el cuestiona miento a la
medicina mecanicista que sostenía, en general en silencio, la situación de estos establecimientos.
A modo de ejemplo de este cuestionamiento de las clasificaciones positivistas: paulatinamente se impone la noción de "síndrome"
para cuestionar el ideal de las entidades puras y distintas. Este cuestionamiento a las ilusiones de la entidad pura, en la cual se
basaban todas las minuciosas descripciones para un diagnóstico diferencial y su clasificación, como las psicosis manaco-
depresiva, la demencia precoz de Kraepelin, abre la puerta a consideraciones como la existencia de formas variadas y dinámicas
de la enfermedad y pone en primer lugar los intentos de establecer la psicogénesis, es decir intenta restablecer la condición del
sujeto para el diagnóstico. Psiquiatras en Alemania los primeros en oponerse a Kraepelin y sus nosografías. Plantean por primera
vez la idea de formas de reacción que no son específicas ni autónomas de ninguna enfermedad "pura", que las enfermedades
mentales son modos humanos patológicos de reacción frente a diferentes causas, del cuerpo, del medio ambiente social, de la
vida psíquica.
Por la misma época, Adolf Meyer en EE.UU.. quien posteriormente fundara la Asociación Psicoanalítica Americana, introduce la
teoría que denomina "biopsicológica", para entender a la enfermedad como una reacción de la totalidad del organismo humano a
múltiples factores. Mientras la psiquiatría biológica, mecanicista, descomponía en átomos (fenómenos elementales en
Clerambault) para conocer y clasificar, estas nuevas tendencias se proponían encontrar un sentido a los síntomas de la
enfermedad, que armonizara y explicara la heterogeneidad de sus manifestaciones. Se pasó de centrar la semiología en síntomas
aislados específicos a una comprensión más estructural y global de la enfermedad. En este periodo comienzan a componerse en
las historias clínicas relatos de la vida del enfermo su familia, su entorno social y las circunstancias de su vida.
Por otra parte comienza la revisión de la teoría de las localizaciones cerebrales, se muestra que no existe una relación lineal entre
la lesión cerebral y la función, es el sistema neuronal en su conjunto el que reacciona para producir los síntomas, se atiende de
este modo a la organización compleja de las funciones, desestimando la etiología mecanicista de causa-efecto. El esquema
conceptual de la psiquiatría positivista queda cuestionado en sus pretensiones biologistas: reducir el cuadro clínico a un síntoma
basal; interpretar ese sintoma por una patogenia específica vinculada a la localización cerebral; excluir el factor psíquico, o
considerarlo sólo como contexto de la persona que no modifica la estructura misma del trastorno.
En EE.UU, la psiquiatría positivista nunca se instaló totalmente en ese país, y aun los manicomios fueron cuestionados desde el
inicio. La psiquiatría asilar, surgida en Europa, cuando se extiende a este país el tema de la creación de asilos para alienados, se
debate conjuntamente con el de la pobreza y el delito, y de que forma el Estado debía asumir o no a su cargo los trastornos
mentales para su atención asilar. En 1875, la Asociación de Neurólogos de New York, crea una Comisión especial para estudiar
"los abusos de los manicomios". Se genera un debate de esencia política entre los psiquiatras que utilizan el termino "insanity"
(insania, locura) y los. neurólogos que dicen que sólo deberían permitirles utilizar el término "trastorno mental", ya que se trata de
trastornos y no de enfermedades del cerebro, cuya atención les corresponde a ellos. En este debate discute las incumbencias,
también la clientela, y esta Asociación de Neurólogos denuncia públicamente la impostura de la psiquiatría al afirmar una causa
cerebral de los trastornos, que no pueden demostrar con criterios médicos.
Lo cierto es que estos debates tuvieron consecuencias prácticas. Las prácticas asilares de los psiquiatras se vieron poco a poco
cuestionadas e ingresan a los establecimientos, por primera vez, los trabajadores sociales que se hacen cargo de la situación de
los pacientes.
Desde 1915 todos los hospitales psiquiátricos de EE.UU debían contar con al menos un trabajador social especializado en
psiquiatría, cuya labor no era asistencial sino política y de integración social. Recordemos que el trabajo social surge en EE.UU.,
junto al movimiento de Higiene Mental, los primeros psicoanalistas y los psiquiatras que se oponían a las prácticas del asilo.
Las características de su comprensión teórica y las prácticas de estos tres momentos que hemos reseñado estaban presentes la
configuración de la atención psiquiátrica al momento de producirse la propuesta del giro hacia Salud Mental, y, por cierto sigue con
los mismos rasgos en muchos países, como Argentina, a pesar de la aceptación oficial de la Salud Mental. Los bordes oficiales del
campo de la salud mental son porosos, muchas prácticas están por fuera de él, tratan de responder a las formas de pensar y
sentir de sus adeptos. Por lo general, sin embargo, no se plantean como alternativas a la atención formal instituida. Muchas
personas que padecen distintos trastornos psíquicos acuden a sus iglesias templos buscando en su comunidad religiosa alivio a
su sufrimiento. La creencia hace eficaz a muchas de las intervenciones de los pastores, los sacerdotes o los compañeros de la
comunidad religiosa. Otros, respondiendo más a creencias o convicciones culturales, encuentran en el "control mental", la
"meditación", o prácticas hinduistas, una forma de lidiar con sus malestares psíquicos.
Ingenuamente algunos pensaran que lo que en esos lugares atienden, curan o alivian, no se trata de enfermedades, como la
depresión, la obsesión, el delirio o la mania, sino simplemente de creencias. Ignoran que los que acuden al sistema formal de
atención también lo hacen bajo otras creencias, el diagnóstico de enfermedades parte del modo en que se comprenden estos
trastornos y sus tratamientos no pueden alegar ser siempre más eficaces a la hora de curar o aliviar los síntomas. Hasta hace
poco tiempo estas prácticas eran dominantes en los países con mayores índices de pobreza, pero en la actualidad están
presentes también en países desarrollados, y ciertos sectores de la clase media también se incorporan a estas prácticas en
búsqueda de alivio. Hay un rasgo esencial en esto: las prácticas culturales, religiosas o míticas, operan en base de una integración
social del que sufre a su comunidad, y a la producción de una ligadura comunitaria, el lazo social, que produce la creencia entre
los fieles o practicantes del rito. Por el contrario, la psiquiatría positivista se desentendió siempre de este elemento esencial de la
integración social y comunitaria para el proceso de cura o mejoría del trastorno mental.
A la llegada de la Salud Mental, también estaba presente todo el sistema de servicios y prácticas de la psiquiatría positivista: el
consultorio externo en los hospitales o privados, la internación hospital psiquiátrico y las colonias de rehabilitación. Las prácticas
siguieron siendo las mismas, aun cuando ando la llegada de los modernos psicofármacos ha permitido atenuar los tratamientos
físicos, el encierro y la cronificación de las largas permanencias en esos establecimientos En los últimos años se agregó a este
sistema de servicios y prácticas un refuerzo de la creencia positivista, por vía de los psicofármacos y las investigaciones de las
neurociencias, que están haciendo regresar a esa antigua posición. Nadie puede dudar de la eficacia y utilidad de estos fármacos,
en ellos muchas personas encuentran alivio a sus malestares, en el caso de los psicóticos muchos han podido retornar a sus
familias, o evitar una internación prolongada gracias a los nuevos neurolépticos. El problema es la ideología positivista que retornó
junto a ellos, la de que es posible actuar sobre el cerebro, modificar o alterar por medios artificiales los mecanismos biológicos, sin
atender al sujeto, a su afecto y sensibilidad, a su experiencia y a su memoria. En algunos casos por confusión del conocimiento,
en otros por simple mala fe, lo cierto es que se presenta la capacidad de alterar ciertos procesos biológicos, como la
neurotransmisión, y sus efectos en el sujeto como si equivaliese a intervenir sobre la causa del comportamiento psíquico, Estas
prácticas centradas en la administración de medicamentos solo en apariencia hace a los psiquiatras más médicos, sabemos bien
que la utilización de los recursos de una ciencia no significa cientificidad en la práctica que lo incorpora. El conjunto de su forma de
comprender el trastorno y los significados y límites de una práctica real que pone en suspenso al sujeto y su experiencia subjetiva,
social y cultural.
Por su parte las psicoterapias se han consolidado y están presentes en la atención, gran parte de ellas apoyadas en la
fenomenología (muchas sin saberlo o aceptarlo), otras por parte del psicoanálisis, y últimamente un retorno también del
conductismo en las llamadas "psicoterapias conductuales". La psicoterapia cognitiva esta más vinculada a la rehabilitación
neurológica, pero también tiene presencia y eficacia en la reeducación de hábitos de conducta y comportamientos en algunos
trastornos psíquicos.
Son justamente las psicoterapias las que se han visto más restringidas a partir de la demanda cultural de eficacia sin interrogación
y la respuesta farmacológica que le es funcional.
el momento de la Salud Mental", arranca en los años cincuenta del siglo pasado con diversos procesos de reforma en distintos
países de Europa y que habrán de converger luego en una sistematización de estas experiencias y propuestas y
recomendaciones de los organismos internacionales de salud basadas en ellas.
Ya antes de que la Organización Mundial de la Salud se ocupara de los problemas de la salud mental, en Inglaterra había surgido
la experiencia de las "Comunidades Terapéuticas". En el año 1943, aun no finalizada la Segunda Guerra, un psicoanalista, que
además había sido piloto de guerra, W. Bion, realizan grupos con objetivo terapéutico con pacientes allí internados, todos.
soldados que habían vuelto de la con algún trastorno mental; de esta experiencia surgirá posteriormente la idea del "grupo
terapéutico", de orientación psicoanalítica. Se proponen ampliar esa intervención e invitar a los pacientes reunidos a debatir la
situación en que estaban, los problemas de la gestión del pabellón y la relación con el entorno social, el "afuera" del hospital. Esta
experiencia la llamaron "comunidad terapéutica". Por la misma época y en el mismo país, Maxvel Jones que trabajaba con
pacientes ex prisioneros de guerra en Dartford, comienza una experiencia similar. Posteriormente en Hendersen Hospital, M.
Jones replica esta Comunidad Terapéutica, y elabora una técnica de intervención que denomina "socioterapia". Tanto esta técnica
como la comunidad terapéutica, respondían más a criterios sociológicos que médicos, y mostraban ser una estrategia eficaz para
la recuperación de los pacientes.
El gobierno laborista en Inglaterra había sancionado poco antes la ley que constituía la "Seguridad Social" y poco después la
creación del "Servicio Nacional de Salud Mental". En 1953 la OMS decide convocar a un "Comité de Expertos" con el mandato de
estudiar la organización de los servicios de psiquiatría en todos los países miembros de la UN. Esto respondía a un sinnúmero de
denuncias que se estaban produciendo sobre las condiciones de los Hospitales Psiquiátricos, especialmente en Europa y EE.UU.
En la Asamblea General fue discutido este informe y se aprobó la recomendación a los países miembros de atender a la situación
de sus servicios psiquiátricos y propender a desarrollar la estrategia de las comunidades terapéuticas en los hospitales
psiquiátricos, como iniciativa para mejorar, o cambiar, el régimen interno de estos establecimientos y el trato con los pacientes.
En EE.UU., la situación era semejante respecto a los hospitales psiquiátricos y bajo el Gobierno de J. F. Kennedy se crea en 1963
el "Programa Federal de Psiquiatría Comunitaria". En Francia el Frente Patriótico sanciona la ley de Salud que crea la denominada
"Política de Sector", que fija los criterios de una política en la atención psiquiátrica dirigida a territorializar los servicios y
desarrollarlos fuera de los hospitales psiquiátricos. Tiempo después, el conocido movimiento liderado por Basaglia en Italia, el
comienzo del cierre del hospital psiquiátrico de Trieste, hasta la sanción de la Ley de Salud Mental 180, que sistematiza sus
posiciones como política sanitaria respecto a los cuidados psiquiátricos.
Estas experiencias convergen sobre la OMS, se van instalando como nuevas políticas para el sector y desde 1957 se sanciona la
propuesta de dirigir los servicios psiquiátricos hacia la Salud Mental. Había ocurrido un cambio de lenguaje, aun dentro de una
gran heterodoxia en cuanto a las propuestas teóricas, prácticas y sobre la institución psiquiátrica. Ya no se habla en términos
médicos de "enfermedad", se habla en términos sociológicos o en categorías políticas de "comunidad", de "democratización", de
"participación social", de "gestión social", etc. En todo este movimiento se afirma un reconocimiento acerca de que el problema del
manicomio es social y político, de derechos y de ciudadanía, no es un problema intrapsiquiátrico, por lo cual se debe resolver
"desde afuera" de la psiquiatría. Así se comienza una apertura a la entrada de otras disciplinas y de otros profesionales a las
prácticas y a los hospitales psiquiátricos.
Surgen básicamente tres ejes en la reforma:
1. Una propuesta sanitaria: la política del Sector Francés. Salir de los hospitales psiquiátricos, crear servicios fuera de éstos, abrir
la atención a los no médicos. El 15 de marzo de 1960 se sanciona la Circular del Ministerio de Salud que sanciona esta política
para salud mental y se crean en. Francia 250 hospitales de día, separados de los hospitales psiquiátricos; 100 hospitales de noche
para pacientes que necesitan alojamiento y cuidados en el proceso de atención; 70 hogares para alojamiento (que sólo en EE.UU.
se llamaron de "medio camino"); 3.000 centros comunitarios. Paulatina mente la población internada fue disminuyendo y cerrando
varios de los antiguos hospitales psiquiátricos departamentales. La línea del Sector es actuar creando una alternativa para la
atención del sufrimiento mental, mientras se actúa paulatinamente sobre los hospitales psiquiátricos.
2. Una propuesta técnica y pragmática: la Psiquiatría Comunitaria anglosajona. Ya en 1946 se habia creado en EE.UU. el "Instituto
Nacional de Salud Mental". Junto al Servicio Nacional de Inglaterra, fueron las dos primeras experiencias de un ámbito específico
en la administración para abordar la reforma. El 5 de Febrero de 1963 el Presidente Kennedy por primera vez en la historia del
país, incluye en su discurso al Congreso de la Nación una referencia amplia a la situación de pobreza y exclusión social, y como
parte de esto, la situación de los servicios psiquiátricos. Ingresa una nueva Ley para este sector, la cual es aprobada con el titulo
de "Community Mental Health Center and Retardation Act.", a través de la cual se crean los Centros Comunitarios de Salud Mental
en todos los Estados de la Unión. A esta política se sumó la propuesta de Erich Lindeman, de una intervención psiquiátrica
preventiva, a la cual llamo "intervención en crisis", que en su formulación consistía en una estrategia de actuar en el momento
agudo de los síntomas con un criterio amplio que incluía a la familia, el grupo social, los compañeros de trabajo, etc. Se puede
considerar a Lindeman como el padre de la "psiquiatría comunitaria", al cual se suma posteriormente la conocida propuesta de G.
Caplan de intervenir en los tres niveles desde el criterio de la prevención. Al comienzo de la reforma había 553.000 personas
internadas en los hospitales psiquiátricos, diez años después quedaban 220.000. Un frente opositor a esta política se opuso a su
implementación. Lo constituían el Partido Republicano, que presento varias iniciativas para anularla; la Asociación Médica
Americana y la Asociación Psiquiátrica Americana, que realizó denuncias sobre abandono de pacientes, en general nunca
probadas ni serias.
3. Una propuesta crítica y antipsiquiatrica: la "desinstitucionalización" italiana, bajo el liderazgo de Baságlia. Comenzó
incorporando la Comunidad Terapéutica sajona a la psiquiatria italiana, pero luego avanzó hacia el cierre del Hospital Psiquiátrico
de Trieste y el logro de la sanción de la Ley de Salud Mental No 180, en 1978. Basaglia veía al paciente bajo dos aspectos: por
sus síntomas psicopatológicos, como un enfermo; por su situación de exclusión y estigmatización social, la expresión de un
síntoma social. De allí concluía que la psiquiatría era la práctica de una contradicción, entre ambas dimensiones. El movimiento de
"Psiquiatría Democrática", participó activamente para la reforma y centró el problema en la abolición de la institucionalización
psiquiátrica, para lo cual se proponía abolir los cimientos mismos de su institución. Esta propuesta se extendió por el mundo, pero
paulatinamente fue limitando sus objetivos a la externación del paciente y el cierre de los hospitales psiquiátricos.
Los procesos de reforma, y los diferentes documentos elaborados por la OMS sobre Salud Mental, han reunido los criterios de
estas tres propuestas: una política sanitaria de descentralización y sustitución progresiva de los hospitales psiquiátricos;
estrategias vinculadas a la comunidad e inclusión del trabajo social y la enfermería, junto a una distribución territorial de los
servicios; incorporar la deinstitucionalización y la experiencia del cierre de los hospitales psiquiátricos como parte esencial de la
reforma de la atención. La política en Salud Mental, la planificación y los programas especiales deben guiarse bajo estas
premisas. Pero bajo la necesidad de avanzar hacia estos criterios de reforma de la situación, no se establecieron consensos que
permitieran fundar nuevos conocimientos y nuevas metodologías para dar cuenta de los efectos de estas experiencias y que
permitieran orientarlas racionalmente hacía una nueva posición epistemológica y metodológica capaz de establecer coherencia en
los criterios de la comprensión y de las prácticas. Las nuevas propuestas debieron convivir de este modo con la antigua estructura
del modelo asilar, sus prácticas de consultorio e internación, en las cuales se mantiene lo esencial del criterio positivista de la
enfermedad y el poder de los psiquiatras.
Posteriormente la Conferencia de Alma Ata agregará y sistematizará de un modo más amplio esta política. La enseñanza mayor
de esta Conferencia, que reunió a representantes, en general los Ministros de Salud, de 134 países, fue mostrar que el problema
de la Salud excede los ámbitos de la medicina. No es que no se supiera antes, pero a partir de las definiciones aprobadas quedó
claro y aprobado por los países que la salud es, un tema político y social amplio. En el informe que presentara el Director de OMS,
señalaba: La comunidad ha de participar plenamente en la planificación, la organización, y la administración de la atención
primaria de la salud. Cómo la APS forma parte al mismo tiempo del Sistema Nacional de Salud y del conjunto del desarrollo
económico y social, sin el cual estaría condenada al fracaso, se habrá de coordinar en el plano nacional, con los demás niveles del
Sistema de Salud, así como con los demás sectores que contribuyan a la estrategia para el desarrollo total del país.
La inclusión de los cuidados de salud mental en las estrategias de APS tuvo al menos dos sentidos:
En primer lugar "despsiquiatrizó" los problemas del sufrimiento mental, integrándolos como uno más de los cuidados de salud,
En segundo lugar abrió un horizonte de comprensión de estos trastornos en la vida de las comunidades, su cultura, las
condiciones de la vida social y económica de quienes lo sufren.
El Programa de Salud Mental de la OMS incorporó las recomendaciones de Alma Ata e impulsa desde entonces la integración de
los cuidados de salud mental en estas estrategias de atención primaria de la salud. La participación de los usuarios, sus familias y
grupos y organizaciones sociales en el proceso de atención y rehabilitación, y aun la propuesta de la "comprensión
transformadora" como ética del conocimiento y de la relación terapéutica, no es pensable por fuera de esta integración a los
servicios y a los criterios de la APS.
La atención de las crisis permite de varias estrategias, según las características singulares de las misma: Este grupo está formado
por primeros episodios de psicosis, o trastorno afectivo severo, entre ellos los intentos de suicidio; recaídas de pacientes con
trastorno psicótico; episodios agudos en pacientes alcohólicos o en adictos; crisis en algunos trastornos de personalidad severos.
No sólo es importante el diagnóstico anterior a la crisis, o bajo el cual se califica la misma, es también importante las
características singulares del caso, que es necesario evaluar: el tipo de síntomas, la perturbación general de la persona, el estado
de confusión, la continencia o incontinencia de la familia o la ausencia de la misma, la presencia de personas significativas en la
vida del paciente que pueden colaborar en la crisis, etc.
Los dos dispositivos principales para la contención de estas crisis bajo internación, son las camas en hospitales generales, que
pueden estar integradas a las de clinica médica, lo cual restringe el tipo de crisis que puede alojarse allí, o diferenciadas en salas
especiales para este fin, o contar con pequeños hospitales psiquiátricos para la atención más especializada de casos que
requieren una contención mayor y un tiempo más prolongado. A esto se agrega la denominada internación domiciliaria, de muy
buenos resultados cuando se cuenta con familia continente y personas allegadas al paciente que participan de la contención. En
estos casos, la internación en hospital general o la domiciliaria, la experiencia muestra que es conveniente que sea el mismo
equipo de atención primaria quien se haga cargo del paciente, ya que es quien habrá de planificar el tratamiento y su continuidad
a la salida de la crisis. En el caso de la internación en hospital psiquiátrico, la atención la brindan los equipos del hospital, pero es
conveniente articular esta atención con los equipos de atención primaria para que éstos puedan planificar la continuidad del
tratamiento luego de la internación
Estos servicios deben complementarse con la disponibilidad de lugares de alojamiento para pacientes que no cuentan con familia,
o que ésta no los acepta, y que tampoco cuentan con posibilidades de brindarse un alojamiento propio. También estos programas
de alojamiento deben ser concretados intersectorialmente con Desarrollo Social, sector que posee experiencia en esto y suele
contar los recursos presupuestarios para este fin. El sector salud se ocupa de la atención de los pacientes alojados en estos
lugares. Existen diferentes tipos de alojamiento que pueden brindarse según las características de cada paciente. Algunos solo
necesitan un alojamiento temporario mientras logran un empleo, y ya poseen capacidades de mayor autonomía para la gestión
cotidiana de sus necesidades. En estos casos puede alojárselos en pensiones o casas de familia que les den albergue. Otros
casos son personas en tratamiento que no tienen autonomía, por diferentes causas de incapacidad necesitan no sólo del albergue
sino también de la atención de necesidades cotidianas. En estos casos se les debe proveer alojamiento mientras dure el tiempo
de rehabilitación y se los asiste en sus necesidades de alimentación, cuidados de salud, compras y gestión de la casa, sin
necesidad de tener personal permanente en esos domicilios. Y hay pacientes, especialmente aquellos que han estado
institucionalizados, cuya pérdida de habilidades sociales y capacidad de autonomía los hace dependientes del cuidado de los
equipos de atención. En estos alojamientos sí debe contarse con personal permanente para los cuidados y la gestión cotidiana.
No es necesario personal profesionalizado, muy bien pueden brindar estos cuidados personas que, asesoradas por los equipos,
sepan los modos de trato y de cuidado con las personas alojadas.
El problema de la contención y rehabilitación requiere de dispositivos diferentes. Es necesario aclarar que la rehabilitación
psiquiátrica realizada en el interior de los hospitales psiquiátricos y en talleres protegidos, ha sido muy cuestionada y entendida
como extraña a los mismos criterios de rehabilitación. En primer lugar porque el eje central de la integración social para la
rehabilitación del paciente requiere que esta se realice en los medios naturales donde se desarrolla la vida social. Es un
contrasentido pretender la recuperación de habilidades sociales, adquisición de significados que regulan la vida social, en lugares
artificiales que mimetizan básicamente el funcionamiento del hospital mismo. Desde hace años la OMS ha desarrollado el
programa denominado "Rehabilitación Basada en la Comunidad" (RBC), entendiendo que todo proceso de rehabilitación en salud
mental debe llevarse a cabo en dispositivos integrados a la comunidad, o al menos que estén referidos a los procesos sociales y
comunitarios reales,
¿Qué es lo que se trata d trata de rehabilitar en estos sujetos? Básicamente habilidades sociales prácticas, que van desde la
utilización del dinero, el transporte, la comunicación, las compras, los diálogos cotidianos, etc. Al mismo tiempo que la que la
recuperación de las capacidades sociales, esto es, posibilidades de integrase a los intercambios materiales, económicos, y
simbólicos (significados, valores, modos de actuar, etc.), fundamentalmente a través del trabajo y la participación en los espacios
de la de la cultura. Es necesario mantener esta diferencia entre habilidades y capacidades sociales, las últimas requieren siempre
de contar con las primeras, no a la inversa. Si el individuo no comprende o no sabe los códigos básicos de las acciones
necesarias para vivir con los demás, o ignora los intercambios regulados en la vida social, difícilmente pueda integrarse en el
trabajo, en un club social, en una actividad cultural.
Los dispositivos intermedios de rehabilitación son variados, dependen de la población asistida y de su número, y es siempre
decisión de la planificación central establecer las prioridades de estos servicios. Naturalmente no pueden ser dispositivos para
cada servicio de atención primaria, se planifican en número adecuado a la población que los necesita, pero a la vez es necesario
que mantengan una coherencia con los principios de atención de la red y que estén vinculados a ella. Es conveniente su ubicación
geográfica ligada a la red de APS, para solucionar los problemas de los traslados y para permitir un intercambio periódico entre los
equipos de la Red y los de estos dispositivos. La lista de estos dispositivos depende de las necesidades y de los recursos
disponibles. Los más esenciales son los denominados "Hospital de Día", ligados a la contención y a la rehabilitación de
habilidades sociales, paso necesario antes de integrarse a procesos que requieren de una estabilización del trastorno y una
aceptación de incluirse en actividades sociales. Un tanto diferentes por sus actividades son los "Centros de Día". En estos últimos
se desarrollan actividades de tipo social o cultural, tratando de integrar en las mismas a pacientes y miembros de la comunidad.
Las actividades son variadas: talleres de literatura, de lectura y discusión de diarios, revistas o artículos de interés, talleres de
teatro, de pintura, etc. Deben estar abiertos a la comunidad, es decir, admitir o interesar a la población del lugar, a participar de
estas actividades. También existen Clubes Sociales, con actividades semejantes, pero dirigidos más específicamente al ocio y al
desarrollo de ciertas capacidades simbólicas: juegos de mesa, taberna o confitería, actividades culturales, como conferencias,
charlas participativas, etc. Siempre que se logre es preferible tener acuerdos con los clubes ya existentes en la comunidad para
integrar a sus actividades a los pacientes, no siempre fácil pero con excelente resultado en los sitios en que ha logrado hacerse.
La rehabilitación para el trabajo: esta es variada, siempre se debe partir de las capacidades ya obtenidas por el paciente, el oficio,
la profesión o las habilidades del trabajo desempeñado. Rehabilitar en estos casos es recuperar capacidades y ayudar luego a la
obtención de empleo, ya que los resultados de la rehabilitación sólo se muestran en ese momento. Necesidad de articular esta
rehabilitación con el sector de Trabajo. Desde hace años se han desarrollado experiencias de las llamadas "empresas sociales",
habituales en los países de Europa y especialmente en Italia que fuera su iniciadora. En el caso de Europa estas empresas son
propiciadas por el Estado, financiadas en su inicio por el mismo Estado, quien les brinda asistencia tecnológica, especialmente
para la producción y la comercialización de lo que producen. La clave esencial es entender que el paciente se integra a un
emprendimiento cuyas características son las mismas del mundo social y económico en que vive.
La mayor parte de ellas integran a pacientes con otras personas que simplemente tienen allí su empleo o desempeñan su
profesión u oficio. Esto crea en su desenvolvimiento un clima social de camaradería y la rehabilitación ya no depende solo de los
servicios sino del espacio social real del trabajo y las relaciones con sus compañeros. Estos emprendimientos, que han
demostrado mayor eficacia a la esperada en sus comienzos para la rehabilitación de ex pacientes institucionalizados, requiere de
compromisos intersectoriales entre Trabajo, Economía y Salud; el sector Salud Mental por sí solo no puede llevar adelante este
tipo de empresas. En suma: una red de servicios de salud mental, coordinada centralmente; que evalúa la información sobre
prevalencia asistida e investiga sobre la prevalencia de problemas de salud mental en población general; que planifica las normas
de atención o elabora los protocolos; que mantiene una evaluación continua sobre la estructura, los procesos y los resultados de
la atención; una red de equipos interdisciplinarios de salud mental, instalados en cada uno de los centros de APS; que cuentan
con la totalidad de los recursos necesarios para la atención integral de los problemas del sufrimiento o psíquico; que desarrollan
su actividad ampliada con criterios intersectoriales e interinstitucionales; que son coordinados centralmente desarrollan sus
estrategias locales de atención; que producen la información necesaria para la planificación y el desarrollo de la investigación: que
cuentan con un sistema de evaluación continua de las estructuras de sus servicios, de los procesos de atención y de los
resultados de la misma; y que está articulada a un conjunto de "servicios intermedios" para la atención de las crisis y la
rehabilitación.
Los objetivos de la desinstitucionalización
O también, ¿cómo desandar el camino de la institucionalización psiquiátrica y avanzar hacia un nuevo instituyente, una nueva
subjetividad, sobre nuevos significados y valores del sufrimiento mental? Esto tiene un primer momento de externación y
reubicación de los pacientes que están en los hospitales psiquiátricos a otros dispositivos de atención, y lo segundo actuar con
distintos programas de rehabilitación. Desde el punto de vista psíquico se trata de lograr bajo estos modos de atención que la
persona recupere una subjetividad desprovista de los significados que supone la larga permanencia en esas instituciones.
Desinstitucionalizar es à la vez rehabilitar la subjetividad, recuperar una sociabilidad en los niveles en que sea posible, no se trata
de una simple relocalización de pacientes de un establecimiento a otro, o de una derivación a la familia de una función que
pertenece a la responsabilidad del Estado y el sistema de salud y de la acción social. El traslado a la familia cuando esto es
posible, o a otros dispositivos de atención, no es más que el primer paso para crear las condiciones necesarias para la
rehabilitación.
La desinstitucionalización de personas supone su egreso desde la institución, por lo general un hospital psiquiátrico, su
reubicación en un espacio residencial natural o sustituto, así como una serie de estrategias de intervención orientadas a una
efectiva integración social en el espacio comunitario.
Naturalmente este proceso comprende no sólo a los pacientes, implica también a los profesionales de esos hospitales, a los
equipos de la red de atención primaria y al conjunto de la organización del sistema de salud mental. Nunca es un programa
aislado, debe integrarse y ser coherente con el funcionamiento global del sistema de salud. Esto sólo es posible si previamente se
cuenta con la red de atención primaria, los servicios intermedios y el personal comprometido con esta línea de comprensión de la
atención.
Estos procesos ya se han cumplido en varios países en forma total (caso Inglaterra e Italia), muy avanzada (caso de España,
Francia) y está en proceso en varios países. En América Latina, Brasil y Chile quizas son el mejor ejemplo de los logros. Ya
contamos con suficiente experiencia en los procesos de desinstitucionalización como para validar sus resultados, y especialmente
evaluar los obstáculos y fijar la eficacia de la meta propuesta. Al menos tres cuestiones están establecidas:
- es posible la desinstitucionalización sin abandono de los pacientes ni la derivación de la responsabilidad a las familias;
- es factible la coordinación entre la política general de salud mental y la política presupuestaria del proceso: los resultados
muestran que el factor presupuesto no es un obstáculo;
- la experiencia ha demostrado la capacidad de la red de servicios comunitarios para atender estos procesos e integrar a los
pacientes a sus dispositivos de rehabilitación.
Entre los obstáculos que han surgido, especialmente por parte de los psiquiatras que se desempeñan en los hospitales
psiquiátricos, es su creencia en que algunos de los servicios nuevos pueden ser desarrollados en el mismo hospital psiquiátrico, y
que estos ya han modernizado la atención e impedido la cronificación; por lo general los llamados servicios de agudos, servicios
de "corta estadía", "internación en crisis", etc la experiencia ha mostrado la casi total imposibilidad de lograr integrar a los
tradicionales hospitales psiquiátricos a los criterios de salud mental por medio de su modernización. El Programa, que evaluó esta
alternativa, concluyó: El "Servicio de Corta Estadía" o de "Agudos": Situado al interior de un hospital psiquiátrico, se
encuentra aislado de la interacción con el conjunto de la medicina, privando en muchos casos al paciente de una adecuada
valoración clínica. En un modelo asistencial que carezca de una adecuada red comunitaria, el servicio de corta estadía es junto al
policlínica el punto más demandado de la red, generando tres productos asistenciales habituales:
a) pacientes que se benefician de la intervención y que egresan en buenas condiciones a una red asistencial insuficiente lo cual
genera alta probabilidad de recaídas y consiguiente deterioro de su red de apoyo social y familiar.
b) pacientes que se benefician de la intervención pero que se encuentran marginalizados o en condiciones de abandono, por lo
cual son candidatos a su derivación a un Servicio de Larga Estadía por razones no psiquiátricas.
c) pacientes que responden insuficientemente a la intervención psiquiátrica de corta estadía y que a causa de su alta
complejidad psiquiátrica y conductual requieren de intervenciones más prolongadas siendo derivados frecuentemente a larga
estadía.
Servicios de Urgencia: La existencia de un servicio de urgencia al interior de un hospital psiquiátrico consolida el aislamiento de la
psiquiatría y sus pacientes respecto del conjunto de la medicina y el sistema sanitario. Su presencia en dicho lugar frecuentemente
hipertrofia su rol como vía de ingreso y distorsiona el funcionamiento de los dispositivos.
Hospital de Dia: No es infrecuente que en un intento por modernizar institución psiquiátrica se creen instancias de hospitalización
parcial en su interior, sin embargo en el modelo institucional refuerzan el poder de ésta y pierde su potencial de reintegración."
Por otra parte sabemos que la convivencia de estos servicios con un altísimo porcentaje de pacientes cronificados, de larga
estadía en el hospital, no altera la situación de éstos, que permanecen bajo las condiciones tradicionales del asilo. Es
naturalmente sobre esta población que se establece la mayor necesidad de la deinstitucionalización. Este proceso parte de la
decisión política y de la administración, del sector Salud y Salud Mental, de Desarrollo Social, de Derechos Humanos, etc., y
requiere de la participación del personal que se desempeña en los establecimientos. No se trata no obstante de una decisión que
simplemente se ejecuta, requiere de un proceso complejo de integración de los profesionales, las organizaciones de familiares, los
administrativos, los dispositivos o políticas de Desarrollo Social, que deben converger para diseñar las etapas y tiempos del
proceso.
El diseño acordado del proceso debe incluir las estrategias que se llevarán a cabo para la rehabilitación, la inclusión de los nuevos
dispositivos para la atención de las personas externadas y los acuerdos con los distritos administrativos locales cuando, como es
frecuente, el paciente retorne a un territorio lejano al del hospital. Como es obvio, la primera decisión es que una vez iniciado este
proceso, no se admita la internación de ninguna persona a ese hospital, para lo cual hay que programar con anterioridad los
nuevos lugares de atención, como también contar con lugares de alojamiento alternativo para pacientes que durante la atención
necesiten asistencia intensiva, especialmente para pacientes que sufren recaídas de un trastorno antiguo.
Por lo general los pacientes de larga permanencia en los hospitales psiquiátricos constituyen una población un tanto
indiferenciada, por su situación social, por el grado de pérdida de su relación con el mundo exterior, por su patología, por la
presencia o no de síntomas agudos, por el grado de incapacidad, por la edad, la situación jurídica de la internación, etc. La
primera tarea es necesariamente una evaluación en profundidad de cada uno de ellos, ya que los dispositivos de rehabilitación se
ordenan en general según las características de la población que asisten.
En una primera aproximación todas las personas internadas deberían ser evaluadas respecto a:
Condición clínica general.
Necesidades específicas por condiciones no psiquiátricas
Grado de deterioro o pérdida de habilidades, lo cual orientará las alternativas de reubicación y reinserción comunitaria.
Condiciones de apoyo familiar para la desinstitucionalización.
Condición jurídica de la internación psiquiátrica y del propio paciente
Esta evaluación permite agrupar los pacientes según caracteres afines, esencialmente vinculados a los dispositivos en que
pueden ser ubicados. Por ejemplo: las personas mayores con deterioro, adultos con retraso mental severo, o simplemente
ancianos sin patología específica, requieren ser alojados en lugares básicamente de cuidados y protección. Otros, los más
frecuentes en estos establecimientos, con trastorno psicótico de larga evolución, estabilizados, que requieren programas de
alojamiento y rehabilitación de largo alcance, dada la pérdida de habilidades sociales y la consiguiente incapacidad social.
También los pacientes psicóticos con sintomatología activa, que requieren una evaluación especial de los tratamientos realizados
y de las posibilidades de diseñar un nuevo enfoque terapéutico, que en general no pueden ser externados, sino conducidos a un
hospital alternativo, como los pequeños hospitales psiquiátricos para casos agudos. También se encuentran internados pacientes
con trastornos neurológicos que suponen incapacidades físicas y mentales y que requieren de una atención más especial. No es
infrecuente que se encuentre también a personas con diferentes enfermedades somáticas, que es necesario evaluar y contar con
la atención médica adecuada, en general en hospitales generales.
Lo esencial es que esta diferenciación de la población internada es necesaria para actuar con racionalidad en el diseño de la
alternativa de atención que se habrá de brindar a cada uno, estas diferencias no son sólo de la patología mental, supone una
diferencia de la situación social, jurídica, de la incapacidad física y psíquica, de contar con respaldo familiar o comunitario, etc.
Estos procesos no pueden, ni deben, ser de responsabilidad, profesional y presupuestaria, única del sector de salud y salud
mental. Se debe contar al menos con el compromiso y la participación coordenada de Desarrollo Social, del ámbito de Derechos
Humanos, de Vivienda y Trabajo. Los dispositivos de rehabilitación y los de alojamiento deben ser una responsabilidad de
conjunto. La experiencia ha mostrado que una parte importante de la población internada necesita prioritariamente de atención
social y el sector de la administración suele contar ya con los servicios sociales adecuados para brindarla. De hecho la evaluación
no solo debe hacerse con las personas internadas, es necesario buscar informacion sobre su situacion social, familiar, si cuentan
con soporte familiar o social y si éstos están dispuestos a participar en el proceso. Muchas familias, si se les asegura la atención, y
en ocasiones subsidios especiales, se muestran dispuestas a reintegrar al paciente a su seno familiar.
Salud Mental debe procurar una reformulación del personal, profesional y no profesional, de estos establecimientos a fin de
interesarlos en el proceso y lograr su integración a los nuevos servicios. La meta de la desinstitucionalización no sólo se propone
la recuperación de la dignidad de las personas internadas, sus derechos a una atención en mayor libertad y respeto de la
intimidad, sino que también para el personal supone una mayor dignidad personal al atender bajo cuidados más solidarios, en
condiciones de mayor libertad institucional y mejor reconocimiento social de su labor. La estigmatización psiquiátrica no es sólo del
enfermo y la enfermedad mental, es de todo el dispositivo manicomial y de quienes se desempeñan bajo esas condiciones.
Para un correcto desarrollo del programa de desinstitucionalización se precisa contar con un completo desarrollo, territorializado,
de la red sanitaria, de rehabilitación, residencial y de inserción sociolaboral. En el ámbito sanitario este desarrollo debe incluir
desde la coordinación y participación de la Atención Primaria, el adecuado funcionamiento de las Unidades de Salud Mental
Comunitarias como articuladoras de la red, la disponibilidad para la atención de urgencia, la hospitalización diurna, la
hospitalización de corta estadía en el hospital general, y la hospitalización prolongada de mediana estadía, según las necesidades
clínicas y evolutivas de los pacientes. Para los efectos de esta directiva, los dispositivos que más influyen en la viabilidad de estos
programas de desinstitucionalización son:
1. La unidad de rehabilitación de base comunitaria, o el Centro de Día para la rehabilitación.
2. Las residencias alternativas, pensiones, familias sustitutas.
3. Las actividades ocupacionales y de promoción del empleo o empresas sociales.
El cierre del hospital psiquiátrico es el resultado de este proceso, nunca el comienzo. Un conjunto de medidas van llevando
a esta meta de la reconversión de los servicios y la transferencia de los pacientes a éstos: desde el inicio del programa suspender
las nuevas internaciones, que deben hacerse si son necesarias en los nuevos dispositivos; atender especialmente a aquellos
casos que por su trastorno deban ser atendidos prioritariamente por los servicios sociales; evitar también el reingreso de pacientes
ya externados con recaídas, que pueden ser derivados a los nuevos servicios; traslado de la unidades judiciales que están en el
hospital, con acuerdo del Poder Judicial, tarea específica del área de Derechos Humanos. Todo esto es posible y hay suficiente
experiencia en cómo hacerlo, los problemas surgidos no han sido precisamente económicos, de presupuesto, se necesita decisión
y firmeza politica en su implementación, compromiso social y profesional con mejorar la vida de las persona internadas, acuerdos
en que los problemas psicopatológicos pueden ser atendidos de otra manera cuando se integran a servicios más racionales, en el
mayor grado de libertad posible, potenciando todo lo que resulte posible la autonomía de las personas, y, esencialmente con
respeto a sus derechos y a su dignidad como semejantes.
La política en Argentina
En nuestro país muchos sectores de los profesionales, de los funcionarios de salud, de los encargados del área de salud mental
en las provincias y ciudades del interior, y aun de varios movimientos sociales, se han plegado a las propuestas de Salud Mental.
Durante la década de los años setenta un movimiento amplio, que reunió a más del 80% de los psiquiatras de todo el país, la
Federación Argentina de Psiquiatras, junto a la organización nacional de los psicólogos, COPRA, con participación de
psicopedagogos, terapistas ocupacionales, y con la implicación de organizaciones sindicales y respaldo de algunos partidos
políticos, impulsaron una reestructuración del sistema de atención de salud mental en esta dirección. Gran parte de este
movimiento fue diezmado durante la última dictadura militar (1976-1983), muchos servicios controlados retornaron a la calma de
sus rituales y una parte de los profesionales implicados en la reforma debieron partir al exilio.
Con el regreso de la democracia en los años ochenta se formularon nuevas propuestas desde el Gobierno. Sin duda que los
actores habían cambiad las asociaciones de psiquiatras, psicólogos, etc.) y también la sociedad civil; ya había sucedido la
Conferencia de Alma Ata y la propuesta de las estrategias de Atención Primaria de la Salud, y desde el gobierno nacional,
entonces con la Dirección Nacional de Salud Mental en la estructura del Ministerio de Salud, se avanzó también en esta dirección.
Con avances y retrocesos, gran parte de los intentos que se han hecho a lo largo de estos años han logrado contar con una
experiencia propia del país en la implementación de políticas de salud mental.
La experiencia de la provincia de Rio Negro, comenzada en los 80, y afirmada como modelo de atencion hasta el presente, con
respaldo político y legislativo, tanto local de la provincia como nacional de la Direccion Nacional de Salud Mental, ha dado
muestras claras de que es posible y efectivo el desarrollo de esta política en el país. En la provincia de San Luis, con centro en el
hospital psiquiátrico de su capital se ha transformado en un hospital escuela y esta desarrollando un programa en toda la provincia
con características de estrategias basadas en la comunidad. Vinculado a este programa en San Luis, esta la excelente experiencia
del programa sobre alcoholismo, que se ha extendido a casi todo el país.
La reconstrucción de hospitales psiquiátricos y la desinstitucionalización es posible si se cuenta con la decisión política y un
equipo lucido y comprometido para llevar adelante la complejidad de las tareas necesarias.
el país cuenta con un porcentaje importante de profesionales comprometidos con las líneas de la reforma necesaria del sistema de
atención (especialmente entre los psicólogos, la totalidad de los terapistas ocupacionales y trabajadores sociales, algunos
psiquiatras, muchos de los funcionarios de Salud Mental); cuenta también con recursos humanos. numerosos y con buena
formación, y en los últimos años diversos postgrados universitarios dedicados al estudio y la investigación en esta nueva
perspectiva; cuenta, aun cuando de manera incipiente, con varias asociaciones de familiares dispuestas a sumarse a la reforma;
algunas ONG vinculadas a esta problemática y centros como el CELS que han asumido un compromiso claro con la salud, la
salud mental y los derechos humanos en Argentina; también con movimientos sociales sensibles a estos problemas de salud
mental y con capacidad de difundir y extender sus consignas, y muy especialmente, de una de las más importantes
organizaciones de derechos humanos, las Madres de Plaza de Mayo, que desde hace años convocan en su Universidad de las
Madres, a congresos multitudinarios de Salud Mental y derechos humanos, donde se debate desde estos principios.
Toda esta diversidad de posibilidades y respaldos sociales y políticos, no han logrado sin embargo integrar un panorama
coherente de la reforma en el país. El panorama sigue siendo un tanto la coexistencia de procesos claros y sistematizados de
atención, como el caso Río Negro o San Luis, al lado del modelo regresivo de atención, representado por la persistencia de las
once grandes colonias de alienados en zonas rurales (varias con procesos de reformas, muchas sólo con cambio de
denominación: pasan de llamarse colonia a llamarse hospital), y más de cuarenta hospitales psiquiátricos urbanos, con
características diferentes. En el sector privado de salud, un número importante de clínicas psiquiátricas, en general bajo modelos
tradicionales de atención bajo internación y consultorio externo, que se desempeñan con casi ninguna regulación estatal. Y, en las
ciudades, un gran desarrollo de diversas psicoterapias, especialmente psicoanalíticas, dirigidas a los sectores medios.
No hay una única respuesta que explique el porqué de este panorama heterogéneo y diversificado de la salud mental en el país.
Al igual que sucedió en otros lugares y épocas, no son argumentos científicos, razones profesionales o creencias disciplinarias, lo
que sostiene esta resistencia activa, sino intereses personales, de grupo o corporación, cuya razón mayor está en los juegos del
poder y la fuerza y no en los argumentos.
Resulta dificil de desentrañar las fuentes de su poder, lo cierto es que he escuchado en varias oportunidades a políticos
interesados en los proyectos. Resulta difícil de desentrañar las fuentes de su poder.
los legitimos intereses del personal del sistema de atención, que merecen ser atendidos y protegidos, al igual que los de los
pacientes y las familias, quedan enredados y oscurecidos por esta otra maraña de intereses y fuerzas que imponer el statu quo.
El problema de la salud mental no ha formado parte de la política nacional, ni siquiera formalmente de la política de salud, y esto
ha favorecido que se gestione "lo que ya está" más que avanzar hacia lo nuevo. Los ejemplos de Río Negro, San Luis, Chubut y
Buenos Aires, en la actualidad, muestran bien cómo, cuando el problema logra estar incluido en la agenda de los gobiernos,
contamos con los conocimientos y los recursos necesarios para llevar adelante las tareas de la reforma.
La segunda dificultad ha sido el sistema de salud del país. Argentina no cuenta con un Seguro Nacional de Salud y la atención
está dividida en tres subsectores, el estatal, el de obras sociales y el de mercado, con distintas imbricaciones entre ellos,
especialmente favorecido por el gobierno de la década de los 90 y la aplicación de las recomendaciones del Banco Mundial, su
documento "Invertir en Salud", lo cual ha hecho más compleja la dirección del sistema de salud del país. Esta situación hace que,
más allá de lo escrito acerca de las regulaciones, el Estado no cuenta con herramientas para incidir lo necesario sobre el sistema
de las obras sociales, excepto la aplicación de las Prestaciones Mínimas Obligatorias (PMO) y algunos programas nacionales. El
sector de mercado por su parte, las empresas de seguros privados de enfermedad, no tienen en el tema mayor interés que el de
controlar el gasto posible que genera esta área, y han logrado hasta el momento que ninguna ley los regule.
De esta manera, es casi imposible atenerse al postulado de que la política de Salud Mental debe diseñarse asegurando
condiciones de accesibilidad y equidad para toda la población. Especialmente el subsector de salud mental, no cuenta desde el
Estado con posibilidades de orientar globalmente la atención. Esto se agrava porque permite un reparto de la cobertura desigual e
inequitativo: el sector público se hace cargo del mayor peso y costo de la atención, cual es la de los pacientes cronificados y los
pobres, un 80% de los cuales son atendidos en la red de los hospitales psiquiátricos y colonias, mientras que los sectores
asalariados, integrados socialmente e incorporados a alguna de las Obras Sociales, cuentan con una cobertura restringida y
limitada en el tiempo. Cuando el trastorno se agrava o cronifica, pasan al sector público y a los hospitales psiquiátricos.
El sector de mercado, al cual acceden los sectores medios, también limita la cobertura a lo prescripto por las PMO, luego el
individuo debe hacerse cargo personalmente de los costos de su atención. En esta situación resulta claro que la posibilidad de
acciones de prevención resultan casi imposibles.
En el caso de salud mental los gastos de la atención se dividen en dos polos: el de los pobres y los hospitales psiquiátricos, está a
cargo del Estado y representa el 70% del gasto total; el gasto personal de los individuos de los sectores medios es de
aproximadamente un 30%; pero en el medio de esto hay una franja, (especialmente autónomos, autoempleados, pobres, de bajo
ingreso cuya obra social le limita la atención), sin ninguna cobertura ni posibilidad de recibir cuidados adecuados de salud mental
En estas condiciones se hace sentir la falta de una política nacional en Salud Mental, a la vez que se hace evidente lo difícil que
es producirla en un sistema dividido en subsectores, que produce tamañas desigualdades e inequidades.
Un problema más se agregó luego de la mal llamada "descentralización" que llevó adelante la dictadura militar y que no se revirtió
con los gobiernos democráticos. El pasaje a las provincias y a algunos municipios y comunas de la estructura de los servicios de
atención y la responsabilidad de la cobertura, desmembró el sistema de atención. Hospitales psiquiátricos y colonias, junto a
hospitales generales y centros de salud, pasaron a ser gestionados, con recursos restringidos, en cada área provincial o local. Las
provincias, los municipios, se vieron llevados a administrar servicios para lo cual no estaban preparados y cada una trató de hacer
lo que podía. En algunos casos, se iniciaron procesos de reforma, en otros se fortaleció la atención asilar, en los más se
superpusieron ambos criterios de atención. Esta situación impide ajustar todo el sistema de atención a un criterio nacional, y obliga
a contar con acuerdos con cada provincia para avanzar a alguna forma de integración de criterios para la identificación de los
problemas prevalentes, principios y valores comunes para la atención, y el desarrollo e implementación de estrategias
planificadas. Estos procesos sólo pueden llevarse adelante si están contemplados como proyecto politico de los gobiernos.
El desmembramiento del sistema de salud, ha favorecido que en ausencia de una política y una planificación ordenada y aceptada
por el conjunto del país, se produzca una mayor dispersión de los criterios de atención: cada provincia, o cada municipio, lo decide
en base a sus propios criterios, necesidades e intereses locales en juego. Cuanto más un sistema de atención se fragmenta, más
se produce un empoderamiento local de los profesionales, esto es que a de políticas y normas de atención planificadas, cada uno
tiende a guiarse por referencias personales, disciplinarias, de escuela, de grupo, etc. Cada servicio tiende así a estar más regido
por estos criterios de sus profesionales que por una planificación de estrategias de atención que esté vinculada a la información e
interpretación de las necesidades prioritarias de la población. Creo que gran parte de las resistencias que se expresan en los
servicios a los proyectos de reforma obedecen a esta situación de empoderamiento local, los profesionales tienden no a ser
partícipes de los proyectos sino a defender sus criterios de disciplina o escuela para la atención que dispensa la institución en que
trabajan. El empoderamiento de los especialistas es el correlato de la carencia de poder de la población para incidir en los
servicios y en los procesos de atención. Como es lógico, la planificación de los servicios y la decisión sobre estrategias de
atención, es siempre decisión del nivel central de gestión, más allá de la necesidad de contar con el consenso de los profesionales
que habrán de implementar estas estrategias. Un divorcio entre los criterios de los profesionales y la planificación del servicio, no
puede sino generar un cierto caos en el sistema de atención.
El desafío de contar con una política nacional de Salud Mental, que fije los criterios de integración social en los principios de la
atención, el valor de la participación de los usuarios, sus familias y la comunidad, en los procesos de atención y programas de
prevención, la defensa de la accesibilidad en condiciones de equidad y de respeto a los derechos humanos y a la dignidad de los
pacientes con trastornos psíquicos, es aun una tarea pendiente en Argentina. Creo que la vía para lograr avanzar hacia este
objetivo de la integración nacional de los cuidados de salud mental, bajo principios comunes y estrategias acordadas, pasa porque
logremos instalar los problemas de la salud mental en la agenda política y sea reconocido como una de los ejes de la integración
social de los ciudadanos y parte inescindible de las políticas sociales. Desde ese reconocimiento seguramente existen hoy los
conocimientos necesarios, las experiencias ya concretadas, los recursos humanos adecuados y el acompañamiento de la
sociedad civil, para concretar en el país un sistema de atención unificado bajo principios y estrategias de atención más sensibles y
eficaces para encarar los actuales problemas del trastorno psíquico. Creo además que en su conjunto una politica con estas
caracteristicas es la respuesta racional que puede enfrentar la actual medicalización del malestar subjetivo, que también es un
problema de características nacionales y sociales, aun no contemplado en su magnitud por los gobiernos
Este proceso transcurre inevitablemente en las interacciones que el sujeto mantendrá con sus semejantes de trato y
sociedad. De esta construcción de su vida psíquica dependerán todas las vicisitudes de su existencia como sujeto, tanto su
felicidad como sus sufrimientos. Si bien, su cuerpo biológico y su genética definen su desarrollo corporal, en parte su salud
y las posibles o potenciales enfermedades que pueden sobrevenir, su vida psíquica no está determinada totalmente por
esta constitución, dependerá de los modos en que se apropie e interactúe con su cultura y su sociedad. Las coordenadas
del cuerpo biológico, las determinaciones de la genética, la construcción del sujeto en el seno de una cultura y una
sociedad determinada en las que nació y en las que habita, tienen el valor de ser universales. Pero los modos de la
construcción de la subjetividad no son universales, resultan siempre de las maneras singulares en que los individuos se
apropian y se posicionan en su vida social, su protagonismo en la "vida en común", al mismo tiempo que se relaciona de
manera individual con los significados y valores de su cultura. Es solo de esta singularidad que podemos construir un
conocimiento racional y verdadero sobre el sufrimiento psíquico. Este conocimiento debe dirigirse a la existencia real del
sujeto, a las relaciones complejas, construidas o sufridas por él, entre el sujeto y la cultura, en los modos de apropiación y
ejercicio de las normas y valores de la sociedad que habita.
Es un rasgo conocido cómo los individuos de una misma cultura, que habitamos una misma sociedad, hablamos una
misma lengua, vivimos y actuamos en base a valores y significados compartidos y por los cuales logramos entendernos, lo
cual nos hace "semejantes, es decir, en lo esencial de nuestra subjetividad nos parecemos unos a otros. Esto hace posible
la vida social, a la vez que fija el marco que contiene las diferencias, los malentendidos y los conflictos de la vida en común.
Sin embargo, de una manera un tanto mágica, cada uno de nosotros nos sentimos de un modo absoluto diferentes de los
demás. El narcisismo que sostiene en el Yo esta diferencia y singularidad, es necesario para sostener la estima del propio
Yo. El sufrimiento psíquico proviene de este sentimiento del Yo y de su certeza de la singularidad de su vida, puede
reconocer las condiciones sociales y culturales que le son comunes al conjunto de la sociedad, pero ignorar ser parte o
consecuencia de estas condiciones. Por esto mismo, lo universal del sujeto, su cuerpo, su cultura, la sociedad en que vive,
no es el camino directo que pueda llevarnos a la comprensión del sufrimiento mental. Este es siempre singular y solo es
posible entenderlo y acceder a él a través de la propia vivencia del sujeto que lo expresa. En el texto me detengo en la
categoría de "subjetividad trascendental" de Husserl, a quien tanto debemos para comprender los procesos de
subjetivación actual. La verdad del sufrimiento está en cada sujeto en quien se expresa ese sufrimiento. Hay universales
que permiten ser captados bajo el dato estadístico. La prevalencia de un trastorno como tasa de depresión en población
asistida o general, de esquizofrenia o de neurosis, permite definir indicadores generales de estos trastornos y cuantificarlos,
hacer registros estadísticos de los mismos y proponer políticas y servicios para atenderlos. Pero el conocimiento sobre la
locura, la depresión, el delirio solo puede establecerse en relación con una vida singular, a un sujeto concreto, a lo que a lo
largo del libro denomino "un sujeto en su existencia real":" Toda teoría orienta e ilumina el camino de una práctica. En el
terreno de la ciencia los conceptos son verdades universales, aun cuando no eternas.
Pero en el campo del sufrimiento mental, más allá de la teoría, el conocimiento solo avanza hacia la verdad a través de la
singularidad del sujeto y el valor de su palabra. A modo de ejemplo: el psicoanálisis posee una teoría sobre el
funcionamiento del psiquismo, esta es de valor universal, pero la experiencia del análisis es siempre singular, con un sujeto
portador de una historia propia, la comprensión de los síntomas de su sufrimiento requiere de una relación en transferencia
y es de esta relación donde puede surgir el conocimiento de la verdad de su sufrimiento. La verdad no está presupuesta en
la teoría, resulta de la construcción entre paciente y terapeuta. Creo que esta premisa del psicoanálisis es válida para toda
relación entre conocimiento y práctica respecto del sufrimiento mental.
La construcción de un conocimiento específico sobre el sufrimiento mental debe partir de la coherencia entre las prácticas
que se realizan y las teorías que las sostienen. No existe un discurso único cuyos enunciados disciplinarios puedan
conformar una teoría unitaria sobre el sufrimiento mental. Existen diversas perspectivas teóricas que intentan dar cuenta del
mismo desde disciplinas que, más allá de las diferentes psicologías y la perspectiva médica psiquiátrica, existen
sociologías, abordajes antropológicos, alguna teoría etnológica, desde siempre está la reflexión filosófica sobre la
existencia, y hasta variantes prácticas desde la religión y la moral. La hipótesis que desarrollo en el libro sostiene que es en
la vida social del sujeto singular, la cultura que habita y los procesos de subjetivación que debe construirse un conocimiento
racional sobre el sufrimiento mental. Sin duda que el desarrollo actual de una comprensión transdisciplinaria y social de la
salud mental constituye, tras doscientos años de medicina mental de carácter asilar, el camino más racional hacia una
ciencia social del sufrimiento mental. Creo que esa es la meta, el objetivo del conocimiento y el camino de la investigación.
Por otra parte, los limites que circunscriben a toda disciplina y definen las incumbencias profesionales (quienes están
legitimados a ejercerlas), no resultan precisos en Salud Mental. Sin duda esto afecta a la construcción del conocimiento. El
ejercicio de la atención de personas con sufrimiento mental está legislado por los Estados, que expiden los títulos
profesionales y fijan sus incumbencias. La ley de Salud Mental en Argentina amplió estas incumbencias a médicos,
psicólogos, trabajadores sociales y enfermeros. En su conjunto, este equipo de salud mental para todos los niveles de la
prevención, la atencion y la rehabilitación, constituyen los “servicios formales”, aquellos regulados por el Estado para los
procesos de salud, enfermedad y atencion. Pero no todo sufrimiento psíquico lleva al individuo que lo padece a un servicio
formal ni a un especialista legitimado por el Estado. si bien existe cierta hegemonía de los servicios formales y de
incumbencias reguladas por el Estado, existe también un conjunto de practicas informales de cuidado de salud mental, en
la atencion del sufrimiento y en la rehabilitación. Cuidados que brindan las llamadas “terapias alternativas”, los brindados
por comunidades religiosas, organizaciones no gubernamentales, grupos comunitarios y organizaciones de familiares.
Todas estas se ejercen dominantemente por la palabra y comprenden un espectro amplio de practicas que juegan un papel
importante al reconocer al sufrimiento mental como parte de la existencia humana y la vida en común.
El conocimiento de la salud mental, y por lo mismo la investigación, debe dirigirse al sujeto en su existencia real, situado en
su tiempo, en la sociedad que habilita y en la cultura que crea y en la cual interactua participando de sus intercambios
simbólicos. Los recursos de la comunidad para brindar cuidados de salud mental están basados justamente en el
reforzamiento del lazo social del individuo afectado; integrarlo al conjunto social y hacerlo participe de los intercambios
sociales, todo lo cual constituye el mismo objetivo en que se basa la atencion de los servicios formales.
Las neurociencias impactan en el campo del sufrimiento mental y su tratamiento y han implicado traer nuevamente al
campo de la salud mental las posiciones del positivismo medico, no en la investigación especifica de la neurobiología, sino
en su utilización por los especialistas médicos de lo mental. La investigación que efectúan las neurociencias está dirigida al
conocimiento del funcionamiento biológico del cerebro y al desarrollo de moléculas con capacidad biológica de intervenir
modificando la transmisión neuronal, actuando especialmente sobre determinados estados afectivos y emociones básicas:
angustia, ansiedad, inquietud motora, depresión, inestabilidad emocional, etc. la psiquiatría se vale de estas investigaciones
para tratar y controlar los síntomas en que se expresa el sufrimiento mental. Sin duda, estos psicofármacos resultan útiles y
eficaces para modificar los estados emocionales y afectivos, reordenar el pensamiento, calmar la inquietud y regular el
comportamiento. Estas investigaciones de nuevos psicotrópicos, y su utilización en los tratamientos, no se guian por el
objetivo de lograr un conocimiento del sujeto en su existencia real, en las dimensiones de su subjetividad, sus modos de
relación con el medio social o su cultura. De hecho, dirigido al control del funcionamiento del cerebro respecto de estos
estados emocionales, el psicofármaco tiene valor universal, aun cuando su acción y eficacia sea diferente en cada caso. Un
ansiolítico es eficaz mas alla de aquello que en sujeto haya causado o determinado su ansiedad o su tristeza. No están
presentes para la acción del fármaco las capacidades singulares de imaginación y creación del sujeto, ni tampoco el papel
activo que este tiene en los modos de relacionarse y actuar sobre su medio social, con los otros de trato y sociedad con
quienes se relaciona el surgimiento de su malestar o su sufrimiento, ya que no hay padecimiento psíquico que no esté
ligado a otro del yo.
A lo largo del libro se trata de demostrar la incapacidad de la medicina mental para dar cuenta de la complejidad del sujeto
y su sufrimiento psíquico. Esta claro que la medicina mental es legitimada por leyes de los Estados, no porque haya
demostrado el valor racional y científico de su conocimiento, ni la racionalidad y coherencia de su practica. Esta asignación
del sufrimiento mental a la medicina no esta basada en ningún principio objetivo o científico, sino practico. Reconociendo
esto, es que acudimos a la transdisciplina como el medio de construir un conocimiento racional respetuoso de esa
complejidad, y capaz de trasponer las fronteras disciplinarias, para reflejar en su teoría y su practica esta complejidad del
sujeto y la existencia.
Diversas legislaciones nuevas están reordenando la relación del Estado con los sujetos con sufrimiento mental, abriendo el
campo de intervención a nuevas disciplinas y nuevos profesionales. Esto se acompaña del reconocimiento acerca de que
en el trato al sujeto con sufrimiento mental se debe considerar, restituir y preservar los derechos humanos, una ética de la
responsabilidad y una protección que haga posible al sufriente el ejercicio autónomo de esos derechos. Está claro que sin
el compromiso del Estado no es posible fundar un conocimiento nuevo sobre el sufrimiento mental, reconocer que tanto la
existencia de los manicomios como la asignación a la medicina mental de la incumbencia de los tratamientos, ha sido una
decisión de los Estados a fin de controlar al individuo con trastorno mental. Esto plantea qué conocimientos promueve el
Estado sobre el sufrimiento y su tratamiento, qué incumbencias admite de los especialistas, qué servicios desarrolla y a qué
facultades asigna la formación de los profesionales que se harán cargo de la atención. Un cambio de las políticas de salud
mental, como el que promueven estas nuevas leyes, no será posible sin avanzar en todas estas cuestiones.
Las políticas de Salud Mental que se están impulsando implican la construcción de una nueva experiencia sobre el
sufrimiento mental, esencialmente diferente a la que construyó la psiquiatría a partir del siglo XIX. Se habilitan para ello a
varias disciplinas que rompen la hegemonía de la psiquiatría, y obligan a una práctica en base a equipos formados por
varios profesionales que provienen de diferentes disciplinas. Cada uno de estos profesionales se ha formado en disciplinas
específicas, en universidades que los habilitan en áreas propias del conocimiento. No existe un conocimiento verdadero
sobre el sufrimiento mental en alguna de estas disciplinas que sea hegemónico sobre los saberes de otros profesionales.
Lo que se ha logrado por esta apertura y legitimación de diversas disciplinas para intervenir sobre el sufrimiento mental es
generar nuevos cimientos para fundar esta experiencia de un conocimiento verdadero sobre el mismo. En el campo del
sufrimiento mental la verdad está en debate, existe una lucha de interpretaciones, que es a la vez producto de un conflicto
entre disciplinas, para legitimar y dominar el campo de las significaciones y los valores en su comprensión y en los
principios de su tratamiento.
La formación de los profesionales que la nueva legislación habilita para intervenir como equipo de salud mental en todos los
ámbitos de la prevención, la atención y rehabilitación, como en los peritajes judiciales y otros ámbitos, plantea al menos tres
obstáculos:
El 1ro es que no existe una sino varias y diferentes psicologías; en la orientación de la psiquiatría existen también escuelas
que fijan criterios y principios diferentes respecto de diagnósticos y enfoques terapéuticos; los trabajadores sociales y
enfermeros, más tardíamente llegados a la atención en salud mental y con menos antecedentes en este campo, deben
traspasar los límites de las cuestiones sociales para la protección del sujeto y los cuidados prácticos, para lograr
comprender a los sujetos que atienden.
Un 2do obstáculo es que cada una de estas disciplinas cuentan con diversas orientaciones que definen su campo de
intervención: psicología del trabajo, educacional, psiquiatría y psicología forense, deporte, etc lo cual requiere de
formaciones profesionales diferentes.
Un 3er problema surge de la legislación nueva y la exigencia de conformación de los equipos de salud mental, lo cual hace
necesario una formación especial para el trabajo interdisciplinario; al mismo tiempo que se agrega a las estrategias de
atención el eje de cuidado y protección de los derechos humanos, el respeto a la dignidad del paciente y la responsabilidad
sobre el ejercicio real de estos principios por parte de los sujetos de atención.
El problema que enfrentamos es que más allá de la diversidad de escuelas, orientaciones, comprensión y estrategias
diferentes sobre el sufrimiento mental, es necesario un fundamento común en todos los profesionales para asegurar la
vigencia de estos nuevos principios, esto es, la comprensión del sujeto y la existencia, los procesos sociales y culturales en
que se produce la subjetivación y se definen las formas sintomáticas de expresión del sufrimiento, los contextos sociales y
las políticas públicas en las cuales se comprenden los derechos humanos, los resguardos éticos y los principios de respeto
y responsabilidad. La exigencia de la verdad en el conocimiento que guía su práctica.
El dilema consiste en optar en la universidad entre una capacitación para el ejercicio de una profesión o definir la misión de
la universidad como la formación de un intelectual critico, con capacidad de pensar y buscar la verdad en los conocimientos
particulares de cada disciplina. Cada profesional en el ámbito de la salud es un funcionario del Estado que ejecuta su labro
en el marco de una política, muchas veces sin conciencia por parte del profesional acerca de esta condición. De un modo
agudo, Kant incluye al medico entre los “directores de conciencia”, como parte de las exigencias del Estado. se impone
revisar los planes de estudio con que se forman los profesionales. Debe haber una enseñanza común de los fundamentos a
todos los profesionales que se desempeñan en salud mental, al menos como parte básica de cada plan de estudios, que
haga luego que las teorías y estrategias de las diversas orientaciones, que surjan de los planes de estudio o de la elección
personal de los profesionales, respondan en lo fundamental a los mismos principios respecto de la consideración del sujeto
y el resguardo ético de su practica. Solo asi será posible garantizar haber salido de la política manicomial. Integrar al sujeto
con su sufrimiento mental al orden de lo humano, requiere asegurar los principios de su dignidad, el reconocimiento y
protección de sus derechos humanos, la exigencia ética de respeto y la responsabilidad que el profesional tiene con la
verdad para el trato de quien acude en su ayuda.
. Foucault incluye a la psiquiatría dentro de lo que denomina "formación discursiva", conjunto de enunciados que dependen
de un mismo sistema de formación, pero no debe entenderse como la presencia de un discurso final en el caso de la
psiquiatría, más bien cabe entenderlo, dada la dispersión, superposición de enunciados contradictorios, sustitución de
objetos y conceptos sin fundamentación, como una formación prediscursiva, incompleta, sin posibilidad de una
formalización teórica.
¿qué unifica, que da continuidad a esta disciplina carente de teorías formales? su práctica y su política sobre la locura, que
no es otra que la internación para control, corrección de la conducta y disciplinamiento del enfermo, la cual instaló desde su
comienzo un supuesto saber médico sobre el sufrimiento mental que logró legitimidad académica a partir de Esquirol y la
creación, bajo los auspicios de Napoleón II, de la primera cátedra de Neuropsiquiatría en una facultad de medicina, junto a
la sanción en 1838 de una Ley especial que diseñaba un trato jurídico de excepción para los diagnosticados como
enfermos mentales.
Toda ley de excepción dirigida a un sector de la población, discrimina y diferencia a quienes quedan comprendidos en ella.
Esto a su vez le abrió la posibilidad de construir un imaginario social sobre la locura basada en las premisas de peligrosidad
y necesidad de encierro y control del enfermo.
Refiriéndose a los "objetos de discurso", Foucault señala que en el proceso de describir, diferenciar (para la enfermedad
mental, según la norma), interpretar, constituye la objetividad misma del diagnóstico y la clasificación. Justamente, porque
la objetividad es construida por el discurso mismo se hace posible entender las diferentes nosografías que a través del
tiempo diversos autores han construido, que regula y norma el funcionamiento de la practica diagnostica. Los discursos son
practicas que forman sistemáticamente los objetos de que hablan.
Un diagnóstico no refiere a la percepción e interpretación de un dato natural, en cuyo caso la objetividad queda sujeta por la
explicación causal. El diagnóstico de enfermedad mental se refiere a un comportamiento, un razonamiento desviado, un
pensamiento delirante, una percepción sin realidad (alucinación, ilusión), frente a lo cual el discurso psiquiátrico que lo
capta establece su objetividad bajo el proceder diagnóstico mismo, la posible explicación no surge de ninguna objetividad,
sino de la mente de quien diagnostica. La enfermedad encasillada en alguna nosografía, nombrada y establecida, es
considerada, y tratada, como si se tratara de un dato natural. De allí la necesidad de la psiquiatría de asignarle causalidad
orgánica, porque esta es la que podría confirmar la objetividad, el dato biológico natural.
En la medicina biológica la verdad de la enfermedad no es el síntoma, sino el daño biológico demostrado, anatómico o
funcional. Para el psiquiatra se trata de permanecer dentro de la medicina, para eso el sufrimiento mental debe ser una
enfermedad como las demás. La medicina aporta luego a la psiquiatría su legitimación: se enseña en la facultad de
medicina, institución social reconocida y encargada de las enfermedades, el cuerpo médico, al que pertenece el psiquiatra,
es reconocido como alguien cuyo saber y práctica son competentes y gozan de reconocimiento social, el hospital (aun
cuando nada hay más lejos de un hospital de salud que un manicomio) como administrativo de las prácticas terapéuticas y
un orden jurídico especial para el considerado enfermo mental.
La "formación discursiva" de la psiquiatría está constituida por un conjunto heterogéneo, disperso y contradictorio sobre el
sufrimiento mental, sus supuestas causas y un tratamiento que solo apunta a suprimir los síntomas en que el sufrimiento se
expresa, en el siglo XIX con métodos cercanos a la tortura, en el siglo XX por medio del psicofármaco, sin abolir totalmente,
por cierto, los medios coercitivos de contención.
Su discurso actual no es independiente de los enunciados y las prácticas que atraviesan la historia manicomial, es esta
historia la que en síntesis constituye su discurso actual. De allí su impotencia para construir una unidad teórica o, al menos,
una retórica formal, permaneciendo como un conjunto de enunciados sobre los cuales no es posible un análisis
epistemológico (análisis de sus conceptos y fundamentos racionales), quedando sujeta a la condición de la existencia
histórica de sus enunciados y sus prácticas asilares. Su práctica discursiva, los enunciados de que se valen los psiquiatras,
no constituye una actividad racional, conceptual, que pueda entenderse como una construcción teórica sobre el sufrimiento
mental, se trata solamente de enunciados (diagnósticos, interpretaciones, clasificaciones nosográficas) que nos llevan
indefectiblemente a una época determinada, a un autor dado, a una situación política particular (por ejemplo, la utilización
por Stalin de la psiquiatría soviética para desprenderse de opositores), a una situación social histórica, que son quienes nos
hacen inteligible la utilización de esos enunciados para determinados fines de dominación y control. De allí mi afirmación
acerca de que la única epistemología posible de la psiquiatría es su propia historia, el modo en que su discurso respaldó
sus prácticas.
Para hacer inteligible la existencia de un discurso psiquiátrico se hace necesario volver una y otra vez a los textos, sus
autores, aquello que han querido decir más que saber sobre la enfermedad mental, en sus discursos, sus escritos, pero
también a las instituciones que los sostuvieron, a las prácticas reales que efectuaron sobre los enfermos, a las técnicas de
sus tratamientos y los "objetos" (los sufrimientos convertidos en enfermedades diagnosticables con sustento médico) que
de alguna manera produjeron. En este panorama cabe dudar acerca de considerar a la psiquiatría como una disciplina
autónoma (de hecho en casi todo el mundo se ha decidido que la atención del sufrimiento mental debe estar a cargo de
equipos formados por distintos profesionales). Desde la perspectiva que Foucault inauguró con la arqueología, cabe
destacar: "Si se llaman 'disciplinas' a unos conjuntos de enunciados que copian su organización de unos modelos
científicos que tienden a la coherencia y a la demostratividad, que son admitidos, institucionalizados, trasmitidos y a veces
enseñados como unas ciencias. La arqueología describe unas disciplinas que no son efectivamente unas ciencias, en tanto
que la epistemología describiría unas ciencias que han podido formalizarse a partir o a pesar de las disciplinas existentes.
La psiquiatría puede entenderse como seudociencias u, otorgando crédito a su propósito, campo científico en formación.
Cabe entonces preguntarse si las formas de enunciación que efectúan las distintas corrientes de la psiquiatría crearán
condiciones para construir a futuro un discurso científico, una teoría unificada, un método de investigación capaz de
producir la demostración de sus hipótesis y construir explicaciones que resulten verdaderas acerca del sufrimiento mental.
Por ahora se trata de un saber acumulado por la experiencia, experiencia que no ha sido orientada por la curiosidad
científica, sino determinada por factores jurídicos (un orden jurídico especial para el enfermo mental y la discapacidad
intelectual), exigencias políticas (exigencia de control bajo internamiento dada la "peligrosidad" del enfermo) y no menos
determinante, una pertenencia al campo de la medicina que la fuerza a elaborar hipótesis causalistas biológicas para
sostener su pertenencia al campo de la misma.
Las distintas variantes de la psiquiatría pueden mostrar y dar cuenta de una experiencia del psiquiatra con los trastornos
mentales, sin duda que su experiencia práctica ha enriquecido la percepción y la descripción de estos trastornos, pero,
quizás, no tanto pueden dar cuenta de la relación entre esta percepción y descripción con los tratamientos que impulsaron,
lo cierto es que sus enunciados no pueden ser considerados como conceptos de una ciencia, se trata de observaciones,
descripciones, pronósticos, que solo responden a un saber práctico. El resultado es que el desarrollo de la psiquiatría no ha
sido libre ni dependiente de un trabajo intelectual guiado por la búsqueda de la verdad, al psiquiatra se le exigen resultados,
más allá de los medios de que se valga para obtenerlos.
¿Por qué aceptarse como un saber y una experiencia, y poner entre paréntesis su pretensión de conocimiento racional,
puede resultar un crédito para esta disciplina? Acudo nuevamente a Foucault: "Un saber es aquello de lo que se puede
hablar en una práctica discursiva que así se encuentra especificada: el dominio constituido por los diferentes objetos que
adquirirán o no un estatuto científico, un saber es también el espacio en el que el sujeto puede tomar posición para hablar
de los objetos de que trata en su discurso. El sufrimiento mental forma parte de la vida de todos, hace al bienestar integral
del individuo y, por lo mismo, a la comprension de la salud como física, psíquica y social, como señala la OMS, lo cual no
excluye pero si trasciende lo biológico.
La medicina, también como experiencia, debe ser considerada como el "arte de curar, pero a lo largo del siglo XIX y mucho
más en el siglo XX toma un desarrollo que hizo mayor la distancia con la psiquiatría. Logró un desarrollo (manifiesto y
evidente en su práctica actual) en base a un apoyo creciente de distintas ciencias: la biología, los estudios de anatomía
patológica, la genética, la química, la física que aportó las bases y técnicas cada vez más complejas para los diagnósticos
(desde los rayos X de comienzos del siglo XX, a las imágenes actuales de la tomografía computada, la resonancia
magnética, la ecografía, la utilización de la energía nuclear para diagnósticos y tratamientos, etcétera). La psiquiatría no
logró articular sus enunciados ni sus tratamientos con estas ciencias, lo cual debería ser obvio, no tuvo forma de contar con
ninguno de estos apoyos. Sus enunciados no fueron en el mismo camino que el desarrollo de estas ciencias, siguieron
siendo descripción, clasificación e interpretación y, en el mejor de los casos, fenomenología de la vida psíquica. El uso que
algunos psiquiatras hacen de las técnicas de diagnósticos por imagen para intentar un apoyo médico a sus diagnósticos,
son en gran parte artilugios cuyo único fin es mantenerse en el campo médico. Se pueden tener imágenes sobre el
funcionamiento del cerebro a través de técnicas como la resonancia magnética funcional o la cámara de positones, pero
ningún sufrimiento psíquico, salvo que este originado en patologías cerebrales manifiestas (demencias, epilepsias,
tumorales, etcétera) pueden ser detectadas por estas tecnologías. Su práctica real no deja de ser observación empírica,
prescripción de pruebas de fármacos y psicoterapia, y mucho de cumplimiento de reglamentos y leyes que regulan el
ejercicio clásico de su autoridad profesional.
No se puede identificar estas prácticas y formaciones discursivas con ciencias o disciplinas formalizadas, mucho menos
podemos ver en estos desarrollos ningún germen de una ciencia por venir, quizás su apego desde el origen al positivismo
de A. Comte les indicó un camino que finalmente la privaría de su posibilidad de cientificidad.
Las múltiples relaciones que determinan los modos de vivir, lo que denominamos "la vida en común”: Como la
individualidad absoluta es impensable (el hombre aislado), conocer al individuo y su sufrimiento requiere mantener la
pregunta, y tratar de responderla, de qué modo los diferentes otros de su vida están presentes y actúan, y cuáles son las
relaciones que en el sufrimiento el sujeto mantiene con esos otros: familia, pareja, amistades, hijos, empleo, lugar de origen
y de residencia, participación en la sociedad.
No existe conocimiento riguroso del sufrimiento mental sin partir de la alteridad esencial, íntima, del sujeto. Aun la identidad
Individual del sujeto con sufrimiento, como la de todos por otra parte, no es comprensible ni abordable sin considerar la
identidad colectiva: su comunidad, su sociedad, su filiación, su cultura. Toda representación del individuo, enfermo o sano,
es una construcción social, porque necesariamente toda representación es a la vez una representación de un vínculo social
que es consustancial a su vida. Debemos pensar en este sujeto empírico, situado en historias singulares, en cruces a veces
antagónicos de su cultura, en contextos con frecuencia ajenos a las coordenadas sociales en que construyó su identidad y
su lugar en la sociedad.
Esto suele ser mostrado por los medios de comunicación como alusión a sectores "desengañados de la política",
"desencantados de la democracia", "desahuciados de la economía", y otros varios desengaños. Por supuesto que esto
tiene origen en quienes manipulan la opinión pública y tratan de dirigir el sentido común de la población, pero para lograrlo
se apoyan en la fragilidad de la mayoría de los individuos a partir de esta pérdida de las identidades históricas y del
abandono de las ideas de progreso. La percepción y la teoría de la historia como la pensaron y la mostraron teóricamente
como finalidad en el devenir humano, como un motor del desarrollo del individuo y las sociedades, tanto Marx, como Hegel,
y aun Kant, se ha ido atenuando o simplemente abandonando. No porque esos fundamentos de la historia no sean
racionales para entender el devenir humano, sino porque el presente que se impone al individuo le impone a la vez un
desapego y una distancia con su historia, un extrañamiento respecto de su pasado, un aceptarse en el anonimato ante los
otros de trato y sociedad, correlato habitual de la perdida de solidaridad con el conjunto de los otros, ya que de lo que se
trata es de atenuar los efectos de la vida en común.
En segundo lugar, el territorio de vida está siendo trastocado para amplios sectores de la población. Pensemos en la vida
estable de la aldea, pueblo o la pequeña ciudad, en la cual un individuo ha nacido en una familia que ocupaba algún lugar
reconocido en la jerarquía social, un oficio o actividad que en general orientaba hacia el oficio elegido por los hijos, el sujeto
contaba por este reconocimiento con un referente fuerte acerca de su identidad. La historia y la filiación y el territorio, han
sido los mayores sostenes de identidad. Los sistemas de reconocimiento, a través de la mirada y el conocimiento que los
demás de trato y sociedad tenían de cada individuo, hacía doblemente de seguro acerca del reconocimiento y las formas
de respeto del otro, y creaba también una rigidez normativa acerca de los comportamientos esperados y los admitidos, que
limitaban el desenvolvimiento y la autonomía del comportamiento de cada uno.
Esto aún permanece en la vida de aldea o pueblos de zonas rurales, pero ha desaparecido en la vida urbana hoy
dominante. No es casual que en diversos autores se hable de "espacio para referirse al territorio, ya que el espacio es
abstracto, no remite al lugar de la vida cotidiana sino a la virtualidad (espacio aéreo, espacio del arte, etcétera). Esta
aplicación de la categoría de espacio al territorio de vida es síntoma de la pérdida del valor del territorio de vida en la
determinación de las identidades. La vida en la gran ciudad mantiene en gran parte el anonimato de los individuos, y como
consecuencia lo priva de los sistemas de reconocimiento (siempre muy vinculados a la mirada del otro), y del sistema de
normas que impone el grupo social de convivencia. Algo que se agrega a la pérdida de la función del lazo social de cada
uno para construir vínculos con los semejantes.
Para la mayor parte de la humanidad actual la percepción del territorio de vida es el espacio virtual del mundo que ve en el
televisor. Con esa mirada podemos abarcar el mundo desde un satélite, pero esta mirada a la imagen del mundo no nos
vincula con ningún territorio, ni el de nuestro origen en la vida ni el que habitamos en el presente. La función del territorio
como dador de identidad se está perdiendo. Seguimos diciendo ser de tal lugar, pueblo o país, a veces nos siguen
denominando los más cercanos por este origen (paraguayo, gallego, [correntino), pero esa denominación, que actúa
curiosamente como sobrenombre, solo nos lleva a la nostalgia de algo perdido, aun cuando se nos nombra con el barrio
donde ya no vivimos.
Estos "no lugares son múltiples, desde el banco al que asistimos por un trámite, el supermercado, el shopping para
compras, los aeropuertos, etcétera. En estos no lugares transitamos por diferentes motivos, podemos reiterar nuestra
presencia, pero nada ocurre respecto del reconocimiento y nada hace presente nuestra identidad, salvo la identidad formal
que consta en la tarjeta de crédito o el pasaporte.
Para el hombre común suele ser una experiencia transitoria, está allí de paso por algún motivo ligado a ese lugar, pero
también observamos en estos sitios que hay muchos individuos que suelen habitar la cercanía de su puerta, el interior de
una estación o aeropuerto, que residen habitualmente en esos sitios. En general son pobres, inmigrantes, personas sin
hogar, etcétera. Muchas de estas personas, de vida que llamaríamos marginal, habitan también en barrios precarios,
asentamientos, debajo de un puente o directamente en las calles. ¿Cómo no percibir que estas personas, que provienen de
algún territorio, que han tenido alguna identidad, viven ahora desprendidos de la historia que los identifica, lejos de su
territorio, sin relaciones sociales inmediatas, por lo cual su identidad es también una no identidad, un sujeto sin nombre,
anónimo, cuya única identidad es la que proviene de su situación: marginal, pordiosero, sin hogar, etc? Pero debemos
entender que estos rasgos extremos de identidad bajo esas condiciones de vida, no pertenecen solamente a los que
consideramos marginales, están siendo también los de gran parte de los individuos de las grandes urbes.
Es probable que este sujeto del "no lugar" mantenga en su intimidad la referencia a su lugar, su territorio, es posible
también para algunos construir relaciones nuevas en estos no lugares, ocasionales, de interés inmediato, ocasionalmente
en relación con otros individuos en la misma situación. Lo cierto es que no pueden escapar de esta no identidad, queda la
posibilidad de encontrar un territorio nuevo, conquistar un lugar propio (observamos a diario la lucha de sectores cada vez
más amplios por conquistar algún espacio donde reorganizar su vida, que es más que la vivienda, aun cuando esta sea
prioritaria). Sin duda, constituyen un sujeto con caracteres singulares y cuyos sufrimientos mentales no podrían ser
percibidos ni entendidos sin las circunstancias de esta existencia. Pero también hay en el otro polo, el de los integrados a la
vida de la ciudad, aun entre los adinerados, también estos mismos rasgos de no identidad, de una vida con rasgos de
anonimato, no siempre producto de su voluntad, que forman rasgos de su personalidad actual.
En ambos casos, el del pobre sin hogar y sin identidad social y el que permanece en el anonimato de su identidad (es decir,
está afuera de los sistemas de reconocimiento, de la mirada del otro y de las normas que la relación imponen a la conducta
propia), el sufrimiento siempre está ligado a la soledad. Lo que caracteriza al habitante de los no lugares es la soledad, aun
cuando estén rodeados por una muchedumbre. Para el pasajero de estos no lugares puede existir un goce, en cierto modo
puede experimentar una liberación, ya que la desidentificación que produce el anonimato le otorga al mismo tiempo la
libertad de no estar sujeto al respeto y a las normas que impone cualquier relación.
De eso se trata, especialmente entre los adinerados, o en aquellos que desean mantener sus negocios por fuera de
cualquier mirada social. Para algunos, esta experiencia de muchos extraños pero ninguna relación, ningún motivo en
común, ninguna exigencia de solidaridad o compromiso, consiste en defender su libertad, en general, un modo de sostener
la negación de su soledad o la imposibilidad de construir una relación que sienta verdadera.
Todos los que habitamos en grandes ciudades hemos sido privados del valor y la función del territorio y el sentido de la
historia para construir nuestra vida cotidiana. Bajo estas condiciones se fueron desactivando la vida comunitaria, el valor de
la amistad, el compromiso de la solidaridad, la expectativa de continuidad en las relaciones que mantenemos.
La soledad, nueva y dominante en la experiencia presente en muchos de los sufrimientos actuales, de maneras diferentes
en cada ser humano, no puede concebirse aislado, no puede prescindir del otro para su vida psíquica, de lo que se trata es
de las formas posibles de construir este vínculo con el otro, que hasta no hace mucho se guiaba por la expectativa de
reconocimiento y respeto, compromiso y continuidad, confianza y anhelo de verdad. "La sobre modernidad impone en
efecto a las condiciones individuales experiencias y pruebas muy nuevas de soledad; directamente ligadas a la aparición y
a la proliferación de no lugares". Sin duda piensa en el ciudadano medio acomodado que transita por aeropuertos, galerías,
shopping o consumiendo espectáculos. Los que viven en no lugares por pobreza, excluidos de la vida social, inmigrantes,
marginados, personas sin hogar, sufren esta vida en no lugares, pero para ellos la desidentificación no es ninguna
liberación y el anonimato no habilita ningún goce, el no lugar que habitan es solo expresión de pura soledad y desamparo.
La actitud ética respecto del sujeto con sufrimiento mental es el núcleo que establece la diferencia entre las diferentes
disciplinas que intervienen en salud mental. La pretensión de objetividad en el conocimiento que, apoyado en el positivismo
de Comte, sostiene la psiquiatría, se expresa finalmente en el trato del paciente como un "objeto natural", la historia de los
manicomios nos da la muestra de sus consecuencias reales.
Diferente, sin duda, es la ética que sostiene la experiencia psicoanalítica y también la que se respalda en la hermenéutica
fenomenológica. Este principio ético y moral de la responsabilidad y el respeto es general, abarca al conjunto de las
relaciones sociales, es deseable esperar que el comportamiento humano se rija por estos principios, pero toma un cariz
especial en las prácticas disciplinarias donde se pone en juego una relación de atención y de cuidado sobre sujetos que,
por diferentes razones, necesitan de la ayuda de los profesionales de estas disciplinas, especialmente de la medicina y de
la salud mental.
En estas prácticas se debe exigir el principio señalado par Lévinas: la responsabilidad del profesional es siempre anterior a
la del otro, su paciente, a quien debe respeto y consideración, condiciones para el reconocimiento de la dignidad de la
persona bajo su atención y cuidado. "Lo que me obliga, por así decirlo, es su debilidad y el discreto silencio de su
presencia", dice Lévinas, aludiendo a que la responsabilidad en este caso no tolera ni debe aceptar excepciones. No es
posible una relación terapéutica a menos que el profesional asuma y respete la dignidad del trato y la palabra del paciente,
esto es, nuevamente, que pueda suspender la superioridad de un saber previo y general de su disciplina, que acepte no
hacer ejercicio de su autoridad como especialista, lo cual hace que no elimine ni impida que su escucha atenta aporte a la
continuidad y profundización del intento conjunto de lograr la comprensión del sufrimiento que ha motivado ese encuentro.
Lo primero y fundamental que la propuesta de Salud Mental plantea es justamente esta posición ética, que significa un
cambio radical en la relación terapéutica, en la consideración del amor, la dependencia y el poder que toda relación
humana entraña.
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